Capítulo VIII.
De los Sofismas.
104 Antiguamente llamaron Sofistas a los Sabios (sophos: sabiduría, saber, en griego): y viendo Sócrates que en su tiempo había muchos que no tenían más que una sabiduría aparente, y que procuraban engañar a los ignorantes con argumentillos caprichosos y con sofisterías, empezó a dar a los falsos sabios el nombre de Sofistas. Lo mismo hicieron Platón, y Aristóteles, y ambos los rechazaron con eficacia, porque Platón describió los engaños de los Sofistas, y Aristóteles manifestó admirablemente todos los caminos de que se aprovechaban para formar sus sofismas; de suerte, que este Filósofo trató con perfección este asunto. Ojalá le leyesen los que se precian de Sectarios suyos.
105
Los Romanos a imitación de los Griegos llamaron Sofistas a los que se aprovechaban de argucias, o vanos argumentos. Es, pues el sofisma
un raciocinio que nada concluye, y tiene apariencia superficial de
concluir.
Hay algunos sofismas tan claros y tan fáciles de
conocer, que el más rudo los desecha por engañosos. La sola Lógica
natural basta para conocerlos, y cualquiera en oyéndolos, comprende
que el tal razonamiento no concluye, aunque no sepa la razón. Por
eso los omitiré, proponiendo solamente aquellas fuentes generales de
donde nacen muchos sofismas que cada día observamos, así en las
disputas, como en los libros, amonestando a los jóvenes que vean en
Aristóteles sus trece fuentes de los argumentos sofísticos, que
ciertamente les servirá mucho para la cumplida inteligencia de este
asunto.
En primer lugar puede colocarse aquel sofisma con que se
prueba otra cosa de lo que se disputa. Llamóle Aristóteles
ignoratio Elenchi. Elencho (elenco)
es el silogismo con que se intenta probar lo contrario de lo que se
ha establecido, como hacen en las Escuelas los que impugnan las
conclusiones que otro defiende. Si el elenco se forma con manifiesto
engaño, ya consista este en las voces, ya en las cosas, es elenco
sofístico; y todos los sofismas los reduce Aristóteles a este,
porque todos consisten en la mala formación del silogismo; pues en
todos sucede que haya apariencia de raciocinio, no habiéndolo en la
realidad. Por eso el que entienda bien las reglas que hemos
propuesto, tratando de la formación de los silogismos, sabrá los
fundamentos con que ha de desenredar todos los sofismas, mayormente
si descendiendo a lo particular advierte las varias maneras
capciosas, y engañadoras que hay de silogizar, ya por el mal uso de
las palabras, ya por la mala inteligencia, y aplicación de las
cosas. No sólo en las Escuelas domina mucho el uso de los sofismas
en los actos literarios, por el dolo, mala fé, y poco amor a la
verdad, sino también en las conversaciones y discursos Académicos,
cuando los dicta el interés y la pasión de algún sistema. También
se usa este sofisma en el trato común.
106
Unas veces disputa Ticio con mucho calor, y hace mil exageraciones
para probar lo que no se le niega, y es que por tener acalorada la
fantasía, no atiende lo que su contrario dice. Otras veces con
malicia, y de intento deja de probar lo que le toca, ya porque no se
halla con bastantes razones, o porque se ha introducido en una
cuestión, que no sabe, y no quiere confesar su ignorancia. Aquí es
de advertir, que hay algunos que con mala fé atribuyen en las
disputas a su contrario ciertas cosas, que este ni las ha imaginado;
y otras veces le atribuyen ciertas proposiciones, que piensan
deducirse de la doctrina que el contrario enseña, aunque en la
realidad este las niega, y no ha tenido él ánimo jamás de
admitirlas; y esto lo hacen para triunfar del enemigo entre la gente
ruda, que no alcanza estos artificios. En los impugnadores de los
libros es comunísimo este modo de sofisticar, y cada día vemos
atribuirse a un Autor lo que no ha dicho, y otras mil cosas, que no
son de la disputa.
