domingo, 17 de octubre de 2021

DISCURSO SOBRE EL USO DE LA LÓGICA EN LA RELIGIÓN. FIN DEL LIBRO.

DISCURSO SOBRE EL USO DE LA LÓGICA EN LA RELIGIÓN.

El Chanciller Bacon de Verulamio decía, que la poca Filosofía natural inclina a los hombres al ateísmo, pero la ciencia más elevada los lleva a la Religión. Añade, que los siglos eruditos, especialmente si se goza de la paz y de las cosas prósperas, suelen ser causa del ateísmo, porque las tribulaciones y adversidades llevan con más fuerza los ánimos de los hombres a la Religión (a).

(a) Verum est tamen parum Philosophiae naturalis homines inclinare in atheismum; at altiorem scientiam eos ad Religionem circumagere...... postremo ponuntur (inter causas) saecula erudita, praesertim cum pace & rebus prosperis conjuncta: etenim calamitates & adversa animos hominum ad Religionem fortius flectent. Verulamius sermones fideles, §. 16. pág. 1165. edición de Lipsia del año de 1694.

Lo que este Escritor dice de la Filosofía natural, se verifica también en la Lógica, Metafísica, y demás partes de la Filosofía, porque por experiencia se ve, que los grandes Filósofos, si han tenido la fortuna de ser educados en la verdadera Religión, son los más píos: los que con poca Filosofía quieren hablar de todo, como si todo lo entendiesen, dado que no caigan en el ateísmo, casi siempre son de poca piedad. Es cierto, que los siglos eruditos engendran una casta de semisabios, que introduciéndose en lo más íntimo de la Religión sin el estudio, e inteligencia competente, quieren dar su voto, y aún reglas para gobernar lo más sacrosanto de ella. Su instrucción consiste en unos libritos escritos con estilo brillante, con agudeza, y con pasajes de erudición antigua que los sorprenden, y faltándoles los fundamentos científicos se dejan llevar de vanas apariencias. Estos libritos convencen el entendimiento de los sabios aparentes, y les ganan el ánimo, porque con estos atractivos les ganan el gusto, con lo que fácilmente son llevados a estimarlos y a seguirlos. Mr. de Voltaire, Roseau, (Rousseau) L' Ametrie, Helvetius, y otros tales son testimonios calificados de lo que proponemos. Como estoy persuadido, que estos sectarios, y otros del tiempo presente persiguen la Religión Christiana con mala Lógica, quiero mostrar primero, que según la buena Lógica es preciso admitir la revelación, como que todas las luces del entendimiento humano, ya naturales, ya adquiridas, le dictan, que hay verdades de orden superior a cuanto se puede alcanzar con la Lógica natural, y artificial más perfecta, las cuales se contienen en la revelación: después intento hacer ver, que los principales argumentos con que combaten la revelación son sofismas muy distantes de la buena Lógica. No es mi ánimo tratar esta materia, como lo hiciera un Teólogo, dándole toda la extensión que ella pide, así porque no es de mi instituto, como porque entre tantos, y tan insignes Teólogos como tiene nuestra España, espero no ha de faltar alguno que dé a conocer a nuestras gentes los engaños, falta de fundamentos, y mala voluntad, con que los sobredichos sectarios intentan introducir sus errores por todo el Orbe Christiano: me ceñiré sólo a mostrar la mala Lógica de que usan, y al mismo tiempo daré un ejemplo práctico de las reglas que he propuesto en este escrito. Evitaré los silogismos, porque cualquiera se los podrá formar fácilmente.

2 Por revelación entiendo la voz de Dios comunicada por sí misma a los hombres. Dos son las luces que Dios ha dado al hombre: la una natural, la otra sobrenatural. Natural es la que ejercita el entendimiento por sus propias fuerzas, con la cual adquiere las verdades de las Artes y Ciencias humanas: y esta misma es la que hemos manifestado en esta Lógica, mostrando los caminos por donde ha de andar para proceder con acierto. Luz sobrenatural es la que no pudiéndose alcanzar con las fuerzas propias del entendimiento, se logra por la voz de Dios, que se ha dignado hablar por sí mismo a los hombres para instruirlos en lo que concierne a su completa y verdadera felicidad. Las verdades de la luz natural en gran parte se hallan entre los Filósofos (bien que si se mira con cuidado es mucho más lo que ignoran que lo que saben) que se han dedicado con el estudio a ilustrar el fondo que hay en la naturaleza. Las verdades sobrenaturales están incluidas en las Sagradas Escrituras, así del Viejo, como del Nuevo Testamento, y en las tradiciones de los Apóstoles propagadas hasta nosotros. La Iglesia Católica solamente es la fiel depositaria de las verdades reveladas; y las divinas Letras junto con las tradiciones Apostólicas no se han de recibir por otro conducto, estando hoy demostrado con tanta claridad como las proposiciones de la Geometría, que sólo la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Jesu-Christo, y que a ella sola pertenece manifestar las verdades sobrenaturales reveladas. Así como contra la buena Lógica hay sofistas, y embrolladores que la corrompen, lo mismo sucede en la Religión verdadera. Unos manteniendo el ser fundamental de ella, la vician y destruyen en sus partes. Así lo hacen los herejes, que, sin negar el adorable nombre de Jesu-Christo, no se conforman en algunos artículos con la Iglesia Católica, en quien este Divino Legislador depositó su doctrina. Otros, como quien corta el árbol por el tronco, o le arranca de raíz, niegan de todo punto la Religión Christiana, porque niegan la Fé a las santas Escrituras y a las tradiciones Apostólicas. Los Socinianos, Ateístas, Deístas, Materialistas, Naturalistas, y otros sectarios de esta naturaleza, que hoy cunden mucho, pertenecen a esta clase. Los Padres antiguos, unos con escritos polémicos, otros con apologías rechazaron eficacísimamente esta casta de enemigos del nombre Christiano, puesto que ya entonces los había como ahora, y no hacen los del tiempo presente otra cosa que renovar los errores envejecidos y olvidados; y siendo tanta la abundancia de escritos con que los Padres, y Doctores de la Iglesia han impugnado a toda suerte de sectarios, sería del caso que algún Teólogo, valiéndose de ellos, y adornando sus máximas con los atractivos del siglo presente, los publicase, para que viese todo el mundo que estos modernos quieren lucirse entre los incautos con pensamientos viejos, rechazados con invencibles argumentos. Los hombres son tales, que aún la doctrina más sólida no la reciben si no les da gusto, y por eso conviene de tiempo en tiempo vestirla con los adornos del siglo, pues que de ellos solos gustan los que no aman la verdad por ella misma, sino por los atractivos con que anda vestida. El ejemplo de Santo Tomás, que lo hizo así, puede ser norma a todo Teólogo.

3 En nuestros tiempos no han faltado escritores excelentes que han demostrado las verdades de la Religión Christiana, probando la necesidad de la revelación, y satisfaciendo plenamente los argumentos que contra ella proponen los Sectarios. Pedro Daniel Huecio, Obispo de Avranches, Bosuet, (Bossuet) Obispo de Meaux, Belarmino, Petavio, Natal Alexandro, y algunos otros han ilustrado admirablemente este asunto. Entre nuestros Españoles hay muchos, y muy buenos que han tratado estas materias. Es singular por la doctrina, y por la fuerza de argumentos filosóficos, de que usa para defender la Fé Christiana de las impugnaciones de los sectarios, el tratado de nuestro Luis Vives de Veritate fidei christianae, dividido en cinco libros preciosísimos, pues en ellos comprehendió en la substancia cuanto en este género han dicho los posteriores. Alfonso de Castro es otro Español, que con el motivo de tratar de las herejías, impugna toda suerte de errores, aun los de los sectarios presentes, que como he dicho son antiguos, con muy apreciables fundamentos. Estos dos Escritores se diferencian en el modo de escribir de esta manera. Castro convence su asunto con argumentos Teológico-Dogmáticos: Vives, al paso que se vale de las Sagradas Escrituras, y doctrina de los Padres, se aprovecha también de la erudición filosófica con una crisis exactísima.

4 Sentados estos presupuestos voy a mostrar por la Lógica la necesidad de la revelación. Dos suertes de conocimientos tiene el hombre para alcanzar las cosas: uno por los sentidos: otro por la razón. Conocemos a Dios por los sentidos de esta manera: vemos que en todo lo corpóreo que se presenta a ellos no hay cosa ninguna que exista por sí sin venir de otra, de modo que a la que de nuevo existe llamamos efecto, y a aquella de donde este dimana, llamamos causa. De esta observación sensible, perpetua e invariable, nace la verdad fundamental del juicio: no hay efecto sin causa, o lo que es lo mismo, todo efecto supone causa. Como el todo encierra todas sus partes, de manera que no es el todo otra cosa que el conjunto de todas ellas, de ahí nace otra proposición del juicio: el mundo tiene su causa, porque no es el mundo otra cosa que el conjunto de todas las partes que le componen. Como por los sentidos se alcanza que todo lo corpóreo viene de causas corpóreas, y el juicio no puede admitir ningún infinito, porque es superior, y opuesto a su capacidad; de aquí deduce muy bien, que no pudiendo ser infinita la serie de las causas corpóreas, es preciso que la causa del mundo no sea corpórea, y por consiguiente sea puro espíritu, puesto que se da este nombre a la substancia activa, que en su ser no contenga nada de material y corpóreo. Los hombres de ahora nacen de otros hombres: los trigos de otros trigos: y así de las demás cosas naturales que se engendran y destruyen. Si un hombre no engendrase a otro, o una semilla no produjese otra, se acabaría la propagación. Subiendo, pues, de siglo en siglo hasta el origen, y viendo que nunca una cosa ha nacido de sí misma, es preciso llegar a la primera, la cual haya sido producida de otro Ser, y este es Dios, Hacedor de todas las cosas. Así llega el entendimiento por grados a conocer la causa del mundo y a su Criador; y así como en la producción de las partes del Universo anda de causa en causa, buscando las que son origen de las partes que le componen, cuando llega a la causa del mundo entero, descansa, y se para, como quien está satisfecho de haber encontrado el último término de sus conocimientos. Esta Causa del mundo, que le ha hecho de la nada, es la que llamaron los Griegos Theos, los Latinos Deus, nosotros Dios.

5 Por la razón alcanzamos a Dios de esta manera. El entendimiento en todos sus conocimientos busca la verdad: ninguna verdad de este mundo, por muchas que recoja, le llega a satisfacer, porque queda siempre con deseos y ahínco de averiguar más verdades. Esta inclinación, que no puede saciarse en este mundo, le hace entender que hay una Verdad suprema, por la cual suspira, y con la cual sola se puede satisfacer. Esta Verdad es Dios. Conoce el hombre el bien, va en busca de él, y todos los bienes de este mundo no pueden llenar sus deseos: de aquí infiere que hay un Bien sumo distinto de este mundo, que en sí encierra todos los bienes, que a este se enderezan sus inclinaciones, y que en su posesión consiste su felicidad, pues que en ella consiste el poseer todos los bienes que apetece. Este sumo Bien es Dios. Tiene el hombre dentro de sí mismo las nociones de lo justo, e injusto, con estímulos de seguir lo justo, y con remordimientos y temores de algún daño, si sigue lo injusto. Como en este mundo halla mil estorbos para la justicia, naturalmente infiere que hay un Autor de la Justicia universal para llenar los deseos de lo justo, que el hombre tiene.
El Autor de la Justicia universal es Dios. Por la recta razón conocen los hombres que lo justo es digno de premio, y así todos los justos lo solicitan: que lo injusto es digno de castigo; y los injustos, aunque se huyan y escondan, sienten interiormente remordimientos, que los acusan y convencen ser merecedores de pena. De aquí nace la obligación que cada uno conoce tener a seguir lo justo;
y no habiendo en este mundo premios, ni castigos suficientes, que sirvan a contentar al justo, y enmendar al injusto, deduce el entendimiento que ha de haber precisamente un Juez Supremo, dueño de todos los premios debidos a la justicia y dispensador de todas las penas que a la injusticia le corresponden, y este Juez es Dios. Hasta aquí camina el hombre con las luces naturales, y conoce a Dios, sin que en esto puedan tener excusa alguna los Ateístas; pues, o han de negar su propio ser, o han de confesar que todas estas verdades están dentro de sí mismos; y fomentadas por una buena Lógica toman más vigor, y se radican con más fundamento.

6 Pero cuán poco es todo esto si el hombre no estuviese ayudado de la revelación! El entendimiento conoce la suprema Verdad, el sumo Bien, la soberana Justicia; mas deseando penetrar su ser íntimo, y sintiéndose movido a buscarle, amarle, y adorarle, le faltan para esto luces naturales, y lo suple todo cumplidamente con las reveladas. Así que decía el Apóstol, que los Filósofos Gentiles conocieron a Dios; pero ni le reverenciaron, ni dieron gracias como era debido, porque se gobernaron sólo por sus luces naturales, que no alcanzan a conocer íntimamente la Divinidad, ni a venerarla como corresponde a su grandeza. Hay que considerar cierta relación o respeto entre Dios y el hombre. Dios es causa, el hombre efecto: Dios es el sumo Bien, el hombre desea gozar este complemento de todos los bienes: Dios es la suprema Verdad, el hombre está en continuos deseos de alcanzarla: Dios es la soberana Justicia, el hombre se siente incitado a seguirla. Por la justicia es preciso que el hombre reciba de Dios las leyes: por la verdad el conocimiento recto: por el bien su felicidad: por el poder de causa su ser y subsistencia.

7 Es preciso, pues, que haya cierta relación y respeto entre Dios y el hombre, de manera, que este ha de conseguir sus bien fundados deseos con la posesión de Dios, porque así poseerá todo lo que apetece; y Dios le da al hombre el conocimiento que necesita para ir hacia él, y le mueve la voluntad; y como todos los conocimientos, que para estos fines se requieren, no puedan tenerse por la luz natural del entendimiento, ya porque esta no excede ciertos límites, ya también porque en saliendo de ellos para las demás averiguaciones que necesita, fácilmente cae en el error, por eso es preciso que las luces naturales las fortalezca con las de la revelación. Los estímulos con que se siente el hombre movido a buscar a Dios, si sólo se gobernasen por la luz natural de la razón, le llevarían a Dios del modo que estas luces le llevan al amor de las criaturas; pero como sea preciso que el amor de Dios sea más puro, más perfecto, y como que no se endereza a cosa caduca, sino a la posesión de un bien inmenso, lo cual descubre con toda certeza la revelación; por eso es esta precisa para ilustrar el entendimiento, y suministrarle las luces que le faltan.

8 Alcanza el hombre por la razón bien gobernada algunas verdades en este mundo, que si bien se mira, además de ser pocas, son imperfectas, porque sobre una misma materia le quedan innumerables que alcanzar. Estas luces, hechas a descubrir verdades mundanas, ¿cómo han de ser suficientes para percibir la Verdad soberana, perfectísima, complemento de todas las verdades, y sola capaz de dejar satisfecho el entendimiento? Esta misma eterna Verdad, comunicada a los hombres, es la que puede instruirlos con luces sobrenaturales de lo que ella es, y cómo ha de buscarse. Con las luces naturales conoce el hombre lo justo de este mundo, y los bienes que en él se hallan; pero para conocer la suma Justicia, sin mezcla de injusticia ninguna, y entender el Sumo Bien, sin que se pueda confundir con los bienes falsos y aparentes, es necesaria la luz de las verdades reveladas. En conclusión todos los conocimientos específicos del hombre para conocer a Dios como Criador, amarle como sumo Bien, seguirle como soberana Justicia, entenderle como Verdad suprema, adorarle como Dueño de todas las criaturas, y lleno de infinitas perfecciones, si se fían solo a la luz natural, son mundanos, imperfectos, con mezcla de sensibles, expuestos a las preocupaciones y toda suerte de errores, que hemos notado en esta Lógica; y así se ve que los sectarios que han querido fiarse de estas luces naturales, con una verdad han mezclado mil falsedades y desvíos.

