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domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo VII. De los errores del juicio.

Capítulo VII.

De los errores del juicio.

89 Todos los errores del entendimiento humano, hablando con propiedad, pertenecen solamente al juicio, porque este es el que asiente, o disiente a lo que se le propone. Los sentidos, la imaginación, las inclinaciones, el temperamento, la edad, y otras cosas semejantes no son más que ocasiones, o motivos por los cuales yerra el juicio. Pero se ha de advertir, que hay dos caminos muy comunes, por los cuales se anda hacia el error, es a saber, la preocupación, y la precipitación del juicio, porque cuantas veces cae este en el error, casi siempre sucede, o porque esta preocupado, o porque se precipita. La preocupación es aquella anticipada opinión, y creencia que uno tiene de ciertas cosas, sin haberlas examinado, ni conocido bastantemente para juzgar de ellas. Por ejemplo. Han dicho a un hombre codicioso y crédulo, que es fácil hacer oro del cobre, o del hierro. Por la credulidad fácilmente se convence: por la codicia lo cree con eficacia, porque ya hemos probado, que cualquiera noción si va junta con alguna fuerte inclinación del ánimo, se imprime con mayor fuerza. Si este hombre oye después a otro que prueba con razones concluyentes, que no es posible convertir el cobre, ni el hierro, ni ningún otro metal en oro, lo oye con desconfianza, y las razones evidentes no se proporcionan a su juicio, porque está preocupado, esto es, porque anticipadamente ha creído lo contrario, y esta creencia ha echado raíces en el entendimiento.

90 No intento tratar aquí de toda suerte de preocupaciones, ya porque fuera imposible comprenderlas todas, ya porque muchas han sido explicadas en los capítulos antecedentes: propondré solamente algunas muy notables, que nos hacen caer en muchos errores. Cuando somos niños creemos todo cuanto nos dicen los padres, los Maestros, y nuestros mismos compañeros.
El entendimiento entonces se va llenando de preocupaciones, y si no cuidamos examinarlas, siendo adultos, toda la vida mantenemos el error. El amor que tenemos a la patria, y a los parientes, y amigos nos preocupa fuertemente (a). Las nociones de estas cosas las tenemos continuas, y las impresiones se van haciendo de cada día más profundas; por esto nos hacemos a juzgar conformando nuestros juicios con ellas, y muchas veces son errados. Después cada cual alaba su Patria, y la prefiere a cualquiera otra. Su Patria es la más antigua del mundo, porque ha oído contar a sus paisanos, que se fundó en tal, y tal tiempo muy antiguo, y que se fundó casi por milagro. Esta preocupación arrebata a veces hasta hacer decir a algunos, que nada hay bueno sino en su País; y en los demás todo es malo. Apenas hay Historiador, que en ponderar las antigüedades de los Pueblos no cometa mil absurdos y falsedades, por gobernarse, en lugar de buenos documentos, por una vanísima credulidad y preocupación. Yo oigo con mucha desconfianza a estos preocupados alabadores de sus Patrias. Es noticia harto vulgar, que los Griegos tenían por bárbaros a todos los que no eran Griegos; y habiendo sido los principales establecedores de las Ciencias, no pudieron librarse de tan vana preocupación.

(a) Sunt snim ingeniis nostris semina innata virtutum, quae si adolescere liceret ipsa nos ad beatam vitam natura perduceret; nunc autem simul, atque editi in lucem, & suscepti sumus, in omni continuò pravitate, & in summa opinionum perversitate versamur, ut pene cum lacte nutricis errorem suxisse videamur.
Cum vero parentibus redditi, magistris traditi sumus, tum ita variis imbuimur erroribus, ut vanitati veritas, & opinioni confirmatae natura ipsa cedat. Accedunt etiam Poetae, qui cum magnam speciem doctrinae, sapientiaeque prae se tulerunt, audiuntur, leguntur, ediscuntur, & inbaerescunt penitis in mentibus.
Cum vero accedit eodem quasi maximus quidem magister populus, atque omnis undique ad vitia consentiens multitudo, tum plane inficimur opinionum pravitate, a naturaque ipsa desciscimus. Cicer. Q. Tusc. lib. 3. c. 2.