Así lo hizo Juan Clerico en muchas
impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la
Disertación de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin
de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la
edición de Amsterdam de 1722.
107
Su intento es mostrar las falacias, y sofismas que usan los hombres
para volver odioso a su contrario, para que siendo mirado con odio,
nadie reciba su doctrina. Pone diez y seis lugares, o modos con que
puede uno hacer odioso a otro, y en cada uno de ellos toma por objeto
a S. Gerónimo, queriendo mostrar que lo que este Santo Doctor
escribió contra los herejes, especialmente contra Vigilancio, no
tenía solidez ninguna, sino sólo artificios, depravada fé, y malas
artes para volver odioso a Vigilancio. Estoy admirado, que siendo tan
públicos hoy estos libros, nuestros Teólogos embebecidos con las
disputas con que se impugnan unos a otros, siendo todos Católicos,
dejen sin respuesta a este y otros Escritores audaces, que sin
respeto ninguno a los varones más santos y más doctos tiran a
volverlos despreciables y desautorizados, mayormente extendiendo
Clerico esta calumnia en el principio de su Disertación a todos los
Teólogos. Es verdad, que Amort (a) en su Filosofía Polingana
resiste a Clerico, pero es de paso, y convenía que se hiciese en más
forma. Lo cierto es, que los diez y seis lugares con que quiere
Clerico infamar a S. Gerónimo, pretendiendo que este se valió de
ellos para volver odioso a Vigilancio, con grande arte los pone en
obra para hacer odioso a este Santo Doctor. Sabemos muy bien que
S.
Gerónimo era activo y ardiente cuando impugnaba a los herejes; pero
el zelo, no el dolo, era el que encendía su fuego, como lo ha
mostrado muy bien Dupin en su obra de Veritate.
108
El que sepa los motivos de la contienda entre S. Gerónimo y
Vigilancio, y lea la Disertación de Clerico, verá que este crítico
moderno no entra en ella, ni pone argumentos para probar que
Vigilancio tuviese razón, y no S. Gerónimo: lo que hace es
entresacar las palabras ardientes con que el Santo Doctor, celosísimo
por la doctrina de la Iglesia, rechazaba los errores de Vigilancio, y
interpretar estas palabras maliciosamente, como que tiraban a volver
odioso a Vigilancio.
Si Clerico pudiera tener argumentos sólidos
para mostrar insuficiencia y poca solidez en los argumentos de S.
Gerónimo, tuviera más disculpa de interpretar entonces las
expresiones fuertes a deseo de oprimir al contrario, haciéndole
odioso; pero si Clerico esto no lo ha hecho ni lo pudo hacer, ¿no es
claro que son artes suyas para desautorizar al Santo Doctor todo
cuanto dice contra él?
No sólo con S. Gerónimo hizo esto, sino
también con S. Agustín, a quien impugnó disfrazándose con el
nombre de Pherepono, y hablando de este santísimo y sapientísimo
Doctor, y de su alto y profundo saber, como pudiera hablar de un niño
que va a la Escuela.
(a) Amort Philosoph. P*lling. pág. 577.
edic. de Auxgbourg.
año 1730.
Cuando la obra de Muratori de Ingeniorum moderatione in Religionis negotio, que hemos citado otras veces, no tuviese otro mérito, que haberse escrito de propósito para vindicar a S. Agustín de las calumnias y falsedades con que le trata el fingido Pherepono, era digna con eso sólo de que la leyesen todos los eruditos. Clerico no era Teólogo: todo su estudio le puso en la Filosofía, porque como hereje Sociniano decía, que no ha de haber otra Teología que la que dicta la razón, que es el error dominante de estos sectarios; y como defendía los mismos errores de Vigilancio, por favorecerse a sí mismo, con capa de Vigilancio maltrató a S. Gerónimo. Estas artes de los sectarios no son nuevas: son tan antiguas como sus errores, y se hallan bien descubiertas y explicadas en el erudito libro: el Soldado Católico de Fr. Gerónimo Gracián.
