DISCURSO SOBRE EL USO DE LA LÓGICA EN LA RELIGIÓN.
El Chanciller Bacon de Verulamio decía, que la poca Filosofía natural inclina a los hombres al ateísmo, pero la ciencia más elevada los lleva a la Religión. Añade, que los siglos eruditos, especialmente si se goza de la paz y de las cosas prósperas, suelen ser causa del ateísmo, porque las tribulaciones y adversidades llevan con más fuerza los ánimos de los hombres a la Religión (a).
(a) Verum est tamen parum Philosophiae naturalis homines inclinare in atheismum; at altiorem scientiam eos ad Religionem circumagere...... postremo ponuntur (inter causas) saecula erudita, praesertim cum pace & rebus prosperis conjuncta: etenim calamitates & adversa animos hominum ad Religionem fortius flectent. Verulamius sermones fideles, §. 16. pág. 1165. edición de Lipsia del año de 1694.
Lo
que este Escritor dice de la Filosofía natural, se verifica también
en la Lógica, Metafísica, y demás partes de la Filosofía, porque
por experiencia se ve, que los grandes Filósofos, si han tenido la
fortuna de ser educados en la verdadera Religión, son los más píos:
los que con poca Filosofía quieren hablar de todo, como si todo lo
entendiesen, dado que no caigan en el ateísmo, casi siempre son de
poca piedad. Es cierto, que los siglos eruditos engendran una casta
de semisabios, que introduciéndose en lo más íntimo de la Religión
sin el estudio, e inteligencia competente, quieren dar su voto, y aún
reglas para gobernar lo más sacrosanto de ella. Su instrucción
consiste en unos libritos escritos con estilo brillante, con agudeza,
y con pasajes de erudición antigua que los sorprenden, y faltándoles
los fundamentos científicos se dejan llevar de vanas apariencias.
Estos libritos convencen el entendimiento de los sabios aparentes, y
les ganan el ánimo, porque con estos atractivos les ganan el gusto,
con lo que fácilmente son llevados a estimarlos y a seguirlos. Mr.
de Voltaire, Roseau, (Rousseau) L' Ametrie, Helvetius, y otros tales son testimonios calificados de
lo que proponemos. Como estoy persuadido, que estos sectarios, y
otros del tiempo presente persiguen la Religión Christiana con mala
Lógica, quiero mostrar primero, que según la buena Lógica es
preciso admitir la revelación, como que todas las luces del
entendimiento humano, ya naturales, ya adquiridas, le dictan, que hay
verdades de orden superior a cuanto se puede alcanzar con la Lógica
natural, y artificial más perfecta, las cuales se contienen en la
revelación: después intento hacer ver, que los principales
argumentos con que combaten la revelación son sofismas muy distantes
de la buena Lógica. No es mi ánimo tratar esta materia, como lo
hiciera un Teólogo, dándole toda la extensión que ella pide, así
porque no es de mi instituto, como porque entre tantos, y tan
insignes Teólogos como tiene nuestra España, espero no ha de faltar
alguno que dé a conocer a nuestras gentes los engaños, falta de
fundamentos, y mala voluntad, con que los sobredichos sectarios
intentan introducir sus errores por todo el Orbe Christiano: me
ceñiré sólo a mostrar la mala Lógica de que usan, y al mismo
tiempo daré un ejemplo práctico de las reglas que he propuesto en
este escrito. Evitaré los silogismos, porque cualquiera se los podrá
formar fácilmente.
2 Por revelación entiendo la voz de Dios
comunicada por sí misma a los hombres. Dos son las luces que Dios ha
dado al hombre: la una natural, la otra sobrenatural. Natural es la
que ejercita el entendimiento por sus propias fuerzas, con la cual
adquiere las verdades de las Artes y Ciencias humanas: y esta misma
es la que hemos manifestado en esta Lógica, mostrando los caminos
por donde ha de andar para proceder con acierto. Luz sobrenatural es
la que no pudiéndose alcanzar con las fuerzas propias del
entendimiento, se logra por la voz de Dios, que se ha dignado hablar
por sí mismo a los hombres para instruirlos en lo que concierne a su
completa y verdadera felicidad. Las verdades de la luz natural en
gran parte se hallan entre los Filósofos (bien que si se mira con
cuidado es mucho más lo que ignoran que lo que saben) que se han
dedicado con el estudio a ilustrar el fondo que hay en la naturaleza.
Las verdades sobrenaturales están incluidas en las Sagradas
Escrituras, así del Viejo, como del Nuevo Testamento, y en las
tradiciones de los Apóstoles propagadas hasta nosotros. La Iglesia
Católica solamente es la fiel depositaria de las verdades reveladas;
y las divinas Letras junto con las tradiciones Apostólicas no se han
de recibir por otro conducto, estando hoy demostrado con tanta
claridad como las proposiciones de la Geometría, que sólo la
Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesu-Christo, y que a
ella sola pertenece manifestar las verdades sobrenaturales reveladas.
Así como contra la buena Lógica hay sofistas, y embrolladores que
la corrompen, lo mismo sucede en la Religión verdadera. Unos
manteniendo el ser fundamental de ella, la vician y destruyen en sus
partes. Así lo hacen los herejes, que, sin negar el adorable nombre
de Jesu-Christo, no se conforman en algunos artículos con la Iglesia
Católica, en quien este Divino Legislador depositó su doctrina.
Otros, como quien corta el árbol por el tronco, o le arranca de
raíz, niegan de todo punto la Religión Christiana, porque niegan la
Fé a las santas Escrituras y a las tradiciones Apostólicas. Los
Socinianos, Ateístas, Deístas, Materialistas, Naturalistas, y otros
sectarios de esta naturaleza, que hoy cunden mucho, pertenecen a esta
clase. Los Padres antiguos, unos con escritos polémicos, otros con
apologías rechazaron eficacísimamente esta casta de enemigos del
nombre Christiano, puesto que ya entonces los había como ahora, y no
hacen los del tiempo presente otra cosa que renovar los errores
envejecidos y olvidados; y siendo tanta la abundancia de escritos con
que los Padres, y Doctores de la Iglesia han impugnado a toda suerte
de sectarios, sería del caso que algún Teólogo, valiéndose de
ellos, y adornando sus máximas con los atractivos del siglo
presente, los publicase, para que viese todo el mundo que estos
modernos quieren lucirse entre los incautos con pensamientos viejos,
rechazados con invencibles argumentos. Los hombres son tales, que aún
la doctrina más sólida no la reciben si no les da gusto, y por eso
conviene de tiempo en tiempo vestirla con los adornos del siglo, pues
que de ellos solos gustan los que no aman la verdad por ella misma,
sino por los atractivos con que anda vestida. El ejemplo de Santo
Tomás, que lo hizo así, puede ser norma a todo Teólogo.
3 En nuestros tiempos no han faltado escritores excelentes que han demostrado las verdades de la Religión Christiana, probando la necesidad de la revelación, y satisfaciendo plenamente los argumentos que contra ella proponen los Sectarios. Pedro Daniel Huecio, Obispo de Avranches, Bosuet, (Bossuet) Obispo de Meaux, Belarmino, Petavio, Natal Alexandro, y algunos otros han ilustrado admirablemente este asunto. Entre nuestros Españoles hay muchos, y muy buenos que han tratado estas materias. Es singular por la doctrina, y por la fuerza de argumentos filosóficos, de que usa para defender la Fé Christiana de las impugnaciones de los sectarios, el tratado de nuestro Luis Vives de Veritate fidei christianae, dividido en cinco libros preciosísimos, pues en ellos comprehendió en la substancia cuanto en este género han dicho los posteriores. Alfonso de Castro es otro Español, que con el motivo de tratar de las herejías, impugna toda suerte de errores, aun los de los sectarios presentes, que como he dicho son antiguos, con muy apreciables fundamentos. Estos dos Escritores se diferencian en el modo de escribir de esta manera. Castro convence su asunto con argumentos Teológico-Dogmáticos: Vives, al paso que se vale de las Sagradas Escrituras, y doctrina de los Padres, se aprovecha también de la erudición filosófica con una crisis exactísima.
4
Sentados estos presupuestos voy a mostrar por la Lógica la necesidad
de la revelación. Dos suertes de conocimientos tiene el hombre para
alcanzar las cosas: uno por los sentidos: otro por la razón.
