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domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo III. De los errores que ocasiona la imaginación.

Capítulo III.

De los errores que ocasiona la imaginación.

34 No es posible comprender en corto volumen los errores que ocasiona la imaginación; pero propondré los más notables, y fácilmente podrá el que fuese atento conocer de cuántas maneras nos engañamos por las representaciones de esta potencia. Se ha de tener presente lo que ya hemos mostrado que nosotros formamos imágenes de todas las cosas que percibimos, no sólo de las sensibles, sino también de las espirituales; y si las considerásemos atentamente, hallaríamos dentro de nosotros un mundo espiritual mucho mayor que este que habitamos, y reducido a cortísimo espacio: es decir, hallaríamos en nosotros mismos las imágenes que corresponden a los objetos que componen este mundo visible, y a los espirituales, e incorpóreos que no son de su esfera, y lo que es más todas reducidas a cortísimos límites. Consideremos cuantos objetos se presentan a nuestros sentidos en el discurso de una larga vida, y hallaremos que las imágenes de todos se hallan en la mente. Consideremos también de cuántas maneras combinamos, o separamos tantos objetos, y las imágenes que tenemos de estas combinaciones. Pensemos después cuántas veces percibimos las cosas espirituales, de cuántas maneras abstraemos la naturaleza de las cosas, y en fin la muchedumbre copiosa de intelecciones que hacemos en el uso de las ciencias abstractas, y hallaremos que todas las contiene el alma, y de todas quedan vestigios, que con la memoria se renuevan. Si meditamos un poco sobre esto, podremos decir, que este es un Reyno, o mundo interior reducido a pequeño espacio, pero capaz de contener mayor número de cosas que el mundo material que habitamos; y si levantamos debidamente la consideración, habremos de reconocer la infinita sabiduría que ha fabricado tan maravillosa obra, y confesar que no puede un mundo material tan extendido contenerse en la materia reducida a un espacio infinitamente pequeño, como es el que encierra tantas nociones; por donde es preciso reconocer un Ser espiritual, cuya esfera es por su indivisibilidad único receptáculo de tantos conocimientos. Esto con alguna más extensión lo he manifestado contra los Materialistas en mi Discurso sobre el Mecanismo.

35 La impresión de los objetos sensibles hace variar las imaginaciones. Si la fantasía es capaz de recibir muchas imágenes, hace una imaginación fecunda; si recibe las imágenes, y se hacen permanentes, será la imaginación fuerte; si con facilidad recibe las representaciones, es la imaginación blanda; si una vez recibidas con tenacidad las retiene, es vehemente; si fácilmente las recibe, y con la misma facilidad se borran, es torpe; si con dificultad se imprimen, y tenazmente se retienen, es violenta; y a este modo pueden ser infinitas las combinaciones que nacen de la diversidad de pintarse las imágenes en la fantasía. Lo que principalmente se ha de notar es, que toda suerte de imaginación nos puede ocasionar el error, porque puede engañar al juicio; de modo, que si bien lo consideramos, no hay error en la imaginación, sino en el juicio, a la manera que sucede con las percepciones de los sentidos. Débese, pues, poner el cuidado posible en gobernar bien el juicio, y en no dejarse llevar de las apariencias de la imaginación Aprovechará mucho para conseguir esto el conocimiento de que las pasiones casi siempre acompañan a la imaginación, como ya hemos explicado antes.

