domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo V. De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

Capítulo V.

De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

72 Ya hemos explicado en el primer libro, que hay en el hombre una potencia de combinar las nociones simples y compuestas, a la cual hemos llamado ingenio, y de quien es propio combinar las cosas de mil maneras diferentes. Ahora mostraremos de cuántas maneras caemos en el error por ser ingeniosos. El ingenio de dos modos suele ocasionar el error, es a saber, o por muy grande, o por pequeño. Cuando el entendimiento percibe las cosas sin penetrar las circunstancias que las acompañan, o sus maneras de ser, o sus propiedades inseparables; o por decirlo en una palabra, no penetra más que la corteza de las cosas, sin alcanzar el fondo, se siguen mil errores y engaños, porque el juicio no puede ser atinado con tan poca noticia como subministra el ingenio; y por eso los que son naturalmente de poca comprensión sin hacer combinaciones copiosas, y los que no aguzan el ingenio, o con la buena crianza, o con el trato civil, o con el ejercicio de las Artes y Ciencias, son rudos y desatinados, porque juzgan de las cosas sin haber penetrado en todos los senos de ellas. Por esto la gente vulgar en sus juicios no suele pasar de la superficie de las cosas. Los grandes ingenios si no los acompaña un buen juicio, suelen caer en errores de mayor consideración que los pequeños. Algunos Herejes han sido muy ingeniosos, pero la falta de juicio los ha hecho errar neciamente. Y de ordinario cuando un hereje tiene ingenio penetrante, es más obstinado, y sus errores son más disimulados, porque el ingenio con la abundancia de combinaciones los encubre, los adorna, y los representa con otros colores que los que les corresponden. Por esta razón tanto mayor ha de ser la cautela con que se han de leer los libros de los Herejes, cuanto estos son más ingeniosos.

73 A veces los errores que ocasiona el ingenio son solamente filosóficos. Cartesio tuvo un ingenio singular, y el juicio no fue igual al ingenio. Cuando dejaba correr libremente el ingenio, solía escribir cosas, que más parecían sueños que realidades, porque era fecundísimo en combinar: tales son muchísimas de las que propone en los principios filosóficos. De Caramuel dice Muratori, que mostró un ingenio grande en las cosas pequeñas, y pequeño en las grandes. Raymundo Lulio tuvo buen ingenio, y muy poco juicio. Su Filosofía no es a propósito sino para ejercitar la charlatanería, y con ella ninguno sabrá más que ciertas razones generales, sin descender jamás al caso particular. Todo su estudio consistía en reducir las cosas, qualesquiera que sean, a lugares comunes, a sujetos y predicados generales, que puedan convenirles, y de este modo habla un Lulista eternamente, y sin hallar fin; pero con una frialdad, y con razones tan vagas, que apenas llegan a la superficie, y a lo más común de las cosas. En efecto un Lulista podrá amplificar un asunto mientras le pareciere; pero después de haber hablado una hora, nada útil ha dicho. Redúcese, pues, a ingenio todo el arte de Lulio; pero el juicio no halla de que poderse aprovechar. Este mismo concepto hacen de Lulio muy grandes Escritores, y en especial Gasendo, y Muratori; pero si a alguno de mis Lectores le parece áspera la censura, ruego que vea las Oras de Lulio, y que medite sobre lo que llevo dicho, que creo se convencerá.
(
Nota del editor: Aconsejo leer Obras rimadas de Ramon Lull, escritas en idioma catalan-provenzal. Textos originales y traducción parcial al castellano por Gerónimo Rosselló, mallorquín, como Raymundo Lulio. Lo he editado, está online en regnemallorca.blogspot.com y chapurriau.blogspot.com)

74 En las escuelas se tratan muchas cuestiones en que se aguza el ingenio, y no se perfecciona el juicio. La gran cuestión de la transcendencia del ente, la del ente de razón, la del objeto o formal de la Lógica, la de la distinción escótica, y otras semejantes, son puramente ingeniosas, interminables y vanísimas. El juicio nada tiene que hacer en ellas, porque no hay esperanza de hallar la verdad, y una vez hallada, aprovecharía muy poco. Yo nunca alabaré que se haga perder el tiempo a la juventud, entreteniéndola en tales averiguaciones, que aunque son ingeniosas, pero son inútiles. Convengo yo en que alguna vez a los jóvenes se han de proponer cuestiones con que ejerciten el ingenio; pero si esto puede hacerse de modo que se
aguce (agudice) el ingenio, y se perfeccione el juicio, será mucho mejor; y no hay duda que puede entretenerse la juventud en algunas disputas en que se consigan ambas cosas. El P. Mabillon fue varón docto y juicioso, y en sus Estudios Monásticos aconseja, que se eviten semejantes cuestiones, porque no solamente son inútiles, sino que obscurecen la verdad.
Y es de notar, que el habituar los jóvenes a estas cuestiones suele ocasionar algún daño: porque los hace demasiadamente especulativos, y a veces tan tercos, que el hábito que contraen en ellas, le conservan en otros asuntos; y como el amor propio no cesa de incitarlos a su elevación, por eso nunca se rinden, antes estas cuestiones especulativas los hacen vanos y porfiados. Además de esto siempre he juzgado que el tiempo es alhaja muy preciosa, y que siendo tanto lo que sólidamente puede aprenderse, es cosa ridícula emplearlo en cosas vanas, en que resplandece el ingenio, y no el provecho (a), ni la enseñanza. Algunos suelen celebrar con alabanzas extraordinarias la carroza de marfil que hizo Mirmecidas con cuatro caballos y el gobernador de ellos, tan pequeña, que la cubrían las alas de una mosca; las hormigas de Calicrates, cuyos miembros no distinguían sino los de perspicacísima vista, y otras cosas maravillosas por su pequeñez (b). Mas yo acostumbro medir las alabanzas de estas cosas por el provecho que puede sacarse de ellas; y así me parece muy fundado en razón lo que dice Eliano hablando de esto, es a saber, que ningún hombre sabio puede alabar tales obras, porque no aprovechan para otra cosa, que para hacer perder vanamente el tiempo (c). Es verdad que en ellas resplandece la destreza, e ingenio del Artífice; pero yo nunca alabo solamente a un hombre por su ingenio, por grande que sea, sino por su juicio.

73 Por lo general ninguno hace mayor ostentación del ingenio, y con menos provecho que los Poetas, en especial los de estos tiempos. Cicerón observó muy bien, que no hay ningún Poeta a quien no parezcan sus poesías mejores que qualesquiera otras; y si hubiera vivido en nuestros tiempos, hubiera confirmado con la experiencia la verdad de su observación. A los Poetas se les debe la gloria de haber sido los primeros que trataron las Ciencias con método. Pero ya en lo antiguo sucedía lo mismo que ahora, pues en aquel tiempo había muy pocos Poetas buenos (d), y muchos malísimos.

(a) Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria. Phedr. lib. 3. fabul. 17.
(b) Feyjoó t. 7. disc. I. p. I. 2. &c.

(Nota del editor. Andrés Piquer no veía la futura utilidad de estas miniaturas, por ejemplo, el microchip, o la nanotecnología, pero intenta desprestigiar a Ramon Lull, que en 1300 ya sabía Medicina, Lógica, y varias Artes.)
(c) Non aliud revera sunt, quam vana temporis jactura. Aelian. lib. I. Var. hist. cap.17.

(d) Vere mihi hoc videor esse dicturus, ex omnibus iis, qui in harum artium studiis liberalissimis sint doctrinisque versati, minimam copiam Poetarum egregiorum extitisse. Cic. de Orat. lib. I. pág. 255.


Piensan algunos, que para ser buen Poeta no es menester más que hacer versos, y darles cadencia; y la mayor parte de los que juzgan, solamente se contentan del sonido y tal cual agudeza de ingenio. Y se ha de tener por cierto, que para ser buen Poeta es menester ser buen Filósofo. No entiendo por Filósofo al que sabe la Filosofía en el modo que se enseña en las Escuelas, sino al que sabe razonar con fundamento en todos los asuntos que pueden tocar a la Filosofía. Así será necesario que el Poeta sepa bien la Filosofía Moral, y sin ella nada puede hacer que sea loable, porque no sabrá excitar los afectos, ni animar las pasiones, que es una de las cosas principales de la Poesía. Muchos de nuestros Poetas, y algunos de los antiguos supieron muy bien excitar al amor profano; pero en esto mostraron su poco juicio, porque nunca puede ser juicioso el Poeta que excite los afectos para seguir el vicio, antes debe ser su instituto animar a la virtud; y no hay que dudar, que si los Poetas supieran hacerlo, tal vez lo conseguirían mejor que algunos Oradores, porque los hombres se inclinan más a lo bueno, si se les propone con deleite, y esto hace la Poesía halagando el oído. Ha de saber el Poeta la Política, la
Económica, (economía) la Historia sagrada y profana. Ha de saber evitar la frialdad en las agudezas: ha de ser entendido en las lenguas: ha de saber las reglas de la Fábula y de la invención. Ha de conocer la fuerza de las Figuras, y en especial de las Traslaciones. Ha de hablar con pureza y sin afectación: y en fin ha de tener presentes las máximas que propone Aristóteles en su Poética, y saber poner en práctica los preceptos que han usado los mejores Poetas. Pero hoy vemos que todo el arte se reduce a equívocos fríos, a frases afectadas, a pensamientos ingeniosos, sin enseñanza ni doctrina; y aún hay Poetas celebrados, que no observan ninguna de las reglas que propone Horacio en su Arte Poética, y no adquieren el nombre sino por la poca advertencia de los que lo juzgan, y porque ellos mismos dicen que son excelentes Poetas (a : Nunc satis est dixisse: Ego mira poemata pango. Hor. Art. Poet. v. 416.). Descendiera en esto más a lo particular, si no temiera conciliarme la enemistad de muchos alabadores de los Poetas recientes.