109 En segundo lugar puede colocarse aquel sofisma, que llamó Aristóteles petición de principio, y se comete cuando se trae por prueba lo mismo que se disputa. Ya se ve que la prueba de una cosa debe ser más clara que la misma cosa; con que es contra la buena razón intentar persuadir un asunto, aprovechándose del asunto mismo para probarlo. Los círculos viciosos se reducen a este sofisma de petición de principio; como si uno dijera que Dios existe porque hay una causa que lo gobierna todo con providencia, y añadiese, que hay una causa que gobierna las cosas con providencia, porque hay Dios, este cometería sofisma de petición de principio y círculo vicioso. A la misma especie de sofisma pueden reducirse todos los argumentos que prueban una cosa oscura por otra oscurísima.
110.
El Autor del Arte de pensar en la explicación de este sofisma dice:
que Galileo culpa a Aristóteles con razón por haber caído en esta
falacia, queriendo probar que la tierra está en el centro del mundo
con este argumento: las cosas pesadas van al centro del mundo, y las
ligeras se apartan: luego el centro de la tierra es el mismo que el
centro del mundo (a : Arte de penser
3. part. chap. 19. pág. 359. ).
La petición de principio
consiste en que, concediendo estos Autores que las cosas pesadas caen
al centro de la tierra, no podía Aristóteles saber que caen al
centro del mundo, sino suponiendo que el centro del mundo es el de la
tierra, y esto es la cuestión. Mas en Aristóteles no hay tal
argumento, sino en sus Comentadores. Queriendo probar Aristóteles,
que hay un medio, o centro del mundo, y que a él van las cosas
pesadas, y de él se apartan las ligeras, usa de varios argumentos
sacados de la constitución del universo: de la situación de los
astros, y a estos añade los movimientos de los cuerpos graves y
leves, como que unos se acercan, y otros se apartan de aquel centro,
añadiendo que los cuerpos graves van al centro de la tierra por
accidente, porque coincide este centro con el del universo, al cual
caminan por su propia naturaleza (a).
Tratando en otra parte de
la gravedad
(Newton murió en 1727, Andrés Piquer
publica esta tercera edición en 1781)
y levedad
de los cuerpos, prueba el medio,
o centro
que hemos dicho, y después pone estas palabras: Si es que caen al
medio de la tierra, o del universo, siendo uno mismo el de los dos,
pide otra averiguación (b). Todavía extendió más esta duda en el
libro Il. de Coelo, donde trata lo mismo; y por estos lugares se echa
de ver, que no intentó probar Aristóteles que los cuerpos graves
caían al centro del mundo, porque cayesen al centro de la tierra,
sino por otros argumentos, con lo cual no cometía petición de
principio. Antonio Vernei, sin hacer aquí otra cosa que copiar las
palabras del Arte de pensar, culpa a Aristóteles del mismo modo, y
con los mismos fundamentos. Así lo hace este Escritor muchas veces
sin consultar los originales (c).
111
En tercer lugar coloco yo los sofismas, en que se da por causa de una
cosa lo que no es causa, y en general se cometen de dos maneras. Unas
veces por ignorancia de las verdaderas causas de las cosas, porque se
presentan muchos efectos y las causas están ocultas, y el
entendimiento lo atribuye a las veces a lo que se le antoja. En mis
escritos de medicina he mostrado que este sofisma se comete
frecuentemente en las anatomías de los cadáveres, cuando estas se
hacen para examinar las causas de la muerte.
(a)
Arist. lib. 2. de Coelo, cap. 14,
(b) Arist. lib. 4. de Coelo,
cap. 4.
(c) Vernei de Re logica, lib. 5. cap. 8. pág. 222.