36 Con estas advertencias será fácil descubrir muchos errores que ocasiona la imaginación, y manifestar el modo de evitarlos; y para disponerlos con orden los distribuiremos en los que pertenecen a la Religión, y al trato civil donde comprenderemos los que atrasan los progresos de las Artes y Ciencias. Gran parte de las herejías que en todos los tiempos han infestado la Iglesia, han nacido de imaginaciones fuertes, y fecundas. Pongamos en la antigüedad a Montano, que imagina vivamente, que el Espíritu Santo ha dado a él sus dones, y no a los Apóstoles, imprimiéndose profundamente en su imaginación esta especie y otras semejantes, las cuales hallando la razón flaca, y el juicio poco sólido, los pervirtieron, ocasionando graves errores. Fuéle fácil a Montano hacer creer como verdaderos los falsos entusiasmos de su imaginación a Prisca y Maximilia, que por el sexo, y falta de instrucción, lograban una imaginación fuerte, y la razón flaca. Tuvo Tertuliano la imaginación muy fuerte y vehemente,
y no la acompañaba un juicio de los más sólidos; y recibiendo en su fantasía los errores de Prisca, no supo enmendarlos. Pero en Tertuliano no era sólo fuerte la imaginación, sino vehemente, pues se le imprimían tan fuertemente las cosas, que arrastraban al juicio, y por la vehemencia las persuadía fácilmente a los demás. No obstante esto, es preciso confesar, que su Apología por la Religión es ciertamente obra útil y de juicio, aunque resplandecen mucho en ella las fuerzas de la imaginación vehemente; pero acabó de mostrarlas en el libro de Pallio, donde emplea la eficacia mayor, y toda la vehemencia que es decible en persuadir cosas inútiles, y de ningún momento.

37. Algunos colocan a Séneca entre los Escritores de imaginación fuerte y de poco juicio (a : Mallebranche Recherche de la verité, tom. I. part. 3. chap. 4.).
No puede negarse, que Séneca tuvo la imaginación fortísima, y muy vehemente. Conócese en que igual eficacia emplea en las cosas improbables, que en las ciertas, lo que es propio de los que tienen imaginación indómita. Su descripción del Sabio, no solamente es vana, sino ridícula; y como era su imaginación fecunda, la hermoseó con tanta variedad de pensamientos y sentencias, que ha embelesado a muchísimos lectores, o tan imaginativos como él era, o de grande imaginación y pequeño juicio. No obstante se ha de advertir, que no fue Séneca de los Autores menos juiciosos, aunque creo que fue mayor su imaginación que el juicio. Fue Estoico, o quiso parecerlo, y se hallan en sus escritos sentencias, y máximas admirables para animar a seguir la virtud. Esto obligó a S. Gerónimo a contarle entre los Escritores Eclesiásticos, y a tener por verdaderas las cartas de S. Pablo a Séneca; mas los Críticos modernos no dudan que son apócrifas. Como quiera que sea, tuvo Séneca eficacia loable en persuadir el camino de la virtud, como el único medio para conseguir la felicidad humana; y ojalá que sus sentencias tuvieran mayor trabazón, que así serían más estimables: de suerte, que ya en lo antiguo por esta falta fue llamado justamente el estilo de Séneca arena sin cal. He visto muchos libros modernos que tratan, o de máximas morales, o políticas, y justamente puede atribuírseles la misma censura; y quizá su lectura fuera más provechosa, si el entendimiento hallara conexión entre las verdades que contienen.

38 En nuestros tiempos tenemos hartos ejemplares de los errores que ocasiona la imaginación vehemente, y fuerte cuando está acompañada de poco juicio. Tanto número de Sectarios, como vemos en nuestros días, tienen corrompida la imaginación, y pasa el contagio a corromper el juicio. Imaginan una cosa, y esta hace tan hondas impresiones, que excita continuamente pasiones desmedidas. El juicio entonces deja libremente llevarse de la fuerza de aquellas imaginaciones, y las tiene por verdaderas, y así ocasionan el error. Mr. Jurieu, Luthero (Lutero, Martin Luther), Zuinglio y otros Herejes se imaginaban mil desórdenes en la Iglesia Católica, y el juicio asentía a que realmente los había, estando sólo en su imaginación. En estos acompañaba a sus depravadas imaginaciones alguna pasión, porque como ya dijimos, y conviene siempre tenerlo presente, siempre que el alma percibe algún objeto, y tiene la imagen que se pinta en la fantasía, suele excitarse alguna pasión, o de esperanza si puede lograrse el objeto, y se considera útil, o del miedo si se considera dañoso y cercano, y así de otras mil maneras. En las expresiones, pues, de semejantes herejes se manifiesta, que a su descompuesta imaginación acompañaban pasiones desenfrenadas, ya de odio hacia la Iglesia, ya de esperanza de ser por ese camino memorables y afamados, ya el deseo inmoderado de la singularidad, y en fin un amor propio extremado que los hacía parecer a ellos mismos únicos en razonar, y los solos en conocer, y distinguir lo verdadero de lo falso. La fuerza de tan vehementes imaginaciones junta con el desorden de pasiones tan extravagantes, arrastraban al juicio, y los hacía caer en feísimos errores.

