miércoles, 5 de mayo de 2021

LIBRO PRIMERO. 6-10

Capítulo VI.

De las nociones mentales simples.

14 Llamamos nociones (voz bastantemente introducida en nuestra lengua) los actos de cualquiera potencia mental, con que el entendimiento conoce las cosas. Si comprehende, pues un objeto con una sola noción, esta se llama simple, como lo es la percepción que llaman aprehension en las Escuelas. Todas las nociones simples conocen, o la cosa que existe por sí sin necesitar de otra, como la substancia: o la que no puede estar sin otra a quien se arrima, como la adherente (algunos la llaman accidente): o la que incluye juntas las dos, es a saber, accidente y substancia. El Agua, el Fuego, la Tierra, el Ayre, los Cielos, los Planetas, los Cuerpos terrestres, son substancias que existen por sí y las conocemos como tales por las simples nociones que de cada una tenemos: los colores, los sabores, el frío y el calor, la extensión e impenetrabilidad, y otros seres semejantes, nunca existen por sí solos sino adherentes, o arrimados a las substancias. Todos los entes corpóreos (corpereos) del Universo se componen a un tiempo de substancia y accidentes, y como tales los conocemos con simples nociones, pues por una sola percepción los representamos en la mente. Importa mucho separar las nociones de cada cosa, no confundirlas, ni atribuir a una lo que es de otra, para averiguar en cada una de ellas su naturaleza, efectos y propiedades.

15 Las nociones simples, unas son universales, otras singulares, otras medias. Todas las cosas en sí mismas, o, como en las Escuelas con su bárbaro estilo dicen, à parte rei, son singulares; pero como cada una tiene un atributo, que es común con otras, el entendimiento suele mirarlas por el lado solo en que se semejan, y con una noción las comprende todas. Esta noción se llama universal, y comúnmente se dice hecha por abstracción, porque la mente de muchas cosas del objeto no conoce entonces más que una, abstrayéndola, como que la mira separada de las demás. El modo de abstraer es este: formase en la fantasía la imagen de lo viviente y sensitivo (que llamamos animal) todas las veces que ve estas cosas en los entes singulares, ya sean hombres, ya bestias, ya sabandijas, &c. la memoria renueva en confuso estas imágenes, cada vez que se presenta una sola, por la necesaria conexión que unas tienen con otras: estas potencias tienen entonces, sin transcender a más, la noción de animal, con la que miran no un solo individuo singular, sino todos los que forman y excitan aquella misma representación; y siendo muchos, la noción es universal. La noción singular no necesita de explicación, pues por ella conocemos cada cosa en particular. Las nociones singulares anteceden, como hemos dicho, a las universales; y para que estas sean exactas es menester adquirir aquellas con el mayor cuidado, a fin de asegurarse de manera, que la noción mental sea enteramente conforme a la cosa que mira como objeto. Las nociones medias son aquellas, que ni representan los singulares, ni son universales, sino excluyendo tácitamente a ambos, participan de las dos, como cuando decimos: algún hombre, pues con esta noción ni comprendemos todos los hombres, ni a uno solo. Esto lo hace el entendimiento cuando no ve en el objeto lo singular, ni descubre en él mismo los atributos universales.

16 A las nociones simples pertenecen los predicamentos (en Griego se llaman *gr, Cathegoriae) que comúnmente se tienen por diez, es a saber, la substancia, o el ser que por sí subsiste: la cantidad, o medida de la cosa: la cualidad, o aquello por donde la cosa se tiene por tal o tal, como blanco, negro, &c: la relación, o la referencia que dice una cosa con otra: la acción, o el acto con que obran las causas: la afección, o pasión, que es lo que sufre una cosa por la acción de otra: la ubicación, esto es, la ocupación de lugar: el cuándo, o en qué tiempo: la situación, o modo de estar: el hábito, o forma exterior. A las nociones simples pertenecen también los predicables. Llaman así los Filósofos ciertas nociones comunes, que pueden adaptarse, según convenga, a cada uno de los predicamentos: de modo, que el predicamento es la cosa que puede decirse de otra, y el predicable es la clase en que se coloca el predicamento, y encierra la manera con que este se puede más bien explicar, y entender. Los predicables son cinco, es a saber, género, o la parte esencial de una cosa más común a otras, como cuando de Ticio decimos, que es animal; pues en esto explicamos una porción de su ser común a otras cosas distintas de Ticio: Especie, o la clase inmediatamente contenida debajo del género, como en Ticio el ser hombre; pues en otra clase de animal están las bestias, por donde el género animal encierra las dos especies: Diferencia que es la parte propia y peculiar de la esencia de una cosa, por la cual la noción universal del género se contrae a una determinada especie, como es en Ticio el ser racional; pues con esto se determina no ser como quiera animal, sino animal racional: Propio, que es una cosa necesariamente conexa con la esencia, como que dimana de ella, y no se puede separar así el poder reírse y admirarse es propio del hombre: Accidente es una cosa que puede estar, o no estar en otra sin perjudicar a la esencia de ella, como el vestir en el hombre. En los predicamentos y predicables hemos tenido la mira de explicarlos, según pertenecen a la Lógica, en cuanto son nociones universales, con que el entendimiento conoce lo que es común en las cosas, y halla así el modo fácil de colocarlas en ciertas clases, para difinirlas con exactitud, dividirlas sin confusión, y argumentar con claridad. El examinar a fondo el ser y calidades de los predicamentos, según se hallan en las cosas, pertenece a la Física y Metafísica; y cierto que en estas Ciencias no adelantará mucho el que en el examen de los objetos de ellas no lleve por delante estas nociones Lógicas; sin que deba apartarnos del conocimiento y uso recto de ellas lo que trae el Arte de pensar con razones muy frívolas, solo por oponerse a Aristóteles (a). (a) Part. I. cap. 3. pag. 57. y sig.

Capítulo VII.

De las nociones mentales combinadas.

17 Los nombres con que los Griegos, los Latinos, y los Dialécticos de las Escuelas nombran las nociones combinadas, quedan ya explicados. Usaremos aquí del vocablo Proposición, que es hoy el más recibido. En las proposiciones aquella cosa de quien se dice algo se llama sujeto: lo que de ella se dice se llama predicado, o atributo. El medio con que se juntan, o se separan el sujeto y predicado lo llaman cópula. Aunque en todo rigor los tres se pueden llamar nombres; pero el común de los Dialécticos llama así al sujeto y predicado, y a la cópula verbo. El sujeto y predicado de las proposiciones se llaman términos, voz tomada de los Geómetras, porque son los extremos de las proposiciones. Así que en esta proposición Ticio es hombre, Ticio es el sujeto, porque de él se dice ser hombre: este es el predicado, porque es lo que se dice de Ticio, y el verbo es, que junta el atributo de hombre con Ticio, es la cópula. Cualquiera que sea el verbo se puede reducir a este, como si decimos Ticio cuida, ama, estudia, &c. equivale a Ticio es cuidadoso, amante, estudioso &c. Si nos acomodamos al orden natural, en toda proposición pone el entendimiento antes que todo al sujeto, después el verbo y luego al predicado, y quien quiera que así se explica, usa el modo más simple y más perfecto que hay de hablar de las cosas. Las transposiciones, que en varias lenguas se han introducido, son artificiosas, y por agradables que sean, siempre son confusas, porque son contra el modo natural de las nociones mentales; de suerte que para entenderlas se ve obligado el entendimiento a colocarlas en su natural constitución: el dinero ama Ticio, por el modo simple, dirá Ticio ama el dinero. Fue de Ticio criado, debe decir, fue criado de Ticio. Los verdaderos Filósofos cuidan mucho de hacer así las proposiciones, de suerte, que cuanto mayor es la simplicidad natural, tanto más inteligible es Io que se dice y más perfecto, porque es más conforme a la naturaleza.

18 En las Escuelas es inmensa la confusión que se ha introducido en la explicación de los términos de las proposiciones, y en las varias divisiones de ellas con tantas y tan inútiles explicaciones, que han obligado a Vives a decir: que son más a propósito para jugar que para hablar, siendo infinitas las que hay en sus libros, y imposible el referirlas todas (a: Lud. Viv. de Caus. corrup. art. lib. 3. p. 387. ed. de Basilea de 1555.).
Melchor Cano, tomándolo de Vives como acostumbra, dice: No entiendo con qué motivo algunos hombres doctos con el título de Dialéctica han introducido en las Escuelas las proposiciones exponibles, obligaciones, insolubles, reflexivas, y otras monstruosas a este modo (b: Cano de Loc. Theolog. lib.9. c. I. pág. 288.

). Estos dos insignes Españoles han mostrado por extenso los defectos de la Lógica de las Escuelas, en especial Luis Vives; y quien los lea conocerá, que han ido delante de los modernos, que se precian de ser los reformadores de las Artes; y conviene advertir, que el Arte de pensar, y el que le sigue los pasos Luis Antonio Vernei, conocido por el Barbadiño en sus Lógicas son en este asunto tan prolijos como los Escolásticos, y los andan siguiendo en la explicación de las diferencias de las proposiciones, aunque descontentos de su Dialéctica. Para proceder en esto con claridad sin faltar a lo preciso conviene saber, que las proposiciones se diferencian entre sí, o por los términos de ellas, o por el verbo. Debe cualquiera, si no quiere ser engañado, poner atención en el sujeto y predicado, si son simples, o compuestos. Son simples en esta proposición: Ticio es hombre. Son compuestos en esta: Ticio que es sabio entiende la Lógica más pura. Visto es que el sujeto de esta última encierra a Ticio y la proposición que es sabio: y el predicado contiene la Lógica que es más pura que todas. Si el término complejo no tiene conexión precisa con lo restante de la proposición, puede ser falso, sin que la proposición lo sea. Eumenio hombre discreto sabe montar a caballo. Esta proposición puede ser verdadera, aunque Eumenio no sea discreto. Son infinitas las maneras de hablar que en el trato civil y en los libros se hallan semejantes a esta, en que se dejan en los términos, supuestas algunas proposiciones incidentes como seguras, que no lo son. Si el supuesto que se contiene en el sujeto, o predicado, tiene conexión necesaria con lo que se afirma, o niega, entonces según él es, será la verdad, o falsedad de toda la proposición. Ser el hombre piedra es imposible. Si el imposible se dijera de solo esto ser el hombre, fuera falsa la proposición; pero recayendo la imposibilidad sobre todo el complejo ser el hombre piedra es verdadera. Así que siempre que el sujeto es complejo conviene ver, si el atributo se afirma, o niega de todo él, o solo de una parte, y lo mismo se ha de hacer cuando, siendo el sujeto simple, el predicado es compuesto. El hombre que no cree en Dios es infiel. En esta proposición la infidelidad, que es et atributo, recae sobre todo el complejo del sujeto, y así es verdadera. De este modo con mediana atención conocerá cualquiera las proposiciones conjuntas por la conjunción et o y: las disjuntas, por la partícula nec o ni: las hipotéticas, o condicionales juntas por la partícula si las causales indicadas por la partícula quia, o porque: las divisas que contienen diversas proposiciones y se muestran por las partículas quamvis, et si, esto es, aunque: las relativas, que incluyen miembros que se refieren entre sí, y se suelen juntar por las partículas cuanto, tanto, como esta: tanto es Ticio sagaz cuanto estudioso: las exclusivas, exceptivas &c. las cuales se expresan por partículas, que excluyen, exceptúan, &c. En estas maneras de proposiciones, y todas las que se pueden reducir a estas, ya sea oculto el complejo, ya manifiesto, es menester descubrirlo y desembarazarlo, para que se vea la conexión que entre sí tienen el sujeto y predicado, y por ella conocer si son verdaderas, o falsas. Por razón del verbo, que junta, o separa el sujeto del predicado, son las proposiciones: necesaria, cuando los términos de ella mutuamente lo son, como el hombre es animal, y se llama necesario lo que es, y no puede ser de otro modo: contingente, cuando no son los términos entre sí necesariamente conexos, como Ticio es docto, pues se llama contingente lo que es, y puede no ser, o ser de otra manera: posible, cuando el sujeto y predicado pueden juntarse, como Eumenio es sabio, y se llama posible, lo que, dado que no sea, puede ser: por donde todo lo que es, puede ser, mas no todo lo que puede ser, es; y así es verdadero el común dicho de las Escuelas, que vale la consecuencia del actu al posse, esto es, del ser actual a lo posible, mas no del posse al actu, que es de lo posible a lo actual: imposible se dice la proposición, cuyos términos no se pueden juntar como el hombre es piedra, pues se llama imposible lo que ni es, ni puede ser. Siempre que semejantes proposiciones expresan la unión, o desunión del sujeto con el predicado por un adverbio, ú otra suerte de partículas, que se juntan al verbo, se llaman modales. Si el sujeto de las proposiciones, cualesquiera que sean, es universal la proposición toma este nombre, y se expresa con la voz omnis todo, nullus ninguno: si es particular, se llama así la proposición, y se expresa por las voces quidam cierto, aliquis alguno: si es singular será singular la proposición, y se expresa con la voz hic este: si el sujeto es indefinido, esto es, no lleva ninguna de las significaciones propuestas, es menester determinarlo para que se sepa si es verdadera o falsa la proposición. Si los hombres cuidasen explicar sus nociones mentales con las expresiones que corresponden a cada una de ellas, se evitarían mil cuestiones inútiles y viciosas, que se ven en los libros, y innumerables reyertas en el trato civil. Tiénese por regla general entre los Dialécticos, que si la proposición indefinida, esto es, de sujeto indefinido, es necesaria, equivale a universal, como esta, el hombre es viviente, que ha de entenderse de todos los hombres: y si es contingente equivale a particular como esta, el hombre anda, que solo se debe entender de alguno. Para no errar en esto conviene saber el predicado que es necesario, o contingente respecto del sujeto, lo cual no se averigua solo por la Lógica. Todas estas suertes de proposiciones se dicen opuestas, cuando con un mismo sujeto y predicado se oponen en los términos universales y particulares. Todo hombre es sabio, algún hombre es sabio se llaman subalternas, porque lo son los términos todo y alguno; y ambas son afirmativas, o negativas, y pueden ser la una verdadera, la otra falsa, o las dos a un tiempo verdaderas, o falsas. Todo hombre es justo, ningún hombre es justo, son contrarias porque lo son los términos todo y ninguno, y pueden ser a un mismo tiempo falsas las dos, mas no verdaderas. Algún hombre es veraz, algún hombre no es veraz, son subcontrarias por el término alguno, y pueden ambas ser verdaderas, mas no falsas. Estas proposiciones, todo hombre es bueno, algún hombre no es bueno: Ticio es virtuoso, Ticio no es virtuoso, son contradictorias, porque se oponen entre sí en cuanto se pueden oponer, así en los términos como en la afirmación y negación, y es preciso que de estas la una sea verdadera, la otra falsa, por el principio de luz natural que dicta, toda cosa es, o no es. En las proposiciones complejas no se podrá averiguar bien si son contradictorias, si no se desembarazan los miembros de la composición, y se comparan unos con otros. Los Dialécticos de las Escuelas, demas de estas cosas, que tratan con suma prolijidad, se entretienen en la equipolencia y conversión de las proposiciones. Nosotros las omitimos por ser cosas enredosísimas y de pura especulación, siendo nuestro intento omitir lo superfluo, y proponer lo que de qualquiera modo sea preciso. En la diferencia de las proposiciones por el verbo lo principalmente notable es la afirmación y negación, con las cuales se juntan, o se desunen los términos de ellas; mas como este asunto pide mayor explicación, vamos a darla en el capítulo siguiente.

