Mostrando las entradas para la consulta silogismo ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta silogismo ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo XII. Del Raciocinio.

Capítulo XII.

Del Raciocinio.

30 Entre las nociones compuestas la más principal, y a que se enderezan todas las otras es el raciocinio, acto del ingenio y potencia combinatoria, pues en él se juntan muchas proposiciones para formar una con el fin de descubrir las cosas. Ejecútase el raciocinio por inducción, ejemplo, entymema, silogismo. Llámase inducción la manifestación de un universal por la enumeración de todos los particulares. Este cisne es blanco, también lo es este, y así de los demás: luego todo cisne es blanco. Decía Horacio: el que no ha gobernado la nave se abstiene de hacerlo: el que no es Médico no se atreve a dar medicinas, &c. luego los que no son peritos en las cosas no las han de gobernar (c).

(c) Navem agere ignarus navis timet; abrotonum aegro Non audet, nisi qui didicit, dare. Quod medicorum est, Promittunt medici. Tractant fabrilia fabri. Horat. Epist. Lib.2.epist.I.vers.114.
Son innumerables los errores que se cometen en las Ciencias, especialmente en la Física, por el mal uso de las inducciones; pues sin hacer bien la enumeración de los particulares, se sientan máximas universales, que solo son ciertas cuando estas incluyen a aquellos sin faltar ninguno. Un Médico
da una medicina para quitar una enfermedad, la repite otra vez, y logra la curación. Forma por inducción una máxima general falsísima, creyendo que la tal medicina es remedio cierto para semejante dolencia. Así continuando en hacerla común, queda muchas veces burlado. En el trato civil sucede lo mismo. Ven a uno que un día entra en una casa, y lo repite otro día, y sin más examen pronuncian: Fulano va todos los días a tal casa, u hace tal cosa &c. Es menester mucha reserva, gran exactitud, suma diligencia para no engañarse con las inducciones. Esto consiste en que en este raciocinio procede el entendimiento de las partes al todo; y así como para formar el género de las definiciones es necesario saber todos los particulares, que debajo de él se comprehenden, del mismo modo es preciso para hacer una buena inducción: y es de notar, que esta suerte de argumento, si se hace debidamente en las cosas físicas, es de suma importancia para las nociones lógicas universales. Bacon de Verulamio trató de la necesidad y utilidad de las inducciones para la Física en el capítulo segundo del libro quinto De augmentis scientiarum, y lo repitió en los aforismos trece y catorce del primer libro de su Novum organum, alabando en ambas partes la inducción, y vituperando los silogismos; mas siendo cierto, que no hay inducción ninguna que no se pueda reducir a silogismo, se echa de ver que a este insigne Escritor le hizo falta aquí, como en otras muchas cosas, la seria lectura de Aristóteles.

31 El ejemplo que en las Escuelas llaman paridad, es un raciocinio con que descubrimos una cosa por la similitud de otra: Una piedra, un bronce, con el continuo ludir se amolda y se suaviza: luego un muchacho, por duro y áspero que sea, con la educación y la cultura se amansa y endulza. Este modo de raciocinar es muy expuesto al error, porque con dificultad se encontrarán dos cosas tan del todo semejantes que no se diferencien en algo; por eso en rigor lógico esta suerte de prueba debe examinarse mucho, porque engaña con las apariencias con que dos cosas se semejan, siendo en lo interior distintísimas. Toda la prueba, y convencimiento de las historias se se funda en el ejemplo, pudiendo en nuestros tiempos suceder lo que en los pasados. Así que para usar de este raciocinio con acierto conviene comparar las cosas, mirar en qué se parecen, y en qué disienten, ver los efectos que resultaron, y se pueden esperar de aquello en que se conforman, y no omitir circunstancia ninguna de las que pueden hacer del todo semejantes, o solo en algo parecidos los casos. Por faltar este examen Lógico a los Casuistas, que no usan por lo común de otra prueba que del ejemplo, cometen tantas faltas en la enseñanza de la Moral. Lo mismo sucede a los Políticos, puesto que no hay dos casos del todo semejantes en los sucesos humanos. Lo que conviene, así en la Moral como en la Política, es instruirse bien en las máximas fundamentales de estas Ciencias, y procurar aplicarlas con acierto a los casos particulares, y los ejemplos mirarlos como hechos que ayudan a hacer con firmeza semejante aplicación. Todavía debe aclararse más este importante asunto. Todos los entes tienen predicados comunes y singulares. En los comunes se parecen, y se diferencian en los otros. Cuando en lo físico examinamos las cosas, y vemos en ellas los atributos comunes, las colocamos bajo una clase; y este conocimiento, si se hace con exactitud, nos asegura del ser y propiedades de los entes, y sirve la inteligencia de unos para los demás que gozan iguales atributos. La singularidad que hay en cada cosa no es transcendental a otras, y por eso de los meramente singulares no puede haber ciencia, sino solo observación, esto es, conocimiento que dimana de determinada aplicación de los sentidos. Así que para que la Física y la Historia sean útiles, y den reglas seguras, es menester en su estudio ver atentamente las cosas, notar los atributos comunes y propios de cada una, examinar el origen, progresos y términos que tienen, advertir sus operaciones, sus resultas, sus movimientos, &c. Y cuando dos cosas, aunque en sí mismas singulares, se convienen en todo lo que hemos propuesto, se podrá juzgar de una por la similitud de la otra, y se podrá decir que se gobierna entonces el entendimiento por un conocimiento seguro. Por faltar en los que se llaman Físicos experimentales muchas de estas advertencias, se quejaba el P. Mallebranche del poco mérito de los que suelen hacer, como dicen ellos, experiencias (a). Cuando el hombre averigua así las cosas se vale de las inducciones para colocarlas en las clases generales, y así se dan la mano las nociones del entendimiento, y se ayudan mutuamente cuando se gobiernan con buen orden. Haré esto más patente con ejemplos. En lo físico se observa, que un árbol echa su flor con la venida del Sol, y se le caen las hojas con la ausencia: esto mismo se ve en los demás constantemente, y de estos ejemplos por inducción se concluye, que el Sol influye en la generación y corrupción de los árboles. Se ve, no una vez sola, sino innumerables, que la Luna y los demás Planetas, además de nacer, y ponerse todos los días, caminan por sí de Poniente a Levante, guardando cada uno ciertas reglas: y de la repetición de veces que esto se observa, como que cada vez que se ve es un ejemplo, se concluye que los Planetas ejercitan dos movimientos, uno común de Levante a Poniente, y otro propio de Poniente a Levante. Así decía bien Manilio, que el ejemplo mostró el camino a los hombres para formar las reglas fijas de la Astronomía (b). En lo Moral se ve que Ticio tiene inclinación a la superioridad, también la tienen Ariston, y Eudoxo, y así los demás. Conclúyese de estos ejemplos, que este apetito es general en la naturaleza del hombre. En lo Médico se observa, que el dolor de costado, que uno padeció, traía consigo cinco cosas; es a saber, calentura fuerte, tos, dificultad de respirar, pulso duro, y dolor punzante en algún lado: esto mismo se vio en otro, y constantemente en todos los que fueron molestados de esta dolencia. Conclúyese de estos ejemplos por la inducción, la máxima experimental, que todo dolor de costado ha de llevar precisamente estos males consigo. Si los Médicos observan atentamente, verán que de cada una de las enfermedades podrán formar máximas generales para su conocimiento tan ciertas como esta, puesto que todas tienen caracteres propios tan fijos como el dolor de costado tiene los suyos.

(a) Recherch. de la verit. liv. 2. p. 2. chap. 8. tom. I, pág. 447.
(b) Per varios usus artem experientia fecit, Exemplo monstrante viam. Manil. Astronom. lib. I. v.58. y sig.

Caminando por estas reglas lógicas, y gobernando los antiguos sus nociones por ellas, nos han dejado sentados los principios fundamentales de todas las Artes y Ciencias; pues no son otra cosa que nociones comunes y universales sacadas de ejemplos particulares, y juntas por la inducción para formar máximas adaptables a los singulares de donde proceden.

32 Enthimema es un raciocinio corto de dos solas proposiciones expresas (aunque es fácil reducirlo a tres), entre las cuales la una es antecedente, y la otra se sigue de ella, como el Sol ha salido: luego es de día. Esto es lo que comúnmente se enseña del entimema; bien que otras significaciones le dieron los antiguos, que pueden verse en Facciolato, Escritor pulido y sólido que trató de propósito este asunto (a).


33 Dilema es un raciocinio que en su antecedente tiene dos partes, y con cada una puede incomodar al contrario. Cuenta Aulo Gellio (b), que un joven rico, llamado Evathlo, queriendo tomar lecciones de orar con
Protagoras, le ofreció mucho dinero, y le dio la mitad de lo tratado al empezar la enseñanza, ofreciendo pagar lo restante el día que llegase a defender una causa ante los Jueces, y la ganase. Mas retardando Evathlo la ejecución, Protágoras le movió un pleyto, y habló en su favor a los Jueces con este dilema: “Ya sea que te den, Evathlo, sentencia en favor, ya en contra, me has de pagar la deuda: porque si pierdes el pleyto, la pagarás por la sentencia: si lo ganas, la pagarás por lo tratado; pues has ofrecido pagarme el día que defiendas un pleito y le ganes."
Replicó Evathlo: “Ya, gane yo el pleyto, o le pierda, no he de pagarte: porque si tengo sentencia en favor, quedo exento: si la tengo en contra, no se ha cumplido el pacto de pagarte cuando ganase el pleito." A esta especie de reconvenciones llaman los Griegos Antistrephon, los Latinos reciprocum argumentum: en las Escuelas lo usan mucho, no sólo en los dilemas, sino en otras maneras de raciocinios, y los llaman retortiones del verbo retorqueo.
(a) Facciolat. Acroas. I. p. I. y sig.
(b) Gell. Lib.5.cap.10. Pág. 170.

Engañan mucho esta suerte de argumentos, porque entre los dos extremos del dilema suele haber medios, y tal vez faltan más extremos, o de los señalados no salen en todo rigor las consecuencias que se proponen. Mas pudiéndose reducir los propuestos raciocinios a silogismos, que son la más universal manera de raciocinar, puesto que debajo de sí contienen toda suerte de argumentos, se hará lo dicho más patente con lo que vamos a explicar.

34 silogismo es: "una noción mental compuesta de tres proposiciones juntas, de modo que sentadas las dos primeras, la otra aunque contiene cosa distinta se sigue de ellas por necesidad: “Todo viviente es sensitivo: todo hombre es viviente: luego todo hombre es sensitivo. La primera proposición se llama mayor, la segunda menor, y ambas premisas, la tercera consiguiente o conclusión; y la consecuencia que denota la noción con que el entendimiento conoce el enlace y conexión necesaria del consiguiente con las premisas, se significa con la partícula luego. En todo silogismo ha de haber tres términos y no más: es a saber, el extremo menor, que es el sujeto del consiguiente: el extremo mayor, que es el predicado, y el medio, que es por donde se juntan los otros, y este nunca entra en la conclusión; y entre las premisas en rigor es la mayor la que contiene el mayor extremo, aunque en el orden de la colocación esté primero la otra. La vida es un bien: todo bien es apetecible: luego la vida es apetecible. Aquí la mayor es la segunda proposición, porque contiene el mayor extremo, y fácilmente se puede mudar la colocación en esta forma: Todo bien es apetecible: la vida es un bien: luego la vida es apetecible. No siempre se guarda este orden en las disputas de las Escuelas, pero conviene que se entienda para conocer el artificio lógico de los silogismos.

35 Toda la fuerza de los raciocinios silogísticos se toma de dos fuentes: la una es, el decirse o negarse una cosa de todos (en las Escuelas tomándolo de Aristóteles, dici de omni, dici de nullo): la otra, que siendo dos cosas una misma con un tercero, es preciso que sean unas mismas entre sí, y al contrario (Quae sunt eadem uni tertio sunt eadem inter se & vice versa). Como el entendimiento con buena lógica forma el todo universal de que hemos hablado antes, cuando quiere averiguar si una cosa le conviene o no a otra, procura ver si está contenida en la razón general, de modo que el sujeto que hace el menor extremo esté contenido en el extremo mayor, que es el predicado; y así se convence concluyendo, que la cosa es como en el consiguiente del silogismo se propone. Todo hombre es corruptible: Ticio es hombre : luego Ticio es corruptible. Aquí lo corruptible hace un todo lógico, y se prueba que en él se incluye Ticio, porque se ha probado que es hombre y todo hombre es corruptible. La otra fuente de la fuerza de los silogismos se descubre en los de predicado singular: Eudoxo es ingenioso : este hombre es Eudoxo : luego este hombre es ingenioso. Aquí se convence lo ingenioso en este determinado hombre, porque los dos están juntos en un tercero, que es Eudoxo. Tito Livio no es Cicerón: este hombre es Tito Livio: luego este hombre no es Cicerón. Los dos extremos de este determinado hombre y Cicerón no se pueden juntar, porque no se pueden unir con Tito Livio, que es el medio. A la verdad este principio de la fuerza de los silogismos también se extiende al otro que hemos explicado; pero para mayor inteligencia de estas cosas conviene tener presentes los dos.


