Capítulo XV.
De la Opinión.
47
Cuando el entendimiento, o por los primeros principios, o por las
demostraciones, alcanza claramente la verdad, queda convencido y
satisfecho, porque posee el bien a que aspira; mas cuando se aplica a
saber una cosa, y no ve la conformidad de ella con los principios
ciertos de discurrir, queda con desconfianza y temor (en latín
formido) y este conocimiento es el que se llama opinión: de modo que
la opinión es un concepto mental con que el hombre no ve, ni
descubre claramente su conformidad con las primeras verdades. Mas si
llega a entrever la conformidad de lo que busca con los primeros
principios, se llama este concepto verosímil, y si se puede
fortalecer con argumentos se llama probable, bien que siempre queda
en la esfera de dudoso, lo que no puede demostrarse por sus
principios fundamentales. De dos maneras se forman las opiniones. El
un modo es cuando hay principios que pueden servir para la
certidumbre, y el entendimiento, o no los alcanza, o no ve los medios
de llegar a ellos. Los que en las Ciencias estudian poco y sin buena
guía, aunque ellas prestan principios fundamentales, se gobiernan
por meras opiniones, porque ni saben los principios, ni pueden
enlazar sus conceptos con las verdades fundamentales. Lo mismo sucede
a los que quieren hablar de las Artes, que no profesan, ni conocen;
porque ¿cómo pueden fundar sus discursos en un asunto, en que
ignoran los principios, que han de servir de basa a sus
razonamientos, y los medios de enlazar estos principios con sus
conceptos? Si los hombres se contuvieran en los límites de la razón,
no serían tan temerarios en juzgar de lo que no entienden, y
dejarían que cada cosa la manejasen los que son verdaderamente
peritos en ella. En los poderosos es donde está más arraigado este
defecto. Crece en ellos el amor propio con el poder, y como son
superiores a los demás en la autoridad, lo quieren ser también en
el entendimiento, siendo así que este no reconoce otra superioridad
que la de la razón. El hombre mientras pueda no ha de gobernarse por
opiniones, y debe aspirar a la demostración: para esto es menester
que se instruya en los principios fundamentales del saber, que
procure conocer las cosas, y formar definiciones, y divisiones de
ellas, que trabaje en descubrir sus causas, y en distinguirlas por
sus propios signos, y así de grado en grado ir caminando hasta
hermanar sus conceptos con las verdades primitivas. Si esto se
hiciera así, mayor sabiduría tendrían los hombres; mas lo que
sucede es, que por lo común, y en las más de las cosas somos como
una tropa de niños, que creen haber en la cima de un monte
encumbrado y áspero frutas de su gusto, y no las pueden lograr,
porque ni tienen fuerzas, ni saben los caminos, cuando los hay, para
subir a ellas. He dicho cuando los hay, porque nuestros mayores han
trabajado en abrir las sendas para hallar la verdad, y somos tales,
que por ignorancia, desidia, o mala instrucción, no las seguimos, y
así nos gobernamos con opiniones vanísimas. Si esto hacemos en los
caminos abiertos, ¿qué se podrá esperar de nosotros en el discurso
de las cosas en que todavía están por descubrir? No sin fundamento
algunos han llamado a la opinión Reyna del mundo, por lo poco que se
cuida de averiguar con certeza la verdad. El vulgo ínfimo que suelen
llamar de escalera abajo, es en esto de mejor condición que el vulgo
alto, que llaman de escalera arriba. El Pueblo que constituye el
primer vulgo regularmente se gobierna por las primeras nociones
sensibles, y por las más simples combinaciones del ingenio. En lo
que es más recóndito recibe la ley de los que tiene por
inteligentes, y se subordina. El vulgo elevado no es así, porque se
cree capaz de juzgar de todo, y lo hace con gran satisfacción, pero
sin conocimiento; de modo, que los errores del Pueblo en cosas
substanciales siempre dimanan del vulgo superior a quien mira como
Maestro. De esto es un ejemplo continuado el trato del mundo, y debe
entenderse de las cosas, que por su asunto y la poca seguridad con
que se tratan, quedan en la esfera de opiniones, puesto que son
muchísimas las que se tienen por tales, y son manifiestamente
falsas. No sólo el vulgo está lleno de opiniones por no atender a
los principios fundamentales de la razón, sino también los
