Capítulo III.
De
los errores que ocasiona la imaginación.
34 No es posible
comprender en corto volumen los errores que ocasiona la imaginación;
pero propondré los más notables, y fácilmente podrá el que fuese
atento conocer de cuántas maneras nos engañamos por las
representaciones de esta potencia. Se ha de tener presente lo que ya
hemos mostrado que nosotros formamos imágenes de todas las cosas que
percibimos, no sólo de las sensibles, sino también de las
espirituales; y si las considerásemos atentamente, hallaríamos
dentro de nosotros un mundo espiritual mucho mayor que este que
habitamos, y reducido a cortísimo espacio: es decir, hallaríamos en
nosotros mismos las imágenes que corresponden a los objetos que
componen este mundo visible, y a los espirituales, e incorpóreos que
no son de su esfera, y lo que es más todas reducidas a cortísimos
límites. Consideremos cuantos objetos se presentan a nuestros
sentidos en el discurso de una larga vida, y hallaremos que las
imágenes de todos se hallan en la mente. Consideremos también de
cuántas maneras combinamos, o separamos tantos objetos, y las
imágenes que tenemos de estas combinaciones. Pensemos después
cuántas veces percibimos las cosas espirituales, de cuántas maneras
abstraemos la naturaleza de las cosas, y en fin la muchedumbre
copiosa de intelecciones que hacemos en el uso de las ciencias
abstractas, y hallaremos que todas las contiene el alma, y de todas
quedan vestigios, que con la memoria se renuevan. Si meditamos un
poco sobre esto, podremos decir, que este es un Reyno, o mundo
interior reducido a pequeño espacio, pero capaz de contener mayor
número de cosas que el mundo material que habitamos; y si levantamos
debidamente la consideración, habremos de reconocer la infinita
sabiduría que ha fabricado tan maravillosa obra, y confesar que no
puede un mundo material tan extendido contenerse en la materia
reducida a un espacio infinitamente pequeño, como es el que encierra
tantas nociones; por donde es preciso reconocer un Ser espiritual,
cuya esfera es por su indivisibilidad único receptáculo de tantos
conocimientos. Esto con alguna más extensión lo he manifestado
contra los Materialistas en mi Discurso sobre el Mecanismo.
35 La impresión de los objetos sensibles hace variar las imaginaciones. Si la fantasía es capaz de recibir muchas imágenes, hace una imaginación fecunda; si recibe las imágenes, y se hacen permanentes, será la imaginación fuerte; si con facilidad recibe las representaciones, es la imaginación blanda; si una vez recibidas con tenacidad las retiene, es vehemente; si fácilmente las recibe, y con la misma facilidad se borran, es torpe; si con dificultad se imprimen, y tenazmente se retienen, es violenta; y a este modo pueden ser infinitas las combinaciones que nacen de la diversidad de pintarse las imágenes en la fantasía. Lo que principalmente se ha de notar es, que toda suerte de imaginación nos puede ocasionar el error, porque puede engañar al juicio; de modo, que si bien lo consideramos, no hay error en la imaginación, sino en el juicio, a la manera que sucede con las percepciones de los sentidos. Débese, pues, poner el cuidado posible en gobernar bien el juicio, y en no dejarse llevar de las apariencias de la imaginación Aprovechará mucho para conseguir esto el conocimiento de que las pasiones casi siempre acompañan a la imaginación, como ya hemos explicado antes.