9 La revelación unida con la razón es la que da reglas y máximas indefectibles, para que en este asunto gobierne el hombre sus conocimientos con acierto.
Si llegásemos a entender, que en tierras muy distantes de las nuestras había un Príncipe que tuviese virtudes muy superiores a las de otros, tesoros de inestimable valor comunicables a cualquiera que le buscase, y poseyese un Reyno felicísimo en todo para sus habitadores, nos vendrían deseos de vivir con él para ser poseedores de tantos bienes. Pero para ir a buscarle ¿nos fiaríamos de las luces comunes, capaces de ser inciertas, o en sí mismas, o por los conductos por donde nos venían? Cierto es que no; antes bien procuraríamos asegurarnos por relaciones firmes, comunicadas por medios ciertos, y que dimanasen de la misma voz del Príncipe, con la cual quedásemos asegurados de sus promesas. Quien haga reflexión sobre la flaqueza del entendimiento humano, lo poco que se sabe, y lo mucho que se ignora, la facilidad con que caemos en el error: los extravíos a que venimos por los sentidos, por la imaginación, por el ingenio, por los falsos raciocinios, por la precipitación del juicio, por falta de método, cosas todas que cada uno de nosotros tiene cada día ocasión de experimentar en sí mismo, será preciso que confiese, que las luces naturales del hombre no le subministran noticias bastante seguras, fieles y constantes para llevarle al supremo Príncipe de todo lo criado; para lo cual las noticias que él se ha dignado dar de sí mismo por medio de la revelación, hacen la total certeza con que se ha de caminar a buscarle.

10 Consideremos las miserias del hombre y el fin a que es criado. Por los sentidos comprendemos, que no hay animal más lleno de desdichas y trabajos. Nace desnudo entre la basura y la inmundicia: llora, gime, siente calor y frío, dolores e incomodidades acabado de nacer: si los padres no le cuidasen se moriría de hambre, porque por sí no se puede buscar el alimento. Al paso que va creciendo con la edad, va padeciendo innumerables enfermedades, continuos sobresaltos, incomodidades sin límites, de suerte que los bienes físicos que llega a gozar son pocos, los males innumerables, no debiéndose tener por feliz por la posesión de algunos bienes mundanos, sino por el apartamiento de muchos males. Mirando al hombre por la razón natural, y examinando por ella su ánimo, hallamos, que como fin de todos sus conocimientos y deseos, busca su felicidad, su bien estar, su sosiego, su complacencia, y entero contentamiento. No hay ninguno, si quiere confesar lo que pasa dentro de sí mismo, que no conozca que no es criado para un mundo donde es imposible que logre el fin a que aspira.
El nuevo estado donde el hombre ha de vivir sin temor a la muerte, gozando del sumo Bien por quien suspira, entendiendo la suprema Verdad que busca, poseyendo una justicia perfectísima, y logrando un contento y satisfacción, puros, capaces de llenar sus bien fundados deseos, sólo se alcanza por la revelación, que nos descubre los inefables bienes y el complemento de todas las felicidades, que Dios tiene preparadas a los Justos en su Reyno. Los Filósofos Gentiles cultivaron mucho la razón natural: alcanzaron por ella algunas verdades concernientes a los usos de este mundo: conocían que esta habitación de la tierra no llenaba el fin a que eran nacidos, y a que les empujaba su propia naturaleza. Pero qué errores no mezclaron con esto? Quien quiera que los lea en sí mismos, conocerá que son más sin comparación los desvaríos que los aciertos. Faltóles la luz divina de la revelación, con la cual pudieran haber disipado todos sus errores y tinieblas.

11 Hemos visto en el primer punto de este Discurso, que la razón alcanza un Ser infinito inmaterial, Hacedor de todas las cosas, Verdad eterna, Bien sumo, Justicia inefable, centro de nuestra felicidad, y complemento de todos los bienes: también hemos visto, que según es la razón humana frágil, endeble, propensa al engaño, movible por las pasiones, arrebatada de los apetitos, obscurecida por la ignorancia, trastrocada por las preocupaciones, engañada de los sofismas, de los sentidos, de la imaginación, del ingenio, y de otras mil maneras sujeta al error y a las equivocaciones, no es de suyo suficiente para conocer a Dios, amarle, adorarle, invocarle, como conviene a su ser, grandeza, y perfecciones,
y como es necesario para, en virtud de sus promesas, poseerle y gozarle, y que para esto son necesarias las luces de la revelación. Puesta esta necesidad, queremos mostrar, que la voz de Dios por la revelación se halla en las Santas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento, contra los Sectarios modernos, que el primer paso que dan para establecer su impiedad es negar la Divinidad de las Sagradas Letras. En los Escritores Gentiles anteriores a la Ley de Gracia no se trata este punto, porque no tuvieron noticia de las Santas Escrituras, salvo Platón, de quien se dice que tomó de ellas lo mejor de su Filosofía, de manera que Numenio le llama Moses atticissans, esto es, Moyses en griego.

12 El Abad Calmet, que trató de propósito este punto, no adhiere al dictamen común de los antiguos Escritores, que suponían haber tomado Platón las noticias de los libros de Moyses, por haber tratado con los Judíos en Egipto. Mas esta controversia nada hace a nuestro asunto, puesto que sólo intentamos manifestar, que los Filósofos Gentiles anteriores a Jesu-Christo no se metieron en estas averiguaciones. En los primeros siglos de la Iglesia sí que hubo muchos impugnadores, y contradictores de la Divinidad de las Escrituras Sagradas. Bien sabidos son los conatos de Fausto Maniqueo, a quien respondió S. Agustín: las artes, la malignidad, la potencia de Juliano el Apóstata, contra quien escribieron S. Cirilo Alexandrino y S. Gregorio Nacianceno: los argumentos del Filósofo Celso, a quien satisfizo Orígenes. Las Apologías de S. Justino, de Tertuliano, Minucio Félix, Arnobio, Lactancio, y otros antiguos Padres a favor de la Religión Christiana, son testimonios ciertos de las contradicciones que esta tuvo en su establecimiento, y por ellas se ve la oposición que hacían algunos a la Divinidad de las Santas Escrituras. Estos errores envejecidos, desechados, olvidados, y envilecidos, se han renovado y se renuevan cada día, y salen al público vestidos de nuevo a la moda del siglo, con agudezas, elocuencia, versitos de Poetas Latinos, y pedacitos de erudición halagüeña, para captar a los incautos en un tiempo en que son muchos los Filósofos, y muy poca la Filosofía.
Los Socinianos, dando a la razón del hombre un imperio muy superior a sus fuerzas, volvieron a abrir el camino, que desde la antigüedad estaba cerrado, exagerando que no ha de haber otra norma que la de la razón, y que los Sacrosantos Misterios de la Religión Christiana han de desecharse por no poderlos alcanzar la razón humana, sin hacer caso ninguno de lo que en esto enseñan las Divinas Letras. Los Sectarios del tiempo presente se recalcan en lo mismo, y no pierden ocasión en sus escritos varios para despreciar la revelación

13 He dicho varios, porque hoy dominan una suerte de escritos donde se habla de todo sin probar nada, parecidos a aquellas ferias donde se proponen infinitos géneros de poco valor, todos confundidos entre sí, sin otro fin que el de embelesar a los compradores, incapaces de distinguir lo sólido de lo aparente, lo superficial de lo fundado, el oropel del oro. Piezas sueltas, pensamientos vagos, reflexiones volantes, mezclas de todas las cosas, discursillos de cuanto hay en el mundo, hacen el caudal de estos Escritores. Miguel de Montaña, entre los Franceses, dio auge a esta costumbre de escribir a los principios del siglo pasado. Después Mr. de S. Euremont, La Bruyere, y otros muchos la han adoptado. Últimamente la practican Mr. de Voltaire y Roseaux. El Autor del Arte de pensar y el P. Mallebranche han mostrado los errores de Montagne. No faltan ahora impugnadores sólidos de los sectarios presentes, que con esta casta de escritos persiguen la Religión. La desgracia es, que los libritos perniciosos se leen y se celebran; los de los contradictores ni aún noticia se tiene de ellos.
Lo mismo sucede con los del tiempo pasado. S. Agustín trató de propósito de la Divinidad de las Santas Escrituras en varias partes impugnando a Fausto, y de intento en los libros de la Ciudad de Dios, demostrando los desvaríos de los Filósofos Gentiles, y la verdad de las Divinas Letras, corno dictadas de Dios. Cerca de nuestros tiempos trató Belarmino este punto al principio de sus controversias: después Natal Alexandro en el tomo segundo de su Historia Eclesiástica. Son tan admirables y tan sólidas las pruebas con que estos Escritores muestran que las Sagradas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento son la voz de Dios, que se ha dignado revelar a los hombres lo que no podían estos alcanzar con sus luces, que no hay más que desear. Mi intento aquí es no salir de la Lógica, y mostrar que, según sus reglas, las Divinas Escrituras son reveladas por Dios, y que las contradicciones de los Sectarios modernos no se pueden componer con una Lógica atinada.

14 Cuando se examina si las Sagradas Escrituras del Viejo Testamento son reveladas por Dios, se trata de averiguar una cosa de hecho. Las cosas de hecho sensible en su raíz, solo se saben por la aplicación de los sentidos; si la cosa es insensible, por la razón. Las dos concurren aquí iguales a probar que Dios ha revelado las Sagradas Letras. Los sentidos, cuando uno no puede aplicar los suyos, porque se trata de cosas pasadas o ausentes, hacen fé siendo ajenos, con tal que en su uso se haya evitado el engaño. Como sabríamos que hubo Julio César, que fue muerto en el Senado: que hubo Cicerón, y que fue asesinado en una Granja: que hubo Augusto, y otros Emperadores Romanos, si no creyésemos a los que nos lo aseguran, porque los vieron, conocieron, y trataron? La fé de las Historias, y la noticia de los tiempos pasados nos viene de esa manera. Sentemos ahora un hecho asegurado sin contradicción por todo el mundo, es a saber, que hubo un Pueblo Hebreo reducido a pequeño recinto, si se compara con la extensión de los demás Reinos: que este Pueblo es el más antiguo que se conoce: que por una tradición constante antiquísima, perpetua, y general creía que sólo había un Dios, el cual había hablado a sus Padres, a Adam, que fue el primer hombre criado en el Paraíso, después a Noé, Abraham, Moyses: que hizo con ellos el pacto de enviarles un Mesías reparador del género humano, miserable por la culpa del primer hombre: que comunicó a Moisés la Ley, haciendo claros los mandatos que la torpeza del entendimiento y el desorden de la voluntad habían oscurecido: que envió a los Profetas, inspirándoles lo que debían decir a su Pueblo escogido para que caminase por las Vías del Señor: que señaló el tiempo en que había de venir el Salvador del mundo a enseñarles el camino de su suma felicidad: que todas sus promesas y avisos los autorizaba con milagros estupendos, con que se manifestaba su gloria y la seguridad de sus inspiraciones: que todo esto lo tenían escrito en el Viejo Testamento, cuyos libros guardaban como venidos del Cielo, los miraban con sumo respeto, los tenían por regla indefectible de su conducta hacia Dios, y por cosa sagrada, que era delito profanar. Esta tradición es digna de fé inviolable por cuantos títulos prescribe la mejor Lógica.

15 La antigüedad, la perpetuidad, la sucesión de tiempos no interrumpida, la condición de los poseedores de esta tradición, que fueron los Patriarcas y Profetas, varones santos, ilustrados, veracísimos, sumamente conformes entre sí, sin haberse opuesto los unos a los otros en la diversidad de tiempos, costumbres y países, los milagros confirmatorios de ella, y el exacto cumplimiento de las promesas, son pruebas relevantes de su verdad divina, puesto que el conjunto de todas estas prerrogativas no cabe en la potencia humana. Júntense todas las Historias seculares, que comúnmente llamamos profanas: véanse sus tradiciones las más acreditadas y tales, que todos les den fé sin disputa: cotéjense sus circunstancias con las del Pueblo Hebreo, y se hallará que apenas llegan aquellas a tener una parte de las pruebas que califican a estas. La doctrina de los libros Sagrados, así en asuntos Históricos, como en Morales, es la más pura y perfecta. Todos saben que los más exactos Historiadores Gentiles han escrito innumerables patrañas, de modo que Plinio, haciéndose cargo de esto dice, que Diodoro dejó entre los Griegos de escribir cosas frívolas (a). Pero cuántos defectos halló nuestro Vives en Diodoro (b)?
El Abad Calmet, en la Disertación que puso al principio de su Historia del Viejo Testamento, probó concluyentemente, que todas las Historias profanas están llenas de faltas y contradicciones, de manera que lo más fijo de ellas es lo que han tomado de la Escritura Sagrada. En lo Moral, quien haya leído a Laercio, Sexto Empírico, Plutarco, Cicerón, Séneca, donde se hallan los sentimientos de los Filósofos antiguos, verá, no Moral arreglada en ellos, sino monstruosidades y errores enormísimos. Digna es de leerse sobre esto la obra del P. Balto, y la que escribió últimamente el P. Ceilier contra Barbeyrac, en las cuales podrán todos ver que los Santos Padres, como fieles seguidores de las Divinas Escrituras, son los Maestros de la Moral más pura, y que los Sectarios modernos en sus escritos no hacen otra cosa que copiar a los Gentiles.

(a) Apud Graecos desiit nugari Diodorus. Plin. Hist. Nat. l. I. praef. p. 5.

(b) Vives de Caus. corruptar. art. lib. 2. pág. 370.

16 Es también consecuente a la pureza de la doctrina, y prueba de su Divino origen el culto, adoración y respeto a Dios, que se prescribe en las Sagradas Letras. No se puede ver mayor humillación del ánimo delante del Señor: qué súplicas y oraciones tan fervorosas, qué lagrimas, qué esperanzas y sumisiones, qué reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre las criaturas no se descubren en el culto y adoraciones del templo. Si bien se mira, no pueden los hombres con más pureza manifestar su pequeñez, su miseria, su esperanza, sus votos, sus ánimos, enderezándolo todo a reconocer la grandeza, majestad, clemencia y misericordia del Todo-Poderoso. El culto Gentílico a los Dioses era inmundo, vano, sacrílego, y mezclado de mil impurezas como consta de las

las historias de ellos. Se sacrificaban los hombres: se llenaban los Altares de sangre: no acompañaba la humildad a las súplicas, ni iban conformes el corazón y la lengua.

17 No hay Nación, por bárbara que sea, que no tenga Religión, porque están plantadas en el corazón de todos los hombres las semillas de ella. El Padre Acosta, en su Historia Natural de las Indias, pinta los antiguos Moradores de la Nueva España, coma gente sin Religión alguna (a); mas creo que se engaña, y que es fundada la impugnación que en esto le hace Cumberland, a quien siguen otros Ingleses (b). Ni hay que fiarse de las relaciones de los Viajeros, pues no siempre averiguan las cosas de espacio, ni las dicen como ellas son, sino según las entendieron, como lo han notado con sagaz advertencia los que no se dejan sorprender de las novedades (c). Júntense todas las maneras gentílicas y bárbaras de adorar la Divinidad, y cotéjense con la dignidad y pureza del culto que prescriben las Sagradas Letras, y se verá que aquellas vienen de los hombres, estas de Dios. No es de poca consideración el empeño con que las Santas Escrituras condenan la idolatría, y enseñan a reconocer y adorar un solo Dios, para entender que así como el culto de muchos Dioses nació de la ignorancia y malicia de los hombres, el conocimiento y adoración de un solo Dios verdadero, Hacedor de todas las cosas, viene del Cielo.