Filósofos. Newton, hombre de grande ingenio, miró como leyes
generales de la naturaleza la gravedad y la atracción, y todas sus
operaciones las quiso reducir a estos principios. Que hay gravedad y
atracción en algunos cuerpos no se puede dudar; mas que sean estas
cosas generales en el universo lo niegan muchos. Demos por ahora que
lo sean: ¿por dónde se ha de probar que no hay otras muchas leyes
universales en la naturaleza para producir sus obras, que ni
pertenecen, ni se pueden reducir a estas? ¿cómo la gravedad y
atracción intervienen en la constante producción de flores en la
Primavera, y en el caer de las hojas en el Invierno? Las
fermentaciones, cocciones, fluidez, y movimientos de los cuerpos
fluidos: el sueño y vigilia, los periodos, la generación y
corrupción de los animales, y otras innumerables cosas a este modo,
¿qué conexión tienen con la gravedad y atracción? Sé muy
bien que Freind, Keil, Mead, todos tres Médicos doctos, han
intentado explicar estas cosas por las leyes Newtonianas; ¿pero con
qué violencia y extravíos? Si estos Filósofos en sus discursos
hubieran tenido mira a todos los principios de la Física, y hubieran
considerado todas las leyes de la naturaleza, refiriendo a ellas sus
proposiciones, hubieran aprovechado más con su talento para caminar
a la certidumbre y la demostración, habiendo ahora quedado sus
discursos en los términos de meras opiniones. Lo mismo habían hecho
antes los Físicos de las Escuelas. Con sus dos principios de materia
y forma, junto con las dotes y calidades que a cada una de estas
cosas atribuían, se creían entender cuanto ejecuta la naturaleza.
En materia de Religión caminan de la misma suerte muchos sectarios.
No admiten más que un principio, que es la Sagrada Escritura; y
faltándoles la mira al otro principio, que es la tradición, cometen
mil errores, que quieren sostener como fundadas opiniones. Mézclase
en esto el amor propio como en todos los conceptos mentales, y con
los afectos de interés, de partido, de vanagloria, y otros
semejantes se mantienen sin querer examinar y reconocer los
verdaderos principios que han de servir de basa a sus discursos. Si
el estudio se pusiese en alcanzar los principios radicales de las
cosas, no habría, aun entre los Filósofos, tanta diversidad de
sentimientos. Al que no está bien instruido en los fundamentos, le
parece extraña una verdad, que se puede demostrar. El Geómetra
demuestra con toda evidencia, que en el triángulo rectángulo el
cuadrado que se forma sobre la hipotenusa, esto es, sobre el lado
opuesto al ángulo recto es igual a los cuadrados que se forman sobre
los otros dos lados. Esta verdad certísima y evidente parecerá
increíble al vulgo, y causará admiración a los Filósofos que no
están instruidos en Geometría.
Son muchos los asuntos en todas
clases donde sucede lo mismo, pues sólo llegan a la verdad los que
entienden los principios; los demás no alcanzan nada, o se confunden
con inciertas opiniones.
48
El otro modo de formarse las opiniones consiste en no atarse el
entendimiento a las verdades fundamentales, sino tomar en lugar de
ellas por principios lo que le sugiere su propio ingenio. Este es el
origen de los sistemas, y la raíz de tantas opiniones como reinan
entre los literatos. La voz sistema en su rigurosa significación
muestra un conjunto de cosas conexas entre sí. Acomodóse en otro
tiempo a cosas serias, y vanas. Mas desde que los Filósofos
siguiendo a los Astrónomos han aplicado el sistema al orden de
pensamientos con que intentan satisfacer las dificultades que ocurren
en las cosas, formándose principios arbitrarios para explicarlas, se
ha limitado su significación a mostrar las varias opiniones
filosóficas, sostenidas con conexión de discursos fundados sobre
los referidos principios. En este sentido se opone el sistemático al
experimental en lo físico, porque este no admite otros principios
que las leyes de la naturaleza conocidas por la experiencia; de modo,
que la conexión que guarda, sin salir jamás de la observación,
consiste en enlazar unas leyes de la naturaleza con otras, y no
deducir consecuencia ninguna que no tenga por antecedentes lo
descubierto por la experiencia. El sistemático por el contrario
nunca pierde de vista los principios que se ha figurado, y no siendo
estos naturales, tampoco son conformes a lo natural sus raciocinios.