36
Con estas advertencias será fácil descubrir muchos errores que
ocasiona la imaginación, y manifestar el modo de evitarlos; y para
disponerlos con orden los distribuiremos en los que pertenecen a la
Religión, y al trato civil donde comprenderemos los que atrasan los
progresos de las Artes y Ciencias. Gran parte de las herejías que en
todos los tiempos han infestado la Iglesia, han nacido de
imaginaciones fuertes, y fecundas. Pongamos en la antigüedad a
Montano, que imagina vivamente, que el Espíritu Santo ha dado a él
sus dones, y no a los Apóstoles, imprimiéndose profundamente en su
imaginación esta especie y otras semejantes, las cuales hallando la
razón flaca, y el juicio poco sólido, los pervirtieron, ocasionando
graves errores. Fuéle fácil a Montano hacer creer como verdaderos
los falsos entusiasmos de su imaginación a Prisca y Maximilia, que
por el sexo, y falta de instrucción, lograban una imaginación
fuerte, y la razón flaca. Tuvo Tertuliano la imaginación muy fuerte
y vehemente,
y no la acompañaba un juicio de los más sólidos;
y recibiendo en su fantasía los errores de Prisca, no supo
enmendarlos. Pero en Tertuliano no era sólo fuerte la imaginación,
sino vehemente, pues se le imprimían tan fuertemente las cosas, que
arrastraban al juicio, y por la vehemencia las persuadía fácilmente
a los demás. No obstante esto, es preciso confesar, que su Apología
por la Religión es ciertamente obra útil y de juicio, aunque
resplandecen mucho en ella las fuerzas de la imaginación vehemente;
pero acabó de mostrarlas en el libro de Pallio, donde emplea la
eficacia mayor, y toda la vehemencia que es decible en persuadir
cosas inútiles, y de ningún momento.
37.
Algunos colocan a Séneca entre los Escritores de imaginación fuerte
y de poco juicio (a : Mallebranche Recherche de la verité, tom. I.
part. 3. chap. 4.).
No puede negarse, que Séneca tuvo la
imaginación fortísima, y muy vehemente. Conócese en que igual
eficacia emplea en las cosas improbables, que en las ciertas, lo que
es propio de los que tienen imaginación indómita. Su descripción
del Sabio, no solamente es vana, sino ridícula; y como era su
imaginación fecunda, la hermoseó con tanta variedad de pensamientos
y sentencias, que ha embelesado a muchísimos lectores, o tan
imaginativos como él era, o de grande imaginación y pequeño
juicio. No obstante se ha de advertir, que no fue Séneca de los
Autores menos juiciosos, aunque creo que fue mayor su imaginación
que el juicio. Fue Estoico, o quiso parecerlo, y se hallan en sus
escritos sentencias, y máximas admirables para animar a seguir la
virtud. Esto obligó a S. Gerónimo a contarle entre los Escritores
Eclesiásticos, y a tener por verdaderas las cartas de S. Pablo a
Séneca; mas los Críticos modernos no dudan que son apócrifas. Como
quiera que sea, tuvo Séneca eficacia loable en persuadir el camino
de la virtud, como el único medio para conseguir la felicidad
humana; y ojalá que sus sentencias tuvieran mayor trabazón, que así
serían más estimables: de suerte, que ya en lo antiguo por esta
falta fue llamado justamente el estilo de Séneca arena sin cal. He
visto muchos libros modernos que tratan, o de máximas morales, o
políticas, y justamente puede atribuírseles la misma censura; y
quizá su lectura fuera más provechosa, si el entendimiento hallara
conexión entre las verdades que contienen.
38 En nuestros tiempos tenemos hartos ejemplares de los errores que ocasiona la imaginación vehemente, y fuerte cuando está acompañada de poco juicio. Tanto número de Sectarios, como vemos en nuestros días, tienen corrompida la imaginación, y pasa el contagio a corromper el juicio. Imaginan una cosa, y esta hace tan hondas impresiones, que excita continuamente pasiones desmedidas. El juicio entonces deja libremente llevarse de la fuerza de aquellas imaginaciones, y las tiene por verdaderas, y así ocasionan el error. Mr. Jurieu, Luthero (Lutero, Martin Luther), Zuinglio y otros Herejes se imaginaban mil desórdenes en la Iglesia Católica, y el juicio asentía a que realmente los había, estando sólo en su imaginación. En estos acompañaba a sus depravadas imaginaciones alguna pasión, porque como ya dijimos, y conviene siempre tenerlo presente, siempre que el alma percibe algún objeto, y tiene la imagen que se pinta en la fantasía, suele excitarse alguna pasión, o de esperanza si puede lograrse el objeto, y se considera útil, o del miedo si se considera dañoso y cercano, y así de otras mil maneras. En las expresiones, pues, de semejantes herejes se manifiesta, que a su descompuesta imaginación acompañaban pasiones desenfrenadas, ya de odio hacia la Iglesia, ya de esperanza de ser por ese camino memorables y afamados, ya el deseo inmoderado de la singularidad, y en fin un amor propio extremado que los hacía parecer a ellos mismos únicos en razonar, y los solos en conocer, y distinguir lo verdadero de lo falso. La fuerza de tan vehementes imaginaciones junta con el desorden de pasiones tan extravagantes, arrastraban al juicio, y los hacía caer en feísimos errores.
