domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo XIII. De la verdad.

Capítulo XIII.

De la verdad.

42 El entendimiento del hombre tiene por objeto, y fin de todas sus obras la verdad, y con ella sosiega, y se satisface, como que es hecho para la verdad eterna, que reside en el Cielo; de quien son chispas las verdades de acá abaxo. Verdad real es el ser de cada cosa, según lo que es, y le corresponde: verdad mental es la conformidad de los actos del entendimiento con la verdad real.
Así que conviene examinar cada cosa, según realmente es en sí misma, y después comprenderla como ella es, para poder decir que se alcanza la verdad. La verdad real es una, porque es el mismo ser de las cosas; la mental es Lógica, Metafísica, &c. según es el objeto de ella, y el fin a que se endereza. Si los actos del entendimiento se conforman con el verdadero ser de los entes en común, la verdad es metafísica: si se conforman con lo justo, pertenece a la Jurisprudencia: si con lo honesto, útil y deleitable, a la Moral: y así de las demás Ciencias. La Lógica no tiene por objeto verdad alguna determinada, sino el examinar, y comprobarlas todas por medio de las nociones exactas, definiciones, divisiones, y silogismos. De aquí es, que la Lógica es transcendental, esto es, abraza todas las Artes científicas, y sirve, y aun es necesaria para todas ellas.
La falsedad solo cabe en las nociones del entendimiento, y por eso solamente es contraria de la verdad mental. Aún en esto conviene distinguir la verdad de la veracidad. Esta es la conformidad de la locución con los pensamientos, y es una gran virtud, de que se trata en la Filosofía Moral: aquella es la conformidad de los pensamientos con las cosas: y es visto que la una puede estar sin la otra de esta manera. Si alguno alcanza la verdad de una cosa, y la dice contra lo que siente, tiene verdad mental, mas no veracidad: si está equivocado creyendo ser verdad lo que piensa, y lo dice como lo siente, tiene veracidad, y no verdad.
En el trato común se explica todo con el nombre de verdad; mas conviene mucho separar estas cosas, porque el que falta a la veracidad voluntariamente, es hombre falso y engañador; el que siendo veraz equivoca las cosas, no es falso ni mentiroso, sino fácil crédulo y poseído del error. Estas cosas son tan claras, que no necesitan de más explicación. Lo que más hace a nuestro asunto, es entender el modo como hemos de portarnos, para que nuestras nociones sean siempre verdaderas. Dos máximas ha de guardar el que quiere conseguirlo. La una es: no dar asenso, o disenso a ninguna proposición, de quien no veamos claramente la conformidad que tiene con las cosas en que consiste la verdad real. Esta regla pertenece al juicio, y no es posible dar un paso seguro en las Ciencias, ni en el trato civil sin observarla. En los capítulos siguientes explicaremos esto con más extensión. La otra máxima es: no asentir, o disentir a las proposiciones por los afectos del ánimo que las acompañan, sino por la mera correspondencia entre la verdad mental y real. El hombre en este mundo, ni estará jamás sin errores, ni sin defectos, porque su naturaleza corrompida le arrastra, y si Dios no nos asistiera, no seríamos otra cosa que depósitos de vicios y falsedades; pero aseguro, que si usamos debidamente de nuestra libertad, observando en nuestra conducta las dos máximas propuestas, ciertamente nos veremos libres de muchos errores y engaños.

43 El modo que ha de tener el hombre para conformar sus pensamientos con las cosas, le hemos manifestado tratando del juicio y de las ideas. Aquí solo propondré cómo concurre la Lógica a la averiguación de la verdad. Para entender la naturaleza y sus obras conviene observar con la recta aplicación de los sentidos las cosas singulares, sus atributos, propiedades, leyes de movimiento, generación, corrupción, mutaciones, periodos, edades, relaciones, modos de obrar y de nacer; esto es, como son causas y efectos, como se juntan unas con otras, y se separan para componer varios todos físicos, &c. En el examen de las cosas inmateriales importa notar los principios de luz natural, las consecuencias que nacen de ellos, las reflexiones mentales, que acompañándolos las ilustran, y el orden, conexión y enlace, que entre sí tienen para sacar de verdad en verdad la manifestación de lo oculto. En ambas clases es preciso reducir a nociones universales los predicados comunes en que se convienen las cosas, y separar los atributos especiales con que se diferencian, formando géneros, especies y diferencias de los que son esenciales, y notando las afecciones que pertenecen a las propiedades y accidentes. Con estas prevenciones se podrán las cosas definir y dividir sin equivocarlas, y se harán, según convenga, inducciones, ejemplos, y silogismos, con que por proposiciones universales y particulares se llegue a descubrir si las cosas están bien, o mal averiguadas, y si están en las clases que les corresponde. Dedúcese de esto, que son dos las maneras de verdades generales: unas consisten en los principios derivados de la observación por los sentidos, y de la recta razón: otras se deducen por legítimas consecuencias de los dichos principios. Las primeras se pueden llamar verdades primitivas, fundamentales, principios de bien juzgar: las otras son secundarias, esto es, nacen de las primeras; y ambas son máximas constantes para proceder con acierto al descubrimiento de otras verdades. Las verdades fundamentales las produce el entendimiento, poniendo en obra su potencia de juzgar: las demás las va descubriendo con el estudio de las Artes y Ciencias. Fácil es reparar, que todas las Artes tienen sus reglas fijas, que les sirven de principios para gobernarse, y debe ser el principal cuidado de los que quieren saber con fundamento el instruirse en las máximas primitivas y originales de cada profesión, como que las verdades que a cada una pertenecen no han de ser sueltas, sino encadenadas con los primeros principios. Este enlace es el que hace la Lógica, procediendo de proposición en proposición, y enlazando con consecuencias seguidas las últimas verdades con las primeras. Es superficial, y poco estable lo que se sabe en cada Arte, profesión, y facultad, si no se entienden bien los principios y fundamentos de ella, porque es vago, e incierto lo que se establece sin verdaderos fundamentos: así que yerran y hacen errar a otros los que con una mala Lógica, aunque sea moderna, con algunas noticias sueltas, sin principios de las Artes, hablan de todo y deciden como si fuesen legítimos poseedores de las Ciencias.