En mi discurso sobre el Mecanismo
se puede ver explicado esto con muchos ejemplos. Si se miran
atentamente tantas y tan extrañas opiniones, como se fomentan en las
Escuelas, se hallará que, o consisten en la confusión y obscuridad
de las voces, o en los principios voluntarios que cada partido toma
para defenderlas. Así se ve, que donde quiera que se conforman en
los principios, sólo disputan de los adherentes. Esta costumbre ha
trascendido a la Teología, donde si sólo se tratasen las cuestiones
que pueden resolverse por la escritura y tradición, que son los
principios fundamentales de la Religión Christiana mantendría la
majestad que le es propia; mas como dejado este camino se mueven
dudas de cosas que no hay principios ciertos para resolverlas, puesto
que ni constan por la tradición, ni por las Escrituras, se buscan
para su resolución principios tomados de la Filosofía, la cual,
como toda la que se usa en las Escuelas es sistemática, hace también
sistemática la Teología. Obsérvense atentamente las ruidosas
discordias sobre la Ciencia de Dios, sobre la Gracia, sobre el libre
albedrío del hombre, y la combinación de estas cosas entre sí, y
se verá que las disputas se mantienen porque quieren explicar, cada
uno según su partido, de un modo humano lo que es divino, esto es,
lo que es recóndito en los altísimos senos de la Sabiduría Divina:
y lo que no se ha manifestado a los hombres por medio de la Escritura
y tradición, lo quieren alcanzar por sus pensamientos puramente
humanos, como si los inmensos atributos de Dios estuvieran sujetos a
la flaqueza de los hombres. Cuidad mucho, decía el Apóstol, no os
engañe alguno con la Filosofía (Epist. ad Colossens. c. 2. v.
8.)..... mis palabras no se fundan en las persuasiones de la humana
sabiduría (Paul. ad Corinth. epist. I. c. 2. v. 4.). En los libros
donde se trata la Moral Christiana es donde hay más opiniones,
debiendo ser donde hubiese menos. Es sumamente perjudicial a la
Religión y al Estado el estampar tantas Sumas de Moral llenas de
opiniones, y escritas con tan poca cultura, que más parecen libros
para las Barberías que para las Iglesias. Si las costumbres han de
gobernarse por lo que enseñan las Divinas letras, las tradiciones
Apostólicas, la doctrina de los Padres, los cánones de los
Concilios, que son los principios fundamentales de la Moral: ¿cómo
han de dirigirlas los que sólo estudian unas Sumas, donde lo que se
trata no se reduce a estas verdades fundamentales? Si el Derecho
Natural y de Gentes, y la razón instruida de estos principios, puede
aprovechar muchísimo a ilustrar las verdades católicas sobre las
costumbres: ¿qué se ha de esperar de unos libros, donde no se trata
nada de esto, ni sus Autores por la mayor parte han cultivado este
estudio; antes bien muchos de ellos hacen alarde de despreciarlo?
El
Padre Concina en una erudita Disertación que compuso sobre esto,
intenta probar que el Moralista que da dictámenes de conciencia sin
estudio fundado de las Divinas Escrituras, de los Padres, y de los
Concilios, falta gravemente a su obligación. En lugar de estos
principios substituyen otros arbitrarios que sirven para acomodarlos
a sus opiniones. Han tomado por máxima cierta que el Ángel malo por
la dignidad de la naturaleza angélica puede todo cuanto hace y
ejecuta la naturaleza: añaden otra máxima, que habiendo quedado en
los Ángeles malos su ciencia, con ella pueden, aplicando las causas
eficientes a los sujetos (activa passivis), obrar cosas maravillosas;
de aquí han nacido los vuelos de las brujas, la impotencia
respectiva por maleficios, los hechizos, encantos, y otras
monstruosidades en que se emplean muchas páginas y se pierde
muchísimo tiempo. De los Ángeles buenos y malos, de su ciencia, de
su poder, no hay otras noticias que las de las Sagradas Escrituras.
