Capítulo IV.
Continúase la explicación de los errores que la imaginación ocasiona.
51 Hemos propuesto en el capítulo antecedente algunos errores que ocasiona la imaginación en asuntos de Religión y de piedad; en este manifestaremos los que principalmente ocasiona en el trato civil, y en el ejercicio de las Artes y Ciencias, y para hacerlos más comprensibles, los dividiremos en varias clases, según las varias influencias que suele tener en ellos la fantasía.
52 En primer lugar suelen ocasionar el error las imaginaciones pequeñas: entiendo por pequeñas imaginaciones las que se llenan y satisfacen de cosas de ningún momento, y suelen hacer que el juicio las tenga por grandes, y se ocupe en ellas. Esto suele observarse en los niños y mujeres, y por eso las vemos casi siempre ocupadas en cosas pequeñísimas, mirándolas como grandes, y dignas de su aplicación. La moda, la cortesía, el adorno, y la conversación de estas mismas cosas es el atractivo de su juicio, como en los niños los juegos, las bagatelas, y las diversiones. De ordinario las imaginaciones pequeñas son blandas, esto es, son dispuestas a recibir fácilmente las representaciones: son asimismo acompañadas de afectos de dulzura y de gusto; y siendo poco, o nada instruido el juicio de los niños y de las mujeres, se ocupa todo de los objetos de la fantasía. En vista de esto se ha de procurar, ya con la enseñanza, ya con el ejemplo, el instruir temprano la juventud en máximas fundamentales de la razón, formando su juicio según permite su capacidad. De este modo se ha visto un niño que a la edad de siete años ha defendido públicamente las principales Ciencias con acierto (a), y mujeres que han excedido a los hombres en el juicio. Muchos ejemplos pueden verse de uno, y otro en los Autores, en especial en Plutarco (b), y entre los modernos en Mr. Baillet (c).
(a) Murator. Filosof. Moral. capit. 10.
(b)
Plutarc. de Clar. Mulier.
(c) Baillet. Jugemens de Savans, t. 5.
53
No faltan hombres afeminados de imaginación bien pequeña. Algunos
usan más adornos que las mujeres, otros continuamente exaltan cosas
de poco momento: unos exageran las cosas de ninguna importancia;
otros se hacen entrometidos, dando a entender que son grandes
hombres, y sólo lo son en frioleras. Cleóbulo se altera de lo que
no debe, se admira de bagatelas, y no sabe hablar de otra cosa que de
su dolor de cabeza, de lo que ha trabajado, de lo cansado que se
halla, y en esto emplea toda una tarde, y tal vez todo el día.
Evaristo se halla en una conversación, y no hace otra cosa que
ponderar la desigualdad del tiempo, las niñerías de sus hijos y sus
gracias: y después, por hacer demostración de su saber, se pone a
hablar de los vestidos de los Macedonios, del orden de batalla de las
Amazonas; y si se le ocurre, no omite tal cual lugar de Quinto
Curcio. Este vicio es el que llaman los Modernos pedantería, que
consiste en entretenerse sólo el entendimiento en cosas de ninguna
sustancia, más propias de niños que de adultos, proporcionadas a Ia
pequeñez de su fantasía, y objetos dignos de su corto juicio. Estos
tales no suelen hacer otro daño con estos errores, que causar enfado
a todo el mundo, y en especial a los hombres que hacen uso de la
razón.
54 Si la pedantería quedase sólo en las
conversaciones, fuera tolerable; el caso es que se halla en infinitos
libros de todas facultades, y sus Autores nos hacen perder el tiempo
y el dinero en inútiles niñerías.