Capítulo XII. Del Raciocinio.

Capítulo XII.

Del Raciocinio.

30 Entre las nociones compuestas la más principal, y a que se enderezan todas las otras es el raciocinio, acto del ingenio y potencia combinatoria, pues en él se juntan muchas proposiciones para formar una con el fin de descubrir las cosas. Ejecútase el raciocinio por inducción, ejemplo, entymema, silogismo. Llámase inducción la manifestación de un universal por la enumeración de todos los particulares. Este cisne es blanco, también lo es este, y así de los demás: luego todo cisne es blanco. Decía Horacio: el que no ha gobernado la nave se abstiene de hacerlo: el que no es Médico no se atreve a dar medicinas, &c. luego los que no son peritos en las cosas no las han de gobernar (c).

(c) Navem agere ignarus navis timet; abrotonum aegro Non audet, nisi qui didicit, dare. Quod medicorum est, Promittunt medici. Tractant fabrilia fabri. Horat. Epist. Lib.2.epist.I.vers.114.
Son innumerables los errores que se cometen en las Ciencias, especialmente en la Física, por el mal uso de las inducciones; pues sin hacer bien la enumeración de los particulares, se sientan máximas universales, que solo son ciertas cuando estas incluyen a aquellos sin faltar ninguno. Un Médico
da una medicina para quitar una enfermedad, la repite otra vez, y logra la curación. Forma por inducción una máxima general falsísima, creyendo que la tal medicina es remedio cierto para semejante dolencia. Así continuando en hacerla común, queda muchas veces burlado. En el trato civil sucede lo mismo. Ven a uno que un día entra en una casa, y lo repite otro día, y sin más examen pronuncian: Fulano va todos los días a tal casa, u hace tal cosa &c. Es menester mucha reserva, gran exactitud, suma diligencia para no engañarse con las inducciones. Esto consiste en que en este raciocinio procede el entendimiento de las partes al todo; y así como para formar el género de las definiciones es necesario saber todos los particulares, que debajo de él se comprehenden, del mismo modo es preciso para hacer una buena inducción: y es de notar, que esta suerte de argumento, si se hace debidamente en las cosas físicas, es de suma importancia para las nociones lógicas universales. Bacon de Verulamio trató de la necesidad y utilidad de las inducciones para la Física en el capítulo segundo del libro quinto De augmentis scientiarum, y lo repitió en los aforismos trece y catorce del primer libro de su Novum organum, alabando en ambas partes la inducción, y vituperando los silogismos; mas siendo cierto, que no hay inducción ninguna que no se pueda reducir a silogismo, se echa de ver que a este insigne Escritor le hizo falta aquí, como en otras muchas cosas, la seria lectura de Aristóteles.