91 Entre nosotros reinan hoy dos partidos igualmente preocupados. Unos gritan contra nuestra nación en favor de las extrañas, ponderando que en estas florecen mucho las Artes, las Ciencias, la
policía, la ilustración del entendimiento: por donde van con ansia tras de los libros extranjeros todo lo hallan bueno en ellos, los celebran como venidos del Cielo. Otros aborrecen todo lo que viene de afuera, y solo por ser extraño lo desechan. La preocupación es igual en ambos partidos; pero en el número, actividad, y potencia prevalece el primero al segundo. La verdad es, que en todas las Provincias del Mundo hay vulgo, en el cual se comprehenden también muchos entendimientos de escalera arriba (frase con que se explica el P. Feyjoó) (a : Teat. Crit. disc. 10. núm. 15, y 16.), y todas las naciones cultivadas pueden mútuamente ayudarse unas a otras con sus luces, con la consideración que unas exceden en unas cosas y otras en otras, y cada una ha de tomar lo que le falta. Se puede demostrar con libros Españoles existentes, que muchísimas cosas con que hoy lucen las naciones extranjeras en las Artes y Ciencias, las han podido tomar de nosotros. Los excesos y poca solidez de la Filosofía de las Escuelas han sido conocidos y vituperados de los Españoles, antes que de otra nación alguna, porque Luis Vives, Pedro Juan Núñez, Gaspar Cardillo Villalpando, el Maestro Cano, los han descubierto e impugnado mucho antes que Verulamio, Cartesio, y Gasendo. El método de enseñar la lengua Latina de Port-Royal tan celebrado en todas partes, fue mucho antes enseñado con toda claridad, y extensión por Francisco Sánchez de las Brozas. ¿Quién duda que antes de Linacro en Inglaterra, y de Comenio en Francia, echó en España los cimientos de la verdadera lengua Latina el Maestro Antonio de Nebrija? Aún en la Física el famoso sistema del fuego que Boheraave (Boerhaave) ha ilustrado en su Química, está con bastante claridad propuesto, y explicado por nuestro Valles (o Vallés) en su Filosofía Sagrada. El sistema del suco nerveo de los Ingleses tuvo origen en España por Doña Oliva de Sabuco. La inteligencia de las enfermedades intermitentes peligrosas, que han ilustrado Morton en Inglaterra, y Torti en Italia, ha tenido su origen en España por Luis Mercado, Médico de Felipe Segundo, a quien por esto debe el género humano inmortal agradecimiento, pues que con sus luces ha dado la vida a millares de gentes. También ha nacido en España la nueva observación de los pulsos de Solano de Luque, que después han ilustrado algunos Ingleses y Franceses.

(Nota del editor: Además de Miguel Servet y otros que no nombra el autor.)

92 A este modo otras muchas cosas importantes se han tomado de nosotros, como lo haremos patente en otra obra, así como en algunas materias confesamos que nos sirven las luces de los Extranjeros. Este punto le tocó de paso el P. Feyjoó, hablando del amor de la patria y pasión nacional; bien que inclinó más a los extraños que a los nuestros; y aquí, aunque de paso, advertiré que tratando de esto pone estas palabras: "También puede ser que algunos se arrojasen a la muerte, no tanto por el logro de la fama, cuanto por la loca vanidad de verse admirados, y aplaudidos unos pocos instantes de vida: de que nos da Luciano un ilustre ejemplo en la voluntaria muerte del Filósofo Peregrino (a)". Luciano en la muerte del Peregrino que escribió a Cronio Epicurista amigo suyo, tomó el empeño de vituperar a los Christianos de su tiempo, que padecían martirio por defender la Fé de Jesu-Christo; y es conjetura de hombres muy doctos, que el Peregrino de quien habla Luciano fue S. Polycarpo, discípulo de S. Juan Evangelista, cuyo martirio atribuía Luciano a vanidad y a locura. Como quiera que fuese, este escrito de Luciano está lleno de burlas y blasfemias contra el nombre Christiano, digno por eso de igualarse con Filostrato, Celso, Juliano, y otros impugnadores de la Religión Christiana. Si en los puntos históricos, tantos como toca Feyjoó en sus escritos, hubiera consultado los originales, hubiera evitado muchas equivocaciones, que descubren los inteligentes.
(a) Teat. Crit. disc. 10. §. I. n. 3. p. 213. tom. 3.


