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domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo V. De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

Capítulo V.

De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

72 Ya hemos explicado en el primer libro, que hay en el hombre una potencia de combinar las nociones simples y compuestas, a la cual hemos llamado ingenio, y de quien es propio combinar las cosas de mil maneras diferentes. Ahora mostraremos de cuántas maneras caemos en el error por ser ingeniosos. El ingenio de dos modos suele ocasionar el error, es a saber, o por muy grande, o por pequeño. Cuando el entendimiento percibe las cosas sin penetrar las circunstancias que las acompañan, o sus maneras de ser, o sus propiedades inseparables; o por decirlo en una palabra, no penetra más que la corteza de las cosas, sin alcanzar el fondo, se siguen mil errores y engaños, porque el juicio no puede ser atinado con tan poca noticia como subministra el ingenio; y por eso los que son naturalmente de poca comprensión sin hacer combinaciones copiosas, y los que no aguzan el ingenio, o con la buena crianza, o con el trato civil, o con el ejercicio de las Artes y Ciencias, son rudos y desatinados, porque juzgan de las cosas sin haber penetrado en todos los senos de ellas. Por esto la gente vulgar en sus juicios no suele pasar de la superficie de las cosas. Los grandes ingenios si no los acompaña un buen juicio, suelen caer en errores de mayor consideración que los pequeños. Algunos Herejes han sido muy ingeniosos, pero la falta de juicio los ha hecho errar neciamente. Y de ordinario cuando un hereje tiene ingenio penetrante, es más obstinado, y sus errores son más disimulados, porque el ingenio con la abundancia de combinaciones los encubre, los adorna, y los representa con otros colores que los que les corresponden. Por esta razón tanto mayor ha de ser la cautela con que se han de leer los libros de los Herejes, cuanto estos son más ingeniosos.

73 A veces los errores que ocasiona el ingenio son solamente filosóficos. Cartesio tuvo un ingenio singular, y el juicio no fue igual al ingenio. Cuando dejaba correr libremente el ingenio, solía escribir cosas, que más parecían sueños que realidades, porque era fecundísimo en combinar: tales son muchísimas de las que propone en los principios filosóficos. De Caramuel dice Muratori, que mostró un ingenio grande en las cosas pequeñas, y pequeño en las grandes. Raymundo Lulio tuvo buen ingenio, y muy poco juicio. Su Filosofía no es a propósito sino para ejercitar la charlatanería, y con ella ninguno sabrá más que ciertas razones generales, sin descender jamás al caso particular. Todo su estudio consistía en reducir las cosas, qualesquiera que sean, a lugares comunes, a sujetos y predicados generales, que puedan convenirles, y de este modo habla un Lulista eternamente, y sin hallar fin; pero con una frialdad, y con razones tan vagas, que apenas llegan a la superficie, y a lo más común de las cosas. En efecto un Lulista podrá amplificar un asunto mientras le pareciere; pero después de haber hablado una hora, nada útil ha dicho. Redúcese, pues, a ingenio todo el arte de Lulio; pero el juicio no halla de que poderse aprovechar. Este mismo concepto hacen de Lulio muy grandes Escritores, y en especial Gasendo, y Muratori; pero si a alguno de mis Lectores le parece áspera la censura, ruego que vea las Oras de Lulio, y que medite sobre lo que llevo dicho, que creo se convencerá.
(
Nota del editor: Aconsejo leer Obras rimadas de Ramon Lull, escritas en idioma catalan-provenzal. Textos originales y traducción parcial al castellano por Gerónimo Rosselló, mallorquín, como Raymundo Lulio. Lo he editado, está online en regnemallorca.blogspot.com y chapurriau.blogspot.com)