Conocemos a Dios por los sentidos de esta manera: vemos que en todo
lo corpóreo que se presenta a ellos no hay cosa ninguna que exista
por sí sin venir de otra, de modo que a la que de nuevo existe
llamamos efecto, y a aquella de donde este dimana, llamamos causa. De
esta observación sensible, perpetua e invariable, nace la verdad
fundamental del juicio: no hay efecto sin causa, o lo que es lo
mismo, todo efecto supone causa. Como el todo encierra todas sus
partes, de manera que no es el todo otra cosa que el conjunto de
todas ellas, de ahí nace otra proposición del juicio: el mundo
tiene su causa, porque no es el mundo otra cosa que el conjunto de
todas las partes que le componen. Como por los sentidos se alcanza
que todo lo corpóreo viene de causas corpóreas, y el juicio no
puede admitir ningún infinito, porque es superior, y opuesto a su
capacidad; de aquí deduce muy bien, que no pudiendo ser infinita la
serie de las causas corpóreas, es preciso que la causa del mundo no
sea corpórea, y por consiguiente sea puro espíritu, puesto que se
da este nombre a la substancia activa, que en su ser no contenga nada
de material y corpóreo. Los hombres de ahora nacen de otros hombres:
los trigos de otros trigos: y así de las demás cosas naturales que
se engendran y destruyen. Si un hombre no engendrase a otro, o una
semilla no produjese otra, se acabaría la propagación. Subiendo,
pues, de siglo en siglo hasta el origen, y viendo que nunca una cosa
ha nacido de sí misma, es preciso llegar a la primera, la cual haya
sido producida de otro Ser, y este es Dios, Hacedor de todas las
cosas. Así llega el entendimiento por grados a conocer la causa del
mundo y a su Criador; y así como en la producción de las partes del
Universo anda de causa en causa, buscando las que son origen de las
partes que le componen, cuando llega a la causa del mundo entero,
descansa, y se para, como quien está satisfecho de haber encontrado
el último término de sus conocimientos. Esta Causa del mundo, que
le ha hecho de la nada, es la que llamaron los Griegos Theos, los
Latinos Deus,
nosotros Dios.
5 Por la razón alcanzamos a Dios de esta
manera. El entendimiento en todos sus conocimientos busca la verdad:
ninguna verdad de este mundo, por muchas que recoja, le llega a
satisfacer, porque queda siempre con deseos y ahínco de averiguar
más verdades. Esta inclinación, que no puede saciarse en este
mundo, le hace entender que hay una Verdad suprema, por la cual
suspira, y con la cual sola se puede satisfacer. Esta Verdad es Dios.
Conoce el hombre el bien, va en busca de él, y todos los bienes de
este mundo no pueden llenar sus deseos: de aquí infiere que hay un
Bien sumo distinto de este mundo, que en sí encierra todos los
bienes, que a este se enderezan sus inclinaciones, y que en su
posesión consiste su felicidad, pues que en ella consiste el poseer
todos los bienes que apetece. Este sumo Bien es Dios. Tiene el hombre
dentro de sí mismo las nociones de lo justo, e injusto, con
estímulos de seguir lo justo, y con remordimientos y temores de
algún daño, si sigue lo injusto. Como en este mundo halla mil
estorbos para la justicia, naturalmente infiere que hay un Autor de
la Justicia universal para llenar los deseos de lo justo, que el
hombre tiene.
El Autor de la Justicia universal es Dios. Por la
recta razón conocen los hombres que lo justo es digno de premio, y
así todos los justos lo solicitan: que lo injusto es digno de
castigo; y los injustos, aunque se huyan y escondan, sienten
interiormente remordimientos, que los acusan y convencen ser
merecedores de pena. De aquí nace la obligación que cada uno conoce
tener a seguir lo justo;
y no habiendo en este mundo premios, ni
castigos suficientes, que sirvan a contentar al justo, y enmendar al
injusto, deduce el entendimiento que ha de haber precisamente un
Juez Supremo, dueño de todos los premios debidos a la justicia y
dispensador de todas las penas que a la injusticia le corresponden, y
este Juez es Dios. Hasta aquí camina el hombre con las luces
naturales, y conoce a Dios, sin que en esto puedan tener excusa
alguna los Ateístas; pues, o han de negar su propio ser, o han de
confesar que todas estas verdades están dentro de sí mismos; y
fomentadas por una buena Lógica toman más vigor, y se radican con
más fundamento.
6 Pero cuán poco es todo esto si el hombre
no estuviese ayudado de la revelación! El entendimiento conoce la
suprema Verdad, el sumo Bien, la soberana Justicia; mas deseando
penetrar su ser íntimo, y sintiéndose movido a buscarle, amarle, y
adorarle, le faltan para esto luces naturales, y lo suple todo
cumplidamente con las reveladas. Así que decía el Apóstol, que los
Filósofos Gentiles conocieron a Dios; pero ni le reverenciaron, ni
dieron gracias como era debido, porque se gobernaron sólo por sus
luces naturales, que no alcanzan a conocer íntimamente la Divinidad,
ni a venerarla como corresponde a su grandeza. Hay que considerar
cierta relación o respeto entre Dios y el hombre. Dios es causa, el
hombre efecto: Dios es el sumo Bien, el hombre desea gozar este
complemento de todos los bienes: Dios es la suprema Verdad, el hombre
está en continuos deseos de alcanzarla: Dios es la soberana
Justicia, el hombre se siente incitado a seguirla. Por la justicia es
preciso que el hombre reciba de Dios las leyes: por la verdad el
conocimiento recto: por el bien su felicidad: por el poder de causa
su ser y subsistencia.
7
Es preciso, pues, que haya cierta relación y respeto entre Dios y el
hombre, de manera, que este ha de conseguir sus bien fundados deseos
con la posesión de Dios, porque así poseerá todo lo que apetece; y
Dios le da al hombre el conocimiento que necesita para ir hacia él,
y le mueve la voluntad; y como todos los conocimientos, que para
estos fines se requieren, no puedan tenerse por la luz natural del
entendimiento, ya porque esta no excede ciertos límites, ya también
porque en saliendo de ellos para las demás averiguaciones que
necesita, fácilmente cae en el error, por eso es preciso que las
luces naturales las fortalezca con las de la revelación. Los
estímulos con que se siente el hombre movido a buscar a Dios, si
sólo se gobernasen por la luz natural de la razón, le llevarían a
Dios del modo que estas luces le llevan al amor de las criaturas;
pero como sea preciso que el amor de Dios sea más puro, más
perfecto, y como que no se endereza a cosa caduca, sino a la posesión
de un bien inmenso, lo cual descubre con toda certeza la revelación;
por eso es esta precisa para ilustrar el entendimiento, y
suministrarle las luces que le faltan.
8 Alcanza el hombre por
la razón bien gobernada algunas verdades en este mundo, que si bien
se mira, además de ser pocas, son imperfectas, porque sobre una
misma materia le quedan innumerables que alcanzar. Estas luces,
hechas a descubrir verdades mundanas, ¿cómo han de ser suficientes
para percibir la Verdad soberana, perfectísima, complemento de todas
las verdades, y sola capaz de dejar satisfecho el entendimiento? Esta
misma eterna Verdad, comunicada a los hombres, es la que puede
instruirlos con luces sobrenaturales de lo que ella es, y cómo ha de
buscarse. Con las luces naturales conoce el hombre lo justo de este
mundo, y los bienes que en él se hallan; pero para conocer la suma
Justicia, sin mezcla de injusticia ninguna, y entender el Sumo Bien,
sin que se pueda confundir con los bienes falsos y aparentes, es
necesaria la luz de las verdades reveladas. En conclusión todos los
conocimientos específicos del hombre para conocer a Dios como
Criador, amarle como sumo Bien, seguirle como soberana Justicia,
entenderle como Verdad suprema, adorarle como Dueño de todas las
criaturas, y lleno de infinitas perfecciones, si se fían solo a la
luz natural, son mundanos, imperfectos, con mezcla de sensibles,
expuestos a las preocupaciones y toda suerte de errores, que hemos
notado en esta Lógica; y así se ve que los sectarios que han
querido fiarse de estas luces naturales, con una verdad han mezclado
mil falsedades y desvíos.
9
La revelación unida con la razón es la que da reglas y máximas
indefectibles, para que en este asunto gobierne el hombre sus
conocimientos con acierto.