Menkenio desprecia con
donayre algunos Gramáticos que disputaron mucho tiempo sobre sola
una voz (a : Menken. Charlat. Eruditor. pág. 155), y cerca de
nuestros tiempos hemos visto empeñados dos hombres famosos en
averiguar si ha de escribirse Virgilio, o Vergilio. ¿Y qué cosa más
común y más inútil, que examinar aquello que después de
averiguado para nada aprovecha? Todo el año emplea Ariston en
averiguar si Cicerón estudiaba sentado, o paseando, si los vestidos
que usaba eran varios, o uniformes. Cleóbulo está afanado para
saber qué figura tenían las hebillas de los Romanos, y hace un tomo
entero para probar que no usaban espuelas, y trata con mucha
extensión de los anillos, de los juegos, y otros divertimientos de
aquellos tiempos, con tanta satisfacción, que tiene por ignorantes,
e irracionales, a los que no emplean, como él, todo el tiempo en
inútiles averiguaciones. Pedro Burmano, Bentleio, y otros semejantes
son dignos de estimación por el trabajo con que nos dan buenas
ediciones de Autores Latinos, y por el zelo con que promueven las
letras humanas; pero no son de alabar los cuidados que en sus notas
ponen, deteniéndose lo más del tiempo en corregir la palabra del
Autor original, gobernados por sus propias reglas, y en impugnar a
otros, porque no lo han hecho, sin cuidar de las sentencias, que es
el punto principal en que se debieran detener. Han llegado a tal
punto estos Correctores (dice Menkenio), que con verdad se puede
decir ahora lo que en otro tiempo se dijo de los ejemplares de
Homero; es a saber, que se han de tener por mejores y más correctos
los Autores que no se han corregido (a : Charlataner. pág,
164.).
55 Alguna vez puede esto ser un poco útil; pero si se
considera el estrépito con que algunos han tratado estas materias,
bien se podrán comparar a la mosca, que andando sobre la rueda de un
carro, decía: ¡Cuánto polvo levanto!
Otros emplean gruesos
volúmenes en explicar una sola voz de algún Escritor antiguo. Yo
siempre he tenido por hombres de imaginación pequeña a los que se
detienen en una palabrilla, en un acento (tilde),
en si se ha de entender esta voz en este, o en otro significado:
aunque esto importe poco, y sin llegar a conocer lo útil de las
cosas, sólo se contentan de lo superficial. Parécense estos a los
cazadores, que no llegando a saber cazar las aves y bestias útiles
para el mantenimiento del hombre, se emplean en cazar ratones, o tal
vez se hacen cazadores de moscas. Lo mismo debe decirse de aquellos
que se tienen por grandes hombres, porque saben hacer un verso, o una
redondilla. ¡O! Narciso es mozo de grandes esperanzas, porque hace
un Epigrama, y forma versos que es una maravilla. Examinando bien las
cosas, se halla que Narciso es hombre de pequeña imaginación y de
poco juicio, porque sabe hacer versos que nada más tienen que el
sonido, el metro, y la cadencia, cosas propias de la imaginación;
pero no incluyen sentencias graves, ni instructivas, en que
resplandezca el juicio. ¿De qué puede servir hacer versos con
letras forzadas, y anagramas oscurísimos, sino de atraer aquellos
que admiran todo lo que no entienden, y celebran lo que no alcanzan
(a)? Bien pueden estos compararse a los niños, a quien el color del
oropel hace creer que es oro lo que es plomo, y tal vez madera
podrida.
56
En segundo lugar coloco yo las imaginaciones hinchadas, y llamo así
aquellas que se llenan de muchas imágenes, o ya se adquieran y
recojan con la aplicación, o ya naturalmente sea dispuesta la
fantasía a formarlas. Es menester confesar, que si a las
imaginaciones llenas se junta buen juicio, son muy estimables, y sólo
de ellas han de esperarse grandes ventajas en el descubrimiento de la
verdad, y en el ejercicio de las Artes, y Ciencias; pero si a una
imaginación muy llena, no acompaña un juicio atinado, suele ser
causa de muchos errores. ¡O! Fulano es muy lleno!. ¡Qué de
noticias tiene! ¡Qué de cosas sabe! De qualquiera asunto que se
hable, en todo entiende. Este es el lenguaje del vulgo en la
calificación de los sujetos. Si el juicio no coloca en el debido
lugar las noticias, si a la muchedumbre de ellas no acompaña un gran
discernimiento de lo verdadero y de lo bueno, y un conocimiento de lo
útil y superfluo, de lo bello y de lo rústico, nada más serán
todas aquellas noticias que un montón de trigo, cebada, heno, paja y
polvo, donde hay algo de bueno pero mezclado con muchísimo sucio,
malo y abominable. En efecto la llenura de la imaginación es como la
del cuerpo, que siendo gobernada por la naturaleza es sana y loable,
y en siendo desordenada causa la enfermedad y la cacoquimia.