Capítulo VIII.

De la afirmación y negación de las proposiciones.

19 La partícula negante, para que la proposición sea negativa, ha de juntarse con el verbo, pues si se antepone al nombre, le hace infinito e indeterminado, sin que por eso la proposición sea negativa. Non homo est aliquid, lo no hombre es alguna cosa, es proposición afirmativa, aunque haya negación, bien que el sujeto se hace infinito. En las nociones mentales, siguiendo el orden natural, la negación de las proposiciones siempre va cerca del verbo, y esto deben hacer los que quieren hablar y escribir con perspicuidad; pero los Escolásticos para hallar nuevos modos de enredar los conceptos del entendimiento han hecho mil transposiciones de la partícula negativa, sacándola del orden natural, y con esto han movido muchas cuestiones impertinentísimas. Con lo que hemos dicho de la negación, y con saber el uso que de ella se hace en las principales lenguas, se podrá gobernar cualquiera con acierto en la averiguación de la verdad: lo que en este asunto conviene explicar con más extensión es el uso que ha de hacerse de la afirmación y negación. Afirmar significa, como hemos dicho, juntar en el entendimiento dos nociones por el verbo ser, ú otro, que puede reducirse a este. Afirmar significa también asegurar una cosa consintiendo en ella. Cuando juntamos en el entendimiento las nociones de monte y de oro, diciendo: El monte es oro ,afirmamos en el primer modo, y no en el segundo, porque aunque tengamos juntos estos conceptos, no asentimos a semejante proposición. Lo mismo ha de entenderse de esta proposición: Pedro es piedra, la cual es afirmativa en el primer modo, mas no afirmamos en ella ser Pedro piedra en el segundo. Esta diferencia consiste, en que la afirmación con que solo juntamos los extremos, qualesquiera que sean, es obra del ingenio; mas la afirmación con que asentimos a una proposición, es obra del juicio. Y sucede muchísimas veces hallarse en el entendimiento muchas combinaciones diferentes, sin aprobarlas el juicio, porque este asiente a la verdad de una proposición, cuando ya ha visto la conexión que tiene con los principios primitivos; así cuando decimos Pedro es piedra, en la noción de Pedro considera el juicio la de hombre, la de viviente sensitivo y racional; en la de la piedra concibe la de un cuerpo duro, e incapaz de vida y sentimiento, y no pudiendo juntar ni combinar realmente estas nociones, no asiente a semejante proposición.

20 Por esto será bien advertir, que tenemos muchas percepciones de las cosas sin asentir a ellas, y por consiguiente, que no es lo mismo pensar, que consentir. Muchos de conciencia delicada se equivocan en esto, porque no se paran a meditar lo que les sucede en la variedad de sus pensamientos; pero si reflexionan un poco, conocerán claramente, que las percepciones que tenemos por los sentidos, puesta la buena disposición de sus órganos, no pueden dejar de seguirse a las impresiones, que estos reciben. Son pues, como lo hemos explicado, libres el asenso y disenso, que pertenecen al juicio; y como este asunto sea importantísimo, será bien declararse con algunos ejemplos. Preséntase Ariston delante de un árbol o de un jardín, y si tiene los ojos sanos y bien dispuestos, no puede dejar de ver aquellos objetos. Estará a la verdad en su albedrío algunas veces ponerse delante del jardín o del árbol; mas ya puesto y aplicado a mirarlos, no puede evitar el verlos. Si el árbol es grande o pequeño, y el jardín ameno y divertido, luego acompañará a la visión de ellos el juicio afirmativo: El jardín es ameno, el árbol es grande, y estas proposiciones son en todas maneras afirmativas, porque al tiempo que junta al árbol la noción de grande, por el uso y experiencia de las cosas, sabe que le conviene, y así lo afirma y lo consiente; y lo mismo sucede cuando la noción de la amenidad la apropia al jardín. Supongamos ahora, que Ariston es curioso en las cosas naturales, y luego su curiosidad le mueve a saber qué árbol es el que tiene por grande. Aquí no hallándose con bastantes principios experimentales para asegurarlo, queda dudoso, o suspende su juicio, y esta suspensión, sin afirmar ni negar, no es otra cosa que el ejercicio de su libertad, con la cual consiente, disiente o suspende el asenso y disenso a su albedrío. Mas ya Ariston examinando las partes del árbol, su forma externa, su figura, y todas las demás cosas necesarias, combinándolas con otras de que tiene ciencia y experiencia cierta, asiente a que el árbol grande es almendro. No hay que dudar, que cuando Ariston averiguaba que árbol era el que veía, tendría dentro de si varios pensamientos con que le compararía hasta encontrar con aquel que tenía entera conveniencia con el que buscaba, y así interiormente diría: Este árbol parece sauce, y afirmaba en el primer modo en cuanto juntaba la noción de sauce con la de aquel árbol; mas no en el segundo, porque no hallando entre el árbol presente y el sauce la semejanza necesaria que debía corresponder a su experiencia, no asentía a que lo fuese. Del mismo modo pensaría en otros árboles, y de ninguno Io afirmaría con asenso hasta llegar al almendro.

21 De otro modo le sucede a Ticio, que, paseando con serenidad de ánimo, ve a Crisias su mayor enemigo, que quiso tal vez en otro tiempo quitarle la vida, y la fama. Luego que Ticio le descubre, percibe a Crisias, y junta la noción de enemigo, diciendo dentro de sí: Crisias es mi enemigo; Crisias me quiso quitar la vida; Crisias intentó quitarme la fama. Pero al mismo tiempo se le excita a Ticio la memoria del agravio y maldad de Crisias, y los afectos de ira, de odio, o de venganza. Esto se ejecuta en Ticio tan aprisa, que casi lo mismo es ver a Crisias, que suceder todo lo referido. La primera percepción de Crisias, que tuvo Ticio, no fue voluntaria, puesta la aplicación de la vista en el modo dicho. Tampoco lo fue la memoria del agravio, y de la ofensa, ni el primer movimiento de los afectos nombrados. Lo son solamente las proposiciones propuestas, y lo son mucho más los juicios que suelen seguirse a los afectos, como si Ticio llevado de la ira dijese: He de vengarme, y otros semejantes. Aquí se han de distinguir los afectos e inclinaciones que se excitan en Ticio cuando ve a Crisias, de los juicios que de ordinario suele Ticio juntar con ellos, porque el primer movimiento de aversión hacia Crisias, excitado de la primera percepción que aquel tuvo de este, no es voluntario, y los Filósofos le llaman motus primo primus; pero los juicios que suelen acompañar aquellos movimientos son voluntarios, y puede Ticio, y debe apartarlos, y en algunas ocasiones aplicar todas sus fuerzas para reprimirlos.

22 Síguese de lo dicho, que los errores están en el juicio, y que debemos trabajar en dirigirle con acierto para proceder con rectitud en el examen de la verdad. También es de notar que han de distinguirse las operaciones libres del alma, de las que no lo son, porque este conocimiento importa mucho para poder hacer buen uso de nuestra libertad. Algunos modernos hacen actos de la voluntad, y no del entendimiento, al asenso y disenso, y por consiguiente al juicio; y lo fundan en que a nuestro albedrío consentimos en las proposiciones, o disentimos a ellas cuando queremos, lo que parece propio de la voluntad. Esta cuestión la tengo por poco útil para hallar la verdad, y evitar el error en las Artes y Ciencias. Lo que yo juzgo es, que en el alma no son potencias distintas el entendimiento y voluntad, sino que son el alma misma en cuanto piensa y quiere, y que estas denominaciones y distinciones de potencias solo se toman de los diversos actos que ejercita; y así siempre que piensa, ya sea imaginando, ya sintiendo, ya acordándose de las cosas, ya hallándolas, ya combinándolas, lo hace el alma por una fuerza que llamamos entendimiento; y siempre que ama o aborrece, asiente o disiente a las proposiciones, Io hace el alma misma: y aquella fuerza con que libremente ejercita estos actos llamamos voluntad.

Capítulo IX.

De la definición.

23 Los Filósofos llaman definición la proposición que declara bien la esencia de la cosa. El sujeto de la proposición es el definido y la definición es el predicado; y como no cualquiera declaración de la esencia de una cosa es definición, por eso se añade que debe hacerse bien, esto es, según ciertas reglas que prescribe la recta razón, las cuales propondremos después. En la definición del hombre: Animal racional se entiende la proposición: el hombre es animal racional, donde el hombre es el definido y el sujeto, y animal racional es la definición y el predicado. Debiendo toda definición declarar la esencia de las cosas, con el fin de que no se confundan y se puedan distinguir unas de otras, conviene advertir, que el entendimiento no alcanza las esencias de los entes en si mismos; porque siendo el origen de todos los conocimientos humanos lo que entra por los sentidos, como estos no nos descubren el íntimo ser de las cosas, sino solo la forma de ellas, que consiste en un conjunto de caracteres inseparables de la esencia, por eso nuestros alcances no llegan íntimamente a penetrarle. Esta es una verdad fundamental, que, repetida muchas veces por los modernos, fue establecida de los antiguos; pues entre ellos Santo Thomas confiesa llanamente, no una vez sola, que nos son desconocidas las diferencias substanciales y esenciales de las cosas (a).

