domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo IX. Del Método. FIN.

Capítulo IX.

Del Método.

123 Hasta aquí hemos mostrado el modo como procede el entendimiento para hallar la verdad, y los caminos por donde se va hacia el error, para evitarlos: resta ahora manifestar el buen orden que entre sí han de tener las verdades adquiridas. El buen Lógico deduce unas verdades de otras con el raciocinio, combina entre sí las que pertenecen a cosas distintas, y enlaza y ordena a un fin racional todo el complejo de verdades que ha alcanzado con el uso y la meditación. Esto es por lo que toca a su mismo entendimiento; pero muchas veces se ofrece comunicar a los demás las verdades que ha adquirido, y para hacerlo debidamente, es preciso ordenarlas con claridad, y enlazarlas con orden para evitar la confusión. Porque dado que en el entendimiento se hallen las verdades de la Geometría, de la Filosofía, y demás Ciencias, si estas no se disponen con orden y conexión causarán obscuridad. ¿Y qué diríamos si viésemos que hacia uno servir las verdades de una de estas Ciencias para otras, con quien no halláramos conexión? Importa, pues, ordenarlas y distribuirlas de modo, que esclarezcan al entendimiento, y le conduzcan a la consecución de aquellos fines racionales que se propone. Este orden, conexión, y enlazamiento con que el entendimiento dispone las verdades ya sea para alcanzar otras más importantes y obscuras, ya sea para comunicarlas a los demás, es lo que llamamos método; y es cosa muy cierta, que la falta de método que han tenido algunos Autores, ha sido causa de que ni ellos se han aventajado mucho en el descubrimiento de verdades importantes, ni han instruido a los demás debidamente con la publicación de ellas.

124 Vanamente disputan algunos si el método es operación del entendimiento distinta de las demás? Es cierto que el método pertenece al discurso, y con él enlaza el entendimiento las verdades de manera, que unas sirvan para deducir otras, lo cual se hace por legítimas consecuencias. Cuando se ha de probar una verdad con la vista de otras muy conexas, y cercanas con ella, fácilmente se hace con simple silogismo; pero si se requiere gran número de verdades, y que que pertenecen a cosas separadas para alcanzar alguna otra, entonces es preciso ordenar las primeras de modo, que entre ellas halle el entendimiento enlace y conexión, y al fin sirvan de prueba a la que se ha de descubrir, o manifestar. Otros dicen, que no hay necesidad de reglas para ordenar los pensamientos con método, cuando sabe el entendimiento evitar los errores de los sentidos, de la imaginación, y demás que hemos propuesto, y razonar de manera que evite los sofismas, porque sabiendo estas cosas, con sola la natural fuerza del ingenio, se ordenarán los pensamientos en el modo que sea necesario para descubrir alguna importante verdad.

125 No dudo yo, que el que sepa evitar los errores, y juzgar y razonar sanamente, necesita de pocas reglas para discurrir con método, si tiene ingenio claro y juicio atinado; pero como hay ingenios tardos, que alcanzan una verdad simple sin transcender a otras más compuestas, y hay entendimiento oscuros, que alcanzan una verdad de por sí sola, y no comprenden la conexión que debe haber entre muchas para esclarecer un asunto, por eso es preciso señalar las principales diferencias del método, y las reglas conducentes para ordenar entre sí debidamente los pensamientos.

126 El método en general se divide en sintético, y analítico: llámase sinthético aquel, con que el entendimiento procede de lo más simple a lo más compuesto; y analítico es aquel con que procede desde lo más compuesto a lo más simple. En el primero sube como por grados desde lo más sencillo hasta lo más arduo. En el segundo desciende desde lo más intrincado hasta lo más sencillo. Los que averiguan una genealogía empezando por los antepasados, y descienden hasta el que todavía vive, proceden con método sintético; y los que empiezan por el que vive, y acaban en los pasados, con método analítico. Los unos forman la cosa, los otros la deshacen. Los Químicos cuando deshacen la textura de los cuerpos para conocer la naturaleza de sus partes, proceden con método analítico. Los Geómetras, que de axiomas fáciles y simples pasan a descubrir verdades difíciles, usan del método sintético; y no hay duda ninguna, que uno y otro método conducen a descubrir la verdad, bien que con diferencia de modo, que hay cosas que no pueden averiguarse sino por el método analítico, y otras por el sintético. Los Escritores modernos de Lógica de ordinario prescriben muchas reglas para usar de estos métodos con acierto; mas para evitar la prolijidad basta saber, que todo método debe ser breve, seguro, y cumplido.
Es breve cuando no encierra cosas superfluas, y con poco aparato descubre la verdad: es seguro cuando procede con certeza en el modo de conseguirla; y es cumplido cuando llenamente muestra la manera de saberla. Por eso en faltando alguna de estas circunstancia, ya el método es defectuoso.

127 Para observar debidamente la brevedad, es necesario que se omitan las cosas que no conducen, y que separadas del asunto no harían falta. Por eso son intolerables en las conversaciones aquellos, que para referir un acontecimiento cuentan mil cosas que no conducen a descubrirlo, y quitadas de la narrativa, nadie dejaría de entenderlo. En los libros se usa mucho esto, y cada día vemos Autores que para referir una opinión suya, o ajena hacen mil preámbulos, y razonamientos que nada conducen. Los periodos muy largos, y los dichos sentenciosos son contra el buen método, porque los primeros distraen, los segundos confunden al entendimiento. Los paréntesis frecuentes son contra la brevedad que corresponde al buen método, y mucho más las digresiones (a), porque con todas estas cosas el entendimiento se distrae del asunto, ocupándose en cosas que no son especiales de él; y no hallando conexión entre las cosas que superfluamente se proponen, y las que se intentan probar, no queda persuadido (b).

(a) Etiam interjectione qua & Oratores, & Historici frequenter utuntur, ut medio sermone aliquem inserant sensum, impediri solet intellectus, nisi quod interponitur breve est. Quintil. lib. 8. Instit. Orat. cap. 2.
(b) Fit ut cum incidentes quaestiones, aliae quaestiones, & aliae rursus incidentibus incidentes pertractantur, atque solvuntur, in eam longitudinem ratiocinationis extendatur intentio, ut nisi memoria plurimum valeat, atque vigeat, ad caput unde agebatur, disputator redire non possit. S. August. de Doctr. Chr. lib. 4. cap. 20.

Fuera de esto con noticias impertinentes y fuera del caso se carga la memoria, y oprimida de la muchedumbre de cosas inútiles, no tiene presente las nociones principales. Este defecto es muy ordinario en los que emprenden obras muy largas. Galeno no supo evitarlo, y estoy cierto que en algunos capítulos y tratados pudieran quitarse muchas cosas sin hacer falta.
En Foresto, y Etmullero es comunísimo este vicio; y aún en Hoffman se hallan razonamientos muy inútiles y prefaciones molestas, que conducen muy poco, o nada al principal asunto. Entre los Filósofos de las Escuelas es comunísimo este defecto, como en los Letrados, y Comentadores, porque comúnmente emplean razonamientos inútiles, y nada conducentes al descubrimiento de lo que intentan manifestar. Los que usan de vanos adornos en los escritos, de lugares comunes, y sentencias vulgares, incurren en este defecto, porque dicen cosas que nadie ignora, y quitadas no harían falta. Así es suma necedad empezar un discurso diciendo: El tiempo es precioso, como dice Séneca; o de este modo: La verdad es buena, como dice S. Agustín, porque estas sentencias son tan comunes, que todos las saben. Si uno para probar la mortalidad humana dijera lo de Horacio: Pallida mors, &c. y para mostrar la poca constancia que los hombres tienen en las amistades, dijera lo que se atribuye a Catón: Donec eris felix &c. fuera cosa ridícula, porque estos son lugares comunes, o como suelen decir de N, que se pueden acomodar a todos los asuntos, y en ninguno hacen falta; y ordinariamente se descubre este vicio en los que afectan la erudición, y aunque sea vulgar la proponen en todos los casos que se les ofrecen.


128 El otro vicio que se comete en la brevedad consiste en omitir lo preciso: Brevis esse laboro, obscurus fio, dice Horacio (a). El principal designio del que ha de manifestar una cosa, debe ser ejecutarlo con claridad, para que pueda ser entendido. La claridad pide, que nada se omita de lo que pueda conducir a penetrar los asuntos, porque a veces la omisión de una pequeña circunstancia estorba averiguar una verdad importante., De suerte, que para que la brevedad sea bien ordenada se han de evitar dos excesos, es a saber, la superfluidad, y la concisión. Los Autores que escriben Compendios, muy pocas veces evitan la obscuridad, porque queriendo ser muy breves, son confusos. Pretender enseñar las Artes y Ciencias con compendios, es querer que se sepan sin los debidos fundamentos. Lo que Quintiliano (b) notó acerca de la brevedad de los estilos, y lo que reprehende en algunos antiguos es muy adaptable a muchos Escritores de compendios.
(a) Art. Poet. vers. 25.

(b) Profecto quidam brevitatis aemuli necessaria quoque orationi subtrabunt verba, & velut satis sit scire ipsos quae dicere velint, quantum ad alios pertineat, nihil putant; quinimo persuasit quidem jam multos ista persuasio, ut id jam demum eleganter, atque exquisite dictum putent, quod interpretandum, &c. Q. l. 4. Ins. Or. c. 2.

129 Para que el método sea seguro, es necesario que en el descubrimiento de la verdad se proceda con orden, empezando por las verdades claras, y sucesivamente procediendo como por grados hasta encontrar la que se busca. Este orden pide que no pase el entendimiento de una proposición a otra, sin haber probado bastantemente la primera, de suerte que esta ya bien establecida ,sirva de basa y fundamento a la otra, y así ha de procederse ordenadamente hasta la postrera. La razón de esto es porque el entendimiento llega a descubrir las verdades ocultas, si empieza a encontrar alguna conexión de lo que busca e ignora, con lo que ya sabe, y tiene establecido. Y notó muy bien Cicerón, que entre todas las cosas hay cierto orden y enlace, de modo, que del conocimiento de unas se llega al de otras (a). Por esto en los escritos jamás se ha de probar una cosa por otra que se ha de decir en adelante, porque hasta que llegue el lector a esta no podrá quedar convencido de la verdad de aquella; exceptuando sólo algún caso particular, en que puede ser preciso notar de paso to que con mayor extensión se ha de explicar después (b).

(a) Cicer. de Natur. Deor. lit. 4. cap. 4.

(b) Ordinis haec virtus erit, & Venus, aut ego fallor,
Ut jam nunc dicat, jam nunc debentia dici.

Pleraque differat, & praesens in tempus omittat. Hor. Art. Poet. v. 42.