18 Todas estas consideraciones hacen, no una demostración, sino un cúmulo de demostraciones, claras, evidentes, y certísimas, de la Divina inspiración de los libros Sagrados. En efecto, Pedro Bayle, sin embargo de su Pyrrhonismo, no se atrevió a negar que las Santas Escrituras llevan consigo los caracteres de la Divinidad (d).

(a) Acost. Hist. de las Ind. lib. 7. cap. 2. pág. 453.

(b) Cumberl. Ley Natur. Discurs. prelimin. §. 2. pág. 3 y 4.

(c) Véase Valsecchi lib. I. cap. 9. §. 2. y sig. pág. 122.

(d) Bayl. Diccion. Crític. artícul. Acosta tom. I. pág. 71. y artícul. Beaulieau tom. I. pág. 522. artícul. Manichees tom. 2. pág. 2026.


A todo esto debe añadirse la creencia y autoridad de la Iglesia, que es indefectible. La Iglesia Christiana empezó con el mundo. En el Viejo Testamento estuvo en figura. Cumplióse todo en Jesu-Christo, a quien se enderezaban las promesas de Dios, los votos de los Patriarcas, las predicciones de los Profetas, y la creencia del Pueblo encubierta en las ceremonias legales. Esta Iglesia, continuada desde el principio del mundo hasta nuestros días, sin interrupción, con una misma creencia, reconociendo un mismo Reparador del género humano, un mismo Mesías libertador de su Pueblo, mirándolo en la Ley antigua como prometido y venidero: adorándolo en la Ley nueva como el Autor de la salud y Redentor, en quien se han cumplido todas las promesas y vaticinios, es un cuerpo sin igual en todo el Orbe; cuyo nacimiento, continuación, perpetuidad, duración, verdad, y permanencia, propuestas y explicadas en las Escrituras del Viejo Testamento, y confirmadas en el Nuevo con tan relevantes pruebas de conexión, enlace, orden y credibilidad, que no hacen más certeza las de la Geometría, arguyen evidentemente un origen divino, una sabiduría infinita, y una mano sumamente poderosa que la sostiene. ¿Qué Nación hay, o Provincia, o Reyno, que por grandes que hayan sido sus aumentos, no haya venido a la decadencia? ¿Qué Gobierno, República, o Monarquía podrá señalar y probar origen tan antiguo con unas mismas leyes, creencia, y costumbres en lo substancial? Un poco de lectura de Historia hará ver a cualquiera la inconstancia de los Reinos, la caída de los Imperios más poderosos, la mutabilidad de las Monarquías más florecientes, porque así lo trae consigo la condición humana. Cuando a vista de estas mutaciones observamos, que la Iglesia Christiana permanece desde el principio del mundo, siempre la misma en sus fundamentales leyes, doctrina, y ordenamientos propuestos en los Libros Sagrados, sin variedad en la creencia, y sin que la hayan alterado la sucesión de tantos siglos, tantas persecuciones como en todos tiempos ha experimentado; cuando al mismo tiempo vemos que cuanto han establecido los Filósofos por el uso de la razón, esta lleno de dificultades, contiendas, contradicciones, mudanzas, inestabilidad, y errores, ¿quién habrá que no conozca que la Religión publicada en las Sagradas Escrituras no puede venir de los hombres establecedores de cosas caducas, sino de un Dios eterno, e inmutable?
La Iglesia pues, que nos asegura la Divinidad de las Escrituras, es un testimonio irrefragable de las revelaciones de ellas. Guarda la Iglesia estos santos Libros, los conserva, los sigue, cree su doctrina con uniformidad, y es fiel depositaria de sus verdades. Si todos los hombres se convienen en un principio de razón, no pueden engañarse, porque aquello en que todos concuerdan es preciso que sea verdadero. Dios es Autor de la revelación como de la razón; su Iglesia, este Pueblo escogido, que se conviene sin discordia en la creencia de las Divinas Letras, no puede padecer engaño, ni puede decirse de ella que en esto puede errar, sin ofender la infinita veracidad de Dios, que ni puede engañarse, ni engañarnos.

19 Hemos probado hasta aquí la necesidad de la revelación y su existencia: resta ahora satisfacer algunos reparos de los Sectarios. Dicen que Moyses en sus leyes no señala otras penas a los transgresores que las temporales, sin hablar de la pena eterna en los Libros sagrados, que salieron de su mano, cuyo silencio arguye que no tuvo conocimiento, ni revelación de ella. Este reparo ya es antiguo, pues le satisfizo S. Agustín escribiendo contra Pelagio. Es así que Moyses en sus leyes al Pueblo Hebreo no habló del castigo de la otra vida; pero no se arguye bien por eso, que ni él, ni su Pueblo lo creían. Este es argumento negativo, tomado del silencio de Moyses. En buena Lógica el argumento negativo para hacer prueba, entre otras cosas pide, que el sujeto que calló la cosa pudiese y tuviese necesidad de decirla. El Pueblo se gobierna más por los sentidos que por la razón: los bienes sensibles le atraen, y los moles sensibles le hacen temer, y le contienen. Moyses, que era Legislador, y conocía muy bien estas cosas, no hallaba necesario obligar a su Pueblo a la observancia de sus Leyes por unas penas, como las de la otra vida, que este miraba como de lejos, y que no le harían viva impresión, aunque las creyese. Aun en los que tenemos la dicha de recibir la Fé con el Bautismo, suelen hacer más impresión las penas temporales que las eternas. Fuera de esto débese el Pueblo Hebreo mirar con dos respetos, o como una Nación particular gobernada por sus propias Leyes, o como un Pueblo en quien estaba depositada la verdadera Religión. Como que era el que conocía y adoraba a un solo Dios. Cuando Moyses establecía las Leyes de su gobierno temporal, no imponía otras penas que las mundanas; pero por lo que tocaba la Religión tenía este Pueblo creencia del premio y castigo eternos por la tradición de sus mayores, y no era necesario acordarlas, al modo que sucede entre nosotros; pues las leyes patrias sólo nos amenazan con penas y castigos de este mundo, aunque creemos las que Dios tiene reservadas para el otro. Este conocimiento del Pueblo Hebreo se manifestó después más claramente por los Profetas, y aún antes por lo que dice Job; bien que su total luz se reservaba para Jesu-Christo, que como hijo de Dios, puso en claro el Reyno de los Cielos, entendido con algunas sombras por los antiguos Judíos, e ignorado enteramente de los Filósofos. Este punto le han satisfecho plenamente algunos Escritores Católicos, que lo tratan de propósito, entre los cuales es muy señalado Luis Vives (a). Un resumen de sus pruebas se puede ver en Valsecchi, Dominicano (b); y en el Diccionario Antifilosófico, escrito para responder al Diccionario Filosófico de Mr. de Voltaire, que tomando de otros Sectarios este argumento, ha tirado a promoverle (c). Juan Spencero (John Spencer), Inglés, Escritor moderno de las Leyes y Ritus de los Hebreos, trata este punto muy de propósito, y pone razones y pruebas eficaces de los motivos que tuvo Moyses para no proponer a su Pueblo otras penas que las temporales, aunque era cierta en ellos la noticia de las eternas (d). Debiera Mr. Voltaire, si impugnase con buena fé, hacerse cargo de las pruebas de un Escritor tan célebre contra sus aserciones; mas visto es que en esto siguió su estilo de decir las cosas, de no probarlas, y de asegurarlas con los mismos extremos, que si las hubiera probado.

(a) Vives de Veritat. Fidei Christ. lib. 3. pág. 414.

(b) Valsecchi de Fundament. Relig. lib. 2. cap. 10, §. 5. pág. 214.

(c) Dictionair. Antiphilos. articl. Moys. tom. 2. p. 43.
(d) Spencer. de Legib. Hebraeor. lib. I. cap. 4. tom. I. pág. 41.

20 Otro argumento contra la Divinidad de las Sagradas Escrituras hacen los Sectarios, sacado del culto divino prescrito en ellas, y practicado por la Iglesia; pues todas las ceremonias del templo las tienen por gentílicas y profanas, muy distantes de poder venir de Dios. Fuera increíble el furor, que subministra las armas a estos impugnadores de la verdadera fé, si no lo viésemos en tantos libros como esparcen, y no respiran otra cosa que odio y aversión a la Religión Christiana. Faltan aquí a una máxima fundamental de Lógica, pues hablan decisivamente de lo que no están bastantemente instruidos. Quieren gobernarlo todo por su Filosofía, y les falta la Teología, sin la cual no pueden dar un paso asegurado en estas materias; y ya que no quieran la Escolástica, debieran a lo menos estar versados en la Polémica. ¿Cómo han de impugnar lo que no saben? ¿Cómo han de ver claramente la conexión de lo que aseguran con los principios fundamentales del juicio, si los ignoran? Las ceremonias que usa la Iglesia, unas sacadas de los libros Sagrados, otras instituidas por ella para mayor culto de Dios, son exactísimas, y las más a propósito para una casta y sincera adoración de la Divinidad. Si se introducen abusos, se han de condenar estos, mas no el buen uso.

21 La Iglesia sólo sale fiadora de sus establecimientos santos, y arreglados a la razón y a la Religión: si estos establecimientos los practicaran los Ángeles, todo sería puro; pero como son los hombres los que los ejercitan, se mezcla alguna vez en ellos lo humano. La Iglesia tolera muchas cosas, que no las aprueba. Cuando son opuestas a la fé, o las buenas costumbres, no calla, antes bien corrige, e increpa con toda paciencia y doctrina. En lo demás corrige los abusos, según lo permiten los tiempos, la oportunidad y la prudencia. Si por estos abusos se hubiera de hacer juicio de las cosas, fuera menester arrancar todas las viñas para que no hubiera beodos, quitar el comercio para evitar las fraudes, abolir los juzgados para que no hubiera injusticias. Esto es lo que enseña la buena razón gobernada de la Lógica: lo demás son extravíos del furor y de las pasiones.
Las ceremonias judaicas son en dos maneras: unas se enderezan a manifestar la sumisión, humildad, amor, y reverencia, con que el hombre ha de adorar a Dios: otras son significativas del Mesías, que esperaban, y estas le representaban en figura. Las primeras han quedado en la Iglesia Christiana, porque son puras y santísimas: las otras se han extinguido, porque su uso fuera falso, y su significación engañosa, por haberse cumplido en Jesucristo con toda realidad lo que ellas manifestaban en imagen y en sombras.

22 Sobre el tiempo en que se acabaron y se declararon mortíferas estas últimas ceremonias judaicas, si fue cuando Jesu-Christo dijo en la Cruz: Consummatum est (a), o fue cuando los Apóstoles juntos en Concilio en Jerusalén dijeron: Visum est Spiritui Sancto & nobis ut abstineatis a sanguine & suffocato (b),
hubo una gran contienda entre S. Gerónimo y S. Agustín, defendiendo cada uno su parte, sobre lo cual se escribieron algunas Cartas muy dignas de ser leídas; pues se puede aprender en ellas la disciplina del primer siglo de la Iglesia, y la moderación con que se han de tratar los Escritores cuando son de opiniones y pareceres contrarios. Los Cristianos, además de las ceremonias, que hemos dicho, que conservaban de los Hebreos, tomaron algunas de los Gentiles donde predicaban el Evangelio, y eran aquellas que miraban a Dios y no tenían mezcla de idolatría, error, ni superstición. Las tomaban santificándolas, cristianizándolas, y haciendo que con buen uso se enderezasen al verdadero Dios las mismas, que con abusos se dirigían a los ídolos, al modo que nos aprovechamos de algunas máximas de los Filósofos Gentiles, cristianizándolas, y haciéndolas servir a la verdadera Religión, como que las sacamos de injustos poseedores para hacerlas justamente nuestras. ¿No tomamos cada día estilos y costumbres de las naciones extrañas, haciéndolas propias? Ojalá que en esto imitásemos la prudente conducta de la Iglesia, que sólo ha tomado lo más puro, y lo que puede servir a mayor gloria y culto del Dios que veneramos.
(a) Joann. cap. 19. vers. 30.
(b) Act. cap. 15. vers. 28, & 29.


23 Nuestro Pedro Ciruelo compuso una Obra excelente sobre el uso y significación de los ritus (
ritos) y ceremonias Eclesiásticas. Después trató este punto el Cardenal Baronio. El Autor del precioso libro: Methodus legendorum Ecclesiae Patrum, explicó muy bien este asunto, y últimamente el Papa Benedicto Décimo cuarto en su Obra de Sacrificio Missae. Middleton hizo un viaje a Roma para impugnar más a su gusto las ceremonias de la Iglesia Católica. Iba bien preocupado de las turbulentas prevenciones de su País en materias de Religión. La Filosofía gentílica era su guía, y en lugar de librarse de las preocupaciones, se arraigó más en ellas, y disparó un escrito contra las ceremonias lleno de agitación y de amargura. Si antes de tomar la pluma hubiera leído de espacio los Autores citados, que han profundizado esta materia, y hubiera pesado las razones con buenas noticias de la Teología, se hubiera hallado más bien dispuesto a tratar este punto, y pudiera haberse gobernado con mejor Lógica.

24 El mayor argumento que creen hacer los Sectarios contra las Sagradas Escrituras es la contrariedad, que ellos hallan, entre los Misterios Sagrados y los milagros con la razón; pues siendo esta de Dios, y no pudiéndose contradecir, no se han de tener por reveladas las cosas que se oponen a ella: de aquí deducen, que no ha de haber más que la Religión natural; es decir, la que alcanza el hombre por la naturaleza gobernada de la razón, y que lo demás es fingido y arbitrario. Este es el sistema dominante de nuestros días, explicado con el nombre de Naturalismo, y el más pernicioso, porque el Atheismo, Deísmo, y Materialismo caminan con sus errores a cara descubierta: los Naturalistas los siguen con disimulo. No se les cae de la boca el adorable nombre de Dios: explican algunos de sus soberanos atributos: aprueban muchas de sus divinas perfecciones, que es todo lo que alcanza la flaca razón; pero lo demás, que se sabe por pura revelación, lo niegan todo, que es lo mismo que destruir de todo punto la Religión (a).

(a) Inde enim est qui Naturalistae vocantur ita studeant Theologiae naturali ut revelatam prorsus contemnant, aut saltem insuper habeant. Naturalistae enim sunt qui Theologia naturali contenti revelatam vel rejiciunt, vel saltem cognitu minus necessariam judicant. Wolf. Theolog. natur. proleg. §. 19. & 20. pág. 11.

Ya hemos visto que la razón no basta para conocer, amar y adorar a Dios dignamente: que la revelación es necesaria para acompañar y dirigir la razón a fin de caminar con acierto: resta mostrar ahora que los misterios y milagros que las Sagradas Escrituras nos proponen no son contrarios a la razón. Confesamos que los sacrosantos Misterios de la Trinidad y Encarnación, como otras verdades reveladas, son superiores a toda razón, pero negamos que sean contrarias a ella.

25 Tiene la Religión sus principios y máximas fundamentales, como los tiene cada una de las Artes. Estos principios son superiores a la comprensión natural; pero se conforman muy bien con ella, porque se fundan en la omnipotencia, bondad y misericordia de Dios, que no se oponen a la razón. Conoce el juicio, que Dios puede infinitamente más de lo que el hombre puede alcanzar. Con este principio de luz natural se compone muy bien lo prodigioso de los misterios y de los milagros, de modo que no se puede dudar racionalmente que Dios los pueda hacer, sino si los ha hecho, y esto lo tenemos probado ya en los argumentos antecedentes. El pecado original y sus resultas, la reparación del género humano por Jesu-Christo, la vida eterna con premio de los buenos y castigo de los malos, junto con los misterios, institución de Sacramentos, y otros dogmas conexos con estos, son las verdades fundamentales de la Religión Christiana. Son superiores a la razón, porque esta por sí sola no las puede alcanzar, por ser de orden sobrenatural; pero no la destruyen ni se oponen a ella, antes bien la fortalecen, ilustran, y sosiegan. Si el hombre considera las miserias y penalidades que le afligen, y sabe que son resultas del pecado original que contaminó a todo el género humano, queda satisfecho, porque alcanza con la luz de la revelación lo que su débil razón no podía penetrar.