74 En las escuelas se tratan muchas cuestiones en que se aguza el ingenio, y no se perfecciona el juicio. La gran cuestión de la transcendencia del ente, la del ente de razón, la del objeto o formal de la Lógica, la de la distinción escótica, y otras semejantes, son puramente ingeniosas, interminables y vanísimas. El juicio nada tiene que hacer en ellas, porque no hay esperanza de hallar la verdad, y una vez hallada, aprovecharía muy poco. Yo nunca alabaré que se haga perder el tiempo a la juventud, entreteniéndola en tales averiguaciones, que aunque son ingeniosas, pero son inútiles. Convengo yo en que alguna vez a los jóvenes se han de proponer cuestiones con que ejerciten el ingenio; pero si esto puede hacerse de modo que se
aguce (agudice) el ingenio, y se perfeccione el juicio, será mucho mejor; y no hay duda que puede entretenerse la juventud en algunas disputas en que se consigan ambas cosas. El P. Mabillon fue varón docto y juicioso, y en sus Estudios Monásticos aconseja, que se eviten semejantes cuestiones, porque no solamente son inútiles, sino que obscurecen la verdad.
Y es de notar, que el habituar los jóvenes a estas cuestiones suele ocasionar algún daño: porque los hace demasiadamente especulativos, y a veces tan tercos, que el hábito que contraen en ellas, le conservan en otros asuntos; y como el amor propio no cesa de incitarlos a su elevación, por eso nunca se rinden, antes estas cuestiones especulativas los hacen vanos y porfiados. Además de esto siempre he juzgado que el tiempo es alhaja muy preciosa, y que siendo tanto lo que sólidamente puede aprenderse, es cosa ridícula emplearlo en cosas vanas, en que resplandece el ingenio, y no el provecho (a), ni la enseñanza. Algunos suelen celebrar con alabanzas extraordinarias la carroza de marfil que hizo Mirmecidas con cuatro caballos y el gobernador de ellos, tan pequeña, que la cubrían las alas de una mosca; las hormigas de Calicrates, cuyos miembros no distinguían sino los de perspicacísima vista, y otras cosas maravillosas por su pequeñez (b). Mas yo acostumbro medir las alabanzas de estas cosas por el provecho que puede sacarse de ellas; y así me parece muy fundado en razón lo que dice Eliano hablando de esto, es a saber, que ningún hombre sabio puede alabar tales obras, porque no aprovechan para otra cosa, que para hacer perder vanamente el tiempo (c). Es verdad que en ellas resplandece la destreza, e ingenio del Artífice; pero yo nunca alabo solamente a un hombre por su ingenio, por grande que sea, sino por su juicio.

73 Por lo general ninguno hace mayor ostentación del ingenio, y con menos provecho que los Poetas, en especial los de estos tiempos. Cicerón observó muy bien, que no hay ningún Poeta a quien no parezcan sus poesías mejores que qualesquiera otras; y si hubiera vivido en nuestros tiempos, hubiera confirmado con la experiencia la verdad de su observación. A los Poetas se les debe la gloria de haber sido los primeros que trataron las Ciencias con método. Pero ya en lo antiguo sucedía lo mismo que ahora, pues en aquel tiempo había muy pocos Poetas buenos (d), y muchos malísimos.

(a) Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria. Phedr. lib. 3. fabul. 17.
(b) Feyjoó t. 7. disc. I. p. I. 2. &c.

(Nota del editor. Andrés Piquer no veía la futura utilidad de estas miniaturas, por ejemplo, el microchip, o la nanotecnología, pero intenta desprestigiar a Ramon Lull, que en 1300 ya sabía Medicina, Lógica, y varias Artes.)
(c) Non aliud revera sunt, quam vana temporis jactura. Aelian. lib. I. Var. hist. cap.17.

(d) Vere mihi hoc videor esse dicturus, ex omnibus iis, qui in harum artium studiis liberalissimis sint doctrinisque versati, minimam copiam Poetarum egregiorum extitisse. Cic. de Orat. lib. I. pág. 255.


Piensan algunos, que para ser buen Poeta no es menester más que hacer versos, y darles cadencia; y la mayor parte de los que juzgan, solamente se contentan del sonido y tal cual agudeza de ingenio. Y se ha de tener por cierto, que para ser buen Poeta es menester ser buen Filósofo. No entiendo por Filósofo al que sabe la Filosofía en el modo que se enseña en las Escuelas, sino al que sabe razonar con fundamento en todos los asuntos que pueden tocar a la Filosofía. Así será necesario que el Poeta sepa bien la Filosofía Moral, y sin ella nada puede hacer que sea loable, porque no sabrá excitar los afectos, ni animar las pasiones, que es una de las cosas principales de la Poesía. Muchos de nuestros Poetas, y algunos de los antiguos supieron muy bien excitar al amor profano; pero en esto mostraron su poco juicio, porque nunca puede ser juicioso el Poeta que excite los afectos para seguir el vicio, antes debe ser su instituto animar a la virtud; y no hay que dudar, que si los Poetas supieran hacerlo, tal vez lo conseguirían mejor que algunos Oradores, porque los hombres se inclinan más a lo bueno, si se les propone con deleite, y esto hace la Poesía halagando el oído. Ha de saber el Poeta la Política, la
Económica, (economía) la Historia sagrada y profana. Ha de saber evitar la frialdad en las agudezas: ha de ser entendido en las lenguas: ha de saber las reglas de la Fábula y de la invención. Ha de conocer la fuerza de las Figuras, y en especial de las Traslaciones. Ha de hablar con pureza y sin afectación: y en fin ha de tener presentes las máximas que propone Aristóteles en su Poética, y saber poner en práctica los preceptos que han usado los mejores Poetas. Pero hoy vemos que todo el arte se reduce a equívocos fríos, a frases afectadas, a pensamientos ingeniosos, sin enseñanza ni doctrina; y aún hay Poetas celebrados, que no observan ninguna de las reglas que propone Horacio en su Arte Poética, y no adquieren el nombre sino por la poca advertencia de los que lo juzgan, y porque ellos mismos dicen que son excelentes Poetas (a : Nunc satis est dixisse: Ego mira poemata pango. Hor. Art. Poet. v. 416.). Descendiera en esto más a lo particular, si no temiera conciliarme la enemistad de muchos alabadores de los Poetas recientes.