Esta máxima se funda en la naturaleza universal, pues observamos que en las producciones, generaciones, y otras acciones semejantes, procede con orden desde lo más simple y más fácil hasta lo más compuesto y embarazado. Y tenemos también de esto claros ejemplos en el modo que usamos para aprender algunas Ciencias. Si uno quisiera saber lo más sublime de la Aritmética, sin entender primero las reglas más fáciles y simples, no podría conseguirlo; pero al contrario, si empieza este estudio comprendiendo las reglas de sumar, restar, multiplicar, y partir, que son las más simples, fácilmente llegará a entender las de proporción y arte combinatoria. Cartesio deseaba mucho la observancia de esta regla del método, y no puede negarse que en sus escritos resplandece generalmente un método admirable. El P. Mallebranche la observó tan estrechamente, que en su famosa obra de la Inquisición de la verdad, apenas se hallará un capítulo que pueda entenderse, sin entender primero los antecedentes. Boheraave (Boerhaave) entre los Médicos guardó un método rigurosísimo, y también Borello y Bellini, siendo preciso confesar, que el buen método es muy raro en los libros de Medicina.
Si todos estos célebres Escritores hubieran sido tan sólidos en la doctrina, como exactos en el método, fueran dignos de la estimación general de los sabios.
Para tratar llenamente un asunto es menester poner todo lo que de él convenga saberse, procurando juntar lo breve y seguro del método con la plenitud de la doctrina. Las definiciones, divisiones, raciocinios bien ordenados, y según las reglas que arriba hemos prescrito, hacen el complemento del buen método.

130 Dúdase si se ha de usar en todos los discursos, ya sean de palabra, ya por escrito, gobernados por la Lógica, del método geométrico, que es el de los Matemáticos, o del de las Escuelas. Cartesio trabajó mucho en introducir para todas las cosas el método geométrico. El P. Mallebranche trabajó en esto más que Cartesio, bien que siguiendo sus pisadas. La mayor parte de los modernos, como de tropel, así como se dejaron llevar del sistema Cartesiano, quisieron también imitar su método de escribir. El perjuicio que en esta generalidad han causado a las letras, lo conocen todos los que saben los verdaderos caminos de hallar la verdad; y si se hubieran contentado con esto fuera menos malo; mas el caso es, que han tratado con desprecio el método escolástico, tirando con toda suerte de invectivas a hacerle odioso para desterrarle del mundo. Los de las Escuelas, queriendo defenderse, han hablado también contra los modernos y su método, y unos y otros mantienen la porfía sin desistir de su partido. Lo que dicta la buena Lógica es, que uno y otro método deben entenderse y usarse, según fuese la materia que se trata, porque unos asuntos se compondrán muy bien con el método geométrico, y otros con el escolástico. El método geométrico pide definiciones, divisiones, axiomas, postulados, que se sientan como presupuestos y concedidos para establecer las proposiciones. Pero son muchísimos los puntos de las Ciencias, en los cuales no caben definiciones, divisiones, &c.
¿Cómo se ha de definir una cosa al principio de una cuestión, en que se disputan los predicados esenciales de ella? ¿Y cómo se ha de dividir aquello de quien no constan, y todavía se disputan las partes de que se compone?
No pueden sentarse axiomas que sean disputables, ni admitirse postulados de cosas que están en controversia. Pedro Daniel Huecio, Obispo de Avranches, ha probado esto contra el método geométrico al principio de sus Demonstraciones evangélicas.

131 He visto en libros de Física y también de Medicina establecerse sistemas vanísimos con definiciones, divisiones, axiomas, y postulados puramente arbitrarios. Ya se ve que si se le conceden a un Autor todos estos antecedentes en el modo que él se los figura, podrá de ellos deducir cuanto le sugiere su imaginación. Así que cualquiera que haya de instruirse en la Física por los libros que hoy la tratan matemáticamente, si no quiere ser engañado, debe examinar con particular atención estas cosas que ponen a los principios de los tratados, como fundamentos de lo que van a establecer. En la Metafísica, y en la Teología todavía es más difícil que en la Física el uso del método geométrico. En las cosas que se pueden verdaderamente demostrar, viene bien este método; pero como en la Física, Metafísica, Teología, y otras Artes son innumerables los asuntos que no se pueden llevar a perfecta demostración, por eso no conviene en ellas el método de los Geómetras.

132 Leibnitz, sin embargo de haber sido excelente Matemático, hablando de esto dice así: Es laudable querer aplicar el método de los Geómetras a las materias metafísicas; pero también es menester confesar, que hasta el presente raras veces ha salido bien; y el mismo Cartesio con toda su grandísima destreza, que no se le puede negar, en ninguna cosa ha tenido jamás menos desempeño, que cuando ha intentado hacer esto en una de sus respuestas a las objeciones (a). Todavía se explica Morhof, que trató esto de propósito, en términos más expresivos: Yo (dice) me maravillo cómo estos linces (habla de Mallebranche y otros modernos) con este su método, como con una vara divinatoria, no han penetrado los secretos de los antiguos, que nadie puede poner en duda, cuando los Filósofos de la antigüedad, gobernados por sus principios, que algunas veces se fundaban en analogismos y conjeturas, establecieron cosas tan prodigiosas, de las cuales aún hoy nos admiramos, y profesamos nuestra ignorancia, &c. (b)

(a) Leibnitz Oper. tom. I. pág. 505. edic. de Gineb. de 1768.
(b) Morhof. Polyhist. lib. 2. cap. 8. n. 7. tom. I. pág. 407.

Wolfio, sin embargo de que todos sus escritos filosóficos los dispuso con método geométrico, ya confiesa que no es necesario en toda suerte de verdades usar del método de los Geómetras con definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas, corolarios y escolios; porque dice que no son buenas las definiciones, proposiciones, axiomas, y postulados, porque se pongan con estos títulos al principio de los tratados, sino porque sean enteramente conformes a las reglas de la Lógica; añadiendo, que se engañan los que creen haber demostrado matemáticamente los asuntos que tratan, con tal que a cada uno hayan puesto competentes títulos de definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas y corolarios (a).

133 La Geometría procede con buen método cuando trata de su objeto; pero el trasladarla a otros asuntos puede hacerse pocas veces, como lo he mostrado en mi discurso del Mecanismo. El Abad de Condillac, cuyo examen del origen de los conocimientos humanos tiene algunas cosas que tomar, y muchas que dejar, como pienso mostrarlo por menor en otra obra, tratando del método dice así: Los Geómetras, que deben conocer las ventajas de la Análisis mejor que los otros Filósofos, dan muchas veces la preferencia a la Síntesis. Así, cuando dejan sus cálculos para entrar en averiguaciones de diferente naturaleza, no se halla en ellos la misma claridad, precisión, ni extensión de entendimiento. Nosotros tenemos cuatro Metafísicos célebres, Cartesio, Mallebranche, Leibnitz, y Lock. Sólo el último de estos no fue Geómetra; ¡pero cuán grande exceso lleva a los otros tres (b)!

(a) Wolf. §. 793. página 375 y siguient.
(b) Esai sur l‘ orig. de conoiss. humain. tom. 2. pág. 289.

134 En el método de las Escuelas conviene distinguir lo que es el método, y lo que son los asuntos que con él se manejan. Las cuestiones, y disputas escolásticas por lo común tratan de cosas de poca importancia, y muchas de ellas son vanísimas: el método es de suyo muy bueno, y muy a propósito para que la juventud se entere de los verdaderos puntos de la Filosofía. Este método consiste en usar de silogismos, y raciocinios atados unos con otros, para probar, o rechazar las cosas que se disputan. Todas las invectivas que los modernos han hecho contra este método, recaen sobre los defectos que en su uso se cometen; pero el método mismo no han podido impugnarle con solidez; porque ¿qué cosa hay más a propósito para examinar la verdad de una proposición, que el silogismo, como ya hemos mostrado? Y ¿qué manera ha de haber más segura y más breve para descubrir, si lo que otro defiende es verdadero, o falso, que los silogismos bien hechos, que a cualquiera le ponen en la necesidad de conocer la verdad, o falsedad de las proposiciones? Si los asuntos filosóficos fuesen todos demostrables, se pudiera excusar este método, bien que aún entonces podría servir para hacer más patente la evidencia; pero siendo los más de ellos opinables, y tales que todavía se busca la certeza, ¿quién puede dudar que los silogismos bien ordenados son el medio más a propósito que hay para descubrir toda la certidumbre, de que es capaz la materia que se disputa? No es nuevo este estilo, ni se empezó a conocer en las Escuelas en los siglos medios, como cree el común de los modernos, que no leen los antiguos originales. Los Griegos usaron del silogismo en los asuntos probables para sentar y rechazar lo que se les ofrecía, y a esta suerte de silogismos llamaron Epichiremata (a).
Las Escuelas lo tomaron de ellos, y lo introdujeron para disputar de cosas probables, que podían defenderse por ambas partes; y en los principios bien sabido es, que resultó de este método mucha utilidad, como se ve en los antiguos Escritores Santo Thomas y S. Buenaventura, que lo usaron con moderación: y si bien se mira, el verdadero método lógico es este, puesto que el fin principal de la Lógica es probar por el raciocinio. Yo estoy firme en el dictamen, que no conviene quitar de las Escuelas la forma silogística, sino arrancar los abusos y defectos que se han introducido en ella, porque estoy persuadido que ningún otro método es tan a propósito para la enseñanza de la juventud como este.
(a) Aristot. Topic. lib. I. cap. II. tom. I. pág. 222.

135 Dicen algunos, poco o nada versados en la forma silogística, que un discurso seguido sin argumentos silogísticos, enfadosos por la molesta repetición de probar la mayor, la menor, &c. es muy preferible al método escolástico, pues así se ve, como de un golpe, todo lo que se quiere probar y decir sin fatigar la atención del entendimiento. No hay duda, que en una arenga, en un concurso de gentes no versadas en las Escuelas ni en los silogismos, fuera cosa impropia y extravagante el silogizar para probar un asunto; pero en las Escuelas, donde sin cumplimiento ni ceremonias, bien que cortesmente y con policía, se trata de saber si es verdad, o no lo que se asegura, no sirven tales razonamientos. Hácense estos con estilo declamatorio: el que los pronuncia dice lo que quiere; asegurado de que no le han de contradecir: danse al discurso adornos, artificios y figuras, para captar a los oyentes: las pruebas con alguna verosimilitud que tengan son bien recibidas, porque todo junto conduce a excitar los ánimos a favor del que razona. De esto nace, que semejantes razonamientos por lo común prueban poco. Con el método de las Escuelas si uno establece una cosa vana, se le pone en el estrecho de que lo conozca y lo confiese, si no es pertinaz: a lo menos lo conoce todo el concurso, y no permite que el error triunfe de la verdad. Yo sé muy bien que muchos asuntos graves en diferentes lineas, que se reciben por esta suerte de razonamientos engañosos, se rechazarían, si hubiese quien, reduciéndolos a la forma silogística, manifestase su poca estabilidad. Los que están acostumbrados a semejantes discursos, rara vez en asuntos filosóficos llegan a descubrir bien la verdad: por el contrario los que están habituados a la forma silogística, aunque no usen de ella sino de razonamientos, descubren en la materia hasta lo más íntimo de ella.