Si llegásemos a entender, que en
tierras muy distantes de las nuestras había un Príncipe que tuviese
virtudes muy superiores a las de otros, tesoros de inestimable valor
comunicables a cualquiera que le buscase, y poseyese un Reyno
felicísimo en todo para sus habitadores, nos vendrían deseos de
vivir con él para ser poseedores de tantos bienes. Pero para ir a
buscarle ¿nos fiaríamos de las luces comunes, capaces de ser
inciertas, o en sí mismas, o por los conductos por donde nos venían?
Cierto es que no; antes bien procuraríamos asegurarnos por
relaciones firmes, comunicadas por medios ciertos, y que dimanasen de
la misma voz del Príncipe, con la cual quedásemos asegurados de sus
promesas. Quien haga reflexión sobre la flaqueza del entendimiento
humano, lo poco que se sabe, y lo mucho que se ignora, la facilidad
con que caemos en el error: los extravíos a que venimos por los
sentidos, por la imaginación, por el ingenio, por los falsos
raciocinios, por la precipitación del juicio, por falta de método,
cosas todas que cada uno de nosotros tiene cada día ocasión de
experimentar en sí mismo, será preciso que confiese, que las luces
naturales del hombre no le subministran noticias bastante seguras,
fieles y constantes para llevarle al supremo Príncipe de todo lo
criado; para lo cual las noticias que él se ha dignado dar de sí
mismo por medio de la revelación, hacen la total certeza con que se
ha de caminar a buscarle.
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Consideremos las miserias del hombre y el fin a que es criado. Por
los sentidos comprendemos, que no hay animal más lleno de desdichas
y trabajos. Nace desnudo entre la basura y la inmundicia: llora,
gime, siente calor y frío, dolores e incomodidades acabado de nacer:
si los padres no le cuidasen se moriría de hambre, porque por sí no
se puede buscar el alimento. Al paso que va creciendo con la edad, va
padeciendo innumerables enfermedades, continuos sobresaltos,
incomodidades sin límites, de suerte que los bienes físicos que
llega a gozar son pocos, los males innumerables, no debiéndose tener
por feliz por la posesión de algunos bienes mundanos, sino por el
apartamiento de muchos males. Mirando al hombre por la razón
natural, y examinando por ella su ánimo, hallamos, que como fin de
todos sus conocimientos y deseos, busca su felicidad, su bien estar,
su sosiego, su complacencia, y entero contentamiento. No hay ninguno,
si quiere confesar lo que pasa dentro de sí mismo, que no conozca
que no es criado para un mundo donde es imposible que logre el fin a
que aspira.
El nuevo estado donde el hombre ha de vivir sin temor
a la muerte, gozando del sumo Bien por quien suspira, entendiendo la
suprema Verdad que busca, poseyendo una justicia perfectísima, y
logrando un contento y satisfacción, puros, capaces de llenar sus
bien fundados deseos, sólo se alcanza por la revelación, que nos
descubre los inefables bienes y el complemento de todas las
felicidades, que Dios tiene preparadas a los Justos en su Reyno. Los
Filósofos Gentiles cultivaron mucho la razón natural: alcanzaron
por ella algunas verdades concernientes a los usos de este mundo:
conocían que esta habitación de la tierra no llenaba el fin a que
eran nacidos, y a que les empujaba su propia naturaleza. Pero qué
errores no mezclaron con esto? Quien quiera que los lea en sí
mismos, conocerá que son más sin comparación los desvaríos que
los aciertos. Faltóles la luz divina de la revelación, con la cual
pudieran haber disipado todos sus errores y tinieblas.
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Hemos visto en el primer punto de este Discurso, que la razón
alcanza un Ser infinito inmaterial, Hacedor de todas las cosas,
Verdad eterna, Bien sumo, Justicia inefable, centro de nuestra
felicidad, y complemento de todos los bienes: también hemos visto,
que según es la razón humana frágil, endeble, propensa al engaño,
movible por las pasiones, arrebatada de los apetitos, obscurecida por
la ignorancia, trastrocada por las preocupaciones, engañada de los
sofismas, de los sentidos, de la imaginación, del ingenio, y de
otras mil maneras sujeta al error y a las equivocaciones, no es de
suyo suficiente para conocer a Dios, amarle, adorarle, invocarle,
como conviene a su ser, grandeza, y perfecciones,
y como es
necesario para, en virtud de sus promesas, poseerle y gozarle, y que
para esto son necesarias las luces de la revelación. Puesta esta
necesidad, queremos mostrar, que la voz de Dios por la revelación se
halla en las Santas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento, contra
los Sectarios modernos, que el primer paso que dan para establecer su
impiedad es negar la Divinidad de las Sagradas Letras. En los
Escritores Gentiles anteriores a la Ley de Gracia no se trata este
punto, porque no tuvieron noticia de las Santas Escrituras, salvo
Platón, de quien se dice que tomó de ellas lo mejor de su
Filosofía, de manera que Numenio le llama Moses atticissans, esto
es, Moyses en griego.
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El Abad Calmet, que trató de propósito este punto, no adhiere al
dictamen común de los antiguos Escritores, que suponían haber
tomado Platón las noticias de los libros de Moyses, por haber
tratado con los Judíos en Egipto. Mas esta controversia nada hace a
nuestro asunto, puesto que sólo intentamos manifestar, que los
Filósofos Gentiles anteriores a Jesu-Christo no se metieron en estas
averiguaciones. En los primeros siglos de la Iglesia sí que hubo
muchos impugnadores, y contradictores de la Divinidad de las
Escrituras Sagradas. Bien sabidos son los conatos de Fausto Maniqueo,
a quien respondió S. Agustín: las artes, la malignidad, la potencia
de Juliano el Apóstata, contra quien escribieron S. Cirilo
Alexandrino
y S. Gregorio Nacianceno: los argumentos del Filósofo Celso, a quien
satisfizo Orígenes. Las Apologías de S. Justino, de Tertuliano,
Minucio Félix, Arnobio, Lactancio, y otros antiguos Padres a favor
de la Religión Christiana, son testimonios ciertos de las
contradicciones que esta tuvo en su establecimiento, y por ellas se
ve la oposición que hacían algunos a la Divinidad de las Santas
Escrituras. Estos errores envejecidos, desechados, olvidados, y
envilecidos, se han renovado y se renuevan cada día, y salen al
público vestidos de nuevo a la moda del siglo, con agudezas,
elocuencia, versitos de Poetas Latinos, y pedacitos de erudición
halagüeña, para captar a los incautos en un tiempo en que son
muchos los Filósofos, y muy poca la Filosofía.
Los Socinianos,
dando a la razón del hombre un imperio muy superior a sus fuerzas,
volvieron a abrir el camino, que desde la antigüedad estaba cerrado,
exagerando que no ha de haber otra norma que la de la razón, y que
los Sacrosantos Misterios de la Religión Christiana han de
desecharse por no poderlos alcanzar la razón humana, sin hacer caso
ninguno de lo que en esto enseñan las Divinas Letras. Los Sectarios
del tiempo presente se recalcan en lo mismo, y no pierden ocasión en
sus escritos varios para despreciar la revelación
13
He dicho varios, porque hoy dominan una suerte de escritos donde se
habla de todo sin probar nada, parecidos a aquellas ferias donde se
proponen infinitos géneros de poco valor, todos confundidos entre
sí, sin otro fin que el de embelesar a los compradores, incapaces de
distinguir lo sólido de lo aparente, lo superficial de lo fundado,
el oropel del oro. Piezas sueltas, pensamientos vagos, reflexiones
volantes, mezclas de todas las cosas, discursillos de cuanto hay en
el mundo, hacen el caudal de estos Escritores. Miguel de Montaña,
entre los Franceses, dio auge a esta costumbre de escribir a los
principios del siglo pasado. Después Mr. de S. Euremont, La Bruyere,
y otros muchos la han adoptado. Últimamente la practican Mr. de
Voltaire y Roseaux. El Autor del Arte de pensar y el P. Mallebranche
han mostrado los errores de Montagne. No faltan ahora impugnadores
sólidos de los sectarios presentes, que con esta casta de escritos
persiguen la Religión. La desgracia es, que los libritos perniciosos
se leen y se celebran; los de los contradictores ni aún noticia se
tiene de ellos.
Lo mismo sucede con los del tiempo pasado. S.