76 Siendo, pues, cierto, que el juicio ha de gobernar al ingenio para que este aproveche, será necesario saber, que los que profesan las Artes y Ciencias no deben tener otro fin, que aprender, o enseñar la verdad y el bien, y que toda la fuerza del ingenio ha de ponerse en descubrir estas cosas, y esclarecerlas para evitar el error y la ignorancia. Bien puede el ingenio buscar a veces lo deleitable, pero ha de ser con las reglas que prescribe el juicio, y haciéndolo servir solamente para que con mayor facilidad se alcance lo verdadero, y se abrace lo bueno. Según estos principios, han de desecharse todas las obras de ingenio que deleitan y no enseñan, y que ponen toda su fuerza en agudeza superficial, que no dura sino el tiempo que se leen, u oyen (a).

77 La memoria si no está junta con buen juicio es de poca estimación, porque importa poco saber muchas cosas si no se sabe hacer buen uso de ellas. El vulgo esta engañadísimo creyendo que son grandes hombres los que tienen gran memoria: y de ordinario para significar la excelente sabiduría de alguno, dice que tiene una memoria felicísima. A la verdad cuando a un juicio recto se junta una memoria grande, puede ser muy útil, y creo yo que necesita el juicio del socorro de la memoria para valerse de las especies que tiene reservadas; pero no hay que dudar, que por sí sola merece poca estimación. Admirablemente dijo Saavedra en su República literaria: Muchos buscaban el eléboro, y la nacardina para hacerse memoriosos, con evidente peligro del juicio; poco me pareció que tenían los que le aventuraban por la memoria, porque si bien es depósito de las Ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre, si como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse (b).
La memoria deposita las noticias y retiene las imágenes de los objetos; así se hallan en ella todas las cosas indiferentemente, y es necesario el juicio recto para colocarlas en sus lugares. Es la memoria como una feria donde están expuestas mercancías de todos géneros, unas buenas, otras malas; unas enteras, otras podridas; pero el juicio es el comprador, que escoge solamente las que merecen estimación, y hace de ellas el uso que corresponde, y desecha las demás. Es verdad que si no hay abundancia y riqueza, poco tendrá que escoger. Algunos leen buenos libros, estudian mucho, y no pueden hablar cuando se ofrece, porque la memoria no les presenta con prontitud las nociones de las cosas. Estos por lo ordinario se explican mejor por escrito, que de palabra.

(a) Nihil est infelicius, quam in eo in quo minimum proficias, plurimum laborare. Menk. Charl. p. 224.
(b) Rep. Lit. p.3. edic. de Alcalá 1670.

Muchos han inventado diversas Artes para facilitar la memoria, y se aprovechan de ciertas señales, para que excitándose en la fantasía, se renueven los vestigios de otras con quien tienen conexión. Pero la experiencia ha mostrado el poco fruto de semejantes invenciones; y sabemos ciertamente, que nada aumenta tanto la memoria como el estudio continuado; y es natural, porque la continua aplicación a las letras la ejercita, con lo que contrae hábito y facilidad de retener las nociones, que es su propia incumbencia. Lo que algunos dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los Árabes, gente crédula y supersticiosa.
(
Nota del editor: ¿También Avicena - Ibn Siná - era crédulo y supersticioso?)