136 Cuando no se quiere usar del método escolástico en todo su rigor, y se han de enseñar algunas verdades bien averiguadas, y otras que necesitan averiguarse, viene bien un método medio entre el geométrico y escolástico, ordenando la serie de proposiciones del modo más conveniente, ya sea analítico, ya sintético, para que de las cosas sabidas se pase a las que no se saben, de las simples a las compuestas, al modo de los Geómetras, y proponiendo los argumentos en contrario, como hacen las Escuelas, con el nombre de Objeciones, para que satisfechas estas se quiten los estorbos a la manifestación de la verdad. Suelen los asuntos componerse de muchas verdades, que juntas sirven para prueba irresistible de una conclusión. Si se miran las pruebas sólo por un lado, aunque parezcan ciertas y buenas, pueden engañar por haber otras cosas que las contradicen; y no pudiendo haber una verdad contraria de otra, por eso es preciso satisfacer las objeciones, y examinar de este modo el asunto por todos sus lados. De esta manera se asegura el entendimiento por los argumentos que sientan la verdad, y porque llega a entender que no hay cosa en contrario que la pueda destruir. Los que en materias opinables usan del método matemático sin proponerse las objeciones, no prueban bien sus asuntos, porque lo que dan por bien probado puede ser destruido por objeciones de gran peso. Así que no hay que fiarse mucho de la Filosofía de Wolfio, y el Genuense, que quieren dar por demostrado lo que no lo es, y a veces ni lo puede ser.

137 De este método se han valido con acierto algunos Escolásticos doctísimos, como es notorio a los que están versados en la lectura de esta suerte de Filósofos. Mas siempre convendrá mantener en las Escuelas la forma silogística para probar y rechazar lo que sea necesario, quitándose todos los abusos que en ella se han introducido, para que estando bien limada, pueda ilustrar el entendimiento de los jóvenes, y hacer que en ellos se arraigue la verdad, y se conozca el error para evitarle. Si en el uso de este método se quitan las porfías y acaloramientos, la confusión con que se interrumpen hablando todos a un tiempo, el demasiado ahínco en las altercaciones, la ostentación y vanidad con que se desprecian unos a otros, la satisfacción arrogante y decisiva con que cada uno asegura la opinión de su partido, los odios, burlas y desprecios con que se miran los de opiniones opuestas, y en lugar de estas cosas se arguye con modestia, con templanza, con ánimo de sujetarse el que entiende menos al que sabe más, y con verdadera intención de alcanzar la verdad, e ilustrar el entendimiento, ciertamente el método silogístico será el más proporcionado para enseñar a la juventud las Artes y Ciencias. El que haya frecuentado las Escuelas, fácilmente echará de ver que estos defectos son personales; esto es, de las personas que disputan; pero no del método; y si por ellos se hubiera este de abandonar, fuera menester arrancar todas las viñas por los defectos de los beodos. Los ejercicios literarios de argüir y responder con forma silogística, según se usa en las Escuelas, son admirables para arraigar en el entendimiento las ciencias, y hacer que permanezcan. El probar la mayor de un silogismo, o la menor con otro silogismo, es preciso hasta que se llegue a conocer la buena, o mala constitución de la doctrina que se intenta introducir.

138 En un libro se pueden resumir muchas proposiciones en una, poniendo la prueba de manera que las incluya a todas; pero esto con la viva voz no se puede hacer, porque se distrae mucho el entendimiento, y se le escapa la vista de lo principal. El estilo que se guarda en muchas partes de hacer una
licion de puntos, y responder a dos argumentos es muy bueno, porque la lección es un razonamiento seguido con que el candidato manifiesta que está instruido en la materia; pero los engaños y apariencias, que, como dijimos, suele haber en tales razonamientos seguidos, se descubren con los argumentos que hacen los contrarios, y con el modo de responder y satisfacer a ellos; y fuera conveniente que en todas las Escuelas se introdujese la loable costumbre de la de Valencia, donde el respondiente, concluido el argumento del contrario, le resume y le satisface solo, y de espacio, para que el concurso conozca que ha entendido la dificultad, que se ha hecho cargo de ella, y se vea, si la solución, o satisfacción que da, es cumplida, puesto que en la seguida del argumento no se puede esto conocer con tanta claridad. El leer con el papel en la mano la disertación, o discurso que uno ha trabajado sobre los puntos que se le dieron, arguye muy poco saber y amor al descanso, porque no hay cosa más fácil en cualquier asunto con mediana instrucción, que componer un discurso que parezca lo que no es, y leerle sin trabajo ninguno: por el contrario para decirlo de memoria es menester estar muy radicado en la materia, tener prontas las especies, y estar expedito en el uso de las pruebas y argumentos, las cuales cosas son necesarias en los que han de ser Maestros de la juventud. Dicen que este estilo más es prueba de memoria, que de saber, y que se han visto hombres muy sabios, que por falta de la memoria se han perdido, o parado en las lecciones de puntos. Yo no puedo creer que a los verdaderos sabios les suceda esto, porque estos no se atan a la letra de la lección estudiada, y les sucede lo que dice Horacio:

. Cui lecta potenter erit res,

Nec facundia deseret hunc, nec lucidus ordo (a).

A los falsos sabios, que son los más, sí que les sucede alguna vez. Mas si falta a alguno la memoria, aunque sea sabio, no es bueno para Maestro, porque sin buena memoria, que suministre prontas las especies, ninguno será a propósito para enseñar a los demás con la viva voz.

139 Aunque es verdad, que los que no cursan las Escuelas y quieren pasar por sabios, aborrecen la forma silogística, hablando mal de lo que no conocen; con todo, el que sepa la fuerza del silogismo para descubrir la verdad, o falsedad de las proposiciones, según lo he mostrado tratando del raciocinio, no debe hacer caso de tales desprecios, estando asegurado, que entre los modernos bien instruidos, los que hablan con candor, están a favor de este método para las Escuelas. Dupin en su método de estudiar la Teología, tratando de este punto, y haciéndose cargo de lo que dicen los modernos, escribe así: Es menester confesar que las disputas y respuestas públicas, según el método escolástico, son de grande utilidad, así para ejercitar el entendimiento haciéndole exacto, como para proponer y resolver en pocas palabras las dificultades con limpieza y precisión, sin que se pueda nadie escapar, porque se ve obligado a concluir y probar directamente la proposición negada, o de impugnar la distinción hasta que se haya apurado la dificultad, &c (b).
Del mismo sentir es el P. Mabillon en sus Estudios Monásticos, después de haber examinado la materia de propósito, y del modo que podía hacerlo un hombre de los más doctos de nuestros tiempos (c).

(a) Art. Poet. vers. 40.
(b) Dupin. Method. pour etudier la Theologie, chap. 25. pág. 274.

(c) Mab. de Stud. Mon. c. 10. p. 168.

El Marqués de Sant-Aubin, aunque rechazó con expresiones fuertes la Lógica de las Escuelas, habla de la forma silogística en estos términos: Sin embargo del desprecio que el vulgo de los modernos hace hoy de las reglas de los silogismos, es preciso confesar que enseñan los medios infalibles de resistir al error de las conclusiones, y que la forma silogística, bárbara solamente en la apariencia, es en el fondo muy ingeniosa, &c. (a).
Nuestro Luis Vives, que reprendió tanto los abusos de la Dialéctica de las Escuelas, nunca impugnó la forma silogística, sino los defectos personales de los que la ejercitan. El aprecio que de los silogismos han hecho Wolfio, y Heineccio lo hemos manifestado tratando del raciocinio, donde hemos puesto algunas pruebas a favor del estilo escolástico, las cuales conviene juntar con las que aquí proponemos.

140 Es verdad que Lock no gusta de este método; pero también lo es que sus impugnaciones son comunes, y que forzado de la verdad puso estas palabras:
A la verdad los silogismos pueden servir algunas veces para descubrir una falsedad ocultada con el esplendor brillante de una figura de Retórica, y de intento encubierta con un periodo armonioso que hinche agradablemente el oído: pueden, vuelvo a decir, aprovechar para que un razonamiento absurdo se manifieste con su deformidad natural, desposeyéndole del falso celaje con que está cubierto, y de la agradable expresión que al pronto engaña el entendimiento:::: yo convengo, que los que han estudiado las reglas del silogismo hasta alcanzar con la razón, por qué en tres proposiciones enlazadas entre sí con cierta forma, la conclusión ha de ser ciertamente justa; y por qué no lo ha de ser con certeza en otra forma: convengo, vuelvo a decir, que estas gentes están aseguradas de la conclusión que deducen de las premisas, según los modos y figuras, que se han establecido en las Escuelas (b).

(a) Sant-Aubin traitè de l‘ opinion, tom. 2. pág. 6.

(b) Lock Esai del entendem. lib. 4. chap. 17. §. 4. pág. 559.

Dignas son de ponerse aquí las palabras de Facciolato, escritor inteligente y primoroso: Por Dios y por los hombres os ruego (habla con los jóvenes que han de estudiar la Lógica) no os dejéis engañar, ni permitáis se os metan por fuerza ciertos libritos escritos con agudeza y elegancia, de quienes se dice que son de socorro al entendimiento humano, y que enseñan el Arte de pensar. Apenas comprehenden pocas cosas que pertenezcan a formar un Lógico; y los que en estos años se han entregado a ellos, a primera vista ha parecido que son grandes indagadores, y jueces de la verdad; pero cuando se ha venido a las manos y a la pelea, y ha sido preciso disputar bien, entonces se ha descubierto qué tales eran. De este modo los ejercicios públicos de los Estudiantes, que se practican por la costumbre
y instituto de nuestros mayores, quitada la contienda, se han convertido en ciertas lecturas::: Hoy confiesan todos los que en esto pueden tener voto, que la Física de cada día se perfecciona con nuevas observaciones, y que la Lógica fue llevada por Aristóteles, el mayor ingenio de los mortales, a su última perfección. Mientras durará el mundo y se honrarán las letras, saldrán al público Escritores que estas mismas cosas las dirán de otra manera, acomodándolas a los oídos de su siglo; pero si alguno quisiese introducir en las Escuelas diferente arte de raciocinar y de disputar, acaso podrá engañarlas con la novedad, mas no ha de poder lograr que dure mucho. Este es el camino más llano de averiguar la verdad, aprobado no con la opinión de pocos hombres, sino con el juicio de toda la antigüedad, y allanado con el uso de mucho tiempo. Seguidle y os llevará derechamente, con el deseo de aprovechar, a Ia Filosofía, es decir, a todo conocimiento de las cosas mejores (a).

(a) Facciolat. Paraenesis logicae artia studios, pág. 211.

FIN
DE LA LÓGICA.

Capítulo VIII. De los Sofismas.

Capítulo VIII.

De los Sofismas.

104 Antiguamente llamaron Sofistas a los Sabios (sophos: sabiduría, saber, en griego): y viendo Sócrates que en su tiempo había muchos que no tenían más que una sabiduría aparente, y que procuraban engañar a los ignorantes con argumentillos caprichosos y con sofisterías, empezó a dar a los falsos sabios el nombre de Sofistas. Lo mismo hicieron Platón, y Aristóteles, y ambos los rechazaron con eficacia, porque Platón describió los engaños de los Sofistas, y Aristóteles manifestó admirablemente todos los caminos de que se aprovechaban para formar sus sofismas; de suerte, que este Filósofo trató con perfección este asunto. Ojalá le leyesen los que se precian de Sectarios suyos.