Agustín trató de propósito de la Divinidad de las Santas
Escrituras en varias partes impugnando a Fausto, y de intento en los
libros de la Ciudad de Dios, demostrando los desvaríos de los
Filósofos Gentiles, y la verdad de las Divinas Letras, corno
dictadas de Dios. Cerca de nuestros tiempos trató Belarmino este
punto al principio de sus controversias: después Natal Alexandro en
el tomo segundo de su Historia Eclesiástica. Son tan admirables y
tan sólidas las pruebas con que estos Escritores muestran que las
Sagradas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento son la voz de Dios,
que se ha dignado revelar a los hombres lo que no podían estos
alcanzar con sus luces, que no hay más que desear. Mi intento aquí
es no salir de la Lógica, y mostrar que, según sus reglas, las
Divinas Escrituras son reveladas por Dios, y que las contradicciones
de los Sectarios modernos no se pueden componer con una Lógica
atinada.
14 Cuando se examina si las Sagradas Escrituras del Viejo Testamento son reveladas por Dios, se trata de averiguar una cosa de hecho. Las cosas de hecho sensible en su raíz, solo se saben por la aplicación de los sentidos; si la cosa es insensible, por la razón. Las dos concurren aquí iguales a probar que Dios ha revelado las Sagradas Letras. Los sentidos, cuando uno no puede aplicar los suyos, porque se trata de cosas pasadas o ausentes, hacen fé siendo ajenos, con tal que en su uso se haya evitado el engaño. Como sabríamos que hubo Julio César, que fue muerto en el Senado: que hubo Cicerón, y que fue asesinado en una Granja: que hubo Augusto, y otros Emperadores Romanos, si no creyésemos a los que nos lo aseguran, porque los vieron, conocieron, y trataron? La fé de las Historias, y la noticia de los tiempos pasados nos viene de esa manera. Sentemos ahora un hecho asegurado sin contradicción por todo el mundo, es a saber, que hubo un Pueblo Hebreo reducido a pequeño recinto, si se compara con la extensión de los demás Reinos: que este Pueblo es el más antiguo que se conoce: que por una tradición constante antiquísima, perpetua, y general creía que sólo había un Dios, el cual había hablado a sus Padres, a Adam, que fue el primer hombre criado en el Paraíso, después a Noé, Abraham, Moyses: que hizo con ellos el pacto de enviarles un Mesías reparador del género humano, miserable por la culpa del primer hombre: que comunicó a Moisés la Ley, haciendo claros los mandatos que la torpeza del entendimiento y el desorden de la voluntad habían oscurecido: que envió a los Profetas, inspirándoles lo que debían decir a su Pueblo escogido para que caminase por las Vías del Señor: que señaló el tiempo en que había de venir el Salvador del mundo a enseñarles el camino de su suma felicidad: que todas sus promesas y avisos los autorizaba con milagros estupendos, con que se manifestaba su gloria y la seguridad de sus inspiraciones: que todo esto lo tenían escrito en el Viejo Testamento, cuyos libros guardaban como venidos del Cielo, los miraban con sumo respeto, los tenían por regla indefectible de su conducta hacia Dios, y por cosa sagrada, que era delito profanar. Esta tradición es digna de fé inviolable por cuantos títulos prescribe la mejor Lógica.
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La antigüedad, la perpetuidad, la sucesión de tiempos no
interrumpida, la condición de los poseedores de esta tradición, que
fueron los Patriarcas y Profetas, varones santos, ilustrados,
veracísimos, sumamente conformes entre sí, sin haberse opuesto los
unos a los otros en la diversidad de tiempos, costumbres y países,
los milagros confirmatorios de ella, y el exacto cumplimiento de las
promesas, son pruebas relevantes de su verdad divina, puesto que el
conjunto de todas estas prerrogativas no cabe en la potencia humana.
Júntense todas las Historias seculares, que comúnmente llamamos
profanas: véanse sus tradiciones las más acreditadas y tales, que
todos les den fé sin disputa: cotéjense sus circunstancias con las
del Pueblo Hebreo, y se hallará que apenas llegan aquellas a tener
una parte de las pruebas que califican a estas. La doctrina de los
libros Sagrados, así en asuntos Históricos, como en Morales, es la
más pura y perfecta. Todos saben que los más exactos Historiadores
Gentiles han escrito innumerables patrañas, de modo que Plinio,
haciéndose cargo de esto dice, que Diodoro dejó entre los Griegos
de escribir cosas frívolas (a). Pero cuántos defectos halló
nuestro Vives en Diodoro (b)?
El Abad Calmet, en la Disertación
que puso al principio de su Historia del Viejo Testamento, probó
concluyentemente, que todas las Historias profanas están llenas de
faltas y contradicciones, de manera que lo más fijo de ellas es lo
que han tomado de la Escritura Sagrada. En lo Moral, quien haya leído
a Laercio, Sexto Empírico, Plutarco, Cicerón, Séneca, donde se
hallan los sentimientos de los Filósofos antiguos, verá, no Moral
arreglada en ellos, sino monstruosidades y errores enormísimos.
Digna es de leerse sobre esto la obra del P. Balto, y la que escribió
últimamente el P. Ceilier contra Barbeyrac, en las cuales podrán
todos ver que los Santos Padres, como fieles seguidores de las
Divinas Escrituras, son los Maestros de la Moral más pura, y que los
Sectarios modernos en sus escritos no hacen otra cosa que copiar a
los Gentiles.
(a) Apud Graecos desiit nugari Diodorus. Plin. Hist. Nat. l. I. praef. p. 5.
(b)
Vives de Caus. corruptar. art. lib. 2. pág. 370.
16 Es también consecuente a la pureza de la doctrina, y prueba de su Divino origen el culto, adoración y respeto a Dios, que se prescribe en las Sagradas Letras. No se puede ver mayor humillación del ánimo delante del Señor: qué súplicas y oraciones tan fervorosas, qué lagrimas, qué esperanzas y sumisiones, qué reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre las criaturas no se descubren en el culto y adoraciones del templo. Si bien se mira, no pueden los hombres con más pureza manifestar su pequeñez, su miseria, su esperanza, sus votos, sus ánimos, enderezándolo todo a reconocer la grandeza, majestad, clemencia y misericordia del Todo-Poderoso. El culto Gentílico a los Dioses era inmundo, vano, sacrílego, y mezclado de mil impurezas como consta de las
las
historias de ellos. Se sacrificaban los hombres: se llenaban los
Altares de sangre: no acompañaba la humildad a las súplicas, ni
iban conformes el corazón y la lengua.
17 No hay Nación,
por bárbara que sea, que no tenga Religión, porque están plantadas
en el corazón de todos los hombres las semillas de ella. El Padre
Acosta, en su Historia Natural de las Indias, pinta los antiguos
Moradores de la Nueva España, coma gente sin Religión alguna (a);
mas creo que se engaña, y que es fundada la impugnación que en esto
le hace Cumberland, a quien siguen otros Ingleses (b). Ni hay que
fiarse de las relaciones de los Viajeros, pues no siempre averiguan
las cosas de espacio, ni las dicen como ellas son, sino según las
entendieron, como lo han notado con sagaz advertencia los que no se
dejan sorprender de las novedades (c). Júntense todas las maneras
gentílicas y bárbaras de adorar la Divinidad, y cotéjense con la
dignidad y pureza del culto que prescriben las Sagradas Letras, y se
verá que aquellas vienen de los hombres, estas de Dios. No es de
poca consideración el empeño con que las Santas Escrituras condenan
la idolatría, y enseñan a reconocer y adorar un solo Dios, para
entender que así como el culto de muchos Dioses nació de la
ignorancia y malicia de los hombres, el conocimiento y adoración de
un solo Dios verdadero, Hacedor de todas las cosas, viene del Cielo.
18 Todas estas consideraciones hacen, no una demostración,
sino un cúmulo de demostraciones, claras, evidentes, y certísimas,
de la Divina inspiración de los libros Sagrados. En efecto, Pedro
Bayle, sin embargo de su Pyrrhonismo, no se atrevió a negar que las
Santas Escrituras llevan consigo los caracteres de la Divinidad (d).
(a) Acost. Hist. de las Ind. lib. 7. cap. 2. pág. 453.
(b) Cumberl. Ley Natur. Discurs. prelimin. §. 2. pág. 3 y 4.
(c) Véase Valsecchi lib. I. cap. 9. §. 2. y sig. pág. 122.