36 Para el buen manejo de los silogismos ha inventado el Arte las figuras, y los modos. Llámase figura la debida conexión y atadura del medio con los dos extremos. Modo es la proporcionada y recta colocación de las proposiciones. Estas cosas se enseñan difusamente a los muchachos en las Escuelas, y es lo que en ellas se suele tratar en las Súmulas, con más fundamento. Los antiguos. por lo común fueron más prolijos de lo que requería este asunto: los modernos, tomando el extremo contrario, como acostumbran, lo miran todo como inútil. Los que quieren enterarse de la verdad, con todo fundamento, ni se entregarán a tanta delicadeza, como en esto gastan los Escolásticos, ni desechan como vano este artificio Aristotélico. Es cierto que la fuerza de raciocinar reside en la potencia mental combinatoria, y es el raciocinio el acto más noble de ella. Con su ejercicio descubre, averigua, junta, compone, o descompone las cosas entre sí según les corresponde. El Arte siguiendo la naturaleza ha ordenado, dispuesto, y enlazado las nociones de manera, que ha dado pulidez, claridad, orden, y facilidad admirable a la formación de los silogismos, y quien quiera que vea el artificio con que Aristóteles ha dispuesto todas estas cosas, habrá de confesar, si tiene candor, que la obra de este Filósofo es una de las mayores, y más sublimes del entendimiento humano. Dice Lock, extendiéndose (a : Lock Essai Philosoph. del ent. lib. 4. cap. 17. §. 4. y sig. pág. 559.) mucho en esto, y con él otros modernos, que es ocioso, y que no ayuda al entendimiento en el buen modo de pensar, el disponer los argumentos por silogismos, puesto que se hallan muchos que sin ellos raciocinan, y concluyen los asuntos que tratan con claridad y perfección. De aquí deducen, que el método de las Escuelas es importuno, inútil y enfadoso, asegurando que fuera mejor tratar las Ciencias con discursos seguidos, que con disputas Escolásticas. No apruebo yo todo lo que hacen las Escuelas en punto de silogizar, porque veo bien que se cometen excesos dignos de enmendarse. Tampoco alabo los Escritores pesados, que siguiendo este estilo, todo lo reducen a silogismos, porque fatigan el entendimiento, y le indisponen a poner la atención necesaria para enterarse del asunto; pero no tengo por inútil ni vano el Arte de silogizar, y el conocimiento de sus reglas, antes por el contrario en quien le pueda aprender sin gran fatiga le considero útil, y en algunas ocasiones necesario. Mucho antes que Lock y sus precursores trató esto mismo nuestro Sánchez Brocense (b : Organ. Dialect. lib. 3. tom. I. pág. 430. y sig.), y probó con admirables ejemplos de Terencio y otros Escritores de la pura latinidad, cuán agradable y convincente es ocultar el Arte, y mostrar las cosas con silogismos encubiertos, que este mismo Autor desembaraza, para que los Dialécticos los vean con sus modos y figuras. Cierto que sería en las Escuelas muy útil a la juventud, así para mayor perfección en el Latín, como para introducir el buen gusto de la Dialéctica, enseñar el Arte de silogizar del modo que lo hace este sabio y discreto Español, pues ninguno hasta aquí en esta parte lo ha hecho mejor. En los ejercicios de la Retórica del trato civil, de los Tribunales, de la política, se deben usar discursos seguidos, los cuales, aunque en sus pruebas encierran muchos silogismos, pero están encubiertos, y tanto más apreciable es el Arte de las arengas, cuanto es más oculto el artificio de los raciocinios. Mas en las Escuelas, y en los Estudios privados conviene mucho practicar los silogismos, porque con ellos se hacen patentes a un tiempo las pruebas sólidas, y los embrollos: se descubre lo sólido y concluyente, y lo superficial y falso. En la Universidad de Valencia se guarda en esto una costumbre digna de ser recibida de las demás Escuelas. El que arguye pone silogismos hasta que ha manifestado su dificultad, y hecho esto, resume todo su argumento silogístico en un discurso seguido. El que defiende hace lo mismo, porque primero responde a los silogismos según la forma Escolástica, y luego hace una recapitulación de todo el argumento, como una arenga, en la cual satisface a la dificultad que se le ha propuesto. El que esté versado en el Arte de silogizar conoce la utilidad que le resulta, cuando reduce a silogismos un asunto en que le importa averiguar si sus pruebas son conformes con los principios fundamentales del juicio; pues esto de silogismo en silogismo se viene a descubrir con perfección, y por este camino queda el entendimiento asegurado de la verdad. Convencido de esto Leibnitz usó muchas veces del método silogístico para impugnar a los Materialistas, y probar la inmortalidad del alma, para defender la verdad católica del Sacrosanto Misterio de la Trinidad, y para declarar en un Apéndice por varios silogismos los principales puntos que estableció en su discurso seguido de la Theodicea (a).

(a) Todas estas piezas dignas de leerse se hallan en el tom. I. de las obras

de Leibnitz pág. 5. 10. y 404. de la edic. de Gineb. de 1768.

Heineccio, después de haber explicado las figuras de los silogismos y sus reglas, dice: "Estas son las reglas especiales, que sin embargo de ser vilipendiadas por los que no aman la más sólida doctrina experimentan cada día ser muy útiles los que desean alcanzar la verdad. ¿Porque cómo averiguará ninguno la verdad si no raciocina? ¿y quién podrá estar seguro de que ha raciocinado bien sin saber las reglas de los buenos raciocinios? Son pues, sólidas estas cosas, como lo son otras muchas que hoy vulgarmente causan disgusto (a)”. Wolfio tiene a los silogismos ordenados, como se usan comúnmente, por útiles para las disputas, y en algunas ocasiones por necesarios (b), impugnando a los modernos que los desprecian (c), y notando a algunos de ellos de no haber entendido sus fundamentos (d). Por comprender yo también que es conveniente en las disputas Escolásticas, y en los usos privados mantener la forma silogística, propondré las reglas ciertas que hay para conocer los que están bien formados, y concluyen por su modo y figura, sin que obste lo que dicen algunos, por no cansarse en estudiar, que los mismos que disputan hacen buenos silogismos sin atender a las reglas, y que, si a cada silogismo se hubiera de poner atención a eso, serían objeto de risa las disputas; porque cuando se forma un hábito (esto no sólo en lo racional sucede, sino también en lo corpóreo) es preciso repetir los actos con advertencia a las reglas para el acierto: formado ya el hábito, se hacen las cosas sin tal advertencia, porque la facilidad que se adquiere con el uso lo suple todo (e).

37 Primera regla: El consiguiente debe estar incluido en una de las premisas, y la otra debe manifestarlo. En este silogismo: Todo hombre es mortal: Ticio es hombre: luego Ticio es mortal, el consiguiente está incluido en la universal: Todo hombre es mortal, y la proposición Ticio es hombre, sirve para hacerlo manifiesto. Esta regla es sin excepción, y la más general y segura para conocer la bondad de los silogismos. Pónela Aristóteles en sus analíticos, y los Escolásticos la explican difusamente de modo, que no hay nada más común en sus Súmulas impresas. Con todo el Autor del Arte de pensar (f) pondera la utilidad y necesidad de esta regla, y habla de ella como que la ha inventado, pues buscando una norma fija para conocer la rectitud de los silogismos sin recurrir a las reducciones de ellos, y poder fácilmente desembarazarse, la propone como que le ha venido al pensamiento (& voici ce qui en est venu dans l´esprit).

(a) Heinec. Elem. Logic, part. I. cap. 2. prop. 82. in not.

(b) Wolf. Logic. part. 2. sect. 4. cap. 4. §. 1094.

(c) Wolf. Logic. part. 2. sect. I. cap. 2. §. 560.
(d) Ibid. part. I. sect. 3. cap. I. §. 353.

(e) Esto conviene advertir para no hacer caso de lo que contra el uso silogístico pronuncia en tono de oráculo y de burla el célebre Vernei o Barbadiño. De re logica, lib. 2. cap. 7. pág. 63.

(f) Part. 3. cap. 10. pág. 308.


38 Regla segunda: De premisas verdaderas precisamente ha de salir consiguiente verdadero, de premisas falsas consiguiente falso. Esta regla consta, porque debiendo el consiguiente estar incluido en las premisas, si estas son verdaderas debe ser verdadero, y si son falsas falso: ni es otra cosa la consecuencia, sino la necesaria conexión con que el consiguiente está embebido en los antecedentes; y no pudiendo una misma proposición ser verdadera y falsa, tampoco podrá ser falso un consiguiente que está comprehendido en premisas verdaderas, y al contrario. Añádese, que dos verdades no pueden ser opuestas, porque una de ellas dejará de serlo por aquel principio de luz natural: cada cosa es, o no es; con que es preciso que lo que es verdad en los antecedentes, lo sea también en el consiguiente legítimamente deducido de ellos. Objétase contra esta regla, que por silogismos bien hechos sale un consiguiente verdadero de premisas falsas, de lo cual trae Aristóteles muchos ejemplos en el libro primero de los Analíticos. Todo animal es piedra, ningún hombre es animal, luego ningún hombre es piedra. Este consiguiente es verdadero, y se deduce de premisas falsas. Se responde, que el consiguiente es verdadero por sí, esto es, por la materia, o asunto de que se compone; mas no por la disposición y forma del silogismo, porque no está incluido en ninguna de las premisas, y así falta el argumento a la primera regla. Múdese el asunto y materia, de necesaria como es en el silogismo propuesto, en otra contingente, y con la misma coordinación no saldrá el consiguiente verdadero, como se ve en este: Todo viviente es vino, todo licor es viviente, luego todo licor es vino. En las Escuelas dicen bien, que del imposible cualquier cosa se deduce; y si se concedieran las premisas, era precisa la consecuencia. Se entenderá esto mejor considerando, que en el silogismo para alcanzar la verdad concurren dos potencias mentales, el ingenio, y el juicio. El ingenio combina las nociones, las descubre, y ordena para deducir una cosa de otra: el juicio conoce y ve si las nociones se conforman o no con las cosas. Cuando un silogismo está bien ordenado según las combinaciones del ingenio, y no es conforme su contenido a lo que requiere el juicio, entonces es una cosa puramente mental, como otras muchas de la potencia combinativa, y puede llamarse ente de razón, esto es, cosa que sólo existe en el entendimiento, según suele fabricarlas esta potencia; pero si al buen orden que el ingenio da a las nociones en el silogismo se añade la confirmación del juicio, en tal caso concluye y deja satisfecho de la verdad al entendimiento. En los dos silogismos propuestos, y otros muchos que se pueden hacer a este modo, las premisas son puramente mentales, y sólo existen en el entendimiento; con que los consiguientes si la materia es necesaria se verificarán por sí mismos; y si es contingente, saldrán tan falsos como los antecedentes. Por eso en las Escuelas se conceden, o niegan las premisas antes de llegar al consiguiente, pues siendo verdaderas, si el silogismo es bueno ha de ser verdadero el consiguiente, y si son falsas falso. Síguese de lo dicho, que no puede tener lugar en los argumentos escolásticos lo que aconseja Feyjoó, de que el respondiente, cuando no está asegurado de la verdad, o falsedad de las proposiciones del arguyente, en lugar de conceder, o negar diga, que duda, pues no está obligado a más por las leyes de la veracidad (a), porque si duda de las proposiciones que le oponen como contrarias, a su thesis, o conclusión deberá también dudar de esta, o a lo menos se entenderá que no está firme en ella, puesto que hay proposiciones que de cerca, o de lejos la destruyen, y dudando de ellas, es preciso que esté dudoso de la conexión, o inconexión que entre sí tienen, y por consiguiente lo esté también de la firmeza de lo que defiende.

(a) Feyjoó Teatr. Critic. tom. 8. disc. I. §. 6. pág, II.

39 Regla tercera: En ningún silogismo ha de haber más que tres términos, porque como se ha de afirmar, o negar la identidad de los extremos por la que tienen con el medio, si los términos son más de tres no vale la prueba, ni puede ya fundarse en el principio: las cosas que son una misma con una tercera son unas mismas entre sí. Gran cuidado se ha de poner en los silogismos de proposiciones exclusivas, de términos compuestos, y otros tales en examinar bien los extremos, y el medio, porque fácilmente son más de tres, y por eso no concluyen. Desembarazándolos conviene ver, si los términos son unos mismos, e invariables con las mismas propiedades, ampliaciones, restricciones &c. porque una variación, que no aparece a primera vista, hace defectuoso el argumento.


40 Regla cuarta: Una de las premisas a lo menos ha de ser universal; porque así se verifica, dici de omni, dici de nullo: y no haciéndolo así, con dos particulares se multiplica el medio, y salen más de tres términos. Trae esto también el inconveniente, que pudiendo ser diverso el medio, no puede hacerse la identidad del sujeto, y predicado del modo que se requiere para probarla por su unión con un tercero. Una substancia es piedra: un animal es substancia: luego un animal es piedra. En este silogismo el medio substancia significa una cosa en la mayor, que es la determinada materia, y otra en la menor, que es la determinada substancia del animal, y por esta variación no concluye. También es defectuoso el silogismo, en cuya conclusión alguno de los términos es más universal que en las premisas, puesto que de particulares no se puede colegir universal. Todo animal es sensitivo: todo animal es substancia: luego toda substancia es sensitiva. La voz substancia en la menor se toma por cosa determinada, y en la conclusión por común a todo lo que es sustancia.