105 Los Romanos a imitación de los Griegos llamaron Sofistas a los que se aprovechaban de argucias, o vanos argumentos. Es, pues el sofisma un raciocinio que nada concluye, y tiene apariencia superficial de concluir.
Hay algunos sofismas tan claros y tan fáciles de conocer, que el más rudo los desecha por engañosos. La sola Lógica natural basta para conocerlos, y cualquiera en oyéndolos, comprende que el tal razonamiento no concluye, aunque no sepa la razón. Por eso los omitiré, proponiendo solamente aquellas fuentes generales de donde nacen muchos sofismas que cada día observamos, así en las disputas, como en los libros, amonestando a los jóvenes que vean en Aristóteles sus trece fuentes de los argumentos sofísticos, que ciertamente les servirá mucho para la cumplida inteligencia de este asunto.
En primer lugar puede colocarse aquel sofisma con que se prueba otra cosa de lo que se disputa. Llamóle Aristóteles ignoratio Elenchi. Elencho
(elenco) es el silogismo con que se intenta probar lo contrario de lo que se ha establecido, como hacen en las Escuelas los que impugnan las conclusiones que otro defiende. Si el elenco se forma con manifiesto engaño, ya consista este en las voces, ya en las cosas, es elenco sofístico; y todos los sofismas los reduce Aristóteles a este, porque todos consisten en la mala formación del silogismo; pues en todos sucede que haya apariencia de raciocinio, no habiéndolo en la realidad. Por eso el que entienda bien las reglas que hemos propuesto, tratando de la formación de los silogismos, sabrá los fundamentos con que ha de desenredar todos los sofismas, mayormente si descendiendo a lo particular advierte las varias maneras capciosas, y engañadoras que hay de silogizar, ya por el mal uso de las palabras, ya por la mala inteligencia, y aplicación de las cosas. No sólo en las Escuelas domina mucho el uso de los sofismas en los actos literarios, por el dolo, mala fé, y poco amor a la verdad, sino también en las conversaciones y discursos Académicos, cuando los dicta el interés y la pasión de algún sistema. También se usa este sofisma en el trato común.

106 Unas veces disputa Ticio con mucho calor, y hace mil exageraciones para probar lo que no se le niega, y es que por tener acalorada la fantasía, no atiende lo que su contrario dice. Otras veces con malicia, y de intento deja de probar lo que le toca, ya porque no se halla con bastantes razones, o porque se ha introducido en una cuestión, que no sabe, y no quiere confesar su ignorancia. Aquí es de advertir, que hay algunos que con mala fé atribuyen en las disputas a su contrario ciertas cosas, que este ni las ha imaginado; y otras veces le atribuyen ciertas proposiciones, que piensan deducirse de la doctrina que el contrario enseña, aunque en la realidad este las niega, y no ha tenido él ánimo jamás de admitirlas; y esto lo hacen para triunfar del enemigo entre la gente ruda, que no alcanza estos artificios. En los impugnadores de los libros es comunísimo este modo de sofisticar, y cada día vemos atribuirse a un Autor lo que no ha dicho, y otras mil cosas, que no son de la disputa.
Así lo hizo Juan Clerico en muchas impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la Disertación de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la edición de Amsterdam de 1722.

107 Su intento es mostrar las falacias, y sofismas que usan los hombres para volver odioso a su contrario, para que siendo mirado con odio, nadie reciba su doctrina. Pone diez y seis lugares, o modos con que puede uno hacer odioso a otro, y en cada uno de ellos toma por objeto a S. Gerónimo, queriendo mostrar que lo que este Santo Doctor escribió contra los herejes, especialmente contra Vigilancio, no tenía solidez ninguna, sino sólo artificios, depravada fé, y malas artes para volver odioso a Vigilancio. Estoy admirado, que siendo tan públicos hoy estos libros, nuestros Teólogos embebecidos con las disputas con que se impugnan unos a otros, siendo todos Católicos, dejen sin respuesta a este y otros Escritores audaces, que sin respeto ninguno a los varones más santos y más doctos tiran a volverlos despreciables y desautorizados, mayormente extendiendo Clerico esta calumnia en el principio de su Disertación a todos los Teólogos. Es verdad, que Amort (a) en su Filosofía Polingana resiste a Clerico, pero es de paso, y convenía que se hiciese en más forma. Lo cierto es, que los diez y seis lugares con que quiere Clerico infamar a S. Gerónimo, pretendiendo que este se valió de ellos para volver odioso a Vigilancio, con grande arte los pone en obra para hacer odioso a este Santo Doctor. Sabemos muy bien que
S. Gerónimo era activo y ardiente cuando impugnaba a los herejes; pero el zelo, no el dolo, era el que encendía su fuego, como lo ha mostrado muy bien Dupin en su obra de Veritate.

108 El que sepa los motivos de la contienda entre S. Gerónimo y Vigilancio, y lea la Disertación de Clerico, verá que este crítico moderno no entra en ella, ni pone argumentos para probar que Vigilancio tuviese razón, y no S. Gerónimo: lo que hace es entresacar las palabras ardientes con que el Santo Doctor, celosísimo por la doctrina de la Iglesia, rechazaba los errores de Vigilancio, y interpretar estas palabras maliciosamente, como que tiraban a volver odioso a Vigilancio.
Si Clerico pudiera tener argumentos sólidos para mostrar insuficiencia y poca solidez en los argumentos de S. Gerónimo, tuviera más disculpa de interpretar entonces las expresiones fuertes a deseo de oprimir al contrario, haciéndole odioso; pero si Clerico esto no lo ha hecho ni lo pudo hacer, ¿no es claro que son artes suyas para desautorizar al Santo Doctor todo cuanto dice contra él?
No sólo con S. Gerónimo hizo esto, sino también con S. Agustín, a quien impugnó disfrazándose con el nombre de Pherepono, y hablando de este santísimo y sapientísimo Doctor, y de su alto y profundo saber, como pudiera hablar de un niño que va a la Escuela.

(a) Amort Philosoph. P*lling. pág. 577. edic. de
Auxgbourg. año 1730.

Cuando la obra de Muratori de Ingeniorum moderatione in Religionis negotio, que hemos citado otras veces, no tuviese otro mérito, que haberse escrito de propósito para vindicar a S. Agustín de las calumnias y falsedades con que le trata el fingido Pherepono, era digna con eso sólo de que la leyesen todos los eruditos. Clerico no era Teólogo: todo su estudio le puso en la Filosofía, porque como hereje Sociniano decía, que no ha de haber otra Teología que la que dicta la razón, que es el error dominante de estos sectarios; y como defendía los mismos errores de Vigilancio, por favorecerse a sí mismo, con capa de Vigilancio maltrató a S. Gerónimo. Estas artes de los sectarios no son nuevas: son tan antiguas como sus errores, y se hallan bien descubiertas y explicadas en el erudito libro: el Soldado Católico de Fr. Gerónimo Gracián.

109 En segundo lugar puede colocarse aquel sofisma, que llamó Aristóteles petición de principio, y se comete cuando se trae por prueba lo mismo que se disputa. Ya se ve que la prueba de una cosa debe ser más clara que la misma cosa; con que es contra la buena razón intentar persuadir un asunto, aprovechándose del asunto mismo para probarlo. Los círculos viciosos se reducen a este sofisma de petición de principio; como si uno dijera que Dios existe porque hay una causa que lo gobierna todo con providencia, y añadiese, que hay una causa que gobierna las cosas con providencia, porque hay Dios, este cometería sofisma de petición de principio y círculo vicioso. A la misma especie de sofisma pueden reducirse todos los argumentos que prueban una cosa oscura por otra oscurísima.

110. El Autor del Arte de pensar en la explicación de este sofisma dice: que Galileo culpa a Aristóteles con razón por haber caído en esta falacia, queriendo probar que la tierra está en el centro del mundo con este argumento: las cosas pesadas van al centro del mundo, y las ligeras se apartan: luego el centro de la tierra es el mismo que el centro del mundo (a : Arte de penser 3. part. chap. 19. pág. 359. ).
La petición de principio consiste en que, concediendo estos Autores que las cosas pesadas caen al centro de la tierra, no podía Aristóteles saber que caen al centro del mundo, sino suponiendo que el centro del mundo es el de la tierra, y esto es la cuestión. Mas en Aristóteles no hay tal argumento, sino en sus Comentadores. Queriendo probar Aristóteles, que hay un medio, o centro del mundo, y que a él van las cosas pesadas, y de él se apartan las ligeras, usa de varios argumentos sacados de la constitución del universo: de la situación de los astros, y a estos añade los movimientos de los cuerpos graves y leves, como que unos se acercan, y otros se apartan de aquel centro, añadiendo que los cuerpos graves van al centro de la tierra por accidente, porque coincide este centro con el del universo, al cual caminan por su propia naturaleza (a).
Tratando en otra parte de la
gravedad (Newton murió en 1727, Andrés Piquer publica esta tercera edición en 1781) y levedad de los cuerpos, prueba el medio, o centro que hemos dicho, y después pone estas palabras: Si es que caen al medio de la tierra, o del universo, siendo uno mismo el de los dos, pide otra averiguación (b). Todavía extendió más esta duda en el libro Il. de Coelo, donde trata lo mismo; y por estos lugares se echa de ver, que no intentó probar Aristóteles que los cuerpos graves caían al centro del mundo, porque cayesen al centro de la tierra, sino por otros argumentos, con lo cual no cometía petición de principio. Antonio Vernei, sin hacer aquí otra cosa que copiar las palabras del Arte de pensar, culpa a Aristóteles del mismo modo, y con los mismos fundamentos. Así lo hace este Escritor muchas veces sin consultar los originales (c).


111 En tercer lugar coloco yo los sofismas, en que se da por causa de una cosa lo que no es causa, y en general se cometen de dos maneras. Unas veces por ignorancia de las verdaderas causas de las cosas, porque se presentan muchos efectos y las causas están ocultas, y el entendimiento lo atribuye a las veces a lo que se le antoja. En mis escritos de medicina he mostrado que este sofisma se comete frecuentemente en las anatomías de los cadáveres, cuando estas se hacen para examinar las causas de la muerte.

(a) Arist. lib. 2. de Coelo, cap. 14,
(b) Arist. lib. 4. de Coelo, cap. 4.

(c) Vernei de Re logica, lib. 5. cap. 8. pág. 222.