76 Siendo, pues, cierto, que el juicio ha de gobernar al ingenio para que este aproveche, será necesario saber, que los que profesan las Artes y Ciencias no deben tener otro fin, que aprender, o enseñar la verdad y el bien, y que toda la fuerza del ingenio ha de ponerse en descubrir estas cosas, y esclarecerlas para evitar el error y la ignorancia. Bien puede el ingenio buscar a veces lo deleitable, pero ha de ser con las reglas que prescribe el juicio, y haciéndolo servir solamente para que con mayor facilidad se alcance lo verdadero, y se abrace lo bueno. Según estos principios, han de desecharse todas las obras de ingenio que deleitan y no enseñan, y que ponen toda su fuerza en agudeza superficial, que no dura sino el tiempo que se leen, u oyen (a).

77 La memoria si no está junta con buen juicio es de poca estimación, porque importa poco saber muchas cosas si no se sabe hacer buen uso de ellas. El vulgo esta engañadísimo creyendo que son grandes hombres los que tienen gran memoria: y de ordinario para significar la excelente sabiduría de alguno, dice que tiene una memoria felicísima. A la verdad cuando a un juicio recto se junta una memoria grande, puede ser muy útil, y creo yo que necesita el juicio del socorro de la memoria para valerse de las especies que tiene reservadas; pero no hay que dudar, que por sí sola merece poca estimación. Admirablemente dijo Saavedra en su República literaria: Muchos buscaban el eléboro, y la nacardina para hacerse memoriosos, con evidente peligro del juicio; poco me pareció que tenían los que le aventuraban por la memoria, porque si bien es depósito de las Ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre, si como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse (b).
La memoria deposita las noticias y retiene las imágenes de los objetos; así se hallan en ella todas las cosas indiferentemente, y es necesario el juicio recto para colocarlas en sus lugares. Es la memoria como una feria donde están expuestas mercancías de todos géneros, unas buenas, otras malas; unas enteras, otras podridas; pero el juicio es el comprador, que escoge solamente las que merecen estimación, y hace de ellas el uso que corresponde, y desecha las demás. Es verdad que si no hay abundancia y riqueza, poco tendrá que escoger. Algunos leen buenos libros, estudian mucho, y no pueden hablar cuando se ofrece, porque la memoria no les presenta con prontitud las nociones de las cosas. Estos por lo ordinario se explican mejor por escrito, que de palabra.

(a) Nihil est infelicius, quam in eo in quo minimum proficias, plurimum laborare. Menk. Charl. p. 224.
(b) Rep. Lit. p.3. edic. de Alcalá 1670.

Muchos han inventado diversas Artes para facilitar la memoria, y se aprovechan de ciertas señales, para que excitándose en la fantasía, se renueven los vestigios de otras con quien tienen conexión. Pero la experiencia ha mostrado el poco fruto de semejantes invenciones; y sabemos ciertamente, que nada aumenta tanto la memoria como el estudio continuado; y es natural, porque la continua aplicación a las letras la ejercita, con lo que contrae hábito y facilidad de retener las nociones, que es su propia incumbencia. Lo que algunos dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los Árabes, gente crédula y supersticiosa.
(
Nota del editor: ¿También Avicena - Ibn Siná - era crédulo y supersticioso?)

78 Resta ahora explicar los desórdenes que acompañan a una gran memoria cuando está junta con poco juicio, y mostrar cuán poco estimables son los Autores en quien resplandece solamente aquella potencia. Cleóbulo está continuamente leyendo, en todo el día hace otra cosa, tiene una memoria admirable. ¿Quién no pensará con estas buenas circunstancias, que Cleóbulo ha de dar al público alguna obra estimable? Luego vemos que nos sale con una Floresta, o Jardín, o Ramillete de varias flores, y acercándose, y mirándole de cerca, no hay en su jardín sino adelfa y vedegambre. Hay algunos que no están contentos si no hacen participantes a los demás de lo que ellos saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, o falsas; y si bien se repara, en semejantes libros no hay más que molestas repeticiones de una misma cosa.
Yo confieso, que apenas hay Autor que no se aproveche de lo que otro ha escrito; pero los que son buenos añaden de lo suyo, o a lo menos dan novedad, y método a lo ajeno (a); mas esto no saben hacerlo sino aquellos que a la memoria añaden buen juicio (b).

(a) Res ardua, vetustis novitatem dare, novis auctoritatem, obsoletis nitorem, obscuris lucem, fastiditis, gratiam, dubiis fidem, omnibus vero naturam, & naturae suae omnia. Plin. Hist Nat. lib. I. p. 3. n. 25. tom. I.

(b) Mandare quemquam literis cogitationes suas, qui eas nec disponere, nec illustrare sciat, nec delectatione aliqua allicere lectorem, hominis est intemperanter abutentis, & otio, & literis. Cic. Q.Tusc. lib. I.cap. 5.

Otros quieren parecer sabios, teniendo en la memoria buena copia de Autores, y los nombran y citan para mostrar su estudio. Pero el haber visto muchos libros no hace más sabios a los hombres, sino haberlos leído con método, y tener juicio para conocer y discernir lo bueno que hay en ellos, de lo malo. No saben estos más, que los niños, a quien se hace aprender de memoria una serie de cosas, que la dicen sin saber lo que contiene, ni para qué aprovecha. No hay cosa más fácil que citar una docena de Autores sobre cualquier asunto, porque para esto están a mano las Polianteas, los Diccionarios, las Misceláneas, los Teatros, y otros semejantes libros, en que está hacinada la erudición sin arte, sin método, y sin juicio. Dijo muy bien el P. Feyjoó, que el Teatro de la vida humana, y las Polianteas son fuentes donde pueden beber la erudición, no sólo los racionales, sino las bestias (a : Feyjoó Theat. Crit. disc. 8. §. 7. n. 31. p. 192. tom. 2.).
Bien pudieran entrar en este número muchos Diccionarios y Bibliotecas. Con todo, este es el siglo de los Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la moda, se escriben sin exactitud, y todos sin los principios fundamentales de lo que tratan. Por esto, los que sólo saben por ellos, son entendimientos que se satisfacen de la memoria, sin ejercitar el ingenio ni el juicio; siendo cierto, que semejantes libros sólo pueden aprovechar en tal cual ocasión a los hombres de mucha lectura y de atinado juicio, o para tener a mano una especie, o para volver a la memoria alguna cosa que se había olvidado.

79 En la Medicina son infinitos los libros de erudición desaliñada, y sólo a propósito para cargar la memoria. No hay Autor que haya recogido más noticias, ni cite con mayor frecuencia que Etmullero; pero es Escritor de pequeño juicio, porque entre tanta barahúnda de noticias, opiniones, y Autores, de ordinario sigue lo peor. Sus observaciones especiales son vanísimas, y lo he conocido por propia experiencia. Si trata de curar las enfermedades, usa de infinitos medicamentos
Chímicos, con perjudicial ponderación de sus falsas virtudes. Foresto es exacto en sus observaciones, y sus curaciones no son despreciables; pero sus preámbulos largos para cosas pequeñas, y sus repeticiones de cosas que nada importan, hacen enfadosa su lectura. No obstante le tengo por más útil que a Senerto, y puede aprovechar en manos de un Médico juicioso. Juan Doleo hizo una Enciclopedia, en que comprehendió (hizo un compendio, compendió) los pareceres de muchos Autores, especialmente modernos, sobre cada enfermedad, señalando distintamente el dictamen de cada uno. No puede haber cosa más a propósito para facilitar la memoria de los Médicos, ni más propia para corromperles el juicio. Porque este Escritor en el decir es fantástico, lleno de frases poéticas, y rimbombantes. Introduce términos obscurísimos, con gran perjuicio de los lectores, porque ya la Medicina necesitaba de hacerse más comprensible, familiarizando infinito número de voces Griegas, que ni se han hecho Latinas, ni Españolas, lo que ocasiona embarazo y confusión. Y después de todo esto nos viene Doleo con Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos a cada línea, y no significan otra cosa que el cerebro, corazón, estómago, y útero, o los espíritus especiales de estas partes y que sirven para sus funciones. Además de esto no hay en sus curaciones aquel nervio de observación que se halló en los Griegos; ni sus remedios son otra cosa que medicamentos comunes vanamente ponderados. Hoffman es también Autor de varia lección, su juicio mediano; pero su imaginación fecunda, y la memoria grande: su estilo es asiático y poco nervioso, dice y repite las cosas sin medida, y cita más de lo que sabe. No obstante es Autor que puede aprovechar mucho si se sabe hacer buen uso de sus noticias, y se separa de ellas lo sistemático, que se lleva las dos partes de sus obras. Finalmente para hallar locución breve y clara, método, enseñanza, y buen juicio, es necesario leer a Hipócrates, Areteo, Celso, y a sus seguidores Marciano, Dureto, Lomio, y los dos Pisones, y algunos otros de quien hemos hecho crítica en otra parte.

80 No sé si entre los Teólogos y Letrados reina este defecto como entre los Médicos. Sé muy bien que en ambas ciencias hay Profesores de erudición exquisita, y de atinado juicio. Pero como salen a luz tantos tratados de Teología sin añadir novedad ninguna unos a otros, tantos Autores de Poliánteas, de Sermones, de Misceláneas, he sospechado que tal vez se hallarán algunos que no habrán tratado estos asuntos con la perfección necesaria. En efecto Cano, el P. Mabillon y mucho antes Luis Vives, han hallado en algunos Teólogos muchas superfluidades. Tal vez dirá alguno que esto es meter la hoz en mies ajena, pero la Lógica da reglas generales para gobernar al juicio, y es necesaria para dirigirle con rectitud y hacer buen uso de él en todas las ciencias. Por eso un buen Lógico puede conocer los defectos que por falta de cultura, y rectitud de juicio cometen los Autores que tratan la Teología. Lo mismo ha de entenderse de la Jurisprudencia, en cuya ciencia son muchos los Autores que ponen toda su enseñanza en amontonar citas y lugares comunes, y creo yo que no consultan los Autores originales, sino que unos sacan las citas de otros, y estos de otros más antiguos, y todos estos son plagiarios, y compiladores (a). Por lo menos en estas que llaman Alegaciones es cierto, que muchos muestran falta de Lógica y de cultura en el juicio, porque reina en ellas erudición desaliñada y vulgar, y se pone mayor cuidado en amontonar citas, que razones sólidas y concluyentes. Saavedra en la República Literaria, ya se queja del poco juicio de algunos Autores de Jurisprudencia. Acerqueme (me acerqué) a un Censor, dice, y vi que recibía los libros de Jurisprudencia, y que enfadado con tantas cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos exclamaba: ¡O Júpiter!, si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas ejércitos de Godos que remedien esta universal inundación de libros? Y sin abrir algunos cajones los entregaba para que en las Hosterías sirviesen los civiles de encender el fuego, y los criminales de freír pescado y cubrir los lardos (b). Ciceron se quejaba también de la poca cultura de los Juristas de su tiempo (c) y en varias partes los reprehende,

(a) Omnes omnium Jurisconsultorum libros evolvendos sibi putant, totaque citatorum quae vocant plaustra colligunt, quibus suas dissertatiunculas, responsa, decreta, non tam ornant, quam onerant. Menk. Charl. p. 267.
(b) pág. 31.