La Santa Iglesia, fiel Intérprete de ellas, nada nos manda creer
sobre esta potencia tan decantada, y mucho de lo que de ella se dice
está fundado en los principios de la común doctrina de las
Escuelas, como lo he mostrado en mi discurso sobre la aplicación de
la Filosofía a los asuntos de Religión. En fé de esto, el mantener
tantas cuestiones sobre maleficios, pactos implícitos y sus efectos,
como hay en las Sumas de Moral, ¿puede servir para otra cosa, que
para fomentar vanas opiniones, y radicarlas en el Pueblo, de donde de
todo punto se debieran desterrar? Son certísimos los documentos que
dio el Divino Legislador Jesu-Christo para dirigir bien nuestras
costumbres: son de inviolable fé los cánones que la Iglesia nos
prescribe para este efecto: es de sumo peso la doctrina que los
Padres nos han dejado, gobernados de las propuestas luces para que
nuestras obras sean laudables: son fijos y ciertos los principios del
Derecho Natural, y de las Gentes para dirigir nuestra conducta en ese
ramo. Si hay, pues, estos principios ciertos, seguros, e
indubitables, ¿a qué propósito inventar otros para fomento de
opiniones?
¿Será creíble que Dios nos haya dado luces para
hacer demostraciones físicas, matemáticas, y de otras cosas
puramente mundanas, y nos haya dejado envueltos entre dudas y
discordias sobre nuestra salud eterna? No digo por eso, que todo se
haya de demostrar en lo Moral, porque los adherentes que se mezclan
con los asuntos principales, nuestra flaqueza, ignorancia, y
descuidos hacen, que no siempre podamos llegar a ver con toda
evidencia la conformidad de nuestras resoluciones con las verdades
fundamentales; pero estoy cierto, que si se estudian los verdaderos
principios del Moral, y se trabaja en hacer la debida aplicación de
ellos al ejercicio de nuestras operaciones, se procederá con más
acierto en materia de costumbres, y se podrán quitar de este estudio
un copiosísimo número de opiniones ruidosas.
49
En los tiempos antiguos, sin estas Sumas oían los Doctores
Eclesiásticos las dudas de los Fieles sobre su modo de obrar, y las
resolvían por estas máximas;
y si no alcanzaban a hacerlo en
casos muy graves, consultaban los Obispos, los cuales, según la
doctrina de la Iglesia, cuya custodia les está encargada, quitaban
las dificultades. Para dirigir el juicio con acierto en las opiniones
conviene distinguir las cosas de hecho y las de doctrina. Llamamos
cosas de hecho las que son, han sido, o han de ser, así en lo
Físico, como en lo Moral, de manera, que lo que se busca en ellas
es, si existen, han existido, o han de existir. Cosas de doctrina son
las averiguaciones que hace el entendimiento de la esencia, causas,
atributos, &c. de las cosas de hecho. Cuando las cosas de hecho
son puramente físicas, los principios fijos que hay para juzgar de
ellas son las noticias que dan los sentidos y la experiencia que
dimana de ellos. Lo que no pueda reducirse a estos principios es
incierto, y por mucho que se quiera fundar, para en opinión,
debiendo poner cuidado en no asegurar lo que no puede reducirse a los
principios primeros. Los antiguos en esto fueron más cautos que
algunos modernos. Observaban muchas obras de la naturaleza, cuyas
causas y modos de obrar eran ocultos por no presentarse a los
sentidos, como la generación de los metales, las virtudes de los
venenos, las simpatías, los periodos de las tercianas, y otras
semejantes, el origen, aumento y carrera de la vida de los animales y
de las plantas, y otras muchísimas cosas que están sumergidas en lo
más profundo del pozo de Demócrito, y se contentaban con ver los
efectos que se observaban con los sentidos, y lo demás decían que
venía de una virtud y cualidad oculta. Los modernos han vituperado
esta explicación, como que la cualidad oculta es asilo de la
ignorancia; pero si se ve lo que han adelantado en estas cosas, se
hallará que no son más que razonamientos sistemáticos, que cada
cincuenta años se mudan, porque por muy especiosos que sean, con el
tiempo se conoce su poca, o ninguna subsistencia. El que está
instruido en la Historia Filosófica sabe que esto es verdad. ¿No
fuera mejor confesar la ignorancia de una cosa que hasta ahora no se
ha podido alcanzar, que engañar con arrogantes y vanos discursos a
los incautos? Una de las cosas en que se conocen los grandes talentos
es la confesión ingenua de lo que ignoran, y el cuidado que ponen en