39 No se ha acabado la raza de estos Escritores, que por la depravada imaginación, y pasiones vehementes que la acompañan, publican enormes extravagancias. Mr. de Arovet (Arouet) se llamó después Voltaire, y así le nombraremos) da hoy un evidente testimonio de esto. He visto de espacio sus principales escritos en la famosa edición del año 1757, que se supone correcta por su Autor, y algunas obrillas junto con el Diccionario Filosófico posteriores a esta edición. Son dignos de verse los Escritores Franceses que le han impugnado, porque algunos lo han hecho con grandísimo acierto. Como yo veo que se celebra la sabiduría que no tiene este Poeta, que desprecia la Religión Christiana, que alaba los vicios más abominables, protege el materialismo, desautoriza lo más sagrado, así Secular como Eclesiástico, y que habla de todo, como si todo lo supiese: diré sin reparo lo que a mí puede tocarme, que es el defecto de lógica, que generalmente reina en sus obras, para que se miren, como lo merecen, casi siempre opuestas a la razón. Quien quiera que haya leído a Mr. Voltaire conocerá un hombre de imaginación grande, vehemente, fecunda: de un ingenio vivo, despejado, agudo, pronto: de una lectura vaga de libros modernos, limitada, y muy superficial de los antiguos originales: una instrucción vasta de las cosas presentes, sin ahondar en las Ciencias, ni en sus principios, ni fundamentos:
en conclusión un talento que los Franceses llaman
bel sprit. Si a estas calidades añadiese un juicio sólido, una instrucción maciza profunda, una erudición original, y un estudio continuo bien fundado de las Artes y Ciencias, ciertamente se podría llamar no bel sprit, sino bon sprit, habiendo mucha diferencia entre estos dos atributos.

40 Si como a las bellas representaciones de su fantasía, y combinaciones vastas de su ingenio han acompañado siempre las pasiones de desafecto a la Religión Christiana, de deseo de gloria y de singularidad, de independencia, de satisfacción propia, y otras de este jaez, hubiera tenido inclinación a la piedad, subordinación a los sabios, desconfianza de sí mismo, más deseos de ser útil que aplaudido, más contenido, menos licencioso, menos propensión a las apariencias atractivas de lo sensible, y, por decirlo de una vez, menos amor propio, hubiera podido ser útil al género humano, empleando en su favor los talentos. Si en lugar de un estilo florido correspondiente a su imaginación, lleno de expresiones chocantes y agudas, de sales penetrantes y malignas, de un aire y tono libre y desenvuelto, hubiera usado (a lo menos en la prosa), de un lenguaje propio, expresivo, moderado, y tal que conociesen todos que tiraba a enseñar y no a ofender, sería más aceptable entre los que prefieren lo sólido a lo brillante, gobernándose por el juicio, no por la imaginación. Muéstrase defensor de la humanidad, pero al hombre para mantenerle sólo le procura lo que le destruye. Mírale por la parte de lo sensible, y por este lado le levanta, dándole licencia para cuanto le sugiere el apetito y el gusto: no le mira por la parte de la razón, ni del juicio, y por eso se abstiene de darle buenas máximas. En los grandes hombres sólo nota las faltas, calla las virtudes, y si las nombra las envuelve en sátiras; y siendo así que mientras haya hombres ha de haber vicios y defectos, asido de estos pinta al género humano de peor condición que las bestias, gobernándose por lo que vulgarmente es, sin enseñarle lo que debe ser. En todas sus obras no hay un discurso filosófico seguido. En la historia no se citan monumentos que hagan fé. Si Baluzio, Launoi, y Valesio, sus
paisanos, sacasen la cabeza, y viesen lo que este Historiador asegura siempre sobre su palabra, y ajeno de documentos, se admirarían que hubiese celebradores de tales escritos. Habla de todas las cosas sin estudio fundado de ellas, y está a la vista, que rara vez trae pruebas de lo que afirma. El Diccionario Filosófico suyo, donde todo se dice al aire sin probarse nada, es un testimonio calificado de esto, pues en él ha reducido a compendio toda la impiedad, y cúmulo de errores esparcidos en los demás libros. El Parlamento de París le ha mandado quemar por mano del Verdugo. De la Araucana de Alonso de Ercilla, después de una alabanza de un solo pasaje, habla de lo demás con gran desprecio. ¿Qué dirán nuestros Críticos que a Ercilla le llaman Lucano Español? ¿Trae algunas pruebas para este desprecio? Nada menos. Sobre su palabra va todo, como acostumbra.