Las
más veces viene esta por una causa de suma sutileza y actividad, la
cual vuela con la vida. Entonces sólo se ven en los cadáveres el
destrozo y ruina que aquella causa ha producido, induciendo la
muerte: por donde lo que con tales anatomías se descubre por lo
común son los efectos, no las causas de la extinción. Esto lo
confiesan llanamente los Profesores Médicos de buenas luces. Engaños
de esta clase en que se toman los efectos por causas de las cosas son
comunísimos en la Física, porque los efectos se ven, las causas
suelen estar ocultas, y los hombres se paran fácilmente en lo que se
presenta a sus sentidos, y con trabajo se detienen en lo que conviene
a la razón. En la política y en el trato civil se comete este
sofisma todos los días, dándose por causas de los sucesos, las que
distan mucho de serlo, fingiéndoselas cada cual a su albedrío.
Cuando dijo Virgilio, que es feliz el que puede discernir las causas
de las cosas, no habló sólo de las físicas, sino también de las
civiles, morales, &c. (a)
(a) Felix qui potuit rerum
cognoscere causas. Virg. Georg. lib. 2. v. 450.
112 Otras veces se
comete este sofisma por soberbia y precipitación, porque muy raras
veces quieren los hombres confesar que ignoran una cosa, y esto los
precipita a señalar ciertas causas de algunos efectos antes de
examinarlas, y tal vez sin advertencia ninguna. En el trato civil
cada día se comete este sofisma, y ocasiona mil sospechas y riñas,
porque dan unos por causa de lo que observan en otros, aquello que no
lo es, y está muy distante de serlo. De ordinario no se detienen los
hombres en averiguar la cosa por todas sus partes, ni todos tienen el
ingenio necesario para conseguirlo; y como pocos aman el trabajo, y
cuesta examinar de raíz las cosas, por eso luego se precipitan, y
dicen, que la palabrilla que fulano ha dicho, o la acción que citano
ha hecho, quieren decir esto, o estotro, lo cual ni tan solamente
imaginaron aquellos, de lo que se siguen mil vanas sospechas.
113
A esta especie de sofisma se reducen las cosas maravillosas, que los
Astrólogos
atribuyen a los Astros.
Yo no soy de aquellos que les niegan toda influencia, antes por el
contrario creo que tienen algún poder sobre los elementos, y que a
lo menos de esta manera pueden influir en nuestros cuerpos; por donde
no puedo conformarme con la universalidad con que el P. Feyjoó,
siguiendo a Gasendo, desecha toda la fuerza de los Astros sobre los
hombres. En la Medicina cada día tenemos motivos de conocer esta
fuerza en tantas y tan varias epidemias, como se observan en varios
años; y por eso en mis libros Médicos la he procurado establecer,
como que su conocimiento es importantísimo para curar las
enfermedades. El célebre Inglés Mead ha compuesto un tratado de
imperio Solis & Lunae, donde convence este asunto con admirables
pruebas. Mas aunque esto sea así, creo que se han excedido los
Astrólogos,
extendiendo demasiado la fuerza de los Astros,
y sacando de ella predicciones
muchas veces arbitrarias
(Nota
del editor: habéis leído hoy vuestro Zodiaco?).
Entiendo que en esto es menester observar el Ne
quid nimis de Terencio.
114
A esta especie de sofisma puede también reducirse el común modo con
que el vulgo señala las causas de algunos efectos; es a saber: Esto
ha venido después destotro,
pues esto es la causa de aquello. En los juicios que se hacen sobre
las curaciones de grandes achaques, se cometen infinitos sofismas,
atribuyéndolas a causas que no han tenido conexión, ni dependencia
ninguna con el efecto. Se ha perdido una batalla, el General tiene la
culpa, es sofisma de esta especie, porque pueden concurrir otras mil
cosas, que pueden ser causa de haberse perdido la batalla, aunque el
General haya aplicado de su parte cuanto pudiera conducir para
ganarla. Del mismo modo se pierde un Discípulo, que estaba a cargo
de tal Maestro, y luego dicen: El Maestro no ha cuidado, y él es la
causa de la perdición del Discípulo.