(a)
Omnia enim stolidi magis admirantur, amantque,
Inversis quae sub
verbis latinantia cernunt,
Veraque constituunt, quae belle tangere
possiunt
Aureis, & lepida quae sunt fucata sonore.
Lucret.
de Rer. natur. lib. I. verso 638.
57
Esta enfermedad, o disposición cacoquímica de la imaginación es
común en las oraciones y en los escritos. Llena Cleóbulo su cerebro
de noticias vulgares, de lugares comunes, porque las Poliantheas son
sus delicias, y en los Diccionarios hace su mayor estudio. En un
sermón, en la conversación, o Discurso Académico vacía cuanto ha
leído en estas fuentes de vulgar erudición y doctrina, y no hay
Autor que no cite, ni noticia que no participe a su auditorio.
La
desgracia es, que le acompaña poco juicio, y no coloca las cosas en
el lugar que les corresponde, ni las aplica en el modo necesario para
instruir, ni añade verdad alguna que penetre en el corazón de los
oyentes. Los que tienen la imaginación muy llena son intolerables en
las conversaciones. Háblese de lo que se quiera, luego salen
vertiendo noticias fuera del lugar y tiempo, y estas a veces tan mal
digeridas, que no parecen sino un aborto, o una de aquellas
insufribles evacuaciones, que por descargarse excita la naturaleza.
58
No es posible tratar aquí individualmente de todos los Escritores,
que siendo de imaginación hinchada, muestran tener poco juicio,
porque son innumerables, y hoy más que nunca reina la moda de querer
los hombres parecer sabios, amontonando citas y noticias, aunque sean
inútiles y vulgares. Propondré dos solamente, y así se podrá
formar juicio de los demás. En la Medicina está muy celebrado
Miguel Etmullero, y no puede negarse que es Autor llenísimo, pero de
poco provecho, porque no acompaña gran juicio, ni aun mediano, a
tanta baraúnda de cosas vulgares, poco fundadas e inútiles como
propone. Este Autor es aquel que estudian muchos que no profesan la
Medicina, para hablar de ella en sus discursos, y mostrar que la
entienden radicalmente; y a la verdad hallan en él un fondo
inagotable de noticias para embelesar a los que se contentan de la
abundancia de la imaginación; pero nunca agradarán a los que sólo
se gobiernan por el juicio. De este, y de Lucas Tozzi se valió
Feyjoó las más veces para escribir de la Medicina. ¡Pero qué
Maestros! Así han salido los discursos.
¡O cuántos libros
llenan los estantes, sin haber en ellos más que amontonamiento de
noticias falsas, vulgares, o inciertas, pero regladas de modo, que
puedan hacer impresión en la fantasía!