41 Por el estudio de la Historia Eclesiástica más limada se echa de ver, que cuantas blasfemias, y sátiras trae contra la Religión Christiana, son antiguos errores combatidos de los Padres, y olvidados de los fieles. Juliano el Apóstata, Celso el Filósofo, Filostrato, y otros impugnadores antiguos de la Religión de Jesu-Christo, junto con los desvaríos de los Filósofos Gentiles, le hacen el gasto: con añadir las sátiras, inventivas, chistes satíricos de los incrédulos modernos, en lo que está bien instruido, tiene materiales para constituirse enemigo de la verdad, y de la buena Lógica. ¿Qué capacidad, ni talento es menester para renovar errores viejos, vistiéndolos con nuevos adornos de estilo, agudeza y aire agradable a los oídos incautos, para que sean bien admitidos? Si las máximas de Voltaire se publicasen desnudas de adornos, y viniesen, como solemos decir, a cara descubierta, dudo que hubiese hombre sensato que las adoptase; mas viniendo vestidas con cuanto puede halagar los sentidos e hinchar la imaginación, no es de extrañar se hayan impresionado en el entendimiento de los que son más sensibles que racionales.

42 Ya que nuestros jóvenes no puedan leer fácilmente las impugnaciones solidas, que los Franceses han hecho a Voltaire, a lo menos conviene que vean la que en lengua Castellana se ha publicado con el título: Oráculo de los nuevos Filósofos, donde hallarán por menor descubiertos y rechazados sus errores.
Lo que yo puedo asegurar es, que en un libro suyo intitulado Cacomonade comete un plagio enorme, copiando a la letra del célebre Astruc cuanto allí pone sobre el mal gálico, y sólo añade Voltaire lo que no se puede referir sin faltar a la modestia. Sobre Newton no hace más que extractar la Óptica de este lnglés, añadiendo algunas voluntariedades suyas, como se ve a cada paso en lo que atribuye a los antiguos, en el desprecio que hace de los Griegos (*1), y en lo que celebra, según su pasión sin consultar los originales, en algunos modernos. Dicen que Voltaire es buen Poeta; lo que yo aseguro es, que ni es Lógico, ni verdadero Filósofo.
(*1: Nota del editor. Braulio Foz, paisano de Andrés Piquer, en su libro Literatura Griega, escribe que Voltaire no sabía griego, y menos el antiguo:
La Ilíada, dice Voltaire (y lo cito con preferencia a otros porque es popular su nombre y se lee mucho el tratado donde lo escribe); “Cuando leí a Homero (en las traducciones, (debió añadir) y vi las faltas groseras que justifican a sus críticos, y aquellas bellezas mayores todavía que sus faltas, no pude creer desde luego (y vaya la sabida vulgaridad), que un mismo poeta hubiese compuesto todos los cantos de la Ilíada. Porque no sé de autor alguno entre los latinos ni entre los nuestros que haya caído tan bajo después de haberse remontado tan alto.... El gran mérito de Homero consiste en haber sido un pintor sublime. Inferior de mucho a Virgilio en todo lo demás, le es superior en esta parte.”