(a) I part. Quaest. 29. art.I.ad.3. pág.113. Edic. De Roma de 1571. & lib.7.Metaph.lect.12.tom.4.pág.100. & passim alibi.

Cuando se dice que el ser, o esencia de una cosa es aquello, lo cual puesto, la cosa precisamente se pone, y faltando precisamente falta, se dice bien; mas nosotros no conocemos que la cosa se pone o falta, porque sepamos lo que ella es en si misma, sino porque anda siempre acompañada de formas y caracteres exteriores, inseparables de todo punto de ella, los cuales haciendo impresión en nuestros sentidos, nos hacen conocer por su presencia que la cosa existe. El ejemplo del Sol muestra esto con evidencia. Nadie sabe cual es la esencia del Sol; pero ninguno hay que dude del ser del Sol y de su presencia, cuando vemos un cuerpo redondo, celeste, lucido, que despide luz y claridad de sí mismo, que nace y se pone todos los días, trayendo el día y la noche, y que da una vuelta entera al Cielo cada año, moviéndose por una linea, siempre la misma, desde Poniente a Levante. Esto es una breve descripción del Sol, que declarando los caracteres y formas exteriores perpetuas e inseparables de su ser, nos muestran estar presente su esencia. Esto mismo ha de extenderse a cuantos seres hay en el Universo, pues que ninguno hay que le conozcamos de otra manera. Deben los Filósofos ser cautos en definir las cosas: y el haber hecho muchas definiciones en las Artes y Ciencias antes de tener bien conocidos los caracteres propios de los definidos, ha sido causa de muchísimos errores, tomando una cosa por otra, confundiendo las que deben estar separadas, y haciendo una misma la que tal vez es muy diversa. Hase de poner gran cuidado antes de definir las cosas en hacer de ellas descripciones exactas, notando las particularidades que las acompañan, como sus causas, sus efectos, sus necesarias o contingentes mutaciones, sus atributos perpetuos e invariables, sus movimientos, las leyes inviolables que guardan en sus acciones, sus propiedades, su origen, aumento, perfección y fines, combinando todo esto con los tiempos, y notando puntualmente la perseverancia, encadenamiento y mutaciones que observan. Por no hacerse bien las descripciones de las cosas, se confunden unas con otras, y así no se llega a entender el ser o esencia, ni las afecciones de ellas por el embarazo que se halla en separarlas. Los antiguos Médicos Griegos, y algunos pocos de los modernos, que han hecho descripciones exactas de las enfermedades, han aprovechado mucho para conocerlas; los que no han hecho esto, se puede decir que hablan de los males, pero no enseñan a conocerlos, ni a distinguirlos. Algunos Filósofos han hecho admirables descripciones, como Aristóteles en la Historia de los animales, y Teofrasto en los Caracteres de las pasiones. Los Historiadores, los Políticos, y algunos Poetas han descrito muchas cosas con admirable propiedad. Hállanse recogidas muchas de estas descripciones en la Eloqüencia sagrada del Padre Causino, Obra por esto solo muy recomendable. Ya creen muchos, que en la Física, Botánica, Medicina, Historia Natural no hay otro medio de conocer cada cosa y distinguirla de las demás, que el de las buenas y exactas descripciones; mas yo quisiera que creyesen que en todas las demás Ciencias sucede lo mismo; pues que las esencias de las cosas, donde quiera que pertenezca el tratar de ellas, no las conocemos de otra manera. Por esto no se han de arrojar fácilmente los Literatos a formar definiciones, sin que antes tengan bien conocidas las cosas, que quieren definir, por descripciones exactas y bien seguras. Así son imperfectísimas las definiciones por las causas, las que solo manifiestan la cosa por algunas propiedades y efectos, y las que llaman físicas por la materia y forma; pues demás de que las formas de las Escuelas, que son las que se toman por norma, son fingidas, y lo es cuanto los Escolásticos dicen de ellas, tienen el inconveniente, que el conjunto de lo que llaman materia y forma, no suele ser sino una porción, a veces la menos esencial, de la cosa. Conócese esto en que si se hace de la misma cosa una exacta y cumplida descripción, se hallará que lo que ponen por materia y forma es lo de menos consideración que hay en los definidos. El modo, pues, de hacer una definición, cuando ya la cosa sea conocida por exactas descripciones es, formar un género común y una diferencia, y por estas hacer la definición que llaman Metafísica, que es sola la que los verdaderos Filósofos reconocen por definición. El género y la diferencia de las cosas son dos predicados esenciales, que las hacen conocer y distinguir, de modo que no se pueden equivocar. Este género y diferencia se han de tomar de los constitutivos y distintivos que resultan de las descripciones bien hechas, pues por ellas se descubre qué cosas son más precisas, necesarias, permanentes y perpetuas para la existencia y el ser de los entes que se describen. El motivo de querer los Filósofos, especialmente Aristóteles, superior a todos, que el género entre en las definiciones es, porque no conocemos más que los individuos, esto es, cada cosa de por si en cualquiera línea. La cosa determinada y singular no se puede definir, ni lo necesitamos, porque tenemos de ella nociones tan fijas, que si ponemos atención no podemos confundirla con otra. Queriendo, pues, para la mayor facilidad de entender las cosas, reducirlas a ciertas clases, en que con prontitud y seguridad las conozcamos, se hace preciso buscar un predicado esencial y común a todos los individuos que en tal clase se comprenden, y este es el género, pues que se extiende a todos los que debajo de si contiene. Este género ha de ser el más inmediato, porque si es remoto confunde la noción de la cosa y no la determina. En la definición del hombre animal racional se comprenderá todo lo dicho. No conocemos otros hombres que los individuos de la especie humana: vemos en todos ellos que son vivientes sensitivos: de modo, que examinadas todas las particularidades que subministra la verdadera descripción del hombre, hallamos que el ser viviente y sensitivo (esto significa la voz animal) es un atributo común a todos, sin excepción ninguna, y esencial, pues que precisamente puestas la vida y sensibilidad hay hombre, y si estas faltan de todo punto, también el hombre falta. Fórmase, pues, del animal un género común, cuya noción es extensible a todos los hombres: de suerte, que no puede estar en el entendimiento el concepto de animal, sin que por él haya una noción genérica, que tenga también por objeto al hombre. Es así que en todas las cosas hay ciertas porciones comunes con otras y transcendentales entre sí, esto es, que el entendimiento las concibe como juntas, o como una misma en el predicado común que las incluye todas. No solo son vivientes sensitivos los hombres, sino también las bestias; con que con la noción genérica de animal conocemos al hombre y al bruto: y aunque la noción de animal es clara para conocer lo viviente sensitivo, es confusa para conocer por ella sola al hombre. Es, pues, necesario añadir la diferencia racional, que es un predicado común a todos los hombres y limitativo, esto es, determinativo de lo genérico de animal a solo el hombre, de manera que juntos el género y diferencia: Animal racional, se comprehenden todos los hombres sin peligro de poderse confundir con ninguna otra cosa. Si en lugar de animal pusiésemos Ente o substancia, aunque son atributos esenciales, no fuera buena definición, porque estos predicados son muy de lejos, y por muy universales no determinan la noción que tenemos de los individuos de la especie humana: como si para definir la rosa pusiésemos por género Planta, que dista mucho de la noción de la rosa, para la cual es género inmediato y conforme a la noción el de flor; y lo mismo sucediera si para definir el águila pusiésemos por género viviente; pues siendo tan general esta noción, no es correspondiente a la que tenemos de las águilas: y esto sucede porque el género próximo ya incluye en si los remotos, no pudiendo haber noción de animal que no encierre la de substancia y ente; mas los remotos no incluyen formalmente, esto es, con expresa determinación las nociones inferiores, de modo que fuera vaga e incierta la aplicación de ellos a los seres determinados. En lo que llevamos explicado se fundan las reglas de una buena definición, las cuales consisten en que sea tal esta que se convierta con el definido, de modo que no haya más, ni menos en uno de lo que explica el otro, como sucede en la propuesta definición del hombre, porque así el entendimiento con la definición entenderá la esencia del definido sin poderla aplicar a otra cosa: para esto conviene que sea breve y clara: esto se logra con el género y diferencia; y así las definiciones que no se hacen de este modo, no lo son en rigor lógico, sino explicaciones, como lo suelen hacer los Oradores y Poetas, y en el trato civil el común de las gentes: conviene también que sus términos expliquen con más claridad que el definido lo que es la cosa; porque si falta esto quedan obscuras y confusas las nociones, y no se logra el fin de conocer por las definiciones las cosas con claridad y sin peligro de confundirlas; bien que esta mayor claridad basta que sea para los Filósofos, porque el vulgo por ignorancia mejor entiende lo que quiere decir hombre que animal racional. De lo dicho se deduce, que no pueden llamarse definiciones muchísimas explicaciones, que quieren se tengan por tales: y que deben ser raras y hechas con gran cuidado las definiciones legítimas, aunque conviene que los sabios después de maduros exámenes y bien hechas descripciones definan las cosas, para que dejando sentado el verdadero ser de ellas, no se confundan, y se pueda así pasar a otras averiguaciones filosóficas con entera seguridad. Aristóteles definió pocas cosas, pero explicó muchas. Los modernos tomando sus explicaciones por definiciones, hallan motivo de contradecirle. El Autor del Arte de pensar (a: Part. 2. cap. 16. p. 248. edision de la Haya de 1700.) que hizo empeño de desautorizar a este Filósofo por corregir los defectos de la Lógica de las Escuelas, impugna las cuatro explicaciones de lo caliente, frío, húmedo, y seco, que pone Aristóteles; y aseguro que si hubiera leído con atención todo el capítulo segundo del libro segundo de la generación y corrupción, no las tuviera por definiciones, sino por declaraciones de estas cuatro cualidades por los principales efectos de ellas, cuando concurren a la generación y corrupción de los mixtos; ni las hubiera impugnado del modo que lo hizo, porque Aristóteles por *gr no entendió solo lo húmido madefactivo, esto es, que moja, sino lo líquido: ni por *gr lo que esta falto de madefaccion, esto es, de humedad que moja, sino lo tieso, reduciendo a estas clases generales las particulares, que se comprehenden en ellas: echándose de ver, que una misma cosa puede en diversos respetos pertenecer a lo húmedo y seco. Es cierto que los Escolásticos usan de muchas definiciones, que justamente son reprehendidas de los modernos; pero estos no siempre las han hecho mejores, como que han sido felices en derribar, y no lo han sido igualmente en establecer. Lock, impugnando las definiciones que los Atomistas y Cartesianos han dado al movimiento (a), dice estas palabras "Nuestros Filósofos modernos, que han trabajado en desasirse del vicioso lenguaje de las Escuelas, y en hablar de un modo inteligible, no lo han hecho mejor, definiendo las nociones simples por la explicación que nos dan de sus causas, o de otra cualquiera manera." El Marqués de SanAubin en su tratado de la Opinión (b) hace una burla grande de la definición del hombre: animal racional, como que es obscura y confusa, entendiendo cualquiera lo que es hombre, y entendiendo pocos lo animal racional. Mas, fuera de que las rigurosas definiciones sirven solo a los Filósofos, como queda dicho, el mismo Autor poco antes la dio por buena en estas palabras: "Las más exactas definiciones son las que explican la naturaleza del definido por su género inmediato, y su diferencia esencial como esta: El hombre es un animal racional." En obras tumultuarias y de acinada erudición como la de este Marqués, es preciso se hallen algunas contradicciones.

(a): Esai philosoph. Del entend.lib.3.cap.4.pág.339

(b): Lib.2.part.I.tom.2.pág.21 y 23

Capítulo X.

De la división.