31 El ejemplo que en las Escuelas llaman paridad, es un raciocinio con que descubrimos una cosa por la similitud de otra: Una piedra, un bronce, con el continuo ludir se amolda y se suaviza: luego un muchacho, por duro y áspero que sea, con la educación y la cultura se amansa y endulza. Este modo de raciocinar es muy expuesto al error, porque con dificultad se encontrarán dos cosas tan del todo semejantes que no se diferencien en algo; por eso en rigor lógico esta suerte de prueba debe examinarse mucho, porque engaña con las apariencias con que dos cosas se semejan, siendo en lo interior distintísimas. Toda la prueba, y convencimiento de las historias se se funda en el ejemplo, pudiendo en nuestros tiempos suceder lo que en los pasados. Así que para usar de este raciocinio con acierto conviene comparar las cosas, mirar en qué se parecen, y en qué disienten, ver los efectos que resultaron, y se pueden esperar de aquello en que se conforman, y no omitir circunstancia ninguna de las que pueden hacer del todo semejantes, o solo en algo parecidos los casos. Por faltar este examen Lógico a los Casuistas, que no usan por lo común de otra prueba que del ejemplo, cometen tantas faltas en la enseñanza de la Moral. Lo mismo sucede a los Políticos, puesto que no hay dos casos del todo semejantes en los sucesos humanos. Lo que conviene, así en la Moral como en la Política, es instruirse bien en las máximas fundamentales de estas Ciencias, y procurar aplicarlas con acierto a los casos particulares, y los ejemplos mirarlos como hechos que ayudan a hacer con firmeza semejante aplicación. Todavía debe aclararse más este importante asunto. Todos los entes tienen predicados comunes y singulares. En los comunes se parecen, y se diferencian en los otros. Cuando en lo físico examinamos las cosas, y vemos en ellas los atributos comunes, las colocamos bajo una clase; y este conocimiento, si se hace con exactitud, nos asegura del ser y propiedades de los entes, y sirve la inteligencia de unos para los demás que gozan iguales atributos. La singularidad que hay en cada cosa no es transcendental a otras, y por eso de los meramente singulares no puede haber ciencia, sino solo observación, esto es, conocimiento que dimana de determinada aplicación de los sentidos. Así que para que la Física y la Historia sean útiles, y den reglas seguras, es menester en su estudio ver atentamente las cosas, notar los atributos comunes y propios de cada una, examinar el origen, progresos y términos que tienen, advertir sus operaciones, sus resultas, sus movimientos, &c. Y cuando dos cosas, aunque en sí mismas singulares, se convienen en todo lo que hemos propuesto, se podrá juzgar de una por la similitud de la otra, y se podrá decir que se gobierna entonces el entendimiento por un conocimiento seguro. Por faltar en los que se llaman Físicos experimentales muchas de estas advertencias, se quejaba el P. Mallebranche del poco mérito de los que suelen hacer, como dicen ellos, experiencias (a). Cuando el hombre averigua así las cosas se vale de las inducciones para colocarlas en las clases generales, y así se dan la mano las nociones del entendimiento, y se ayudan mutuamente cuando se gobiernan con buen orden. Haré esto más patente con ejemplos. En lo físico se observa, que un árbol echa su flor con la venida del Sol, y se le caen las hojas con la ausencia: esto mismo se ve en los demás constantemente, y de estos ejemplos por inducción se concluye, que el Sol influye en la generación y corrupción de los árboles. Se ve, no una vez sola, sino innumerables, que la Luna y los demás Planetas, además de nacer, y ponerse todos los días, caminan por sí de Poniente a Levante, guardando cada uno ciertas reglas: y de la repetición de veces que esto se observa, como que cada vez que se ve es un ejemplo, se concluye que los Planetas ejercitan dos movimientos, uno común de Levante a Poniente, y otro propio de Poniente a Levante. Así decía bien Manilio, que el ejemplo mostró el camino a los hombres para formar las reglas fijas de la Astronomía (b). En lo Moral se ve que Ticio tiene inclinación a la superioridad, también la tienen Ariston, y Eudoxo, y así los demás. Conclúyese de estos ejemplos, que este apetito es general en la naturaleza del hombre. En lo Médico se observa, que el dolor de costado, que uno padeció, traía consigo cinco cosas; es a saber, calentura fuerte, tos, dificultad de respirar, pulso duro, y dolor punzante en algún lado: esto mismo se vio en otro, y constantemente en todos los que fueron molestados de esta dolencia. Conclúyese de estos ejemplos por la inducción, la máxima experimental, que todo dolor de costado ha de llevar precisamente estos males consigo. Si los Médicos observan atentamente, verán que de cada una de las enfermedades podrán formar máximas generales para su conocimiento tan ciertas como esta, puesto que todas tienen caracteres propios tan fijos como el dolor de costado tiene los suyos.

(a) Recherch. de la verit. liv. 2. p. 2. chap. 8. tom. I, pág. 447.
(b) Per varios usus artem experientia fecit, Exemplo monstrante viam. Manil. Astronom. lib. I. v.58. y sig.

Caminando por estas reglas lógicas, y gobernando los antiguos sus nociones por ellas, nos han dejado sentados los principios fundamentales de todas las Artes y Ciencias; pues no son otra cosa que nociones comunes y universales sacadas de ejemplos particulares, y juntas por la inducción para formar máximas adaptables a los singulares de donde proceden.

32 Enthimema es un raciocinio corto de dos solas proposiciones expresas (aunque es fácil reducirlo a tres), entre las cuales la una es antecedente, y la otra se sigue de ella, como el Sol ha salido: luego es de día. Esto es lo que comúnmente se enseña del entimema; bien que otras significaciones le dieron los antiguos, que pueden verse en Facciolato, Escritor pulido y sólido que trató de propósito este asunto (a).