(d) Bayl. Diccion. Crític. artícul. Acosta tom. I. pág. 71. y artícul. Beaulieau tom. I. pág. 522. artícul. Manichees tom. 2. pág. 2026.
A
todo esto debe añadirse la creencia y autoridad de la Iglesia, que
es indefectible. La Iglesia Christiana empezó con el mundo. En el
Viejo Testamento estuvo en figura. Cumplióse todo en Jesu-Christo, a
quien se enderezaban las promesas de Dios, los votos de los
Patriarcas, las predicciones de los Profetas, y la creencia del
Pueblo encubierta en las ceremonias legales. Esta Iglesia, continuada
desde el principio del mundo hasta nuestros días, sin interrupción,
con una misma creencia, reconociendo un mismo Reparador del género
humano, un mismo Mesías libertador de su Pueblo, mirándolo en la
Ley antigua como prometido y venidero: adorándolo en la Ley nueva
como el Autor de la salud y Redentor, en quien se han cumplido todas
las promesas y vaticinios, es un cuerpo sin igual en todo el Orbe;
cuyo nacimiento, continuación, perpetuidad, duración, verdad, y
permanencia, propuestas y explicadas en las Escrituras del Viejo
Testamento, y confirmadas en el Nuevo con tan relevantes pruebas de
conexión, enlace, orden y credibilidad, que no hacen más certeza
las de la Geometría, arguyen evidentemente un origen divino, una
sabiduría infinita, y una mano sumamente poderosa que la sostiene.
¿Qué Nación hay, o Provincia, o Reyno, que por grandes que hayan
sido sus aumentos, no haya venido a la decadencia? ¿Qué Gobierno,
República, o Monarquía podrá señalar y probar origen tan antiguo
con unas mismas leyes, creencia, y costumbres en lo substancial? Un
poco de lectura de Historia hará ver a cualquiera la inconstancia de
los Reinos, la caída de los Imperios más poderosos, la mutabilidad
de las Monarquías más florecientes, porque así lo trae consigo la
condición humana. Cuando a vista de estas mutaciones observamos, que
la Iglesia Christiana permanece desde el principio del mundo, siempre
la misma en sus fundamentales leyes, doctrina, y ordenamientos
propuestos en los Libros Sagrados, sin variedad en la creencia, y sin
que la hayan alterado la sucesión de tantos siglos, tantas
persecuciones como en todos tiempos ha experimentado; cuando al mismo
tiempo vemos que cuanto han establecido los Filósofos por el uso de
la razón, esta lleno de dificultades, contiendas, contradicciones,
mudanzas, inestabilidad, y errores, ¿quién habrá que no conozca
que la Religión publicada en las Sagradas Escrituras no puede venir
de los hombres establecedores de cosas caducas, sino de un Dios
eterno, e inmutable?
La Iglesia pues, que nos asegura la
Divinidad de las Escrituras, es un testimonio irrefragable de las
revelaciones de ellas. Guarda la Iglesia estos santos Libros, los
conserva, los sigue, cree su doctrina con uniformidad, y es fiel
depositaria de sus verdades. Si todos los hombres se convienen en un
principio de razón, no pueden engañarse, porque aquello en que
todos concuerdan es preciso que sea verdadero. Dios es Autor de la
revelación como de la razón; su Iglesia, este Pueblo escogido, que
se conviene sin discordia en la creencia de las Divinas Letras, no
puede padecer engaño, ni puede decirse de ella que en esto puede
errar, sin ofender la infinita veracidad de Dios, que ni puede
engañarse, ni engañarnos.
19 Hemos probado hasta aquí la necesidad de la revelación y su existencia: resta ahora satisfacer algunos reparos de los Sectarios. Dicen que Moyses en sus leyes no señala otras penas a los transgresores que las temporales, sin hablar de la pena eterna en los Libros sagrados, que salieron de su mano, cuyo silencio arguye que no tuvo conocimiento, ni revelación de ella. Este reparo ya es antiguo, pues le satisfizo S. Agustín escribiendo contra Pelagio. Es así que Moyses en sus leyes al Pueblo Hebreo no habló del castigo de la otra vida; pero no se arguye bien por eso, que ni él, ni su Pueblo lo creían. Este es argumento negativo, tomado del silencio de Moyses. En buena Lógica el argumento negativo para hacer prueba, entre otras cosas pide, que el sujeto que calló la cosa pudiese y tuviese necesidad de decirla. El Pueblo se gobierna más por los sentidos que por la razón: los bienes sensibles le atraen, y los moles sensibles le hacen temer, y le contienen. Moyses, que era Legislador, y conocía muy bien estas cosas, no hallaba necesario obligar a su Pueblo a la observancia de sus Leyes por unas penas, como las de la otra vida, que este miraba como de lejos, y que no le harían viva impresión, aunque las creyese. Aun en los que tenemos la dicha de recibir la Fé con el Bautismo, suelen hacer más impresión las penas temporales que las eternas. Fuera de esto débese el Pueblo Hebreo mirar con dos respetos, o como una Nación particular gobernada por sus propias Leyes, o como un Pueblo en quien estaba depositada la verdadera Religión. Como que era el que conocía y adoraba a un solo Dios. Cuando Moyses establecía las Leyes de su gobierno temporal, no imponía otras penas que las mundanas; pero por lo que tocaba la Religión tenía este Pueblo creencia del premio y castigo eternos por la tradición de sus mayores, y no era necesario acordarlas, al modo que sucede entre nosotros; pues las leyes patrias sólo nos amenazan con penas y castigos de este mundo, aunque creemos las que Dios tiene reservadas para el otro. Este conocimiento del Pueblo Hebreo se manifestó después más claramente por los Profetas, y aún antes por lo que dice Job; bien que su total luz se reservaba para Jesu-Christo, que como hijo de Dios, puso en claro el Reyno de los Cielos, entendido con algunas sombras por los antiguos Judíos, e ignorado enteramente de los Filósofos. Este punto le han satisfecho plenamente algunos Escritores Católicos, que lo tratan de propósito, entre los cuales es muy señalado Luis Vives (a). Un resumen de sus pruebas se puede ver en Valsecchi, Dominicano (b); y en el Diccionario Antifilosófico, escrito para responder al Diccionario Filosófico de Mr. de Voltaire, que tomando de otros Sectarios este argumento, ha tirado a promoverle (c). Juan Spencero (John Spencer), Inglés, Escritor moderno de las Leyes y Ritus de los Hebreos, trata este punto muy de propósito, y pone razones y pruebas eficaces de los motivos que tuvo Moyses para no proponer a su Pueblo otras penas que las temporales, aunque era cierta en ellos la noticia de las eternas (d). Debiera Mr. Voltaire, si impugnase con buena fé, hacerse cargo de las pruebas de un Escritor tan célebre contra sus aserciones; mas visto es que en esto siguió su estilo de decir las cosas, de no probarlas, y de asegurarlas con los mismos extremos, que si las hubiera probado.
(a) Vives de Veritat. Fidei Christ. lib. 3. pág. 414.
(b) Valsecchi de Fundament. Relig. lib. 2. cap. 10, §. 5. pág. 214.
(c)
Dictionair. Antiphilos. articl. Moys. tom. 2. p. 43.
(d) Spencer.
de Legib. Hebraeor. lib. I. cap. 4. tom. I. pág. 41.
20 Otro argumento contra la Divinidad de las Sagradas Escrituras hacen los Sectarios, sacado del culto divino prescrito en ellas, y practicado por la Iglesia; pues todas las ceremonias del templo las tienen por gentílicas y profanas, muy distantes de poder venir de Dios. Fuera increíble el furor, que subministra las armas a estos impugnadores de la verdadera fé, si no lo viésemos en tantos libros como esparcen, y no respiran otra cosa que odio y aversión a la Religión Christiana. Faltan aquí a una máxima fundamental de Lógica, pues hablan decisivamente de lo que no están bastantemente instruidos. Quieren gobernarlo todo por su Filosofía, y les falta la Teología, sin la cual no pueden dar un paso asegurado en estas materias; y ya que no quieran la Escolástica, debieran a lo menos estar versados en la Polémica. ¿Cómo han de impugnar lo que no saben? ¿Cómo han de ver claramente la conexión de lo que aseguran con los principios fundamentales del juicio, si los ignoran? Las ceremonias que usa la Iglesia, unas sacadas de los libros Sagrados, otras instituidas por ella para mayor culto de Dios, son exactísimas, y las más a propósito para una casta y sincera adoración de la Divinidad. Si se introducen abusos, se han de condenar estos, mas no el buen uso.