93 Otra suerte de preocupados perniciosos son los viajeros que andan a correr las Cortes, cuando se restituyen a sus patrias. No vituperamos el que se hagan viajes a Países extraños para instruir el entendimiento, porque sabemos que en todos tiempos se ha usado esto con el fin de ver las varias costumbres, inclinaciones, leyes, policía, gobierno, Ciencias, y Artes de varios Pueblos, para tomar lo útil, y honesto que falta en el propio País, y trasladarlo a él. Debiendo, pues, hacerse estos viajes para mejorarse en el saber, y en las costumbres

el viajero, y a la vuelta ilustrar a su Patria, es cosa clara que para lograr estos fines es menester que el viaje se haga en edad competente con instrucción para conocer lo honesto y útil, y distinguirlo de lo aparente y superfluo: conviene también la sagacidad necesaria para conocer a los hombres, y las varias maneras que estos tienen de engañar a los viandantes. Con estas prevenciones, y con un conocimiento suficiente de las Artes y Ciencias puede hacerse el viaje con provecho, deteniéndose en los lugares, donde pueda instruirse el tiempo necesario para enterarse de las cosas importantes de cada País. Pero como hoy se usa ir aprisa, volver presto, sin estudios, sin lógica, sin la moral, sin filosofía, en edad tierna, poco proporcionada para la instrucción, es ir a embelesar los sentidos, hinchar la imaginación, llenar el ingenio de combinaciones superficiales, y preocupar el juicio con los errores de estas otras potencias.
Así traen a su País la moda, la cortesía afectada, el aire libre, y el ánimo inclinado a vituperar en su propia Patria todo lo que no sea conforme a lo que han visto en la ajena. Dos célebres Escritores (a), el uno Francés, llamado Miguel de Montagna; el otro Inglés, llamado Lock, bien conocidos en el orbe literario, explican muy bien los defectos de estos viajes, y las bagatelas de que vuelven muy satisfechos los viajeros. Para evitar estos inconvenientes aconsejan que estas peregrinaciones se hagan hasta los quince años, con un buen Maestro que dirija al joven viandante, como lo hacía Mentor con Telémaco. A la verdad esta especie de viaje en edad tan tierna podrá servir para instruirse en las lenguas, en lo demás nada.

(a) Montagne Esais. lib. I. capítulo 25.
(b) Lock Educacion des enfans. tom. 2. §. CCXIX. pág. 266. y sig.

94 El P. Legipont, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un itinerario para hacer con utilidad los viajes a Cortes extranjeras. Le ha traducido en Español el Dr. Joaquín Marín, docto Abogado Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar con utilidad; y el que lea la censura que a ella ha puesto el Dr. Agustín Sales, Presbítero en Valencia, no le pesará de su trabajo, por ser digna de leerse, y estar escrita por uno de los eruditos principales de nuestra España. Feyjoó conoció ya algunos defectos de los viandantes de estos tiempos, y los explicó con estas palabras:
"Aún después que el Mundo empezó a peregrinarse con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traído de lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas Ciudades Quinzai y Cambalii: gigantes entre todos los Pueblos del Orbe: el opulentísimo Reyno del Catay al Norte de la China: los Carbunclos de la India: los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y otras cosas de que poco ha nos hemos desengañado (a)"

95 Suele preocuparse el juicio frecuentemente en las cosas de piedad y Religión. Ha creído uno cuando era niño, que el Santuario de su tierra es un seminario de milagros, que un Peregrino formó la Imagen que en él se venera, y que no puede disputársele, o la prerrogativa de tocarse por sí misma la campana, o de aparecer tal día florecillas, u otras cosas maravillosas, con que Dios le distingue entre muchos otros. Algunos dejan correr estas relaciones, porque dicen son piadosas, aunque en parte sean falsas. Mas yo quisiera que se descartaran cuando no están bien averiguadas, porque nuestra santísima Religión es la misma verdad, y no necesita de falsas preocupaciones para autorizar su creencia. De esto hablaremos más adelante. Lo que toca ahora a nuestro propósito es, que estas cosas creídas con anticipación ocasionan después mil guerras, y discordias entre los Escritores, que quieren, o defenderlas, o impugnarlas.

(a) Feyjoó Teat. Crit. tom. 5. disc. I. §. 3. n. 10.

(b) Refert certe in quacumque arte plurimum unum in illa excellentem Auctorem legere, cui potissimum te addicas. Nullus tamen quamlibet eruditus sentiendi tibi, ac dissentiendi Auctor futurus est. Nemo enim fuit omnium, qui non ut homo interdum halucinaretur. Cano de Loc. lib. 10. c. 5.