Las más veces viene esta por una causa de suma sutileza y actividad, la cual vuela con la vida. Entonces sólo se ven en los cadáveres el destrozo y ruina que aquella causa ha producido, induciendo la muerte: por donde lo que con tales anatomías se descubre por lo común son los efectos, no las causas de la extinción. Esto lo confiesan llanamente los Profesores Médicos de buenas luces. Engaños de esta clase en que se toman los efectos por causas de las cosas son comunísimos en la Física, porque los efectos se ven, las causas suelen estar ocultas, y los hombres se paran fácilmente en lo que se presenta a sus sentidos, y con trabajo se detienen en lo que conviene a la razón. En la política y en el trato civil se comete este sofisma todos los días, dándose por causas de los sucesos, las que distan mucho de serlo, fingiéndoselas cada cual a su albedrío. Cuando dijo Virgilio, que es feliz el que puede discernir las causas de las cosas, no habló sólo de las físicas, sino también de las civiles, morales, &c. (a)
(a) Felix qui potuit rerum cognoscere causas. Virg. Georg. lib. 2. v. 450.
112 Otras veces se comete este sofisma por soberbia y precipitación, porque muy raras veces quieren los hombres confesar que ignoran una cosa, y esto los precipita a señalar ciertas causas de algunos efectos antes de examinarlas, y tal vez sin advertencia ninguna. En el trato civil cada día se comete este sofisma, y ocasiona mil sospechas y riñas, porque dan unos por causa de lo que observan en otros, aquello que no lo es, y está muy distante de serlo. De ordinario no se detienen los hombres en averiguar la cosa por todas sus partes, ni todos tienen el ingenio necesario para conseguirlo; y como pocos aman el trabajo, y cuesta examinar de raíz las cosas, por eso luego se precipitan, y dicen, que la palabrilla que fulano ha dicho, o la acción que
citano ha hecho, quieren decir esto, o estotro, lo cual ni tan solamente imaginaron aquellos, de lo que se siguen mil vanas sospechas.

113 A esta especie de sofisma se reducen las cosas maravillosas, que los
Astrólogos atribuyen a los Astros. Yo no soy de aquellos que les niegan toda influencia, antes por el contrario creo que tienen algún poder sobre los elementos, y que a lo menos de esta manera pueden influir en nuestros cuerpos; por donde no puedo conformarme con la universalidad con que el P. Feyjoó, siguiendo a Gasendo, desecha toda la fuerza de los Astros sobre los hombres. En la Medicina cada día tenemos motivos de conocer esta fuerza en tantas y tan varias epidemias, como se observan en varios años; y por eso en mis libros Médicos la he procurado establecer, como que su conocimiento es importantísimo para curar las enfermedades. El célebre Inglés Mead ha compuesto un tratado de imperio Solis & Lunae, donde convence este asunto con admirables pruebas. Mas aunque esto sea así, creo que se han excedido los Astrólogos, extendiendo demasiado la fuerza de los Astros, y sacando de ella predicciones muchas veces arbitrarias
(
Nota del editor: habéis leído hoy vuestro Zodiaco?).
Entiendo que en esto es menester observar el
Ne quid nimis de Terencio.

114 A esta especie de sofisma puede también reducirse el común modo con que el vulgo señala las causas de algunos efectos; es a saber: Esto ha venido después destotro, pues esto es la causa de aquello. En los juicios que se hacen sobre las curaciones de grandes achaques, se cometen infinitos sofismas, atribuyéndolas a causas que no han tenido conexión, ni dependencia ninguna con el efecto. Se ha perdido una batalla, el General tiene la culpa, es sofisma de esta especie, porque pueden concurrir otras mil cosas, que pueden ser causa de haberse perdido la batalla, aunque el General haya aplicado de su parte cuanto pudiera conducir para ganarla. Del mismo modo se pierde un Discípulo, que estaba a cargo de tal Maestro, y luego dicen: El Maestro no ha cuidado, y él es la causa de la perdición del Discípulo.
Muchas veces esto es sofisma, porque aunque el Maestro haya puesto por su parte todo el cuidado, y aplicación necesaria para el buen gobierno del Discípulo, puede la mala inclinación de este, o las malas compañías, u otras cosas, que a veces los Maestros no pueden
estorbar, haberle precipitado. En fin este sofisma se halla algunas veces en los Predicadores, cuando dan por causa de un suceso una cosa que ellos se fingen a su albedrío (a).

(a) Sola scripturarum ars est, quam sibi passim omnet vendicant, & cum aures populi, sermone composito mulserint; haec legem Dei putant, nec scire dignantur quid Prophetae, quid Apostoli senserint, sed ad sensum suum incongrua aptant testimonia: quasi grande sit, & non vitiosissimum dicendi genus depravare sententias, & ad voluntatem suam scripturam trabere repugnantem. Hieron. in Prolog. Galeat.

Por ejemplo: Pregunta un Orador, por qué la zarza de Moyses (Moisés) ardía, y no se consumía? Y después de varias razones dice, que la causa es por...... y señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa. De este modo se atribuyen algunos efectos a determinadas causas, y no hay otro motivo para hacerlo, que el capricho del que lo hace. Dije que señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa, porque la causa de semejantes efectos, en el modo que algunas veces la señala el Orador, es oculta, y la Iglesia no la ha declarado, ni los SS. Padres la han propuesto, sino que el Orador se la finge, y acomoda como le parece; y por esta especie de sofisma señala causas arbitrarias a los sucesos referidos en las sagradas Escrituras, y no los puede persuadir a los hombres de juicio, porque le faltan pruebas sólidas con que poderlas fundar.
El P. Vieyra ya conoció esto, y reprehendió eficazmente a los Predicadores que hacen decir a las sagradas Escrituras lo que ellos se imaginan, y tal vez fingen;
y aún prueba con argumentos concluyentes, que en esto cada día faltan a su verdadero instituto. Encargo mucho que se lea sobre esto un Sermón de la Sexagésima, donde, ya desengañado, trató de desterrar del Púlpito los vanos conceptos e interpretaciones arbitrarias de las sagradas Letras. En la Carta Pastoral que el Obispo de Barcelona D. Joseph Climent ha puesto al principio de la versión castellana de la Retórica del P. Fr. Luis de Granada, se impugnan estos y otros semejantes estilos de los Oradores Cristianos, con mucha eficacia y con gran conocimiento de la verdadera elocuencia del Púlpito.

115 Los Gentiles usaron de este sofisma para calumniar la Religión de
Jesu-Christo en sus primeros principios, y decían: cuando la Religión Christiana ha empezado a esparcirse, muchas calamidades han oprimido al Imperio Romano: luego la Religión Christiana ha sido la causa de ellas. No puede haber sofisma más falaz, porque siendo clarísimas las causas de la decadencia del Imperio de Roma, y no habiéndolas disimulado algunos de sus historiadores, era necedad buscar por causa de aquellas calamidades a la Religión Christiana. Digno es de leerse sobre esto Tertuliano en su Apología, cuya obra ya hemos dicho es merecedora de alabanza; y es bien sabido, que S. Agustín escribió los libros de la Ciudad de Dios, con el ánimo de rechazar semejantes sofisterías de los Gentiles.

116 En cuarto lugar puede colocarse el sofisma con que se pronuncia de las cosas absolutamente, debiéndose hacer con ciertas limitaciones; y cometemos este sofisma en aquel modo de razonar, con que concluimos que una cosa es de cierta manera que nosotros nos imaginamos, pudiendo ser de muy distintos modos: llámase en las Escuelas a dicto simpliciter ad dictum secundum quid. Caen en este sofisma con mucha facilidad los semisabios, o los sabios aparentes: porque de ordinario suelen estos estar muy satisfechos con su ciencia, y según ella juzgan de todas las cosas sin dudar de ninguna.
Propónese a uno de estos tales averiguar, por ejemplo, de qué modo se hace la lluvia, o de qué manera se mueve un Cometa, u otra cualquiera semejante duda, y de repente resuelve que es de esta manera y que no puede ser de otra, y es porque él no alcanza otro modo de ser en aquellas cosas, aunque en la realidad puedan hacerse de diversas maneras. También cometen este sofisma los que hacen juicio de las cosas que suceden en Lugares apartados, o en Lugares donde no tienen comunicación, aunque estén cercanos, y para juzgar no tienen otros fundamentos que muy pocas noticias de los hechos sobre que juzgan, o no saben ni alcanzan sino algunas razones del hecho; pudiendo haberse gobernado los que le ejecutan por otras distintas. Por eso cada día vemos muchos que se quejan de los Jueces que han determinado esto, o estotro, sin numerar perfectamente los motivos que ellos se propusieron: y no faltan políticos sofistas que con ligeras noticias quieren juzgar de los negocios más secretos del Gobierno, señalando por razones de los acontecimientos las que tal vez no las imaginaron los que gobiernan.

117 Los malos Críticos caen frecuentemente en este sofisma cuando explican el sentido de algún Autor de la antigüedad, y cada uno quiere que la mente del Autor sea la que a él se le antoja, porque no alcanza que pudo haber sido muy distinta. Este sofisma tiene atrasada la Medicina en su parte Farmacéutica, porque se tienen por virtudes de los remedios las que no lo son: toda Medicina ha de graduarse de tal, o tal virtud con relación al cuerpo humano: con que pronunciando los Botánicos y Farmacéuticos absolutamente, como suelen hacerlo, salen falaces sus aseveraciones. Algunos reducen a esta especie de sofisma la inducción defectuosa. Llámase argumento de inducción aquel con que de muchos particulares se saca una conclusión universal.
Por ejemplo: Los hombres de la Europa hablan, también los de Asia, asimismo los del África, como también los de la América: luego todos los hombres del mundo hablan. Se hace defectuosa la inducción cuando no comprende todos los miembros; y los hombres suelen sacar conclusiones universales antes de haber examinado perfectamente todos los particulares, cuyo defecto cometen los que se apresuran en juzgar de las cosas difíciles. Mas todo lo que toca a las inducciones defectuosas se entiende muy bien con lo que hemos dicho, tratando del raciocinio.

118 Este sofisma domina en los principales escritos de Mr. Roseaux: mira las cosas sólo por un lado, y sin contar con los demás habla del todo por lo que se ve en una sola parte. En las cosas humanas nada hay que sea enteramente perfecto: aun en las más bien fundadas se mezclan defectos, e imperfecciones. Lo que hace Roseaux es tomar la parte defectuosa para sacar por ella el todo imperfecto, o despreciable. Cuando trata de la desigualdad de los hombres pinta al hombre por lo sensitivo y animal, faltando poco para hacerle una bestia: entonces no se mira la racional, porque esto estorbaría la prueba. Cuando se ha de probar la religión natural, el hombre todo es razón, no hay cosa que no se alcance por ella: la Filosofía es el fundamento de todo: lo brutal, lo sensitivo, y lo flaco no tiene aquí lugar, porque esto no le hace, antes se opone a su designio. Si se propone el entusiasmo de que las Ciencias son perjudiciales a las costumbres, se habla sólo de los abusos que se mezclan en ellas: el cultivo del entendimiento, su influencia en la voluntad, la perfección del juicio, el conocimiento del hombre para dominar sus pasiones, y otras mil cosas que el estudio bien ordenado de las Artes científicas acarrea, se dejan porque estorban la prueba del entusiasmo. Lo mismo sucede con las alabanzas de los Cómicos, y con los vituperios de las Imprentas; pues en todas estas cosas para singularizarse toma solo la parte flaca, omite el principal punto, y así por un sofisma de imperfecta enumeración engaña a los falsos sabios. ¿Quién duda que cuando atribuye a las letras la decadencia de los Imperios y el aumento del lujo, comete el sofisma non causae, ut causae? Así discurre casi siempre un hombre que afecta ser Filósofo a la manera de los Griegos, y lo ha logrado, porque en la religión, viajes, escritos, y doctrina es un retrato de ellos, o por decirlo mejor, un compendio de sus extravagancias y desvíos.