no afirmar lo que todavía no está descubierto. Si los asuntos sobre
que recaen las opiniones viniesen solos, no fuera tan difícil
averiguar su conformidad con los primeros principios; mas viniendo
juntos con muchos adherentes inseparables, son también muchos los
principios a que se ha de atender para juzgar con acierto. ¿Dúdase
si deberá ayunar una mujer preñada? Aquí se juntan las
obligaciones del ayuno, y las de mantener el feto. Si las leyes del
ayuno le prescriben la abstinencia de ciertos manjares, y las
limitaciones de usarlos, las de la conservación propia y del feto le
dictan que use de los mantenimientos que por su calidad y cantidad
sean a propósito para sustentarse a sí, y
y a lo que lleva en sus entrañas. En
esta combinación de leyes, que son los principios por donde se ha de
resolver la cuestión, es preciso atender a las más urgentes y
necesarias por la máxima primitiva de acudir a lo más preciso sin
despreciar lo demás cuando hay lugar; y siendo más necesaria la
conservación propia, y la del feto, que la mortificación que se
intenta con el ayuno, prefiere el entendimiento las leyes naturales a
las Eclesiásticas, y resuelve que la mujer preñada no está
obligada al ayuno.
Si una madre criando a su propio hijo padece
mucha quiebra en la salud, o está en peligro de padecerla, ¿se duda
si ha de continuar? Por una parte está el amor natural de los
padres, y la ley que dicta la obligación de sustentar a sus hijos:
por otra está la ley de la caridad que ha de empezar por uno mismo.
El hijo ya nacido es próximo, bien que en esta linea es el más
inmediato y más cercano; el que está en el vientre de la madre es
como parte de ella. Los mismos principios que eximen a la mujer
preñada del ayuno, eximen también a la que ha parido de criar a su
hijo, cuando hay daño manifiesto en su propia conservación. A este
modo han de reducirse todas las dudas a sus principios; y por el
enlace que tienen las cosas y los negocios conviene instruirse en las
máximas fundamentales de la razón y de las Artes; y cuando esto no
pueda hacerse asociar a sí peritos ingenuos, que con candor muestran
las conexiones de las cosas con los fundamentos de la razón en cada
materia. Así que el Letrado, que no sabe más que las leyes, no
puede resolver por sí solo con acierto los casos que llevan
adherentes de Física, Medicina, política, Agricultura, y otras
Artes.
Lo mismo ha de entenderse del Teólogo y Canonista,
debiendo todos aplicar sus luces a lo que entienden, y valerse de
otros en lo que necesiten, que esto y mucho más merece la verdad y
los beneficios que han de esperarse de ella.
50
Los afectos del ánimo, que inseparablemente acompañan a las
opiniones, estorban el buen uso de ellas. El amor propio, que incita
al hombre a no reconocer superior, le hace creer que lo que piensa es
lo mejor y más acertado: cada uno sostiene sus opiniones como
verdades fundamentales, y no da oídos a ninguno que piense de otra
manera. Como aborrecemos todo lo que nos es contrario, de ahí nacen
los odios y enemistades entre los de opiniones opuestas, y de esto
las injurias, venganzas, y otros males gravísimos que cada día
tenemos a la vista en los profesores de todas las Facultades. La
razón dicta, que nadie se tenga por Juez y árbitro de la verdad en
cosas opinables, que nos oigamos, pesando las razones de cada uno
recíprocamente, que abracemos la verdad, aunque venga de nuestro
mayor enemigo, que el que tiene más luces, se compadezca del que no
las tiene, y que nunca hagamos guerra de la voluntad, lo que solo es
oposición del entendimiento. Como el extinguirse las contiendas de
cosas que importan poco entre los profesores de Teología, es
necesario para que reine
la paz, y la verdad no padezca detrimento, quiero poner lo que el
Emperador Constantino aconsejaba a los que turbaban la Iglesia con
cuestiones voluntarias, vanas e importunas, contrarias a la
edificación de los Fieles: "Las cuestiones que ninguna ley ni
regla Eclesiástica prescribe con obligación, antes dimanan de vanas
altercaciones, aunque no se propongan sino con el fin de ejercitar el
ingenio, deben contenerse en lo interior de la mente, y no sacarlas a
la vista del Pueblo, ni fiarlas inconsideradamente a los oídos del
vulgo.... Ni es conveniente que por vuestras contiendas imprudentes
sobre cosas de tan poco momento se lleve el Pueblo a disensión....