33 Dilema es un raciocinio que en su antecedente tiene dos partes, y con cada una puede incomodar al contrario. Cuenta Aulo Gellio (b), que un joven rico, llamado Evathlo, queriendo tomar lecciones de orar con
Protagoras, le ofreció mucho dinero, y le dio la mitad de lo tratado al empezar la enseñanza, ofreciendo pagar lo restante el día que llegase a defender una causa ante los Jueces, y la ganase. Mas retardando Evathlo la ejecución, Protágoras le movió un pleyto, y habló en su favor a los Jueces con este dilema: “Ya sea que te den, Evathlo, sentencia en favor, ya en contra, me has de pagar la deuda: porque si pierdes el pleyto, la pagarás por la sentencia: si lo ganas, la pagarás por lo tratado; pues has ofrecido pagarme el día que defiendas un pleito y le ganes."
Replicó Evathlo: “Ya, gane yo el pleyto, o le pierda, no he de pagarte: porque si tengo sentencia en favor, quedo exento: si la tengo en contra, no se ha cumplido el pacto de pagarte cuando ganase el pleito." A esta especie de reconvenciones llaman los Griegos Antistrephon, los Latinos reciprocum argumentum: en las Escuelas lo usan mucho, no sólo en los dilemas, sino en otras maneras de raciocinios, y los llaman retortiones del verbo retorqueo.
(a) Facciolat. Acroas. I. p. I. y sig.
(b) Gell. Lib.5.cap.10. Pág. 170.

Engañan mucho esta suerte de argumentos, porque entre los dos extremos del dilema suele haber medios, y tal vez faltan más extremos, o de los señalados no salen en todo rigor las consecuencias que se proponen. Mas pudiéndose reducir los propuestos raciocinios a silogismos, que son la más universal manera de raciocinar, puesto que debajo de sí contienen toda suerte de argumentos, se hará lo dicho más patente con lo que vamos a explicar.

34 silogismo es: "una noción mental compuesta de tres proposiciones juntas, de modo que sentadas las dos primeras, la otra aunque contiene cosa distinta se sigue de ellas por necesidad: “Todo viviente es sensitivo: todo hombre es viviente: luego todo hombre es sensitivo. La primera proposición se llama mayor, la segunda menor, y ambas premisas, la tercera consiguiente o conclusión; y la consecuencia que denota la noción con que el entendimiento conoce el enlace y conexión necesaria del consiguiente con las premisas, se significa con la partícula luego. En todo silogismo ha de haber tres términos y no más: es a saber, el extremo menor, que es el sujeto del consiguiente: el extremo mayor, que es el predicado, y el medio, que es por donde se juntan los otros, y este nunca entra en la conclusión; y entre las premisas en rigor es la mayor la que contiene el mayor extremo, aunque en el orden de la colocación esté primero la otra. La vida es un bien: todo bien es apetecible: luego la vida es apetecible. Aquí la mayor es la segunda proposición, porque contiene el mayor extremo, y fácilmente se puede mudar la colocación en esta forma: Todo bien es apetecible: la vida es un bien: luego la vida es apetecible. No siempre se guarda este orden en las disputas de las Escuelas, pero conviene que se entienda para conocer el artificio lógico de los silogismos.

35 Toda la fuerza de los raciocinios silogísticos se toma de dos fuentes: la una es, el decirse o negarse una cosa de todos (en las Escuelas tomándolo de Aristóteles, dici de omni, dici de nullo): la otra, que siendo dos cosas una misma con un tercero, es preciso que sean unas mismas entre sí, y al contrario (Quae sunt eadem uni tertio sunt eadem inter se & vice versa). Como el entendimiento con buena lógica forma el todo universal de que hemos hablado antes, cuando quiere averiguar si una cosa le conviene o no a otra, procura ver si está contenida en la razón general, de modo que el sujeto que hace el menor extremo esté contenido en el extremo mayor, que es el predicado; y así se convence concluyendo, que la cosa es como en el consiguiente del silogismo se propone. Todo hombre es corruptible: Ticio es hombre : luego Ticio es corruptible. Aquí lo corruptible hace un todo lógico, y se prueba que en él se incluye Ticio, porque se ha probado que es hombre y todo hombre es corruptible. La otra fuente de la fuerza de los silogismos se descubre en los de predicado singular: Eudoxo es ingenioso : este hombre es Eudoxo : luego este hombre es ingenioso. Aquí se convence lo ingenioso en este determinado hombre, porque los dos están juntos en un tercero, que es Eudoxo. Tito Livio no es Cicerón: este hombre es Tito Livio: luego este hombre no es Cicerón. Los dos extremos de este determinado hombre y Cicerón no se pueden juntar, porque no se pueden unir con Tito Livio, que es el medio. A la verdad este principio de la fuerza de los silogismos también se extiende al otro que hemos explicado; pero para mayor inteligencia de estas cosas conviene tener presentes los dos.