41 Regla quinta: Una de las premisas a lo menos debe ser afirmativa, porque si las dos son negativas, ni unen los extremos con el medio, ni los separan por el medio, sino del medio. Hay algunos silogismos de términos infinitos, que concluyen con dos premisas, al parecer negativas; pero desentrañando las proposiciones se hallará que una de ellas equivale a afirmativa. Ningún animal es piedra: ningún hombre es cosa distinta del animal: luego ningún hombre es piedra. Bien se ve que la menor equivale a esta afirmativa: todo hombre es animal. Otras reglas, como que el medio no ha de entrar en la conclusión; que, si hay particular, o negativa en las premisas, el consiguiente debe serlo; porque como dicen los Escolásticos la conclusión sigue la parte más débil; y otras a este modo son tan llanas, que sin estudio, con un poco de advertencia las conoce cualquiera. Siendo, pues, tan primoroso el artificio de los silogismos, no hay que extrañar, que en tantos y tan diversos como se proponen en las funciones públicas de las Escuelas, haya muchos defectuosos, que no siendo fácil desenvolverlos con el calor de la disputa, sean motivo de embrollos y dificultades, que ofuscan la verdad. Todas estas reglas propuestas y explicadas con admirables ejemplos y advertencias por Aristóteles en el libro primero de los Analíticos las comprendieron prácticamente los Escolásticos en la formación de los silogismos por las voces inventadas de estos versos:

Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton.

Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesomorum.

Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti.

Felapton, Disamis, Datisi, Bocardo, Ferison.

Aunque las palabras son bárbaras, pero son a propósito para el fin a que se enderezan. Cada una de ellas significa un modo de silogismo concluyente, y cada letra vocal una proposición, de manera, que la A denota universal afirmativa, la E universal negativa, la I particular afirmante, la O particular negante. Por ejemplo, en Barbara las tres proposiciones corresponden a la A: con que el silogismo ha de constar de tres universales afirmativas. Todo animal es viviente, todo hombre es animal, luego todo hombre es viviente.
En Celarent ha de ser la mayor universal negativa por la E, la menor universal afirmativa por la A, y la conclusión universal negativa. Ninguna planta es animal, todo árbol es planta, luego ningún árbol es animal. A este modo se forman fácilmente en las demás palabras, y en todas concluyen, porque en todas se encierran las reglas que pertenecen al modo de formar los silogismos.

Capítulo XIV. De la Demostración.

Capítulo XIV.

De la Demostración.

44 Cuando las verdades fundamentales, o las máximas que se deducen de ellas, sirven de premisas en un silogismo bien dispuesto, el consiguiente es cierto y evidente, y el tal silogismo se llama demostración; la cual no es otra cosa que un conocimiento cierto y evidente de las cosas, deducido de premisas evidentes y ciertas. Llamamos cierta la verdad de que estamos asegurados, como que no puede faltar: evidencia es el conocimiento que además de ser cierto y seguro, nos muestra la verdad con la claridad misma con que solemos ver las cosas.
Así la certeza como la evidencia se consiguen, o por medio de la observación experimental de los sentidos, o por los principios de la recta razón. Tan cierto y evidente es para mí, que es injusto un agravio que se me hace, lo cual conozco por la razón, como que estoy padeciendo en mi cuerpo cuando tengo un dolor, lo cual alcanzo por los sentidos. Con la misma certeza y evidencia que tengo de que el Sol trae luz y calor, que es verdad sensible, estoy asegurado que el Sol ha recibido estas fuerzas de Dios, lo cual es verdad de razón; porque así como soy llevado a creer que el Sol trae consigo estas cosas, porque por sí mismas nunca subsisten, y en la presencia del Sol nunca faltan, ni más ni menos conozco que el Sol de sí mismo no tiene esta potencia por aquel principio experimental, que ningún ser corpóreo viene de sí mismo, sino de otra causa, y otro de razón natural, que no han de ir estas causas hasta el infinito, sino terminar en un ser que sea el origen y principio de todos los movimientos, y a este ser llamamos Dios. Así que la demostración se ha de componer precisamente de verdades primeras, o de máximas, que tengan necesaria conexión con ellas. Si hacemos patente esta conexión en lo que tratamos, decimos que lo hemos demostrado; si no hemos llegado a eso, hemos de procurarlo, ordenando las verdades (en las Escuelas las llaman pruebas) de silogismo en silogismo, hasta encontrar el enlace de lo que intentamos probar con las verdades fundamentales. En llegando a estas no se ha de pasar más adelante, porque son evidentes por sí mismas, y en viéndolas no hay entendimiento que no quede asegurado y convencido: de modo, que dicen bien los Escolásticos, que no se ha de disputar con los que niegan los principios, y que lo que es por sí mismo claro, no necesita de pruebas. Sea esto dicho de paso contra los Escépticos importunos y tupidos, que no se rinden a la misma evidencia. Lock no estuvo constante tratando de esto. Concede que el conocimiento intuitivo es cierto y evidente, y que con él estamos asegurados de la verdad. Llama intuitivo el conocimiento con que alcanzamos las cosas sin necesitar de otro conocimiento, como son las verdades primitivas, y primeros principios de que hemos hablado. Dice también, que es cierto y evidente, aunque la evidencia no es tan clara, lo que se prueba por necesaria conexión con los conocimientos intuitivos (a). Tratando después de las máximas, que sirven de fundamento a los Filósofos para discurrir con acierto, las cuales son verdades fundamentales, deducidas y conexas con las primitivas, aunque no las tiene por absolutamente inútiles, las rechaza como de poco uso, y en algunos casos como dañosas para alcanzar la evidencia (b). El extremo con que este y otros modernos persiguen las Escuelas, hace que en algunas ocasiones no guarden perfecta consecuencia en la doctrina. Lo cierto es, que unas veces el entendimiento en una cosa remota ve con claridad la conexión que tiene con las verdades primitivas, especialmente si es agudo, sagaz, y habituado a raciocinar, y al punto asiente, o disiente a ella, como que tácitamente, y en un momento descubre todo el enlace de razonamientos con que se llega a los primeros principios: otras veces no ve tan de cerca esta conexión, y entonces conviene pararse,
y ir descubriendo el enlace de las verdades, para quedar asegurado.

(a) Lock Essai de l´entendem. lib. 4. cap. 2.pág. 432. y sig.

(b) Lock lib. 4. cap. 7. §. II. pág. 495. y sig.


45 Resta ahora proponer algunas advertencias para hacer bien las demostraciones. Toda demostración ha de tener por objeto las cosas universales, porque de las singulares no puede haberla. Conócense las singulares con toda evidencia por la aplicación de los sentidos a las cosas, y de la mente a las primeras nociones; pero no se demuestran, ni lo necesitan, porque no es menester otro medio distinto de ellas mismas para alcanzarlas.
La presencia de la luz, lo pesado y liviano, el movimiento, el frío y calor, y otras cosas a este modo con sola la aplicación de los sentidos son evidentes: como lo son también las primeras y simples nociones que tiene el entendimiento, y sirven de
basa, y ocasión al ingenio para formar demostraciones. Es verdad, que los universales se forman de los singulares; pero solo se hace abstrayendo de estos los atributos comunes, los cuales son los que aprovechan para demostrar las cosas. En cada ente singular, además de los predicados comunes, hay una particularidad tan propia suya, que no se halla en otro ninguno aun del mismo género. Los Griegos la llamaron *gr idiosincrasia, de la cual se trata extensamente en la Medicina, y no está sujeta a demostración por ser especial y propia de cada individuo. De esta singularidad nace la distinta cara, genio, y especial temperamento de los hombres; y debe esta conocerse por observación particular, que sólo sirve para aquella determinada cosa donde reside, y no puede demostrarse, porque no hay medio, antecedente, ni principio a que reducirla, por ser única. Debe también la demostración ser de cosas necesarias y perpetuas, porque así será siempre verdadera, puesto que las cosas contingentes y que pasan, por su misma mutación están expuestas a la incertidumbre. Por eso las definiciones y divisiones lógicas bien hechas son los medios más a propósito que hay para las demostraciones; y bien se ve que los predicados esenciales son perpetuos y permanentes, y siempre unos mismos en las cosas, porque ni se engendran de nuevo, ni se acaban: hácense sólo de nuevo, y se destruyen los singulares individuos que los contienen. Para entender esto físicamente puede servir lo que hemos dicho de los elementos, y de las semillas en el discurso sobre el Mecanismo (a : Pág. 74. y sig.). Sirve asimismo para demostrar las cosas el conocimiento de sus causas. Para proceder en esto con acierto, especialmente en el estudio de la naturaleza, cuyas demostraciones casi siempre se hacen por este camino, conviene saber que por causa no entendemos sólo la eficiente, sino también la material, que es el sujeto y basa de que se compone una cosa: la formal, que es el conjunto de caracteres con que se distingue de otras:
la instrumental, que es el medio con que se forma: la final, que es el fin a que se endereza. De todas estas hablaba Virgilio cuando decía: dichoso aquel que puede conocer las causas de las cosas (a), &c; y con razón, porque es sumamente útil conocer y distinguir cada una de las causas propuestas. El no haber cosa ninguna en que no concurran estas causas, es el motivo de ser útiles para las demostraciones, y de ahí ha nacido la máxima fundamental tantas veces inculcada de Wolfio: nada se hace sin razón suficiente (b). Por esto han culpado muchos a Verulamio, que quitó del estudio de la Física las causas finales, dando motivo con esto a introducir el Epicurismo. Siendo, pues, preciso que estas causas estén conexas con las cosas, dimanan de ahí dos suertes de demostraciones: unas prueban las cosas por sus causas, y se llaman à priori: otras descubren las causas por sus efectos, y se llaman à posteriori; y ambas tienen su fuerza en el necesario enlace con que las cosas y sus causas deben estar juntas. En la naturaleza hay ciertas leyes generales, que siempre se guardan: hay otras especiales y propias, que solo en ciertos casos se observan. Las primeras conviene reducirlas a demostraciones por máximas universales, ya se demuestren a priori ya a posteriori. De esta clase son los aforismos de Hipócrates: algunas máximas de la Física, aunque no tantas como se cree: y las leyes generales, que van propuestas al principio de mis
Instituciones Médicas. Para hacer las demostraciones a priori, conviene examinar las causas evidentemente sensibles, notando el modo como concurren en sus efectos.
La vida de los animales no se puede mantener sin la respiración.

(a) Virgil. Georgic. lib. 2. vers. 490.

(b) Wolf. Ontolog. Pars I. sec. I. cap. 2. §. 70. pág. 28.

El aire aun del modo que se hace sensible es preciso para respirar: luego el aire es preciso para mantener la vida de los animales. Las dos premisas de esta demostración son evidentes y experimentales. Aquello que estando presente excita los animales y las plantas a la propagación, influye en la generación de estas cosas: el Sol con su presencia excita los animales y las plantas a la propagación: luego el Sol influye en la generación de estas cosas. A este modo pueden formarse muchas demostraciones a priori sobre la necesidad del agua para la vegetación y nutrición, sobre el frío y el calor, sobre las pasiones del ánimo y sus efectos, y, por decirlo de una vez, sobre todas las cosas, cuyas causas se presentan a los sentidos. Lo justo y honesto son verdaderos bienes: todo bien verdadero es digno de ser estimado: luego lo justo y honesto es digno de ser estimado. En esta demostración a priori las premisas son principios de razón natural; y de un modo semejante se puede demostrar la inmaterialidad e inmortalidad del alma: la existencia de Dios como primera causa, y otras cosas de esta clase, como pienso hacerlo en otra parte.