(c) Sed Jureconsulti, sive erroris objiciendi causa quo plura, & difficiliora scire videantur, sive, quod similius veri est, ignoratione docendi, nam non solam scire aliquid artis est, sed quaedam ars etiam docendi, saepe quod positum est in una cognitione, in infinita dispartiuntur. Cicer. de Leg. 2. cap. 45.

en especial en la Oración que hizo por Murena, digna de ser leída, porque trata este asunto con extensión (a). Ninguna Arte, entiendo yo, necesita más de la buena Lógica que la Jurisprudencia, porque el conocimiento de lo recto y de lo justo pertenece al juicio. Si este no sólo necesita de sus propios principios, sino de otras verdades fundamentales por el encadenamiento que hay entre ellas ¿cómo ha de ser buen Jurisconsulto el que no sea buen Filósofo? No extraño que Genaro, que conocía por dentro lo que anda en esto, haya empleado tan vivas y tan continuas sátiras contra los Letrados.
(a) ltaque si mihi homini vehementer occupato stomachum moveritis, vel triduo me Jurisconsultum esse profitebor. Cic. pro Muraen. c.13. p. 272. t. 5.

Capítulo IV. Continúase la explicación de los errores que la imaginación ocasiona.

Capítulo IV.

Continúase la explicación de los errores que la imaginación ocasiona.

51 Hemos propuesto en el capítulo antecedente algunos errores que ocasiona la imaginación en asuntos de Religión y de piedad; en este manifestaremos los que principalmente ocasiona en el trato civil, y en el ejercicio de las Artes y Ciencias, y para hacerlos más comprensibles, los dividiremos en varias clases, según las varias influencias que suele tener en ellos la fantasía.

52 En primer lugar suelen ocasionar el error las imaginaciones pequeñas: entiendo por pequeñas imaginaciones las que se llenan y satisfacen de cosas de ningún momento, y suelen hacer que el juicio las tenga por grandes, y se ocupe en ellas. Esto suele observarse en los niños y mujeres, y por eso las vemos casi siempre ocupadas en cosas pequeñísimas, mirándolas como grandes, y dignas de su aplicación. La moda, la cortesía, el adorno, y la conversación de estas mismas cosas es el atractivo de su juicio, como en los niños los juegos, las bagatelas, y las diversiones. De ordinario las imaginaciones pequeñas son blandas, esto es, son dispuestas a recibir fácilmente las representaciones: son asimismo acompañadas de afectos de dulzura y de gusto; y siendo poco, o nada instruido el juicio de los niños y de las mujeres, se ocupa todo de los objetos de la fantasía. En vista de esto se ha de procurar, ya con la enseñanza, ya con el ejemplo, el instruir temprano la juventud en máximas fundamentales de la razón, formando su juicio según permite su capacidad. De este modo se ha visto un niño que a la edad de siete años ha defendido públicamente las principales Ciencias con acierto (a), y mujeres que han excedido a los hombres en el juicio. Muchos ejemplos pueden verse de uno, y otro en los Autores, en especial en Plutarco (b), y entre los modernos en Mr. Baillet (c).

(a) Murator. Filosof. Moral. capit. 10.

(b) Plutarc. de Clar. Mulier.
(c) Baillet. Jugemens de Savans, t. 5.

53 No faltan hombres afeminados de imaginación bien pequeña. Algunos usan más adornos que las mujeres, otros continuamente exaltan cosas de poco momento: unos exageran las cosas de ninguna importancia; otros se hacen entrometidos, dando a entender que son grandes hombres, y sólo lo son en frioleras. Cleóbulo se altera de lo que no debe, se admira de bagatelas, y no sabe hablar de otra cosa que de su dolor de cabeza, de lo que ha trabajado, de lo cansado que se halla, y en esto emplea toda una tarde, y tal vez todo el día. Evaristo se halla en una conversación, y no hace otra cosa que ponderar la desigualdad del tiempo, las niñerías de sus hijos y sus gracias: y después, por hacer demostración de su saber, se pone a hablar de los vestidos de los Macedonios, del orden de batalla de las Amazonas; y si se le ocurre, no omite tal cual lugar de Quinto Curcio. Este vicio es el que llaman los Modernos pedantería, que consiste en entretenerse sólo el entendimiento en cosas de ninguna sustancia, más propias de niños que de adultos, proporcionadas a Ia pequeñez de su fantasía, y objetos dignos de su corto juicio. Estos tales no suelen hacer otro daño con estos errores, que causar enfado a todo el mundo, y en especial a los hombres que hacen uso de la razón.

54 Si la pedantería quedase sólo en las conversaciones, fuera tolerable; el caso es que se halla en infinitos libros de todas facultades, y sus Autores nos hacen perder el tiempo y el dinero en inútiles niñerías.

Menkenio desprecia con donayre algunos Gramáticos que disputaron mucho tiempo sobre sola una voz (a : Menken. Charlat. Eruditor. pág. 155), y cerca de nuestros tiempos hemos visto empeñados dos hombres famosos en averiguar si ha de escribirse Virgilio, o Vergilio. ¿Y qué cosa más común y más inútil, que examinar aquello que después de averiguado para nada aprovecha? Todo el año emplea Ariston en averiguar si Cicerón estudiaba sentado, o paseando, si los vestidos que usaba eran varios, o uniformes. Cleóbulo está afanado para saber qué figura tenían las hebillas de los Romanos, y hace un tomo entero para probar que no usaban espuelas, y trata con mucha extensión de los anillos, de los juegos, y otros divertimientos de aquellos tiempos, con tanta satisfacción, que tiene por ignorantes, e irracionales, a los que no emplean, como él, todo el tiempo en inútiles averiguaciones. Pedro Burmano, Bentleio, y otros semejantes son dignos de estimación por el trabajo con que nos dan buenas ediciones de Autores Latinos, y por el zelo con que promueven las letras humanas; pero no son de alabar los cuidados que en sus notas ponen, deteniéndose lo más del tiempo en corregir la palabra del Autor original, gobernados por sus propias reglas, y en impugnar a otros, porque no lo han hecho, sin cuidar de las sentencias, que es el punto principal en que se debieran detener. Han llegado a tal punto estos Correctores (dice Menkenio), que con verdad se puede decir ahora lo que en otro tiempo se dijo de los ejemplares de Homero; es a saber, que se han de tener por mejores y más correctos los Autores que no se han corregido (a : Charlataner. pág, 164.).

55 Alguna vez puede esto ser un poco útil; pero si se considera el estrépito con que algunos han tratado estas materias, bien se podrán comparar a la mosca, que andando sobre la rueda de un carro, decía: ¡Cuánto polvo levanto!
Otros emplean gruesos volúmenes en explicar una sola voz de algún Escritor antiguo. Yo siempre he tenido por hombres de imaginación pequeña a los que se detienen en una palabrilla, en un acento
(tilde), en si se ha de entender esta voz en este, o en otro significado: aunque esto importe poco, y sin llegar a conocer lo útil de las cosas, sólo se contentan de lo superficial. Parécense estos a los cazadores, que no llegando a saber cazar las aves y bestias útiles para el mantenimiento del hombre, se emplean en cazar ratones, o tal vez se hacen cazadores de moscas. Lo mismo debe decirse de aquellos que se tienen por grandes hombres, porque saben hacer un verso, o una redondilla. ¡O! Narciso es mozo de grandes esperanzas, porque hace un Epigrama, y forma versos que es una maravilla. Examinando bien las cosas, se halla que Narciso es hombre de pequeña imaginación y de poco juicio, porque sabe hacer versos que nada más tienen que el sonido, el metro, y la cadencia, cosas propias de la imaginación; pero no incluyen sentencias graves, ni instructivas, en que resplandezca el juicio. ¿De qué puede servir hacer versos con letras forzadas, y anagramas oscurísimos, sino de atraer aquellos que admiran todo lo que no entienden, y celebran lo que no alcanzan (a)? Bien pueden estos compararse a los niños, a quien el color del oropel hace creer que es oro lo que es plomo, y tal vez madera podrida.

56 En segundo lugar coloco yo las imaginaciones hinchadas, y llamo así aquellas que se llenan de muchas imágenes, o ya se adquieran y recojan con la aplicación, o ya naturalmente sea dispuesta la fantasía a formarlas. Es menester confesar, que si a las imaginaciones llenas se junta buen juicio, son muy estimables, y sólo de ellas han de esperarse grandes ventajas en el descubrimiento de la verdad, y en el ejercicio de las Artes, y Ciencias; pero si a una imaginación muy llena, no acompaña un juicio atinado, suele ser causa de muchos errores. ¡O! Fulano es muy lleno!. ¡Qué de noticias tiene! ¡Qué de cosas sabe! De qualquiera asunto que se hable, en todo entiende. Este es el lenguaje del vulgo en la calificación de los sujetos. Si el juicio no coloca en el debido lugar las noticias, si a la muchedumbre de ellas no acompaña un gran discernimiento de lo verdadero y de lo bueno, y un conocimiento de lo útil y superfluo, de lo bello y de lo rústico, nada más serán todas aquellas noticias que un montón de trigo, cebada, heno, paja y polvo, donde hay algo de bueno pero mezclado con muchísimo sucio, malo y abominable. En efecto la llenura de la imaginación es como la del cuerpo, que siendo gobernada por la naturaleza es sana y loable, y en siendo desordenada causa la enfermedad y la cacoquimia.