119 Síguese el sofisma que llaman en las Escuelas falacia de accidente, y se comete cuando se atribuye a una cosa absolutamente y sin restricción alguna, aquello que sólo le conviene por accidente. En la Medicina se comete este sofisma con frecuencia, porque acontece, que después de un medicamento muy saludable, se empeora el enfermo, y muchos ya aborrecen aquel remedio.
Por ejemplo: El láudano es medicamento utilísimo y muy seguro cuando
le propina un Médico juicioso; no obstante se da muchas veces sin fruto, y en alguna ocasión después de haberle tomado se agrava la enfermedad. No hay que dudar que el agravarse el mal nace de otras causas que hay en el mismo que adolece, y sin embargo se atribuye al láudano; de suerte, que se le atribuye absolutamente lo que sólo por accidente ha sucedido, porque ha sido accidental en aquel enfermo juntarse el aumento del mal con la medicina. Por este modo de sofisma se desacreditan la kina, los eméticos, las sangrías, y otros remedios de suyo saludables y utilísimos cuando se manejan por Médicos sabios, que tienen por guía a la naturaleza; y que sólo por accidente ha acontecido empeorarse los enfermos después de su legítimo y prudente uso.
El que mire con atención lo que han escrito contra la Medicina algunos Críticos, así extraños, como Españoles, conocerá que por la mayor parte es amontonamiento de razones sofísticas, pues se desprecia la Medicina en general y absolutamente por solos los defectos, o ignorancia de sus Profesores, lo cual le es accidental.

120 Del mismo sofisma usan los que acusan toda una Religión por sólo el defecto de algún individuo de ella; y lo mismo sucede a los que desprecian la Filosofía y la Crítica, porque las han cultivado algunos Herejes. Ya se ve que es accidental a la Filosofía que los que la profesan, sean de esta, u otra Religión, y apenas se hallará cosa ninguna, que discurriendo de esta manera no se halle defectuosa. ¿Quién duda que hay algunos abusos en la disciplina Eclesiástica? ¿Se dirá por eso, que ha de exterminarse la antigua disciplina de la Iglesia?
Es cierto que la vana credulidad introduce muchos milagros falsos.
¿Se dirá por eso que ha de apartarse de los fieles la creencia de los verdaderos? Yo creo que algunos Herejes han perseguido a la Iglesia Católica con sofismas de esta especie. Y de este modo razonan en asuntos distintos de la Religión algunos ingenios, que sólo alaban lo que les complace (a).

121 Hay otro sofisma que se comete razonando del sentido compuesto al diviso, o al contrario. Por ejemplo: dice Jesu-Christo en el Evangelio, que los ciegos ven, y los cojos andan, y los sordos oyen; lo cual ha de entenderse en sentido diviso; esto es, que ven los que eran ciegos, y oyen los que eran sordos; y si alguno lo entendiese en sentido compuesto cometería sofisma, porque los ciegos no ven siendo ciegos, ni oyen los sordos mientras están sordos.
Del mismo modo han de entenderse las sagradas Escrituras cuando dicen, que Dios concede la salvación a los malos, porque no salva a los que actualmente son malos, sino a los que lo fueron, y después se han convertido. Por el contrario han de entenderse en sentido compuesto las palabras de S.
Pablo con que dice: Los fornicadores, idólatras, y avaros no entrarán en el Reyno de los Cielos (b), porque significan que no entrarán en los Cielos si se mantienen en la avaricia, e idolatría, y si no dejan los vicios, y se convierten a Dios. De este modo fácil será entender algunos sofismas pertenecientes a la Religión. A esta especie de falacia se reduce este sofisma: Tú tienes lo que no has perdido: no has perdido las riquezas; luego tienes riquezas. Pues la mayor se entiende en sentido compuesto, y la menor en diviso, y de esta manera pudiera señalar otros semejantes sofismas, capaces de engañar solamente a los muy estultos.

(a) Vitiosum est artem, aut scientiam, aut studium quidpiam vituperare propter eorum vitia, qui in eo studio sunt, veluti qui Rhetoricam vituperant propter alicujus Oratoris vituperandam vitam. Aut. Rhet. ad Heren. lib. 2. cap. 27.

(b) Paul. ad Corinth. 6. vers. 9.
122 En último lugar coloco yo el sofisma que consiste en la equivocación de las voces. Consiste la equivocación en varias cosas que ya hemos insinuado; pero la más común es cuando una voz significa cosas distintas; de modo, que el silogismo tiene cuatro términos. El silogismo tiene cuatro términos, cuando el medio tiene una significación en la mayor y diferente en la menor, o cuando los términos de la conclusión no se toman en el mismo sentido que en las premisas. Cuenta Aulo Gelio, que un Sofista le propuso a Diógenes un silogismo de esta clase (a : Aul. Gell. Noct. Attic. lib. 18. cap. 13. ) y que respondió concediendo las premisas, y en llegando a la conclusión dijo, que la concedería si mudaba los términos, y empezaba por él mismo. Decíale el Sofista: Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y dijo Diógenes, concederé todo el silogismo si me arguyes de esta manera: Yo no soy lo que tú eres: tú eres hombre: luego yo no soy hombre. También tiene cuatro términos este silogismo: Si diciendo la verdad dices yo miento, mientes: cuando dices la verdad dices yo miento: luego diciendo la verdad, mientes. Cicerón llamó a este sofisma el Mentiroso, y lo es por la equivocación de las voces, porque en la mayor las palabras yo miento, significan aquello sobre que recae la mentira, y en la menor significan la misma proposición que dice yo miento. Semejante a este es el sofisma que algunos llamaron Crocodilo, y tomó el nombre de esta fábula. Estaba una mujer junto a las riberas del Nilo, y un Crocodilo (Cocodrilo) le hurtó un niño que llevaba. Rogábale la mujer que le volviese el niño, y el Crocodilo dijo que se lo volvería con la condición de que había de decir verdad. Admitió la mujer la condición, y dijo: No me lo volverás. Acudió luego el Crocodilo diciendo, que sea verdadero que sea falso lo que has dicho, no te vuelvo el niño. Porque si es falso, no has cumplido la condición, y si es verdadero, como lo he de volver, cuando solamente puedes haber dicho verdad, no volviéndolo. La mujer replicó, que sea verdadero que sea falso lo que he dicho, has de volverme el niño, porque si es verdadero, has de cumplir la condición, y si es falso, me lo has de volver para que lo sea. Los Filósofos antiguos fueron muy diestros en formar semejantes sofismas. Cuenta Laercio, que Eubulides inventó siete maneras de sofismas, que se llaman el mentiroso, oculto, electro, encubierto, sorites, cornuto, y calvo, de los cuales hace mención Cicerón en algunos lugares, y todos consisten en la equivocación de las voces. Pero es de advertir, que semejantes sofismas no pueden engañar sino a los muy estultos, y por eso los omitimos.

Capítulo VII. De los errores del juicio.

Capítulo VII.

De los errores del juicio.

89 Todos los errores del entendimiento humano, hablando con propiedad, pertenecen solamente al juicio, porque este es el que asiente, o disiente a lo que se le propone. Los sentidos, la imaginación, las inclinaciones, el temperamento, la edad, y otras cosas semejantes no son más que ocasiones, o motivos por los cuales yerra el juicio. Pero se ha de advertir, que hay dos caminos muy comunes, por los cuales se anda hacia el error, es a saber, la preocupación, y la precipitación del juicio, porque cuantas veces cae este en el error, casi siempre sucede, o porque esta preocupado, o porque se precipita. La preocupación es aquella anticipada opinión, y creencia que uno tiene de ciertas cosas, sin haberlas examinado, ni conocido bastantemente para juzgar de ellas. Por ejemplo. Han dicho a un hombre codicioso y crédulo, que es fácil hacer oro del cobre, o del hierro. Por la credulidad fácilmente se convence: por la codicia lo cree con eficacia, porque ya hemos probado, que cualquiera noción si va junta con alguna fuerte inclinación del ánimo, se imprime con mayor fuerza. Si este hombre oye después a otro que prueba con razones concluyentes, que no es posible convertir el cobre, ni el hierro, ni ningún otro metal en oro, lo oye con desconfianza, y las razones evidentes no se proporcionan a su juicio, porque está preocupado, esto es, porque anticipadamente ha creído lo contrario, y esta creencia ha echado raíces en el entendimiento.

90 No intento tratar aquí de toda suerte de preocupaciones, ya porque fuera imposible comprenderlas todas, ya porque muchas han sido explicadas en los capítulos antecedentes: propondré solamente algunas muy notables, que nos hacen caer en muchos errores. Cuando somos niños creemos todo cuanto nos dicen los padres, los Maestros, y nuestros mismos compañeros.
El entendimiento entonces se va llenando de preocupaciones, y si no cuidamos examinarlas, siendo adultos, toda la vida mantenemos el error. El amor que tenemos a la patria, y a los parientes, y amigos nos preocupa fuertemente (a). Las nociones de estas cosas las tenemos continuas, y las impresiones se van haciendo de cada día más profundas; por esto nos hacemos a juzgar conformando nuestros juicios con ellas, y muchas veces son errados. Después cada cual alaba su Patria, y la prefiere a cualquiera otra. Su Patria es la más antigua del mundo, porque ha oído contar a sus paisanos, que se fundó en tal, y tal tiempo muy antiguo, y que se fundó casi por milagro. Esta preocupación arrebata a veces hasta hacer decir a algunos, que nada hay bueno sino en su País; y en los demás todo es malo. Apenas hay Historiador, que en ponderar las antigüedades de los Pueblos no cometa mil absurdos y falsedades, por gobernarse, en lugar de buenos documentos, por una vanísima credulidad y preocupación. Yo oigo con mucha desconfianza a estos preocupados alabadores de sus Patrias. Es noticia harto vulgar, que los Griegos tenían por bárbaros a todos los que no eran Griegos; y habiendo sido los principales establecedores de las Ciencias, no pudieron librarse de tan vana preocupación.

(a) Sunt snim ingeniis nostris semina innata virtutum, quae si adolescere liceret ipsa nos ad beatam vitam natura perduceret; nunc autem simul, atque editi in lucem, & suscepti sumus, in omni continuò pravitate, & in summa opinionum perversitate versamur, ut pene cum lacte nutricis errorem suxisse videamur.
Cum vero parentibus redditi, magistris traditi sumus, tum ita variis imbuimur erroribus, ut vanitati veritas, & opinioni confirmatae natura ipsa cedat. Accedunt etiam Poetae, qui cum magnam speciem doctrinae, sapientiaeque prae se tulerunt, audiuntur, leguntur, ediscuntur, & inbaerescunt penitis in mentibus.
Cum vero accedit eodem quasi maximus quidem magister populus, atque omnis undique ad vitia consentiens multitudo, tum plane inficimur opinionum pravitate, a naturaque ipsa desciscimus. Cicer. Q. Tusc. lib. 3. c. 2.