46 Para hacer las demostraciones a posteriori, conviene saber que hay ciertas causas que obran en la naturaleza ocultamente, de modo que en sí mismas no se presentan a nuestros sentidos, y solo llegamos con ellos a percibir sus efectos. El aire en muchas ocasiones influye en los cuerpos sin hacerlo por ninguna cualidad sensible, sino por una oculta fuerza (Hipócrates la llama divina), que sólo nos consta por los efectos que causa. A este modo son ocultas muchas enfermedades internas, las virtudes y modos de obrar de los venenos, y otras muchísimas cosas, de modo que en esta linea en lo físico, debemos confesar, que es más lo que ignoramos que lo que sabemos. Mas los efectos que así vienen de causas ocultas son en dos maneras: unos son totalmente inseparables de su modo de obrar, porque dimanan inmediatamente del poder de la causa, que dejaría de serlo si no los produjese: otros son contingentes, como que para su producción se requieren ciertas circunstancias en el sujeto en que obran, las cuales, por ser varias, hacen diversidad en la producción. A los primeros llamaron los Griegos *gr Epiphenomenos, que quiere decir que se manifiestan juntos con la causa: a los segundos *gr Epigenomenos, que vale tanto como que vienen después. Unos y otros se ven en las enfermedades, en las plantas, y en las más de las producciones de la naturaleza. Con los Epiphenomenos, formando primero historias exactas de ellos, se hacen demostraciones a posteriori, en que se descubre la actividad e influencia de las causas ocultas: con los Epigenomenos bien observados se conoce la vehemencia y éxito, o término de la operación. De ambos me he valido yo en mi Práctica Médica para manifestar las enfermedades por sus síntomas, dando de este modo el conocimiento más fijo que se puede tener en estas cosas. Como el corazón del hombre es oculto, las demostraciones de los Políticos, si es que las hay, pertenecen a esta clase. Los Lógicos dicen, y conviene confesarlo, que las demostraciones a posteriori nunca son tan exactas ni tan fijas como las que se hacen a priori. No pongo ejemplos de esto, porque todos mis escritos Físicos y Médicos están llenos de ellos; o, por decirlo más claro, he procurado que fuesen un ejemplo de estas reglas. Por lo que llevamos propuesto se echa de ver cuánta diligencia, sagacidad, exactitud, y examen se requiere para hacer buenas demostraciones, y cuán distantes de serlo están muchas que se dan por tales en los libros modernos. El Genuense ha llenado de este especioso título casi todos sus argumentos, y bien mirados, apenas llegan muchos de ellos a una fundada probabilidad. Tan lejos están de la demostración. Estos efectos, así necesarios como contingentes, son los signos de sus causas, de modo que los primeros la descubren con seguridad por su necesaria conexión con ella: los otros no la muestran con tanta firmeza. A los primeros llamaron los Griegos *gr techmerion, a los segundos, *gr semeion, y de ambos usó primero con mucho acierto Hipócrates en la Medicina: después hizo Aristóteles mención de ellos en su libro *gr de Interpretatione. Esta advertencia de los signos es de suma consideración, no sólo en las Ciencias, sino en el trato común. Descúbrense con ellos las cosas ocultas, con tal que se distingan los necesarios de los contingentes, y a cada clase se le dé el valor de certeza que le corresponde. Grandes errores se han cometido en las predicciones, adivinaciones, y profecías, por tener por signos fijos del primer orden los que no lo son: todavía se cometen mayores en lo político y en el trato civil, acostumbrándose los hombres con signos ligeros (llámanse sospechas) o muy contingentes, que a lo más hacen conjeturas, a asegurar la intención de los que censuran. La mayor parte de los juicios temerarios nacen de la mala observación y poca diligencia que se tiene en estos signos. Lo que hemos dicho hasta aquí ha de entenderse de los signos naturales, porque las cosas que indican a otras por instituto de los hombres, como los vocablos de las lenguas provinciales, y el ramo sobre la puerta, que en algunos lugares significa el vino para vender, y otras cosas a este modo, fácilmente se entiende lo que significan, si se pone cuidado en el uso que los hombres a su beneplácito les han dado. La doctrina de los signos bien entendida es sólida, y debe ocupar en la Lógica el lugar que los Escolásticos dan a su tratado del Signo, donde no se explica nada útil, y todo se reduce a cuestiones pueriles, que emboban a los niños, y con ellas sin aprender cosa alguna, se hacen tenazmente disputadores, y porfiados.

Capítulo VIII. De los Sofismas.

Capítulo VIII.

De los Sofismas.

104 Antiguamente llamaron Sofistas a los Sabios (sophos: sabiduría, saber, en griego): y viendo Sócrates que en su tiempo había muchos que no tenían más que una sabiduría aparente, y que procuraban engañar a los ignorantes con argumentillos caprichosos y con sofisterías, empezó a dar a los falsos sabios el nombre de Sofistas. Lo mismo hicieron Platón, y Aristóteles, y ambos los rechazaron con eficacia, porque Platón describió los engaños de los Sofistas, y Aristóteles manifestó admirablemente todos los caminos de que se aprovechaban para formar sus sofismas; de suerte, que este Filósofo trató con perfección este asunto. Ojalá le leyesen los que se precian de Sectarios suyos.

105 Los Romanos a imitación de los Griegos llamaron Sofistas a los que se aprovechaban de argucias, o vanos argumentos. Es, pues el sofisma un raciocinio que nada concluye, y tiene apariencia superficial de concluir.
Hay algunos sofismas tan claros y tan fáciles de conocer, que el más rudo los desecha por engañosos. La sola Lógica natural basta para conocerlos, y cualquiera en oyéndolos, comprende que el tal razonamiento no concluye, aunque no sepa la razón. Por eso los omitiré, proponiendo solamente aquellas fuentes generales de donde nacen muchos sofismas que cada día observamos, así en las disputas, como en los libros, amonestando a los jóvenes que vean en Aristóteles sus trece fuentes de los argumentos sofísticos, que ciertamente les servirá mucho para la cumplida inteligencia de este asunto.
En primer lugar puede colocarse aquel sofisma con que se prueba otra cosa de lo que se disputa. Llamóle Aristóteles ignoratio Elenchi. Elencho
(elenco) es el silogismo con que se intenta probar lo contrario de lo que se ha establecido, como hacen en las Escuelas los que impugnan las conclusiones que otro defiende. Si el elenco se forma con manifiesto engaño, ya consista este en las voces, ya en las cosas, es elenco sofístico; y todos los sofismas los reduce Aristóteles a este, porque todos consisten en la mala formación del silogismo; pues en todos sucede que haya apariencia de raciocinio, no habiéndolo en la realidad. Por eso el que entienda bien las reglas que hemos propuesto, tratando de la formación de los silogismos, sabrá los fundamentos con que ha de desenredar todos los sofismas, mayormente si descendiendo a lo particular advierte las varias maneras capciosas, y engañadoras que hay de silogizar, ya por el mal uso de las palabras, ya por la mala inteligencia, y aplicación de las cosas. No sólo en las Escuelas domina mucho el uso de los sofismas en los actos literarios, por el dolo, mala fé, y poco amor a la verdad, sino también en las conversaciones y discursos Académicos, cuando los dicta el interés y la pasión de algún sistema. También se usa este sofisma en el trato común.

106 Unas veces disputa Ticio con mucho calor, y hace mil exageraciones para probar lo que no se le niega, y es que por tener acalorada la fantasía, no atiende lo que su contrario dice. Otras veces con malicia, y de intento deja de probar lo que le toca, ya porque no se halla con bastantes razones, o porque se ha introducido en una cuestión, que no sabe, y no quiere confesar su ignorancia. Aquí es de advertir, que hay algunos que con mala fé atribuyen en las disputas a su contrario ciertas cosas, que este ni las ha imaginado; y otras veces le atribuyen ciertas proposiciones, que piensan deducirse de la doctrina que el contrario enseña, aunque en la realidad este las niega, y no ha tenido él ánimo jamás de admitirlas; y esto lo hacen para triunfar del enemigo entre la gente ruda, que no alcanza estos artificios. En los impugnadores de los libros es comunísimo este modo de sofisticar, y cada día vemos atribuirse a un Autor lo que no ha dicho, y otras mil cosas, que no son de la disputa.
Así lo hizo Juan Clerico en muchas impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la Disertación de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la edición de Amsterdam de 1722.

107 Su intento es mostrar las falacias, y sofismas que usan los hombres para volver odioso a su contrario, para que siendo mirado con odio, nadie reciba su doctrina. Pone diez y seis lugares, o modos con que puede uno hacer odioso a otro, y en cada uno de ellos toma por objeto a S. Gerónimo, queriendo mostrar que lo que este Santo Doctor escribió contra los herejes, especialmente contra Vigilancio, no tenía solidez ninguna, sino sólo artificios, depravada fé, y malas artes para volver odioso a Vigilancio. Estoy admirado, que siendo tan públicos hoy estos libros, nuestros Teólogos embebecidos con las disputas con que se impugnan unos a otros, siendo todos Católicos, dejen sin respuesta a este y otros Escritores audaces, que sin respeto ninguno a los varones más santos y más doctos tiran a volverlos despreciables y desautorizados, mayormente extendiendo Clerico esta calumnia en el principio de su Disertación a todos los Teólogos. Es verdad, que Amort (a) en su Filosofía Polingana resiste a Clerico, pero es de paso, y convenía que se hiciese en más forma. Lo cierto es, que los diez y seis lugares con que quiere Clerico infamar a S. Gerónimo, pretendiendo que este se valió de ellos para volver odioso a Vigilancio, con grande arte los pone en obra para hacer odioso a este Santo Doctor. Sabemos muy bien que
S. Gerónimo era activo y ardiente cuando impugnaba a los herejes; pero el zelo, no el dolo, era el que encendía su fuego, como lo ha mostrado muy bien Dupin en su obra de Veritate.

108 El que sepa los motivos de la contienda entre S. Gerónimo y Vigilancio, y lea la Disertación de Clerico, verá que este crítico moderno no entra en ella, ni pone argumentos para probar que Vigilancio tuviese razón, y no S. Gerónimo: lo que hace es entresacar las palabras ardientes con que el Santo Doctor, celosísimo por la doctrina de la Iglesia, rechazaba los errores de Vigilancio, y interpretar estas palabras maliciosamente, como que tiraban a volver odioso a Vigilancio.
Si Clerico pudiera tener argumentos sólidos para mostrar insuficiencia y poca solidez en los argumentos de S. Gerónimo, tuviera más disculpa de interpretar entonces las expresiones fuertes a deseo de oprimir al contrario, haciéndole odioso; pero si Clerico esto no lo ha hecho ni lo pudo hacer, ¿no es claro que son artes suyas para desautorizar al Santo Doctor todo cuanto dice contra él?
No sólo con S. Gerónimo hizo esto, sino también con S. Agustín, a quien impugnó disfrazándose con el nombre de Pherepono, y hablando de este santísimo y sapientísimo Doctor, y de su alto y profundo saber, como pudiera hablar de un niño que va a la Escuela.

(a) Amort Philosoph. P*lling. pág. 577. edic. de
Auxgbourg. año 1730.

Cuando la obra de Muratori de Ingeniorum moderatione in Religionis negotio, que hemos citado otras veces, no tuviese otro mérito, que haberse escrito de propósito para vindicar a S. Agustín de las calumnias y falsedades con que le trata el fingido Pherepono, era digna con eso sólo de que la leyesen todos los eruditos. Clerico no era Teólogo: todo su estudio le puso en la Filosofía, porque como hereje Sociniano decía, que no ha de haber otra Teología que la que dicta la razón, que es el error dominante de estos sectarios; y como defendía los mismos errores de Vigilancio, por favorecerse a sí mismo, con capa de Vigilancio maltrató a S. Gerónimo. Estas artes de los sectarios no son nuevas: son tan antiguas como sus errores, y se hallan bien descubiertas y explicadas en el erudito libro: el Soldado Católico de Fr. Gerónimo Gracián.

109 En segundo lugar puede colocarse aquel sofisma, que llamó Aristóteles petición de principio, y se comete cuando se trae por prueba lo mismo que se disputa. Ya se ve que la prueba de una cosa debe ser más clara que la misma cosa; con que es contra la buena razón intentar persuadir un asunto, aprovechándose del asunto mismo para probarlo. Los círculos viciosos se reducen a este sofisma de petición de principio; como si uno dijera que Dios existe porque hay una causa que lo gobierna todo con providencia, y añadiese, que hay una causa que gobierna las cosas con providencia, porque hay Dios, este cometería sofisma de petición de principio y círculo vicioso. A la misma especie de sofisma pueden reducirse todos los argumentos que prueban una cosa oscura por otra oscurísima.

110. El Autor del Arte de pensar en la explicación de este sofisma dice: que Galileo culpa a Aristóteles con razón por haber caído en esta falacia, queriendo probar que la tierra está en el centro del mundo con este argumento: las cosas pesadas van al centro del mundo, y las ligeras se apartan: luego el centro de la tierra es el mismo que el centro del mundo (a : Arte de penser 3. part. chap. 19. pág. 359. ).
La petición de principio consiste en que, concediendo estos Autores que las cosas pesadas caen al centro de la tierra, no podía Aristóteles saber que caen al centro del mundo, sino suponiendo que el centro del mundo es el de la tierra, y esto es la cuestión. Mas en Aristóteles no hay tal argumento, sino en sus Comentadores. Queriendo probar Aristóteles, que hay un medio, o centro del mundo, y que a él van las cosas pesadas, y de él se apartan las ligeras, usa de varios argumentos sacados de la constitución del universo: de la situación de los astros, y a estos añade los movimientos de los cuerpos graves y leves, como que unos se acercan, y otros se apartan de aquel centro, añadiendo que los cuerpos graves van al centro de la tierra por accidente, porque coincide este centro con el del universo, al cual caminan por su propia naturaleza (a).
Tratando en otra parte de la
gravedad (Newton murió en 1727, Andrés Piquer publica esta tercera edición en 1781) y levedad de los cuerpos, prueba el medio, o centro que hemos dicho, y después pone estas palabras: Si es que caen al medio de la tierra, o del universo, siendo uno mismo el de los dos, pide otra averiguación (b). Todavía extendió más esta duda en el libro Il. de Coelo, donde trata lo mismo; y por estos lugares se echa de ver, que no intentó probar Aristóteles que los cuerpos graves caían al centro del mundo, porque cayesen al centro de la tierra, sino por otros argumentos, con lo cual no cometía petición de principio. Antonio Vernei, sin hacer aquí otra cosa que copiar las palabras del Arte de pensar, culpa a Aristóteles del mismo modo, y con los mismos fundamentos. Así lo hace este Escritor muchas veces sin consultar los originales (c).