26 Pedro Bayle, renovando los errores de los Manicheos, quiere averiguar el origen de los males físicos y morales de los hombres por las luces naturales; mas sus conatos fueron vanos como lo demostró Leibnitz en su Teodicea, compuesta principalmente para tratar este asunto. Otros, que después han querido recalcarse en esto sin añadir cosa nueva, andan buscando en los Filósofos Gentiles el apoyo de sus opiniones; pero en vano, porque estos conocieron el mal, mas su origen le ignoraron. Considerando Plinio, que los demás animales cuando nacen, ya están provistos de lo necesario para la vida, menos el hombre, que entre el llanto y la inmundicia perecería si no le ayudasen, trató a la naturaleza de madre de las bestias, y madrastra de los hombres
(a: Plin. Praefat. in lib. 7. Hist. Natur.).
Si hubiera tenido noticia del pecado original, y que por él nos vienen, además de la ignorancia y concupiscencia, todas las penalidades de que inevitablemente estamos cercados, hubiera discurrido con más acierto. Si contemplamos, que esta triste habitación del mundo no es correspondiente al fin a que somos criados y a que continuamente nos sentimos movidos, nos parecerá muy bien el dogma de la vida eterna, donde los malos serán castigados, y los buenos gozarán la inmensidad de bienes que Dios les tiene preparados en su Reyno.
Si atentamente reflexionamos sobre nuestra flaqueza, que somos inclinados al vicio, y que si podemos con nuestras fuerzas ejercitar una, u otra virtud, es imposible practicarlas todas, entenderemos que la asistencia del Ser supremo nos es necesaria para obrar conforme a sus soberanos ordenamientos. Finalmente, haciendo reflexión, que una culpa en que se ofendió a un Dios inmenso, pedía una reparación y satisfacción igual, que la suma Bondad y Misericordia Divina querían salvar al hombre, y para esto prometió Dios enviar un Mesías, fácilmente creeremos, que Jesu-Christo, hijo del eterno Padre, hecho hombre, es nuestro Salvador, y entenderemos que su encarnación, nacimiento, vida, muerte, resurrección, y milagros, además de no desdecir de la Omnipotencia y majestad Divina, no habían de ser como las cosas de los hombres, sino correspondientes a la dignidad y grandeza de un hombre Dios, todo misterioso y sobrenatural, como que se enderezaba a fines muy superiores a toda la naturaleza.

27 En ninguno de estos puntos fundamentales de la Religión Christiana encuentra la razón cosa que la destruya ni se le oponga, antes con estas sobrenaturales luces entiende lo que desea saber, y sin ellas nunca lo podría alcanzar. Tantos hombres ilustrados como creen y profesan esta santa Religión: tanta sangre derramada en su defensa: tanta sumisión con que se practica, ¿eran compatibles con una creencia opuesta a la razón? ¿No estaría esta luchando continuamente por desasirse de ella, como sucede en todo lo que el entendimiento percibe y no se acomoda con sus luces? El célebre Lock decía, que, si la revelación propusiese máximas evidentemente opuestas a la razón y destructivas de ella, no se debiera recibir; pero a favor de la Religión añade, que lo que ella enseña se ha de creer, aunque sea superior a la razón, y pone el ejemplo de la caída de los Ángeles malos, la Resurrección de los muertos, y otros Artículos, con los cuales nada, dice, tiene que ver directamente la razón (a). Leibnitz compuso un tratado de la Concordia de la Fé y de la razón, que hace parte de la Teodicea (b); y, entre otras cosas señaladas con que prueba, que los misterios de la Religión Christiana son superiores a la razón, mas no contrarios a ella, dice que para impugnar esta Religión santísima eran menester demostraciones evidentes, que no puede haber (c); pues las razoncillas, discursillos, y agudezas saltantes, no son para apartarnos de una creencia divina, que es enteramente conforme con la razón.

28 Siempre me he maravillado, que los Sectarios, teniéndose por ilustrados con tanta Filosofía, nieguen los milagros. El Arte de pensar probó muy bien que la creencia de los milagros es conforme a la buena Lógica (d).

(a) Lock Esai del entendiment humain, lib. 4. chap. 8. pág. 578. 588. y sig.
(b) Oper. tom. I. pág. 60.

(c) Leibnitz Theodicea Oper. tom. I. pág. 85.

(d) Arte de pensar, part. 4. cap. 14. pág. 518.

Por milagro entendemos una obra superior a las fuerzas de la naturaleza. Si lo consideramos de parte de Dios, único Autor de los milagros, ¿qué cosa más racional que el pensar, que no se agotó su potencia con fabricar el Mundo, sujetando sus partes a ciertas y determinadas leyes con que se mueven y ejercitan sus operaciones; y que es propio de su poder alterarlas y mudarlas, según los fines correspondientes a su inefable sabiduría? Si el que fabrica un reloj (relox) suele hacer esto con su máquina, mudando con su arte el orden de ella, según sus intenciones, sin destruir la obra, ¿cómo se ha de negar al supremo Hacedor de todas las cosas? Tan correspondiente es a la divinidad y a su poder suspender, alterar, y mudar el orden físico del Universo, como fabricarle; y lo contrario es disminuir la dignidad y grandeza del Todo Poderoso. De parte de la naturaleza física no hay dificultad ninguna, porque siendo esta criada con ciertas y determinadas leyes, con que obedece la voz de su Criador, sigue y ejecuta sus ordenamientos: tan propio es de su constitución obrar por las leyes del milagro, como por los comunes; pues en entrambas hace y ejecuta la ley que se le ha impuesto.

29 De parte de la razón no hay repugnancia, porque del modo que alcanzamos, que el mundo ha sido hecho por Dios, comprendemos que le hizo libremente, y libremente le puede gobernar; además que a las nociones que tenemos de la Omnipotencia corresponden las facultades de mudar el orden establecido en el Universo; y no hay razón alguna que nos dicte, que no puede Dios dar a las partes del mundo otro orden y otras leyes de las que les impuso en su formación. Resta, pues, ver si los milagros que conocemos como posibles han llegado a la ejecución, o, como se dice comúnmente, a la actualidad. En este punto la fé de unos pocos Sectarios no puede contrarrestar a la de los Patriarcas y Profetas del Viejo Testamento, a la de los Apóstoles, a la de los Padres, a la de tantos varones santos y sabios que los aseguran, y mucho menos a la autoridad de la Iglesia. Entre estos hay conformidad en admitirlos: los Sectarios están tantos a tantos, afirmando los unos y negando los otros.

30 Digna es de verse la Disertación de Varburthon (Warburton) sobre el milagro que estorbó a Juliano el Apóstata reedificar el Templo de Jerusalén, donde prueba concluyentemente este milagro y otros contra Middleton. Dicen ¿quién sabe hasta dónde llegan las fuerzas de la naturaleza para conocer que el prodigio sale más allá de ellas? Yo repongo: ¿quién sabe las fuerzas de la naturaleza para conocer que el prodigio no sale de la esfera de ellas? Tanto ignoran los Sectarios hasta donde llegan las fuerzas naturales, como nosotros. A nuestro favor hay los testimonios más auténticos, a quienes no se puede negar la fé sin faltar al rubor. No somos fáciles como el vulgo en tener cualquiera novedad por milagro. Caminamos con las precauciones que muestran el estudio de la Física y la buena Lógica, a las cuales siguen en esto los sabios advertimientos de la Iglesia; pero alcanzamos con la razón la posibilidad de los milagros, y creemos todos los que se refieren en las Santas Escrituras, los que aprueba la Iglesia, y los que siendo examinados debidamente, y aprobados por varones inteligentes en la Física y en la Religión, hallamos conformes a la buena Lógica, y verdadera crítica.

31 Otro argumento hacen los Sectarios contra la divinidad de las Sagradas Letras. Dicen que nosotros probamos la revelación de las Divinas Escrituras por la autoridad de la Iglesia, y la infalibilidad de la Iglesia por las Escrituras lo cual es petición de principio y círculo vicioso. Es cierto, que una de las pruebas de la revelación de las Escrituras Santas es la autoridad de la Iglesia, y al contrario; pero no lo es que en esto se cometa círculo vicioso ni petición de principio. Cuando las cosas son entre sí conexas, de modo, que haya atadura y enlace necesario entre ellas, se prueban una por otra sin círculo vicioso. Las causas se prueban bien por los efectos, y estos por las causas. Los signos se prueban por los significados, y estos por los signos: así el fuego, aunque esté oculto, se prueba por el humo, y este descubre el fuego. La caída de las hojas de los árboles prueba la venida del Invierno; esta hace inferir la caída de las hojas.
En los adjuntos se ve esto más claramente, cuando un mismo efecto procede de una misma causa que obra en distintos sujetos. La venida del Sol después del solsticio hiemal causa en los árboles una alteración considerable, y lo mismo hace en la sangre de los animales: el buen Físico prueba la conmoción de la sangre, aunque sea oculta, cuando ve la mutación en los árboles; y al contrario los hombres delicados, por la alteración que en sí mismos sienten, prueban que va en los árboles a hacerse mutación.

32 Lo mismo sucede en las alteraciones del aire, que a un mismo tiempo alteran la atmósfera y a los animales, y por unos se prueba la conmoción de otros, como lo hizo Virgilio (a) mostrando por la mudanza del aire sereno en lluvioso la mutación de los ánimos; por cuya mutación los que padecen achaques habituales prueban la mudanza del tiempo. Así se dan la mano estas cosas, y conspiran unas con otras con admirable enlace, sirviéndose de pruebas con recíproca correspondencia. La causa de la revelación de las Divinas Escrituras y de la infalibilidad de la Iglesia es una misma, que es Dios. El efecto que es la divina inspiración es uno mismo en distintos sujetos, de suerte que uno, como cosas adjuntas, puede servir de prueba para el otro; al modo que sucede en las piedras de un arco, que una sostiene a la otra, y las dos mutuamente se fortalecen por un mismo principio, que es la gravedad, o peso, y el orden con que están colocadas. Los mismos que hacen este argumento usan de esta prueba en su Filosofía. Como ven que de la materia con varias combinaciones se forman algunas cosas, por la generación de los cuerpos quieren probar que sus principios son la materia y combinaciones: cuando hacen análisis (analysis) de estos cuerpos, por la materia y las combinaciones que descubren, deducen su generación, sin que por esto crean cometer círculo vicioso. Este punto puede leerse en Facciolato (b).
(a) Virgil. Georgic. I. vers. 417. y siguient.
(b) Facciolat. de Pistil. versat. acroas. 6. pág. 72 y sig.

Otras objeciones de poco momento, que hacen los Sectarios contra la necesidad de la revelación, se pueden satisfacer cumplidamente con lo que hasta aquí llevamos propuesto, así en la Lógica, como en el presente Discurso, porque todas ellas, o envuelven algún sofisma, o error nacido del mal uso de los sentidos, vehemencia de las pasiones, o preocupación del juicio. Las artes, con que encubren estos defectos, ya ocultando el designio, ya usando de autoridades truncadas, o ilegítimas, o ya de otras mil maneras de atraer a su partido los ánimos, son fáciles de descubrir y probar, si se pone la debida atención y se usa de una buena Lógica, y por eso las dejo a la advertencia, e integridad de los lectores.

33 Servirá de ejemplo que confirme esto, lo que sucede con los escritos de Mr. Roseaux, uno de los más famosos Sectarios de estos tiempos. Mr. Roseaux, nacido en Francia y criado en Ginebra, es uno de aquellos Escritores heteróclitos es decir, vagos inciertos, que se andan de cosa en cosa, sin fijarse en nada, que sin haber hecho profesión fundamental de las Ciencias, las quiere manejar todas, gobernado por las solas luces de su comprensión. Muestra este Escritor ingenio perspicaz y vivo, imaginación abundante y acalorada, el juicio desigual; pues dado que en algunas cosas es firme, en muchas otras y más principales es flojo y sin fuerza. Así como no hay hombre tan malo en quien no se halle alguna cosa buena, del mismo modo no hay Escritor por disparatado que sea, que no haya dicho alguna verdad, y esto le sucede a Mr. Roseaux, como sucedió también a los más de los Filósofos de la Grecia. Entregado este Escritor todo a sus propias luces para filosofar, se ha formado sistemas, como es propio de los que tienen ingenio sin juicio, y ha hecho en el mundo Literario-político lo mismo que Cartesio en el Filosófico.

34 He dicho en el mundo Literario-político, porque la literatura de Mr. Roseaux no se extiende a tratar de puntos particulares de las Artes y Ciencias; y acaso esto no pudiera hacerlo, pues se echa de ver que no está impuesto en los fundamentos de ellas: empléase su talento en asuntos comunes, más políticos que filosóficos, queriendo siempre hacer una mezcla de ellos. Su Emilio, o tratado de la educación es un sistema tan fingido y arbitrario para la formación de un nuevo mundo civil, como el de Cartesio para la fábrica de un nuevo mundo físico. La instrucción de Mr. Roseaux se reduce a haberse versado en algunos puntos de los Escritores Griegos y Romanos, cuyos pensamientos vierte después, unas veces como suyos, otras refiriéndose a su original. Como ha procurado publicar sus pensamientos con un estilo brillante, interpolado de máximas saltantes; esto es, desencadenadas, pero metidas para agradar, y con el agrado introducirse más bien en el corazón de los lectores incautos; de ahí ha nacido el que no le hayan faltado alabadores. Discretamente se compara este Escritor al Alquimista, que buscando vanamente el remedio universal, halla con sus maniobras otros remedios, que se le ofrecen sin pensar en ello, los cuales, sin tener conexión con el objeto principal, si se aplican debidamente, pueden ser de alguna utilidad. Mr. Roseaux, preocupado con sus vanos sistemas, y caminando en ellos con suma preocupación, ha dejado en el camino caer algunas cosas, que pueden ser útiles. En su Emilio ha impugnado a los Materialistas, cosa que por venir de esta mano puede servir para hacer frente a esta casta de Sectarios.

35 Haciendo poco caso de la Religión revelada, que no podía componer con su imaginario sistema de la educación, la fuerza de la verdad le obligó a explicarse de esta manera: "Yo os confieso (le dice a su Emilio) que la majestad de las Escrituras me tiene admirado, la santidad del Evangelio habla a mi corazón. Verás los libros de los Filósofos con toda su pompa ¡cuán pequeños son al lado de este! ¿Puede ser que un libro que al mismo tiempo es tan sublime y tan simple, sea obra de los hombres? ¿Puede suceder que aquel de quien habla esta Historia no sea más que un hombre? ¿Es este el lenguaje de un entusiasta, o de un ambicioso sectario? ¡Cuánta dulzura, cuánta pureza en sus costumbres! ¡cuánta gracia penetrante en sus instrucciones! ¡cuánta elevación en sus máximas! ¡cuán profunda es la sabiduría de sus discursos! ¡qué juicio tan firme, qué delicadeza, qué exactitud en sus respuestas! ¡cuánto dominio sobre sus pasiones! Dónde está el hombre, dónde está el sabio que sabe obrar, padecer, y morir sin flaqueza y sin ostentación.... Mas ¿dónde Jesús había tomado de los suyos esta moral elevada y pura, de que él solo ha dado las lecciones y el ejemplo? Desde el seno del fanatismo más furioso se hizo entender la sabiduría más alta, y la simplicidad de las virtudes más heroicas honró el más vil de todos los Pueblos.... Jesús, espirando en los tormentos, injuriado, mofado, maldecido de todo un Pueblo, sufrió la muerte más horrible que se pueda temer, y padeciendo un suplicio espantoso ruega por sus Sayones irritados. En verdad que la vida y la muerte de Jesús son de un Dios. ¿Diremos que la Historia del Evangelio es intentada adrede? Mi amigo, no se puede inventar de este modo.... y sería más difícil de creer, que muchos hombres convenidos hubieran fabricado este libro, que el que sea uno solo el que ha dado motivo a su formación. Nunca los Autores Judíos hubieran hallado ni semejante elevación, ni semejante moral; y el Evangelio lleva los caracteres de la verdad tan grandes, tan chocantes, tan perfectamente inimitables, que el inventor habría de ser más digno de admiración que el Héroe (a).” ¿Quién creyera que el que habla así del Evangelio no había de cautivar su entendimiento en obsequio de Jesu-Christo? pues no lo hizo Mr. Roseaux, que fue enemigo declarado de las verdades divinas de las Escrituras. Lo que conviene siempre es tener en medio del corazón, como lo proponemos en la Lógica, el consejo del Apóstol, que dice: Videte ne quis *vos decipiat per Philosophiam , & inanem fallaciam (b).

