domingo, 17 de octubre de 2021

LIBRO SEGUNDO. Capítulo I. DE LOS ERRORES QUE OCASIONAN LOS SENTIDOS.

LIBRO SEGUNDO.

Capítulo I.

DE LOS ERRORES QUE OCASIONAN LOS SENTIDOS.

1 La razón humana, como hemos dicho, y conviene tenerlo presente, averigua las cosas de dos maneras, o por la fuerza de razonar, o por los sentidos. Del primer modo alcanza los primeros principios, y verdades que hemos llamado razón, o luz natural. Del segundo descubre la naturaleza, y propiedades de los objetos sensibles y corpóreos. Y aunque sea verdad que las puras intelecciones, y raciocinios no se excitan en el alma sino por las nociones sensibles que antes tiene de los objetos, no obstante distinguimos estas dos clases para señalar los errores que se mezclan en estos diversos modos de percibir las cosas, y empezamos a explicar los que tocan a los sentidos, porque son las primeras sendas por donde camina el alma hacia el conocimiento de la verdad.
Aquí conviene advertir, que aunque el error como falsedad está siempre en el juicio que afirma, o niega una cosa de otra, suele tomar el motivo y ocasión de la falta y poca exactitud de las nociones de las demás potencias; y es preciso purificar a estas para que por ellas no yerre el juicio. Así que llamamos error al presente cualquiera defecto de las nociones mentales, que pueda dar ocasión a la potencia de juzgar para engañarse, y recibir lo falso en lugar de lo verdadero.

2 Dicen algunos, que los sentidos nos engañan con facilidad, y dicen bien.
Dicen otros, que el principal criterio; esto es, el principal camino por donde se llega a la verdad, son los sentidos, y también tienen razón. Consiste esto en que los sentidos son fieles en representar las cosas según se les presentan, y así no engañan; pero juzgando precipitadamente por el informe de ellos, caemos fácilmente en el error. Por esta razón ha de ponerse el cuidado posible en asegurarse de las cosas que se ofrecen a los sentidos, pues por ellos, si se hace debido uso de sus operaciones, se alcanzan muchas, y muy importantes verdades. ¿Quién podrá negar que muchos descubrimientos útiles se deben a la experiencia? ¿Y que la verdad que sabemos por experiencia nos ilustra el entendimiento? Cuanto bueno tienen y enseñan la Física, Medicina y Ciencias Físico-Matemáticas, debe su intrínseco valor a la experiencia. Tengo, pues, por suma necedad negar aquello que consta por racional experiencia; y cuando veo que algunos lo hacen, no puedo atribuirlo sino a que no distinguen la experiencia de los experimentos. El experimento es el hecho que observamos con los sentidos, y se pinta en la imaginación: en el examen de este puede haber engaño. La experiencia es el conocimiento racional que tenemos de una cosa por repetidos experimentos. De aquí se sigue, que con dos, o tres experimentos no siempre hay experiencia: es menester a veces hacer muchos, repetirlos en distintas ocasiones y lugares, combinarlos, y asegurarse de los sucesos, y después de todas estas averiguaciones se logra aquel conocimiento que llamamos experiencia. Esta si es racional es certísima, porque si es racional se funda en experimentos hechos con toda exactitud. Si el hombre está asegurado de la verdad por racional y bien fundada experiencia, puede reírse con mucha satisfacción de los Sofistas, que con gran desembarazo dicen: Niego la experiencia: no me hace fuerza la experiencia. Va un hombre por una senda poco trillada a un lugar. La primera vez pierde el camino divirtiéndose ya a esta parte, ya a la otra, mas al fin llega al sitio que busca. Ofrécese volver segunda vez, y no bien asegurado va temeroso, tal vez vuelve a dejar el camino y se desvía. Pero repitiendo distintas veces su viaje se hace dueño del camino; de suerte, que si se ofrece puede ir con los ojos vendados, o en una noche obscura. Si a este le saliera al encuentro un Sofista, y le dijera que adónde iba, y, respondiendo que a tal Lugar, instase el Sofista: No puede Vmd. llegar a él en manera ninguna, porque me han dicho y asegurado grandes hombres, que ese Lugar es inaccesible, y la razón lo dicta, porque no hay senda, y porque hay pasos insuperables; quizá el otro con sosiego le respondería: Pues yo he llegado varias veces al Lugar que busco, y tengo certidumbre que se engañan esos Señores que a Vmd. le han informado, y más que esto lo sé por experiencia. Aquí el Sofista dice: Yo niego esa experiencia; mas el otro asegurado por la repetición de los hechos, no puede menos de reírse como reía Diógenes cuando estaba paseándose, para rechazar a Zenón que decía, que no había movimiento.