Muchas veces esto es
sofisma, porque aunque el Maestro haya puesto por su parte todo el
cuidado, y aplicación necesaria para el buen gobierno del Discípulo,
puede la mala inclinación de este, o las malas compañías, u otras
cosas, que a veces los Maestros no pueden estorbar,
haberle precipitado. En fin este sofisma se halla algunas veces en
los Predicadores, cuando dan por causa de un suceso una cosa que
ellos se fingen a su albedrío (a).
(a) Sola scripturarum ars est, quam sibi passim omnet vendicant, & cum aures populi, sermone composito mulserint; haec legem Dei putant, nec scire dignantur quid Prophetae, quid Apostoli senserint, sed ad sensum suum incongrua aptant testimonia: quasi grande sit, & non vitiosissimum dicendi genus depravare sententias, & ad voluntatem suam scripturam trabere repugnantem. Hieron. in Prolog. Galeat.
Por
ejemplo: Pregunta un Orador, por qué la zarza de Moyses
(Moisés)
ardía, y no se consumía? Y después de varias razones dice, que la
causa es por...... y señala por causa, no lo que es, sino lo que él
piensa. De este modo se atribuyen algunos efectos a determinadas
causas, y no hay otro motivo para hacerlo, que el capricho del que lo
hace. Dije que señala por causa, no lo que es, sino lo que él
piensa, porque la causa de semejantes efectos, en el modo que algunas
veces la señala el Orador, es oculta, y la Iglesia no la ha
declarado, ni los SS. Padres la han propuesto, sino que el Orador se
la finge, y acomoda como le parece; y por esta especie de sofisma
señala causas arbitrarias a los sucesos referidos en las sagradas
Escrituras, y no los puede persuadir a los hombres de juicio, porque
le faltan pruebas sólidas con que poderlas fundar.
El P. Vieyra
ya conoció esto, y reprehendió eficazmente a los Predicadores que
hacen decir a las sagradas Escrituras lo que ellos se imaginan, y tal
vez fingen;
y aún prueba con argumentos concluyentes, que en
esto cada día faltan a su verdadero instituto. Encargo mucho que se
lea sobre esto un Sermón de la Sexagésima, donde, ya desengañado,
trató de desterrar del Púlpito los vanos conceptos e
interpretaciones arbitrarias de las sagradas Letras. En la Carta
Pastoral que el Obispo de Barcelona D. Joseph Climent ha puesto al
principio de la versión castellana de la Retórica del P. Fr. Luis
de Granada, se impugnan estos y otros semejantes estilos de los
Oradores Cristianos, con mucha eficacia y con gran conocimiento de
la verdadera elocuencia del Púlpito.
115
Los Gentiles usaron de este sofisma para calumniar la Religión de
Jesu-Christo en sus primeros principios, y decían: cuando la
Religión Christiana ha empezado a esparcirse, muchas calamidades han
oprimido al Imperio Romano: luego la Religión Christiana ha sido la
causa de ellas. No puede haber sofisma más falaz, porque siendo
clarísimas las causas de la decadencia del Imperio de Roma, y no
habiéndolas disimulado algunos de sus historiadores, era necedad
buscar por causa de aquellas calamidades a la Religión Christiana.
Digno es de leerse sobre esto Tertuliano en su Apología, cuya obra
ya hemos dicho es merecedora de alabanza; y es bien sabido, que S.
Agustín escribió los libros de la Ciudad de Dios, con el ánimo de
rechazar semejantes sofisterías de los Gentiles.
116 En
cuarto lugar puede colocarse el sofisma con que se pronuncia de las
cosas absolutamente, debiéndose hacer con ciertas limitaciones; y
cometemos este sofisma en aquel modo de razonar, con que concluimos
que una cosa es de cierta manera que nosotros nos imaginamos,
pudiendo ser de muy distintos modos: llámase en las Escuelas a dicto
simpliciter ad dictum secundum quid. Caen en este sofisma con mucha
facilidad los semisabios, o los sabios aparentes: porque de ordinario
suelen estos estar muy satisfechos con su ciencia, y según ella
juzgan de todas las cosas sin dudar de ninguna.