(a) Roseaux Emil. lib. 4. tom. 3. págin. 165 y siguient. edición de Leipsick (Leipzig) de 1762.
(b) Colosens. cap. 2. vers. 8.

FIN.

Capítulo IX. Del Método. FIN.

Capítulo IX.

Del Método.

123 Hasta aquí hemos mostrado el modo como procede el entendimiento para hallar la verdad, y los caminos por donde se va hacia el error, para evitarlos: resta ahora manifestar el buen orden que entre sí han de tener las verdades adquiridas. El buen Lógico deduce unas verdades de otras con el raciocinio, combina entre sí las que pertenecen a cosas distintas, y enlaza y ordena a un fin racional todo el complejo de verdades que ha alcanzado con el uso y la meditación. Esto es por lo que toca a su mismo entendimiento; pero muchas veces se ofrece comunicar a los demás las verdades que ha adquirido, y para hacerlo debidamente, es preciso ordenarlas con claridad, y enlazarlas con orden para evitar la confusión. Porque dado que en el entendimiento se hallen las verdades de la Geometría, de la Filosofía, y demás Ciencias, si estas no se disponen con orden y conexión causarán obscuridad. ¿Y qué diríamos si viésemos que hacia uno servir las verdades de una de estas Ciencias para otras, con quien no halláramos conexión? Importa, pues, ordenarlas y distribuirlas de modo, que esclarezcan al entendimiento, y le conduzcan a la consecución de aquellos fines racionales que se propone. Este orden, conexión, y enlazamiento con que el entendimiento dispone las verdades ya sea para alcanzar otras más importantes y obscuras, ya sea para comunicarlas a los demás, es lo que llamamos método; y es cosa muy cierta, que la falta de método que han tenido algunos Autores, ha sido causa de que ni ellos se han aventajado mucho en el descubrimiento de verdades importantes, ni han instruido a los demás debidamente con la publicación de ellas.

124 Vanamente disputan algunos si el método es operación del entendimiento distinta de las demás? Es cierto que el método pertenece al discurso, y con él enlaza el entendimiento las verdades de manera, que unas sirvan para deducir otras, lo cual se hace por legítimas consecuencias. Cuando se ha de probar una verdad con la vista de otras muy conexas, y cercanas con ella, fácilmente se hace con simple silogismo; pero si se requiere gran número de verdades, y que que pertenecen a cosas separadas para alcanzar alguna otra, entonces es preciso ordenar las primeras de modo, que entre ellas halle el entendimiento enlace y conexión, y al fin sirvan de prueba a la que se ha de descubrir, o manifestar. Otros dicen, que no hay necesidad de reglas para ordenar los pensamientos con método, cuando sabe el entendimiento evitar los errores de los sentidos, de la imaginación, y demás que hemos propuesto, y razonar de manera que evite los sofismas, porque sabiendo estas cosas, con sola la natural fuerza del ingenio, se ordenarán los pensamientos en el modo que sea necesario para descubrir alguna importante verdad.

125 No dudo yo, que el que sepa evitar los errores, y juzgar y razonar sanamente, necesita de pocas reglas para discurrir con método, si tiene ingenio claro y juicio atinado; pero como hay ingenios tardos, que alcanzan una verdad simple sin transcender a otras más compuestas, y hay entendimiento oscuros, que alcanzan una verdad de por sí sola, y no comprenden la conexión que debe haber entre muchas para esclarecer un asunto, por eso es preciso señalar las principales diferencias del método, y las reglas conducentes para ordenar entre sí debidamente los pensamientos.

126 El método en general se divide en sintético, y analítico: llámase sinthético aquel, con que el entendimiento procede de lo más simple a lo más compuesto; y analítico es aquel con que procede desde lo más compuesto a lo más simple. En el primero sube como por grados desde lo más sencillo hasta lo más arduo. En el segundo desciende desde lo más intrincado hasta lo más sencillo. Los que averiguan una genealogía empezando por los antepasados, y descienden hasta el que todavía vive, proceden con método sintético; y los que empiezan por el que vive, y acaban en los pasados, con método analítico. Los unos forman la cosa, los otros la deshacen. Los Químicos cuando deshacen la textura de los cuerpos para conocer la naturaleza de sus partes, proceden con método analítico. Los Geómetras, que de axiomas fáciles y simples pasan a descubrir verdades difíciles, usan del método sintético; y no hay duda ninguna, que uno y otro método conducen a descubrir la verdad, bien que con diferencia de modo, que hay cosas que no pueden averiguarse sino por el método analítico, y otras por el sintético. Los Escritores modernos de Lógica de ordinario prescriben muchas reglas para usar de estos métodos con acierto; mas para evitar la prolijidad basta saber, que todo método debe ser breve, seguro, y cumplido.
Es breve cuando no encierra cosas superfluas, y con poco aparato descubre la verdad: es seguro cuando procede con certeza en el modo de conseguirla; y es cumplido cuando llenamente muestra la manera de saberla. Por eso en faltando alguna de estas circunstancia, ya el método es defectuoso.

127 Para observar debidamente la brevedad, es necesario que se omitan las cosas que no conducen, y que separadas del asunto no harían falta. Por eso son intolerables en las conversaciones aquellos, que para referir un acontecimiento cuentan mil cosas que no conducen a descubrirlo, y quitadas de la narrativa, nadie dejaría de entenderlo. En los libros se usa mucho esto, y cada día vemos Autores que para referir una opinión suya, o ajena hacen mil preámbulos, y razonamientos que nada conducen. Los periodos muy largos, y los dichos sentenciosos son contra el buen método, porque los primeros distraen, los segundos confunden al entendimiento. Los paréntesis frecuentes son contra la brevedad que corresponde al buen método, y mucho más las digresiones (a), porque con todas estas cosas el entendimiento se distrae del asunto, ocupándose en cosas que no son especiales de él; y no hallando conexión entre las cosas que superfluamente se proponen, y las que se intentan probar, no queda persuadido (b).

(a) Etiam interjectione qua & Oratores, & Historici frequenter utuntur, ut medio sermone aliquem inserant sensum, impediri solet intellectus, nisi quod interponitur breve est. Quintil. lib. 8. Instit. Orat. cap. 2.
(b) Fit ut cum incidentes quaestiones, aliae quaestiones, & aliae rursus incidentibus incidentes pertractantur, atque solvuntur, in eam longitudinem ratiocinationis extendatur intentio, ut nisi memoria plurimum valeat, atque vigeat, ad caput unde agebatur, disputator redire non possit. S. August. de Doctr. Chr. lib. 4. cap. 20.

Fuera de esto con noticias impertinentes y fuera del caso se carga la memoria, y oprimida de la muchedumbre de cosas inútiles, no tiene presente las nociones principales. Este defecto es muy ordinario en los que emprenden obras muy largas. Galeno no supo evitarlo, y estoy cierto que en algunos capítulos y tratados pudieran quitarse muchas cosas sin hacer falta.
En Foresto, y Etmullero es comunísimo este vicio; y aún en Hoffman se hallan razonamientos muy inútiles y prefaciones molestas, que conducen muy poco, o nada al principal asunto. Entre los Filósofos de las Escuelas es comunísimo este defecto, como en los Letrados, y Comentadores, porque comúnmente emplean razonamientos inútiles, y nada conducentes al descubrimiento de lo que intentan manifestar. Los que usan de vanos adornos en los escritos, de lugares comunes, y sentencias vulgares, incurren en este defecto, porque dicen cosas que nadie ignora, y quitadas no harían falta. Así es suma necedad empezar un discurso diciendo: El tiempo es precioso, como dice Séneca; o de este modo: La verdad es buena, como dice S. Agustín, porque estas sentencias son tan comunes, que todos las saben. Si uno para probar la mortalidad humana dijera lo de Horacio: Pallida mors, &c. y para mostrar la poca constancia que los hombres tienen en las amistades, dijera lo que se atribuye a Catón: Donec eris felix &c. fuera cosa ridícula, porque estos son lugares comunes, o como suelen decir de N, que se pueden acomodar a todos los asuntos, y en ninguno hacen falta; y ordinariamente se descubre este vicio en los que afectan la erudición, y aunque sea vulgar la proponen en todos los casos que se les ofrecen.


128 El otro vicio que se comete en la brevedad consiste en omitir lo preciso: Brevis esse laboro, obscurus fio, dice Horacio (a). El principal designio del que ha de manifestar una cosa, debe ser ejecutarlo con claridad, para que pueda ser entendido. La claridad pide, que nada se omita de lo que pueda conducir a penetrar los asuntos, porque a veces la omisión de una pequeña circunstancia estorba averiguar una verdad importante., De suerte, que para que la brevedad sea bien ordenada se han de evitar dos excesos, es a saber, la superfluidad, y la concisión. Los Autores que escriben Compendios, muy pocas veces evitan la obscuridad, porque queriendo ser muy breves, son confusos. Pretender enseñar las Artes y Ciencias con compendios, es querer que se sepan sin los debidos fundamentos. Lo que Quintiliano (b) notó acerca de la brevedad de los estilos, y lo que reprehende en algunos antiguos es muy adaptable a muchos Escritores de compendios.
(a) Art. Poet. vers. 25.

(b) Profecto quidam brevitatis aemuli necessaria quoque orationi subtrabunt verba, & velut satis sit scire ipsos quae dicere velint, quantum ad alios pertineat, nihil putant; quinimo persuasit quidem jam multos ista persuasio, ut id jam demum eleganter, atque exquisite dictum putent, quod interpretandum, &c. Q. l. 4. Ins. Or. c. 2.

129 Para que el método sea seguro, es necesario que en el descubrimiento de la verdad se proceda con orden, empezando por las verdades claras, y sucesivamente procediendo como por grados hasta encontrar la que se busca. Este orden pide que no pase el entendimiento de una proposición a otra, sin haber probado bastantemente la primera, de suerte que esta ya bien establecida ,sirva de basa y fundamento a la otra, y así ha de procederse ordenadamente hasta la postrera. La razón de esto es porque el entendimiento llega a descubrir las verdades ocultas, si empieza a encontrar alguna conexión de lo que busca e ignora, con lo que ya sabe, y tiene establecido. Y notó muy bien Cicerón, que entre todas las cosas hay cierto orden y enlace, de modo, que del conocimiento de unas se llega al de otras (a). Por esto en los escritos jamás se ha de probar una cosa por otra que se ha de decir en adelante, porque hasta que llegue el lector a esta no podrá quedar convencido de la verdad de aquella; exceptuando sólo algún caso particular, en que puede ser preciso notar de paso to que con mayor extensión se ha de explicar después (b).

(a) Cicer. de Natur. Deor. lit. 4. cap. 4.

(b) Ordinis haec virtus erit, & Venus, aut ego fallor,
Ut jam nunc dicat, jam nunc debentia dici.

Pleraque differat, & praesens in tempus omittat. Hor. Art. Poet. v. 42.


Esta máxima se funda en la naturaleza universal, pues observamos que en las producciones, generaciones, y otras acciones semejantes, procede con orden desde lo más simple y más fácil hasta lo más compuesto y embarazado. Y tenemos también de esto claros ejemplos en el modo que usamos para aprender algunas Ciencias. Si uno quisiera saber lo más sublime de la Aritmética, sin entender primero las reglas más fáciles y simples, no podría conseguirlo; pero al contrario, si empieza este estudio comprendiendo las reglas de sumar, restar, multiplicar, y partir, que son las más simples, fácilmente llegará a entender las de proporción y arte combinatoria. Cartesio deseaba mucho la observancia de esta regla del método, y no puede negarse que en sus escritos resplandece generalmente un método admirable. El P. Mallebranche la observó tan estrechamente, que en su famosa obra de la Inquisición de la verdad, apenas se hallará un capítulo que pueda entenderse, sin entender primero los antecedentes. Boheraave (Boerhaave) entre los Médicos guardó un método rigurosísimo, y también Borello y Bellini, siendo preciso confesar, que el buen método es muy raro en los libros de Medicina.
Si todos estos célebres Escritores hubieran sido tan sólidos en la doctrina, como exactos en el método, fueran dignos de la estimación general de los sabios.
Para tratar llenamente un asunto es menester poner todo lo que de él convenga saberse, procurando juntar lo breve y seguro del método con la plenitud de la doctrina. Las definiciones, divisiones, raciocinios bien ordenados, y según las reglas que arriba hemos prescrito, hacen el complemento del buen método.

130 Dúdase si se ha de usar en todos los discursos, ya sean de palabra, ya por escrito, gobernados por la Lógica, del método geométrico, que es el de los Matemáticos, o del de las Escuelas. Cartesio trabajó mucho en introducir para todas las cosas el método geométrico. El P. Mallebranche trabajó en esto más que Cartesio, bien que siguiendo sus pisadas. La mayor parte de los modernos, como de tropel, así como se dejaron llevar del sistema Cartesiano, quisieron también imitar su método de escribir. El perjuicio que en esta generalidad han causado a las letras, lo conocen todos los que saben los verdaderos caminos de hallar la verdad; y si se hubieran contentado con esto fuera menos malo; mas el caso es, que han tratado con desprecio el método escolástico, tirando con toda suerte de invectivas a hacerle odioso para desterrarle del mundo. Los de las Escuelas, queriendo defenderse, han hablado también contra los modernos y su método, y unos y otros mantienen la porfía sin desistir de su partido. Lo que dicta la buena Lógica es, que uno y otro método deben entenderse y usarse, según fuese la materia que se trata, porque unos asuntos se compondrán muy bien con el método geométrico, y otros con el escolástico. El método geométrico pide definiciones, divisiones, axiomas, postulados, que se sientan como presupuestos y concedidos para establecer las proposiciones. Pero son muchísimos los puntos de las Ciencias, en los cuales no caben definiciones, divisiones, &c.
¿Cómo se ha de definir una cosa al principio de una cuestión, en que se disputan los predicados esenciales de ella? ¿Y cómo se ha de dividir aquello de quien no constan, y todavía se disputan las partes de que se compone?
No pueden sentarse axiomas que sean disputables, ni admitirse postulados de cosas que están en controversia. Pedro Daniel Huecio, Obispo de Avranches, ha probado esto contra el método geométrico al principio de sus Demonstraciones evangélicas.

131 He visto en libros de Física y también de Medicina establecerse sistemas vanísimos con definiciones, divisiones, axiomas, y postulados puramente arbitrarios. Ya se ve que si se le conceden a un Autor todos estos antecedentes en el modo que él se los figura, podrá de ellos deducir cuanto le sugiere su imaginación. Así que cualquiera que haya de instruirse en la Física por los libros que hoy la tratan matemáticamente, si no quiere ser engañado, debe examinar con particular atención estas cosas que ponen a los principios de los tratados, como fundamentos de lo que van a establecer. En la Metafísica, y en la Teología todavía es más difícil que en la Física el uso del método geométrico. En las cosas que se pueden verdaderamente demostrar, viene bien este método; pero como en la Física, Metafísica, Teología, y otras Artes son innumerables los asuntos que no se pueden llevar a perfecta demostración, por eso no conviene en ellas el método de los Geómetras.