96 La lectura de algún Autor suele causar fuertes preocupaciones (b). Hay uno que en su juventud ha leído continuamente a Séneca, y después no hay perfección que no halle en este Filósofo, y todos los demás no han hecho cosa notable; ni ya se oirá de su boca otra cosa que lugares de Séneca, máximas morales sueltas y descadenadas. En este asunto tengo por cierta especie de felicidad preocuparse de un Autor bueno, porque aunque no lo sea tan universalmente como le hace creer la preocupación, por lo menos ya en algunas cosas no le ocasiona error. Por esto ha de cuidarse, y es punto esencial de la buena crianza, en no dejar leer a los muchachos sino libros buenos, y que puedan instruir su entendimiento, y perfeccionarles el juicio; y me lastimo de ver, que apenas se les entregan otros libros que los de Novelas, o Comedias, o de Fábulas, con que se habitúan a todo aquello que les hincha la imaginación, y corrompe el juicio. No solamente se preocupan muchos de algún Autor, sino también de la autoridad de ciertas personas. Cree Fabio anticipadamente, que Ariston es un hombre consumado en todas Ciencias, y prescindo ahora si lo cree con justicia, o erradamente. Trátese después cualquiera materia, y Fabio no dice más, sino que ha oído decir a Ariston, que la cosa era de esta manera, y no de otra. Si se le replica diciéndole, que lo examine por sí mismo, y que no se fie de semejante autoridad, se enfurece, y con ademanes mantiene su opinión, porque está enteramente preocupado (a).

97 Pudiera poner muchos ejemplos de esto en el trato civil: de suerte, que si bien lo reparamos, gran parte de los juicios humanos en el comercio de la vida se fundan en preocupación, y no en realidad (b).

(a) Nec vero probare soleo id quod de Pythagoricis accepimus, quos ferunt, si quid affirmarent in disputando, cum ex iis quaereretur quare ita esset, respondere solitos: Ipse dixit. Ipse autem erat Pythagoras, tantum opinio praejudicata poterat, ut etiam sine ratione valeret auctoritas. Cicer. de Nat. Deor. lib. I. cap. 8. pág. 198.
(b) Extant & quidem non pauci, qui Doctorem unum ita prae caeteris diligunt, ejusque dicta adeo religiose, ne dicam superstitiose, amplectuntur, ut non gloriae solum, verum etiam piaculum ducant ab illius verbis, ne latum quidem unguem discedere. Nihil propterea quam Pythagoricum illud: Ipse dixit, frequentius ipsis est... tantum quippe apud eos potest praejudicata quaevis opinio Magistri, in cujus verba jurant, ut non secus ac de Pythagorae discipulis olim praeclare scripserat Tullius, etiam sine ulla prorsus ratione illius quaevis vel minima apud eos valeat auctoritas. Brix. Logic. pág. 164.

Esto mismo es lo que sucede a aquellos, que en las letras no aprecian sino la antigüedad. No dudo que en ella se halla un tesoro muy precioso, y que cualquiera ha de consultar los Autores antiguos para perfeccionar el juicio, y para aprender y enseñar las Ciencias humanas, conformándose con las reglas del buen gusto, pues hubo entre ellos muchos que fueron exactísimos, y tuvieron un juicio muy recto en lo que toca a las Artes y Ciencias profanas; mas esto no es bastante para preocuparse de forma, que no se haya de celebrar sino lo que sea antiguo, porque no se agotó en aquellos siglos la naturaleza, ni se estancaron las buenas Artes, de suerte, que no pueda beberse la doctrina sino en aquellas fuentes. Yo he reparado, que los Romanos veneraron mucho a los Griegos, y se aprovecharon de su doctrina en muchísimas cosas; pero también en otras los dejaron, buscando nuevos caminos para alcanzar la verdad, y alguna vez se gloriaron de ser iguales, o superiores a los Griegos (a).
Galeno en el comento del primer aforismo de Hipócrates dice, que los antiguos hallaron las Ciencias, pero no pudieron perfeccionarlas, y que los que les han sucedido las han aumentado y perfeccionado. Cicerón afirma, que en su tiempo había en Roma Oradores tan grandes, que en nada eran inferiores a los Griegos (b). ¿Pues por qué nosotros hemos de creer, que nada bueno puede hallarse en nuestros días? ¿Y por qué no podremos decir de los Romanos, lo que estos dijeron de los Griegos (c); y de los Griegos, lo que ellos dijeron de otros más antiguos? La razón dicta, que la verdad ha de buscarse en los antiguos y en los modernos, y ha de abrazarse donde quiera que se halle.

(a) Sed meum judicium semper fuit omnia nostros aut invenisse per se sapientius quam Graecos, aut accepta ab illis fecisse meliora. Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 2.