3 De lo dicho se deducen dos cosas certísimas, y es necesario observarlas para no caer en el error. La primera es, que el que quiera asegurarse de la verdad por la experiencia, ha de cuidar mucho en hacer los experimentos con exactitud, y con las debidas precauciones para que no se engañe. La segunda es, que los hombres que alegan a su favor la experiencia, no han de ser creídos hasta que conste que en el ejercicio de los experimentos pusieron el cuidado que es necesario para no engañarse. ¡O! dicen algunos, Fulano es gran Médico, porque tiene ya muchos años de práctica. No hay que dudar, que si la experiencia de muchos años en la Medicina es racional, y fundada en buenos experimentos, hará un gran Médico, porque Hipócrates no lo fue sino por la larga y racional experiencia; pero en esto se detienen pocos, y llaman experiencia el visitar mucho tiempo a los enfermos, como si fuese lo mismo hacer experimentos y observaciones, que hacerlas bien. El mismo juicio ha de hacerse de aquellos, que toda su vida han vivido en perpetuo ocio sin cultivar la razón, ni aplicarse a los estudios, y no obstante por solos sus años y por sola su experiencia quieren forzar a todos a seguir su dictamen. En contradiciéndoles, luego se enfurecen, y gritando dicen: Yo tengo mucha experiencia de esto, Vmd. es mozo, y ha visto poco. Estos por lo ordinario son hombres de cortísimas luces, y la multitud de sucesos los ofusca, no los alumbra; y si caen una vez en el error, son incorregibles (a).

(a) Vel quia nihil rectum, nisi quod placuit sibi, ducunt; Vel quia turpe putant parere minoribus; & quae Imberbes didicere, senes perdenda fateri. Hor. Epist. Lib.2. ep. I. v. 82.

4 Suponiendo, pues, que algunas veces nos engañamos por los sentidos, y que haciendo buen uso de ellos alcanzamos la verdad, explicaré esto con un poco más de extensión para que todos queden enterados cómo han de portarse en este asunto. No hay ninguno, que, si hace un poco de reflexión, no pueda conocer por sí mismo, que alguna vez se ha engañado con la vista. Si un hombre está en un navío quieto, y desde él mira a otra nave que se mueve, luego le parece que se mueve también la suya, y se lo hiciera creer la vista si no le desengañara la razón. Todos los días vemos al Sol y a la Luna de una magnitud, sin duda mucho menor de lo que son en realidad, y aun en el Horizonte, esto es, cuando salen, nos parecen mayores que en el Meridiano, y no es así, porque son de invariable grandeza. Miremos una torre que está a la otra parte de un monte de modo que de esta no veamos sino el remate, y nos parecerá que está pegada al mismo monte, después mirando la misma torre desde la cumbre del monte nos parecerá muy apartada. He conocido y tratado a un hombre que veía los objetos al revés, y cada día sucede que a los que padecen vahídos les parecen moverse los cuerpos que están quietos. Si hacemos dar vueltas en derredor a una brasa encendida, nos parece que siempre ilumina todo aquel espacio, y en la realidad la luz no está más que en un punto del círculo que describe la brasa.

5 Del mismo modo nos engañan los otros sentidos. Si cruzamos el índice y el dedo mediano, y con los dos movemos sobre una mesa una bolita de cera a la redonda, nos parecerán dos las bolas, y entonces nos engaña el tacto.
Al enfermo parece amarga la bebida que es dulce para el sano, así nos engañamos por el gusto. Del mismo modo a uno parece picante una cosa, y a otro salada; a veces un mismo manjar es sabrosísimo para uno, y desabrido, y tal vez áspero para otro. Esto es tan común, que no hay necesidad de detenerme en probarlo, y puede verse tratado muy largamente en Sexto Empírico. Lo que toca especialmente a la Lógica es advertir, que el error que se comete por los sentidos está en el juicio, que suele comúnmente acompañar a las percepciones de ellos. Para comprender esto mejor, se ha de saber, que desde que nace el hombre hasta que empieza a ejercitar la razón, no le ocupan otros objetos que los sensibles. Hácese con la continuación a percibirlos de manera, que no examina en toda aquella edad lo que le sucede cuando percibe semejantes objetos, ni está dispuesto su entendimiento para hacer este examen. Síguese de esto, que cree y juzga de las cosas según le parecen cuando se le presentan a los sentidos, y no según son en sí, y por eso después son los hombres tan porfiados en mantener aquello que entonces juzgaron (a), porque aquella edad es blanda, y las cosas que se imprimen en ella suelen durar a veces toda la vida (b).