132 Leibnitz, sin embargo de haber sido excelente Matemático, hablando de esto dice así: Es laudable querer aplicar el método de los Geómetras a las materias metafísicas; pero también es menester confesar, que hasta el presente raras veces ha salido bien; y el mismo Cartesio con toda su grandísima destreza, que no se le puede negar, en ninguna cosa ha tenido jamás menos desempeño, que cuando ha intentado hacer esto en una de sus respuestas a las objeciones (a). Todavía se explica Morhof, que trató esto de propósito, en términos más expresivos: Yo (dice) me maravillo cómo estos linces (habla de Mallebranche y otros modernos) con este su método, como con una vara divinatoria, no han penetrado los secretos de los antiguos, que nadie puede poner en duda, cuando los Filósofos de la antigüedad, gobernados por sus principios, que algunas veces se fundaban en analogismos y conjeturas, establecieron cosas tan prodigiosas, de las cuales aún hoy nos admiramos, y profesamos nuestra ignorancia, &c. (b)

(a) Leibnitz Oper. tom. I. pág. 505. edic. de Gineb. de 1768.
(b) Morhof. Polyhist. lib. 2. cap. 8. n. 7. tom. I. pág. 407.

Wolfio, sin embargo de que todos sus escritos filosóficos los dispuso con método geométrico, ya confiesa que no es necesario en toda suerte de verdades usar del método de los Geómetras con definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas, corolarios y escolios; porque dice que no son buenas las definiciones, proposiciones, axiomas, y postulados, porque se pongan con estos títulos al principio de los tratados, sino porque sean enteramente conformes a las reglas de la Lógica; añadiendo, que se engañan los que creen haber demostrado matemáticamente los asuntos que tratan, con tal que a cada uno hayan puesto competentes títulos de definiciones, axiomas, postulados, teoremas, problemas y corolarios (a).

133 La Geometría procede con buen método cuando trata de su objeto; pero el trasladarla a otros asuntos puede hacerse pocas veces, como lo he mostrado en mi discurso del Mecanismo. El Abad de Condillac, cuyo examen del origen de los conocimientos humanos tiene algunas cosas que tomar, y muchas que dejar, como pienso mostrarlo por menor en otra obra, tratando del método dice así: Los Geómetras, que deben conocer las ventajas de la Análisis mejor que los otros Filósofos, dan muchas veces la preferencia a la Síntesis. Así, cuando dejan sus cálculos para entrar en averiguaciones de diferente naturaleza, no se halla en ellos la misma claridad, precisión, ni extensión de entendimiento. Nosotros tenemos cuatro Metafísicos célebres, Cartesio, Mallebranche, Leibnitz, y Lock. Sólo el último de estos no fue Geómetra; ¡pero cuán grande exceso lleva a los otros tres (b)!

(a) Wolf. §. 793. página 375 y siguient.
(b) Esai sur l‘ orig. de conoiss. humain. tom. 2. pág. 289.

134 En el método de las Escuelas conviene distinguir lo que es el método, y lo que son los asuntos que con él se manejan. Las cuestiones, y disputas escolásticas por lo común tratan de cosas de poca importancia, y muchas de ellas son vanísimas: el método es de suyo muy bueno, y muy a propósito para que la juventud se entere de los verdaderos puntos de la Filosofía. Este método consiste en usar de silogismos, y raciocinios atados unos con otros, para probar, o rechazar las cosas que se disputan. Todas las invectivas que los modernos han hecho contra este método, recaen sobre los defectos que en su uso se cometen; pero el método mismo no han podido impugnarle con solidez; porque ¿qué cosa hay más a propósito para examinar la verdad de una proposición, que el silogismo, como ya hemos mostrado? Y ¿qué manera ha de haber más segura y más breve para descubrir, si lo que otro defiende es verdadero, o falso, que los silogismos bien hechos, que a cualquiera le ponen en la necesidad de conocer la verdad, o falsedad de las proposiciones? Si los asuntos filosóficos fuesen todos demostrables, se pudiera excusar este método, bien que aún entonces podría servir para hacer más patente la evidencia; pero siendo los más de ellos opinables, y tales que todavía se busca la certeza, ¿quién puede dudar que los silogismos bien ordenados son el medio más a propósito que hay para descubrir toda la certidumbre, de que es capaz la materia que se disputa? No es nuevo este estilo, ni se empezó a conocer en las Escuelas en los siglos medios, como cree el común de los modernos, que no leen los antiguos originales. Los Griegos usaron del silogismo en los asuntos probables para sentar y rechazar lo que se les ofrecía, y a esta suerte de silogismos llamaron Epichiremata (a).
Las Escuelas lo tomaron de ellos, y lo introdujeron para disputar de cosas probables, que podían defenderse por ambas partes; y en los principios bien sabido es, que resultó de este método mucha utilidad, como se ve en los antiguos Escritores Santo Thomas y S. Buenaventura, que lo usaron con moderación: y si bien se mira, el verdadero método lógico es este, puesto que el fin principal de la Lógica es probar por el raciocinio. Yo estoy firme en el dictamen, que no conviene quitar de las Escuelas la forma silogística, sino arrancar los abusos y defectos que se han introducido en ella, porque estoy persuadido que ningún otro método es tan a propósito para la enseñanza de la juventud como este.
(a) Aristot. Topic. lib. I. cap. II. tom. I. pág. 222.

135 Dicen algunos, poco o nada versados en la forma silogística, que un discurso seguido sin argumentos silogísticos, enfadosos por la molesta repetición de probar la mayor, la menor, &c. es muy preferible al método escolástico, pues así se ve, como de un golpe, todo lo que se quiere probar y decir sin fatigar la atención del entendimiento. No hay duda, que en una arenga, en un concurso de gentes no versadas en las Escuelas ni en los silogismos, fuera cosa impropia y extravagante el silogizar para probar un asunto; pero en las Escuelas, donde sin cumplimiento ni ceremonias, bien que cortesmente y con policía, se trata de saber si es verdad, o no lo que se asegura, no sirven tales razonamientos. Hácense estos con estilo declamatorio: el que los pronuncia dice lo que quiere; asegurado de que no le han de contradecir: danse al discurso adornos, artificios y figuras, para captar a los oyentes: las pruebas con alguna verosimilitud que tengan son bien recibidas, porque todo junto conduce a excitar los ánimos a favor del que razona. De esto nace, que semejantes razonamientos por lo común prueban poco. Con el método de las Escuelas si uno establece una cosa vana, se le pone en el estrecho de que lo conozca y lo confiese, si no es pertinaz: a lo menos lo conoce todo el concurso, y no permite que el error triunfe de la verdad. Yo sé muy bien que muchos asuntos graves en diferentes lineas, que se reciben por esta suerte de razonamientos engañosos, se rechazarían, si hubiese quien, reduciéndolos a la forma silogística, manifestase su poca estabilidad. Los que están acostumbrados a semejantes discursos, rara vez en asuntos filosóficos llegan a descubrir bien la verdad: por el contrario los que están habituados a la forma silogística, aunque no usen de ella sino de razonamientos, descubren en la materia hasta lo más íntimo de ella.

136 Cuando no se quiere usar del método escolástico en todo su rigor, y se han de enseñar algunas verdades bien averiguadas, y otras que necesitan averiguarse, viene bien un método medio entre el geométrico y escolástico, ordenando la serie de proposiciones del modo más conveniente, ya sea analítico, ya sintético, para que de las cosas sabidas se pase a las que no se saben, de las simples a las compuestas, al modo de los Geómetras, y proponiendo los argumentos en contrario, como hacen las Escuelas, con el nombre de Objeciones, para que satisfechas estas se quiten los estorbos a la manifestación de la verdad. Suelen los asuntos componerse de muchas verdades, que juntas sirven para prueba irresistible de una conclusión. Si se miran las pruebas sólo por un lado, aunque parezcan ciertas y buenas, pueden engañar por haber otras cosas que las contradicen; y no pudiendo haber una verdad contraria de otra, por eso es preciso satisfacer las objeciones, y examinar de este modo el asunto por todos sus lados. De esta manera se asegura el entendimiento por los argumentos que sientan la verdad, y porque llega a entender que no hay cosa en contrario que la pueda destruir. Los que en materias opinables usan del método matemático sin proponerse las objeciones, no prueban bien sus asuntos, porque lo que dan por bien probado puede ser destruido por objeciones de gran peso. Así que no hay que fiarse mucho de la Filosofía de Wolfio, y el Genuense, que quieren dar por demostrado lo que no lo es, y a veces ni lo puede ser.

137 De este método se han valido con acierto algunos Escolásticos doctísimos, como es notorio a los que están versados en la lectura de esta suerte de Filósofos. Mas siempre convendrá mantener en las Escuelas la forma silogística para probar y rechazar lo que sea necesario, quitándose todos los abusos que en ella se han introducido, para que estando bien limada, pueda ilustrar el entendimiento de los jóvenes, y hacer que en ellos se arraigue la verdad, y se conozca el error para evitarle. Si en el uso de este método se quitan las porfías y acaloramientos, la confusión con que se interrumpen hablando todos a un tiempo, el demasiado ahínco en las altercaciones, la ostentación y vanidad con que se desprecian unos a otros, la satisfacción arrogante y decisiva con que cada uno asegura la opinión de su partido, los odios, burlas y desprecios con que se miran los de opiniones opuestas, y en lugar de estas cosas se arguye con modestia, con templanza, con ánimo de sujetarse el que entiende menos al que sabe más, y con verdadera intención de alcanzar la verdad, e ilustrar el entendimiento, ciertamente el método silogístico será el más proporcionado para enseñar a la juventud las Artes y Ciencias. El que haya frecuentado las Escuelas, fácilmente echará de ver que estos defectos son personales; esto es, de las personas que disputan; pero no del método; y si por ellos se hubiera este de abandonar, fuera menester arrancar todas las viñas por los defectos de los beodos. Los ejercicios literarios de argüir y responder con forma silogística, según se usa en las Escuelas, son admirables para arraigar en el entendimiento las ciencias, y hacer que permanezcan. El probar la mayor de un silogismo, o la menor con otro silogismo, es preciso hasta que se llegue a conocer la buena, o mala constitución de la doctrina que se intenta introducir.

138 En un libro se pueden resumir muchas proposiciones en una, poniendo la prueba de manera que las incluya a todas; pero esto con la viva voz no se puede hacer, porque se distrae mucho el entendimiento, y se le escapa la vista de lo principal. El estilo que se guarda en muchas partes de hacer una
licion de puntos, y responder a dos argumentos es muy bueno, porque la lección es un razonamiento seguido con que el candidato manifiesta que está instruido en la materia; pero los engaños y apariencias, que, como dijimos, suele haber en tales razonamientos seguidos, se descubren con los argumentos que hacen los contrarios, y con el modo de responder y satisfacer a ellos; y fuera conveniente que en todas las Escuelas se introdujese la loable costumbre de la de Valencia, donde el respondiente, concluido el argumento del contrario, le resume y le satisface solo, y de espacio, para que el concurso conozca que ha entendido la dificultad, que se ha hecho cargo de ella, y se vea, si la solución, o satisfacción que da, es cumplida, puesto que en la seguida del argumento no se puede esto conocer con tanta claridad. El leer con el papel en la mano la disertación, o discurso que uno ha trabajado sobre los puntos que se le dieron, arguye muy poco saber y amor al descanso, porque no hay cosa más fácil en cualquier asunto con mediana instrucción, que componer un discurso que parezca lo que no es, y leerle sin trabajo ninguno: por el contrario para decirlo de memoria es menester estar muy radicado en la materia, tener prontas las especies, y estar expedito en el uso de las pruebas y argumentos, las cuales cosas son necesarias en los que han de ser Maestros de la juventud. Dicen que este estilo más es prueba de memoria, que de saber, y que se han visto hombres muy sabios, que por falta de la memoria se han perdido, o parado en las lecciones de puntos. Yo no puedo creer que a los verdaderos sabios les suceda esto, porque estos no se atan a la letra de la lección estudiada, y les sucede lo que dice Horacio:

. Cui lecta potenter erit res,

Nec facundia deseret hunc, nec lucidus ordo (a).

A los falsos sabios, que son los más, sí que les sucede alguna vez. Mas si falta a alguno la memoria, aunque sea sabio, no es bueno para Maestro, porque sin buena memoria, que suministre prontas las especies, ninguno será a propósito para enseñar a los demás con la viva voz.

139 Aunque es verdad, que los que no cursan las Escuelas y quieren pasar por sabios, aborrecen la forma silogística, hablando mal de lo que no conocen; con todo, el que sepa la fuerza del silogismo para descubrir la verdad, o falsedad de las proposiciones, según lo he mostrado tratando del raciocinio, no debe hacer caso de tales desprecios, estando asegurado, que entre los modernos bien instruidos, los que hablan con candor, están a favor de este método para las Escuelas. Dupin en su método de estudiar la Teología, tratando de este punto, y haciéndose cargo de lo que dicen los modernos, escribe así: Es menester confesar que las disputas y respuestas públicas, según el método escolástico, son de grande utilidad, así para ejercitar el entendimiento haciéndole exacto, como para proponer y resolver en pocas palabras las dificultades con limpieza y precisión, sin que se pueda nadie escapar, porque se ve obligado a concluir y probar directamente la proposición negada, o de impugnar la distinción hasta que se haya apurado la dificultad, &c (b).
Del mismo sentir es el P. Mabillon en sus Estudios Monásticos, después de haber examinado la materia de propósito, y del modo que podía hacerlo un hombre de los más doctos de nuestros tiempos (c).

(a) Art. Poet. vers. 40.
(b) Dupin. Method. pour etudier la Theologie, chap. 25. pág. 274.

(c) Mab. de Stud. Mon. c. 10. p. 168.

El Marqués de Sant-Aubin, aunque rechazó con expresiones fuertes la Lógica de las Escuelas, habla de la forma silogística en estos términos: Sin embargo del desprecio que el vulgo de los modernos hace hoy de las reglas de los silogismos, es preciso confesar que enseñan los medios infalibles de resistir al error de las conclusiones, y que la forma silogística, bárbara solamente en la apariencia, es en el fondo muy ingeniosa, &c. (a).
Nuestro Luis Vives, que reprendió tanto los abusos de la Dialéctica de las Escuelas, nunca impugnó la forma silogística, sino los defectos personales de los que la ejercitan. El aprecio que de los silogismos han hecho Wolfio, y Heineccio lo hemos manifestado tratando del raciocinio, donde hemos puesto algunas pruebas a favor del estilo escolástico, las cuales conviene juntar con las que aquí proponemos.

140 Es verdad que Lock no gusta de este método; pero también lo es que sus impugnaciones son comunes, y que forzado de la verdad puso estas palabras:
A la verdad los silogismos pueden servir algunas veces para descubrir una falsedad ocultada con el esplendor brillante de una figura de Retórica, y de intento encubierta con un periodo armonioso que hinche agradablemente el oído: pueden, vuelvo a decir, aprovechar para que un razonamiento absurdo se manifieste con su deformidad natural, desposeyéndole del falso celaje con que está cubierto, y de la agradable expresión que al pronto engaña el entendimiento:::: yo convengo, que los que han estudiado las reglas del silogismo hasta alcanzar con la razón, por qué en tres proposiciones enlazadas entre sí con cierta forma, la conclusión ha de ser ciertamente justa; y por qué no lo ha de ser con certeza en otra forma: convengo, vuelvo a decir, que estas gentes están aseguradas de la conclusión que deducen de las premisas, según los modos y figuras, que se han establecido en las Escuelas (b).

(a) Sant-Aubin traitè de l‘ opinion, tom. 2. pág. 6.