(b) Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 4.
(c) Brutus quidem noster, excellens omni genere laudis, sic Philosophiam Latinis literis persequitur, nihil ut eisdem de rebus a Graecis desideres. Cicer. Acad. q. lib. 2. cap. 9.


98 Los antiguos tienen la ventaja de haber sido los primeros, y por esto los imaginamos como más venerables, porque de ordinario formamos concepto más grande de los hombres famosos cuando están distantes de nosotros, que cuando están a nuestra vista, pues entonces hallamos que son hombres como los demás, y sujetos a las mismas inclinaciones y engaños que nosotros mismos, y por esto solemos apreciar más lo que tenemos distante, que lo que está cercano. Pero si nos libramos de toda preocupación, hallaremos entre los antiguos, hombres de grande ingenio y juicio, de mucha erudición y doctrina, y también entre los modernos; y entre estos hallamos Sofistas, y no faltaron entre aquellos. Esto es lo que dicta la buena Lógica; pero hoy los literatos inclinan a lo moderno con conocida preocupación, la cual hace que se hable de los antiguos con desprecio, sin haberlos leído. El juicio dicta, que tomemos de la antigüedad los fundamentos de las Artes y Ciencias, pues que ellos las establecieron, y procuremos instruirnos en lo que los modernos hayan añadido con solidez a lo que ellos fundaron.

99 La precipitación del juicio se observa frecuentemente en el trato civil, porque es muy común juzgar de las cosas sin haberlas averiguado. Uno disputa y se descompone por defender la Filosofía, que no ha visto. Otro afirma que tal Autor lo dice, sin haberle leído. Cual apenas ha oído una palabrita a otro, ya forma mil juicios. Cual por un acaecimiento imprevisto, forma mil presagios. En efecto los juicios temerarios casi siempre se hacen con precipitación, porque se hacen sin atender las circunstancias necesarias para juzgar; y si bien se repara, en el trato civil se hallará, que son infinitos los juicios precipitados. En los libros son también frecuentísimos, y cada día vemos contender los Autores recíprocamente sobre si es cierta la narración, o falsa la cita, y las más de estas contiendas proceden de la precipitación del juicio. De la misma nacen a veces las alabanzas vanísimas y los vituperios de los Autores; porque toma uno un libro en la mano, y luego que empieza a leerle, encuentra una cosa que no le satisface, y sin pasar más adelante dice, que el libro no vale nada, que es una friolera cuanto el Autor escribe, y otras cosas semejantes. Por el contrario, si halla en el libro un estilo proporcionado a su genio, u otras cosas que a los principios le contentan, dice que el libro es bueno, y es lo mejor que se ha escrito. De este modo se hacen muchas críticas, y las hacen hoy sujetos de buena recomendación; pero fuera fácil mostrar que se hacen con manifiesta precipitación de juicio. A veces la precipitación del juicio es muy peligrosa, porque ocasiona errores enormes. Oímos una palabrita a un hombre que miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y el otro tal vez la ha dicho con sana intención. En el juicio que algunos hacen de los libros sucede lo mismo, porque tal proposición, que por sí sola puede parecer mala, acompañada con toda la serie de principios y razonamientos con que esta conexa, es sanísima.
De otro modo precipitamos el juicio, haciendo de un hecho particular una razón universal. Así vemos que Ariston ha faltado en una cosa, o no se ha desempeñado bien en un asunto, y luego le tenemos por un hombre inútil para todos los negocios.

100 Nunca precipitamos más el juicio, que cuando nos dejamos dominar de alguna pasión, y esto se observa en casi todas las disputas, en que no se tiene por fin el descubrimiento de la verdad, sino la vanagloria. Cuando uno se calienta mucho en una disputa, de ordinario se arrebata, y su imaginación tiene imágenes muy arraigadas de lo que intenta persuadir: de esto se sigue, que no atiende a lo que dice el contrario, y si oye algo, lo acomoda a lo que domina en su fantasía, porque esta no admite sino muy ligeramente las impresiones distintas de aquel objeto que la ocupa. De aquí nace, que muchas veces están disputando dos hombres serios con grande estrépito, y diciendo ambos una misma cosa; y es cierto que luego feneciera la contienda, si no hubiera precipitación de juicio de los contendores (contendientes). De esto tengo yo bastante experiencia, como también de muchas sospechas que resultan después de semejantes disputas, y nacen las más veces de no haber puesto la atención necesaria en lo que se dice, y de juzgar con precipitación. En fin reflecte cada cual un poco, y hallará que muchísimos juicios en el trato civil se hacen por el miedo, odio, amor, esperanza, o según la pasión que reina en el que juzga (a).