59
En tercer lugar pueden colocarse las imaginaciones profundas, y llamo
así aquellas en que las representaciones se arraigan mucho. De tres
maneras se hace profunda la imaginación, o por temperamento, o a
fuerza de meditar, o por enfermedad. Los que tienen el temperamento
melancólico, de ordinario son de imaginación profunda. La
imaginación naturalmente profunda, junta con buen juicio, suele
aprovechar mucho, porque suele causar mucha constancia en las cosas
que emprende, y esta constancia nace de la duración de las imágenes;
por eso los que tienen así la imaginación son tenaces en su
propósito, y no dejan la cosa hasta que la apuran del todo. Aquellos
que han tenido buen juicio, junto con semejante imaginación, han
hecho progresos en las empresas loables y difíciles. Por el
contrario, si la imaginación es profunda, y el juicio es corto, se
siguen muchos errores, y lo que es peor los acompaña una tenacidad
invencible. Suele ser muy común a los que tienen la imaginación
profunda, andar pensativos, y no reparar en las cosas triviales,
mayormente si ocupan el juicio en cosas de importancia. Ariston va
por la calle tan profundo, que no repara en los que encuentra, ni
saluda a sus amigos, ni se entretiene con la hermosura de los
balcones y ventanas. Crisias lo mira todo, de todo se divierte, ni en
una mosca que vaya volando deja de reparar. De estos dos Ariston
tiene la imaginación profunda, Crisias pequeña. El hombre mientras
está velando, o no duerme, siempre piensa, y siempre se presentan a
sus sentidos objetos que los impresionan; pero hay la diferencia, que
los objetos de poca substancia no ocupan la imaginación de Ariston,
y llenan la de Crisias. Cuando van estos por la calle, los dos
piensan, pero se distinguen en que Crisias piensa en las ventanas, en
los balcones, en las rejas, y otros objetos que se presentan a sus
ojos, y son bastantes para entretener su fantasía. Ariston tiene
presentes los mismos objetos; pero como por la rectitud del juicio no
le admiran, y por la profundidad de la imaginación tiene presentes
dentro de sí otros objetos tal vez más dignos de su aplicación, o
a lo menos más profundamente arraigados, por eso piensa más en
estos, y apenas se ocupa de aquellos. Bien creo yo que también es
menester justa medida en la profundidad de imaginación de Ariston,
porque de otra forma se volverá inútil, e intratable, y en esto es
menester que el juicio tenga presente ne quid nimis.
60 A
fuerza de meditar se hace profunda la imaginación. La razón es,
porque meditando mucho, se hace hábito, con el cual se adquiere la
fácil repetición de las representaciones. Cartesio tuvo profunda la
imaginación, meditó mucho; y si hubiera tenido el juicio tan
profundo como la fantasía, hubiera logrado para siempre el renombre
de Filósofo. Sucede en esto lo mismo que en el ejercicio del cuerpo,
cuyos miembros con el continuo trabajo se habitúan a aquel
movimiento en que más se ejercitan.
61 Por enfermedad suele hacerse tan profunda la imaginación, que ocasiona muchísimos errores. Es de advertir, que algunas veces la enfermedad que daña la imaginación, deja al juicio sano, y este corrige los errores y desórdenes de aquella. Otras veces la enfermedad del cerebro daña la imaginación y al juicio, y los que así padecen, yerran neciamente. De uno y otro he visto ejemplares en mi práctica de la Medicina, y de ambas cosas habló muy concertadamente Galeno, y después otros Autores. Aquí se ha de notar, que a veces es tan poderosa la fuerza de la fantasía, que el juicio por más que quiera apartar de ella algunos objetos, no puede conseguirlo, y esto sucede en aquellos que por enfermedad tienen viciada la parte del cerebro donde reside la imaginación. El remedio cierto que hay para no errar en este caso, es despreciar las representaciones de la fantasía, y fortalecer el juicio para que la domine: y sé yo que haciendo buen uso de la razón, y acostumbrándose a vencer y moderar la fuerza de la imaginativa, se consigue el alivio. De esta enfermedad de la imaginación deben tener noticia y procurar conocerla los directores espirituales de las almas, porque de ella nacen casi siempre las conciencias escrupulosas, corrompiendo poco a poco en ellas la imaginación al juicio. Cuando la enfermedad del cerebro de tal suerte vicia la imaginación que comunique el daño al juicio, se sigue la locura, o bien melancólica, o maniática. En estos hay algunos, que sólo deliran sobre una cosa, y están sanos en lo demás. Cual dice que es Rey, cual Papa, cual que es Léon, cual que es hormiga. La impresión de estos objetos ha echado raíces tan hondas en su imaginativa, que es difícil borrarlas, y por la enfermedad no puede el juicio corregir este error. De esto puede el Lector tener larga noticia viendo algunos autores de Medicina, y en especial a Paulo Zaquias en las Cuestiones Médico-Legales.
62
Síguense las imaginaciones contagiosas, y llamo así aquellas, que
con facilidad comunican sus impresiones a otras, y las arrastran. De
esto hay infinitos ejemplares en el trato civil, y nada es más común
que dejarnos llevar los hombres por la fuerza de la imaginación de
aquellos con quien más familiarmente tratamos. Es bien sabido que la
vista de un objeto asqueroso nos provoca a vomitó, y la tristeza de
un amigo nos entristece. Si vis me flere, decía Horacio (a : Horat.