78 Resta ahora explicar los desórdenes que acompañan a una gran memoria cuando está junta con poco juicio, y mostrar cuán poco estimables son los Autores en quien resplandece solamente aquella potencia. Cleóbulo está continuamente leyendo, en todo el día hace otra cosa, tiene una memoria admirable. ¿Quién no pensará con estas buenas circunstancias, que Cleóbulo ha de dar al público alguna obra estimable? Luego vemos que nos sale con una Floresta, o Jardín, o Ramillete de varias flores, y acercándose, y mirándole de cerca, no hay en su jardín sino adelfa y vedegambre. Hay algunos que no están contentos si no hacen participantes a los demás de lo que ellos saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, o falsas; y si bien se repara, en semejantes libros no hay más que molestas repeticiones de una misma cosa.
Yo confieso, que apenas hay Autor que no se aproveche de lo que otro ha escrito; pero los que son buenos añaden de lo suyo, o a lo menos dan novedad, y método a lo ajeno (a); mas esto no saben hacerlo sino aquellos que a la memoria añaden buen juicio (b).

(a) Res ardua, vetustis novitatem dare, novis auctoritatem, obsoletis nitorem, obscuris lucem, fastiditis, gratiam, dubiis fidem, omnibus vero naturam, & naturae suae omnia. Plin. Hist Nat. lib. I. p. 3. n. 25. tom. I.

(b) Mandare quemquam literis cogitationes suas, qui eas nec disponere, nec illustrare sciat, nec delectatione aliqua allicere lectorem, hominis est intemperanter abutentis, & otio, & literis. Cic. Q.Tusc. lib. I.cap. 5.

Otros quieren parecer sabios, teniendo en la memoria buena copia de Autores, y los nombran y citan para mostrar su estudio. Pero el haber visto muchos libros no hace más sabios a los hombres, sino haberlos leído con método, y tener juicio para conocer y discernir lo bueno que hay en ellos, de lo malo. No saben estos más, que los niños, a quien se hace aprender de memoria una serie de cosas, que la dicen sin saber lo que contiene, ni para qué aprovecha. No hay cosa más fácil que citar una docena de Autores sobre cualquier asunto, porque para esto están a mano las Polianteas, los Diccionarios, las Misceláneas, los Teatros, y otros semejantes libros, en que está hacinada la erudición sin arte, sin método, y sin juicio. Dijo muy bien el P. Feyjoó, que el Teatro de la vida humana, y las Polianteas son fuentes donde pueden beber la erudición, no sólo los racionales, sino las bestias (a : Feyjoó Theat. Crit. disc. 8. §. 7. n. 31. p. 192. tom. 2.).
Bien pudieran entrar en este número muchos Diccionarios y Bibliotecas. Con todo, este es el siglo de los Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la moda, se escriben sin exactitud, y todos sin los principios fundamentales de lo que tratan. Por esto, los que sólo saben por ellos, son entendimientos que se satisfacen de la memoria, sin ejercitar el ingenio ni el juicio; siendo cierto, que semejantes libros sólo pueden aprovechar en tal cual ocasión a los hombres de mucha lectura y de atinado juicio, o para tener a mano una especie, o para volver a la memoria alguna cosa que se había olvidado.

79 En la Medicina son infinitos los libros de erudición desaliñada, y sólo a propósito para cargar la memoria. No hay Autor que haya recogido más noticias, ni cite con mayor frecuencia que Etmullero; pero es Escritor de pequeño juicio, porque entre tanta barahúnda de noticias, opiniones, y Autores, de ordinario sigue lo peor. Sus observaciones especiales son vanísimas, y lo he conocido por propia experiencia. Si trata de curar las enfermedades, usa de infinitos medicamentos
Chímicos, con perjudicial ponderación de sus falsas virtudes. Foresto es exacto en sus observaciones, y sus curaciones no son despreciables; pero sus preámbulos largos para cosas pequeñas, y sus repeticiones de cosas que nada importan, hacen enfadosa su lectura. No obstante le tengo por más útil que a Senerto, y puede aprovechar en manos de un Médico juicioso. Juan Doleo hizo una Enciclopedia, en que comprehendió (hizo un compendio, compendió) los pareceres de muchos Autores, especialmente modernos, sobre cada enfermedad, señalando distintamente el dictamen de cada uno. No puede haber cosa más a propósito para facilitar la memoria de los Médicos, ni más propia para corromperles el juicio. Porque este Escritor en el decir es fantástico, lleno de frases poéticas, y rimbombantes. Introduce términos obscurísimos, con gran perjuicio de los lectores, porque ya la Medicina necesitaba de hacerse más comprensible, familiarizando infinito número de voces Griegas, que ni se han hecho Latinas, ni Españolas, lo que ocasiona embarazo y confusión. Y después de todo esto nos viene Doleo con Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos a cada línea, y no significan otra cosa que el cerebro, corazón, estómago, y útero, o los espíritus especiales de estas partes y que sirven para sus funciones. Además de esto no hay en sus curaciones aquel nervio de observación que se halló en los Griegos; ni sus remedios son otra cosa que medicamentos comunes vanamente ponderados. Hoffman es también Autor de varia lección, su juicio mediano; pero su imaginación fecunda, y la memoria grande: su estilo es asiático y poco nervioso, dice y repite las cosas sin medida, y cita más de lo que sabe. No obstante es Autor que puede aprovechar mucho si se sabe hacer buen uso de sus noticias, y se separa de ellas lo sistemático, que se lleva las dos partes de sus obras. Finalmente para hallar locución breve y clara, método, enseñanza, y buen juicio, es necesario leer a Hipócrates, Areteo, Celso, y a sus seguidores Marciano, Dureto, Lomio, y los dos Pisones, y algunos otros de quien hemos hecho crítica en otra parte.