(a) Omnia enim stolidi magis admirantur, amantque,
Inversis quae sub verbis latinantia cernunt,
Veraque constituunt, quae belle tangere possiunt
Aureis, & lepida quae sunt fucata sonore.
Lucret. de Rer. natur. lib. I. verso 638.

57 Esta enfermedad, o disposición cacoquímica de la imaginación es común en las oraciones y en los escritos. Llena Cleóbulo su cerebro de noticias vulgares, de lugares comunes, porque las Poliantheas son sus delicias, y en los Diccionarios hace su mayor estudio. En un sermón, en la conversación, o Discurso Académico vacía cuanto ha leído en estas fuentes de vulgar erudición y doctrina, y no hay Autor que no cite, ni noticia que no participe a su auditorio.
La desgracia es, que le acompaña poco juicio, y no coloca las cosas en el lugar que les corresponde, ni las aplica en el modo necesario para instruir, ni añade verdad alguna que penetre en el corazón de los oyentes. Los que tienen la imaginación muy llena son intolerables en las conversaciones. Háblese de lo que se quiera, luego salen vertiendo noticias fuera del lugar y tiempo, y estas a veces tan mal digeridas, que no parecen sino un aborto, o una de aquellas insufribles evacuaciones, que por descargarse excita la naturaleza.

58 No es posible tratar aquí individualmente de todos los Escritores, que siendo de imaginación hinchada, muestran tener poco juicio, porque son innumerables, y hoy más que nunca reina la moda de querer los hombres parecer sabios, amontonando citas y noticias, aunque sean inútiles y vulgares. Propondré dos solamente, y así se podrá formar juicio de los demás. En la Medicina está muy celebrado Miguel Etmullero, y no puede negarse que es Autor llenísimo, pero de poco provecho, porque no acompaña gran juicio, ni aun mediano, a tanta baraúnda de cosas vulgares, poco fundadas e inútiles como propone. Este Autor es aquel que estudian muchos que no profesan la Medicina, para hablar de ella en sus discursos, y mostrar que la entienden radicalmente; y a la verdad hallan en él un fondo inagotable de noticias para embelesar a los que se contentan de la abundancia de la imaginación; pero nunca agradarán a los que sólo se gobiernan por el juicio. De este, y de Lucas Tozzi se valió Feyjoó las más veces para escribir de la Medicina. ¡Pero qué Maestros! Así han salido los discursos.
¡O cuántos libros llenan los estantes, sin haber en ellos más que amontonamiento de noticias falsas, vulgares, o inciertas, pero regladas de modo, que puedan hacer impresión en la fantasía!

59 En tercer lugar pueden colocarse las imaginaciones profundas, y llamo así aquellas en que las representaciones se arraigan mucho. De tres maneras se hace profunda la imaginación, o por temperamento, o a fuerza de meditar, o por enfermedad. Los que tienen el temperamento melancólico, de ordinario son de imaginación profunda. La imaginación naturalmente profunda, junta con buen juicio, suele aprovechar mucho, porque suele causar mucha constancia en las cosas que emprende, y esta constancia nace de la duración de las imágenes; por eso los que tienen así la imaginación son tenaces en su propósito, y no dejan la cosa hasta que la apuran del todo. Aquellos que han tenido buen juicio, junto con semejante imaginación, han hecho progresos en las empresas loables y difíciles. Por el contrario, si la imaginación es profunda, y el juicio es corto, se siguen muchos errores, y lo que es peor los acompaña una tenacidad invencible. Suele ser muy común a los que tienen la imaginación profunda, andar pensativos, y no reparar en las cosas triviales, mayormente si ocupan el juicio en cosas de importancia. Ariston va por la calle tan profundo, que no repara en los que encuentra, ni saluda a sus amigos, ni se entretiene con la hermosura de los balcones y ventanas. Crisias lo mira todo, de todo se divierte, ni en una mosca que vaya volando deja de reparar. De estos dos Ariston tiene la imaginación profunda, Crisias pequeña. El hombre mientras está velando, o no duerme, siempre piensa, y siempre se presentan a sus sentidos objetos que los impresionan; pero hay la diferencia, que los objetos de poca substancia no ocupan la imaginación de Ariston, y llenan la de Crisias. Cuando van estos por la calle, los dos piensan, pero se distinguen en que Crisias piensa en las ventanas, en los balcones, en las rejas, y otros objetos que se presentan a sus ojos, y son bastantes para entretener su fantasía. Ariston tiene presentes los mismos objetos; pero como por la rectitud del juicio no le admiran, y por la profundidad de la imaginación tiene presentes dentro de sí otros objetos tal vez más dignos de su aplicación, o a lo menos más profundamente arraigados, por eso piensa más en estos, y apenas se ocupa de aquellos. Bien creo yo que también es menester justa medida en la profundidad de imaginación de Ariston, porque de otra forma se volverá inútil, e intratable, y en esto es menester que el juicio tenga presente ne quid nimis.

60 A fuerza de meditar se hace profunda la imaginación. La razón es, porque meditando mucho, se hace hábito, con el cual se adquiere la fácil repetición de las representaciones. Cartesio tuvo profunda la imaginación, meditó mucho; y si hubiera tenido el juicio tan profundo como la fantasía, hubiera logrado para siempre el renombre de Filósofo. Sucede en esto lo mismo que en el ejercicio del cuerpo, cuyos miembros con el continuo trabajo se habitúan a aquel movimiento en que más se ejercitan.

61 Por enfermedad suele hacerse tan profunda la imaginación, que ocasiona muchísimos errores. Es de advertir, que algunas veces la enfermedad que daña la imaginación, deja al juicio sano, y este corrige los errores y desórdenes de aquella. Otras veces la enfermedad del cerebro daña la imaginación y al juicio, y los que así padecen, yerran neciamente. De uno y otro he visto ejemplares en mi práctica de la Medicina, y de ambas cosas habló muy concertadamente Galeno, y después otros Autores. Aquí se ha de notar, que a veces es tan poderosa la fuerza de la fantasía, que el juicio por más que quiera apartar de ella algunos objetos, no puede conseguirlo, y esto sucede en aquellos que por enfermedad tienen viciada la parte del cerebro donde reside la imaginación. El remedio cierto que hay para no errar en este caso, es despreciar las representaciones de la fantasía, y fortalecer el juicio para que la domine: y sé yo que haciendo buen uso de la razón, y acostumbrándose a vencer y moderar la fuerza de la imaginativa, se consigue el alivio. De esta enfermedad de la imaginación deben tener noticia y procurar conocerla los directores espirituales de las almas, porque de ella nacen casi siempre las conciencias escrupulosas, corrompiendo poco a poco en ellas la imaginación al juicio. Cuando la enfermedad del cerebro de tal suerte vicia la imaginación que comunique el daño al juicio, se sigue la locura, o bien melancólica, o maniática. En estos hay algunos, que sólo deliran sobre una cosa, y están sanos en lo demás. Cual dice que es Rey, cual Papa, cual que es Léon, cual que es hormiga. La impresión de estos objetos ha echado raíces tan hondas en su imaginativa, que es difícil borrarlas, y por la enfermedad no puede el juicio corregir este error. De esto puede el Lector tener larga noticia viendo algunos autores de Medicina, y en especial a Paulo Zaquias en las Cuestiones Médico-Legales.

62 Síguense las imaginaciones contagiosas, y llamo así aquellas, que con facilidad comunican sus impresiones a otras, y las arrastran. De esto hay infinitos ejemplares en el trato civil, y nada es más común que dejarnos llevar los hombres por la fuerza de la imaginación de aquellos con quien más familiarmente tratamos. Es bien sabido que la vista de un objeto asqueroso nos provoca a vomitó, y la tristeza de un amigo nos entristece. Si vis me flere, decía Horacio (a : Horat. Art. Poet. verts. 192.), dolendum est primum ipsi tibi. Estas cosas suceden por contagio de la imaginación, porque la vista de estos objetos excita en nuestra fantasía las mismas impresiones y movimientos que en aquellos donde se hallan, y por eso nos excitan las mismas pasiones.

63 Nada es más común, que imitar nosotros aquellos con quien tenemos familiar comunicación. Si nuestro amigo viste de moda, vestimos nosotros; si habla con algún tonecillo, insensiblemente le vamos adquiriendo; si tiene algún vicioso estribillo, tal vez le tomamos sin poderlo evitar. Esto sucede, porque nos vamos habituando con el trato a aquel modo que observamos continuamente en otro. Por esto es bien buscar para el trato familiar aquellos sujetos en quien resplandezcan las virtudes y el juicio, porque al fin teniendo en nuestras operaciones tanta parte la fantasía, es muy conveniente hacerla a recibir imágenes de lo bueno y razonable.

64 La imaginación de los. hombres de autoridad es muy contagiosa. Ya la grandeza, ya la ostentación, y las dignidades suelen ocupar la fantasía de los súbditos, e inferiores, porque estos consideran en aquellas cosas una suma felicidad. La sujeción en el inferior por otra parte dispone el ánimo a recibir las impresiones del Superior. De aquí nace, que poco a poco se va haciendo la fantasía de los domésticos y sujetando a las mismas maneras de los dueños, y la de estos por cierto modo de contagio arrastra la de aquellos. Por esta razón, es importantísimo, que los que se hallan en grandes dignidades y empleos no ejerciten sino obras de virtud, procurando enseñar a los demás con el ejemplo;

y no hay que dudar que puede ocasionar gran daño en la imaginación de los súbditos el desorden del superior, por el contagio de la imaginación. Esto se ve prácticamente en la crianza de los hijos. En vano serán los castigos, en vano las amenazas, y en vano cualquiera diligencia de los padres, si estos no procuran poner el fundamento de la educación en el buen ejemplo. Los niños no ejercitan otras operaciones que las de los sentidos, e imaginación, y aun cuando ya empiezan a razonar, no tienen otros principios sobre que ejercitar y fundar la razón, que aquellas cosas que se les comunican con el trato, porque vienen al mundo como un lienzo raído, como ya hemos dicho. Como por sí mismos en este estado alcanzan poco, miran a sus padres como únicos Maestros; y como están sujetos a ellos, les sujetan también el entendimiento, porque en esto tiene gran parte la autoridad. Reciben, pues, como regla infalible lo que los padres les dicen, y muchísimo más lo que les ven hacer; porque dice muy bien Horacio, que mayor y más pronta impresión hacen las cosas que se presentan a los ojos, que las que excitan al oído (a). Por otra parte se ha de considerar, que los niños no son capaces de distinguir con toda claridad si lo que los padres les amonestan es bueno, o malo, y así lo siguen ciegamente por la autoridad y respeto con que los miran.