Art. Poet. verts. 192.), dolendum est primum ipsi tibi. Estas cosas
suceden por contagio de la imaginación, porque la vista de estos
objetos excita en nuestra fantasía las mismas impresiones y
movimientos que en aquellos donde se hallan, y por eso nos excitan
las mismas pasiones.
63 Nada es más común, que imitar
nosotros aquellos con quien tenemos familiar comunicación. Si
nuestro amigo viste de moda, vestimos nosotros; si habla con algún
tonecillo, insensiblemente le vamos adquiriendo; si tiene algún
vicioso estribillo, tal vez le tomamos sin poderlo evitar. Esto
sucede, porque nos vamos habituando con el trato a aquel modo que
observamos continuamente en otro. Por esto es bien buscar para el
trato familiar aquellos sujetos en quien resplandezcan las virtudes y
el juicio, porque al fin teniendo en nuestras operaciones tanta parte
la fantasía, es muy conveniente hacerla a recibir imágenes de lo
bueno y razonable.
64 La imaginación de los. hombres de autoridad es muy contagiosa. Ya la grandeza, ya la ostentación, y las dignidades suelen ocupar la fantasía de los súbditos, e inferiores, porque estos consideran en aquellas cosas una suma felicidad. La sujeción en el inferior por otra parte dispone el ánimo a recibir las impresiones del Superior. De aquí nace, que poco a poco se va haciendo la fantasía de los domésticos y sujetando a las mismas maneras de los dueños, y la de estos por cierto modo de contagio arrastra la de aquellos. Por esta razón, es importantísimo, que los que se hallan en grandes dignidades y empleos no ejerciten sino obras de virtud, procurando enseñar a los demás con el ejemplo;
y no hay que dudar que puede ocasionar gran daño en la imaginación de los súbditos el desorden del superior, por el contagio de la imaginación. Esto se ve prácticamente en la crianza de los hijos. En vano serán los castigos, en vano las amenazas, y en vano cualquiera diligencia de los padres, si estos no procuran poner el fundamento de la educación en el buen ejemplo. Los niños no ejercitan otras operaciones que las de los sentidos, e imaginación, y aun cuando ya empiezan a razonar, no tienen otros principios sobre que ejercitar y fundar la razón, que aquellas cosas que se les comunican con el trato, porque vienen al mundo como un lienzo raído, como ya hemos dicho. Como por sí mismos en este estado alcanzan poco, miran a sus padres como únicos Maestros; y como están sujetos a ellos, les sujetan también el entendimiento, porque en esto tiene gran parte la autoridad. Reciben, pues, como regla infalible lo que los padres les dicen, y muchísimo más lo que les ven hacer; porque dice muy bien Horacio, que mayor y más pronta impresión hacen las cosas que se presentan a los ojos, que las que excitan al oído (a). Por otra parte se ha de considerar, que los niños no son capaces de distinguir con toda claridad si lo que los padres les amonestan es bueno, o malo, y así lo siguen ciegamente por la autoridad y respeto con que los miran.
(a)
Segnius irritant animos demissa per aures,
Quam quae sunt oculis
subjecta fidelibus. Horat. Art. Poet. v. 108.
65 Por todas
estas razones han de cuidar con suma solicitud los padres que quieren
educar bien a sus hijos, no hacer delante de ellos cosa que no sea
buena y capaz de producir loables impresiones en la imaginación de
ellos, y por otra parte han de empezar muy temprano a enseñarles los
principios y máximas de la Religión Christiana, junto con lo que
pueda, según es su capacidad, ilustrar la razón. Este punto es
importantísimo al público, y yerran muchísimos padres en la
crianza de los hijos, porque no consideran que su imaginación es
contagiosa, y que los hijos la reciben y se forman a su modelo.