24 Con los mismos fines que los Filósofos definen las cosas, hacen las divisiones de ellas, que es aclararlas, para que no se puedan equivocar. La diferencia entre la división y definición consiste en que esta fabrica la cosa, señalando los predicados que compone su esencia; aquella la deshace, para que dividida en porciones, se vean las partes que la constituyen. Para mayor claridad conviene dividir lo que llamamos todo en todo físico, y metafísico. El todo físico, significado de los Latinos con la voz totum, es qualquiera cuerpo físico del Universo: el todo metafísico es mental, y consiste en las clases generales a que el entendimiento por abstracción reduce muchas cosas, comprendiéndolas con sola una noción, como lo hemos explicado, hablando de los predicamentos y predicables. Este todo se explica en Latín por la voz omne: en nuestra lengua la voz todo incluye a los dos; y aunque a la Lógica sólo pertenece dar reglas para la buena división del todo metafísico, no obstante es menester antes conocer los todos físicos, pues ignorándose no se podrán reducir a las clases de la división. En los cuerpos físicos la analisis, esto es, la descomposición de sus partes, a fin de que se vean con claridad, es de mucha importancia para conocerlos, y ayuda mucho a las descripciones exactas que deben hacerse para definirlos; de manera que en lo físico debe ir delante la división, sin la cual los entes corpóreos nunca se podrán describir bien, y por consiguiente tampoco se podrán definir. Cométense grandes defectos en las analises, y por eso no han sido tan útiles, como algunos creen, las que se han hecho en estos últimos tiempos. En los siglos medios se contentaban los Físicos con hacer groseras descomposturas de los cuerpos, y pronunciando fácilmente por ellas, mantenían muchos errores en el estudio de la naturaleza. Los modernos, queriendo enmendar este defecto, cayeron en el opuesto, aplicándose con extremada creencia a dividir lo que por su sutileza no es capaz de división. Han hecho más, que es poner en los cuerpos lo que han creído antes de dividirlos, que debía hallarse en ellos. ¿Quién no ve que es vana la división de las tres materias Cartesianas, sutil, globulosa, y estriada? ¿Y cuántas veces sus defensores nos dicen hallarlas en las análisis de los cuerpos?
En la anatomía se han introducido muchas ficciones, desmenuzando las partes hasta lo sumo, donde no pudiendo llegar la industria humana, se añade lo que subministra un sistema puramente imaginario. De esto hemos dado palpables ejemplos en las Instituciones Médicas. Las analises chímicas hechas con fuego, no descubren lo que hay en los cuerpos, sino lo que el fuego hace en ellos. Después de haber gastado Roberto Boyle muchos años y grandes caudales en las analyses chímicas, al fin desengañado compuso un tratado que se intitula Chymista scepticus, en el cual muestra con evidencia, que son producciones del fuego las materias que la Química saca por la resolución. Este punto le traté con extensión en la Física, para evitar los engaños que en este examen se cometen. Conviene, pues, descomponer los cuerpos para conocer sus partes con el orden que se requiere, para que la división no las desfigure: notar su enlace, figura, sitio, y uso de composición: observar atentamente su substancia sólida, o fluida, dura, o blanda: no añadir ni fingir nada, sino mirar lo que da la naturaleza, &c. ver las mutaciones que reciben las partes unidas al todo, o separadas, y las relaciones, o respetos que dicen con sus causas, con sus efectos y con las demás porciones de aquel todo: finalmente se ha de combinar lo dicho con lo que hemos propuesto de las descripciones, y de todo junto se formará concepto del ser de las cosas físicas para poderlas definir y dividir. Quien ve esto, y vea también el poco cuidado con que hoy se tratan estas cosas, bastándole a cualquiera para llamarse Físico el entender dos e tres fragmentos de un vano, pero pomposo sistema, conocerá que la verdadera Física está muy atrasada, y muy distante del punto de perfección, en que muchos la contemplan. Todavía es peor fiarse de los análisis de las aguas, y demás remedios para establecer sus virtudes en el cuerpo humano; pues fuera de que no se puede asegurar por ellas lo que hay en los simples medicinales, es muy diversa la relación, y respeto que las partes dicen con su todo, que la que dirán con otro muy distinto, como es el hombre. Esto no se puede saber sino por la atenta observación de la Medicina práctica, como lo ha mostrado Geofroi, sin embargo de haber sido uno de los que más han trabajado en hacer análisis de los vegetables y plantas, que describe en su preciosa materia Médica (a : Geofr. Tract. de Mater. Med. Introduc. c.9. t. I. p. 47. ed. de París de 1741.). También son físicas las divisiones de las cosas hechas por sus causas, efectos, propiedades, formas, &c. y muy conducentes para las buenas descripciones. Así que la división de las plantas por sus flores o semillas: la de las enfermedades por algunos símptomas, o por la diversidad de causas de donde dimanan: la de los hombres (lo mismo ha de entenderse de los demás animales) por los territorios, provincias, costumbres: y en fin la de otros seres naturales por sus propiedades y caracteres sirven para perfeccionar las descripciones que deben hacerse antes de señalar las esencias de las cosas; mas quererlas distinguir entre sí esencialmente por solos estos fenómenos accidentales, como lo ha hecho Mr. de Sauvages en las enfermedades, y algunos Botánicos intentan hacerlo en las plantas, es confundir las cosas, y no llegar a conocer el verdadero ser de cada una de ellas. La división lógica es sola la que muestra la diversa esencia de las cosas, aunque parezcan entre sí unas mismas. El modo como llega el entendimiento a esta división es este. Examina primero si hay la cosa, y esto lo hace por la debida y bien reglada aplicación de los sentidos, o por el bien dirigido juicio, que tiene por origen de su excitamento las representaciones que de estos han quedado en la fantasía. Asegurado de que la cosa existe, la describe para verla y examinarla más de cerca, valiéndose para esto de las divisiones físicas y de las demás circunstancias que piden las descripciones. Después de esto, colocando la cosa en la noción general común por el género, y señalando la particularidad que la distingue por la diferencia, la define fijando la esencia de ella. Pero como debajo de un predicado común esencial, como son el género y diferencia, se contienen muchas cosas, que deben entre sí separarse, pasa a hacer la división lógica, la cual es una noción común con que el entendimiento distingue las cosas que están contenidas bajo un mismo género o una misma diferencia: por eso la división lógica se diferencia de la física, en que esta divide el cuerpo singular en sus partes integrantes, y aquella divide la noción universal, en que están incluidos todos los singulares, en clases comunes, o nociones distintas, que hacen conocer la diversidad que hay en las cosas por sus esencias. De esto se deduce, que las divisiones lógicas sólo se deben hacer por los géneros, especies, y diferencias esenciales del mismo modo que las definiciones, y por eso se han de hacer unas y otras pocas veces, con la advertencia que han de preceder las divisiones y descripciones físicas de las cosas a las definiciones y divisiones lógicas, siguiendo el orden natural con que primero alcanzamos que la cosa existe, después la dividimos, resolvemos y separamos sus partes para conocerla, luego la describimos para circunstanciarla; y últimamente formamos las nociones comunes del género y diferencia para señalar su esencia, que es la definición lógica, tras de la cual se sigue la división con que dividimos los géneros, las especies y diferencias hasta llegar a los singulares, en quienes no cabe otra división que la física. Un ejemplo hará esto palpable. Preséntase a nuestros sentidos el hombre determinado, porque así es en lo físico, le dividimos en lo corpóreo (pues esto solo es lo que se presenta a nuestros sentidos) por la anatomía: juntamos a estas luces todas las acciones animales vitales y naturales, la figura y formación exterior del rostro y demás miembros: observamos las causas que le mantienen, ofenden, o conservan, y todos los caracteres que acompañan a su composición. Enterados de todo, le colocamos bajo la noción lógica más universal del ente, porque conocemos que existe: descendemos de allí a lo corpóreo, porque lo extenso e impenetrable nos aseguran de ello: pasamos de esto a lo animal, que es el género más inmediato y encierra las nociones superiores. Viendo que este predicado genérico es una noción que incluye otra cosa que no es el hombre, al punto formamos el concepto que llamamos especie, y consiste en una porción de lo que encierra la noción del género, la otra porción son los brutos. Queriendo después fijar estas porciones para distinguirlas, ponemos la diferencia racional, que es el predicado común, que llena la esencia del hombre y con que se distingue de la otra porción de la especie contenida bajo el género animal. Débese notar aquí; que las diferencias alguna vez son genéricas, porque dado que señalan el distintivo de un género superior, son ellas género respecto de otras inferiores. Así lo sensitivo es diferencia de lo viviente, más genérica que Io racional, puesto que esto solo tiene bajo de si a los hombres determinados o individuos de la especie humana, y aquello contiene a los hombres y los brutos, que siendo todos sensitivos, por esto se diferencian de las plantas que viven, y no sienten; por donde, aunque las diferencias por lo común son específicas, porque determinan las especies: junto con esto con consideración a otras nociones más universales, pueden ser genéricas, y la distinción consiste en que estas tienen debajo de si las especies y individuos; y aquellas solo los individuos, o entes determinados.

25 Los Escolásticos, aunque han sido nimios en hacer divisiones, pues no dividen, sino desmenuzan las cosas, defecto de que no se ha librado Heineccio, sin embargo de perseguirlos continuamente, multiplicando sus nociones con indecible sutileza, con todo han guardado el orden lógico con más exactitud que los modernos; porque aquellos han tenido en mira los predicados esenciales para dividirlas; estos han confundido las divisiones físicas con las lógicas, confundiendo así las esencias de las cosas. Tournefort hizo los géneros de las plantas, tomándolo de las flores y frutos, de modo que colocaba bajo un mismo género todas las que eran conformes en la forma, figura y otros caracteres de estas partes: dividía en especies las que sin embargo de ser semejantes en lo que llevamos propuesto, tenían además de eso algún distintivo con que se señalaban. Los géneros y especies los colocó bajo ciertas clases universales, adonde fácilmente se reducían. Ya antes de Tournefort intentaron algunos Botánicos reducir tanto número de plantas, como ofrece la naturaleza, a lugares determinados para socorrer la memoria; mas este insigne francés (Frances) consiguió formar un plan, que han seguido después la mayor parte de los que profesan este estudio. Carlos Linneo, famoso Botánico de Suecia, no quedando satisfecho de este método, colocó los géneros en los estambres de las plantas, mudó los vocablos, las hizo (hízolas) de dos sexos, y alteró de manera este estudio con tantas divisiones, que es suma la confusión que reyna en sus escritos. Nuestro Quer, que si hubiera sido tan aventajado en las partes que se requieren para ser Escritor, como lo era en el conocimiento de las plantas, se hubiera colocado en igual elevación que Tournefort y Linneo, da extensa razón de estos métodos, y descubre admirablemente los defectos de Linneo, entre los cuales no es el menor haber hecho un sistema con que no se puede hallar conformidad entre los Botánicos antiguos y modernos, ni en los nombres, ni en los caracteres para conocer las plantas (a: Quer Flor. Esp. tom. I. pág. 303.y sig.)
Así que en esta parte tan importante de la Física reyna hoy suma confusión, y se toman por géneros y especies las cosas que no lo son por no ser esenciales a las plantas, sino solo una física particularidad de cada una de ellas y de esto nace tenerse por de una misma naturaleza las que son muy diversas, y hallarse algunos que las tienen por de unas mismas virtudes, siendo distintísimas, al verlas colocadas bajo un mismo género. Pide, pues, este estudio mejor lógica: hacer las separaciones de las plantas por sus descripciones físicas: no señalar géneros ni especies, sino después de muchos exámenes y observaciones, con que se aseguren las esencias y sus diversidades, y de este modo se descubrirán mejor y con más seguridad las virtudes y propiedades de ellas, que es el fin principal de estas averiguaciones. En este último punto procedieron con harto buen método los Botánicos antiguos; en la pompa y extensión del Arte han superado los modernos. En la historia de los animales sucede lo mismo. Son infinitos los géneros, especies, y diferencias que pone Brisot, imitando a los Botánicos. Lo cierto es, que los trabajos de Aristóteles en esta materia, si se mira la solidez y utilidad, exceden en grande manera a estas nuevas y magníficas producciones. Es de suma importancia para adelantar en el conocimiento de las cosas, distinguirlas bien entre sí, dividir físicamente por sus caracteres las que son diversas, no confundir jamás unas con otras; pero es menester tiento, observaciones, tiempo, y lógica para colocarlas bajo las nociones comunes de género y diferencia, así para definirlas como para dividirlas, según sus esencias. Considerando atentamente lo que llevamos explicado, es por demás entretenernos en dar reglas para las buenas divisiones; pues todo lo dicho se endereza a que estas se hagan con la exactitud que prescribe la buena razón; y el advertir que los miembros de la división deben llenar el todo diviso, y que deben estos mismos excluirse entre sí, de modo que el uno no se contenga en el otro, son cosas tan claras que a cualquiera se le ofrecen con mediana atención, sin necesitar de ejemplos ni explicaciones.