39
No se ha acabado la raza de estos Escritores, que por la depravada
imaginación, y pasiones vehementes que la acompañan, publican
enormes extravagancias. Mr. de Arovet (Arouet) se llamó después Voltaire, y
así le nombraremos) da hoy
un evidente testimonio de esto. He visto de espacio sus principales
escritos en la famosa edición del año 1757, que se supone correcta
por su Autor, y algunas obrillas junto con el Diccionario Filosófico
posteriores a esta edición. Son dignos de verse los Escritores
Franceses que le han impugnado, porque algunos lo han hecho con
grandísimo acierto. Como yo veo que se celebra la sabiduría que no
tiene este Poeta, que desprecia la Religión Christiana, que alaba
los vicios más abominables, protege el materialismo, desautoriza lo
más sagrado, así Secular como Eclesiástico, y que habla de todo,
como si todo lo supiese: diré sin reparo lo que a mí puede tocarme,
que es el defecto de lógica, que generalmente reina
en sus obras, para que se miren, como lo merecen, casi siempre
opuestas a la razón. Quien quiera que haya leído a Mr. Voltaire
conocerá un hombre de imaginación grande, vehemente, fecunda: de un
ingenio vivo, despejado, agudo, pronto: de una lectura vaga de libros
modernos, limitada, y muy superficial de los antiguos originales: una
instrucción vasta de las cosas presentes, sin ahondar en las
Ciencias, ni en sus principios, ni fundamentos:
en conclusión un
talento que los Franceses llaman bel
sprit. Si a estas calidades
añadiese un juicio sólido, una instrucción maciza profunda, una
erudición original, y un estudio continuo bien fundado de las Artes
y Ciencias, ciertamente se podría llamar no bel sprit, sino bon
sprit, habiendo mucha diferencia entre estos dos atributos.
40
Si como a las bellas representaciones de su fantasía, y
combinaciones vastas de su ingenio han acompañado siempre las
pasiones de desafecto a la Religión Christiana, de deseo de gloria y
de singularidad, de independencia, de satisfacción propia, y otras
de este jaez, hubiera tenido inclinación a la piedad, subordinación
a los sabios, desconfianza de sí mismo, más deseos de ser útil que
aplaudido, más contenido, menos licencioso, menos propensión a las
apariencias atractivas de lo sensible, y, por decirlo de una vez,
menos amor propio, hubiera podido ser útil al género humano,
empleando en su favor los talentos. Si en lugar de un estilo florido
correspondiente a su imaginación, lleno de expresiones chocantes y
agudas, de sales penetrantes y malignas, de un aire y tono libre y
desenvuelto, hubiera usado (a lo menos en la prosa), de un lenguaje
propio, expresivo, moderado, y tal que conociesen todos que tiraba a
enseñar y no a ofender, sería más aceptable entre los que
prefieren lo sólido a lo brillante, gobernándose por el juicio, no
por la imaginación. Muéstrase defensor de la humanidad, pero al
hombre para mantenerle sólo le procura lo que le destruye. Mírale
por la parte de lo sensible, y por este lado le levanta, dándole
licencia para cuanto le sugiere el apetito y el gusto: no le mira por
la parte de la razón, ni del juicio, y por eso se abstiene de darle
buenas máximas. En los grandes hombres sólo nota las faltas, calla
las virtudes, y si las nombra las envuelve en sátiras; y siendo así
que mientras haya hombres ha de haber vicios y defectos, asido de
estos pinta al género humano de peor condición que las bestias,
gobernándose por lo que vulgarmente es, sin enseñarle lo que debe
ser. En todas sus obras no hay un discurso filosófico seguido. En la
historia no se citan monumentos que hagan fé. Si Baluzio, Launoi, y
Valesio, sus paisanos,
sacasen la cabeza, y viesen lo que este Historiador asegura siempre
sobre su palabra, y ajeno de documentos, se admirarían que hubiese
celebradores de tales escritos. Habla de todas las cosas sin estudio
fundado de ellas, y está a la vista, que rara vez trae pruebas de lo
que afirma. El Diccionario Filosófico suyo, donde todo se dice al
aire sin probarse nada, es un testimonio calificado de esto, pues en
él ha reducido a compendio toda la impiedad, y cúmulo de errores
esparcidos en los demás libros. El Parlamento de París le ha
mandado quemar por mano del Verdugo. De la Araucana de Alonso de
Ercilla, después de una alabanza de un solo pasaje, habla de lo
demás con gran desprecio. ¿Qué dirán nuestros Críticos que a
Ercilla le llaman Lucano Español? ¿Trae algunas pruebas para este
desprecio? Nada menos. Sobre su palabra va todo, como acostumbra.