111 En tercer lugar coloco yo los sofismas, en que se da por causa de una cosa lo que no es causa, y en general se cometen de dos maneras. Unas veces por ignorancia de las verdaderas causas de las cosas, porque se presentan muchos efectos y las causas están ocultas, y el entendimiento lo atribuye a las veces a lo que se le antoja. En mis escritos de medicina he mostrado que este sofisma se comete frecuentemente en las anatomías de los cadáveres, cuando estas se hacen para examinar las causas de la muerte.

(a) Arist. lib. 2. de Coelo, cap. 14,
(b) Arist. lib. 4. de Coelo, cap. 4.

(c) Vernei de Re logica, lib. 5. cap. 8. pág. 222.

Las más veces viene esta por una causa de suma sutileza y actividad, la cual vuela con la vida. Entonces sólo se ven en los cadáveres el destrozo y ruina que aquella causa ha producido, induciendo la muerte: por donde lo que con tales anatomías se descubre por lo común son los efectos, no las causas de la extinción. Esto lo confiesan llanamente los Profesores Médicos de buenas luces. Engaños de esta clase en que se toman los efectos por causas de las cosas son comunísimos en la Física, porque los efectos se ven, las causas suelen estar ocultas, y los hombres se paran fácilmente en lo que se presenta a sus sentidos, y con trabajo se detienen en lo que conviene a la razón. En la política y en el trato civil se comete este sofisma todos los días, dándose por causas de los sucesos, las que distan mucho de serlo, fingiéndoselas cada cual a su albedrío. Cuando dijo Virgilio, que es feliz el que puede discernir las causas de las cosas, no habló sólo de las físicas, sino también de las civiles, morales, &c. (a)
(a) Felix qui potuit rerum cognoscere causas. Virg. Georg. lib. 2. v. 450.
112 Otras veces se comete este sofisma por soberbia y precipitación, porque muy raras veces quieren los hombres confesar que ignoran una cosa, y esto los precipita a señalar ciertas causas de algunos efectos antes de examinarlas, y tal vez sin advertencia ninguna. En el trato civil cada día se comete este sofisma, y ocasiona mil sospechas y riñas, porque dan unos por causa de lo que observan en otros, aquello que no lo es, y está muy distante de serlo. De ordinario no se detienen los hombres en averiguar la cosa por todas sus partes, ni todos tienen el ingenio necesario para conseguirlo; y como pocos aman el trabajo, y cuesta examinar de raíz las cosas, por eso luego se precipitan, y dicen, que la palabrilla que fulano ha dicho, o la acción que
citano ha hecho, quieren decir esto, o estotro, lo cual ni tan solamente imaginaron aquellos, de lo que se siguen mil vanas sospechas.

113 A esta especie de sofisma se reducen las cosas maravillosas, que los
Astrólogos atribuyen a los Astros. Yo no soy de aquellos que les niegan toda influencia, antes por el contrario creo que tienen algún poder sobre los elementos, y que a lo menos de esta manera pueden influir en nuestros cuerpos; por donde no puedo conformarme con la universalidad con que el P. Feyjoó, siguiendo a Gasendo, desecha toda la fuerza de los Astros sobre los hombres. En la Medicina cada día tenemos motivos de conocer esta fuerza en tantas y tan varias epidemias, como se observan en varios años; y por eso en mis libros Médicos la he procurado establecer, como que su conocimiento es importantísimo para curar las enfermedades. El célebre Inglés Mead ha compuesto un tratado de imperio Solis & Lunae, donde convence este asunto con admirables pruebas. Mas aunque esto sea así, creo que se han excedido los Astrólogos, extendiendo demasiado la fuerza de los Astros, y sacando de ella predicciones muchas veces arbitrarias
(
Nota del editor: habéis leído hoy vuestro Zodiaco?).
Entiendo que en esto es menester observar el
Ne quid nimis de Terencio.

114 A esta especie de sofisma puede también reducirse el común modo con que el vulgo señala las causas de algunos efectos; es a saber: Esto ha venido después destotro, pues esto es la causa de aquello. En los juicios que se hacen sobre las curaciones de grandes achaques, se cometen infinitos sofismas, atribuyéndolas a causas que no han tenido conexión, ni dependencia ninguna con el efecto. Se ha perdido una batalla, el General tiene la culpa, es sofisma de esta especie, porque pueden concurrir otras mil cosas, que pueden ser causa de haberse perdido la batalla, aunque el General haya aplicado de su parte cuanto pudiera conducir para ganarla. Del mismo modo se pierde un Discípulo, que estaba a cargo de tal Maestro, y luego dicen: El Maestro no ha cuidado, y él es la causa de la perdición del Discípulo.
Muchas veces esto es sofisma, porque aunque el Maestro haya puesto por su parte todo el cuidado, y aplicación necesaria para el buen gobierno del Discípulo, puede la mala inclinación de este, o las malas compañías, u otras cosas, que a veces los Maestros no pueden
estorbar, haberle precipitado. En fin este sofisma se halla algunas veces en los Predicadores, cuando dan por causa de un suceso una cosa que ellos se fingen a su albedrío (a).

(a) Sola scripturarum ars est, quam sibi passim omnet vendicant, & cum aures populi, sermone composito mulserint; haec legem Dei putant, nec scire dignantur quid Prophetae, quid Apostoli senserint, sed ad sensum suum incongrua aptant testimonia: quasi grande sit, & non vitiosissimum dicendi genus depravare sententias, & ad voluntatem suam scripturam trabere repugnantem. Hieron. in Prolog. Galeat.

Por ejemplo: Pregunta un Orador, por qué la zarza de Moyses (Moisés) ardía, y no se consumía? Y después de varias razones dice, que la causa es por...... y señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa. De este modo se atribuyen algunos efectos a determinadas causas, y no hay otro motivo para hacerlo, que el capricho del que lo hace. Dije que señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa, porque la causa de semejantes efectos, en el modo que algunas veces la señala el Orador, es oculta, y la Iglesia no la ha declarado, ni los SS. Padres la han propuesto, sino que el Orador se la finge, y acomoda como le parece; y por esta especie de sofisma señala causas arbitrarias a los sucesos referidos en las sagradas Escrituras, y no los puede persuadir a los hombres de juicio, porque le faltan pruebas sólidas con que poderlas fundar.
El P. Vieyra ya conoció esto, y reprehendió eficazmente a los Predicadores que hacen decir a las sagradas Escrituras lo que ellos se imaginan, y tal vez fingen;
y aún prueba con argumentos concluyentes, que en esto cada día faltan a su verdadero instituto. Encargo mucho que se lea sobre esto un Sermón de la Sexagésima, donde, ya desengañado, trató de desterrar del Púlpito los vanos conceptos e interpretaciones arbitrarias de las sagradas Letras. En la Carta Pastoral que el Obispo de Barcelona D. Joseph Climent ha puesto al principio de la versión castellana de la Retórica del P. Fr. Luis de Granada, se impugnan estos y otros semejantes estilos de los Oradores Cristianos, con mucha eficacia y con gran conocimiento de la verdadera elocuencia del Púlpito.

115 Los Gentiles usaron de este sofisma para calumniar la Religión de
Jesu-Christo en sus primeros principios, y decían: cuando la Religión Christiana ha empezado a esparcirse, muchas calamidades han oprimido al Imperio Romano: luego la Religión Christiana ha sido la causa de ellas. No puede haber sofisma más falaz, porque siendo clarísimas las causas de la decadencia del Imperio de Roma, y no habiéndolas disimulado algunos de sus historiadores, era necedad buscar por causa de aquellas calamidades a la Religión Christiana. Digno es de leerse sobre esto Tertuliano en su Apología, cuya obra ya hemos dicho es merecedora de alabanza; y es bien sabido, que S. Agustín escribió los libros de la Ciudad de Dios, con el ánimo de rechazar semejantes sofisterías de los Gentiles.

116 En cuarto lugar puede colocarse el sofisma con que se pronuncia de las cosas absolutamente, debiéndose hacer con ciertas limitaciones; y cometemos este sofisma en aquel modo de razonar, con que concluimos que una cosa es de cierta manera que nosotros nos imaginamos, pudiendo ser de muy distintos modos: llámase en las Escuelas a dicto simpliciter ad dictum secundum quid. Caen en este sofisma con mucha facilidad los semisabios, o los sabios aparentes: porque de ordinario suelen estos estar muy satisfechos con su ciencia, y según ella juzgan de todas las cosas sin dudar de ninguna.
Propónese a uno de estos tales averiguar, por ejemplo, de qué modo se hace la lluvia, o de qué manera se mueve un Cometa, u otra cualquiera semejante duda, y de repente resuelve que es de esta manera y que no puede ser de otra, y es porque él no alcanza otro modo de ser en aquellas cosas, aunque en la realidad puedan hacerse de diversas maneras. También cometen este sofisma los que hacen juicio de las cosas que suceden en Lugares apartados, o en Lugares donde no tienen comunicación, aunque estén cercanos, y para juzgar no tienen otros fundamentos que muy pocas noticias de los hechos sobre que juzgan, o no saben ni alcanzan sino algunas razones del hecho; pudiendo haberse gobernado los que le ejecutan por otras distintas. Por eso cada día vemos muchos que se quejan de los Jueces que han determinado esto, o estotro, sin numerar perfectamente los motivos que ellos se propusieron: y no faltan políticos sofistas que con ligeras noticias quieren juzgar de los negocios más secretos del Gobierno, señalando por razones de los acontecimientos las que tal vez no las imaginaron los que gobiernan.

117 Los malos Críticos caen frecuentemente en este sofisma cuando explican el sentido de algún Autor de la antigüedad, y cada uno quiere que la mente del Autor sea la que a él se le antoja, porque no alcanza que pudo haber sido muy distinta. Este sofisma tiene atrasada la Medicina en su parte Farmacéutica, porque se tienen por virtudes de los remedios las que no lo son: toda Medicina ha de graduarse de tal, o tal virtud con relación al cuerpo humano: con que pronunciando los Botánicos y Farmacéuticos absolutamente, como suelen hacerlo, salen falaces sus aseveraciones. Algunos reducen a esta especie de sofisma la inducción defectuosa. Llámase argumento de inducción aquel con que de muchos particulares se saca una conclusión universal.
Por ejemplo: Los hombres de la Europa hablan, también los de Asia, asimismo los del África, como también los de la América: luego todos los hombres del mundo hablan. Se hace defectuosa la inducción cuando no comprende todos los miembros; y los hombres suelen sacar conclusiones universales antes de haber examinado perfectamente todos los particulares, cuyo defecto cometen los que se apresuran en juzgar de las cosas difíciles. Mas todo lo que toca a las inducciones defectuosas se entiende muy bien con lo que hemos dicho, tratando del raciocinio.

118 Este sofisma domina en los principales escritos de Mr. Roseaux: mira las cosas sólo por un lado, y sin contar con los demás habla del todo por lo que se ve en una sola parte. En las cosas humanas nada hay que sea enteramente perfecto: aun en las más bien fundadas se mezclan defectos, e imperfecciones. Lo que hace Roseaux es tomar la parte defectuosa para sacar por ella el todo imperfecto, o despreciable. Cuando trata de la desigualdad de los hombres pinta al hombre por lo sensitivo y animal, faltando poco para hacerle una bestia: entonces no se mira la racional, porque esto estorbaría la prueba. Cuando se ha de probar la religión natural, el hombre todo es razón, no hay cosa que no se alcance por ella: la Filosofía es el fundamento de todo: lo brutal, lo sensitivo, y lo flaco no tiene aquí lugar, porque esto no le hace, antes se opone a su designio. Si se propone el entusiasmo de que las Ciencias son perjudiciales a las costumbres, se habla sólo de los abusos que se mezclan en ellas: el cultivo del entendimiento, su influencia en la voluntad, la perfección del juicio, el conocimiento del hombre para dominar sus pasiones, y otras mil cosas que el estudio bien ordenado de las Artes científicas acarrea, se dejan porque estorban la prueba del entusiasmo. Lo mismo sucede con las alabanzas de los Cómicos, y con los vituperios de las Imprentas; pues en todas estas cosas para singularizarse toma solo la parte flaca, omite el principal punto, y así por un sofisma de imperfecta enumeración engaña a los falsos sabios. ¿Quién duda que cuando atribuye a las letras la decadencia de los Imperios y el aumento del lujo, comete el sofisma non causae, ut causae? Así discurre casi siempre un hombre que afecta ser Filósofo a la manera de los Griegos, y lo ha logrado, porque en la religión, viajes, escritos, y doctrina es un retrato de ellos, o por decirlo mejor, un compendio de sus extravagancias y desvíos.