LIBRO PRIMERO. 1-5

LIBRO PRIMERO.

Capítulo I.


De las operaciones del alma en general.

El hombre se compone de dos partes esenciales, es a saber, Cuerpo, y Alma. El Cuerpo es substancia material y sensible, y organizada de modo que cada una de sus partes contiene un artificio maravilloso, y todas juntas conspiran a producir las acciones especiales que le pertenecen. El Alma es substancia espiritual, inmortal, indivisible, criada por Dios, que la introduce en el Cuerpo cuando ya este se halla con las disposiciones, y organización necesaria para recibirla. Mas es de admirar, que siendo de naturaleza tan diferente el Cuerpo, y el Alma, se unen entre sí tan estrechamente mientras dura la vida, que el uno no puede obrar sin dependencia del otro, de suerte, que las cosas que tocan al cuerpo las percibe el alma, y esta comunica especiales movimientos al cuerpo.

2 Y aunque sea verdad, que no podemos comprehender claramente el modo con que una substancia espiritual se une con otra material, ni de qué manera recíprocamente concurren a producir las operaciones; no obstante si atendemos con cuidado lo que pasa dentro de nosotros, cuando pensamos, o queremos alguna cosa, y reflexionamos en lo que entonces nos sucede, descubriremos con bastante certidumbre la unión de estas dos substancias, y el origen de sus principales operaciones.

3 Las acciones que el hombre ejercita, o son materiales y corpóreas, o espirituales. El Alma es a la verdad la causa principal de todas; pero se diferencian entre sí, porque las primeras se executan por disposición del cuerpo, y las segundas especialmente existen en el Alma. El movimiento del brazo, lengua, y piernas: el del corazón, nervios, y todos los murecillos del cuerpo, proceden del Alma, y no obstante con razón se llaman corpóreos, porque todos se ejercitan con el cuerpo. Pero el imaginar, discurrir, juzgar, y por decirlo de una vez pensar, y querer, son acciones espirituales propias del Alma. Estos son principios ciertos tomados de la Física y Animástica, y nos valemos de ellos como presupuestos bien seguros para averiguar lo que pertenece a la Lógica.

Capítulo II.

De las operaciones mentales del Alma.

4 Así como el cuerpo humano consta de distintas potencias con que ejercita muy diversas operaciones, las cuales conspiran a un mismo fin, que es la conservación de la vida, con orden maravilloso entre todas ellas, del mismo modo en el Alma hay varias facultades, potencias, y fuerzas con que produce muchos actos, que todos conspiran, se ordenan, y mutuamente se ayudan al fin de ejercitar la razón. Iremos aquí descubriendo estas potencias del Alma, según el orden que naturalmente guardan en sus operaciones: mostraremos los objetos de cada una de ellas: y manifestaremos como todas se ayudan y concurren al ejercicio de la racionalidad. No solo los Filósofos antiguos, sino también los modernos tratan este asunto con suma confusión, atribuyendo a una potencia lo que es de otra, y mezclando entre sí las cosas que debieran separar, de donde nace mucha obscuridad, y de ella muchos errores y falsedades, de que están llenos los libros antiguos y modernos de Lógica. La misma naturaleza enseña a todos los hombres, si quieren ser atentos en observar lo que pasa en su interior, que nada hay en su entendimiento que no haya tomado ocasión de los sentidos. En el ejercicio de la Medicina tenemos todos los días motivo de asegurarnos de esto en las varias suertes de males, en que se dañan los sentidos, y la razón. Un hombre que por la mañana usaba de sus sentidos y demás potencias mentales, por la tarde, acometido de una fuerte apoplegía, ni siente, ni razona, y así está como un tronco mientras dura la enfermedad. La primera potencia, pues, que hay que explicar es la sensible, porque es la puerta por donde entran al entendimiento los primeros objetos sobre que se ha de ejercitar. Las cosas de a fuera, que se presentan a nuestros sentidos, se llaman objetos sensibles. Cuando se aplican a los órganos de los sentidos, ya sea por sí mismas, ya por partículas que de si despiden, hacen empujo, o impresión en ellos. Al punto que esto sucede, percibe el hombre el objeto por una alteración que en si experimenta, debiéndose distinguir como cosas diversas el empujo del objeto y la percepción de él, pues aquel es puramente físico, y esta es producción de la potencia sensitiva. Esta potencia de percibir el objeto sensible se llama en Griego *gr: en Latín vis sentiendi: en las Escuelas principium sensationis: en Castellano fuerza, potencia sensible, o, como otros dicen, sensitiva: el acto de esta potencia, esto es, la alteración nueva que se experimenta a la presencia del objeto en los órganos de los sentidos, se llama en Griego *gr: en Latín sensus: en las Escuelas sensatio: en Castellano sensación o percepción de los objetos sensibles. Pongamos un ejemplo. Tocan a uno el pie con un palo, o acercan a las narices una rosa: el palo y la rosa son objetos sensibles del tacto y del olfato: el inmediato contacto, aproximación activa de estos objetos a los sentidos es el empujo, impresión que hacen en ellos: la advertencia (permítaseme usar de esta voz) percepción que el hombre tiene de estos objetos, y de la impresión de ellos en su cuerpo es la sensación. A este modo sucede en todos los demás sentidos.

5 Luego que se ha hecho la percepción de los objetos sensibles, instantáneamente se forma en lo interior del hombre una imagen, forma, o expresión del objeto, de modo que se pinta su figura, hábito exterior, y forma, que encierra los caracteres distintivos de cada cosa. La potencia de engendrar esta imagen se llama en Griego *gr: en Latín imaginatio: en Castellano fantasía, imaginación. El acto de esta potencia, esto es, la imagen o representación del objeto sensible se llama en Griego *gr: en Latín imago, species, forma: en las Escuelas aprehensio; en Castellano imagen, representación de la cosa. Los modernos, desde que se ha introducido por todas partes el uso de la lengua Francesa, comúnmente le llaman idea con poca propiedad, y confundiendo las operaciones del entendimiento, como veremos en el capítulo siguiente. Hasta aquí no hay más que simple percepción del objeto sensible, y representación de él en la fantasía, sin afirmación, ni negación. Para quitar equivocaciones, así de lo dicho como de lo que se ha de decir en adelante, advierto, que la voz sensible en Castellano se toma como la latina sensibilis en dos significaciones, porque unas veces recae sobre la potencia, y se dice facultad, o fuerza sensible, que es como si dijéramos potencia de sentir: otras veces sobre el objeto; y así a este le llamamos sensible, que vale tanto como decir cosa que se puede percibir con los sentidos.

6 Síguese por el orden natural la potencia de combinar, esto es, juntar, unir, desunir, separar las imágenes de los objetos externos pintadas en la fantasía. Las potencias sensitiva e imaginativa tienen por objeto inmediato las cosas externas, que hacen impresión en los sentidos: esta potencia de que hablamos, y las demás que iremos explicando, tienen por objeto próximo las imágenes y representaciones de la imaginación, y por objetos remotos las cosas externas. Esta potencia de combinar, junta, o separa las imágenes simples de mil maneras diferentes. La unión la hace por la expresión es, la separación por la expresión no es. Estas expresiones se llaman cópula, porque atan las cosas entre sí, de modo que si las juntan se llama cópula afirmativa, y si las separan negativa. Esta potencia en Griego se llama *nonua: en latín intelligentia: en las Escuelas principium discursus: en castellano no sé que tenga nombre propio; pero su principal fuerza se explica con la voz ingenio, de la cual yo me valdré en esta Obra, puesto que llamamos así en Español la potencia mental con que el hombre inventa, descubre, halla, y compone, o descompone innumerables combinaciones de las cosas. La acción de esta potencia se llama en Griego *Evvoía: en latín cognitio, intellectio: en castellano inteligencia, conocimiento, comprehension. A dos clases se pueden reducir las innumerables combinaciones y enlaces de esta potencia, porque unas son simples, cuando una cosa se junta con otra, como Pedro es hombre, Pedro no es sabio: otras son compuestas, cuando se juntan algunas de las simples para formar otra, como el Sol ha salido: siempre que el Sol ha salido es de día: luego es de día. A la combinación simple llaman los Griegos *gr: los Latinos enuntiatio: en las Escuelas judicium, propositio: en Castellano proposición. La combinación compuesta se llama en Griego sylogismus: en Latín raciocinatio: en las Escuelas discursus: En Castellano razonamiento, discurso, argumento, sylogismo. Las varias afecciones de las proposiciones y sylogismos ya en afirmar y negar: ya en modificar, restriñir, ampliar: ya en conformarse con la verdad, o en fingir y falsificar con diversas combinaciones, se explicarán más adelante. Lo que conviene prevenir aquí es, que esta es la potencia, sobre la cual trabaja principalmente la Lógica, pues su instituto es entender, aclarar, y asegurar la legítima disposición que han de tener las combinaciones simples y compuestas, y cada una de las partes que las componen, y el todo que resulta en las proposiciones y sylogismos, con el fin de asegurarse de la verdad.

7 Resta explicar la potencia principal de la mente humana, superior en alcances y en dignidad a las que hemos declarado. Hay en el hombre una fuerza, facultad, o potencia de conocer la exactitud, orden, verdad, falsedad, proporción, propiedad, y buena constitución de los actos de las potencias propuestas, y de juzgar y conocer de ellas, descansando sobre lo que halla cumplido y conforme a lo verdadero, y no pudiendo quedar satisfecha con lo falso. En los brutos hay potencia sensitiva e imaginativa, porque estas pueden residir en lo corpóreo: no hay ni puede haber la potencia de combinar, y mucho menos la de juzgar de las cosas, porque estas dos son propias del hombre, y no pueden estar en cosa corpórea y material, sino en puro espíritu, como pienso demostrarlo por razones filosóficas en la Metafísica. Lo cierto es, que si el hombre entra dentro de sí mismo, meditando lo que le sucede en el ejercicio de estas potencias, y ve con cuidado lo que hacen y pueden hacer los brutos, conocerá claramente el orden superior en que está constituido sobre ellos, y que hay en su constitución un principio espiritual que le distingue de todo lo que no es hombre. Esta potencia de que hablamos se llama en Griego *nous: en Latín mens: en Castellano juicio. Los actos, u operaciones de esta potencia se llaman en Griego *gr: en Latín ratio: en Castellano razón; y conviene no confundir la razón con el raciocinio, porque este es el sylogismo que pertenece al ingenio, o potencia de combinar, y puede ser bien o mal ordenado; no así la razón, que siempre ha de ser justa, o arreglada a lo que corresponde. Esta potencia, que es la más superior de la mente, la más estimable, y la que más se debe cultivar, tiene por objeto inmediato los actos de las otras potencias ya explicadas, de modo que mirándolos juzga sobre ellos. Cuando se para porque no conoce ni distingue bien su objeto en todas sus circunstancias, este acto se llama suspensión de juicio: cuando contempla sus objetos, deteniéndose en examinarlos, atención: cuando juzga sobre ellos si son exactos, ordenados, verdaderos, &c. reflexión: si después de reflexionados se asegura de sus propias determinaciones, se llama conciencia. El modo que tiene de obrar es este: Hay ciertas verdades que pueden llamarse fundamentales, porque están plantadas en el alma, como veremos en el capítulo siguiente, y son el fundamento del juicio, las cuales son también la razón primitiva que sirve para ejercitarse esta potencia. cualquiera cosa es, o no es: es imposible que una cosa sea y no sea: las cosas que son una misma con una tercera, son también unas mismas entre sí, de la nada, entre las cosas criadas, no se puede hacer nada: el todo es mayor que su parte: si a cosas iguales se añaden cosas iguales, los todos quedan iguales: y otras muchas proposiciones, que tienen una firmísima certeza, sin que necesiten de probarse, porque todo el género humano está convencido de ellas, son los fundamentos sobre que obra la potencia de juzgar: y cuando halla conformidad entre los actos de las otras potencias, y estas proposiciones, asiente y descansa sobre ellas, como que son entonces conformes a la razón, o, lo que es lo mismo, se alcanza con la razón la unión, conformidad y enlace de los actos intelectuales con las máximas primitivas: al contrario si los halla disconformes, distantes, y no componibles con las verdades fundamentales, entonces disiente y los rechaza. Por eso nada le importa tanto al hombre como ilustrar esta potencia y gobernar bien sus actos. Los principios que para esto necesita, demás de los que llevamos propuestos, son los que subministran como seguros las Artes y Ciencias. La Religión le da máximas ciertas para juzgar lo que a ella toca: la Moral para buscar el bien y huir del mal: la Física para entender la naturaleza y juzgar de sus operaciones: la Jurisprudencia para conocer lo justo e injusto, la Política para gobernar los Pueblos con acierto; y así de las demás: de suerte, que cada cual debe trabajar en adornar esta potencia con máximas fixas y seguras, que le sirvan de norma para el ejercicio de la razón. Estas máximas, cuando son generales, van con la naturaleza: las particulares se aprenden con el buen estudio de cada Ciencia en particular. En la Lógica solo se ejercita el juicio, examinando si la potencia de combinar ha formado bien, o mal los raciocinios, pues el juzgar de las demás Artes no se ha de hacer por la Lógica, sino por los principios, o máximas fundamentales de cada una de ellas; bien que siendo uno de los modos más aptos para conocer la conformidad de los actos intelectuales con las primeras verdades el reducirlos a sylogismos, por eso la Lógica tiene un uso transcendental a todas las Ciencias. Los Griegos y Romanos primero, y después los Escolásticos, que siguieron sus pisadas, hablaron de estas potencias con mucha confusión, tomando unas por otras, y mezclando sin orden los actos de ellas, atribuyendo a una la operación que pertenece a la otra. Los modernos en lugar de quitar esta confusión, por lo común la han aumentado, como ha de confesarlo cualquiera que esté bien enterado de lo que llevamos propuesto, y los lea sin preocupación, lo cual es causa de haberse escrito entre muchas Lógicas muy pocas que sean exactas. En los vocablos ha habido todavía más confusión, porque a la poca exactitud de los Filósofos se ha añadido el uso del Pueblo, que es el árbitro de las lenguas. Yo he procurado escoger las voces más expresivas de los Autores, para que se uniese con la doctrina de ellos lo que propongo, y los he fixado para el uso determinado que de ellos he de hacer en este escrito. Si Huarte en su Examen de ingenios hubiera separado las potencias mentales y sus actos, atribuyendo a cada una lo que le corresponde, hubiera hecho singular su obra; bien que aun con la confusión que en esto tiene es muy digna de las alabanzas que le han dado los eruditos Extrangeros. Una cosa es preciso advertir, que en nuestra lengua la voz Entendimiento significa el conjunto de todas las potencias mentales, que llevamos explicadas; y Pensamiento los actos de estas mismas potencias, de cualquiera suerte que sean.