80 No sé si entre los Teólogos y Letrados reina este defecto como entre los Médicos. Sé muy bien que en ambas ciencias hay Profesores de erudición exquisita, y de atinado juicio. Pero como salen a luz tantos tratados de Teología sin añadir novedad ninguna unos a otros, tantos Autores de Poliánteas, de Sermones, de Misceláneas, he sospechado que tal vez se hallarán algunos que no habrán tratado estos asuntos con la perfección necesaria. En efecto Cano, el P. Mabillon y mucho antes Luis Vives, han hallado en algunos Teólogos muchas superfluidades. Tal vez dirá alguno que esto es meter la hoz en mies ajena, pero la Lógica da reglas generales para gobernar al juicio, y es necesaria para dirigirle con rectitud y hacer buen uso de él en todas las ciencias. Por eso un buen Lógico puede conocer los defectos que por falta de cultura, y rectitud de juicio cometen los Autores que tratan la Teología. Lo mismo ha de entenderse de la Jurisprudencia, en cuya ciencia son muchos los Autores que ponen toda su enseñanza en amontonar citas y lugares comunes, y creo yo que no consultan los Autores originales, sino que unos sacan las citas de otros, y estos de otros más antiguos, y todos estos son plagiarios, y compiladores (a). Por lo menos en estas que llaman Alegaciones es cierto, que muchos muestran falta de Lógica y de cultura en el juicio, porque reina en ellas erudición desaliñada y vulgar, y se pone mayor cuidado en amontonar citas, que razones sólidas y concluyentes. Saavedra en la República Literaria, ya se queja del poco juicio de algunos Autores de Jurisprudencia. Acerqueme (me acerqué) a un Censor, dice, y vi que recibía los libros de Jurisprudencia, y que enfadado con tantas cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos exclamaba: ¡O Júpiter!, si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas ejércitos de Godos que remedien esta universal inundación de libros? Y sin abrir algunos cajones los entregaba para que en las Hosterías sirviesen los civiles de encender el fuego, y los criminales de freír pescado y cubrir los lardos (b). Ciceron se quejaba también de la poca cultura de los Juristas de su tiempo (c) y en varias partes los reprehende,

(a) Omnes omnium Jurisconsultorum libros evolvendos sibi putant, totaque citatorum quae vocant plaustra colligunt, quibus suas dissertatiunculas, responsa, decreta, non tam ornant, quam onerant. Menk. Charl. p. 267.
(b) pág. 31.

(c) Sed Jureconsulti, sive erroris objiciendi causa quo plura, & difficiliora scire videantur, sive, quod similius veri est, ignoratione docendi, nam non solam scire aliquid artis est, sed quaedam ars etiam docendi, saepe quod positum est in una cognitione, in infinita dispartiuntur. Cicer. de Leg. 2. cap. 45.

en especial en la Oración que hizo por Murena, digna de ser leída, porque trata este asunto con extensión (a). Ninguna Arte, entiendo yo, necesita más de la buena Lógica que la Jurisprudencia, porque el conocimiento de lo recto y de lo justo pertenece al juicio. Si este no sólo necesita de sus propios principios, sino de otras verdades fundamentales por el encadenamiento que hay entre ellas ¿cómo ha de ser buen Jurisconsulto el que no sea buen Filósofo? No extraño que Genaro, que conocía por dentro lo que anda en esto, haya empleado tan vivas y tan continuas sátiras contra los Letrados.
(a) ltaque si mihi homini vehementer occupato stomachum moveritis, vel triduo me Jurisconsultum esse profitebor. Cic. pro Muraen. c.13. p. 272. t. 5.