41 Por el estudio de la Historia Eclesiástica más limada se
echa de ver, que cuantas blasfemias, y sátiras trae contra la
Religión Christiana, son antiguos errores combatidos de los Padres,
y olvidados de los fieles. Juliano el Apóstata, Celso el Filósofo,
Filostrato, y otros impugnadores antiguos de la Religión de
Jesu-Christo, junto con los desvaríos de los Filósofos Gentiles, le
hacen el gasto: con añadir las sátiras, inventivas, chistes
satíricos de los incrédulos modernos, en lo que está bien
instruido, tiene materiales para constituirse enemigo de la verdad, y
de la buena Lógica. ¿Qué capacidad, ni talento es menester para
renovar errores viejos, vistiéndolos con nuevos adornos de estilo,
agudeza y aire agradable a los oídos incautos, para que sean bien
admitidos? Si las máximas de Voltaire se publicasen desnudas de
adornos, y viniesen, como solemos decir, a cara descubierta, dudo que
hubiese hombre sensato que las adoptase; mas viniendo vestidas con
cuanto puede halagar los sentidos e hinchar la imaginación, no es de
extrañar se hayan impresionado en el entendimiento de los que son
más sensibles que racionales.
42
Ya que nuestros jóvenes no puedan leer fácilmente las impugnaciones
solidas, que los Franceses han hecho a Voltaire, a lo menos conviene
que vean la que en lengua Castellana se ha publicado con el título:
Oráculo de los nuevos Filósofos, donde hallarán por menor
descubiertos y rechazados sus errores.
Lo que yo puedo asegurar
es, que en un libro suyo intitulado Cacomonade comete un plagio
enorme, copiando a la letra del célebre Astruc cuanto allí pone
sobre el mal gálico, y sólo añade Voltaire lo que no se puede
referir sin faltar a la modestia. Sobre Newton no hace más que
extractar la Óptica de este lnglés, añadiendo algunas
voluntariedades suyas, como se ve a cada paso en lo que atribuye a
los antiguos, en el desprecio que hace de los Griegos (*1), y en lo
que celebra, según su pasión sin consultar los originales, en
algunos modernos. Dicen que Voltaire es buen Poeta; lo que yo aseguro
es, que ni es Lógico, ni verdadero Filósofo.
(*1: Nota del
editor. Braulio Foz, paisano de Andrés Piquer, en su libro
Literatura Griega, escribe que Voltaire no sabía griego, y menos el
antiguo:
“La Ilíada, dice Voltaire
(y lo cito con preferencia a otros porque es popular su nombre y se
lee mucho el tratado donde lo escribe); “Cuando leí a Homero (en
las traducciones, (debió añadir) y vi las faltas groseras que
justifican a sus críticos, y aquellas bellezas mayores todavía que
sus faltas, no pude creer desde luego (y vaya la sabida vulgaridad),
que un mismo poeta hubiese compuesto todos los cantos de la Ilíada.
Porque no sé de autor alguno entre los latinos ni entre los nuestros
que haya caído tan bajo después de haberse remontado tan alto....
El gran mérito de Homero consiste en haber sido un pintor sublime.
Inferior de mucho a Virgilio en todo lo demás, le es superior en
esta parte.”