Propónese a uno
de estos tales averiguar, por ejemplo, de qué modo se hace la
lluvia, o de qué manera se mueve un Cometa, u otra cualquiera
semejante duda, y de repente resuelve que es de esta manera y que no
puede ser de otra, y es porque él no alcanza otro modo de ser en
aquellas cosas, aunque en la realidad puedan hacerse de diversas
maneras. También cometen este sofisma los que hacen juicio de las
cosas que suceden en Lugares apartados, o en Lugares donde no tienen
comunicación, aunque estén cercanos, y para juzgar no tienen otros
fundamentos que muy pocas noticias de los hechos sobre que juzgan, o
no saben ni alcanzan sino algunas razones del hecho; pudiendo haberse
gobernado los que le ejecutan por otras distintas. Por eso cada día
vemos muchos que se quejan de los Jueces que han determinado esto, o
estotro, sin numerar perfectamente los motivos que ellos se
propusieron: y no faltan políticos sofistas que con ligeras noticias
quieren juzgar de los negocios más secretos del Gobierno, señalando
por razones de los acontecimientos las que tal vez no las imaginaron
los que gobiernan.
117 Los malos Críticos caen
frecuentemente en este sofisma cuando explican el sentido de algún
Autor de la antigüedad, y cada uno quiere que la mente del Autor sea
la que a él se le antoja, porque no alcanza que pudo haber sido muy
distinta. Este sofisma tiene atrasada la Medicina en su parte
Farmacéutica, porque se tienen por virtudes de los remedios las que
no lo son: toda Medicina ha de graduarse de tal, o tal virtud con
relación al cuerpo humano: con que pronunciando los Botánicos y
Farmacéuticos absolutamente, como suelen hacerlo, salen falaces sus
aseveraciones. Algunos reducen a esta especie de sofisma la inducción
defectuosa. Llámase argumento de inducción aquel con que de muchos
particulares se saca una conclusión universal.
Por ejemplo: Los
hombres de la Europa hablan, también los de Asia, asimismo los del África, como también los de la América: luego todos los hombres del
mundo hablan. Se hace defectuosa la inducción cuando no comprende
todos los miembros; y los hombres suelen sacar conclusiones
universales antes de haber examinado perfectamente todos los
particulares, cuyo defecto cometen los que se apresuran en juzgar de
las cosas difíciles. Mas todo lo que toca a las inducciones
defectuosas se entiende muy bien con lo que hemos dicho, tratando del
raciocinio.
118
Este sofisma domina en los principales escritos de Mr. Roseaux: mira
las cosas sólo por un lado, y sin contar con los demás habla del
todo por lo que se ve en una sola parte. En las cosas humanas nada
hay que sea enteramente perfecto: aun en las más bien fundadas se
mezclan defectos, e imperfecciones. Lo que hace Roseaux es tomar la
parte defectuosa para sacar por ella el todo imperfecto, o
despreciable. Cuando trata de la desigualdad de los hombres pinta al
hombre por lo sensitivo y animal, faltando poco para hacerle una
bestia: entonces no se mira la racional, porque esto estorbaría la
prueba. Cuando se ha de probar la religión natural, el hombre todo
es razón, no hay cosa que no se alcance por ella: la Filosofía es
el fundamento de todo: lo brutal, lo sensitivo, y lo flaco no tiene
aquí lugar, porque esto no le hace, antes se opone a su designio. Si
se propone el entusiasmo de que las Ciencias son perjudiciales a las
costumbres, se habla sólo de los abusos que se mezclan en ellas: el
cultivo del entendimiento, su influencia en la voluntad, la
perfección del juicio, el conocimiento del hombre para dominar sus
pasiones, y otras mil cosas que el estudio bien ordenado de las Artes
científicas acarrea, se dejan porque estorban la prueba del
entusiasmo. Lo mismo sucede con las alabanzas de los Cómicos, y con
los vituperios de las Imprentas; pues en todas estas cosas para
singularizarse toma solo la parte flaca, omite el principal punto, y
así por un sofisma de imperfecta enumeración engaña a los falsos
sabios. ¿Quién duda que cuando atribuye a las letras la decadencia
de los Imperios y el aumento del lujo, comete el sofisma non causae,
ut causae? Así discurre casi siempre un hombre que afecta ser
Filósofo a la manera de los Griegos, y lo ha logrado, porque en la
religión, viajes, escritos, y doctrina es un retrato de ellos, o por
decirlo mejor, un compendio de sus extravagancias y desvíos.