91 Entre nosotros reinan hoy dos partidos igualmente preocupados. Unos gritan contra nuestra nación en favor de las extrañas, ponderando que en estas florecen mucho las Artes, las Ciencias, la
policía, la ilustración del entendimiento: por donde van con ansia tras de los libros extranjeros todo lo hallan bueno en ellos, los celebran como venidos del Cielo. Otros aborrecen todo lo que viene de afuera, y solo por ser extraño lo desechan. La preocupación es igual en ambos partidos; pero en el número, actividad, y potencia prevalece el primero al segundo. La verdad es, que en todas las Provincias del Mundo hay vulgo, en el cual se comprehenden también muchos entendimientos de escalera arriba (frase con que se explica el P. Feyjoó) (a : Teat. Crit. disc. 10. núm. 15, y 16.), y todas las naciones cultivadas pueden mútuamente ayudarse unas a otras con sus luces, con la consideración que unas exceden en unas cosas y otras en otras, y cada una ha de tomar lo que le falta. Se puede demostrar con libros Españoles existentes, que muchísimas cosas con que hoy lucen las naciones extranjeras en las Artes y Ciencias, las han podido tomar de nosotros. Los excesos y poca solidez de la Filosofía de las Escuelas han sido conocidos y vituperados de los Españoles, antes que de otra nación alguna, porque Luis Vives, Pedro Juan Núñez, Gaspar Cardillo Villalpando, el Maestro Cano, los han descubierto e impugnado mucho antes que Verulamio, Cartesio, y Gasendo. El método de enseñar la lengua Latina de Port-Royal tan celebrado en todas partes, fue mucho antes enseñado con toda claridad, y extensión por Francisco Sánchez de las Brozas. ¿Quién duda que antes de Linacro en Inglaterra, y de Comenio en Francia, echó en España los cimientos de la verdadera lengua Latina el Maestro Antonio de Nebrija? Aún en la Física el famoso sistema del fuego que Boheraave (Boerhaave) ha ilustrado en su Química, está con bastante claridad propuesto, y explicado por nuestro Valles (o Vallés) en su Filosofía Sagrada. El sistema del suco nerveo de los Ingleses tuvo origen en España por Doña Oliva de Sabuco. La inteligencia de las enfermedades intermitentes peligrosas, que han ilustrado Morton en Inglaterra, y Torti en Italia, ha tenido su origen en España por Luis Mercado, Médico de Felipe Segundo, a quien por esto debe el género humano inmortal agradecimiento, pues que con sus luces ha dado la vida a millares de gentes. También ha nacido en España la nueva observación de los pulsos de Solano de Luque, que después han ilustrado algunos Ingleses y Franceses.

(Nota del editor: Además de Miguel Servet y otros que no nombra el autor.)

92 A este modo otras muchas cosas importantes se han tomado de nosotros, como lo haremos patente en otra obra, así como en algunas materias confesamos que nos sirven las luces de los Extranjeros. Este punto le tocó de paso el P. Feyjoó, hablando del amor de la patria y pasión nacional; bien que inclinó más a los extraños que a los nuestros; y aquí, aunque de paso, advertiré que tratando de esto pone estas palabras: "También puede ser que algunos se arrojasen a la muerte, no tanto por el logro de la fama, cuanto por la loca vanidad de verse admirados, y aplaudidos unos pocos instantes de vida: de que nos da Luciano un ilustre ejemplo en la voluntaria muerte del Filósofo Peregrino (a)". Luciano en la muerte del Peregrino que escribió a Cronio Epicurista amigo suyo, tomó el empeño de vituperar a los Christianos de su tiempo, que padecían martirio por defender la Fé de Jesu-Christo; y es conjetura de hombres muy doctos, que el Peregrino de quien habla Luciano fue S. Polycarpo, discípulo de S. Juan Evangelista, cuyo martirio atribuía Luciano a vanidad y a locura. Como quiera que fuese, este escrito de Luciano está lleno de burlas y blasfemias contra el nombre Christiano, digno por eso de igualarse con Filostrato, Celso, Juliano, y otros impugnadores de la Religión Christiana. Si en los puntos históricos, tantos como toca Feyjoó en sus escritos, hubiera consultado los originales, hubiera evitado muchas equivocaciones, que descubren los inteligentes.
(a) Teat. Crit. disc. 10. §. I. n. 3. p. 213. tom. 3.


93 Otra suerte de preocupados perniciosos son los viajeros que andan a correr las Cortes, cuando se restituyen a sus patrias. No vituperamos el que se hagan viajes a Países extraños para instruir el entendimiento, porque sabemos que en todos tiempos se ha usado esto con el fin de ver las varias costumbres, inclinaciones, leyes, policía, gobierno, Ciencias, y Artes de varios Pueblos, para tomar lo útil, y honesto que falta en el propio País, y trasladarlo a él. Debiendo, pues, hacerse estos viajes para mejorarse en el saber, y en las costumbres

el viajero, y a la vuelta ilustrar a su Patria, es cosa clara que para lograr estos fines es menester que el viaje se haga en edad competente con instrucción para conocer lo honesto y útil, y distinguirlo de lo aparente y superfluo: conviene también la sagacidad necesaria para conocer a los hombres, y las varias maneras que estos tienen de engañar a los viandantes. Con estas prevenciones, y con un conocimiento suficiente de las Artes y Ciencias puede hacerse el viaje con provecho, deteniéndose en los lugares, donde pueda instruirse el tiempo necesario para enterarse de las cosas importantes de cada País. Pero como hoy se usa ir aprisa, volver presto, sin estudios, sin lógica, sin la moral, sin filosofía, en edad tierna, poco proporcionada para la instrucción, es ir a embelesar los sentidos, hinchar la imaginación, llenar el ingenio de combinaciones superficiales, y preocupar el juicio con los errores de estas otras potencias.
Así traen a su País la moda, la cortesía afectada, el aire libre, y el ánimo inclinado a vituperar en su propia Patria todo lo que no sea conforme a lo que han visto en la ajena. Dos célebres Escritores (a), el uno Francés, llamado Miguel de Montagna; el otro Inglés, llamado Lock, bien conocidos en el orbe literario, explican muy bien los defectos de estos viajes, y las bagatelas de que vuelven muy satisfechos los viajeros. Para evitar estos inconvenientes aconsejan que estas peregrinaciones se hagan hasta los quince años, con un buen Maestro que dirija al joven viandante, como lo hacía Mentor con Telémaco. A la verdad esta especie de viaje en edad tan tierna podrá servir para instruirse en las lenguas, en lo demás nada.

(a) Montagne Esais. lib. I. capítulo 25.
(b) Lock Educacion des enfans. tom. 2. §. CCXIX. pág. 266. y sig.

94 El P. Legipont, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un itinerario para hacer con utilidad los viajes a Cortes extranjeras. Le ha traducido en Español el Dr. Joaquín Marín, docto Abogado Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar con utilidad; y el que lea la censura que a ella ha puesto el Dr. Agustín Sales, Presbítero en Valencia, no le pesará de su trabajo, por ser digna de leerse, y estar escrita por uno de los eruditos principales de nuestra España. Feyjoó conoció ya algunos defectos de los viandantes de estos tiempos, y los explicó con estas palabras:
"Aún después que el Mundo empezó a peregrinarse con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traído de lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas Ciudades Quinzai y Cambalii: gigantes entre todos los Pueblos del Orbe: el opulentísimo Reyno del Catay al Norte de la China: los Carbunclos de la India: los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y otras cosas de que poco ha nos hemos desengañado (a)"

95 Suele preocuparse el juicio frecuentemente en las cosas de piedad y Religión. Ha creído uno cuando era niño, que el Santuario de su tierra es un seminario de milagros, que un Peregrino formó la Imagen que en él se venera, y que no puede disputársele, o la prerrogativa de tocarse por sí misma la campana, o de aparecer tal día florecillas, u otras cosas maravillosas, con que Dios le distingue entre muchos otros. Algunos dejan correr estas relaciones, porque dicen son piadosas, aunque en parte sean falsas. Mas yo quisiera que se descartaran cuando no están bien averiguadas, porque nuestra santísima Religión es la misma verdad, y no necesita de falsas preocupaciones para autorizar su creencia. De esto hablaremos más adelante. Lo que toca ahora a nuestro propósito es, que estas cosas creídas con anticipación ocasionan después mil guerras, y discordias entre los Escritores, que quieren, o defenderlas, o impugnarlas.

(a) Feyjoó Teat. Crit. tom. 5. disc. I. §. 3. n. 10.

(b) Refert certe in quacumque arte plurimum unum in illa excellentem Auctorem legere, cui potissimum te addicas. Nullus tamen quamlibet eruditus sentiendi tibi, ac dissentiendi Auctor futurus est. Nemo enim fuit omnium, qui non ut homo interdum halucinaretur. Cano de Loc. lib. 10. c. 5.

96 La lectura de algún Autor suele causar fuertes preocupaciones (b). Hay uno que en su juventud ha leído continuamente a Séneca, y después no hay perfección que no halle en este Filósofo, y todos los demás no han hecho cosa notable; ni ya se oirá de su boca otra cosa que lugares de Séneca, máximas morales sueltas y descadenadas. En este asunto tengo por cierta especie de felicidad preocuparse de un Autor bueno, porque aunque no lo sea tan universalmente como le hace creer la preocupación, por lo menos ya en algunas cosas no le ocasiona error. Por esto ha de cuidarse, y es punto esencial de la buena crianza, en no dejar leer a los muchachos sino libros buenos, y que puedan instruir su entendimiento, y perfeccionarles el juicio; y me lastimo de ver, que apenas se les entregan otros libros que los de Novelas, o Comedias, o de Fábulas, con que se habitúan a todo aquello que les hincha la imaginación, y corrompe el juicio. No solamente se preocupan muchos de algún Autor, sino también de la autoridad de ciertas personas. Cree Fabio anticipadamente, que Ariston es un hombre consumado en todas Ciencias, y prescindo ahora si lo cree con justicia, o erradamente. Trátese después cualquiera materia, y Fabio no dice más, sino que ha oído decir a Ariston, que la cosa era de esta manera, y no de otra. Si se le replica diciéndole, que lo examine por sí mismo, y que no se fie de semejante autoridad, se enfurece, y con ademanes mantiene su opinión, porque está enteramente preocupado (a).

97 Pudiera poner muchos ejemplos de esto en el trato civil: de suerte, que si bien lo reparamos, gran parte de los juicios humanos en el comercio de la vida se fundan en preocupación, y no en realidad (b).

(a) Nec vero probare soleo id quod de Pythagoricis accepimus, quos ferunt, si quid affirmarent in disputando, cum ex iis quaereretur quare ita esset, respondere solitos: Ipse dixit. Ipse autem erat Pythagoras, tantum opinio praejudicata poterat, ut etiam sine ratione valeret auctoritas. Cicer. de Nat. Deor. lib. I. cap. 8. pág. 198.
(b) Extant & quidem non pauci, qui Doctorem unum ita prae caeteris diligunt, ejusque dicta adeo religiose, ne dicam superstitiose, amplectuntur, ut non gloriae solum, verum etiam piaculum ducant ab illius verbis, ne latum quidem unguem discedere. Nihil propterea quam Pythagoricum illud: Ipse dixit, frequentius ipsis est... tantum quippe apud eos potest praejudicata quaevis opinio Magistri, in cujus verba jurant, ut non secus ac de Pythagorae discipulis olim praeclare scripserat Tullius, etiam sine ulla prorsus ratione illius quaevis vel minima apud eos valeat auctoritas. Brix. Logic. pág. 164.