43 Por otro camino
yerran otros, y los precipita su imaginación. Como todos sentimos, e
imaginamos las cosas en la niñez, y entonces no razonamos, hacemos
un hábito de imaginar de tal suerte, que después cuando ejercitamos
la razón, nos vemos obligados a imaginar los objetos sobre que
razonamos, y no podemos percibir la cosa si no formamos imagen
sensible de ella en la imaginación. Esta es la razón por que con
solo el estudio teórico hacemos pocos progresos en las Ciencias
prácticas, porque la sola teórica no ofrece nociones tan sensibles
de las cosas como la práctica, que las vuelve más perceptibles;
sucede por esto, que algunos niegan todo aquello que no pueden
imaginar. Calvino nunca pudo comprender con su imaginación, que el
Cuerpo de Jesu-Christo pudiera estar en la Eucaristía y en el
Cielo a un mismo tiempo, porque la imaginación no puede percibir a
un cuerpo en dos lugares distintos a un tiempo; de aquí concluyó,
que la presencia del Cuerpo de Jesu-Christo en la Eucaristía no era
real y verdadera, sino mística. Erró torpemente este Heresiarca,
así en esto, como en muchas otras cosas, por la fuerza de su
imaginación, y por dar a la imaginativa mayor extensión de lo que
le corresponde. No puede la imaginación concebir a un cuerpo en dos
lugares distintos a un mismo tiempo, porque el entendimiento entonces
junta la representación de aquel cuerpo con la del lugar; y como las
imágenes de los lugares son distintas, hace distintas las del
cuerpo, o no sabe hacer a esta una sola. En este asunto erró también
Juan Clerico (a : Cleric. Pneumatol. cap. 8. sect. 3.) y muchos
Lógicos entre los modernos. Pero para desengañarse no es menester
más que ver lo que toca a la imaginación, y ver lo que pertenece a
la razón. Esta dicta, que Dios puede infinitamente más de lo que
podemos los hombres imaginar, y que por consiguiente aunque la
imaginación no comprenda una cosa, debemos creerla si la fé divina
la enseña. Estos sectarios admiten por ciertas muchas cosas, que no
puede alcanzar su imaginación La eternidad no la podemos imaginar, y
la tenemos por cierta. Tampoco podemos imaginar al infinito, y no
obstante le tenemos por existente. ¿Por qué, pues, se ha de dar
tanto valor a la imaginación en unas cosas y no en otras? Yo creo
que es porque estos tales de puro imaginar no hacen otro ejercicio
que el de esta potencia, y a ella temerariamente sujetan la razón,
el juicio, y aun el soberano, e infalible dictamen de la Iglesia.
44
Pasemos ahora a otros errores que ocasiona la imaginación, y son muy
frecuentes, aunque por lo común no tan peligrosos. Lusinda tiene la
fantasía blanda y dispuesta a recibir varias representaciones con
viveza, y a retenerlas: dedícase a leer libros de piedad y devoción,
o empieza a meditar y pensar en las cosas divinas. Con la meditación
y la lectura se va llenando de imágenes la fantasía de Lusinda, de
suerte, que apenas se excitan en su imaginativa otras
representaciones, que las que ha impreso la continua lectura y
meditación.
En este estado se le excita la pasión, o el deseo
de lograr lo que lee, o sabe haber logrado otras personas piadosas,
es a saber, hablar con Dios; y continuando Lusinda en meditar las
mismas cosas, la pasión va creciendo al paso que crecen las imágenes
que hay en la imaginativa. La fuerza y continuación en imaginar
calientan la fantasía, y juntando las representaciones antes
separadas, la vehemente pasión empieza a dominar al juicio, y luego
piensa Lusinda que ve a Dios en esta, o la otra forma, que le habla
en esta, o la otra manera, que le representa su pasión y muerte, y
otras mil cosas que le vienen a la fantasía; de suerte, que como su
imaginación es capaz de recibir muchas imágenes, y el juicio no
sabe ya entenderlas, fácilmente las cree en el modo mismo que las
imagina. Entonces dice Lusinda, que son revelaciones divinas lo que
no es más que entusiasmo de su imaginación blanda y acalorada. Y si
encuentra con un Director, que tenga la misma blandura en la
fantasía, y no tiene aquella prudente sagacidad que se requiere para
estas cosas, fácilmente tiene por revelaciones todo lo que Lusinda
cuenta, y las estampa después en los libros como venidas del Cielo.