(a) Segnius irritant animos demissa per aures,
Quam quae sunt oculis subjecta fidelibus. Horat. Art. Poet. v. 108.

65 Por todas estas razones han de cuidar con suma solicitud los padres que quieren educar bien a sus hijos, no hacer delante de ellos cosa que no sea buena y capaz de producir loables impresiones en la imaginación de ellos, y por otra parte han de empezar muy temprano a enseñarles los principios y máximas de la Religión Christiana, junto con lo que pueda, según es su capacidad, ilustrar la razón. Este punto es importantísimo al público, y yerran muchísimos padres en la crianza de los hijos, porque no consideran que su imaginación es contagiosa, y que los hijos la reciben y se forman a su modelo. Plutarco escribió un Tratado de la educación de los hijos, y en nuestros tiempos vemos muchos libros que tratan cristianamente tan importante asunto, y creo yo que el poco fruto que se saca de tales escritos, nace de que los padres no consideran que la principal lección para educar bien sus hijos, consiste en obrar ellos mismos loablemente, en hablar delante de los hijos con modestia, en
mostrarlos con su ejemplo lo que es feo y lo que es abominable, lo que deben seguir y evitar, y de este modo la imaginación de los niños se va llenando de imágenes y de señales, que en llegando al uso de la razón, le sirven de fundamento para razonar con juicio.
Lo mismo que hemos dicho de los padres ha de entenderse de todos los que se hallan alrededor de los niños; y es bien cierto, que los padres que no pondrán cuidado en la familia, y en el buen ejemplo de sus domésticos, nunca lograrán buena crianza en sus hijos.

66 También es contagiosa la imaginación de los Maestros respecto de los discípulos, porque la atención con que estos los miran, y la autoridad que los Maestros tienen sobre ellos, dispone su imaginación a recibir qualesquiera impresiones, y sucede que los discípulos suelen tomar los mismos modelos de los Maestros. Por esta razón es necesario, que los que han de enseñar públicamente sean hombres de buen ejemplo y conocida literatura, porque suelen las letras y costumbres de los Maestros pegarse, digámoslo así, a los discípulos. En efecto lo que hemos dicho de los padres respecto de los hijos, puede decirse de los Maestros respecto de los discípulos, con sola la diferencia, que los niños son más dispuestos a recibir qualesquiera impresiones, que los adultos.

67 Ya se ve que muchos errores nacen de este contagio de la imaginación, y son de mayor, o menor entidad, según su objeto. ¡Cuántos infelizmente han bebido la herejía y la han sostenido hasta la muerte, por habérseles comunicado de los padres, o de los Maestros! No hay más que leer las historias de nuestros tiempos para tener de esto muchos lastimosos ejemplares. Aún en otros asuntos es tan dañoso el contagio de la imaginación, que suele atrasar mucho los buenos progresos de las Artes y Ciencias. Bien ve Ariston que algunas cosas nuevas de la Filosofía son más comprensibles que las que ha aprendido en las Escuelas; pero no se atreve a abandonar las máximas de sus Maestros. O! dice Crisias, yo oí a mi padre, que lo contaba muchas veces, que en casa salía un Duende, y así no hay duda que ha habido Duendes. Cleóbulo dice: Esto es cierto, yo se lo he oído contar muchas veces a mi abuela, y a fé que era una señora bien racional, que una noche voló una bruja, y pasó el mar, y se fue a Nápoles, y luego volvió, &c. A estos tales es difícil desengañarlos, porque se les pegó cuando eran niños la errada imaginación de sus padres, y abuelos.

68 En último lugar coloco yo las imaginaciones apasionadas, y llamo así aquellas que van acompañadas de alguna vehemente, o desordenada pasión. A la verdad nunca imagina el hombre cosa alguna, sin que alguna pasión acompañe sus percepciones, como ya hemos dicho muchas veces; pero suele en algunas ocasiones ser tan vehemente la pasión que acompaña a la fantasía en la percepción de algún objeto, que juntas arrastran al juicio y ocasionan graves errores. A un niño se le amenaza con el Duende, o porque no llore, o por imprudente conducta de los que le educan. Excítasele la pasión del miedo, y se le imprime tan vivamente aquella especie, o imagen, que después nadie es capaz de desengañarle. Si ha de ir de noche a algún lugar, y se le ha dicho que sale una fantasma, cada sombra, cada ruido, cada mata le parece que lo es, y que ha de tragarle, cosa que dura aún en los adultos, si no regulan el juicio, y con él moderan la pasión del miedo: las visiones y apariciones de Almas, de Duendes y Fantasmas no son otra cosa que apariencias de la fantasía alterada con la pasión del miedo, del espanto, u otras pasiones, a quienes se junta las más veces la enfermedad, y siempre la ignorancia. Si semejantes cosas se presentaran por sí solas al alma, no harían grande impresión; pero como van juntas con el miedo, con dificultad se borran; porque se ha de saber, que el miedo no es otra cosa que un movimiento que se excita en el hombre, con el cual se aparta de algún objeto que considera como dañoso, como que puede causarle algún gran mal. A los niños se les hace creer que la fantasma ha de tragarlos, o que ha de hacerles algún otro daño, y por esto en presentándoseles semejante objeto, temen, esto es, se excita un movimiento para apartarle. Todo esto deja raíces y impresiones muy hondas: de suerte que muchas veces suele el juicio dejarse llevar de ellas, y cae en el error.

69 Lo mismo sucede cuando a la fantasía se allega alguna otra pasión. Ama Narciso extraordinariamente a Lucinda, y tiene la imagen de esta tan viva en la imaginación, que en ninguna otra cosa piensa. Como el amor es aquel movimiento con que queremos un objeto, que, o realmente es, o a lo menos nos parece bueno y agradable; por esto no hay perfección, ni bondad que no tenga Lucinda, según el juicio de Narciso. De suerte, que en siendo semejante pasión desordenada, suele pervertir de mil maneras al juicio; y nada es más común en las historias, que ejemplos de hombres perdidos por el amor. Aun el cariño y afición con que tratamos a los hijos, a los amigos y bienhechores, hace tal impresión en nosotros, que de ordinario suele el juicio gobernarse más por la pasión, que por la verdad (a).

70 El deseo de una cosa de tal suerte muda la fantasía, y altera al juicio, que si es muy vehemente nos hace errar. Cuenta Muratori (b), que conoció a un Religioso venerable por su virtud y literatura, el cual deseaba con sumo ardor el Capelo. Este deseo le gastó la fantasía de manera, que ninguna otra cosa imaginaba con mayor vehemencia. La imaginación de este objeto, junta con el deseo de poseerle, de tal modo trastrocaron al juicio, que llegó a creer que era Cardenal, y se enfadaba de que no se le diese el tratamiento correspondiente a esta dignidad. En todo lo demás hablaba racionalmente; pero en esto nunca, ni hubo fuerzas para apartarle de su error. No hay cosa más fácil que conocer lo que puede la fantasía dominada de alguna vehemente pasión, y pudiera poner ejemplos innumerables, discurriendo sobre cada una de las pasiones, porque el teatro del mundo ofrece cada día con abundancia; pero no lo permite la brevedad de este escrito, y con los ejemplos propuestos pueden los lectores atentos conocer semejantes cosas.

(a) Omnes quorum in alterius manu vita posita est saepe illud cogitant, quid possit is, cujus in ditione ac potestate sunt quam quid debeat facere. Cicer pro P. Quinct.
(b) Murat. de la Filos. Mor, c. 6. p. 70

71 Para evitar todos estos errores se ha de saber, que la imaginación solamente los ocasiona, y caemos en ellos, porque libremente dejamos que el juicio se gobierne por la imaginación. De suerte, que cuando decimos en esta obrilla, que la fantasía arrastra, pervierte, corrompe al juicio, entendemos solamente la grande influencia que tiene la imaginativa en nuestras operaciones; bien que siempre suponemos, como varias veces hemos dicho, que el juicio libremente asiente, o disiente a las cosas que se presentan a los sentidos, o se imprimen en la imaginación. Será bien, pues, que cada cual ejercite el juicio, y que se haga a distinguir lo que toca a la fantasía, y lo que pertenece a la razón; y para fortalecer el juicio será conveniente pensar, que nada ha de gobernarle sino lo bueno, lo verdadero, y lo útil, y que moderando las pasiones, y refrenando el vigor de la fantasía, tiene lugar el juicio para examinar mejor las cosas. La Filosofía Moral aprovecha mucho para lo que toca a las pasiones. Quisiera yo que todos tuvieran presente la famosa máxima de Epícteto, célebre Estoico: Sustine, & abstine, es a saber, sufre y abstente. Y por lo que toca a las Artes y Ciencias, quisiera también que se tuvieran presentes los errores que se notan en este breve escrito, para que conociéndolos sea más fácil evitarlos.

Capítulo III. De los errores que ocasiona la imaginación.

Capítulo III.

De los errores que ocasiona la imaginación.

34 No es posible comprender en corto volumen los errores que ocasiona la imaginación; pero propondré los más notables, y fácilmente podrá el que fuese atento conocer de cuántas maneras nos engañamos por las representaciones de esta potencia. Se ha de tener presente lo que ya hemos mostrado que nosotros formamos imágenes de todas las cosas que percibimos, no sólo de las sensibles, sino también de las espirituales; y si las considerásemos atentamente, hallaríamos dentro de nosotros un mundo espiritual mucho mayor que este que habitamos, y reducido a cortísimo espacio: es decir, hallaríamos en nosotros mismos las imágenes que corresponden a los objetos que componen este mundo visible, y a los espirituales, e incorpóreos que no son de su esfera, y lo que es más todas reducidas a cortísimos límites. Consideremos cuantos objetos se presentan a nuestros sentidos en el discurso de una larga vida, y hallaremos que las imágenes de todos se hallan en la mente. Consideremos también de cuántas maneras combinamos, o separamos tantos objetos, y las imágenes que tenemos de estas combinaciones. Pensemos después cuántas veces percibimos las cosas espirituales, de cuántas maneras abstraemos la naturaleza de las cosas, y en fin la muchedumbre copiosa de intelecciones que hacemos en el uso de las ciencias abstractas, y hallaremos que todas las contiene el alma, y de todas quedan vestigios, que con la memoria se renuevan. Si meditamos un poco sobre esto, podremos decir, que este es un Reyno, o mundo interior reducido a pequeño espacio, pero capaz de contener mayor número de cosas que el mundo material que habitamos; y si levantamos debidamente la consideración, habremos de reconocer la infinita sabiduría que ha fabricado tan maravillosa obra, y confesar que no puede un mundo material tan extendido contenerse en la materia reducida a un espacio infinitamente pequeño, como es el que encierra tantas nociones; por donde es preciso reconocer un Ser espiritual, cuya esfera es por su indivisibilidad único receptáculo de tantos conocimientos. Esto con alguna más extensión lo he manifestado contra los Materialistas en mi Discurso sobre el Mecanismo.