43 Por otro camino yerran otros, y los precipita su imaginación. Como todos sentimos, e imaginamos las cosas en la niñez, y entonces no razonamos, hacemos un hábito de imaginar de tal suerte, que después cuando ejercitamos la razón, nos vemos obligados a imaginar los objetos sobre que razonamos, y no podemos percibir la cosa si no formamos imagen sensible de ella en la imaginación. Esta es la razón por que con solo el estudio teórico hacemos pocos progresos en las Ciencias prácticas, porque la sola teórica no ofrece nociones tan sensibles de las cosas como la práctica, que las vuelve más perceptibles; sucede por esto, que algunos niegan todo aquello que no pueden imaginar. Calvino nunca pudo comprender con su imaginación, que el Cuerpo de Jesu-Christo pudiera estar en la Eucaristía y en el Cielo a un mismo tiempo, porque la imaginación no puede percibir a un cuerpo en dos lugares distintos a un tiempo; de aquí concluyó, que la presencia del Cuerpo de Jesu-Christo en la Eucaristía no era real y verdadera, sino mística. Erró torpemente este Heresiarca, así en esto, como en muchas otras cosas, por la fuerza de su imaginación, y por dar a la imaginativa mayor extensión de lo que le corresponde. No puede la imaginación concebir a un cuerpo en dos lugares distintos a un mismo tiempo, porque el entendimiento entonces junta la representación de aquel cuerpo con la del lugar; y como las imágenes de los lugares son distintas, hace distintas las del cuerpo, o no sabe hacer a esta una sola. En este asunto erró también Juan Clerico (a : Cleric. Pneumatol. cap. 8. sect. 3.) y muchos Lógicos entre los modernos. Pero para desengañarse no es menester más que ver lo que toca a la imaginación, y ver lo que pertenece a la razón. Esta dicta, que Dios puede infinitamente más de lo que podemos los hombres imaginar, y que por consiguiente aunque la imaginación no comprenda una cosa, debemos creerla si la fé divina la enseña. Estos sectarios admiten por ciertas muchas cosas, que no puede alcanzar su imaginación La eternidad no la podemos imaginar, y la tenemos por cierta. Tampoco podemos imaginar al infinito, y no obstante le tenemos por existente. ¿Por qué, pues, se ha de dar tanto valor a la imaginación en unas cosas y no en otras? Yo creo que es porque estos tales de puro imaginar no hacen otro ejercicio que el de esta potencia, y a ella temerariamente sujetan la razón, el juicio, y aun el soberano, e infalible dictamen de la Iglesia.

44 Pasemos ahora a otros errores que ocasiona la imaginación, y son muy frecuentes, aunque por lo común no tan peligrosos. Lusinda tiene la fantasía blanda y dispuesta a recibir varias representaciones con viveza, y a retenerlas: dedícase a leer libros de piedad y devoción, o empieza a meditar y pensar en las cosas divinas. Con la meditación y la lectura se va llenando de imágenes la fantasía de Lusinda, de suerte, que apenas se excitan en su imaginativa otras representaciones, que las que ha impreso la continua lectura y meditación.
En este estado se le excita la pasión, o el deseo de lograr lo que lee, o sabe haber logrado otras personas piadosas, es a saber, hablar con Dios; y continuando Lusinda en meditar las mismas cosas, la pasión va creciendo al paso que crecen las imágenes que hay en la imaginativa. La fuerza y continuación en imaginar calientan la fantasía, y juntando las representaciones antes separadas, la vehemente pasión empieza a dominar al juicio, y luego piensa Lusinda que ve a Dios en esta, o la otra forma, que le habla en esta, o la otra manera, que le representa su pasión y muerte, y otras mil cosas que le vienen a la fantasía; de suerte, que como su imaginación es capaz de recibir muchas imágenes, y el juicio no sabe ya entenderlas, fácilmente las cree en el modo mismo que las imagina. Entonces dice Lusinda, que son revelaciones divinas lo que no es más que entusiasmo de su imaginación blanda y acalorada. Y si encuentra con un Director, que tenga la misma blandura en la fantasía, y no tiene aquella prudente sagacidad que se requiere para estas cosas, fácilmente tiene por revelaciones todo lo que Lusinda cuenta, y las estampa después en los libros como venidas del Cielo.