119 Síguese el sofisma que llaman en las Escuelas falacia de accidente, y se comete cuando se atribuye a una cosa absolutamente y sin restricción alguna, aquello que sólo le conviene por accidente. En la Medicina se comete este sofisma con frecuencia, porque acontece, que después de un medicamento muy saludable, se empeora el enfermo, y muchos ya aborrecen aquel remedio.
Por ejemplo: El láudano es medicamento utilísimo y muy seguro cuando
le propina un Médico juicioso; no obstante se da muchas veces sin fruto, y en alguna ocasión después de haberle tomado se agrava la enfermedad. No hay que dudar que el agravarse el mal nace de otras causas que hay en el mismo que adolece, y sin embargo se atribuye al láudano; de suerte, que se le atribuye absolutamente lo que sólo por accidente ha sucedido, porque ha sido accidental en aquel enfermo juntarse el aumento del mal con la medicina. Por este modo de sofisma se desacreditan la kina, los eméticos, las sangrías, y otros remedios de suyo saludables y utilísimos cuando se manejan por Médicos sabios, que tienen por guía a la naturaleza; y que sólo por accidente ha acontecido empeorarse los enfermos después de su legítimo y prudente uso.
El que mire con atención lo que han escrito contra la Medicina algunos Críticos, así extraños, como Españoles, conocerá que por la mayor parte es amontonamiento de razones sofísticas, pues se desprecia la Medicina en general y absolutamente por solos los defectos, o ignorancia de sus Profesores, lo cual le es accidental.

120 Del mismo sofisma usan los que acusan toda una Religión por sólo el defecto de algún individuo de ella; y lo mismo sucede a los que desprecian la Filosofía y la Crítica, porque las han cultivado algunos Herejes. Ya se ve que es accidental a la Filosofía que los que la profesan, sean de esta, u otra Religión, y apenas se hallará cosa ninguna, que discurriendo de esta manera no se halle defectuosa. ¿Quién duda que hay algunos abusos en la disciplina Eclesiástica? ¿Se dirá por eso, que ha de exterminarse la antigua disciplina de la Iglesia?
Es cierto que la vana credulidad introduce muchos milagros falsos.
¿Se dirá por eso que ha de apartarse de los fieles la creencia de los verdaderos? Yo creo que algunos Herejes han perseguido a la Iglesia Católica con sofismas de esta especie. Y de este modo razonan en asuntos distintos de la Religión algunos ingenios, que sólo alaban lo que les complace (a).

121 Hay otro sofisma que se comete razonando del sentido compuesto al diviso, o al contrario. Por ejemplo: dice Jesu-Christo en el Evangelio, que los ciegos ven, y los cojos andan, y los sordos oyen; lo cual ha de entenderse en sentido diviso; esto es, que ven los que eran ciegos, y oyen los que eran sordos; y si alguno lo entendiese en sentido compuesto cometería sofisma, porque los ciegos no ven siendo ciegos, ni oyen los sordos mientras están sordos.
Del mismo modo han de entenderse las sagradas Escrituras cuando dicen, que Dios concede la salvación a los malos, porque no salva a los que actualmente son malos, sino a los que lo fueron, y después se han convertido. Por el contrario han de entenderse en sentido compuesto las palabras de S.
Pablo con que dice: Los fornicadores, idólatras, y avaros no entrarán en el Reyno de los Cielos (b), porque significan que no entrarán en los Cielos si se mantienen en la avaricia, e idolatría, y si no dejan los vicios, y se convierten a Dios. De este modo fácil será entender algunos sofismas pertenecientes a la Religión. A esta especie de falacia se reduce este sofisma: Tú tienes lo que no has perdido: no has perdido las riquezas; luego tienes riquezas. Pues la mayor se entiende en sentido compuesto, y la menor en diviso, y de esta manera pudiera señalar otros semejantes sofismas, capaces de engañar solamente a los muy estultos.

(a) Vitiosum est artem, aut scientiam, aut studium quidpiam vituperare propter eorum vitia, qui in eo studio sunt, veluti qui Rhetoricam vituperant propter alicujus Oratoris vituperandam vitam. Aut. Rhet. ad Heren. lib. 2. cap. 27.

(b) Paul. ad Corinth. 6. vers. 9.
122 En último lugar coloco yo el sofisma que consiste en la equivocación de las voces. Consiste la equivocación en varias cosas que ya hemos insinuado; pero la más común es cuando una voz significa cosas distintas; de modo, que el silogismo tiene cuatro términos. El silogismo tiene cuatro términos, cuando el medio tiene una significación en la mayor y diferente en la menor, o cuando los términos de la conclusión no se toman en el mismo sentido que en las premisas. Cuenta Aulo Gelio, que un Sofista le propuso a Diógenes un silogismo de esta clase (a : Aul. Gell. Noct. Attic. lib. 18. cap. 13. ) y que respondió concediendo las premisas, y en llegando a la conclusión dijo, que la concedería si mudaba los términos, y empezaba por él mismo. Decíale el Sofista: Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y dijo Diógenes, concederé todo el silogismo si me arguyes de esta manera: Yo no soy lo que tú eres: tú eres hombre: luego yo no soy hombre. También tiene cuatro términos este silogismo: Si diciendo la verdad dices yo miento, mientes: cuando dices la verdad dices yo miento: luego diciendo la verdad, mientes. Cicerón llamó a este sofisma el Mentiroso, y lo es por la equivocación de las voces, porque en la mayor las palabras yo miento, significan aquello sobre que recae la mentira, y en la menor significan la misma proposición que dice yo miento. Semejante a este es el sofisma que algunos llamaron Crocodilo, y tomó el nombre de esta fábula. Estaba una mujer junto a las riberas del Nilo, y un Crocodilo (Cocodrilo) le hurtó un niño que llevaba. Rogábale la mujer que le volviese el niño, y el Crocodilo dijo que se lo volvería con la condición de que había de decir verdad. Admitió la mujer la condición, y dijo: No me lo volverás. Acudió luego el Crocodilo diciendo, que sea verdadero que sea falso lo que has dicho, no te vuelvo el niño. Porque si es falso, no has cumplido la condición, y si es verdadero, como lo he de volver, cuando solamente puedes haber dicho verdad, no volviéndolo. La mujer replicó, que sea verdadero que sea falso lo que he dicho, has de volverme el niño, porque si es verdadero, has de cumplir la condición, y si es falso, me lo has de volver para que lo sea. Los Filósofos antiguos fueron muy diestros en formar semejantes sofismas. Cuenta Laercio, que Eubulides inventó siete maneras de sofismas, que se llaman el mentiroso, oculto, electro, encubierto, sorites, cornuto, y calvo, de los cuales hace mención Cicerón en algunos lugares, y todos consisten en la equivocación de las voces. Pero es de advertir, que semejantes sofismas no pueden engañar sino a los muy estultos, y por eso los omitimos.

Capítulo IX. Del Método. FIN.

Capítulo IX.

Del Método.

123 Hasta aquí hemos mostrado el modo como procede el entendimiento para hallar la verdad, y los caminos por donde se va hacia el error, para evitarlos: resta ahora manifestar el buen orden que entre sí han de tener las verdades adquiridas. El buen Lógico deduce unas verdades de otras con el raciocinio, combina entre sí las que pertenecen a cosas distintas, y enlaza y ordena a un fin racional todo el complejo de verdades que ha alcanzado con el uso y la meditación. Esto es por lo que toca a su mismo entendimiento; pero muchas veces se ofrece comunicar a los demás las verdades que ha adquirido, y para hacerlo debidamente, es preciso ordenarlas con claridad, y enlazarlas con orden para evitar la confusión. Porque dado que en el entendimiento se hallen las verdades de la Geometría, de la Filosofía, y demás Ciencias, si estas no se disponen con orden y conexión causarán obscuridad. ¿Y qué diríamos si viésemos que hacia uno servir las verdades de una de estas Ciencias para otras, con quien no halláramos conexión? Importa, pues, ordenarlas y distribuirlas de modo, que esclarezcan al entendimiento, y le conduzcan a la consecución de aquellos fines racionales que se propone. Este orden, conexión, y enlazamiento con que el entendimiento dispone las verdades ya sea para alcanzar otras más importantes y obscuras, ya sea para comunicarlas a los demás, es lo que llamamos método; y es cosa muy cierta, que la falta de método que han tenido algunos Autores, ha sido causa de que ni ellos se han aventajado mucho en el descubrimiento de verdades importantes, ni han instruido a los demás debidamente con la publicación de ellas.

124 Vanamente disputan algunos si el método es operación del entendimiento distinta de las demás? Es cierto que el método pertenece al discurso, y con él enlaza el entendimiento las verdades de manera, que unas sirvan para deducir otras, lo cual se hace por legítimas consecuencias. Cuando se ha de probar una verdad con la vista de otras muy conexas, y cercanas con ella, fácilmente se hace con simple silogismo; pero si se requiere gran número de verdades, y que que pertenecen a cosas separadas para alcanzar alguna otra, entonces es preciso ordenar las primeras de modo, que entre ellas halle el entendimiento enlace y conexión, y al fin sirvan de prueba a la que se ha de descubrir, o manifestar. Otros dicen, que no hay necesidad de reglas para ordenar los pensamientos con método, cuando sabe el entendimiento evitar los errores de los sentidos, de la imaginación, y demás que hemos propuesto, y razonar de manera que evite los sofismas, porque sabiendo estas cosas, con sola la natural fuerza del ingenio, se ordenarán los pensamientos en el modo que sea necesario para descubrir alguna importante verdad.

125 No dudo yo, que el que sepa evitar los errores, y juzgar y razonar sanamente, necesita de pocas reglas para discurrir con método, si tiene ingenio claro y juicio atinado; pero como hay ingenios tardos, que alcanzan una verdad simple sin transcender a otras más compuestas, y hay entendimiento oscuros, que alcanzan una verdad de por sí sola, y no comprenden la conexión que debe haber entre muchas para esclarecer un asunto, por eso es preciso señalar las principales diferencias del método, y las reglas conducentes para ordenar entre sí debidamente los pensamientos.

126 El método en general se divide en sintético, y analítico: llámase sinthético aquel, con que el entendimiento procede de lo más simple a lo más compuesto; y analítico es aquel con que procede desde lo más compuesto a lo más simple. En el primero sube como por grados desde lo más sencillo hasta lo más arduo. En el segundo desciende desde lo más intrincado hasta lo más sencillo. Los que averiguan una genealogía empezando por los antepasados, y descienden hasta el que todavía vive, proceden con método sintético; y los que empiezan por el que vive, y acaban en los pasados, con método analítico. Los unos forman la cosa, los otros la deshacen. Los Químicos cuando deshacen la textura de los cuerpos para conocer la naturaleza de sus partes, proceden con método analítico. Los Geómetras, que de axiomas fáciles y simples pasan a descubrir verdades difíciles, usan del método sintético; y no hay duda ninguna, que uno y otro método conducen a descubrir la verdad, bien que con diferencia de modo, que hay cosas que no pueden averiguarse sino por el método analítico, y otras por el sintético. Los Escritores modernos de Lógica de ordinario prescriben muchas reglas para usar de estos métodos con acierto; mas para evitar la prolijidad basta saber, que todo método debe ser breve, seguro, y cumplido.
Es breve cuando no encierra cosas superfluas, y con poco aparato descubre la verdad: es seguro cuando procede con certeza en el modo de conseguirla; y es cumplido cuando llenamente muestra la manera de saberla. Por eso en faltando alguna de estas circunstancia, ya el método es defectuoso.

127 Para observar debidamente la brevedad, es necesario que se omitan las cosas que no conducen, y que separadas del asunto no harían falta. Por eso son intolerables en las conversaciones aquellos, que para referir un acontecimiento cuentan mil cosas que no conducen a descubrirlo, y quitadas de la narrativa, nadie dejaría de entenderlo. En los libros se usa mucho esto, y cada día vemos Autores que para referir una opinión suya, o ajena hacen mil preámbulos, y razonamientos que nada conducen. Los periodos muy largos, y los dichos sentenciosos son contra el buen método, porque los primeros distraen, los segundos confunden al entendimiento. Los paréntesis frecuentes son contra la brevedad que corresponde al buen método, y mucho más las digresiones (a), porque con todas estas cosas el entendimiento se distrae del asunto, ocupándose en cosas que no son especiales de él; y no hallando conexión entre las cosas que superfluamente se proponen, y las que se intentan probar, no queda persuadido (b).

(a) Etiam interjectione qua & Oratores, & Historici frequenter utuntur, ut medio sermone aliquem inserant sensum, impediri solet intellectus, nisi quod interponitur breve est. Quintil. lib. 8. Instit. Orat. cap. 2.
(b) Fit ut cum incidentes quaestiones, aliae quaestiones, & aliae rursus incidentibus incidentes pertractantur, atque solvuntur, in eam longitudinem ratiocinationis extendatur intentio, ut nisi memoria plurimum valeat, atque vigeat, ad caput unde agebatur, disputator redire non possit. S. August. de Doctr. Chr. lib. 4. cap. 20.