(b) Lock Esai del entendem. lib. 4. chap. 17. §. 4. pág. 559.

Dignas son de ponerse aquí las palabras de Facciolato, escritor inteligente y primoroso: Por Dios y por los hombres os ruego (habla con los jóvenes que han de estudiar la Lógica) no os dejéis engañar, ni permitáis se os metan por fuerza ciertos libritos escritos con agudeza y elegancia, de quienes se dice que son de socorro al entendimiento humano, y que enseñan el Arte de pensar. Apenas comprehenden pocas cosas que pertenezcan a formar un Lógico; y los que en estos años se han entregado a ellos, a primera vista ha parecido que son grandes indagadores, y jueces de la verdad; pero cuando se ha venido a las manos y a la pelea, y ha sido preciso disputar bien, entonces se ha descubierto qué tales eran. De este modo los ejercicios públicos de los Estudiantes, que se practican por la costumbre
y instituto de nuestros mayores, quitada la contienda, se han convertido en ciertas lecturas::: Hoy confiesan todos los que en esto pueden tener voto, que la Física de cada día se perfecciona con nuevas observaciones, y que la Lógica fue llevada por Aristóteles, el mayor ingenio de los mortales, a su última perfección. Mientras durará el mundo y se honrarán las letras, saldrán al público Escritores que estas mismas cosas las dirán de otra manera, acomodándolas a los oídos de su siglo; pero si alguno quisiese introducir en las Escuelas diferente arte de raciocinar y de disputar, acaso podrá engañarlas con la novedad, mas no ha de poder lograr que dure mucho. Este es el camino más llano de averiguar la verdad, aprobado no con la opinión de pocos hombres, sino con el juicio de toda la antigüedad, y allanado con el uso de mucho tiempo. Seguidle y os llevará derechamente, con el deseo de aprovechar, a Ia Filosofía, es decir, a todo conocimiento de las cosas mejores (a).

(a) Facciolat. Paraenesis logicae artia studios, pág. 211.

FIN
DE LA LÓGICA.

Capítulo VIII. De los Sofismas.

Capítulo VIII.

De los Sofismas.

104 Antiguamente llamaron Sofistas a los Sabios (sophos: sabiduría, saber, en griego): y viendo Sócrates que en su tiempo había muchos que no tenían más que una sabiduría aparente, y que procuraban engañar a los ignorantes con argumentillos caprichosos y con sofisterías, empezó a dar a los falsos sabios el nombre de Sofistas. Lo mismo hicieron Platón, y Aristóteles, y ambos los rechazaron con eficacia, porque Platón describió los engaños de los Sofistas, y Aristóteles manifestó admirablemente todos los caminos de que se aprovechaban para formar sus sofismas; de suerte, que este Filósofo trató con perfección este asunto. Ojalá le leyesen los que se precian de Sectarios suyos.

105 Los Romanos a imitación de los Griegos llamaron Sofistas a los que se aprovechaban de argucias, o vanos argumentos. Es, pues el sofisma un raciocinio que nada concluye, y tiene apariencia superficial de concluir.
Hay algunos sofismas tan claros y tan fáciles de conocer, que el más rudo los desecha por engañosos. La sola Lógica natural basta para conocerlos, y cualquiera en oyéndolos, comprende que el tal razonamiento no concluye, aunque no sepa la razón. Por eso los omitiré, proponiendo solamente aquellas fuentes generales de donde nacen muchos sofismas que cada día observamos, así en las disputas, como en los libros, amonestando a los jóvenes que vean en Aristóteles sus trece fuentes de los argumentos sofísticos, que ciertamente les servirá mucho para la cumplida inteligencia de este asunto.
En primer lugar puede colocarse aquel sofisma con que se prueba otra cosa de lo que se disputa. Llamóle Aristóteles ignoratio Elenchi. Elencho
(elenco) es el silogismo con que se intenta probar lo contrario de lo que se ha establecido, como hacen en las Escuelas los que impugnan las conclusiones que otro defiende. Si el elenco se forma con manifiesto engaño, ya consista este en las voces, ya en las cosas, es elenco sofístico; y todos los sofismas los reduce Aristóteles a este, porque todos consisten en la mala formación del silogismo; pues en todos sucede que haya apariencia de raciocinio, no habiéndolo en la realidad. Por eso el que entienda bien las reglas que hemos propuesto, tratando de la formación de los silogismos, sabrá los fundamentos con que ha de desenredar todos los sofismas, mayormente si descendiendo a lo particular advierte las varias maneras capciosas, y engañadoras que hay de silogizar, ya por el mal uso de las palabras, ya por la mala inteligencia, y aplicación de las cosas. No sólo en las Escuelas domina mucho el uso de los sofismas en los actos literarios, por el dolo, mala fé, y poco amor a la verdad, sino también en las conversaciones y discursos Académicos, cuando los dicta el interés y la pasión de algún sistema. También se usa este sofisma en el trato común.

106 Unas veces disputa Ticio con mucho calor, y hace mil exageraciones para probar lo que no se le niega, y es que por tener acalorada la fantasía, no atiende lo que su contrario dice. Otras veces con malicia, y de intento deja de probar lo que le toca, ya porque no se halla con bastantes razones, o porque se ha introducido en una cuestión, que no sabe, y no quiere confesar su ignorancia. Aquí es de advertir, que hay algunos que con mala fé atribuyen en las disputas a su contrario ciertas cosas, que este ni las ha imaginado; y otras veces le atribuyen ciertas proposiciones, que piensan deducirse de la doctrina que el contrario enseña, aunque en la realidad este las niega, y no ha tenido él ánimo jamás de admitirlas; y esto lo hacen para triunfar del enemigo entre la gente ruda, que no alcanza estos artificios. En los impugnadores de los libros es comunísimo este modo de sofisticar, y cada día vemos atribuirse a un Autor lo que no ha dicho, y otras mil cosas, que no son de la disputa.
Así lo hizo Juan Clerico en muchas impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la Disertación de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la edición de Amsterdam de 1722.

107 Su intento es mostrar las falacias, y sofismas que usan los hombres para volver odioso a su contrario, para que siendo mirado con odio, nadie reciba su doctrina. Pone diez y seis lugares, o modos con que puede uno hacer odioso a otro, y en cada uno de ellos toma por objeto a S. Gerónimo, queriendo mostrar que lo que este Santo Doctor escribió contra los herejes, especialmente contra Vigilancio, no tenía solidez ninguna, sino sólo artificios, depravada fé, y malas artes para volver odioso a Vigilancio. Estoy admirado, que siendo tan públicos hoy estos libros, nuestros Teólogos embebecidos con las disputas con que se impugnan unos a otros, siendo todos Católicos, dejen sin respuesta a este y otros Escritores audaces, que sin respeto ninguno a los varones más santos y más doctos tiran a volverlos despreciables y desautorizados, mayormente extendiendo Clerico esta calumnia en el principio de su Disertación a todos los Teólogos. Es verdad, que Amort (a) en su Filosofía Polingana resiste a Clerico, pero es de paso, y convenía que se hiciese en más forma. Lo cierto es, que los diez y seis lugares con que quiere Clerico infamar a S. Gerónimo, pretendiendo que este se valió de ellos para volver odioso a Vigilancio, con grande arte los pone en obra para hacer odioso a este Santo Doctor. Sabemos muy bien que
S. Gerónimo era activo y ardiente cuando impugnaba a los herejes; pero el zelo, no el dolo, era el que encendía su fuego, como lo ha mostrado muy bien Dupin en su obra de Veritate.

108 El que sepa los motivos de la contienda entre S. Gerónimo y Vigilancio, y lea la Disertación de Clerico, verá que este crítico moderno no entra en ella, ni pone argumentos para probar que Vigilancio tuviese razón, y no S. Gerónimo: lo que hace es entresacar las palabras ardientes con que el Santo Doctor, celosísimo por la doctrina de la Iglesia, rechazaba los errores de Vigilancio, y interpretar estas palabras maliciosamente, como que tiraban a volver odioso a Vigilancio.
Si Clerico pudiera tener argumentos sólidos para mostrar insuficiencia y poca solidez en los argumentos de S. Gerónimo, tuviera más disculpa de interpretar entonces las expresiones fuertes a deseo de oprimir al contrario, haciéndole odioso; pero si Clerico esto no lo ha hecho ni lo pudo hacer, ¿no es claro que son artes suyas para desautorizar al Santo Doctor todo cuanto dice contra él?
No sólo con S. Gerónimo hizo esto, sino también con S. Agustín, a quien impugnó disfrazándose con el nombre de Pherepono, y hablando de este santísimo y sapientísimo Doctor, y de su alto y profundo saber, como pudiera hablar de un niño que va a la Escuela.

(a) Amort Philosoph. P*lling. pág. 577. edic. de
Auxgbourg. año 1730.

Cuando la obra de Muratori de Ingeniorum moderatione in Religionis negotio, que hemos citado otras veces, no tuviese otro mérito, que haberse escrito de propósito para vindicar a S. Agustín de las calumnias y falsedades con que le trata el fingido Pherepono, era digna con eso sólo de que la leyesen todos los eruditos. Clerico no era Teólogo: todo su estudio le puso en la Filosofía, porque como hereje Sociniano decía, que no ha de haber otra Teología que la que dicta la razón, que es el error dominante de estos sectarios; y como defendía los mismos errores de Vigilancio, por favorecerse a sí mismo, con capa de Vigilancio maltrató a S. Gerónimo. Estas artes de los sectarios no son nuevas: son tan antiguas como sus errores, y se hallan bien descubiertas y explicadas en el erudito libro: el Soldado Católico de Fr. Gerónimo Gracián.

109 En segundo lugar puede colocarse aquel sofisma, que llamó Aristóteles petición de principio, y se comete cuando se trae por prueba lo mismo que se disputa. Ya se ve que la prueba de una cosa debe ser más clara que la misma cosa; con que es contra la buena razón intentar persuadir un asunto, aprovechándose del asunto mismo para probarlo. Los círculos viciosos se reducen a este sofisma de petición de principio; como si uno dijera que Dios existe porque hay una causa que lo gobierna todo con providencia, y añadiese, que hay una causa que gobierna las cosas con providencia, porque hay Dios, este cometería sofisma de petición de principio y círculo vicioso. A la misma especie de sofisma pueden reducirse todos los argumentos que prueban una cosa oscura por otra oscurísima.

110. El Autor del Arte de pensar en la explicación de este sofisma dice: que Galileo culpa a Aristóteles con razón por haber caído en esta falacia, queriendo probar que la tierra está en el centro del mundo con este argumento: las cosas pesadas van al centro del mundo, y las ligeras se apartan: luego el centro de la tierra es el mismo que el centro del mundo (a : Arte de penser 3. part. chap. 19. pág. 359. ).
La petición de principio consiste en que, concediendo estos Autores que las cosas pesadas caen al centro de la tierra, no podía Aristóteles saber que caen al centro del mundo, sino suponiendo que el centro del mundo es el de la tierra, y esto es la cuestión. Mas en Aristóteles no hay tal argumento, sino en sus Comentadores. Queriendo probar Aristóteles, que hay un medio, o centro del mundo, y que a él van las cosas pesadas, y de él se apartan las ligeras, usa de varios argumentos sacados de la constitución del universo: de la situación de los astros, y a estos añade los movimientos de los cuerpos graves y leves, como que unos se acercan, y otros se apartan de aquel centro, añadiendo que los cuerpos graves van al centro de la tierra por accidente, porque coincide este centro con el del universo, al cual caminan por su propia naturaleza (a).
Tratando en otra parte de la
gravedad (Newton murió en 1727, Andrés Piquer publica esta tercera edición en 1781) y levedad de los cuerpos, prueba el medio, o centro que hemos dicho, y después pone estas palabras: Si es que caen al medio de la tierra, o del universo, siendo uno mismo el de los dos, pide otra averiguación (b). Todavía extendió más esta duda en el libro Il. de Coelo, donde trata lo mismo; y por estos lugares se echa de ver, que no intentó probar Aristóteles que los cuerpos graves caían al centro del mundo, porque cayesen al centro de la tierra, sino por otros argumentos, con lo cual no cometía petición de principio. Antonio Vernei, sin hacer aquí otra cosa que copiar las palabras del Arte de pensar, culpa a Aristóteles del mismo modo, y con los mismos fundamentos. Así lo hace este Escritor muchas veces sin consultar los originales (c).


111 En tercer lugar coloco yo los sofismas, en que se da por causa de una cosa lo que no es causa, y en general se cometen de dos maneras. Unas veces por ignorancia de las verdaderas causas de las cosas, porque se presentan muchos efectos y las causas están ocultas, y el entendimiento lo atribuye a las veces a lo que se le antoja. En mis escritos de medicina he mostrado que este sofisma se comete frecuentemente en las anatomías de los cadáveres, cuando estas se hacen para examinar las causas de la muerte.

(a) Arist. lib. 2. de Coelo, cap. 14,
(b) Arist. lib. 4. de Coelo, cap. 4.

(c) Vernei de Re logica, lib. 5. cap. 8. pág. 222.

Las más veces viene esta por una causa de suma sutileza y actividad, la cual vuela con la vida. Entonces sólo se ven en los cadáveres el destrozo y ruina que aquella causa ha producido, induciendo la muerte: por donde lo que con tales anatomías se descubre por lo común son los efectos, no las causas de la extinción. Esto lo confiesan llanamente los Profesores Médicos de buenas luces. Engaños de esta clase en que se toman los efectos por causas de las cosas son comunísimos en la Física, porque los efectos se ven, las causas suelen estar ocultas, y los hombres se paran fácilmente en lo que se presenta a sus sentidos, y con trabajo se detienen en lo que conviene a la razón. En la política y en el trato civil se comete este sofisma todos los días, dándose por causas de los sucesos, las que distan mucho de serlo, fingiéndoselas cada cual a su albedrío. Cuando dijo Virgilio, que es feliz el que puede discernir las causas de las cosas, no habló sólo de las físicas, sino también de las civiles, morales, &c. (a)
(a) Felix qui potuit rerum cognoscere causas. Virg. Georg. lib. 2. v. 450.
112 Otras veces se comete este sofisma por soberbia y precipitación, porque muy raras veces quieren los hombres confesar que ignoran una cosa, y esto los precipita a señalar ciertas causas de algunos efectos antes de examinarlas, y tal vez sin advertencia ninguna. En el trato civil cada día se comete este sofisma, y ocasiona mil sospechas y riñas, porque dan unos por causa de lo que observan en otros, aquello que no lo es, y está muy distante de serlo. De ordinario no se detienen los hombres en averiguar la cosa por todas sus partes, ni todos tienen el ingenio necesario para conseguirlo; y como pocos aman el trabajo, y cuesta examinar de raíz las cosas, por eso luego se precipitan, y dicen, que la palabrilla que fulano ha dicho, o la acción que
citano ha hecho, quieren decir esto, o estotro, lo cual ni tan solamente imaginaron aquellos, de lo que se siguen mil vanas sospechas.

113 A esta especie de sofisma se reducen las cosas maravillosas, que los
Astrólogos atribuyen a los Astros. Yo no soy de aquellos que les niegan toda influencia, antes por el contrario creo que tienen algún poder sobre los elementos, y que a lo menos de esta manera pueden influir en nuestros cuerpos; por donde no puedo conformarme con la universalidad con que el P. Feyjoó, siguiendo a Gasendo, desecha toda la fuerza de los Astros sobre los hombres. En la Medicina cada día tenemos motivos de conocer esta fuerza en tantas y tan varias epidemias, como se observan en varios años; y por eso en mis libros Médicos la he procurado establecer, como que su conocimiento es importantísimo para curar las enfermedades. El célebre Inglés Mead ha compuesto un tratado de imperio Solis & Lunae, donde convence este asunto con admirables pruebas. Mas aunque esto sea así, creo que se han excedido los Astrólogos, extendiendo demasiado la fuerza de los Astros, y sacando de ella predicciones muchas veces arbitrarias
(
Nota del editor: habéis leído hoy vuestro Zodiaco?).
Entiendo que en esto es menester observar el
Ne quid nimis de Terencio.