45 Bien sé yo que hay en la realidad revelaciones especiales, o privadas, y que Dios habla a los varones santos, y les comunica algunas cosas para su utilidad y consuelo; pero sé también que es muy dificultoso distinguir las verdaderas de las falsas, y que es muy fácil que la fantasía vehemente y acalorada haga parecer verdaderas revelaciones las que sólo son apariencias de la imaginación.
El diablo suele transformarse a veces en Ángel de luz, y para engañar a las criaturas se aprovecha de esta flaqueza de la fantasía en que tiene especial influencia. Por esto la Iglesia Católica procede con gran cautela en el examen de semejantes revelaciones, y a su ejemplo suelen examinarlas con mucho cuidado los varones santos y juiciosos, que no quieren ser engañados. En efecto Priscila, y Maximila tuvieron por revelaciones divinas los errores del Hereje Montano, y creían que les hablaba el Espíritu Santo, y les fue fácil comunicar el contagio de su depravada fantasía a un varón tan ilustre como Tertuliano, porque hallaron en él una imaginación fecunda, y superior al juicio. En nuestros tiempos tenemos otros ejemplares recientes de muchos Herejes, que quieren hacer pasar los delirios de su imaginación por revelaciones especiales, y harto se han gloriado de esto Lutero, y Mr. Jurieu, pero con risa y desprecio de todos los sabios.

46 Hay otras mujeres que hablan de revelaciones especiales, y su error está en la fantasía, aunque se hace de otra manera. Gelarda, mujer sumamente devota y piadosa, esta enferma de afecto histérico, y no lo conoce. Es este un mal que de ordinario gasta la imaginativa, porque tiene su asiento en aquellos nervios, que extendidos hasta el diafragma y el cerebro, sirven para propagar las impresiones de los objetos externos. Introdúcese poco a poco en el cerebro de Gelarda aquella enfermedad que se llama melancolía, y suele acompañar al afecto histérico. Desordenadas ya las partes sobredichas, que influyen poderosamente en la imaginativa, se descompone el orden de las impresiones en que continuamente ejercita Gelarda la fantasía, por donde es muy natural que en la enfermedad se le exciten las imágenes de cosas devotas, al modo de uno que delira, pues habla de las mismas cosas que en la salud más pensaba, bien que desordenadamente por el vicio de su cerebro. Ocupada ya Gelarda de la melancolía, empieza a delirar, y dice que ve a Jesu-Christo en el Huerto sudando sangre, o ve a la Virgen Santísima, que se le aparece en su gloriosa Asunción, y le dice estas, o las otras cosas; y si la fantasía está muy caliente, tal vez dice que le da coplas y redondillas para que las cante. Si la enfermedad no es muy fuerte, queda en este estado el delirio de Gelarda, y no es conocido sino de aquellos que en estas cosas saben la fuerza de la fantasía, y no se dejan engañar. Un caso muy semejante a este me ha sucedido, y conocí el delirio, y lo previne, y con el tiempo se acabó de confirmar evidentemente mi pensamiento.
Luis Antonio Muratori (a : Philosoph. Moral, cap. 6) cuenta que en Milán había una Religiosa, que decía que cada noche hablaba familiarmente con
Jesu-Christo, y así lo creía la mayor parte de aquel gran pueblo. El Arzobispo, que era entonces Federico Borromeo, varón de gran juicio y singular discernimiento, quiso asegurarse por sí mismo, y dijo a la Religiosa, que se hallaba con una alhaja muy estimable y de gran valor, pero que para saber lo que debía hacer de ella lo preguntase a Jesu-Christo, y con eso sabría que no podía errar. Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y dio de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los pobres. El caso fue, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera dicho que la diese a los pobres. Otra Religiosa decía, que Dios todos los días la subía hasta el Sol, y la hacía ver la hermosura de aquel
Planeta. Preguntóla el mismo Prelado cuán grande era aquel Astro, y respondió que como un Cesto. Conoció claramente este insigne Varón, que no eran otra cosa semejantes revelaciones, que entusiasmos de imaginaciones valientes, y pervertidas. Para que esto no cause dificultad, no hay más que considerar la viveza con que la imaginativa representa una cosa en los sueños. No parece sino que la tenemos presente, y que en la realidad nos sucede lo que soñamos. Entonces no obra el juicio ni la razón, y por eso no corregimos lo que se nos presenta. Sucede pues, en la vigilia, que la imaginación representa algunas cosas con la misma fuerza y tal vez mayor que en los sueños: sucede también que el juicio no corrige a la fantasía, o porque es pequeño, o por estar impedido de alguna enfermedad, y así ocasiona la imaginación mil errores.