Plutarco escribió un Tratado de la educación de los hijos, y en
nuestros tiempos vemos muchos libros que tratan cristianamente tan
importante asunto, y creo yo que el poco fruto que se saca de tales
escritos, nace de que los padres no consideran que la principal
lección para educar bien sus hijos, consiste en obrar ellos mismos
loablemente, en hablar delante de los hijos con modestia, en
mostrarlos
con su ejemplo lo que es feo y lo que es abominable, lo que deben
seguir y evitar, y de este modo la imaginación de los niños se va
llenando de imágenes y de señales, que en llegando al uso de la
razón, le sirven de fundamento para razonar con juicio.
Lo mismo
que hemos dicho de los padres ha de entenderse de todos los que se
hallan alrededor de los niños; y es bien cierto, que los padres que
no pondrán cuidado en la familia, y en el buen ejemplo de sus
domésticos, nunca lograrán buena crianza en sus hijos.
66 También es contagiosa la imaginación de los Maestros respecto de los discípulos, porque la atención con que estos los miran, y la autoridad que los Maestros tienen sobre ellos, dispone su imaginación a recibir qualesquiera impresiones, y sucede que los discípulos suelen tomar los mismos modelos de los Maestros. Por esta razón es necesario, que los que han de enseñar públicamente sean hombres de buen ejemplo y conocida literatura, porque suelen las letras y costumbres de los Maestros pegarse, digámoslo así, a los discípulos. En efecto lo que hemos dicho de los padres respecto de los hijos, puede decirse de los Maestros respecto de los discípulos, con sola la diferencia, que los niños son más dispuestos a recibir qualesquiera impresiones, que los adultos.
67 Ya se ve que muchos errores nacen de este contagio de la imaginación, y son de mayor, o menor entidad, según su objeto. ¡Cuántos infelizmente han bebido la herejía y la han sostenido hasta la muerte, por habérseles comunicado de los padres, o de los Maestros! No hay más que leer las historias de nuestros tiempos para tener de esto muchos lastimosos ejemplares. Aún en otros asuntos es tan dañoso el contagio de la imaginación, que suele atrasar mucho los buenos progresos de las Artes y Ciencias. Bien ve Ariston que algunas cosas nuevas de la Filosofía son más comprensibles que las que ha aprendido en las Escuelas; pero no se atreve a abandonar las máximas de sus Maestros. O! dice Crisias, yo oí a mi padre, que lo contaba muchas veces, que en casa salía un Duende, y así no hay duda que ha habido Duendes. Cleóbulo dice: Esto es cierto, yo se lo he oído contar muchas veces a mi abuela, y a fé que era una señora bien racional, que una noche voló una bruja, y pasó el mar, y se fue a Nápoles, y luego volvió, &c. A estos tales es difícil desengañarlos, porque se les pegó cuando eran niños la errada imaginación de sus padres, y abuelos.
68 En último lugar coloco yo las imaginaciones apasionadas, y llamo así aquellas que van acompañadas de alguna vehemente, o desordenada pasión. A la verdad nunca imagina el hombre cosa alguna, sin que alguna pasión acompañe sus percepciones, como ya hemos dicho muchas veces; pero suele en algunas ocasiones ser tan vehemente la pasión que acompaña a la fantasía en la percepción de algún objeto, que juntas arrastran al juicio y ocasionan graves errores. A un niño se le amenaza con el Duende, o porque no llore, o por imprudente conducta de los que le educan. Excítasele la pasión del miedo, y se le imprime tan vivamente aquella especie, o imagen, que después nadie es capaz de desengañarle. Si ha de ir de noche a algún lugar, y se le ha dicho que sale una fantasma, cada sombra, cada ruido, cada mata le parece que lo es, y que ha de tragarle, cosa que dura aún en los adultos, si no regulan el juicio, y con él moderan la pasión del miedo: las visiones y apariciones de Almas, de Duendes y Fantasmas no son otra cosa que apariencias de la fantasía alterada con la pasión del miedo, del espanto, u otras pasiones, a quienes se junta las más veces la enfermedad, y siempre la ignorancia. Si semejantes cosas se presentaran por sí solas al alma, no harían grande impresión; pero como van juntas con el miedo, con dificultad se borran; porque se ha de saber, que el miedo no es otra cosa que un movimiento que se excita en el hombre, con el cual se aparta de algún objeto que considera como dañoso, como que puede causarle algún gran mal. A los niños se les hace creer que la fantasma ha de tragarlos, o que ha de hacerles algún otro daño, y por esto en presentándoseles semejante objeto, temen, esto es, se excita un movimiento para apartarle. Todo esto deja raíces y impresiones muy hondas: de suerte que muchas veces suele el juicio dejarse llevar de ellas, y cae en el error.