Fuera de esto con noticias impertinentes y fuera del caso se carga la memoria, y oprimida de la muchedumbre de cosas inútiles, no tiene presente las nociones principales. Este defecto es muy ordinario en los que emprenden obras muy largas. Galeno no supo evitarlo, y estoy cierto que en algunos capítulos y tratados pudieran quitarse muchas cosas sin hacer falta.
En Foresto, y Etmullero es comunísimo este vicio; y aún en Hoffman se hallan razonamientos muy inútiles y prefaciones molestas, que conducen muy poco, o nada al principal asunto. Entre los Filósofos de las Escuelas es comunísimo este defecto, como en los Letrados, y Comentadores, porque comúnmente emplean razonamientos inútiles, y nada conducentes al descubrimiento de lo que intentan manifestar. Los que usan de vanos adornos en los escritos, de lugares comunes, y sentencias vulgares, incurren en este defecto, porque dicen cosas que nadie ignora, y quitadas no harían falta. Así es suma necedad empezar un discurso diciendo: El tiempo es precioso, como dice Séneca; o de este modo: La verdad es buena, como dice S. Agustín, porque estas sentencias son tan comunes, que todos las saben. Si uno para probar la mortalidad humana dijera lo de Horacio: Pallida mors, &c. y para mostrar la poca constancia que los hombres tienen en las amistades, dijera lo que se atribuye a Catón: Donec eris felix &c. fuera cosa ridícula, porque estos son lugares comunes, o como suelen decir de N, que se pueden acomodar a todos los asuntos, y en ninguno hacen falta; y ordinariamente se descubre este vicio en los que afectan la erudición, y aunque sea vulgar la proponen en todos los casos que se les ofrecen.


128 El otro vicio que se comete en la brevedad consiste en omitir lo preciso: Brevis esse laboro, obscurus fio, dice Horacio (a). El principal designio del que ha de manifestar una cosa, debe ser ejecutarlo con claridad, para que pueda ser entendido. La claridad pide, que nada se omita de lo que pueda conducir a penetrar los asuntos, porque a veces la omisión de una pequeña circunstancia estorba averiguar una verdad importante., De suerte, que para que la brevedad sea bien ordenada se han de evitar dos excesos, es a saber, la superfluidad, y la concisión. Los Autores que escriben Compendios, muy pocas veces evitan la obscuridad, porque queriendo ser muy breves, son confusos. Pretender enseñar las Artes y Ciencias con compendios, es querer que se sepan sin los debidos fundamentos. Lo que Quintiliano (b) notó acerca de la brevedad de los estilos, y lo que reprehende en algunos antiguos es muy adaptable a muchos Escritores de compendios.
(a) Art. Poet. vers. 25.

(b) Profecto quidam brevitatis aemuli necessaria quoque orationi subtrabunt verba, & velut satis sit scire ipsos quae dicere velint, quantum ad alios pertineat, nihil putant; quinimo persuasit quidem jam multos ista persuasio, ut id jam demum eleganter, atque exquisite dictum putent, quod interpretandum, &c. Q. l. 4. Ins. Or. c. 2.

129 Para que el método sea seguro, es necesario que en el descubrimiento de la verdad se proceda con orden, empezando por las verdades claras, y sucesivamente procediendo como por grados hasta encontrar la que se busca. Este orden pide que no pase el entendimiento de una proposición a otra, sin haber probado bastantemente la primera, de suerte que esta ya bien establecida ,sirva de basa y fundamento a la otra, y así ha de procederse ordenadamente hasta la postrera. La razón de esto es porque el entendimiento llega a descubrir las verdades ocultas, si empieza a encontrar alguna conexión de lo que busca e ignora, con lo que ya sabe, y tiene establecido. Y notó muy bien Cicerón, que entre todas las cosas hay cierto orden y enlace, de modo, que del conocimiento de unas se llega al de otras (a). Por esto en los escritos jamás se ha de probar una cosa por otra que se ha de decir en adelante, porque hasta que llegue el lector a esta no podrá quedar convencido de la verdad de aquella; exceptuando sólo algún caso particular, en que puede ser preciso notar de paso to que con mayor extensión se ha de explicar después (b).

(a) Cicer. de Natur. Deor. lit. 4. cap. 4.

(b) Ordinis haec virtus erit, & Venus, aut ego fallor,
Ut jam nunc dicat, jam nunc debentia dici.

Pleraque differat, & praesens in tempus omittat. Hor. Art. Poet. v. 42.


Esta máxima se funda en la naturaleza universal, pues observamos que en las producciones, generaciones, y otras acciones semejantes, procede con orden desde lo más simple y más fácil hasta lo más compuesto y embarazado. Y tenemos también de esto claros ejemplos en el modo que usamos para aprender algunas Ciencias. Si uno quisiera saber lo más sublime de la Aritmética, sin entender primero las reglas más fáciles y simples, no podría conseguirlo; pero al contrario, si empieza este estudio comprendiendo las reglas de sumar, restar, multiplicar, y partir, que son las más simples, fácilmente llegará a entender las de proporción y arte combinatoria. Cartesio deseaba mucho la observancia de esta regla del método, y no puede negarse que en sus escritos resplandece generalmente un método admirable. El P. Mallebranche la observó tan estrechamente, que en su famosa obra de la Inquisición de la verdad, apenas se hallará un capítulo que pueda entenderse, sin entender primero los antecedentes. Boheraave (Boerhaave) entre los Médicos guardó un método rigurosísimo, y también Borello y Bellini, siendo preciso confesar, que el buen método es muy raro en los libros de Medicina.
Si todos estos célebres Escritores hubieran sido tan sólidos en la doctrina, como exactos en el método, fueran dignos de la estimación general de los sabios.
Para tratar llenamente un asunto es menester poner todo lo que de él convenga saberse, procurando juntar lo breve y seguro del método con la plenitud de la doctrina. Las definiciones, divisiones, raciocinios bien ordenados, y según las reglas que arriba hemos prescrito, hacen el complemento del buen método.

130 Dúdase si se ha de usar en todos los discursos, ya sean de palabra, ya por escrito, gobernados por la Lógica, del método geométrico, que es el de los Matemáticos, o del de las Escuelas. Cartesio trabajó mucho en introducir para todas las cosas el método geométrico. El P. Mallebranche trabajó en esto más que Cartesio, bien que siguiendo sus pisadas. La mayor parte de los modernos, como de tropel, así como se dejaron llevar del sistema Cartesiano, quisieron también imitar su método de escribir. El perjuicio que en esta generalidad han causado a las letras, lo conocen todos los que saben los verdaderos caminos de hallar la verdad; y si se hubieran contentado con esto fuera menos malo; mas el caso es, que han tratado con desprecio el método escolástico, tirando con toda suerte de invectivas a hacerle odioso para desterrarle del mundo. Los de las Escuelas, queriendo defenderse, han hablado también contra los modernos y su método, y unos y otros mantienen la porfía sin desistir de su partido. Lo que dicta la buena Lógica es, que uno y otro método deben entenderse y usarse, según fuese la materia que se trata, porque unos asuntos se compondrán muy bien con el método geométrico, y otros con el escolástico. El método geométrico pide definiciones, divisiones, axiomas, postulados, que se sientan como presupuestos y concedidos para establecer las proposiciones. Pero son muchísimos los puntos de las Ciencias, en los cuales no caben definiciones, divisiones, &c.
¿Cómo se ha de definir una cosa al principio de una cuestión, en que se disputan los predicados esenciales de ella? ¿Y cómo se ha de dividir aquello de quien no constan, y todavía se disputan las partes de que se compone?
No pueden sentarse axiomas que sean disputables, ni admitirse postulados de cosas que están en controversia. Pedro Daniel Huecio, Obispo de Avranches, ha probado esto contra el método geométrico al principio de sus Demonstraciones evangélicas.

131 He visto en libros de Física y también de Medicina establecerse sistemas vanísimos con definiciones, divisiones, axiomas, y postulados puramente arbitrarios. Ya se ve que si se le conceden a un Autor todos estos antecedentes en el modo que él se los figura, podrá de ellos deducir cuanto le sugiere su imaginación. Así que cualquiera que haya de instruirse en la Física por los libros que hoy la tratan matemáticamente, si no quiere ser engañado, debe examinar con particular atención estas cosas que ponen a los principios de los tratados, como fundamentos de lo que van a establecer. En la Metafísica, y en la Teología todavía es más difícil que en la Física el uso del método geométrico. En las cosas que se pueden verdaderamente demostrar, viene bien este método; pero como en la Física, Metafísica, Teología, y otras Artes son innumerables los asuntos que no se pueden llevar a perfecta demostración, por eso no conviene en ellas el método de los Geómetras.

132 Leibnitz, sin embargo de haber sido excelente Matemático, hablando de esto dice así: Es laudable querer aplicar el método de los Geómetras a las materias metafísicas; pero también es menester confesar, que hasta el presente raras veces ha salido bien; y el mismo Cartesio con toda su grandísima destreza, que no se le puede negar, en ninguna cosa ha tenido jamás menos desempeño, que cuando ha intentado hacer esto en una de sus respuestas a las objeciones (a). Todavía se explica Morhof, que trató esto de propósito, en términos más expresivos: Yo (dice) me maravillo cómo estos linces (habla de Mallebranche y otros modernos) con este su método, como con una vara divinatoria, no han penetrado los secretos de los antiguos, que nadie puede poner en duda, cuando los Filósofos de la antigüedad, gobernados por sus principios, que algunas veces se fundaban en analogismos y conjeturas, establecieron cosas tan prodigiosas, de las cuales aún hoy nos admiramos, y profesamos nuestra ignorancia, &c. (b)

(a) Leibnitz Oper. tom. I. pág. 505. edic. de Gineb. de 1768.
(b) Morhof. Polyhist. lib. 2. cap. 8. n. 7. tom. I. pág. 407.

Wolfio, sin embargo de que todos sus escritos filosóficos los dispuso con método geométrico, ya confiesa que no es necesario en toda suerte de verdades usar del método de los Geómetras con definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas, corolarios y escolios; porque dice que no son buenas las definiciones, proposiciones, axiomas, y postulados, porque se pongan con estos títulos al principio de los tratados, sino porque sean enteramente conformes a las reglas de la Lógica; añadiendo, que se engañan los que creen haber demostrado matemáticamente los asuntos que tratan, con tal que a cada uno hayan puesto competentes títulos de definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas y corolarios (a).

133 La Geometría procede con buen método cuando trata de su objeto; pero el trasladarla a otros asuntos puede hacerse pocas veces, como lo he mostrado en mi discurso del Mecanismo. El Abad de Condillac, cuyo examen del origen de los conocimientos humanos tiene algunas cosas que tomar, y muchas que dejar, como pienso mostrarlo por menor en otra obra, tratando del método dice así: Los Geómetras, que deben conocer las ventajas de la Análisis mejor que los otros Filósofos, dan muchas veces la preferencia a la Síntesis. Así, cuando dejan sus cálculos para entrar en averiguaciones de diferente naturaleza, no se halla en ellos la misma claridad, precisión, ni extensión de entendimiento. Nosotros tenemos cuatro Metafísicos célebres, Cartesio, Mallebranche, Leibnitz, y Lock. Sólo el último de estos no fue Geómetra; ¡pero cuán grande exceso lleva a los otros tres (b)!

(a) Wolf. §. 793. página 375 y siguient.
(b) Esai sur l‘ orig. de conoiss. humain. tom. 2. pág. 289.

134 En el método de las Escuelas conviene distinguir lo que es el método, y lo que son los asuntos que con él se manejan. Las cuestiones, y disputas escolásticas por lo común tratan de cosas de poca importancia, y muchas de ellas son vanísimas: el método es de suyo muy bueno, y muy a propósito para que la juventud se entere de los verdaderos puntos de la Filosofía. Este método consiste en usar de silogismos, y raciocinios atados unos con otros, para probar, o rechazar las cosas que se disputan. Todas las invectivas que los modernos han hecho contra este método, recaen sobre los defectos que en su uso se cometen; pero el método mismo no han podido impugnarle con solidez; porque ¿qué cosa hay más a propósito para examinar la verdad de una proposición, que el silogismo, como ya hemos mostrado? Y ¿qué manera ha de haber más segura y más breve para descubrir, si lo que otro defiende es verdadero, o falso, que los silogismos bien hechos, que a cualquiera le ponen en la necesidad de conocer la verdad, o falsedad de las proposiciones? Si los asuntos filosóficos fuesen todos demostrables, se pudiera excusar este método, bien que aún entonces podría servir para hacer más patente la evidencia; pero siendo los más de ellos opinables, y tales que todavía se busca la certeza, ¿quién puede dudar que los silogismos bien ordenados son el medio más a propósito que hay para descubrir toda la certidumbre, de que es capaz la materia que se disputa? No es nuevo este estilo, ni se empezó a conocer en las Escuelas en los siglos medios, como cree el común de los modernos, que no leen los antiguos originales. Los Griegos usaron del silogismo en los asuntos probables para sentar y rechazar lo que se les ofrecía, y a esta suerte de silogismos llamaron Epichiremata (a).
Las Escuelas lo tomaron de ellos, y lo introdujeron para disputar de cosas probables, que podían defenderse por ambas partes; y en los principios bien sabido es, que resultó de este método mucha utilidad, como se ve en los antiguos Escritores Santo Thomas y S. Buenaventura, que lo usaron con moderación: y si bien se mira, el verdadero método lógico es este, puesto que el fin principal de la Lógica es probar por el raciocinio. Yo estoy firme en el dictamen, que no conviene quitar de las Escuelas la forma silogística, sino arrancar los abusos y defectos que se han introducido en ella, porque estoy persuadido que ningún otro método es tan a propósito para la enseñanza de la juventud como este.
(a) Aristot. Topic. lib. I. cap. II. tom. I. pág. 222.