47 No pretendo con esto introducir la terquedad y obstinación en no creer estas cosas que pertenecen a revelaciones especiales, como hacen algunos: intento sólo descubrir la verdad, y deseo que se hagan los hombres a ejercitar la razón; y siempre tendré por prudencia desconfiar de las relaciones de muchas personas devotas concernientes a este asunto; y examinarlas con toda la diligencia posible para evitar el error; porque algunas de estas revelaciones, o mejor imaginaciones, son a la verdad inocentes, esto es, no incluyen cosa opuesta a los sagrados dogmas, ni disciplina de la Iglesia; pero hay otras llenas de peligro, y no fuera difícil mostrarlas en algunos libros donde se hallan impresas. Por esta razón quisiera yo que algunos de los que trabajan vidas de personas Venerables por su santidad y virtud, tuviesen mejor gusto, y las escribiesen con mejor Lógica. Alabo el zelo de semejantes Escritores, pero no el juicio. El escribir la vida de una persona virtuosa es instituto muy loable, porque es ofrecer a los lectores un ejemplo de virtud para imitarle y aspirar a la misma perfección.
Pero he visto muchos libros, que no muestran el fondo de virtud de sus héroes, ni manifiestan el modo con que ejercitaban la humildad, la paciencia, la caridad, la mortificación, la honestidad, y demás virtudes, antes se trata esto de paso; y muy de propósito se ponderan las revelaciones inmensas, las apariciones sinnúmero, que tuvo la persona Venerable; y casi se intenta probar la gran santidad de un Varón por el copioso número de revelaciones, y no por la prueba real y verdadera de sus eminentes virtudes. Lo peor es, que después de haber llenado un libro de revelaciones, no se halla en todo él ni una sola prueba, de si fueron, o no verdaderas, y es porque los Escritores no lo dudan. Ya se queja de estos descuidos Benedicto XIV, en su Obra de la Canonización de los Bienaventurados, donde de propósito trata este mismo asunto. Y pocos días hace que se publicó el tratado de Revelaciones del famoso Crítico Eusebio Amort, merecedor de que le lean los que han de examinar semejantes revelaciones, porque se trata este asunto con buena Lógica y justa Crítica.


48 Podráse decir contra esto que algunas personas santas y virtuosas dicen de sí mismas haber tenido visiones y apariciones, por donde es forzoso, o creerlas, o tener a tales personas por no veraces. Es así que hay muchas visiones y apariciones de Varones santos; y al mismo tiempo es cierto que hay muchas apócrifas, o fingidas por otros que se las atribuyen con ánimo deliberado de captar al Pueblo. Harto comunes son en los libros los ejemplos de entrambas. De las fingidas no hay necesidad de hablar, sino, en sabiendo que lo son, desecharlas. De las personas venerables por su virtud y santidad se ha de creer, que dicen lo que sienten con veracidad; pero aun de este modo han de ser examinadas sus visiones, porque cabe que sin faltar a la verdad, las apariciones no sean aceptables. A dos clases se han de reducir las visiones y apariciones: unas son sensibles, cuando las cosas que no existen, pero existieron, o han de existir, se presentan a los sentidos como actuales: otras son mentales, cuando la imaginación tiene tan vivas las imágenes y representaciones de los objetos que fueron, o han de ser, pero no son, que el entendimiento los mira como presentes. Las primeras nunca suceden sin un verdadero milagro; y aunque es cierto que Dios hace milagros, pero también lo es que no son tantos como el vulgo literario presume: de manera que siendo preciso examinar la operación milagrosa con mucha diligencia para asegurarnos, el mismo cuidado se ha de poner en averiguar las apariciones sensibles antes de creerlas. Las mentales unas son naturales, como se ve en los melancólicos muy imaginativos, a quienes se ofrecen las cosas pasadas y futuras, como presentes, con una viveza extraordinaria: en los maníacos y frenéticos, que por la enfermedad dicen que ven los muertos, y mil cosas que no hay, y lo aseguran, y gritan si se les contradice: en los sueños, donde cada día hay motivo de experimentarlo: otras son sobrenaturales, como las que se conoce claramente que no caben en la esfera de la naturaleza.