21
La Iglesia sólo sale fiadora de sus establecimientos santos, y
arreglados a la razón y a la Religión: si estos establecimientos
los practicaran los Ángeles, todo sería puro; pero como son los
hombres los que los ejercitan, se mezcla alguna vez en ellos lo
humano. La Iglesia tolera muchas cosas, que no las aprueba. Cuando
son opuestas a la fé, o las buenas costumbres, no calla, antes bien
corrige, e increpa con toda paciencia y doctrina. En lo demás
corrige los abusos, según lo permiten los tiempos, la oportunidad y
la prudencia. Si por estos abusos se hubiera de hacer juicio de las
cosas, fuera menester arrancar todas las viñas para que no hubiera
beodos, quitar el comercio para evitar las fraudes, abolir los
juzgados para que no hubiera injusticias. Esto es lo que enseña la
buena razón gobernada de la Lógica: lo demás son extravíos del
furor y de las pasiones.
Las ceremonias judaicas son en dos
maneras: unas se enderezan a manifestar la sumisión, humildad, amor,
y reverencia, con que el hombre ha de adorar a Dios: otras son
significativas del Mesías, que esperaban, y estas le representaban
en figura. Las primeras han quedado en la Iglesia Christiana, porque
son puras y santísimas: las otras se han extinguido, porque su uso
fuera falso, y su significación engañosa, por haberse cumplido en
Jesucristo con toda realidad lo que ellas manifestaban en imagen y en
sombras.
22
Sobre el tiempo en que se acabaron y se declararon mortíferas estas
últimas ceremonias judaicas, si fue cuando Jesu-Christo dijo en la
Cruz: Consummatum est (a), o fue cuando los Apóstoles juntos en
Concilio en Jerusalén dijeron: Visum est Spiritui Sancto & nobis
ut abstineatis a sanguine & suffocato (b),
hubo una gran
contienda entre S. Gerónimo y S. Agustín, defendiendo cada uno su
parte, sobre lo cual se escribieron algunas Cartas muy dignas de ser
leídas; pues se puede aprender en ellas la disciplina del primer
siglo de la Iglesia, y la moderación con que se han de tratar los
Escritores cuando son de opiniones y pareceres contrarios. Los
Cristianos, además de las ceremonias, que hemos dicho, que
conservaban de los Hebreos, tomaron algunas de los Gentiles donde
predicaban el Evangelio, y eran aquellas que miraban a Dios y no
tenían mezcla de idolatría, error, ni superstición. Las tomaban
santificándolas, cristianizándolas, y haciendo que con buen uso se
enderezasen al verdadero Dios las mismas, que con abusos se dirigían
a los ídolos, al modo que nos aprovechamos de algunas máximas de
los Filósofos Gentiles, cristianizándolas, y haciéndolas servir a
la verdadera Religión, como que las sacamos de injustos poseedores
para hacerlas justamente nuestras. ¿No tomamos cada día estilos y
costumbres de las naciones extrañas, haciéndolas propias? Ojalá
que en esto imitásemos la prudente conducta de la Iglesia, que sólo
ha tomado lo más puro, y lo que puede servir a mayor gloria y culto
del Dios que veneramos.
(a) Joann. cap. 19. vers. 30.
(b) Act.
cap. 15. vers. 28, & 29.
23
Nuestro Pedro Ciruelo compuso una Obra excelente sobre el uso y
significación de los ritus (ritos)
y ceremonias Eclesiásticas. Después trató este punto el Cardenal
Baronio. El Autor del precioso libro: Methodus legendorum Ecclesiae
Patrum, explicó muy bien este asunto, y últimamente el Papa
Benedicto Décimo
cuarto en su Obra de Sacrificio
Missae. Middleton
hizo un viaje a Roma para impugnar más a su gusto las ceremonias de
la Iglesia Católica. Iba bien preocupado de las turbulentas
prevenciones de su País en materias de Religión. La Filosofía
gentílica era su guía, y en lugar de librarse de las
preocupaciones, se arraigó más en ellas, y disparó un escrito
contra las ceremonias lleno de agitación y de amargura. Si antes de
tomar la pluma hubiera leído de espacio los Autores citados, que han
profundizado esta materia, y hubiera pesado las razones con buenas
noticias de la Teología, se hubiera hallado más bien dispuesto a
tratar este punto, y pudiera haberse gobernado con mejor Lógica.
24 El mayor argumento que creen hacer los Sectarios contra
las Sagradas Escrituras es la contrariedad, que ellos hallan, entre
los Misterios Sagrados y los milagros con la razón; pues siendo esta
de Dios, y no pudiéndose contradecir, no se han de tener por
reveladas las cosas que se oponen a ella: de aquí deducen, que no ha
de haber más que la Religión natural; es decir, la que alcanza el
hombre por la naturaleza gobernada de la razón, y que lo demás es
fingido y arbitrario. Este es el sistema dominante de nuestros días,
explicado con el nombre de Naturalismo, y el más pernicioso, porque
el Atheismo, Deísmo, y Materialismo caminan con sus errores a cara
descubierta: los Naturalistas los siguen con disimulo. No se les cae
de la boca el adorable nombre de Dios: explican algunos de sus
soberanos atributos: aprueban muchas de sus divinas perfecciones, que
es todo lo que alcanza la flaca razón; pero lo demás, que se sabe
por pura revelación, lo niegan todo, que es lo mismo que destruir de
todo punto la Religión (a).
(a) Inde enim est qui Naturalistae vocantur ita studeant Theologiae naturali ut revelatam prorsus contemnant, aut saltem insuper habeant. Naturalistae enim sunt qui Theologia naturali contenti revelatam vel rejiciunt, vel saltem cognitu minus necessariam judicant. Wolf. Theolog. natur. proleg. §. 19. & 20. pág. 11.
Ya
hemos visto que la razón no basta para conocer, amar y adorar a Dios
dignamente: que la revelación es necesaria para acompañar y dirigir
la razón a fin de caminar con acierto: resta mostrar ahora que los
misterios y milagros que las Sagradas Escrituras nos proponen no son
contrarios a la razón. Confesamos que los sacrosantos Misterios de
la Trinidad y Encarnación, como otras verdades reveladas, son
superiores a toda razón, pero negamos que sean contrarias a ella.
25 Tiene la Religión sus principios y máximas
fundamentales, como los tiene cada una de las Artes. Estos principios
son superiores a la comprensión natural; pero se conforman muy bien
con ella, porque se fundan en la omnipotencia, bondad y misericordia
de Dios, que no se oponen a la razón. Conoce el juicio, que Dios
puede infinitamente más de lo que el hombre puede alcanzar. Con este
principio de luz natural se compone muy bien lo prodigioso de los
misterios y de los milagros, de modo que no se puede dudar
racionalmente que Dios los pueda hacer, sino si los ha hecho, y esto
lo tenemos probado ya en los argumentos antecedentes. El pecado
original y sus resultas, la reparación del género humano por
Jesu-Christo, la vida eterna con premio de los buenos y castigo de
los malos, junto con los misterios, institución de Sacramentos, y
otros dogmas conexos con estos, son las verdades fundamentales de la
Religión Christiana. Son superiores a la razón, porque esta por sí
sola no las puede alcanzar, por ser de orden sobrenatural; pero no la
destruyen ni se oponen a ella, antes bien la fortalecen, ilustran, y
sosiegan. Si el hombre considera las miserias y penalidades que le
afligen, y sabe que son resultas del pecado original que contaminó a
todo el género humano, queda satisfecho, porque alcanza con la luz
de la revelación lo que su débil razón no podía penetrar.
26
Pedro Bayle, renovando los errores de los Manicheos, quiere averiguar
el origen de los males físicos y morales de los hombres por las
luces naturales; mas sus conatos fueron vanos como lo demostró
Leibnitz en su Teodicea, compuesta principalmente para tratar este
asunto. Otros, que después han querido recalcarse en esto sin añadir
cosa nueva, andan buscando en los Filósofos Gentiles el apoyo de sus
opiniones; pero en vano, porque estos conocieron el mal, mas su
origen le ignoraron. Considerando Plinio, que los demás animales
cuando nacen, ya están provistos de lo necesario para la vida, menos
el hombre, que entre el llanto y la inmundicia perecería si no le
ayudasen, trató a la naturaleza de madre de las bestias, y madrastra
de los hombres
(a: Plin. Praefat. in lib. 7. Hist. Natur.).