45
Bien sé yo que hay en la realidad revelaciones especiales, o
privadas, y que Dios habla a los varones santos, y les comunica
algunas cosas para su utilidad y consuelo; pero sé también que es
muy dificultoso distinguir las verdaderas de las falsas, y que es muy
fácil que la fantasía vehemente y acalorada haga parecer verdaderas
revelaciones las que sólo son apariencias de la imaginación.
El
diablo suele transformarse a veces en Ángel de luz, y para engañar
a las criaturas se aprovecha de esta flaqueza de la fantasía en que
tiene especial influencia. Por esto la Iglesia Católica procede con
gran cautela en el examen de semejantes revelaciones, y a su ejemplo
suelen examinarlas con mucho cuidado los varones santos y juiciosos,
que no quieren ser engañados. En efecto Priscila, y Maximila
tuvieron por revelaciones divinas los errores del Hereje Montano, y
creían que les hablaba el Espíritu Santo, y les fue fácil
comunicar el contagio de su depravada fantasía a un varón tan
ilustre como Tertuliano, porque hallaron en él una imaginación
fecunda, y superior al juicio. En nuestros tiempos tenemos otros
ejemplares recientes de muchos Herejes, que quieren hacer pasar los
delirios de su imaginación por revelaciones especiales, y harto se
han gloriado de esto Lutero, y Mr. Jurieu, pero con risa y desprecio
de todos los sabios.
46
Hay otras mujeres que hablan de revelaciones especiales, y su error
está en la fantasía, aunque se hace de otra manera. Gelarda, mujer
sumamente devota y piadosa, esta enferma de afecto histérico, y no
lo conoce. Es este un mal que de ordinario gasta la imaginativa,
porque tiene su asiento en aquellos nervios, que extendidos hasta el
diafragma y el cerebro,
sirven para propagar las impresiones de los objetos externos.
Introdúcese poco a poco en el cerebro de Gelarda aquella enfermedad
que se llama melancolía, y suele acompañar al afecto histérico.
Desordenadas ya las partes sobredichas, que influyen poderosamente en
la imaginativa, se descompone el orden de las impresiones en que
continuamente ejercita Gelarda la fantasía, por donde es muy natural
que en la enfermedad se le exciten las imágenes de cosas devotas, al
modo de uno que delira, pues habla de las mismas cosas que en la
salud más pensaba, bien que desordenadamente por el vicio de su
cerebro. Ocupada ya Gelarda de la melancolía, empieza a delirar, y
dice que ve a Jesu-Christo en el Huerto sudando sangre, o ve a la
Virgen Santísima, que se le aparece en su gloriosa Asunción, y le
dice estas, o las otras cosas; y si la fantasía está muy caliente,
tal vez dice que le da coplas y redondillas para que las cante. Si la
enfermedad no es muy fuerte, queda en este estado el delirio de
Gelarda, y no es conocido sino de aquellos que en estas cosas saben
la fuerza de la fantasía, y no se dejan engañar. Un caso muy
semejante a este me ha sucedido, y conocí el delirio, y lo previne,
y con el tiempo se acabó de confirmar evidentemente mi pensamiento.
Luis Antonio Muratori (a : Philosoph. Moral, cap. 6) cuenta que
en Milán había una Religiosa, que decía que cada noche hablaba
familiarmente con
Jesu-Christo, y así lo creía la mayor parte
de aquel gran pueblo. El Arzobispo, que era entonces Federico
Borromeo, varón de gran juicio y singular discernimiento, quiso
asegurarse por sí mismo, y dijo a la Religiosa, que se hallaba con
una alhaja muy estimable y de gran valor, pero que para saber lo que
debía hacer de ella lo preguntase a Jesu-Christo, y con eso sabría
que no podía errar. Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y
dio de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los
pobres. El caso fue, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su
alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera
dicho que la diese a los pobres. Otra Religiosa decía, que Dios
todos los días la subía hasta el Sol, y la hacía ver la hermosura
de aquel Planeta.