49 El modo de distinguirlas se toma de lo que representan y las circunstancias que las acompañan. Si la persona, aunque sea virtuosa, es crédula, de imaginación fuerte, muy melancólica, enferma, ya sea de todo el cuerpo, ya de la cabeza, pensativa, metida en sí, y nos dice que ha tenido visiones y apariciones, es menester suspender el juicio hasta examinarlas, porque tales personas naturalmente son visionarias: si lo que dicen de su visión es inverosímil, extravagante, erróneo, de ningún momento, y contradictorio, se han de tener por naturales, de acaloramiento de la cabeza, y falsas: si la doctrina que encierran es opuesta a los dogmas, o disciplina de la Iglesia, o en ellas se encierra interés, daño del prójimo
(próximo), o qualesquiera fines particulares distintos de la gloria de Dios, e instrucción de los Fieles, se han de mirar como entusiasmos de una fantasía inflamada. Las sobrenaturales se conocen por caracteres opuestos a los sobredichos, y de ellas hay ejemplos en las divinas Letras, que han de recibirse con toda sumisión. Lo cierto es que en Roma, donde se examinan estas cosas con gran exactitud y juicio, de millares de visiones de las personas virtuosas apenas se aprueba una, y a veces se reprueban todas. Esta materia, además de los Autores citados, la ha tratado con solidez el Abad Langlet; y antes que todos los propuestos ha abierto el camino con admirables advertencias para no desviarse nuestro insigne Español el P. Juan de Ávila en su Audifilia (Audi, Filia, et Vide) (a).

(a) Capítulo 50, 51 y 52. tom. 3. pág. 279 y sig.

50 Para no caer pues, en errores en este asunto, será bien ejercitarse en distinguir lo que es propio de la imaginación, y lo que toca al juicio. Se ha de saber, que la imaginación no hace otra cosa, que representar al vivo las imágenes de los objetos; pero al juicio toca hallar la verdad de las cosas que ofrece la fantasía; y como desde niños nos hacemos a imaginar más que juzgar, será bien ejercitar continuamente la razón, y sobre todo saber dudar cuando convenga, y no juntar con precipitada facilidad el juicio con la imaginación.
Si se trata de conocer lo que sucede en otra persona, además de lo dicho será conveniente examinar si la gobierna alguna secreta pasión, y muchas veces se hallará, que el deseo que tiene una mujer de parecer santa, o el apetito de fama de virtuosa, o la ambición y deseo de mandar, o tal vez el despecho por no venirle las cosas como desea, han corrompido su fantasía; y de aquí nace que juzgue por revelaciones sus delirios. Acaso la malicia es el móvil de estas fingidas apariciones: tal vez alguna oculta enfermedad, que no es conocida, porque no se manifiesta por
fuera, o la ignorancia, que es general fomento de estas creencias. En fin la razón dicta, que cuando se ofrecen semejantes revelaciones, empiecen los hombres sabios a examinarlas dudando, averiguando las pasiones, la eficacia de la imaginación, la verosimilitud, y la conformidad que tienen con los dogmas y disciplina de la Iglesia, y poniendo en obra todas las reglas de la buena crítica.