Esto mismo es lo que sucede a aquellos, que en las letras no aprecian sino la antigüedad. No dudo que en ella se halla un tesoro muy precioso, y que cualquiera ha de consultar los Autores antiguos para perfeccionar el juicio, y para aprender y enseñar las Ciencias humanas, conformándose con las reglas del buen gusto, pues hubo entre ellos muchos que fueron exactísimos, y tuvieron un juicio muy recto en lo que toca a las Artes y Ciencias profanas; mas esto no es bastante para preocuparse de forma, que no se haya de celebrar sino lo que sea antiguo, porque no se agotó en aquellos siglos la naturaleza, ni se estancaron las buenas Artes, de suerte, que no pueda beberse la doctrina sino en aquellas fuentes. Yo he reparado, que los Romanos veneraron mucho a los Griegos, y se aprovecharon de su doctrina en muchísimas cosas; pero también en otras los dejaron, buscando nuevos caminos para alcanzar la verdad, y alguna vez se gloriaron de ser iguales, o superiores a los Griegos (a).
Galeno en el comento del primer aforismo de Hipócrates dice, que los antiguos hallaron las Ciencias, pero no pudieron perfeccionarlas, y que los que les han sucedido las han aumentado y perfeccionado. Cicerón afirma, que en su tiempo había en Roma Oradores tan grandes, que en nada eran inferiores a los Griegos (b). ¿Pues por qué nosotros hemos de creer, que nada bueno puede hallarse en nuestros días? ¿Y por qué no podremos decir de los Romanos, lo que estos dijeron de los Griegos (c); y de los Griegos, lo que ellos dijeron de otros más antiguos? La razón dicta, que la verdad ha de buscarse en los antiguos y en los modernos, y ha de abrazarse donde quiera que se halle.

(a) Sed meum judicium semper fuit omnia nostros aut invenisse per se sapientius quam Graecos, aut accepta ab illis fecisse meliora. Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 2.

(b) Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 4.
(c) Brutus quidem noster, excellens omni genere laudis, sic Philosophiam Latinis literis persequitur, nihil ut eisdem de rebus a Graecis desideres. Cicer. Acad. q. lib. 2. cap. 9.


98 Los antiguos tienen la ventaja de haber sido los primeros, y por esto los imaginamos como más venerables, porque de ordinario formamos concepto más grande de los hombres famosos cuando están distantes de nosotros, que cuando están a nuestra vista, pues entonces hallamos que son hombres como los demás, y sujetos a las mismas inclinaciones y engaños que nosotros mismos, y por esto solemos apreciar más lo que tenemos distante, que lo que está cercano. Pero si nos libramos de toda preocupación, hallaremos entre los antiguos, hombres de grande ingenio y juicio, de mucha erudición y doctrina, y también entre los modernos; y entre estos hallamos Sofistas, y no faltaron entre aquellos. Esto es lo que dicta la buena Lógica; pero hoy los literatos inclinan a lo moderno con conocida preocupación, la cual hace que se hable de los antiguos con desprecio, sin haberlos leído. El juicio dicta, que tomemos de la antigüedad los fundamentos de las Artes y Ciencias, pues que ellos las establecieron, y procuremos instruirnos en lo que los modernos hayan añadido con solidez a lo que ellos fundaron.

99 La precipitación del juicio se observa frecuentemente en el trato civil, porque es muy común juzgar de las cosas sin haberlas averiguado. Uno disputa y se descompone por defender la Filosofía, que no ha visto. Otro afirma que tal Autor lo dice, sin haberle leído. Cual apenas ha oído una palabrita a otro, ya forma mil juicios. Cual por un acaecimiento imprevisto, forma mil presagios. En efecto los juicios temerarios casi siempre se hacen con precipitación, porque se hacen sin atender las circunstancias necesarias para juzgar; y si bien se repara, en el trato civil se hallará, que son infinitos los juicios precipitados. En los libros son también frecuentísimos, y cada día vemos contender los Autores recíprocamente sobre si es cierta la narración, o falsa la cita, y las más de estas contiendas proceden de la precipitación del juicio. De la misma nacen a veces las alabanzas vanísimas y los vituperios de los Autores; porque toma uno un libro en la mano, y luego que empieza a leerle, encuentra una cosa que no le satisface, y sin pasar más adelante dice, que el libro no vale nada, que es una friolera cuanto el Autor escribe, y otras cosas semejantes. Por el contrario, si halla en el libro un estilo proporcionado a su genio, u otras cosas que a los principios le contentan, dice que el libro es bueno, y es lo mejor que se ha escrito. De este modo se hacen muchas críticas, y las hacen hoy sujetos de buena recomendación; pero fuera fácil mostrar que se hacen con manifiesta precipitación de juicio. A veces la precipitación del juicio es muy peligrosa, porque ocasiona errores enormes. Oímos una palabrita a un hombre que miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y el otro tal vez la ha dicho con sana intención. En el juicio que algunos hacen de los libros sucede lo mismo, porque tal proposición, que por sí sola puede parecer mala, acompañada con toda la serie de principios y razonamientos con que esta conexa, es sanísima.
De otro modo precipitamos el juicio, haciendo de un hecho particular una razón universal. Así vemos que Ariston ha faltado en una cosa, o no se ha desempeñado bien en un asunto, y luego le tenemos por un hombre inútil para todos los negocios.

100 Nunca precipitamos más el juicio, que cuando nos dejamos dominar de alguna pasión, y esto se observa en casi todas las disputas, en que no se tiene por fin el descubrimiento de la verdad, sino la vanagloria. Cuando uno se calienta mucho en una disputa, de ordinario se arrebata, y su imaginación tiene imágenes muy arraigadas de lo que intenta persuadir: de esto se sigue, que no atiende a lo que dice el contrario, y si oye algo, lo acomoda a lo que domina en su fantasía, porque esta no admite sino muy ligeramente las impresiones distintas de aquel objeto que la ocupa. De aquí nace, que muchas veces están disputando dos hombres serios con grande estrépito, y diciendo ambos una misma cosa; y es cierto que luego feneciera la contienda, si no hubiera precipitación de juicio de los contendores (contendientes). De esto tengo yo bastante experiencia, como también de muchas sospechas que resultan después de semejantes disputas, y nacen las más veces de no haber puesto la atención necesaria en lo que se dice, y de juzgar con precipitación. En fin reflecte cada cual un poco, y hallará que muchísimos juicios en el trato civil se hacen por el miedo, odio, amor, esperanza, o según la pasión que reina en el que juzga (a).

(a) Plura enim multo homines judicant odio, aut amore, aut cupiditate, aut iracundia, aut dolore, aut laetitia, aut spe, aut timore, aut errore, aut aliqua permotione mentis, quam veritate, aut praescripto, aut juris norma aliqua, aut judicii formula, aut legibus. Cic. de Orat. lib. 2. p. 370.

101 Resta ahora proponer el remedio para estos males del juicio. Ante todas cosas se ha de tener presente lo que hemos dicho en los capítulos pasados, porque las preocupaciones, y precipitaciones del juicio por la mayor parte proceden de la fuerza de las pasiones, de la imaginación, del ingenio, de los sentidos, y demás cosas que hemos explicado. Además de esto será bien acordarse de lo que ya hemos dicho, es a saber, que el hombre sabe las cosas, o por la ciencia, o por la opinión. No puede el hombre errar cuando tiene evidencia de las cosas que ha de juzgar, con que solamente el juicio ha de tener reglas para no preocuparse en las cosas que se alcanzan por opinión. Para gobernarse en estas con acierto, será importante ver lo que hemos dicho hablando de la extensión de las opiniones; y ahora puede añadirse, que nada es más a propósito para evitar la preocupación, que el saber dudar y suspender el juicio con prudencia (a : Epicharmi illud teneto nervos, atque artus esse sapientiae non temere credere. Ciceron de Petit. Consul.)
Hágome cargo, que no puede el entendimiento mantenerse siempre en la duda, como hacían los Pirrhonistas (
de Pirrho, Pirro); pero a lo menos es argumento de buen juicio saber dudar cuando conviene, y no dar asenso sino a lo que consta por la certeza de los primeros principios.

102 El entendimiento ayudado de las reglas de la Lógica, ha de examinar las cosas, y si las halla conformes a las primeras verdades, o los fundamentos principales de la razón humana, que tantas veces hemos propuesto, entonces se resuelve, y pasa de la duda a la creencia. Pero si en semejantes averiguaciones descubre poca conformidad de las cosas con la razón, y los principios de ella, o disiente, o suspende de nuevo el juicio, hasta que averiguándolo mejor, se le presente claramente la verdad. Por esta razón han de examinarse con cuidado las opiniones que recibimos en la niñez, y muchas otras que se enseñan en las Escuelas, y las que se adquieren en la conversación y trato, y no han de creerse ciegamente, sino sólo después de bien examinadas. Débese aquí advertir, que en las ciencias prácticas basta a veces la verosimilitud, porque en muchísimas cosas si hubiera el entendimiento de hacer exámenes para alcanzar la evidencia, se pasaría la ocasión de obrar, y esta no suele volver siempre que queremos.
De este modo gobernamos la práctica de la Medicina en muchos casos, y lo mismo acontece algunas veces en lo moral.
Mas (pero) aún en tales lances conviene siempre seguir lo que se acerca más a las primeras verdades, porque esto es lo más conforme a la buena razón. Por esto creo yo, que si en las Escuelas se llega a enseñar la buena Lógica, con esto solo se acabarán las ruidosas contiendas sobre el probabilismo, porque conocerán todos, que lo menos racional no debe seguirse a vista de lo más razonable.

103 Para no precipitar el juicio se han de tener presentes las mismas reglas que hemos propuesto para evitar las preocupaciones. Pero en especial conduce poner la atención necesaria en las cosas antes de juzgar, y examinarlas de suerte que no se determine el juicio sino después del examen necesario.
Las cosas suelen combinarse de muchas maneras; y si el entendimiento no atiende a todas las circunstancias, fácilmente caerá en el error, porque sólo juzgará por la vista de una, y debiera hacerlo después de atender a todas.
El examen es también necesario, porque de otra forma lo que es incógnito se tendrá por sabido, lo falso se tendrá como cierto, y lo dudoso como ciertamente verdadero (a).
Esto se hace más comprensible con ejemplos, y lo ilustraremos más en los capítulos siguientes.

(a) Ne incognita pro cognitit habeamus, hisque temere assentiamus. Quod vitium effugere qui volet (omnes autem velle debebunt) adhibebit ad considerandas res, & tempus, & diligentiam. Cicer. de Offic. lib. I. cap. 29.