Preguntóla el mismo Prelado cuán grande era aquel Astro, y
respondió que como un Cesto. Conoció claramente este insigne Varón,
que no eran otra cosa semejantes revelaciones, que entusiasmos de
imaginaciones valientes, y pervertidas. Para que esto no cause
dificultad, no hay más que considerar la viveza con que la
imaginativa representa una cosa en los sueños. No parece sino que la
tenemos presente, y que en la realidad nos sucede lo que soñamos.
Entonces no obra el juicio ni la razón, y por eso no corregimos lo
que se nos presenta. Sucede pues, en la vigilia, que la imaginación
representa algunas cosas con la misma fuerza y tal vez mayor que en
los sueños: sucede también que el juicio no corrige a la fantasía,
o porque es pequeño, o por estar impedido de alguna enfermedad, y
así ocasiona la imaginación mil errores.
47
No pretendo con esto introducir la terquedad y obstinación en no
creer estas cosas que pertenecen a revelaciones especiales, como
hacen algunos: intento sólo descubrir la verdad, y deseo que se
hagan los hombres a ejercitar la razón; y siempre tendré por
prudencia desconfiar de las relaciones de muchas personas devotas
concernientes a este asunto; y examinarlas con toda la diligencia
posible para evitar el error; porque algunas de estas revelaciones, o
mejor imaginaciones, son a la verdad inocentes, esto es, no incluyen
cosa opuesta a los sagrados dogmas, ni disciplina de la Iglesia; pero
hay otras llenas de peligro, y no fuera difícil mostrarlas en
algunos libros donde se hallan impresas. Por esta razón quisiera yo
que algunos de los que trabajan vidas de personas Venerables por su
santidad y virtud, tuviesen mejor gusto, y las escribiesen con mejor
Lógica. Alabo el zelo de semejantes Escritores, pero no el juicio.
El escribir la vida de una persona virtuosa es instituto muy loable,
porque es ofrecer a los lectores un ejemplo de virtud para imitarle y
aspirar a la misma perfección.
Pero he visto muchos libros, que
no muestran el fondo de virtud de sus héroes, ni manifiestan el modo
con que ejercitaban la humildad, la paciencia, la caridad, la
mortificación, la honestidad, y demás virtudes, antes se trata esto
de paso; y muy de propósito se ponderan las revelaciones inmensas,
las apariciones sinnúmero, que tuvo la persona Venerable; y casi se
intenta probar la gran santidad de un Varón por el copioso número
de revelaciones, y no por la prueba real y verdadera de sus eminentes
virtudes. Lo peor es, que después de haber llenado un libro de
revelaciones, no se halla en todo él ni una sola prueba, de si
fueron, o no verdaderas, y es porque los Escritores no lo dudan. Ya
se queja de estos descuidos Benedicto XIV, en su Obra de la
Canonización de los Bienaventurados, donde de propósito trata este
mismo asunto. Y pocos días hace que se publicó el tratado de
Revelaciones del famoso Crítico Eusebio Amort, merecedor de que le
lean los que han de examinar semejantes revelaciones, porque se trata
este asunto con buena Lógica y justa Crítica.
48
Podráse decir contra esto que algunas personas santas y virtuosas
dicen de sí mismas haber tenido visiones y apariciones, por donde es
forzoso, o creerlas, o tener a tales personas por no veraces. Es así
que hay muchas visiones y apariciones de Varones santos; y al mismo
tiempo es cierto que hay muchas apócrifas, o fingidas por otros que
se las atribuyen con ánimo deliberado de captar al Pueblo. Harto
comunes son en los libros los ejemplos de entrambas. De las fingidas
no hay necesidad de hablar, sino, en sabiendo que lo son,
desecharlas. De las personas venerables por su virtud y santidad se
ha de creer, que dicen lo que sienten con veracidad; pero aun de este
modo han de ser examinadas sus visiones, porque cabe que sin faltar a
la verdad, las apariciones no sean aceptables. A dos clases se han de
reducir las visiones y apariciones: unas son sensibles, cuando las
cosas que no existen, pero existieron, o han de existir, se presentan
a los sentidos como actuales: otras son mentales, cuando la
imaginación tiene tan vivas las imágenes y representaciones de los
objetos que fueron, o han de ser, pero no son, que el entendimiento
los mira como presentes. Las primeras nunca suceden sin un verdadero
milagro; y aunque es cierto que Dios hace milagros, pero también lo
es que no son tantos como el vulgo literario presume: de manera que
siendo preciso examinar la operación milagrosa con mucha diligencia
para asegurarnos, el mismo cuidado se ha de poner en averiguar las
apariciones sensibles antes de creerlas. Las mentales unas son
naturales, como se ve en los melancólicos muy imaginativos, a
quienes se ofrecen las cosas pasadas y futuras, como presentes, con
una viveza extraordinaria: en los maníacos y frenéticos, que por la
enfermedad dicen que ven los muertos, y mil cosas que no hay, y lo
aseguran, y gritan si se les contradice: en los sueños, donde cada
día hay motivo de experimentarlo: otras son sobrenaturales, como las
que se conoce claramente que no caben en la esfera de la naturaleza.