Si
hubiera tenido noticia del pecado original, y que por él nos vienen,
además de la ignorancia y concupiscencia, todas las penalidades de
que inevitablemente estamos cercados, hubiera discurrido con más
acierto. Si contemplamos, que esta triste habitación del mundo no es
correspondiente al fin a que somos criados y a que continuamente nos
sentimos movidos, nos parecerá muy bien el dogma de la vida eterna,
donde los malos serán castigados, y los buenos gozarán la
inmensidad de bienes que Dios les tiene preparados en su Reyno.
Si
atentamente reflexionamos sobre nuestra flaqueza, que somos
inclinados al vicio, y que si podemos con nuestras fuerzas ejercitar
una, u otra virtud, es imposible practicarlas todas, entenderemos que
la asistencia del Ser supremo nos es necesaria para obrar conforme a
sus soberanos ordenamientos. Finalmente, haciendo reflexión, que una
culpa en que se ofendió a un Dios inmenso, pedía una reparación y
satisfacción igual, que la suma Bondad y Misericordia Divina querían
salvar al hombre, y para esto prometió Dios enviar un Mesías,
fácilmente creeremos, que Jesu-Christo, hijo del eterno Padre, hecho
hombre, es nuestro Salvador, y entenderemos que su encarnación,
nacimiento, vida, muerte, resurrección, y milagros, además de no
desdecir de la Omnipotencia y majestad Divina, no habían de ser como
las cosas de los hombres, sino correspondientes a la dignidad y
grandeza de un hombre Dios, todo misterioso y sobrenatural, como que
se enderezaba a fines muy superiores a toda la naturaleza.
27 En ninguno de estos puntos fundamentales de la Religión Christiana encuentra la razón cosa que la destruya ni se le oponga, antes con estas sobrenaturales luces entiende lo que desea saber, y sin ellas nunca lo podría alcanzar. Tantos hombres ilustrados como creen y profesan esta santa Religión: tanta sangre derramada en su defensa: tanta sumisión con que se practica, ¿eran compatibles con una creencia opuesta a la razón? ¿No estaría esta luchando continuamente por desasirse de ella, como sucede en todo lo que el entendimiento percibe y no se acomoda con sus luces? El célebre Lock decía, que, si la revelación propusiese máximas evidentemente opuestas a la razón y destructivas de ella, no se debiera recibir; pero a favor de la Religión añade, que lo que ella enseña se ha de creer, aunque sea superior a la razón, y pone el ejemplo de la caída de los Ángeles malos, la Resurrección de los muertos, y otros Artículos, con los cuales nada, dice, tiene que ver directamente la razón (a). Leibnitz compuso un tratado de la Concordia de la Fé y de la razón, que hace parte de la Teodicea (b); y, entre otras cosas señaladas con que prueba, que los misterios de la Religión Christiana son superiores a la razón, mas no contrarios a ella, dice que para impugnar esta Religión santísima eran menester demostraciones evidentes, que no puede haber (c); pues las razoncillas, discursillos, y agudezas saltantes, no son para apartarnos de una creencia divina, que es enteramente conforme con la razón.
28 Siempre me he maravillado, que los Sectarios, teniéndose por ilustrados con tanta Filosofía, nieguen los milagros. El Arte de pensar probó muy bien que la creencia de los milagros es conforme a la buena Lógica (d).
(a)
Lock Esai del entendiment humain, lib. 4. chap. 8. pág. 578. 588. y
sig.
(b) Oper. tom. I. pág. 60.
(c) Leibnitz Theodicea Oper. tom. I. pág. 85.
(d) Arte de pensar, part. 4. cap. 14. pág. 518.
Por milagro entendemos una obra superior a las fuerzas de la naturaleza. Si lo consideramos de parte de Dios, único Autor de los milagros, ¿qué cosa más racional que el pensar, que no se agotó su potencia con fabricar el Mundo, sujetando sus partes a ciertas y determinadas leyes con que se mueven y ejercitan sus operaciones; y que es propio de su poder alterarlas y mudarlas, según los fines correspondientes a su inefable sabiduría? Si el que fabrica un reloj (relox) suele hacer esto con su máquina, mudando con su arte el orden de ella, según sus intenciones, sin destruir la obra, ¿cómo se ha de negar al supremo Hacedor de todas las cosas? Tan correspondiente es a la divinidad y a su poder suspender, alterar, y mudar el orden físico del Universo, como fabricarle; y lo contrario es disminuir la dignidad y grandeza del Todo Poderoso. De parte de la naturaleza física no hay dificultad ninguna, porque siendo esta criada con ciertas y determinadas leyes, con que obedece la voz de su Criador, sigue y ejecuta sus ordenamientos: tan propio es de su constitución obrar por las leyes del milagro, como por los comunes; pues en entrambas hace y ejecuta la ley que se le ha impuesto.
29 De parte de la razón no hay repugnancia, porque del modo que alcanzamos, que el mundo ha sido hecho por Dios, comprendemos que le hizo libremente, y libremente le puede gobernar; además que a las nociones que tenemos de la Omnipotencia corresponden las facultades de mudar el orden establecido en el Universo; y no hay razón alguna que nos dicte, que no puede Dios dar a las partes del mundo otro orden y otras leyes de las que les impuso en su formación. Resta, pues, ver si los milagros que conocemos como posibles han llegado a la ejecución, o, como se dice comúnmente, a la actualidad. En este punto la fé de unos pocos Sectarios no puede contrarrestar a la de los Patriarcas y Profetas del Viejo Testamento, a la de los Apóstoles, a la de los Padres, a la de tantos varones santos y sabios que los aseguran, y mucho menos a la autoridad de la Iglesia. Entre estos hay conformidad en admitirlos: los Sectarios están tantos a tantos, afirmando los unos y negando los otros.
30
Digna es de verse la Disertación de Varburthon (Warburton) sobre el milagro que
estorbó a Juliano el Apóstata reedificar el Templo de Jerusalén,
donde prueba concluyentemente este milagro y otros contra Middleton.
Dicen ¿quién sabe hasta dónde llegan las fuerzas de la naturaleza
para conocer que el prodigio sale más allá de ellas? Yo repongo:
¿quién sabe las fuerzas de la naturaleza para conocer que el
prodigio no sale de la esfera de ellas? Tanto ignoran los Sectarios
hasta donde llegan las fuerzas naturales, como nosotros. A nuestro
favor hay los testimonios más auténticos, a quienes no se puede
negar la fé sin faltar al rubor. No somos fáciles como el vulgo en
tener cualquiera novedad por milagro. Caminamos con las precauciones
que muestran el estudio de la Física y la buena Lógica, a las
cuales siguen en esto los sabios advertimientos de la Iglesia; pero
alcanzamos con la razón la posibilidad de los milagros, y creemos
todos los que se refieren en las Santas Escrituras, los que aprueba
la Iglesia, y los que siendo examinados debidamente, y aprobados por
varones inteligentes en la Física y en la Religión, hallamos
conformes a la buena Lógica, y verdadera crítica.
31 Otro
argumento hacen los Sectarios contra la divinidad de las Sagradas
Letras. Dicen que nosotros probamos la revelación de las Divinas
Escrituras por la autoridad de la Iglesia, y la infalibilidad de la
Iglesia por las Escrituras lo cual es petición de principio y
círculo vicioso. Es cierto, que una de las pruebas de la revelación
de las Escrituras Santas es la autoridad de la Iglesia, y al
contrario; pero no lo es que en esto se cometa círculo vicioso ni
petición de principio. Cuando las cosas son entre sí conexas, de
modo, que haya atadura y enlace necesario entre ellas, se prueban una
por otra sin círculo vicioso. Las causas se prueban bien por los
efectos, y estos por las causas. Los signos se prueban por los
significados, y estos por los signos: así el fuego, aunque esté
oculto, se prueba por el humo, y este descubre el fuego. La caída de
las hojas de los árboles prueba la venida del Invierno; esta hace
inferir la caída de las hojas.