36 Para el buen manejo de los silogismos ha inventado el Arte las figuras, y los modos. Llámase figura la debida conexión y atadura del medio con los dos extremos. Modo es la proporcionada y recta colocación de las proposiciones. Estas cosas se enseñan difusamente a los muchachos en las Escuelas, y es lo que en ellas se suele tratar en las Súmulas, con más fundamento. Los antiguos. por lo común fueron más prolijos de lo que requería este asunto: los modernos, tomando el extremo contrario, como acostumbran, lo miran todo como inútil. Los que quieren enterarse de la verdad, con todo fundamento, ni se entregarán a tanta delicadeza, como en esto gastan los Escolásticos, ni desechan como vano este artificio Aristotélico. Es cierto que la fuerza de raciocinar reside en la potencia mental combinatoria, y es el raciocinio el acto más noble de ella. Con su ejercicio descubre, averigua, junta, compone, o descompone las cosas entre sí según les corresponde. El Arte siguiendo la naturaleza ha ordenado, dispuesto, y enlazado las nociones de manera, que ha dado pulidez, claridad, orden, y facilidad admirable a la formación de los silogismos, y quien quiera que vea el artificio con que Aristóteles ha dispuesto todas estas cosas, habrá de confesar, si tiene candor, que la obra de este Filósofo es una de las mayores, y más sublimes del entendimiento humano. Dice Lock, extendiéndose (a : Lock Essai Philosoph. del ent. lib. 4. cap. 17. §. 4. y sig. pág. 559.) mucho en esto, y con él otros modernos, que es ocioso, y que no ayuda al entendimiento en el buen modo de pensar, el disponer los argumentos por silogismos, puesto que se hallan muchos que sin ellos raciocinan, y concluyen los asuntos que tratan con claridad y perfección. De aquí deducen, que el método de las Escuelas es importuno, inútil y enfadoso, asegurando que fuera mejor tratar las Ciencias con discursos seguidos, que con disputas Escolásticas. No apruebo yo todo lo que hacen las Escuelas en punto de silogizar, porque veo bien que se cometen excesos dignos de enmendarse. Tampoco alabo los Escritores pesados, que siguiendo este estilo, todo lo reducen a silogismos, porque fatigan el entendimiento, y le indisponen a poner la atención necesaria para enterarse del asunto; pero no tengo por inútil ni vano el Arte de silogizar, y el conocimiento de sus reglas, antes por el contrario en quien le pueda aprender sin gran fatiga le considero útil, y en algunas ocasiones necesario. Mucho antes que Lock y sus precursores trató esto mismo nuestro Sánchez Brocense (b : Organ. Dialect. lib. 3. tom. I. pág. 430. y sig.), y probó con admirables ejemplos de Terencio y otros Escritores de la pura latinidad, cuán agradable y convincente es ocultar el Arte, y mostrar las cosas con silogismos encubiertos, que este mismo Autor desembaraza, para que los Dialécticos los vean con sus modos y figuras. Cierto que sería en las Escuelas muy útil a la juventud, así para mayor perfección en el Latín, como para introducir el buen gusto de la Dialéctica, enseñar el Arte de silogizar del modo que lo hace este sabio y discreto Español, pues ninguno hasta aquí en esta parte lo ha hecho mejor. En los ejercicios de la Retórica del trato civil, de los Tribunales, de la política, se deben usar discursos seguidos, los cuales, aunque en sus pruebas encierran muchos silogismos, pero están encubiertos, y tanto más apreciable es el Arte de las arengas, cuanto es más oculto el artificio de los raciocinios. Mas en las Escuelas, y en los Estudios privados conviene mucho practicar los silogismos, porque con ellos se hacen patentes a un tiempo las pruebas sólidas, y los embrollos: se descubre lo sólido y concluyente, y lo superficial y falso. En la Universidad de Valencia se guarda en esto una costumbre digna de ser recibida de las demás Escuelas. El que arguye pone silogismos hasta que ha manifestado su dificultad, y hecho esto, resume todo su argumento silogístico en un discurso seguido. El que defiende hace lo mismo, porque primero responde a los silogismos según la forma Escolástica, y luego hace una recapitulación de todo el argumento, como una arenga, en la cual satisface a la dificultad que se le ha propuesto. El que esté versado en el Arte de silogizar conoce la utilidad que le resulta, cuando reduce a silogismos un asunto en que le importa averiguar si sus pruebas son conformes con los principios fundamentales del juicio; pues esto de silogismo en silogismo se viene a descubrir con perfección, y por este camino queda el entendimiento asegurado de la verdad. Convencido de esto Leibnitz usó muchas veces del método silogístico para impugnar a los Materialistas, y probar la inmortalidad del alma, para defender la verdad católica del Sacrosanto Misterio de la Trinidad, y para declarar en un Apéndice por varios silogismos los principales puntos que estableció en su discurso seguido de la Theodicea (a).

(a) Todas estas piezas dignas de leerse se hallan en el tom. I. de las obras

de Leibnitz pág. 5. 10. y 404. de la edic. de Gineb. de 1768.

Heineccio, después de haber explicado las figuras de los silogismos y sus reglas, dice: "Estas son las reglas especiales, que sin embargo de ser vilipendiadas por los que no aman la más sólida doctrina experimentan cada día ser muy útiles los que desean alcanzar la verdad. ¿Porque cómo averiguará ninguno la verdad si no raciocina? ¿y quién podrá estar seguro de que ha raciocinado bien sin saber las reglas de los buenos raciocinios? Son pues, sólidas estas cosas, como lo son otras muchas que hoy vulgarmente causan disgusto (a)”. Wolfio tiene a los silogismos ordenados, como se usan comúnmente, por útiles para las disputas, y en algunas ocasiones por necesarios (b), impugnando a los modernos que los desprecian (c), y notando a algunos de ellos de no haber entendido sus fundamentos (d). Por comprender yo también que es conveniente en las disputas Escolásticas, y en los usos privados mantener la forma silogística, propondré las reglas ciertas que hay para conocer los que están bien formados, y concluyen por su modo y figura, sin que obste lo que dicen algunos, por no cansarse en estudiar, que los mismos que disputan hacen buenos silogismos sin atender a las reglas, y que, si a cada silogismo se hubiera de poner atención a eso, serían objeto de risa las disputas; porque cuando se forma un hábito (esto no sólo en lo racional sucede, sino también en lo corpóreo) es preciso repetir los actos con advertencia a las reglas para el acierto: formado ya el hábito, se hacen las cosas sin tal advertencia, porque la facilidad que se adquiere con el uso lo suple todo (e).