119
Síguese el sofisma que llaman en las Escuelas falacia de accidente,
y se comete cuando se atribuye a una cosa absolutamente y sin
restricción alguna, aquello que sólo le conviene por accidente. En
la Medicina se comete este sofisma con frecuencia, porque acontece,
que después de un medicamento muy saludable, se empeora el enfermo,
y muchos ya aborrecen aquel remedio.
Por ejemplo: El láudano es
medicamento utilísimo y muy seguro cuando le
propina un Médico juicioso; no
obstante se da muchas veces sin fruto, y en alguna ocasión después
de haberle tomado se agrava la enfermedad. No hay que dudar que el
agravarse el mal nace de otras causas que hay en el mismo que
adolece, y sin embargo se atribuye al láudano; de suerte, que se le
atribuye absolutamente lo que sólo por accidente ha sucedido, porque
ha sido accidental en aquel enfermo juntarse el aumento del mal con
la medicina. Por este modo de sofisma se desacreditan la kina,
los eméticos,
las sangrías, y otros remedios de suyo saludables y utilísimos
cuando se manejan por Médicos sabios, que tienen por guía a la
naturaleza; y que sólo por accidente ha acontecido empeorarse los
enfermos después de su legítimo y prudente uso.
El que mire con
atención lo que han escrito contra la Medicina algunos Críticos,
así extraños, como Españoles, conocerá que por la mayor parte es
amontonamiento de razones sofísticas, pues se desprecia la Medicina
en general y absolutamente por solos los defectos, o ignorancia de
sus Profesores, lo cual le es accidental.
120 Del mismo
sofisma usan los que acusan toda una Religión por sólo el defecto
de algún individuo de ella; y lo mismo sucede a los que desprecian
la Filosofía y la Crítica, porque las han cultivado algunos
Herejes. Ya se ve que es accidental a la Filosofía que los que la
profesan, sean de esta, u otra Religión, y apenas se hallará cosa
ninguna, que discurriendo de esta manera no se halle defectuosa.
¿Quién duda que hay algunos abusos en la disciplina Eclesiástica?
¿Se dirá por eso, que ha de exterminarse la antigua disciplina de
la Iglesia?
Es cierto que la vana credulidad introduce muchos
milagros falsos.
¿Se dirá por eso que ha de apartarse de los
fieles la creencia de los verdaderos? Yo creo que algunos Herejes han
perseguido a la Iglesia Católica con sofismas de esta especie. Y de
este modo razonan en asuntos distintos de la Religión algunos
ingenios, que sólo alaban lo que les complace (a).
121 Hay
otro sofisma que se comete razonando del sentido compuesto al diviso,
o al contrario. Por ejemplo: dice Jesu-Christo en el Evangelio, que
los ciegos ven, y los cojos andan, y los sordos oyen; lo cual ha de
entenderse en sentido diviso; esto es, que ven los que eran ciegos, y
oyen los que eran sordos; y si alguno lo entendiese en sentido
compuesto cometería sofisma, porque los ciegos no ven siendo ciegos,
ni oyen los sordos mientras están sordos.
Del mismo modo han de
entenderse las sagradas Escrituras cuando dicen, que Dios concede la
salvación a los malos, porque no salva a los que actualmente son
malos, sino a los que lo fueron, y después se han convertido. Por el
contrario han de entenderse en sentido compuesto las palabras de S.