49 El modo de distinguirlas se toma de lo que representan y
las circunstancias que las acompañan. Si la persona, aunque sea
virtuosa, es crédula, de imaginación fuerte, muy melancólica,
enferma, ya sea de todo el cuerpo, ya de la cabeza, pensativa, metida
en sí, y nos dice que ha tenido visiones y apariciones, es menester
suspender el juicio hasta examinarlas, porque tales personas
naturalmente son visionarias: si lo que dicen de su visión es
inverosímil, extravagante, erróneo, de ningún momento, y
contradictorio, se han de tener por naturales, de acaloramiento de la
cabeza, y falsas: si la doctrina que encierran es opuesta a los
dogmas, o disciplina de la Iglesia, o en ellas se encierra interés,
daño del prójimo (próximo),
o qualesquiera fines particulares distintos de la gloria de Dios, e
instrucción de los Fieles, se han de mirar como entusiasmos de una
fantasía inflamada. Las sobrenaturales se conocen por caracteres
opuestos a los sobredichos, y de ellas hay ejemplos en las divinas
Letras, que han de recibirse con toda sumisión. Lo cierto es que en
Roma, donde se examinan estas cosas con gran exactitud y juicio, de
millares de visiones de las personas virtuosas apenas se aprueba una,
y a veces se reprueban todas. Esta materia, además de los Autores
citados, la ha tratado con solidez el Abad Langlet; y antes que todos
los propuestos ha abierto el camino con admirables advertencias para
no desviarse nuestro insigne Español el P. Juan de Ávila en su Audifilia (Audi, Filia, et Vide) (a).
(a) Capítulo 50, 51 y 52. tom. 3. pág. 279 y sig.
50
Para no caer pues, en errores en este asunto, será bien ejercitarse
en distinguir lo que es propio de la imaginación, y lo que toca al
juicio. Se ha de saber, que la imaginación no hace otra cosa, que
representar al vivo las imágenes de los objetos; pero al juicio toca
hallar la verdad de las cosas que ofrece la fantasía; y como desde
niños nos hacemos a imaginar más que juzgar, será bien ejercitar
continuamente la razón, y sobre todo saber dudar cuando convenga, y
no juntar con precipitada facilidad el juicio con la imaginación.
Si se trata de conocer lo que sucede en otra persona, además de
lo dicho será conveniente examinar si la gobierna alguna secreta
pasión, y muchas veces se hallará, que el deseo que tiene una mujer
de parecer santa, o el apetito de fama de virtuosa, o la ambición y
deseo de mandar, o tal vez el despecho por no venirle las cosas como
desea, han corrompido su fantasía; y de aquí nace que juzgue por
revelaciones sus delirios. Acaso la malicia es el móvil de estas
fingidas apariciones: tal vez alguna oculta enfermedad, que no es
conocida, porque no se manifiesta por fuera,
o la ignorancia, que es general fomento de estas creencias. En fin la
razón dicta, que cuando se ofrecen semejantes revelaciones, empiecen
los hombres sabios a examinarlas dudando, averiguando las pasiones,
la eficacia de la imaginación, la verosimilitud, y la conformidad
que tienen con los dogmas y disciplina de la Iglesia, y poniendo en
obra todas las reglas de la buena crítica.
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