37 Primera regla: El consiguiente debe estar incluido en una de las premisas, y la otra debe manifestarlo. En este silogismo: Todo hombre es mortal: Ticio es hombre: luego Ticio es mortal, el consiguiente está incluido en la universal: Todo hombre es mortal, y la proposición Ticio es hombre, sirve para hacerlo manifiesto. Esta regla es sin excepción, y la más general y segura para conocer la bondad de los silogismos. Pónela Aristóteles en sus analíticos, y los Escolásticos la explican difusamente de modo, que no hay nada más común en sus Súmulas impresas. Con todo el Autor del Arte de pensar (f) pondera la utilidad y necesidad de esta regla, y habla de ella como que la ha inventado, pues buscando una norma fija para conocer la rectitud de los silogismos sin recurrir a las reducciones de ellos, y poder fácilmente desembarazarse, la propone como que le ha venido al pensamiento (& voici ce qui en est venu dans l´esprit).

(a) Heinec. Elem. Logic, part. I. cap. 2. prop. 82. in not.

(b) Wolf. Logic. part. 2. sect. 4. cap. 4. §. 1094.

(c) Wolf. Logic. part. 2. sect. I. cap. 2. §. 560.
(d) Ibid. part. I. sect. 3. cap. I. §. 353.

(e) Esto conviene advertir para no hacer caso de lo que contra el uso silogístico pronuncia en tono de oráculo y de burla el célebre Vernei o Barbadiño. De re logica, lib. 2. cap. 7. pág. 63.

(f) Part. 3. cap. 10. pág. 308.


38 Regla segunda: De premisas verdaderas precisamente ha de salir consiguiente verdadero, de premisas falsas consiguiente falso. Esta regla consta, porque debiendo el consiguiente estar incluido en las premisas, si estas son verdaderas debe ser verdadero, y si son falsas falso: ni es otra cosa la consecuencia, sino la necesaria conexión con que el consiguiente está embebido en los antecedentes; y no pudiendo una misma proposición ser verdadera y falsa, tampoco podrá ser falso un consiguiente que está comprehendido en premisas verdaderas, y al contrario. Añádese, que dos verdades no pueden ser opuestas, porque una de ellas dejará de serlo por aquel principio de luz natural: cada cosa es, o no es; con que es preciso que lo que es verdad en los antecedentes, lo sea también en el consiguiente legítimamente deducido de ellos. Objétase contra esta regla, que por silogismos bien hechos sale un consiguiente verdadero de premisas falsas, de lo cual trae Aristóteles muchos ejemplos en el libro primero de los Analíticos. Todo animal es piedra, ningún hombre es animal, luego ningún hombre es piedra. Este consiguiente es verdadero, y se deduce de premisas falsas. Se responde, que el consiguiente es verdadero por sí, esto es, por la materia, o asunto de que se compone; mas no por la disposición y forma del silogismo, porque no está incluido en ninguna de las premisas, y así falta el argumento a la primera regla. Múdese el asunto y materia, de necesaria como es en el silogismo propuesto, en otra contingente, y con la misma coordinación no saldrá el consiguiente verdadero, como se ve en este: Todo viviente es vino, todo licor es viviente, luego todo licor es vino. En las Escuelas dicen bien, que del imposible cualquier cosa se deduce; y si se concedieran las premisas, era precisa la consecuencia. Se entenderá esto mejor considerando, que en el silogismo para alcanzar la verdad concurren dos potencias mentales, el ingenio, y el juicio. El ingenio combina las nociones, las descubre, y ordena para deducir una cosa de otra: el juicio conoce y ve si las nociones se conforman o no con las cosas. Cuando un silogismo está bien ordenado según las combinaciones del ingenio, y no es conforme su contenido a lo que requiere el juicio, entonces es una cosa puramente mental, como otras muchas de la potencia combinativa, y puede llamarse ente de razón, esto es, cosa que sólo existe en el entendimiento, según suele fabricarlas esta potencia; pero si al buen orden que el ingenio da a las nociones en el silogismo se añade la confirmación del juicio, en tal caso concluye y deja satisfecho de la verdad al entendimiento. En los dos silogismos propuestos, y otros muchos que se pueden hacer a este modo, las premisas son puramente mentales, y sólo existen en el entendimiento; con que los consiguientes si la materia es necesaria se verificarán por sí mismos; y si es contingente, saldrán tan falsos como los antecedentes. Por eso en las Escuelas se conceden, o niegan las premisas antes de llegar al consiguiente, pues siendo verdaderas, si el silogismo es bueno ha de ser verdadero el consiguiente, y si son falsas falso. Síguese de lo dicho, que no puede tener lugar en los argumentos escolásticos lo que aconseja Feyjoó, de que el respondiente, cuando no está asegurado de la verdad, o falsedad de las proposiciones del arguyente, en lugar de conceder, o negar diga, que duda, pues no está obligado a más por las leyes de la veracidad (a), porque si duda de las proposiciones que le oponen como contrarias, a su thesis, o conclusión deberá también dudar de esta, o a lo menos se entenderá que no está firme en ella, puesto que hay proposiciones que de cerca, o de lejos la destruyen, y dudando de ellas, es preciso que esté dudoso de la conexión, o inconexión que entre sí tienen, y por consiguiente lo esté también de la firmeza de lo que defiende.