En los adjuntos se ve esto más
claramente, cuando un mismo efecto procede de una misma causa que
obra en distintos sujetos. La venida del Sol después del solsticio
hiemal causa en los árboles una alteración considerable, y lo mismo
hace en la sangre de los animales: el buen Físico prueba la
conmoción de la sangre, aunque sea oculta, cuando ve la mutación en
los árboles; y al contrario los hombres delicados, por la alteración
que en sí mismos sienten, prueban que va en los árboles a hacerse
mutación.
32
Lo mismo sucede en las alteraciones del aire, que a un mismo tiempo
alteran la atmósfera y a los animales, y por unos se prueba la
conmoción de otros, como lo hizo Virgilio (a) mostrando por la
mudanza del aire sereno en lluvioso la mutación de los ánimos; por
cuya mutación los que padecen achaques habituales prueban la mudanza
del tiempo. Así se dan la mano estas cosas, y conspiran unas con
otras con admirable enlace, sirviéndose de pruebas con recíproca
correspondencia. La causa de la revelación de las Divinas Escrituras
y de la infalibilidad de la Iglesia es una misma, que es Dios. El
efecto que es la divina inspiración es uno mismo en distintos
sujetos, de suerte que uno, como cosas adjuntas, puede servir de
prueba para el otro; al modo que sucede en las piedras de un arco,
que una sostiene a la otra, y las dos mutuamente se fortalecen por un
mismo principio, que es la gravedad, o peso, y el orden con que están
colocadas. Los mismos que hacen este argumento usan de esta prueba en
su Filosofía. Como ven que de la materia con varias combinaciones se
forman algunas cosas, por la generación de los cuerpos quieren
probar que sus principios son la materia y combinaciones: cuando
hacen análisis (analysis)
de estos cuerpos, por la materia y las combinaciones que descubren,
deducen su generación, sin que por esto crean cometer círculo
vicioso. Este punto puede leerse en Facciolato (b).
(a) Virgil.
Georgic. I. vers. 417. y siguient.
(b) Facciolat. de Pistil.
versat. acroas. 6. pág. 72 y sig.
Otras objeciones de poco momento, que hacen los Sectarios contra la necesidad de la revelación, se pueden satisfacer cumplidamente con lo que hasta aquí llevamos propuesto, así en la Lógica, como en el presente Discurso, porque todas ellas, o envuelven algún sofisma, o error nacido del mal uso de los sentidos, vehemencia de las pasiones, o preocupación del juicio. Las artes, con que encubren estos defectos, ya ocultando el designio, ya usando de autoridades truncadas, o ilegítimas, o ya de otras mil maneras de atraer a su partido los ánimos, son fáciles de descubrir y probar, si se pone la debida atención y se usa de una buena Lógica, y por eso las dejo a la advertencia, e integridad de los lectores.
33 Servirá de ejemplo que confirme esto, lo que sucede con los escritos de Mr. Roseaux, uno de los más famosos Sectarios de estos tiempos. Mr. Roseaux, nacido en Francia y criado en Ginebra, es uno de aquellos Escritores heteróclitos es decir, vagos inciertos, que se andan de cosa en cosa, sin fijarse en nada, que sin haber hecho profesión fundamental de las Ciencias, las quiere manejar todas, gobernado por las solas luces de su comprensión. Muestra este Escritor ingenio perspicaz y vivo, imaginación abundante y acalorada, el juicio desigual; pues dado que en algunas cosas es firme, en muchas otras y más principales es flojo y sin fuerza. Así como no hay hombre tan malo en quien no se halle alguna cosa buena, del mismo modo no hay Escritor por disparatado que sea, que no haya dicho alguna verdad, y esto le sucede a Mr. Roseaux, como sucedió también a los más de los Filósofos de la Grecia. Entregado este Escritor todo a sus propias luces para filosofar, se ha formado sistemas, como es propio de los que tienen ingenio sin juicio, y ha hecho en el mundo Literario-político lo mismo que Cartesio en el Filosófico.
34 He dicho en el mundo Literario-político, porque la literatura de Mr. Roseaux no se extiende a tratar de puntos particulares de las Artes y Ciencias; y acaso esto no pudiera hacerlo, pues se echa de ver que no está impuesto en los fundamentos de ellas: empléase su talento en asuntos comunes, más políticos que filosóficos, queriendo siempre hacer una mezcla de ellos. Su Emilio, o tratado de la educación es un sistema tan fingido y arbitrario para la formación de un nuevo mundo civil, como el de Cartesio para la fábrica de un nuevo mundo físico. La instrucción de Mr. Roseaux se reduce a haberse versado en algunos puntos de los Escritores Griegos y Romanos, cuyos pensamientos vierte después, unas veces como suyos, otras refiriéndose a su original. Como ha procurado publicar sus pensamientos con un estilo brillante, interpolado de máximas saltantes; esto es, desencadenadas, pero metidas para agradar, y con el agrado introducirse más bien en el corazón de los lectores incautos; de ahí ha nacido el que no le hayan faltado alabadores. Discretamente se compara este Escritor al Alquimista, que buscando vanamente el remedio universal, halla con sus maniobras otros remedios, que se le ofrecen sin pensar en ello, los cuales, sin tener conexión con el objeto principal, si se aplican debidamente, pueden ser de alguna utilidad. Mr. Roseaux, preocupado con sus vanos sistemas, y caminando en ellos con suma preocupación, ha dejado en el camino caer algunas cosas, que pueden ser útiles. En su Emilio ha impugnado a los Materialistas, cosa que por venir de esta mano puede servir para hacer frente a esta casta de Sectarios.
35 Haciendo poco caso de la Religión revelada, que no podía componer con su imaginario sistema de la educación, la fuerza de la verdad le obligó a explicarse de esta manera: "Yo os confieso (le dice a su Emilio) que la majestad de las Escrituras me tiene admirado, la santidad del Evangelio habla a mi corazón. Verás los libros de los Filósofos con toda su pompa ¡cuán pequeños son al lado de este! ¿Puede ser que un libro que al mismo tiempo es tan sublime y tan simple, sea obra de los hombres? ¿Puede suceder que aquel de quien habla esta Historia no sea más que un hombre? ¿Es este el lenguaje de un entusiasta, o de un ambicioso sectario? ¡Cuánta dulzura, cuánta pureza en sus costumbres! ¡cuánta gracia penetrante en sus instrucciones! ¡cuánta elevación en sus máximas! ¡cuán profunda es la sabiduría de sus discursos! ¡qué juicio tan firme, qué delicadeza, qué exactitud en sus respuestas! ¡cuánto dominio sobre sus pasiones! Dónde está el hombre, dónde está el sabio que sabe obrar, padecer, y morir sin flaqueza y sin ostentación.... Mas ¿dónde Jesús había tomado de los suyos esta moral elevada y pura, de que él solo ha dado las lecciones y el ejemplo? Desde el seno del fanatismo más furioso se hizo entender la sabiduría más alta, y la simplicidad de las virtudes más heroicas honró el más vil de todos los Pueblos.... Jesús, espirando en los tormentos, injuriado, mofado, maldecido de todo un Pueblo, sufrió la muerte más horrible que se pueda temer, y padeciendo un suplicio espantoso ruega por sus Sayones irritados. En verdad que la vida y la muerte de Jesús son de un Dios. ¿Diremos que la Historia del Evangelio es intentada adrede? Mi amigo, no se puede inventar de este modo.... y sería más difícil de creer, que muchos hombres convenidos hubieran fabricado este libro, que el que sea uno solo el que ha dado motivo a su formación. Nunca los Autores Judíos hubieran hallado ni semejante elevación, ni semejante moral; y el Evangelio lleva los caracteres de la verdad tan grandes, tan chocantes, tan perfectamente inimitables, que el inventor habría de ser más digno de admiración que el Héroe (a).” ¿Quién creyera que el que habla así del Evangelio no había de cautivar su entendimiento en obsequio de Jesu-Christo? pues no lo hizo Mr. Roseaux, que fue enemigo declarado de las verdades divinas de las Escrituras. Lo que conviene siempre es tener en medio del corazón, como lo proponemos en la Lógica, el consejo del Apóstol, que dice: Videte ne quis *vos decipiat per Philosophiam , & inanem fallaciam (b).
(a)
Roseaux Emil. lib. 4. tom. 3. págin. 165 y siguient. edición de
Leipsick (Leipzig)
de 1762.
(b) Colosens. cap. 2. vers. 8.
FIN.
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