8 La Memoria es una potencia transcendental a todas las que llevamos propuestas. Su objeto son las imágenes de la fantasía. Forma esta necesariamente imágenes simples de las cosas que se presentan a los sentidos. Después las forma también de los mismos actos del entendimiento sensibillzándolos, esto es, haciéndolos en cierto modo sensibles, porque la verdad, justicia, igualdad proporción, relaciones que son objetos de las operaciones mentales, y aun los mismos actos del entendimiento sin ser sensibles, las pinta como si lo fueran, formando las imágenes de estas cosas por la similitud, composición, correspondencia y forma de otras que lo son. Así el Geómetra se fabrica una imagen mental del punto y dela llnea, como si fueran sensibles. Lo mismo hace el Aritmético, el Metafísico y el Jurisconsulto, cuando cada uno de estos forma en su imaginativa representaciones sensibles de los objetos insensibles de sus profesiones. Las combinaciones tantas y tan varias del ingenio, y las resoluciones del juicio las sensibiliza la imaginativa de la misma manera. El primer origen de estas imágenes viene de los sentidos, porque viene de los fantasmas, o representaciones simples que la fantasía forma de las cosas; pero, como he dicho, de las simples, que son legítimas, fabrica otras, que solo representan en alguna semejanza los actos mentales; y conviene no dexarse llevar de las imágenes así formadas, porque, ni son exactas, ni a propósito para que por ellas se asegure el juicio de la realidad de las cosas. También se ha de cuidar de no confundir estas imágenes mentales con los principios de juzgar que tiene el entendimiento, los cuales aunque obran sobre tales imágenes, son de superior orden, y no partícipes de lo corpóreo. Los errores que de la confusión de estas cosas nacen los iremos mostrando en sus lugares. A la potencia de formar las imágenes de que acabamos de hablar llaman en las escuelas entendimiento agente, y a las potencias que obran en vista de estas imágenes entendimiento paciente. La Memoria es la potencia mental, que conserva, renueva, y como que reproduce toda suerte de imágenes, así simples y sensibles, como intelectuales; y aunque por sí no hace al hombre racional, ni sabio, ni inteligente; pero es un depósito, o almacén, del cual las demás potencias toman la materia, esto es, los objetos sobre que se han de ejercitar; y así conviene llenar la memoria de copiosas imágenes bien colocadas, bien distintas y separadas, sin confusión alguna, y no gobernar el juicio por ellas, sino por los principios fundamentales de la razón, que son muy superiores. Sucede que cuando se forma la imagen de una cosa en la fantasía, se juntan con ella el lugar, tiempo, ocasión y enlace de las demás cosas que la acompañan. La memoria se aprovecha de todas, porque a veces nos acordamos de una cosa por la conexión de otra, sin la cual no sería fácil renovarse la imagen de la primera. A esta manera de ejercitar la memoria llamaron los Filósofos reminicencia. La potencia de la memoria se llama en Griego *gr en latín y en castellano memoria: y en las tres lenguas tienen el mismo nombre los actos de esta potencia. Aunque las potencias del entendimiento que hemos explicado sean distintas, y diversas en el modo de obrar, se hallan tan enlazadas unas con otras, que momentáneamente ejercitan sus actos sin estorbarse, y se ayudan sin embarazarse: de modo que la prontitud imponderable con que valiéndose unas de otras producen sus actos, es causa de mucha confusión, y de errores en los que no meditan, ni trabajan en entender lo que toca a cada una de ellas. Disputan los Escolásticos si estas potencias están identificadas, esto es, son el mismo ser esencial del alma, o se distinguen de ella. Además de ser de todo punto inaveriguable esta cuestión, dado que se pudiese esto llegar a saber, no serviría para perficionar el entendimiento humano; con que los argumentos y contenciones con que las Escuelas se oponen entre sí, no aprovechan para otra cosa que para mantener voluntarias e interminables disensiones por cosas que no importan nada. Lo que hay de cierto es, que las potencias intelectuales residen en el alma, y son el fondo de su propia naturaleza. Así como la naturaleza de cada cosa lleva consigo necesariamente, y sin poderle jamás faltar, la potencia, principio, y facultad de producir sus propias, y especiales operaciones, del mismo modo a la naturaleza del alma en el hombre le corresponde la potencia de producir los conceptos mentales, como lo llevamos explicado.

Capítulo III.

De las ideas.

No es cuestión de voz, sino de cosas muy precisas la que vamos a tratar. Aunque comúnmente se cree, y graves Autores lo dicen, que Platon fue el primero que usó la voz idea: yo hallo que Hippócrates, anterior a Platón, la usó muchas veces en sus escritos legítimos; con que solo se puede decir que Platón fue el que hizo más universal la noticia de las ideas. Decía este Filósofo, que cuando el Hacedor de todas las cosas hizo este mundo visible, miraba como originales a quienes se adaptaba ciertas formas exteriores, inmateriales, insensibles, eternas, que le servían de exemplar, y a estas llamaba ideas. Leyendo el Timeo de Platón y su Phedon, donde trata de estas cosas, se echa de ver mucha confusión en los dictámenes de este Filósofo, y poca constancia en lo que establece sobre estas ideas, de modo que sus sectarios Plotino, Alcinoo, Apuleyo, y otros no se pueden convenir entre sí cuando tratan de averiguar la mente de su Maestro en este punto. San Agustín, que con admirable sabiduría supo enmendar los errores gentílicos, convirtiéndolos en usos verdaderos para ilustración de las verdades christianas, hablando de las ideas de Platón, las coloca en la mente divina, como que Dios en la creación del mundo iba poniendo en obra lo que desde la eternidad estaba en su mente. Aristóteles impugnó las ideas Platónicas; y en los tiempos medios no se ha hecho mención de ellas sino para rechazarlas, de manera que en las Escuelas nunca han tenido entrada, ni en su significado, ni en la voz Idea, para explicar los actos del entendimiento. Los modernos han tomado por su cuenta hablar en sus Lógicas de las Ideas, no de las de Platón, porque todos conocen que son fingidas, sino aplicando esta voz a los conceptos del entendimiento, con lo que han introducido un lenguaje, que en sí es confusísimo, y cierra la comunicación de los Dialécticos de ahora con los de la antigüedad. Cartesio, a lo que yo entiendo, por no hablar como los antiguos, fue el que introduxo las ideas en la Filosofía (a: Véase la Introducción, número 12.
Como el sistema Cartesiano deslumbró toda la Europa, se hizo como cosa de moda pensar, y hablar como Cartesio. Después que han conocido los hombres de buen juicio, que la Filosofía Cartesiana era por la mayor parte un cúmulo de ficciones bien encadenadas, la han abandonado, quedándoles pegada alguna cosa, como sucede siempre que se han preocupado los entendimientos, pues cuesta mucho desarraigar de todo punto lo que estuvo internado en la mente. Han quedado pues, las Ideas, y las aplican los más a cosas con que no tienen conexión, ni pueden tenerla. Ni Platón, ni sus discípulos entre los Griegos: ni Cicerón, ni Séneca entre los Latinos entendieron, que la voz Idea significase conceptos mentales, sino la forma exterior, hábito y carácter circunstanciado, con que se muestran las cosas, de modo que la Idea reside en ellas, no en el entendimiento; y es el modelo, exemplar y especie exterior que se tiene presente para la imitación (b: Véase mi Discurso sobre el Mechanismo, pág. 69. ).
En el mismo sentido usó Galeno de esta voz. En las Escuelas han guardado en esto más propiedad, porque llaman Conceptos lo que los modernos Ideas, y así mantienen la inteligencia de las voces que usaron los antiguos. Algunos Filósofos de estos tiempos, conociendo esto, se han disculpado del demasiado uso de la voz Idea, como Gasendo, y Lock (c: Gassend. Instit. Log. pars I. tom. I. pág. 92. Lock Essai Philos. Praefat. num. 8. pág. 5..
Los más han hecho la salva en sus Lógicas de la variedad suma que reyna entre ellos mismos sobre la inteligencia de las Ideas (a: Véase Purchot Logic, c. I.p. 46. Leibnitz Logic, oper. tom. 2. pág. 17. edición de Ginebra de 1768.); pero la torrente del siglo, y el no ser fácil desprenderse de lo que prematuramente se creyó, ha hecho que siguiesen en sus Lógicas lo que veían en los que les habían precedido. El inconveniente que trae el usar de esta voz, como se hace, es el impedir la inteligencia de los Filósofos Griegos y Romanos, que no usaron tal lenguaje, y cuando lo usaron, que fue muy pocas veces, era en otro sentido. Es también inconveniente, y no pequeño, el no estar convenidos los modernos en lo que está significado con la voz Idea. Cartesio no se declaró bastantemente, ni está firme en la significación (b: Véase la respuesta a las primeras objeciones, pág. 53. De existentia Dei pág. 85. y la impugnación 3. de Gasendo pág. 16.). Después algunos no entienden por Idea, sino las imágenes y representaciones de la fantasía: otros la extienden a significar todos los actos del entendimiento.
La obscuridad que de esto nace es muy grande, porque se confunden las operaciones de las potencias mentales, y se atribuye a una lo que es propio de las otras. Tienen por axioma (así llaman a una proposición de todo punto cierta, aunque los antiguos no lo entendieron así) que lo que se incluye en la idea clara y distinta de una cosa es de la esencia de ella. Si por Idea entienden las imágenes de la fantasía, es falso, porque estas representaciones cada punto engañan por ser correspondientes a la impresión de los objetos sensibles, y ser muy fácil que los sentidos nos engañen. Con toda claridad y distinción se nos pinta en la imaginativa como torcido un palo metido en el agua cuando está derecho: y con la misma claridad se nos representa una bola de cera como si fuesen dos, cuando la movemos con los dedos atravesados, y así otras muchas cosas, en que quedamos cada día engañados por las representaciones de la fantasía. Este punto le trató bien el Padre Mallebranche, sin embargo que de las Ideas habló con mucha extravagancia, así en la definición de ellas, como en afirmar que vemos todas las cosas en Dios (c: Véase la Inquisición de la verdad, tom. 2. cap. I. pág, 59. y sig. edición de París de 1730.).