(a) Feyjoó Teatr. Critic. tom. 8. disc. I. §. 6. pág, II.

39 Regla tercera: En ningún silogismo ha de haber más que tres términos, porque como se ha de afirmar, o negar la identidad de los extremos por la que tienen con el medio, si los términos son más de tres no vale la prueba, ni puede ya fundarse en el principio: las cosas que son una misma con una tercera son unas mismas entre sí. Gran cuidado se ha de poner en los silogismos de proposiciones exclusivas, de términos compuestos, y otros tales en examinar bien los extremos, y el medio, porque fácilmente son más de tres, y por eso no concluyen. Desembarazándolos conviene ver, si los términos son unos mismos, e invariables con las mismas propiedades, ampliaciones, restricciones &c. porque una variación, que no aparece a primera vista, hace defectuoso el argumento.


40 Regla cuarta: Una de las premisas a lo menos ha de ser universal; porque así se verifica, dici de omni, dici de nullo: y no haciéndolo así, con dos particulares se multiplica el medio, y salen más de tres términos. Trae esto también el inconveniente, que pudiendo ser diverso el medio, no puede hacerse la identidad del sujeto, y predicado del modo que se requiere para probarla por su unión con un tercero. Una substancia es piedra: un animal es substancia: luego un animal es piedra. En este silogismo el medio substancia significa una cosa en la mayor, que es la determinada materia, y otra en la menor, que es la determinada substancia del animal, y por esta variación no concluye. También es defectuoso el silogismo, en cuya conclusión alguno de los términos es más universal que en las premisas, puesto que de particulares no se puede colegir universal. Todo animal es sensitivo: todo animal es substancia: luego toda substancia es sensitiva. La voz substancia en la menor se toma por cosa determinada, y en la conclusión por común a todo lo que es sustancia.

41 Regla quinta: Una de las premisas a lo menos debe ser afirmativa, porque si las dos son negativas, ni unen los extremos con el medio, ni los separan por el medio, sino del medio. Hay algunos silogismos de términos infinitos, que concluyen con dos premisas, al parecer negativas; pero desentrañando las proposiciones se hallará que una de ellas equivale a afirmativa. Ningún animal es piedra: ningún hombre es cosa distinta del animal: luego ningún hombre es piedra. Bien se ve que la menor equivale a esta afirmativa: todo hombre es animal. Otras reglas, como que el medio no ha de entrar en la conclusión; que, si hay particular, o negativa en las premisas, el consiguiente debe serlo; porque como dicen los Escolásticos la conclusión sigue la parte más débil; y otras a este modo son tan llanas, que sin estudio, con un poco de advertencia las conoce cualquiera. Siendo, pues, tan primoroso el artificio de los silogismos, no hay que extrañar, que en tantos y tan diversos como se proponen en las funciones públicas de las Escuelas, haya muchos defectuosos, que no siendo fácil desenvolverlos con el calor de la disputa, sean motivo de embrollos y dificultades, que ofuscan la verdad. Todas estas reglas propuestas y explicadas con admirables ejemplos y advertencias por Aristóteles en el libro primero de los Analíticos las comprendieron prácticamente los Escolásticos en la formación de los silogismos por las voces inventadas de estos versos:

Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton.

Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesomorum.

Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti.

Felapton, Disamis, Datisi, Bocardo, Ferison.

Aunque las palabras son bárbaras, pero son a propósito para el fin a que se enderezan. Cada una de ellas significa un modo de silogismo concluyente, y cada letra vocal una proposición, de manera, que la A denota universal afirmativa, la E universal negativa, la I particular afirmante, la O particular negante. Por ejemplo, en Barbara las tres proposiciones corresponden a la A: con que el silogismo ha de constar de tres universales afirmativas. Todo animal es viviente, todo hombre es animal, luego todo hombre es viviente.
En Celarent ha de ser la mayor universal negativa por la E, la menor universal afirmativa por la A, y la conclusión universal negativa. Ninguna planta es animal, todo árbol es planta, luego ningún árbol es animal. A este modo se forman fácilmente en las demás palabras, y en todas concluyen, porque en todas se encierran las reglas que pertenecen al modo de formar los silogismos.

sábado, 21 de agosto de 2021

Capítulo XI. De las Voces.

Capítulo XI.

De las Voces.