(a) Et natura tenacissimi sumus eorum, quae rudibus annis percepimus, ut sapor quo nova imbuas durat.... & haec ipsa magis pertinaciter haerent quae deteriora sunt. Quintilian. lnstit. Orator. lib. I. cap. I.

(b) Quo semel est imbuta recens, servabit odorem.

Testa diu. Horat. Epist. lib. I. ep.2. Vers. 69.

6 Débese también advertir, que los sentidos de suyo son fieles; es decir, representan, u ofrecen las cosas como a ellos se presentan, y conforme las reciben; y si el juicio no errara, no nos engañaran jamás semejantes percepciones. Para entender esto se ha de saber, que los. sentidos sólo nos informan de las cosas según la proporción, o improporción (algunos lo llaman relación) que estas tienen con nuestro cuerpo, y no según son ellas en sí mismas, porque el Criador los ha concedido para la conservación del cuerpo, y no para alcanzar el fondo de las cosas; y si se hace un poco de reflexión, cualquiera conocerá, que la vista no ve otro que los colores de los objetos, mas no la substancia de ellos. El oído percibe el sonido, que no es esencial a los objetos sonoros; el tacto distingue lo frío, caliente, duro, blando, áspero, igual, o desigual de las cosas, y no el verdadero ser de ellas; porque para nuestra conservación basta esto, y no es necesario lo demás. Por medio de todas estas afecciones de los objetos externos aplicados a nuestros sentidos, podemos bastantemente percibir lo que sea útil, o dañoso, proporcionado, o improporcionado respecto de nosotros. Mas para mostrarlo mejor, figurémonos que Dios hubiese hecho al mundo no más que de la grandeza de una naranja, y que hubiera colocado en él a los hombres tan pequeños, que tuviesen con aquel mundo la misma proporción que hoy tenemos con este que habitamos; en tal caso es cierto, que el mundo que aquellos hombres habitarían les parecería tan grande como nos parece a nosotros el nuestro, y lo sería si se considerase según la proporción que tenía con ellos, pero no en la realidad. Aunque estas pruebas hipotéticas no son de gran valor, usamos de esta para manifestar nuestro sentir en este asunto.

7 De todo lo dicho se deducen las reglas generales, que han de servir para evitar los errores que los sentidos ocasionan. Será bien, pues, reflexionar sobre el juicio que en la niñez hicieron los hombres cuando percibían las cosas sensibles, para corregirle con la razón. Además de esto será conveniente asegurarse de las cosas por muchos sentidos a un tiempo; así aunque al tacto parezcan dos las bolitas de cera, la vista muestra que no es más de una; y aunque parezca a la vista torcido el palo que está dentro del agua, el tacto manifiesta la equivocación de la vista. También se ha de observar si los órganos de los sentidos están sanos, o enfermos para juzgar de las cosas rectamente, y esta consideración es de suma importancia, porque en la enfermedad suele mudarse todo el orden de las percepciones. Así el que padece tericia (ictericia) ve todas las cosas amarillas, las ve dando giros el que padece vahídos (mareos, vértigo); y a este modo se trastorna el orden regular de las percepciones en las enfermedades, de lo que pudiera alegar muchos ejemplos. Esto acontece, porque en la enfermedad se muda el orden natural del cuerpo, y como las percepciones del alma corresponden a ciertas, y determinadas impresiones, por eso entonces a la impresión desordenada corresponde desordenada percepción. Esto confirma, que los sentidos de suyo son fieles (a),