35 La impresión de los objetos sensibles hace variar las imaginaciones. Si la fantasía es capaz de recibir muchas imágenes, hace una imaginación fecunda; si recibe las imágenes, y se hacen permanentes, será la imaginación fuerte; si con facilidad recibe las representaciones, es la imaginación blanda; si una vez recibidas con tenacidad las retiene, es vehemente; si fácilmente las recibe, y con la misma facilidad se borran, es torpe; si con dificultad se imprimen, y tenazmente se retienen, es violenta; y a este modo pueden ser infinitas las combinaciones que nacen de la diversidad de pintarse las imágenes en la fantasía. Lo que principalmente se ha de notar es, que toda suerte de imaginación nos puede ocasionar el error, porque puede engañar al juicio; de modo, que si bien lo consideramos, no hay error en la imaginación, sino en el juicio, a la manera que sucede con las percepciones de los sentidos. Débese, pues, poner el cuidado posible en gobernar bien el juicio, y en no dejarse llevar de las apariencias de la imaginación Aprovechará mucho para conseguir esto el conocimiento de que las pasiones casi siempre acompañan a la imaginación, como ya hemos explicado antes.

36 Con estas advertencias será fácil descubrir muchos errores que ocasiona la imaginación, y manifestar el modo de evitarlos; y para disponerlos con orden los distribuiremos en los que pertenecen a la Religión, y al trato civil donde comprenderemos los que atrasan los progresos de las Artes y Ciencias. Gran parte de las herejías que en todos los tiempos han infestado la Iglesia, han nacido de imaginaciones fuertes, y fecundas. Pongamos en la antigüedad a Montano, que imagina vivamente, que el Espíritu Santo ha dado a él sus dones, y no a los Apóstoles, imprimiéndose profundamente en su imaginación esta especie y otras semejantes, las cuales hallando la razón flaca, y el juicio poco sólido, los pervirtieron, ocasionando graves errores. Fuéle fácil a Montano hacer creer como verdaderos los falsos entusiasmos de su imaginación a Prisca y Maximilia, que por el sexo, y falta de instrucción, lograban una imaginación fuerte, y la razón flaca. Tuvo Tertuliano la imaginación muy fuerte y vehemente,
y no la acompañaba un juicio de los más sólidos; y recibiendo en su fantasía los errores de Prisca, no supo enmendarlos. Pero en Tertuliano no era sólo fuerte la imaginación, sino vehemente, pues se le imprimían tan fuertemente las cosas, que arrastraban al juicio, y por la vehemencia las persuadía fácilmente a los demás. No obstante esto, es preciso confesar, que su Apología por la Religión es ciertamente obra útil y de juicio, aunque resplandecen mucho en ella las fuerzas de la imaginación vehemente; pero acabó de mostrarlas en el libro de Pallio, donde emplea la eficacia mayor, y toda la vehemencia que es decible en persuadir cosas inútiles, y de ningún momento.

37. Algunos colocan a Séneca entre los Escritores de imaginación fuerte y de poco juicio (a : Mallebranche Recherche de la verité, tom. I. part. 3. chap. 4.).
No puede negarse, que Séneca tuvo la imaginación fortísima, y muy vehemente. Conócese en que igual eficacia emplea en las cosas improbables, que en las ciertas, lo que es propio de los que tienen imaginación indómita. Su descripción del Sabio, no solamente es vana, sino ridícula; y como era su imaginación fecunda, la hermoseó con tanta variedad de pensamientos y sentencias, que ha embelesado a muchísimos lectores, o tan imaginativos como él era, o de grande imaginación y pequeño juicio. No obstante se ha de advertir, que no fue Séneca de los Autores menos juiciosos, aunque creo que fue mayor su imaginación que el juicio. Fue Estoico, o quiso parecerlo, y se hallan en sus escritos sentencias, y máximas admirables para animar a seguir la virtud. Esto obligó a S. Gerónimo a contarle entre los Escritores Eclesiásticos, y a tener por verdaderas las cartas de S. Pablo a Séneca; mas los Críticos modernos no dudan que son apócrifas. Como quiera que sea, tuvo Séneca eficacia loable en persuadir el camino de la virtud, como el único medio para conseguir la felicidad humana; y ojalá que sus sentencias tuvieran mayor trabazón, que así serían más estimables: de suerte, que ya en lo antiguo por esta falta fue llamado justamente el estilo de Séneca arena sin cal. He visto muchos libros modernos que tratan, o de máximas morales, o políticas, y justamente puede atribuírseles la misma censura; y quizá su lectura fuera más provechosa, si el entendimiento hallara conexión entre las verdades que contienen.

38 En nuestros tiempos tenemos hartos ejemplares de los errores que ocasiona la imaginación vehemente, y fuerte cuando está acompañada de poco juicio. Tanto número de Sectarios, como vemos en nuestros días, tienen corrompida la imaginación, y pasa el contagio a corromper el juicio. Imaginan una cosa, y esta hace tan hondas impresiones, que excita continuamente pasiones desmedidas. El juicio entonces deja libremente llevarse de la fuerza de aquellas imaginaciones, y las tiene por verdaderas, y así ocasionan el error. Mr. Jurieu, Luthero (Lutero, Martin Luther), Zuinglio y otros Herejes se imaginaban mil desórdenes en la Iglesia Católica, y el juicio asentía a que realmente los había, estando sólo en su imaginación. En estos acompañaba a sus depravadas imaginaciones alguna pasión, porque como ya dijimos, y conviene siempre tenerlo presente, siempre que el alma percibe algún objeto, y tiene la imagen que se pinta en la fantasía, suele excitarse alguna pasión, o de esperanza si puede lograrse el objeto, y se considera útil, o del miedo si se considera dañoso y cercano, y así de otras mil maneras. En las expresiones, pues, de semejantes herejes se manifiesta, que a su descompuesta imaginación acompañaban pasiones desenfrenadas, ya de odio hacia la Iglesia, ya de esperanza de ser por ese camino memorables y afamados, ya el deseo inmoderado de la singularidad, y en fin un amor propio extremado que los hacía parecer a ellos mismos únicos en razonar, y los solos en conocer, y distinguir lo verdadero de lo falso. La fuerza de tan vehementes imaginaciones junta con el desorden de pasiones tan extravagantes, arrastraban al juicio, y los hacía caer en feísimos errores.

39 No se ha acabado la raza de estos Escritores, que por la depravada imaginación, y pasiones vehementes que la acompañan, publican enormes extravagancias. Mr. de Arovet (Arouet) se llamó después Voltaire, y así le nombraremos) da hoy un evidente testimonio de esto. He visto de espacio sus principales escritos en la famosa edición del año 1757, que se supone correcta por su Autor, y algunas obrillas junto con el Diccionario Filosófico posteriores a esta edición. Son dignos de verse los Escritores Franceses que le han impugnado, porque algunos lo han hecho con grandísimo acierto. Como yo veo que se celebra la sabiduría que no tiene este Poeta, que desprecia la Religión Christiana, que alaba los vicios más abominables, protege el materialismo, desautoriza lo más sagrado, así Secular como Eclesiástico, y que habla de todo, como si todo lo supiese: diré sin reparo lo que a mí puede tocarme, que es el defecto de lógica, que generalmente reina en sus obras, para que se miren, como lo merecen, casi siempre opuestas a la razón. Quien quiera que haya leído a Mr. Voltaire conocerá un hombre de imaginación grande, vehemente, fecunda: de un ingenio vivo, despejado, agudo, pronto: de una lectura vaga de libros modernos, limitada, y muy superficial de los antiguos originales: una instrucción vasta de las cosas presentes, sin ahondar en las Ciencias, ni en sus principios, ni fundamentos:
en conclusión un talento que los Franceses llaman
bel sprit. Si a estas calidades añadiese un juicio sólido, una instrucción maciza profunda, una erudición original, y un estudio continuo bien fundado de las Artes y Ciencias, ciertamente se podría llamar no bel sprit, sino bon sprit, habiendo mucha diferencia entre estos dos atributos.