Si por Ideas se entienden las imágenes que de los mismos pensamientos forma la fantasía, tampoco es verdadero el axioma, porque formándose estas de las primeras, están expuestas a las mismas equivocaciones; a que se añade, que las imágenes de los actos mentales que la imaginación engendra, y conserva la memoria, nunca son exactas porque se forman de las sensibles, y lo representado por ellas no lo es (a: Véase Leibnitz en el lugar antes citado.).
La verdad, pues, y la seguridad que se puede tener de alcanzarla, no depende de las que llaman Ideas, sino de la rectitud del juicio, y esta depende de los principios de juzgar, de que hemos hablado en el capítulo antecedente, y tendremos hartas ocasiones de hablar en esta Lógica. De lo que hemos dicho se colige, que la voz Idea en su riguroso sentido no está bien aplicada a las nociones mentales: que conviene hablar de cada una de estas según lo que son, y las potencias de donde dimanan, sin confusión alguna: que para mantener la comunicación de idiomas con los modernos, y poder usar de sus luces, nos podremos valer alguna vez de la voz Idea, fixando su significación a las meras imágenes de la fantasía, sin transcender a los demás actos del entendimiento, como lo hacen entre ellos los más cuerdos: y que la adquisición de la verdad no se puede conseguir sino por la aplicación de los principios sólidos, con que el juicio descubre la conformidad de ellos con las demás nociones mentales.

10 según lo que dexamos sentado es claro que no hay ideas innatas, aun en el sentido en que lo entienden los modernos; porque las imágenes de la fantasía dimanan de los sentidos: los demás actos del entendimiento proceden de sus respectivas potencias, y no se ponen en obra, sino cuando hay en la imaginación las representaciones de las cosas sensibles, las cuales son el objeto inmediato de ellas. Así que es indubitable, que nada hay en el entendimiento que no haya entrado por los sentidos, en cuanto estos son las primeras puertas por donde entra en la mente la primera noticia de las cosas, y con la ocasión que de esto toman las potencias intelectuales, ejercitando su natural fuerza, producen sus actos.

Comparo yo este por lo que toca a cada una de las potencias (aunque en tales asuntos no hay que esperar comparaciones del todo exactas) a un grano de trigo u otra semejante semilla. Tiene esta dentro de sí la fuerza de engendrar su semejante: mas no la ejercita si no la meten en la tierra, y allí recibe las disposiciones necesarias para producir su efecto. Estas disposiciones son ocasión y motivo preciso para que el grano ponga en obra la virtud oculta que encierra; pero el engendrar a su semejante lo hace por la potencia natural que en él se halla, muy distinta de los aparatos que se requieren para explicar su fuerza. Así como en el grano no es innato cuanto hace el Labrador, y solo lo es la potencia interior de engendrar su semejante , del mismo modo no son innatos los motivos y ocasiones que el entendimiento tiene para obrar, y solo lo son las potencias con que ejercita sus actos mentales. La equivocación que ha dado motivo a esta duda consiste en esto. Hay ciertas verdades fundamentales, que con la luz natural se alcanzan, como el todo es mayor que su parte: cada cosa es o no es &c. y a estas algunos modernos, renovando máximas de la antigüedad, las llaman innatas, como que están plantadas en el alma, y solo se excitan, o dispiertan con la presencia de los objetos. La verdad es, que ni estos ni otros tales principios están en la mente humana, sino que las potencias mentales los engendran cuando hay motivo y proporción; por donde son innatas las potencias, y nunca lo son sus actos. Conviene explicar un poco más este punto. Las primeras verdades que el entendimiento alcanza, le vienen de dos fuentes, es a saber de la experiencia, y de lo que llamamos razón natural. La experiencia nos subministra principios para juzgar de todo lo corpóreo y sensible: y la razón natural nos sugiere luces para conocer lo incorpóreo e insensible. Las leyes inviolables, que en su modo de obrar guarda la naturaleza corpórea, observadas por la recta aplicación de nuestros sentidos, son objetos de conocimientos claros, y de principios indubitables. La verdad, justicia, virtud, relación, y otras cosas a este modo, conocidas por los actos mentales, y miradas atentamente por el juicio, son objetos que subministran máximas indefectibles a la razón natural.
La Física en toda su extensión averigua las verdades experimentales. La Moral, la Jurisprudencia, la Metafísica, y la Lógica son el depósito de las máximas que pertenecen a lo incorpóreo. Unidas todas ellas entre sí, enriquecen al entendimiento de principios seguros y constantes para seguir la verdad y evitar el engaño. Lo que conviene es saber aplicar las proposiciones de cualquiera asunto a las máximas ciertas, ya experimentales, ya de luz natural; porque el entendimiento en viendo claramente la conformidad y conveniencia de unas con otras, queda convencido de todas ellas.
La Lógica trabaja mucho en hacer esta aplicación, y de prueba en prueba, y de argumento en argumento conduce la mente a conocer la conveniencia del asunto que se trata, y su conformidad con las verdades primitivas. Nada hay innato hasta aquí: todo se adquiere con el debido ejercicio de los sentidos, y con el uso de la recta razón. A las potencias del entendimiento les es innata la fuerza de producir los actos de las primeras verdades, una vez que antecedan las ocasiones y motivos necesarios para que obren; y puestas estas disposiciones, como que se vienen por sí, no pueden dejar de producirlos. Propónese a la mente una cosa acaecida, para la cual halla imposible la causa, y no asiente a ella, porque sin poderlo evitar produce este acto intelectual: ningún efecto puede haber sin causa, y de este sube al principio: de la nada, o de lo que no hay, nada se puede hacer. Propónesele también que haga una injuria a su prójimo, y lo repugna, porque el entendimiento conoce: lo malo no se puede hacer, y el injuriar a otro es malo, puesto que ninguno ha de hacer a su prójimo lo que no quiere que se haga con él. Todas estas proposiciones hasta llegar a la verdad primitiva, que por sí misma es clara, son unos sylogismos tácitos, que con facilidad se pueden reducir a raciocinios descubiertos, con los cuales se llega a ver la conveniencia de lo que se trata con los primeros principios. Estas y otras tales verdades primitivas las producen, en presentándose ocasión, las potencias mentales sin poderlo evitar, y por eso es innata en ellas la fuerza de engendrar los primeros razonamientos que han de servir de basa a todos los otros. Así como la tierra es una madre fecunda, que recibiendo varias semillas, hace que cada una, dado que acudan las necesarias disposiciones, engendre a su semejante sin poderlo estorbar, y sin equivocar las fuerzas respectivas de cada una de ellas, del mismo modo el entendimiento humano, puestas las ocasiones y motivos necesarios para obrar, produce los actos que corresponden a cada una de sus potencias: y así como a la imaginativa le toca formar imágenes de los objetos, al ingenio combinarlos, a la memoria retenerlos, al juicio le pertenece producir las primeras proposiciones que encierran las verdades fundamentales de la razón, y lo ejecuta como que esto es propio de su íntima y natural potencia.
De lo dicho se deduce, que la cuestión de las ideas innatas, que inútilmente se trata en las Lógicas de los modernos, es importuna, porque conociendo y distinguiéndose bien las potencias mentales de sus actos, y viendo atentamente cómo estas cosas se ejercitan, se sabrá lo que es innato y no lo es, y también lo que puede ser provechoso averiguar en esta materia.

CAPÍTULO IV.

De las cosas que acompañan a los actos del entendimiento.

Si cuando el hombre piensa no tuviese otro motivo para alcanzar la verdad que el que le sugieren sus conocimientos, con solo cuidar de que estos fuesen exactos y no confusos, adelantaría lo que permite la condición humana en el examen de ella; mas como junto con los actos del entendimiento andan inseparables los afectos del ánimo, estos turban, confunden, y aceleran las percepciones mentales, y lo que es peor, corrompen de mil maneras al juicio, por donde son ocasión de muchísimos errores. Para evitar pues, los excesos que en esta parte cometemos los hombres en la averiguación de la verdad, conviene mostrar como los afectos del ánimo concurren con el entendimiento, y alteran el buen orden de sus operaciones: asunto que se toma de la Moral para hacerlo servir a la Lógica.

12 Al punto que en los órganos de los sentidos se hace la impresión del objeto, y la sensación, se siente el ánimo agitado de dolor, o deleyte. Por dolor se entiende aquí cualquiera molestia, de modo, que la agitación del ánimo va junta con gusto, complacencia, y satisfacción, que los Filósofos llaman Deleyte: o con molestia, disgusto, pena, displicencia, que llaman Dolor. Por poca reflexión que haga cualquiera con lo que le sucede cuando percibe los objetos sensibles, verá que no hay ninguno que no le mueva el ánimo con uno de los nombrados afectos: bien que a veces es tan poca la agitación que excitan, que nos parece no hallarnos alterados, y a esta situación llamamos Indiferencia. Luego que se pinta en la fantasía la imagen del objeto, y el entendimiento le percibe claramente, se excitan en el ánimo los afectos de fuga, o prosecucion; es decir, se ve incitado a abrazarle, o rechazarle. Esto se funda en que los sentidos se nos han dado para nuestra conservación: el dolor es indicio de cosa que nos destruye, y el deleyte de cosa que nos conserva; con que somos naturalmente llevados por nuestro propio bien hacia el deleyte, y huimos siempre de cualquiera dolor. Sabiendo por la Filosofía Moral las pasiones que se excitan para la fuga del mal, como el temor, cobardía, odio, envidia, ira, enojo, &c. y las que se mueven por el bien, como el amor, alegría, deseo, complacencia &c., cualquiera conocerá a la presencia de los objetos sensibles la pasión, o pasiones de que se halla agitado, según los contempla buenos, o malos, dignos de prosecución, o de fuga. Este conocimiento es de tanta importancia, que sin él no es posible gobernar bien el juicio; porque así como no puede sentenciar bien el Juez apasionado, tampoco puede juzgar con acierto el entendimiento que se gobierna por una pasión: siendo de notar, que es tanta la influencia de estos afectos del ánimo, que las más veces trastornan la razón, porque sigue el hombre más los ímpetus de ellos que lo que le dicta el buen juicio. Cuando el ingenio combina las imágenes, y nociones simples, se andan también combinando las pasiones que las acompañan; y son tantas y tan varias las que se mezclan, que por su influjo se ven tan diversas y extravagantes maneras de obrar en los que no estudian en conocerlas y moderarlas. Si alguno tiene la desgracia de no saber pensar, y junto con esto se halla agitado de fuertes pasiones, entonces se ofusca de todo punto la racionalidad. El amor propio, que es la fuente de todos los afectos del ánimo, se mezcla siempre en todas nuestras deliberaciones, y es causa de errores gravísimos, que descubriremos con especificación más adelante. Raro es el hombre en quien no domine una pasión con preferencia a las otras. Este dominio hace que sus pensamientos, su juicio y su razón se sujeten fácilmente al afecto que prevalece, de lo cual nacen grandes y enormes defectos, así en el entender como en el obrar.
A esta pasión arraigada y dominante llaman Genio, Natural, y conviene que cada cual conozca el suyo para enmendarle. Unos son incitados al juego, otros al dinero, y así de muchas maneras nos arrastra el Genio y Natural a varias cosas, que insensiblemente nos corrompen. Feliz aquel que por su genio se ve incitado a la virtud. La buena educación, la Lógica, el estudio de las Artes y Ciencias, los loables ejemplos, el cuidado de pensar y juzgar bien, son los medios más a propósito para dirigirse con acierto y enderezar el Genio. Hasta aquí hemos dicho los afectos del ánimo, que necesariamente se excitan a la vista de los objetos que se proponen al entendimiento: resta ahora manifestar, que con las operaciones del juicio anda junta la libertad, que es la alhaja más preciosa que el Cielo ha concedido a los hombres. Es así, que conocidas las cosas por la razón, puede el hombre determinarse a quererlas o desecharlas, y a ir en busca o en fuga de ellas. Esta potencia libre se llama en Griego *gr en Latín voluntas: en Castellano voluntad. Dícese potencia ciega, porque nunca obra sin preceder la luz del entendimiento, por donde es verdadero el principio de las Escuelas: nihil volitum quin praecognitum: es decir, nada puede querer la voluntad sin que la ilumine el conocimiento. Si el juicio es recto, y el hombre le sigue en el determinarse a buscar los objetos, o a desecharlos, entonces hace buen uso de su libertad; si no le sigue es al contrario: y si el juicio no está bien formado, yerra la voluntad por yerro del entendimiento, que es lo que regularmente suele suceder. Con que dos cosas debe hacer el que quiere acertar: la una dirigir bien los actos mentales, rectificar el juicio, perficionar la razón: la otra sujetar su voluntad, no a lo que sugiere el amor propio y las pasiones, sino al dictamen de la razón bien ordenada. Esto basta para el uso de la Lógica: los que quieran instruirse más, lo podrán hacer con la Filosofía Moral.