(a) Ordiamur igitur a sensibus, quorum ita clara judicia, & certa sunt, ut si optio naturae nostrae detur, & ob ea Deus aliquis requirat, contentane sit suis integris, incorruptisque sensibus, an postulet melius aliquid non videam quid quaerat amplius. Neque vero hoc loco spectandum est, dum de remo inflexo, aut de collo columbate respondeam, non enim is sum, qui quidquid videtur tale dicam esse, quale videatur. Cic. Q. Ac. lib.2. c. 20.
porque siempre ofrecen la impresión correspondiente a la disposición de los objetos que la causan, y de las partes que la ejercitan; pero al juicio toca distinguir, y conocer si son, o no regladas semejantes representaciones.
El medio por donde suelen propagarse los objetos sensibles ha de observarse también para no errar, porque suele hacer variar notablemente las percepciones. El aire sereno nos hace ver los objetos de un modo, y el nebuloso de otro. Del mismo modo altera el aire las varias impresiones del sonido. Para asegurarse, pues, es necesario examinar la cosa en distintos tiempos, y en diferentes estados, consultar juntamente otros sentidos (a), y llamar a su socorro el juicio de otros hombres sobre el mismo asunto, porque la verdad es simple, y los caminos hacia el error son muchos, y cuando se habrá andado por todos ellos, y no se habrá encontrado embarazo, estará el entendimiento dispuesto para alcanzarla.

8 Todo esto es menester que adviertan los que hacen experimentos, y profesan las ciencias naturales, si no quieren ser engañados en aquello mismo que observan. Últimamente se ha de advertir, que la equivocación en las voces ha de quitarse cuando se explican las cosas que percibimos por los sentidos, porque ordinariamente con una misma voz significamos a la percepción del objeto, y al juicio que la acompaña, siendo cierta la primera, y muchas veces errado el segundo. Por ejemplo: ve Ticio desde lejos un perro, pero no divisa sino un bulto que tiene la forma exterior de un lobo, y si es tímido luego dice: Allá veo un lobo. Con estas palabras confunde la sensación con el juicio: la sensación es cierta, y el juicio es falso; porque es cierto que se le presenta un objeto que tiene cuatro pies, y demás partes que forman la figura del lobo. Si Ticio dijera: Yo veo una cosa que tiene cuatro pies, y que se parece a un lobo, mas no puedo afirmarlo, diría lo que realmente percibe; pero como sin otro examen que aquella primera percepción luego afirma, que lo que ve es lobo, por eso yerra, y si la pasión del miedo se junta, yerra epn mayor tenacidad.

(a) Meo autem judicio ita est maxima in sensibus veritas si & sani sint, & valentes, omnia removentur quae obstant, & impediunt, &c. Cicero Quaest. Acad. Lib.2. cap. 21.

Si la voz veo significara solamente la representación que Ticio tiene del objeto, no hubiera error; pero con ella ordinariamente se junta la afirmación de que

aquello que percibe es un tal objeto, en lo cual está el engaño, y este en la explicación nace de la equivocación de las voces. El motivo de esta equivocación, que es comunísima, procede de que los nombres han puesto a las veces un nombre para significar cosas distintas: si estas suelen ir juntas, con dificultad percibe el entendimiento la separación; y como el juicio que acompaña a semejantes percepciones esté siempre junto con ellas, y desde la niñez nos hagamos a juntarlo, por eso los significamos con una voz, aunque sean en realidad cosas distintas. También se ha de advertir, que los hombres no han inventado voces bastantes para significar todas las percepciones que tenemos por los sentidos, de lo que nacen muchas equivocaciones y errores. El que padece melancolía tiene dentro de sí muchas percepciones que no hay nombres para explicarlas, y a veces por esto no puede hacer creer a los demás lo que padece. Porque para que con una voz comprendan los hombres una misma cosa, es menester que tengan todos una misma noción de ella, o corresponda en todos un mismo significado, pues de otra manera cuando el uno nombrará una cosa con una voz, el otro entenderá diferente. Los melancólicos, e hipocondríacos sienten algunos males que los afligen, y para explicarlos se aprovechan de las voces opresión, desmayo, y otras semejantes, que hacen formar a los oyentes distinto conocimiento del que los enfermos pretenden manifestar. En efecto a un hombre que jamás hubiera tenido dolor, sería muy dificultoso hacerle comprender que otro lo padecía, aunque se lo explicase con aquella voz, porque le faltaba la noción del significado: al modo que sería imposible hacer entender a un ciego lo que es verde, azul, o amarillo, porque oiría estas voces, mas no las entendería por no tener noticia de sus objetos.
De esto nacen no sólo muchos errores, que pertenecen a los sentidos, sino infinitas disputas, que mueven gran ruido, y son fáciles de entender si se explican con claridad las voces. De todo lo dicho concluyo, que los sentidos de suyo son fieles, porque siempre representan las cosas según las impresiones que estas hacen en el cuerpo: que sus impresiones son respectivas; esto es, solo muestran la proporción, o improporción que los objetos tienen con nosotros; 
y que los errores que cometemos por medio de ellos consisten en el juicio que solemos juntar a la percepción de las cosas.

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