114 A esta especie de sofisma puede también reducirse el común modo con que el vulgo señala las causas de algunos efectos; es a saber: Esto ha venido después destotro, pues esto es la causa de aquello. En los juicios que se hacen sobre las curaciones de grandes achaques, se cometen infinitos sofismas, atribuyéndolas a causas que no han tenido conexión, ni dependencia ninguna con el efecto. Se ha perdido una batalla, el General tiene la culpa, es sofisma de esta especie, porque pueden concurrir otras mil cosas, que pueden ser causa de haberse perdido la batalla, aunque el General haya aplicado de su parte cuanto pudiera conducir para ganarla. Del mismo modo se pierde un Discípulo, que estaba a cargo de tal Maestro, y luego dicen: El Maestro no ha cuidado, y él es la causa de la perdición del Discípulo.
Muchas veces esto es sofisma, porque aunque el Maestro haya puesto por su parte todo el cuidado, y aplicación necesaria para el buen gobierno del Discípulo, puede la mala inclinación de este, o las malas compañías, u otras cosas, que a veces los Maestros no pueden
estorbar, haberle precipitado. En fin este sofisma se halla algunas veces en los Predicadores, cuando dan por causa de un suceso una cosa que ellos se fingen a su albedrío (a).

(a) Sola scripturarum ars est, quam sibi passim omnet vendicant, & cum aures populi, sermone composito mulserint; haec legem Dei putant, nec scire dignantur quid Prophetae, quid Apostoli senserint, sed ad sensum suum incongrua aptant testimonia: quasi grande sit, & non vitiosissimum dicendi genus depravare sententias, & ad voluntatem suam scripturam trabere repugnantem. Hieron. in Prolog. Galeat.

Por ejemplo: Pregunta un Orador, por qué la zarza de Moyses (Moisés) ardía, y no se consumía? Y después de varias razones dice, que la causa es por...... y señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa. De este modo se atribuyen algunos efectos a determinadas causas, y no hay otro motivo para hacerlo, que el capricho del que lo hace. Dije que señala por causa, no lo que es, sino lo que él piensa, porque la causa de semejantes efectos, en el modo que algunas veces la señala el Orador, es oculta, y la Iglesia no la ha declarado, ni los SS. Padres la han propuesto, sino que el Orador se la finge, y acomoda como le parece; y por esta especie de sofisma señala causas arbitrarias a los sucesos referidos en las sagradas Escrituras, y no los puede persuadir a los hombres de juicio, porque le faltan pruebas sólidas con que poderlas fundar.
El P. Vieyra ya conoció esto, y reprehendió eficazmente a los Predicadores que hacen decir a las sagradas Escrituras lo que ellos se imaginan, y tal vez fingen;
y aún prueba con argumentos concluyentes, que en esto cada día faltan a su verdadero instituto. Encargo mucho que se lea sobre esto un Sermón de la Sexagésima, donde, ya desengañado, trató de desterrar del Púlpito los vanos conceptos e interpretaciones arbitrarias de las sagradas Letras. En la Carta Pastoral que el Obispo de Barcelona D. Joseph Climent ha puesto al principio de la versión castellana de la Retórica del P. Fr. Luis de Granada, se impugnan estos y otros semejantes estilos de los Oradores Cristianos, con mucha eficacia y con gran conocimiento de la verdadera elocuencia del Púlpito.

115 Los Gentiles usaron de este sofisma para calumniar la Religión de
Jesu-Christo en sus primeros principios, y decían: cuando la Religión Christiana ha empezado a esparcirse, muchas calamidades han oprimido al Imperio Romano: luego la Religión Christiana ha sido la causa de ellas. No puede haber sofisma más falaz, porque siendo clarísimas las causas de la decadencia del Imperio de Roma, y no habiéndolas disimulado algunos de sus historiadores, era necedad buscar por causa de aquellas calamidades a la Religión Christiana. Digno es de leerse sobre esto Tertuliano en su Apología, cuya obra ya hemos dicho es merecedora de alabanza; y es bien sabido, que S. Agustín escribió los libros de la Ciudad de Dios, con el ánimo de rechazar semejantes sofisterías de los Gentiles.

116 En cuarto lugar puede colocarse el sofisma con que se pronuncia de las cosas absolutamente, debiéndose hacer con ciertas limitaciones; y cometemos este sofisma en aquel modo de razonar, con que concluimos que una cosa es de cierta manera que nosotros nos imaginamos, pudiendo ser de muy distintos modos: llámase en las Escuelas a dicto simpliciter ad dictum secundum quid. Caen en este sofisma con mucha facilidad los semisabios, o los sabios aparentes: porque de ordinario suelen estos estar muy satisfechos con su ciencia, y según ella juzgan de todas las cosas sin dudar de ninguna.
Propónese a uno de estos tales averiguar, por ejemplo, de qué modo se hace la lluvia, o de qué manera se mueve un Cometa, u otra cualquiera semejante duda, y de repente resuelve que es de esta manera y que no puede ser de otra, y es porque él no alcanza otro modo de ser en aquellas cosas, aunque en la realidad puedan hacerse de diversas maneras. También cometen este sofisma los que hacen juicio de las cosas que suceden en Lugares apartados, o en Lugares donde no tienen comunicación, aunque estén cercanos, y para juzgar no tienen otros fundamentos que muy pocas noticias de los hechos sobre que juzgan, o no saben ni alcanzan sino algunas razones del hecho; pudiendo haberse gobernado los que le ejecutan por otras distintas. Por eso cada día vemos muchos que se quejan de los Jueces que han determinado esto, o estotro, sin numerar perfectamente los motivos que ellos se propusieron: y no faltan políticos sofistas que con ligeras noticias quieren juzgar de los negocios más secretos del Gobierno, señalando por razones de los acontecimientos las que tal vez no las imaginaron los que gobiernan.

117 Los malos Críticos caen frecuentemente en este sofisma cuando explican el sentido de algún Autor de la antigüedad, y cada uno quiere que la mente del Autor sea la que a él se le antoja, porque no alcanza que pudo haber sido muy distinta. Este sofisma tiene atrasada la Medicina en su parte Farmacéutica, porque se tienen por virtudes de los remedios las que no lo son: toda Medicina ha de graduarse de tal, o tal virtud con relación al cuerpo humano: con que pronunciando los Botánicos y Farmacéuticos absolutamente, como suelen hacerlo, salen falaces sus aseveraciones. Algunos reducen a esta especie de sofisma la inducción defectuosa. Llámase argumento de inducción aquel con que de muchos particulares se saca una conclusión universal.
Por ejemplo: Los hombres de la Europa hablan, también los de Asia, asimismo los del África, como también los de la América: luego todos los hombres del mundo hablan. Se hace defectuosa la inducción cuando no comprende todos los miembros; y los hombres suelen sacar conclusiones universales antes de haber examinado perfectamente todos los particulares, cuyo defecto cometen los que se apresuran en juzgar de las cosas difíciles. Mas todo lo que toca a las inducciones defectuosas se entiende muy bien con lo que hemos dicho, tratando del raciocinio.

118 Este sofisma domina en los principales escritos de Mr. Roseaux: mira las cosas sólo por un lado, y sin contar con los demás habla del todo por lo que se ve en una sola parte. En las cosas humanas nada hay que sea enteramente perfecto: aun en las más bien fundadas se mezclan defectos, e imperfecciones. Lo que hace Roseaux es tomar la parte defectuosa para sacar por ella el todo imperfecto, o despreciable. Cuando trata de la desigualdad de los hombres pinta al hombre por lo sensitivo y animal, faltando poco para hacerle una bestia: entonces no se mira la racional, porque esto estorbaría la prueba. Cuando se ha de probar la religión natural, el hombre todo es razón, no hay cosa que no se alcance por ella: la Filosofía es el fundamento de todo: lo brutal, lo sensitivo, y lo flaco no tiene aquí lugar, porque esto no le hace, antes se opone a su designio. Si se propone el entusiasmo de que las Ciencias son perjudiciales a las costumbres, se habla sólo de los abusos que se mezclan en ellas: el cultivo del entendimiento, su influencia en la voluntad, la perfección del juicio, el conocimiento del hombre para dominar sus pasiones, y otras mil cosas que el estudio bien ordenado de las Artes científicas acarrea, se dejan porque estorban la prueba del entusiasmo. Lo mismo sucede con las alabanzas de los Cómicos, y con los vituperios de las Imprentas; pues en todas estas cosas para singularizarse toma solo la parte flaca, omite el principal punto, y así por un sofisma de imperfecta enumeración engaña a los falsos sabios. ¿Quién duda que cuando atribuye a las letras la decadencia de los Imperios y el aumento del lujo, comete el sofisma non causae, ut causae? Así discurre casi siempre un hombre que afecta ser Filósofo a la manera de los Griegos, y lo ha logrado, porque en la religión, viajes, escritos, y doctrina es un retrato de ellos, o por decirlo mejor, un compendio de sus extravagancias y desvíos.

119 Síguese el sofisma que llaman en las Escuelas falacia de accidente, y se comete cuando se atribuye a una cosa absolutamente y sin restricción alguna, aquello que sólo le conviene por accidente. En la Medicina se comete este sofisma con frecuencia, porque acontece, que después de un medicamento muy saludable, se empeora el enfermo, y muchos ya aborrecen aquel remedio.
Por ejemplo: El láudano es medicamento utilísimo y muy seguro cuando
le propina un Médico juicioso; no obstante se da muchas veces sin fruto, y en alguna ocasión después de haberle tomado se agrava la enfermedad. No hay que dudar que el agravarse el mal nace de otras causas que hay en el mismo que adolece, y sin embargo se atribuye al láudano; de suerte, que se le atribuye absolutamente lo que sólo por accidente ha sucedido, porque ha sido accidental en aquel enfermo juntarse el aumento del mal con la medicina. Por este modo de sofisma se desacreditan la kina, los eméticos, las sangrías, y otros remedios de suyo saludables y utilísimos cuando se manejan por Médicos sabios, que tienen por guía a la naturaleza; y que sólo por accidente ha acontecido empeorarse los enfermos después de su legítimo y prudente uso.
El que mire con atención lo que han escrito contra la Medicina algunos Críticos, así extraños, como Españoles, conocerá que por la mayor parte es amontonamiento de razones sofísticas, pues se desprecia la Medicina en general y absolutamente por solos los defectos, o ignorancia de sus Profesores, lo cual le es accidental.

120 Del mismo sofisma usan los que acusan toda una Religión por sólo el defecto de algún individuo de ella; y lo mismo sucede a los que desprecian la Filosofía y la Crítica, porque las han cultivado algunos Herejes. Ya se ve que es accidental a la Filosofía que los que la profesan, sean de esta, u otra Religión, y apenas se hallará cosa ninguna, que discurriendo de esta manera no se halle defectuosa. ¿Quién duda que hay algunos abusos en la disciplina Eclesiástica? ¿Se dirá por eso, que ha de exterminarse la antigua disciplina de la Iglesia?
Es cierto que la vana credulidad introduce muchos milagros falsos.
¿Se dirá por eso que ha de apartarse de los fieles la creencia de los verdaderos? Yo creo que algunos Herejes han perseguido a la Iglesia Católica con sofismas de esta especie. Y de este modo razonan en asuntos distintos de la Religión algunos ingenios, que sólo alaban lo que les complace (a).

121 Hay otro sofisma que se comete razonando del sentido compuesto al diviso, o al contrario. Por ejemplo: dice Jesu-Christo en el Evangelio, que los ciegos ven, y los cojos andan, y los sordos oyen; lo cual ha de entenderse en sentido diviso; esto es, que ven los que eran ciegos, y oyen los que eran sordos; y si alguno lo entendiese en sentido compuesto cometería sofisma, porque los ciegos no ven siendo ciegos, ni oyen los sordos mientras están sordos.
Del mismo modo han de entenderse las sagradas Escrituras cuando dicen, que Dios concede la salvación a los malos, porque no salva a los que actualmente son malos, sino a los que lo fueron, y después se han convertido. Por el contrario han de entenderse en sentido compuesto las palabras de S.
Pablo con que dice: Los fornicadores, idólatras, y avaros no entrarán en el Reyno de los Cielos (b), porque significan que no entrarán en los Cielos si se mantienen en la avaricia, e idolatría, y si no dejan los vicios, y se convierten a Dios. De este modo fácil será entender algunos sofismas pertenecientes a la Religión. A esta especie de falacia se reduce este sofisma: Tú tienes lo que no has perdido: no has perdido las riquezas; luego tienes riquezas. Pues la mayor se entiende en sentido compuesto, y la menor en diviso, y de esta manera pudiera señalar otros semejantes sofismas, capaces de engañar solamente a los muy estultos.

(a) Vitiosum est artem, aut scientiam, aut studium quidpiam vituperare propter eorum vitia, qui in eo studio sunt, veluti qui Rhetoricam vituperant propter alicujus Oratoris vituperandam vitam. Aut. Rhet. ad Heren. lib. 2. cap. 27.

(b) Paul. ad Corinth. 6. vers. 9.
122 En último lugar coloco yo el sofisma que consiste en la equivocación de las voces. Consiste la equivocación en varias cosas que ya hemos insinuado; pero la más común es cuando una voz significa cosas distintas; de modo, que el silogismo tiene cuatro términos. El silogismo tiene cuatro términos, cuando el medio tiene una significación en la mayor y diferente en la menor, o cuando los términos de la conclusión no se toman en el mismo sentido que en las premisas. Cuenta Aulo Gelio, que un Sofista le propuso a Diógenes un silogismo de esta clase (a : Aul. Gell. Noct. Attic. lib. 18. cap. 13. ) y que respondió concediendo las premisas, y en llegando a la conclusión dijo, que la concedería si mudaba los términos, y empezaba por él mismo. Decíale el Sofista: Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y dijo Diógenes, concederé todo el silogismo si me arguyes de esta manera: Yo no soy lo que tú eres: tú eres hombre: luego yo no soy hombre. También tiene cuatro términos este silogismo: Si diciendo la verdad dices yo miento, mientes: cuando dices la verdad dices yo miento: luego diciendo la verdad, mientes. Cicerón llamó a este sofisma el Mentiroso, y lo es por la equivocación de las voces, porque en la mayor las palabras yo miento, significan aquello sobre que recae la mentira, y en la menor significan la misma proposición que dice yo miento. Semejante a este es el sofisma que algunos llamaron Crocodilo, y tomó el nombre de esta fábula. Estaba una mujer junto a las riberas del Nilo, y un Crocodilo (Cocodrilo) le hurtó un niño que llevaba. Rogábale la mujer que le volviese el niño, y el Crocodilo dijo que se lo volvería con la condición de que había de decir verdad. Admitió la mujer la condición, y dijo: No me lo volverás. Acudió luego el Crocodilo diciendo, que sea verdadero que sea falso lo que has dicho, no te vuelvo el niño. Porque si es falso, no has cumplido la condición, y si es verdadero, como lo he de volver, cuando solamente puedes haber dicho verdad, no volviéndolo. La mujer replicó, que sea verdadero que sea falso lo que he dicho, has de volverme el niño, porque si es verdadero, has de cumplir la condición, y si es falso, me lo has de volver para que lo sea. Los Filósofos antiguos fueron muy diestros en formar semejantes sofismas. Cuenta Laercio, que Eubulides inventó siete maneras de sofismas, que se llaman el mentiroso, oculto, electro, encubierto, sorites, cornuto, y calvo, de los cuales hace mención Cicerón en algunos lugares, y todos consisten en la equivocación de las voces. Pero es de advertir, que semejantes sofismas no pueden engañar sino a los muy estultos, y por eso los omitimos.