Capítulo V.

Del uso de las Potencias mentales.

13 Tres cosas me propongo manifestar en este capítulo: la primera, cómo percibimos los objetos corpóreos: la segunda, cómo conocemos los espirituales: la tercera, cómo se ha de conocer el predominio de cada potencia. El alma, durante la vida, está tan estrechamente unida al cuerpo, que no puede sin él ejercitar sus propias y naturales potencias. No entienden bien la constitución del hombre los que atribuyen al alma operaciones intelectuales totalmente independientes del cuerpo, pues no pudiendo jamás pensar, discurrir, ni juzgar, sino con dependencia de las imágenes de la fantasía, que mira como objetos inmediatos de sus conceptos, es preciso que obre siempre con dependencia del cuerpo que ha de concurrir con los sentidos a la producción de tales representaciones. Lo que sucede es, que el cuerpo está dispuesto con orden maravilloso para estos fines, a los cuales principalmente concurren los órganos de los sentidos y los nervios. El objeto corpóreo, arrimado al órgano del sentido, hace impresión en él y en sus nervios, por los cuales se comunica hasta la cabeza, donde está el origen de ellos. Así que es preciso que el celebro concurra con su ayuda al ejercicio de las operaciones de los sentidos, no porque en él se hagan las sensaciones, sino por las leyes de la necesaria conexión con que en el cuerpo humano unas partes se socorren de otras, y todas juntas se encaminan a mantener el prodigioso enlace, y a cumplir los fines que les ha prescrito con inefable sabiduría el Hacedor de todas las cosas. En la primera edición de esta obrita seguía yo otras máximas en esto: mas habiéndolo escrito con más conocimiento en mis Instituciones Médicas, allí se podrá esto ver con más extensión (a : Instit. Medic. Phisolg. Proposic. 47 y 48, num. 187.). Concurriendo, pues, todo lo dicho, a la presencia del objeto sensible se sigue la sensación, y después la imagen o representación del mismo en la fantasía.: El alma percibe distintamente los objetos por la sensación, y por la imagen que forma de ellos en la imaginativa los alcanza con toda claridad. Así como la sensación se hace donde quiera que están los órganos de los sentidos, la especie, imagen, y forma de la imaginativa se ejercita siempre en el cerebro, a quien por los nervios se comunica la impresión que los objetos sensibles hacen en ellos. Si están sanos los órganos de los sentidos y bien aplicados a las cosas, la imaginativa bien constituida, y el juicio que acompaña a estas operaciones es recto, se logra una certidumbre entera, como se ve en la seguridad que en esto tiene, sin excepción, todo el género humano, que se satisface y gobierna por lo que ve, oye, palpa, &c. sin poner nadie réplica a estos testimonios cuando son exactos. El conocimiento de la cosa que resulta de la debida aplicación de los sentidos es el que llamamos experiencia, fuente fecundísima de la mayor parte de las verdades que alcanzan los hombres. Los errores que se cometen en esto, y se quieren dorar con el especioso título de la experiencia, se explicaran más adelante. Ya hemos visto que el entendimiento por el uso de sus potencias hace reflexión sobre sus propios actos. Las imágenes que se forman de estos en la fantasía no son perfectas, ni sensibles, sino formadas por semejanza, tal vez muy remota, de las que existen en esta potencia. Con esto, se ve que los actos del entendimiento no son materiales, ni corpóreos, porque no tienen la solidez y fuerza que hay en la materia y en los cuerpos para impresionar nuestros sentidos. Tampoco tienen extensión para ocupar lugar, pues en un solo pensamiento se incluye todo el universo. No son impenetrables, porque en una misma proposición el predicado está incluido claramente en el sujeto, y en los silogismos el consiguiente está íntimamente contenido en las premisas. Separan las cosas que en si son juntas, y unen las que están separadas, cosa que en la materia no puede suceder.
El conocimiento que tiene el hombre del infinito, donde se reduce a un acto indivisible todo lo que existe y puede existir, muestra que cuanta es la extensión de las cosas está reducida a un concepto mental distinto de todas ellas. A la vista de estas y otras muchas reflexiones que subministran la Animástica y Metafísica, se entiende, que hay en nosotros un principio producidor de estos actos, el cual es de muy distinto ser y naturaleza que la materia; porque así como conocemos las cosas materiales y corpóreas que hay en nosotros por las afecciones perpetuamente inseparables de ellas, como la extensión, impenetrabilidad solidez, &c. que dexan impresion en nuestros sentidos y imágenes en la fantasía, del mismo modo alcanzamos que hay en nuestra constitución otro principio ajeno de las referidas afecciones, con facultad de producir otras muy diversas, no solo en su ser, sino en sus propiedades, de modo que para separar estos principios constitutivos del hombre, así como al que es extenso, sólido e impenetrable le llamamos cuerpo, porque goza de las propiedades inseparables de las cosas corpóreas, al otro le llamamos espíritu, porque por el general consentimiento de los Filósofos se da este nombre al ser inmaterial, que no participa ni puede participar de lo corpóreo, antes tiene distinta naturaleza y opuestas afecciones a las de la materia. Este es el modo natural primitivo como el hombre, reflexionando sobre sí mismo, conoce las cosas espirituales, conociendo su propia alma: de aquí pasa al conocimiento de Dios, como espíritu perfectísimo. Dentro de sí mismo tiene el hombre el concepto del infinito, de lo eterno, de lo inmenso, no por los sentidos sino por la reflexión. Conoce claramente que su ser es limitado y muy ajeno de ser partícipe de aquellos objetos. Estas consideraciones le llevan a entender, que estas cosas se hallan en otro Ser, que es eterno, infinito, e inmenso, y que no le puede engañar esta percepción mental, pues no descansa más el entendimiento con la percepción de las cosas sensibles, quedando satisfecho de su existencia cuando se le presentan, que lo queda el juicio y la razón de las reflexiones propuestas, las cuales halla conexas con los primeros principios que tiene en sí para juzgar rectamente de las cosas, y son nacidas de la fuerza innata que tiene el entendimiento para producirlas. A
ñádese que por la facultad natural de juzgar alcanza el hombre, que es causa de una cosa aquello que a su presencia hace existir otra. Conoce con mucha claridad, que no existe por sí mismo, y por consiguiente su ser depende de otro. Este conocimiento le extiende a las demás cosas hasta llegar, como término donde descansa, a un Ser de infinita potencia de donde dimanan todos los demás seres. Con estas reflexiones entiende, que este Ser inmenso, omnipotente, y eterno es infinitamente sabio: que piensa con infinita perfección sin poder errar: que tiene conocimiento de todo infinitamente superior al suyo; de donde concluye con buena razón, que este Ser supremo es espíritu puro, perfectísimo, ajeno de todo lo corpóreo, e imposible de hallarse en la materia. Esto no es más que mostrar el origen de nuestros conocimientos, así de los que tienen por objeto lo material y corpóreo, como los puros espíritus, por Io que conduce a la Lógica. La buena Metafísica añade a estas primitivas reflexiones algunas otras con que se ilustra más este asunto. Cuando las luces sobrenaturales de la Fe Divina comunicada por la Iglesia Católica, entran en nuestro entendimiento, fortifican extremamente estas verdades naturales, y se hermanan con ellas, de modo que las nociones que las potencias mentales producen a la ocasión de otras por su fuerza innata, se acomodan con las luces divinas, y juntas ilustran el entendimiento para conocer a Dios, y alabar y engrandecer sus infinitas perfecciones. Para conocer el predominio de cada una de las potencias mentales, es preciso suponer que un gran talento merece llamarse así, cuando todas son grandes y cumplidas. Mas este don celestial es muy raro, y en un siglo entero se ve en muy pocos. Una potencia sensitiva fina, delicada, pronta, y expedita: una imaginativa firme, fecunda, exacta, y acomodable a tantos objetos, como se deben pintar en ella: una memoria feliz, estable y dilatada: un ingenio agudo, extendido, claro, pronto, descubridor, y desembarazado: un juicio sólido, recto, maduro, firme, seguro, e incorruptible por los afectos del ánimo, son un conjunto de preciosidades tan difíciles de encontrar entre los hombres como el Fénix. Feliz aquel en quien concurren la mayor parte de estos incomparables bienes, que alguna vez, aunque de tarde en tarde, envía la Divina Providencia para manifestación de su Gloria, y bien de la Humanidad. Siendo, pues, los hombres por lo común escasos de tantas luces, y sugiriendo el amor propio a cada uno de nosotros, que las tenemos todas, conviene primero que cada cual estudie y medite qué potencias intelectuales predominan en sí mismo, y que afectos las acompañan, para adquirir con el estudio y aplicación lo que le falta y dominar las pasiones que corrompen el juicio. Después de haber hecho una averiguación sana de su propio entendimiento, puede pasar a ver cómo podrá aprovecharse de las luces de los demás. Para esto se ha de saber, que en todas las artes Mecánicas, en que principalmente se ejercitan las manos y el cuerpo, la potencia sensitiva, e imaginativa predominan; porque su incumbencia es trabajar sobre cosas sensibles, ya juntándolas, ya desuniéndolas, ya trabándolas de mil maneras entre sí, en lo que los sentidos y la imaginación están siempre ocupados. En la pintura, escultura, estatuaria y otras semejantes facultades domina la imaginación, pues de ella se vuelven a copiar las imágenes de las cosas. Los Poetas tienen por lo común la imaginación vivaz, agitada y fuerte, el ingenio agudo y descubridor, pero corto el juicio, porque aunque algunos le tienen, pero son muy pocos. Los Dialécticos ocupan todo el ingenio. Las verdaderas Ciencias y la sabiduría son obras del juicio, porque dado que todas las potencias deben concurrir, la razón es la que en ellas predomina. La Física pide igual aplicación de la potencia sensitiva y de la imaginativa con el juicio, porque es necesario percibir los objetos corpóreos con delicadeza y distinción, tener las imágenes de ellos en la fantasía exactas, claras, y sin confusión alguna; pero como no basta esto solo, pues conviene además de esto combinar, para lo cual es preciso el ingenio, y sobre todo razonar, arreglar, ordenar, y colocar cada cosa en el punto en que lo ofrece la naturaleza, sin equivocaciones, ni falsas atribuciones, y aplicar los principios fundamentales del saber, en todo lo cual ha de ocuparse el juicio; por eso es menester mucho para formarse un Físico verdadero, y por eso aunque hoy todos hablan de la Física, no todos la entienden, ni es tanto como se cree lo que se ha adelantado en ella. Para hacer crítica de los Autores y aprovecharse de ellos es menester reparar, qué potencias mentales y que afectos del ánimo los dominan; porque si escriben apasionados, o con cortas luces del entendimiento, o sin potencias correspondientes a los asuntos en que se empeñan, poco fruto se sacará de su lectura; y sin este conocimiento son de poco valor los juicios que unos Autores hacen de otros. Nos hemos valido hasta aquí de la Animástica y Metafísica para darnos a entender con toda claridad en lo que vamos a decir de la Lógica.