135 Dicen algunos, poco o nada versados en la forma silogística, que un discurso seguido sin argumentos silogísticos, enfadosos por la molesta repetición de probar la mayor, la menor, &c. es muy preferible al método escolástico, pues así se ve, como de un golpe, todo lo que se quiere probar y decir sin fatigar la atención del entendimiento. No hay duda, que en una arenga, en un concurso de gentes no versadas en las Escuelas ni en los silogismos, fuera cosa impropia y extravagante el silogizar para probar un asunto; pero en las Escuelas, donde sin cumplimiento ni ceremonias, bien que cortesmente y con policía, se trata de saber si es verdad, o no lo que se asegura, no sirven tales razonamientos. Hácense estos con estilo declamatorio: el que los pronuncia dice lo que quiere; asegurado de que no le han de contradecir: danse al discurso adornos, artificios y figuras, para captar a los oyentes: las pruebas con alguna verosimilitud que tengan son bien recibidas, porque todo junto conduce a excitar los ánimos a favor del que razona. De esto nace, que semejantes razonamientos por lo común prueban poco. Con el método de las Escuelas si uno establece una cosa vana, se le pone en el estrecho de que lo conozca y lo confiese, si no es pertinaz: a lo menos lo conoce todo el concurso, y no permite que el error triunfe de la verdad. Yo sé muy bien que muchos asuntos graves en diferentes lineas, que se reciben por esta suerte de razonamientos engañosos, se rechazarían, si hubiese quien, reduciéndolos a la forma silogística, manifestase su poca estabilidad. Los que están acostumbrados a semejantes discursos, rara vez en asuntos filosóficos llegan a descubrir bien la verdad: por el contrario los que están habituados a la forma silogística, aunque no usen de ella sino de razonamientos, descubren en la materia hasta lo más íntimo de ella.

136 Cuando no se quiere usar del método escolástico en todo su rigor, y se han de enseñar algunas verdades bien averiguadas, y otras que necesitan averiguarse, viene bien un método medio entre el geométrico y escolástico, ordenando la serie de proposiciones del modo más conveniente, ya sea analítico, ya sintético, para que de las cosas sabidas se pase a las que no se saben, de las simples a las compuestas, al modo de los Geómetras, y proponiendo los argumentos en contrario, como hacen las Escuelas, con el nombre de Objeciones, para que satisfechas estas se quiten los estorbos a la manifestación de la verdad. Suelen los asuntos componerse de muchas verdades, que juntas sirven para prueba irresistible de una conclusión. Si se miran las pruebas sólo por un lado, aunque parezcan ciertas y buenas, pueden engañar por haber otras cosas que las contradicen; y no pudiendo haber una verdad contraria de otra, por eso es preciso satisfacer las objeciones, y examinar de este modo el asunto por todos sus lados. De esta manera se asegura el entendimiento por los argumentos que sientan la verdad, y porque llega a entender que no hay cosa en contrario que la pueda destruir. Los que en materias opinables usan del método matemático sin proponerse las objeciones, no prueban bien sus asuntos, porque lo que dan por bien probado puede ser destruido por objeciones de gran peso. Así que no hay que fiarse mucho de la Filosofía de Wolfio, y el Genuense, que quieren dar por demostrado lo que no lo es, y a veces ni lo puede ser.

137 De este método se han valido con acierto algunos Escolásticos doctísimos, como es notorio a los que están versados en la lectura de esta suerte de Filósofos. Mas siempre convendrá mantener en las Escuelas la forma silogística para probar y rechazar lo que sea necesario, quitándose todos los abusos que en ella se han introducido, para que estando bien limada, pueda ilustrar el entendimiento de los jóvenes, y hacer que en ellos se arraigue la verdad, y se conozca el error para evitarle. Si en el uso de este método se quitan las porfías y acaloramientos, la confusión con que se interrumpen hablando todos a un tiempo, el demasiado ahínco en las altercaciones, la ostentación y vanidad con que se desprecian unos a otros, la satisfacción arrogante y decisiva con que cada uno asegura la opinión de su partido, los odios, burlas y desprecios con que se miran los de opiniones opuestas, y en lugar de estas cosas se arguye con modestia, con templanza, con ánimo de sujetarse el que entiende menos al que sabe más, y con verdadera intención de alcanzar la verdad, e ilustrar el entendimiento, ciertamente el método silogístico será el más proporcionado para enseñar a la juventud las Artes y Ciencias. El que haya frecuentado las Escuelas, fácilmente echará de ver que estos defectos son personales; esto es, de las personas que disputan; pero no del método; y si por ellos se hubiera este de abandonar, fuera menester arrancar todas las viñas por los defectos de los beodos. Los ejercicios literarios de argüir y responder con forma silogística, según se usa en las Escuelas, son admirables para arraigar en el entendimiento las ciencias, y hacer que permanezcan. El probar la mayor de un silogismo, o la menor con otro silogismo, es preciso hasta que se llegue a conocer la buena, o mala constitución de la doctrina que se intenta introducir.

138 En un libro se pueden resumir muchas proposiciones en una, poniendo la prueba de manera que las incluya a todas; pero esto con la viva voz no se puede hacer, porque se distrae mucho el entendimiento, y se le escapa la vista de lo principal. El estilo que se guarda en muchas partes de hacer una
licion de puntos, y responder a dos argumentos es muy bueno, porque la lección es un razonamiento seguido con que el candidato manifiesta que está instruido en la materia; pero los engaños y apariencias, que, como dijimos, suele haber en tales razonamientos seguidos, se descubren con los argumentos que hacen los contrarios, y con el modo de responder y satisfacer a ellos; y fuera conveniente que en todas las Escuelas se introdujese la loable costumbre de la de Valencia, donde el respondiente, concluido el argumento del contrario, le resume y le satisface solo, y de espacio, para que el concurso conozca que ha entendido la dificultad, que se ha hecho cargo de ella, y se vea, si la solución, o satisfacción que da, es cumplida, puesto que en la seguida del argumento no se puede esto conocer con tanta claridad. El leer con el papel en la mano la disertación, o discurso que uno ha trabajado sobre los puntos que se le dieron, arguye muy poco saber y amor al descanso, porque no hay cosa más fácil en cualquier asunto con mediana instrucción, que componer un discurso que parezca lo que no es, y leerle sin trabajo ninguno: por el contrario para decirlo de memoria es menester estar muy radicado en la materia, tener prontas las especies, y estar expedito en el uso de las pruebas y argumentos, las cuales cosas son necesarias en los que han de ser Maestros de la juventud. Dicen que este estilo más es prueba de memoria, que de saber, y que se han visto hombres muy sabios, que por falta de la memoria se han perdido, o parado en las lecciones de puntos. Yo no puedo creer que a los verdaderos sabios les suceda esto, porque estos no se atan a la letra de la lección estudiada, y les sucede lo que dice Horacio:

. Cui lecta potenter erit res,

Nec facundia deseret hunc, nec lucidus ordo (a).

A los falsos sabios, que son los más, sí que les sucede alguna vez. Mas si falta a alguno la memoria, aunque sea sabio, no es bueno para Maestro, porque sin buena memoria, que suministre prontas las especies, ninguno será a propósito para enseñar a los demás con la viva voz.

139 Aunque es verdad, que los que no cursan las Escuelas y quieren pasar por sabios, aborrecen la forma silogística, hablando mal de lo que no conocen; con todo, el que sepa la fuerza del silogismo para descubrir la verdad, o falsedad de las proposiciones, según lo he mostrado tratando del raciocinio, no debe hacer caso de tales desprecios, estando asegurado, que entre los modernos bien instruidos, los que hablan con candor, están a favor de este método para las Escuelas. Dupin en su método de estudiar la Teología, tratando de este punto, y haciéndose cargo de lo que dicen los modernos, escribe así: Es menester confesar que las disputas y respuestas públicas, según el método escolástico, son de grande utilidad, así para ejercitar el entendimiento haciéndole exacto, como para proponer y resolver en pocas palabras las dificultades con limpieza y precisión, sin que se pueda nadie escapar, porque se ve obligado a concluir y probar directamente la proposición negada, o de impugnar la distinción hasta que se haya apurado la dificultad, &c (b).
Del mismo sentir es el P. Mabillon en sus Estudios Monásticos, después de haber examinado la materia de propósito, y del modo que podía hacerlo un hombre de los más doctos de nuestros tiempos (c).

(a) Art. Poet. vers. 40.
(b) Dupin. Method. pour etudier la Theologie, chap. 25. pág. 274.

(c) Mab. de Stud. Mon. c. 10. p. 168.

El Marqués de Sant-Aubin, aunque rechazó con expresiones fuertes la Lógica de las Escuelas, habla de la forma silogística en estos términos: Sin embargo del desprecio que el vulgo de los modernos hace hoy de las reglas de los silogismos, es preciso confesar que enseñan los medios infalibles de resistir al error de las conclusiones, y que la forma silogística, bárbara solamente en la apariencia, es en el fondo muy ingeniosa, &c. (a).
Nuestro Luis Vives, que reprendió tanto los abusos de la Dialéctica de las Escuelas, nunca impugnó la forma silogística, sino los defectos personales de los que la ejercitan. El aprecio que de los silogismos han hecho Wolfio, y Heineccio lo hemos manifestado tratando del raciocinio, donde hemos puesto algunas pruebas a favor del estilo escolástico, las cuales conviene juntar con las que aquí proponemos.

140 Es verdad que Lock no gusta de este método; pero también lo es que sus impugnaciones son comunes, y que forzado de la verdad puso estas palabras:
A la verdad los silogismos pueden servir algunas veces para descubrir una falsedad ocultada con el esplendor brillante de una figura de Retórica, y de intento encubierta con un periodo armonioso que hinche agradablemente el oído: pueden, vuelvo a decir, aprovechar para que un razonamiento absurdo se manifieste con su deformidad natural, desposeyéndole del falso celaje con que está cubierto, y de la agradable expresión que al pronto engaña el entendimiento:::: yo convengo, que los que han estudiado las reglas del silogismo hasta alcanzar con la razón, por qué en tres proposiciones enlazadas entre sí con cierta forma, la conclusión ha de ser ciertamente justa; y por qué no lo ha de ser con certeza en otra forma: convengo, vuelvo a decir, que estas gentes están aseguradas de la conclusión que deducen de las premisas, según los modos y figuras, que se han establecido en las Escuelas (b).

(a) Sant-Aubin traitè de l‘ opinion, tom. 2. pág. 6.

(b) Lock Esai del entendem. lib. 4. chap. 17. §. 4. pág. 559.

Dignas son de ponerse aquí las palabras de Facciolato, escritor inteligente y primoroso: Por Dios y por los hombres os ruego (habla con los jóvenes que han de estudiar la Lógica) no os dejéis engañar, ni permitáis se os metan por fuerza ciertos libritos escritos con agudeza y elegancia, de quienes se dice que son de socorro al entendimiento humano, y que enseñan el Arte de pensar. Apenas comprehenden pocas cosas que pertenezcan a formar un Lógico; y los que en estos años se han entregado a ellos, a primera vista ha parecido que son grandes indagadores, y jueces de la verdad; pero cuando se ha venido a las manos y a la pelea, y ha sido preciso disputar bien, entonces se ha descubierto qué tales eran. De este modo los ejercicios públicos de los Estudiantes, que se practican por la costumbre
y instituto de nuestros mayores, quitada la contienda, se han convertido en ciertas lecturas::: Hoy confiesan todos los que en esto pueden tener voto, que la Física de cada día se perfecciona con nuevas observaciones, y que la Lógica fue llevada por Aristóteles, el mayor ingenio de los mortales, a su última perfección. Mientras durará el mundo y se honrarán las letras, saldrán al público Escritores que estas mismas cosas las dirán de otra manera, acomodándolas a los oídos de su siglo; pero si alguno quisiese introducir en las Escuelas diferente arte de raciocinar y de disputar, acaso podrá engañarlas con la novedad, mas no ha de poder lograr que dure mucho. Este es el camino más llano de averiguar la verdad, aprobado no con la opinión de pocos hombres, sino con el juicio de toda la antigüedad, y allanado con el uso de mucho tiempo. Seguidle y os llevará derechamente, con el deseo de aprovechar, a Ia Filosofía, es decir, a todo conocimiento de las cosas mejores (a).

(a) Facciolat. Paraenesis logicae artia studios, pág. 211.

FIN
DE LA LÓGICA.