40 Si como a las bellas representaciones de su fantasía, y combinaciones vastas de su ingenio han acompañado siempre las pasiones de desafecto a la Religión Christiana, de deseo de gloria y de singularidad, de independencia, de satisfacción propia, y otras de este jaez, hubiera tenido inclinación a la piedad, subordinación a los sabios, desconfianza de sí mismo, más deseos de ser útil que aplaudido, más contenido, menos licencioso, menos propensión a las apariencias atractivas de lo sensible, y, por decirlo de una vez, menos amor propio, hubiera podido ser útil al género humano, empleando en su favor los talentos. Si en lugar de un estilo florido correspondiente a su imaginación, lleno de expresiones chocantes y agudas, de sales penetrantes y malignas, de un aire y tono libre y desenvuelto, hubiera usado (a lo menos en la prosa), de un lenguaje propio, expresivo, moderado, y tal que conociesen todos que tiraba a enseñar y no a ofender, sería más aceptable entre los que prefieren lo sólido a lo brillante, gobernándose por el juicio, no por la imaginación. Muéstrase defensor de la humanidad, pero al hombre para mantenerle sólo le procura lo que le destruye. Mírale por la parte de lo sensible, y por este lado le levanta, dándole licencia para cuanto le sugiere el apetito y el gusto: no le mira por la parte de la razón, ni del juicio, y por eso se abstiene de darle buenas máximas. En los grandes hombres sólo nota las faltas, calla las virtudes, y si las nombra las envuelve en sátiras; y siendo así que mientras haya hombres ha de haber vicios y defectos, asido de estos pinta al género humano de peor condición que las bestias, gobernándose por lo que vulgarmente es, sin enseñarle lo que debe ser. En todas sus obras no hay un discurso filosófico seguido. En la historia no se citan monumentos que hagan fé. Si Baluzio, Launoi, y Valesio, sus
paisanos, sacasen la cabeza, y viesen lo que este Historiador asegura siempre sobre su palabra, y ajeno de documentos, se admirarían que hubiese celebradores de tales escritos. Habla de todas las cosas sin estudio fundado de ellas, y está a la vista, que rara vez trae pruebas de lo que afirma. El Diccionario Filosófico suyo, donde todo se dice al aire sin probarse nada, es un testimonio calificado de esto, pues en él ha reducido a compendio toda la impiedad, y cúmulo de errores esparcidos en los demás libros. El Parlamento de París le ha mandado quemar por mano del Verdugo. De la Araucana de Alonso de Ercilla, después de una alabanza de un solo pasaje, habla de lo demás con gran desprecio. ¿Qué dirán nuestros Críticos que a Ercilla le llaman Lucano Español? ¿Trae algunas pruebas para este desprecio? Nada menos. Sobre su palabra va todo, como acostumbra.

41 Por el estudio de la Historia Eclesiástica más limada se echa de ver, que cuantas blasfemias, y sátiras trae contra la Religión Christiana, son antiguos errores combatidos de los Padres, y olvidados de los fieles. Juliano el Apóstata, Celso el Filósofo, Filostrato, y otros impugnadores antiguos de la Religión de Jesu-Christo, junto con los desvaríos de los Filósofos Gentiles, le hacen el gasto: con añadir las sátiras, inventivas, chistes satíricos de los incrédulos modernos, en lo que está bien instruido, tiene materiales para constituirse enemigo de la verdad, y de la buena Lógica. ¿Qué capacidad, ni talento es menester para renovar errores viejos, vistiéndolos con nuevos adornos de estilo, agudeza y aire agradable a los oídos incautos, para que sean bien admitidos? Si las máximas de Voltaire se publicasen desnudas de adornos, y viniesen, como solemos decir, a cara descubierta, dudo que hubiese hombre sensato que las adoptase; mas viniendo vestidas con cuanto puede halagar los sentidos e hinchar la imaginación, no es de extrañar se hayan impresionado en el entendimiento de los que son más sensibles que racionales.

42 Ya que nuestros jóvenes no puedan leer fácilmente las impugnaciones solidas, que los Franceses han hecho a Voltaire, a lo menos conviene que vean la que en lengua Castellana se ha publicado con el título: Oráculo de los nuevos Filósofos, donde hallarán por menor descubiertos y rechazados sus errores.
Lo que yo puedo asegurar es, que en un libro suyo intitulado Cacomonade comete un plagio enorme, copiando a la letra del célebre Astruc cuanto allí pone sobre el mal gálico, y sólo añade Voltaire lo que no se puede referir sin faltar a la modestia. Sobre Newton no hace más que extractar la Óptica de este lnglés, añadiendo algunas voluntariedades suyas, como se ve a cada paso en lo que atribuye a los antiguos, en el desprecio que hace de los Griegos (*1), y en lo que celebra, según su pasión sin consultar los originales, en algunos modernos. Dicen que Voltaire es buen Poeta; lo que yo aseguro es, que ni es Lógico, ni verdadero Filósofo.
(*1: Nota del editor. Braulio Foz, paisano de Andrés Piquer, en su libro Literatura Griega, escribe que Voltaire no sabía griego, y menos el antiguo:
La Ilíada, dice Voltaire (y lo cito con preferencia a otros porque es popular su nombre y se lee mucho el tratado donde lo escribe); “Cuando leí a Homero (en las traducciones, (debió añadir) y vi las faltas groseras que justifican a sus críticos, y aquellas bellezas mayores todavía que sus faltas, no pude creer desde luego (y vaya la sabida vulgaridad), que un mismo poeta hubiese compuesto todos los cantos de la Ilíada. Porque no sé de autor alguno entre los latinos ni entre los nuestros que haya caído tan bajo después de haberse remontado tan alto.... El gran mérito de Homero consiste en haber sido un pintor sublime. Inferior de mucho a Virgilio en todo lo demás, le es superior en esta parte.”

43 Por otro camino yerran otros, y los precipita su imaginación. Como todos sentimos, e imaginamos las cosas en la niñez, y entonces no razonamos, hacemos un hábito de imaginar de tal suerte, que después cuando ejercitamos la razón, nos vemos obligados a imaginar los objetos sobre que razonamos, y no podemos percibir la cosa si no formamos imagen sensible de ella en la imaginación. Esta es la razón por que con solo el estudio teórico hacemos pocos progresos en las Ciencias prácticas, porque la sola teórica no ofrece nociones tan sensibles de las cosas como la práctica, que las vuelve más perceptibles; sucede por esto, que algunos niegan todo aquello que no pueden imaginar. Calvino nunca pudo comprender con su imaginación, que el Cuerpo de Jesu-Christo pudiera estar en la Eucaristía y en el Cielo a un mismo tiempo, porque la imaginación no puede percibir a un cuerpo en dos lugares distintos a un tiempo; de aquí concluyó, que la presencia del Cuerpo de Jesu-Christo en la Eucaristía no era real y verdadera, sino mística. Erró torpemente este Heresiarca, así en esto, como en muchas otras cosas, por la fuerza de su imaginación, y por dar a la imaginativa mayor extensión de lo que le corresponde. No puede la imaginación concebir a un cuerpo en dos lugares distintos a un mismo tiempo, porque el entendimiento entonces junta la representación de aquel cuerpo con la del lugar; y como las imágenes de los lugares son distintas, hace distintas las del cuerpo, o no sabe hacer a esta una sola. En este asunto erró también Juan Clerico (a : Cleric. Pneumatol. cap. 8. sect. 3.) y muchos Lógicos entre los modernos. Pero para desengañarse no es menester más que ver lo que toca a la imaginación, y ver lo que pertenece a la razón. Esta dicta, que Dios puede infinitamente más de lo que podemos los hombres imaginar, y que por consiguiente aunque la imaginación no comprenda una cosa, debemos creerla si la fé divina la enseña. Estos sectarios admiten por ciertas muchas cosas, que no puede alcanzar su imaginación La eternidad no la podemos imaginar, y la tenemos por cierta. Tampoco podemos imaginar al infinito, y no obstante le tenemos por existente. ¿Por qué, pues, se ha de dar tanto valor a la imaginación en unas cosas y no en otras? Yo creo que es porque estos tales de puro imaginar no hacen otro ejercicio que el de esta potencia, y a ella temerariamente sujetan la razón, el juicio, y aun el soberano, e infalible dictamen de la Iglesia.

44 Pasemos ahora a otros errores que ocasiona la imaginación, y son muy frecuentes, aunque por lo común no tan peligrosos. Lusinda tiene la fantasía blanda y dispuesta a recibir varias representaciones con viveza, y a retenerlas: dedícase a leer libros de piedad y devoción, o empieza a meditar y pensar en las cosas divinas. Con la meditación y la lectura se va llenando de imágenes la fantasía de Lusinda, de suerte, que apenas se excitan en su imaginativa otras representaciones, que las que ha impreso la continua lectura y meditación.
En este estado se le excita la pasión, o el deseo de lograr lo que lee, o sabe haber logrado otras personas piadosas, es a saber, hablar con Dios; y continuando Lusinda en meditar las mismas cosas, la pasión va creciendo al paso que crecen las imágenes que hay en la imaginativa. La fuerza y continuación en imaginar calientan la fantasía, y juntando las representaciones antes separadas, la vehemente pasión empieza a dominar al juicio, y luego piensa Lusinda que ve a Dios en esta, o la otra forma, que le habla en esta, o la otra manera, que le representa su pasión y muerte, y otras mil cosas que le vienen a la fantasía; de suerte, que como su imaginación es capaz de recibir muchas imágenes, y el juicio no sabe ya entenderlas, fácilmente las cree en el modo mismo que las imagina. Entonces dice Lusinda, que son revelaciones divinas lo que no es más que entusiasmo de su imaginación blanda y acalorada. Y si encuentra con un Director, que tenga la misma blandura en la fantasía, y no tiene aquella prudente sagacidad que se requiere para estas cosas, fácilmente tiene por revelaciones todo lo que Lusinda cuenta, y las estampa después en los libros como venidas del Cielo.

45 Bien sé yo que hay en la realidad revelaciones especiales, o privadas, y que Dios habla a los varones santos, y les comunica algunas cosas para su utilidad y consuelo; pero sé también que es muy dificultoso distinguir las verdaderas de las falsas, y que es muy fácil que la fantasía vehemente y acalorada haga parecer verdaderas revelaciones las que sólo son apariencias de la imaginación.
El diablo suele transformarse a veces en Ángel de luz, y para engañar a las criaturas se aprovecha de esta flaqueza de la fantasía en que tiene especial influencia. Por esto la Iglesia Católica procede con gran cautela en el examen de semejantes revelaciones, y a su ejemplo suelen examinarlas con mucho cuidado los varones santos y juiciosos, que no quieren ser engañados. En efecto Priscila, y Maximila tuvieron por revelaciones divinas los errores del Hereje Montano, y creían que les hablaba el Espíritu Santo, y les fue fácil comunicar el contagio de su depravada fantasía a un varón tan ilustre como Tertuliano, porque hallaron en él una imaginación fecunda, y superior al juicio. En nuestros tiempos tenemos otros ejemplares recientes de muchos Herejes, que quieren hacer pasar los delirios de su imaginación por revelaciones especiales, y harto se han gloriado de esto Lutero, y Mr. Jurieu, pero con risa y desprecio de todos los sabios.