69 Lo mismo sucede cuando a la fantasía se allega alguna otra pasión. Ama Narciso extraordinariamente a Lucinda, y tiene la imagen de esta tan viva en la imaginación, que en ninguna otra cosa piensa. Como el amor es aquel movimiento con que queremos un objeto, que, o realmente es, o a lo menos nos parece bueno y agradable; por esto no hay perfección, ni bondad que no tenga Lucinda, según el juicio de Narciso. De suerte, que en siendo semejante pasión desordenada, suele pervertir de mil maneras al juicio; y nada es más común en las historias, que ejemplos de hombres perdidos por el amor. Aun el cariño y afición con que tratamos a los hijos, a los amigos y bienhechores, hace tal impresión en nosotros, que de ordinario suele el juicio gobernarse más por la pasión, que por la verdad (a).
70
El deseo de una cosa de tal suerte muda la fantasía, y altera al
juicio, que si es muy vehemente nos hace errar. Cuenta Muratori (b),
que conoció a un Religioso venerable por su virtud y literatura, el
cual deseaba con sumo ardor el Capelo. Este deseo le gastó la
fantasía de manera, que ninguna otra cosa imaginaba con mayor
vehemencia. La imaginación de este objeto, junta con el deseo de
poseerle, de tal modo trastrocaron al juicio, que llegó a creer que
era Cardenal, y se enfadaba de que no se le diese el tratamiento
correspondiente a esta dignidad. En todo lo demás hablaba
racionalmente; pero en esto nunca, ni hubo fuerzas para apartarle de
su error. No hay cosa más fácil que conocer lo que puede la
fantasía dominada de alguna vehemente pasión, y pudiera poner
ejemplos innumerables, discurriendo sobre cada una de las pasiones,
porque el teatro del mundo ofrece cada día con abundancia; pero no
lo permite la brevedad de este escrito, y con los ejemplos propuestos
pueden los lectores atentos conocer semejantes cosas.
(a)
Omnes quorum in alterius manu vita posita est saepe illud cogitant,
quid possit is, cujus in ditione ac potestate sunt quam quid debeat
facere. Cicer pro P. Quinct.
(b) Murat. de la Filos. Mor, c. 6.
p. 70
71 Para evitar todos estos errores se ha de saber, que la imaginación solamente los ocasiona, y caemos en ellos, porque libremente dejamos que el juicio se gobierne por la imaginación. De suerte, que cuando decimos en esta obrilla, que la fantasía arrastra, pervierte, corrompe al juicio, entendemos solamente la grande influencia que tiene la imaginativa en nuestras operaciones; bien que siempre suponemos, como varias veces hemos dicho, que el juicio libremente asiente, o disiente a las cosas que se presentan a los sentidos, o se imprimen en la imaginación. Será bien, pues, que cada cual ejercite el juicio, y que se haga a distinguir lo que toca a la fantasía, y lo que pertenece a la razón; y para fortalecer el juicio será conveniente pensar, que nada ha de gobernarle sino lo bueno, lo verdadero, y lo útil, y que moderando las pasiones, y refrenando el vigor de la fantasía, tiene lugar el juicio para examinar mejor las cosas. La Filosofía Moral aprovecha mucho para lo que toca a las pasiones. Quisiera yo que todos tuvieran presente la famosa máxima de Epícteto, célebre Estoico: Sustine, & abstine, es a saber, sufre y abstente. Y por lo que toca a las Artes y Ciencias, quisiera también que se tuvieran presentes los errores que se notan en este breve escrito, para que conociéndolos sea más fácil evitarlos.