Si los Filósofos, aunque por la doctrina que cada uno de ellos
sostiene estén discordes, con todo están unidos por la profesión
con que mutuamente conspiran, no será mucho más razonable que los
que somos siervos de Dios Todo poderoso estemos unidos, conformando
nuestros ánimos por el instituto de la Religión que profesamos?
Pensemos con más cuidado: si será del caso que los hermanos riñan
con los hermanos por una liviana y inútil contienda de palabras, y
que la paz se quebrante con impía disensión por vosotros que
altercáis por cosas tan pequeñas, y en manera ninguna necesarias?
Son estos procedimientos populares y más propios de la ignorancia de
los niños que de la sabiduría de los Sacerdotes y hombres
prudentes.... y siendo entre vosotros una misma la fé y una misma la
creencia de Religión: obligándonos el precepto de la ley a tener
conformes las voluntades, esto que ha movido entre vosotros la
contienda, puesto que no pertenece al principal fundamento de la
Religión, no hay motivo para que mantenga entre vosotros la
discordia y la sedición. No digo esto para obligaros a que seáis en
todo de un mismo parecer, porque ni queremos todos una misma cosa, ni
pensamos de una misma manera; pero debe mantenerse entre todos la
unión y la paz, aunque haya disensión en cosas de poco momento (a).
(a) Eusebius de Vita Constantini, lib. 2. capit. 69. tom. I. página
391, edición de Amsterdam, año de 1695.
51
Para el remedio que debe aplicarse, según buena Lógica, a fin de
llevar el entendimiento, en cuanto sea posible, a la demostración, y
no entregarse a las opiniones, además de las máximas que hemos
propuesto antes, será conveniente, que en cualquiera cuestión que
se haya de tratar, se mire primero si hay principios y verdades
fundamentales para resolverla, y si los hay, todo el cuidado se ha de
poner en hallar la conformidad de lo que se busca con los principios,
haciéndolo de raciocinio en raciocinio, como hemos explicado,
tratando de las demostraciones: si no hay principios, o no se han
descubierto hasta ahora, es en vano buscar la certeza, y conviene
entonces suspender el juicio y no dar asenso a lo que se concibe. Si
las cosas donde no hay principios para resolverlas son puramente
teóricas, es perder el tiempo meterlas en disputa, como son muchas
cuestiones de la Teología, Metafísica, Física, y otras Artes: si
son prácticas, de manera que sea menester proceder a la obra,
entonces se ha de solicitar la mayor verosimilitud, que se consigue
buscando para nuestra conducta la conexión que nuestro dictamen
pueda tener con verdades ya conocidas, ayudándonos para esto de la
semejanza, correspondencia de acciones, tiempos, &c. De esta
manera se procede por lo común en la Política, y alguna vez en la
Moral. Cuando hay principios y verdades fundamentales, que se ignoran
por falta de estudio y aplicación, o no se descubren por
negligencia, son claros los remedios que se han de aplicar, pues
consisten en trabajar contra la ignorancia, dejar la pereza, y
aplicar todo el cuidado en descubrir la conexión que tiene con las
verdades fundamentales aquello que se quiere saber. Si los principios
son fingidos como en los sistemáticos, el remedio es un absoluto
desprecio de todas sus opiniones.
En este importante asunto de
gobernar el entendimiento en las cosas opinables, conviene más que
nunca tener presente el consejo del Apóstol:
Omnia probate, quod bonum est tenete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.