Pablo
con que dice: Los fornicadores, idólatras, y avaros no entrarán en
el Reyno de los Cielos (b), porque significan que no entrarán en los
Cielos si se mantienen en la avaricia, e idolatría, y si no dejan
los vicios, y se convierten a Dios. De este modo fácil será
entender algunos sofismas pertenecientes a la Religión. A esta
especie de falacia se reduce este sofisma: Tú tienes lo que no has
perdido: no has perdido las riquezas; luego tienes riquezas. Pues la
mayor se entiende en sentido compuesto, y la menor en diviso, y de
esta manera pudiera señalar otros semejantes sofismas, capaces de
engañar solamente a los muy estultos.
(a) Vitiosum est artem, aut scientiam, aut studium quidpiam vituperare propter eorum vitia, qui in eo studio sunt, veluti qui Rhetoricam vituperant propter alicujus Oratoris vituperandam vitam. Aut. Rhet. ad Heren. lib. 2. cap. 27.
(b)
Paul. ad Corinth. 6. vers. 9.
122 En último lugar coloco
yo el sofisma que consiste en la equivocación de las voces. Consiste
la equivocación en varias cosas que ya hemos insinuado; pero la más
común es cuando una voz significa cosas distintas; de modo, que el
silogismo tiene cuatro términos. El silogismo tiene cuatro términos,
cuando el medio tiene una significación en la mayor y diferente en
la menor, o cuando los términos de la conclusión no se toman en el
mismo sentido que en las premisas. Cuenta Aulo Gelio, que un Sofista
le propuso a Diógenes un silogismo de esta clase (a : Aul. Gell.
Noct. Attic. lib. 18. cap. 13. ) y que respondió concediendo las
premisas, y en llegando a la conclusión dijo, que la concedería si
mudaba los términos, y empezaba por él mismo. Decíale el Sofista:
Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y
dijo Diógenes, concederé todo el silogismo si me arguyes de esta
manera: Yo no soy lo que tú eres: tú eres hombre: luego yo no soy
hombre. También tiene cuatro términos este silogismo: Si diciendo
la verdad dices yo miento, mientes: cuando dices la verdad dices yo
miento: luego diciendo la verdad, mientes. Cicerón llamó a este
sofisma el Mentiroso, y lo es por la equivocación de las voces,
porque en la mayor las palabras yo miento, significan aquello sobre
que recae la mentira, y en la menor significan la misma proposición
que dice yo miento. Semejante a este es el sofisma que algunos
llamaron Crocodilo,
y tomó el nombre de esta fábula. Estaba una mujer junto a las
riberas del Nilo, y un Crocodilo
(Cocodrilo)
le hurtó un niño que llevaba. Rogábale la mujer que le volviese el
niño, y el Crocodilo dijo que se lo volvería con la condición de
que había de decir verdad. Admitió la mujer la condición, y dijo:
No me lo volverás. Acudió luego el Crocodilo diciendo, que sea
verdadero que sea falso lo que has dicho, no te vuelvo el niño.
Porque si es falso, no has cumplido la condición, y si es verdadero,
como lo he de volver, cuando solamente puedes haber dicho verdad, no
volviéndolo. La mujer replicó, que sea verdadero que sea falso lo
que he dicho, has de volverme el niño, porque si es verdadero, has
de cumplir la condición, y si es falso, me lo has de volver para que
lo sea. Los Filósofos antiguos fueron muy diestros en formar
semejantes sofismas. Cuenta Laercio, que Eubulides inventó siete
maneras de sofismas, que se llaman el mentiroso, oculto, electro,
encubierto, sorites, cornuto, y calvo, de los cuales hace mención
Cicerón en algunos lugares, y todos consisten en la equivocación de
las voces. Pero es de advertir, que semejantes sofismas no pueden
engañar sino a los muy estultos, y por eso los omitimos.