46 Hay otras mujeres que hablan de revelaciones especiales, y su error está en la fantasía, aunque se hace de otra manera. Gelarda, mujer sumamente devota y piadosa, esta enferma de afecto histérico, y no lo conoce. Es este un mal que de ordinario gasta la imaginativa, porque tiene su asiento en aquellos nervios, que extendidos hasta el diafragma y el cerebro, sirven para propagar las impresiones de los objetos externos. Introdúcese poco a poco en el cerebro de Gelarda aquella enfermedad que se llama melancolía, y suele acompañar al afecto histérico. Desordenadas ya las partes sobredichas, que influyen poderosamente en la imaginativa, se descompone el orden de las impresiones en que continuamente ejercita Gelarda la fantasía, por donde es muy natural que en la enfermedad se le exciten las imágenes de cosas devotas, al modo de uno que delira, pues habla de las mismas cosas que en la salud más pensaba, bien que desordenadamente por el vicio de su cerebro. Ocupada ya Gelarda de la melancolía, empieza a delirar, y dice que ve a Jesu-Christo en el Huerto sudando sangre, o ve a la Virgen Santísima, que se le aparece en su gloriosa Asunción, y le dice estas, o las otras cosas; y si la fantasía está muy caliente, tal vez dice que le da coplas y redondillas para que las cante. Si la enfermedad no es muy fuerte, queda en este estado el delirio de Gelarda, y no es conocido sino de aquellos que en estas cosas saben la fuerza de la fantasía, y no se dejan engañar. Un caso muy semejante a este me ha sucedido, y conocí el delirio, y lo previne, y con el tiempo se acabó de confirmar evidentemente mi pensamiento.
Luis Antonio Muratori (a : Philosoph. Moral, cap. 6) cuenta que en Milán había una Religiosa, que decía que cada noche hablaba familiarmente con
Jesu-Christo, y así lo creía la mayor parte de aquel gran pueblo. El Arzobispo, que era entonces Federico Borromeo, varón de gran juicio y singular discernimiento, quiso asegurarse por sí mismo, y dijo a la Religiosa, que se hallaba con una alhaja muy estimable y de gran valor, pero que para saber lo que debía hacer de ella lo preguntase a Jesu-Christo, y con eso sabría que no podía errar. Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y dio de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los pobres. El caso fue, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera dicho que la diese a los pobres. Otra Religiosa decía, que Dios todos los días la subía hasta el Sol, y la hacía ver la hermosura de aquel
Planeta. Preguntóla el mismo Prelado cuán grande era aquel Astro, y respondió que como un Cesto. Conoció claramente este insigne Varón, que no eran otra cosa semejantes revelaciones, que entusiasmos de imaginaciones valientes, y pervertidas. Para que esto no cause dificultad, no hay más que considerar la viveza con que la imaginativa representa una cosa en los sueños. No parece sino que la tenemos presente, y que en la realidad nos sucede lo que soñamos. Entonces no obra el juicio ni la razón, y por eso no corregimos lo que se nos presenta. Sucede pues, en la vigilia, que la imaginación representa algunas cosas con la misma fuerza y tal vez mayor que en los sueños: sucede también que el juicio no corrige a la fantasía, o porque es pequeño, o por estar impedido de alguna enfermedad, y así ocasiona la imaginación mil errores.

47 No pretendo con esto introducir la terquedad y obstinación en no creer estas cosas que pertenecen a revelaciones especiales, como hacen algunos: intento sólo descubrir la verdad, y deseo que se hagan los hombres a ejercitar la razón; y siempre tendré por prudencia desconfiar de las relaciones de muchas personas devotas concernientes a este asunto; y examinarlas con toda la diligencia posible para evitar el error; porque algunas de estas revelaciones, o mejor imaginaciones, son a la verdad inocentes, esto es, no incluyen cosa opuesta a los sagrados dogmas, ni disciplina de la Iglesia; pero hay otras llenas de peligro, y no fuera difícil mostrarlas en algunos libros donde se hallan impresas. Por esta razón quisiera yo que algunos de los que trabajan vidas de personas Venerables por su santidad y virtud, tuviesen mejor gusto, y las escribiesen con mejor Lógica. Alabo el zelo de semejantes Escritores, pero no el juicio. El escribir la vida de una persona virtuosa es instituto muy loable, porque es ofrecer a los lectores un ejemplo de virtud para imitarle y aspirar a la misma perfección.
Pero he visto muchos libros, que no muestran el fondo de virtud de sus héroes, ni manifiestan el modo con que ejercitaban la humildad, la paciencia, la caridad, la mortificación, la honestidad, y demás virtudes, antes se trata esto de paso; y muy de propósito se ponderan las revelaciones inmensas, las apariciones sinnúmero, que tuvo la persona Venerable; y casi se intenta probar la gran santidad de un Varón por el copioso número de revelaciones, y no por la prueba real y verdadera de sus eminentes virtudes. Lo peor es, que después de haber llenado un libro de revelaciones, no se halla en todo él ni una sola prueba, de si fueron, o no verdaderas, y es porque los Escritores no lo dudan. Ya se queja de estos descuidos Benedicto XIV, en su Obra de la Canonización de los Bienaventurados, donde de propósito trata este mismo asunto. Y pocos días hace que se publicó el tratado de Revelaciones del famoso Crítico Eusebio Amort, merecedor de que le lean los que han de examinar semejantes revelaciones, porque se trata este asunto con buena Lógica y justa Crítica.


48 Podráse decir contra esto que algunas personas santas y virtuosas dicen de sí mismas haber tenido visiones y apariciones, por donde es forzoso, o creerlas, o tener a tales personas por no veraces. Es así que hay muchas visiones y apariciones de Varones santos; y al mismo tiempo es cierto que hay muchas apócrifas, o fingidas por otros que se las atribuyen con ánimo deliberado de captar al Pueblo. Harto comunes son en los libros los ejemplos de entrambas. De las fingidas no hay necesidad de hablar, sino, en sabiendo que lo son, desecharlas. De las personas venerables por su virtud y santidad se ha de creer, que dicen lo que sienten con veracidad; pero aun de este modo han de ser examinadas sus visiones, porque cabe que sin faltar a la verdad, las apariciones no sean aceptables. A dos clases se han de reducir las visiones y apariciones: unas son sensibles, cuando las cosas que no existen, pero existieron, o han de existir, se presentan a los sentidos como actuales: otras son mentales, cuando la imaginación tiene tan vivas las imágenes y representaciones de los objetos que fueron, o han de ser, pero no son, que el entendimiento los mira como presentes. Las primeras nunca suceden sin un verdadero milagro; y aunque es cierto que Dios hace milagros, pero también lo es que no son tantos como el vulgo literario presume: de manera que siendo preciso examinar la operación milagrosa con mucha diligencia para asegurarnos, el mismo cuidado se ha de poner en averiguar las apariciones sensibles antes de creerlas. Las mentales unas son naturales, como se ve en los melancólicos muy imaginativos, a quienes se ofrecen las cosas pasadas y futuras, como presentes, con una viveza extraordinaria: en los maníacos y frenéticos, que por la enfermedad dicen que ven los muertos, y mil cosas que no hay, y lo aseguran, y gritan si se les contradice: en los sueños, donde cada día hay motivo de experimentarlo: otras son sobrenaturales, como las que se conoce claramente que no caben en la esfera de la naturaleza.

49 El modo de distinguirlas se toma de lo que representan y las circunstancias que las acompañan. Si la persona, aunque sea virtuosa, es crédula, de imaginación fuerte, muy melancólica, enferma, ya sea de todo el cuerpo, ya de la cabeza, pensativa, metida en sí, y nos dice que ha tenido visiones y apariciones, es menester suspender el juicio hasta examinarlas, porque tales personas naturalmente son visionarias: si lo que dicen de su visión es inverosímil, extravagante, erróneo, de ningún momento, y contradictorio, se han de tener por naturales, de acaloramiento de la cabeza, y falsas: si la doctrina que encierran es opuesta a los dogmas, o disciplina de la Iglesia, o en ellas se encierra interés, daño del prójimo
(próximo), o qualesquiera fines particulares distintos de la gloria de Dios, e instrucción de los Fieles, se han de mirar como entusiasmos de una fantasía inflamada. Las sobrenaturales se conocen por caracteres opuestos a los sobredichos, y de ellas hay ejemplos en las divinas Letras, que han de recibirse con toda sumisión. Lo cierto es que en Roma, donde se examinan estas cosas con gran exactitud y juicio, de millares de visiones de las personas virtuosas apenas se aprueba una, y a veces se reprueban todas. Esta materia, además de los Autores citados, la ha tratado con solidez el Abad Langlet; y antes que todos los propuestos ha abierto el camino con admirables advertencias para no desviarse nuestro insigne Español el P. Juan de Ávila en su Audifilia (Audi, Filia, et Vide) (a).

(a) Capítulo 50, 51 y 52. tom. 3. pág. 279 y sig.

50 Para no caer pues, en errores en este asunto, será bien ejercitarse en distinguir lo que es propio de la imaginación, y lo que toca al juicio. Se ha de saber, que la imaginación no hace otra cosa, que representar al vivo las imágenes de los objetos; pero al juicio toca hallar la verdad de las cosas que ofrece la fantasía; y como desde niños nos hacemos a imaginar más que juzgar, será bien ejercitar continuamente la razón, y sobre todo saber dudar cuando convenga, y no juntar con precipitada facilidad el juicio con la imaginación.
Si se trata de conocer lo que sucede en otra persona, además de lo dicho será conveniente examinar si la gobierna alguna secreta pasión, y muchas veces se hallará, que el deseo que tiene una mujer de parecer santa, o el apetito de fama de virtuosa, o la ambición y deseo de mandar, o tal vez el despecho por no venirle las cosas como desea, han corrompido su fantasía; y de aquí nace que juzgue por revelaciones sus delirios. Acaso la malicia es el móvil de estas fingidas apariciones: tal vez alguna oculta enfermedad, que no es conocida, porque no se manifiesta por
fuera, o la ignorancia, que es general fomento de estas creencias. En fin la razón dicta, que cuando se ofrecen semejantes revelaciones, empiecen los hombres sabios a examinarlas dudando, averiguando las pasiones, la eficacia de la imaginación, la verosimilitud, y la conformidad que tienen con los dogmas y disciplina de la Iglesia, y poniendo en obra todas las reglas de la buena crítica.