(a) Plura enim multo homines judicant odio, aut amore, aut cupiditate, aut iracundia, aut dolore, aut laetitia, aut spe, aut timore, aut errore, aut aliqua permotione mentis, quam veritate, aut praescripto, aut juris norma aliqua, aut judicii formula, aut legibus. Cic. de Orat. lib. 2. p. 370.

101 Resta ahora proponer el remedio para estos males del juicio. Ante todas cosas se ha de tener presente lo que hemos dicho en los capítulos pasados, porque las preocupaciones, y precipitaciones del juicio por la mayor parte proceden de la fuerza de las pasiones, de la imaginación, del ingenio, de los sentidos, y demás cosas que hemos explicado. Además de esto será bien acordarse de lo que ya hemos dicho, es a saber, que el hombre sabe las cosas, o por la ciencia, o por la opinión. No puede el hombre errar cuando tiene evidencia de las cosas que ha de juzgar, con que solamente el juicio ha de tener reglas para no preocuparse en las cosas que se alcanzan por opinión. Para gobernarse en estas con acierto, será importante ver lo que hemos dicho hablando de la extensión de las opiniones; y ahora puede añadirse, que nada es más a propósito para evitar la preocupación, que el saber dudar y suspender el juicio con prudencia (a : Epicharmi illud teneto nervos, atque artus esse sapientiae non temere credere. Ciceron de Petit. Consul.)
Hágome cargo, que no puede el entendimiento mantenerse siempre en la duda, como hacían los Pirrhonistas (
de Pirrho, Pirro); pero a lo menos es argumento de buen juicio saber dudar cuando conviene, y no dar asenso sino a lo que consta por la certeza de los primeros principios.

102 El entendimiento ayudado de las reglas de la Lógica, ha de examinar las cosas, y si las halla conformes a las primeras verdades, o los fundamentos principales de la razón humana, que tantas veces hemos propuesto, entonces se resuelve, y pasa de la duda a la creencia. Pero si en semejantes averiguaciones descubre poca conformidad de las cosas con la razón, y los principios de ella, o disiente, o suspende de nuevo el juicio, hasta que averiguándolo mejor, se le presente claramente la verdad. Por esta razón han de examinarse con cuidado las opiniones que recibimos en la niñez, y muchas otras que se enseñan en las Escuelas, y las que se adquieren en la conversación y trato, y no han de creerse ciegamente, sino sólo después de bien examinadas. Débese aquí advertir, que en las ciencias prácticas basta a veces la verosimilitud, porque en muchísimas cosas si hubiera el entendimiento de hacer exámenes para alcanzar la evidencia, se pasaría la ocasión de obrar, y esta no suele volver siempre que queremos.
De este modo gobernamos la práctica de la Medicina en muchos casos, y lo mismo acontece algunas veces en lo moral.
Mas (pero) aún en tales lances conviene siempre seguir lo que se acerca más a las primeras verdades, porque esto es lo más conforme a la buena razón. Por esto creo yo, que si en las Escuelas se llega a enseñar la buena Lógica, con esto solo se acabarán las ruidosas contiendas sobre el probabilismo, porque conocerán todos, que lo menos racional no debe seguirse a vista de lo más razonable.

103 Para no precipitar el juicio se han de tener presentes las mismas reglas que hemos propuesto para evitar las preocupaciones. Pero en especial conduce poner la atención necesaria en las cosas antes de juzgar, y examinarlas de suerte que no se determine el juicio sino después del examen necesario.
Las cosas suelen combinarse de muchas maneras; y si el entendimiento no atiende a todas las circunstancias, fácilmente caerá en el error, porque sólo juzgará por la vista de una, y debiera hacerlo después de atender a todas.
El examen es también necesario, porque de otra forma lo que es incógnito se tendrá por sabido, lo falso se tendrá como cierto, y lo dudoso como ciertamente verdadero (a).
Esto se hace más comprensible con ejemplos, y lo ilustraremos más en los capítulos siguientes.

(a) Ne incognita pro cognitit habeamus, hisque temere assentiamus. Quod vitium effugere qui volet (omnes autem velle debebunt) adhibebit ad considerandas res, & tempus, & diligentiam. Cicer. de Offic. lib. I. cap. 29.