26 Como el hombre no es hecho para vivir solo, sino en sociedad, ha recibido del Autor de la Naturaleza el habla, con la cual se comunican sus pensamientos los que viven juntos. El habla incluye sonido, hecho con el aire que choca en la caña de los pulmones, y se llama voz, y articulación, que es lo que la lengua con sus varios movimientos, tocando el paladar y los dientes, añade al sonido, formando primero letras, después sílabas y últimamente vocablos. Cuan grande haya sido la industria de los antiguos, que fijaron las letras, las unieron para formar ciertas sílabas, y determinaron los vocablos a significar ciertas nociones mentales, de modo que profiriendo un hombre un vocablo se excitase en el que lo oía la misma noción y pensamiento que intentaba manifestar el que hablaba, se deja a la consideración de los que meditando en lo interior de las cosas, alcanzan el valor de ellas. Los demás, como se lo hallan hecho, y no conocen las dificultades que se ofrecieron en la invención, lo miran con indiferencia, y sin el aprecio que merecen descubrimientos tan útiles al género humano. Siendo pues, el fin de la locución el manifestar con las señales exteriores de las voces (así se llaman también las que son articuladas) lo interior de los pensamientos, al modo que debe cuidar cualquiera pensar bien, con orden, con distinción, y sin obscuridad ni confusión en sus nociones, ha de hacer lo mismo en el hablar, procurando usar de vocablos fijos y seguros para manifestar lo que piensa, puesto que el habla no se le ha dado para sí, sino para usarla con los demás; y no es posible que los otros hombres entiendan nuestros pensamientos, si no los explicamos con palabras claras, distintas, y expresivas de las nociones que intentamos descubrir. Siendo este el fin general que los hombres tienen en la locución, si fuera posible, no debiera haber en el Mundo más que una lengua; pues así se cumpliría por todo el género humano el destino de su naturaleza: mas habiéndose separado los hombres y formado varios imperios, y con ellos varias lenguas, ha sido preciso que cada nación estableciese ciertos sonidos articulados, que a su arbitrio significasen las cosas, y sirviesen para entenderse mutuamente los que era preciso que viviesen juntos. De aquí han tomado principio las lenguas provinciales, esto es los idiomas que cada región ha hecho propios, y contienen vocablos que son comunes entre los individuos de una determinada Provincia. Aunque la lengua universal no existe, con todo están en su vigor los fundamentos lógicos de su institución, y estos han de ser transcendentales a todas las lenguas particulares de las Provincias, puesto que todo el Mundo debe gobernarse por la suprema razón, que en esto se descubre por la buena Lógica. Así como la razón recta es la norma de la lengua universal, el arbitrio y uso común que de ella dimana es el maestro y guía de las lenguas particulares; porque si los de una nación están voluntariamente convenidos por un uso continuo a significar una cosa con una voz, los de otra nación lo significan con otra, y en todas esto es arbitrario y hecho por un tácito o expreso convenio de entenderse entre sí con determinadas palabras. La incumbencia de aclarar, purificar, explicar, corregir y, por decirlo de una vez, de mantener y perficionar las lenguas particulares, es de los Gramáticos, cuyo oficio es conocer y explicar el uso común de cada lengua: a la Lógica le pertenece dar reglas sobre la lengua universal, a la cual deben estar subordinadas las particulares. La simplicidad de la naturaleza en las cosas necesarias al género humano hace, que una sola regla sea bastante para entender lo que prescribe la razón sobre la lengua universal, y consiste en usar siempre de vocablos expresivos, que clara y distintamente descubran las nociones mentales que queremos significar. Si los hombres guardasen debidamente esta regla, se evitarían innumerables errores y disputas, que se originan de su inobservancia. Para reducirla a la práctica con acierto, conviene advertir, que la extensión de esta regla general se puede reducir a dos clases de lenguas: a la una pertenecen las lenguas particulares: a la otra el lenguaje de los sabios en el estudio de las Artes y Ciencias. Es fuera del intento de la Lógica tratar por menor de lo que hay que observar en estas lenguas, y pienso hacerlo en otra Obra, donde tiene esto su propio lugar: aquí iré descubriendo solamente los fundamentos tomados de la lengua universal, que han de aplicarse precisamente a qualesquiera lenguas particulares: y siendo los defectos que han de evitarse los que más hacen conocer el verdadero camino que se ha de seguir para el acierto, los iré insinuando con brevedad, dejando para otro tiempo y lugar el tratarlo con extensión.

27 Faltan a la lengua universal, y por consiguiente a la buena Lógica, los que sin motivo introducen en las lenguas provinciales vocablos de otras lenguas; pues fuera de que no cumplen con el fin de la locución, puesto que los demás no están enterados como ellos de lo que significan, corrompen una de las cosas más preciosas de cada nación, y debieran considerar, que el que entrega su lengua entrega sus pensamientos, y el que domina sobre el idioma, llega también a dominar sobre los entendimientos de los que le usan. Entre los Romanos, que fueron los Maestros de la policía se tuvo gran cuidado en esto para no dejarse dominar de las demás Naciones; y es harto común la noticia, que Tiberio César pidió licencia al Senado para usar de la voz nueva Monopolium (a): tanta era la atención con que mantenían su lenguaje, como que lo consideraban preciso para mantener su autoridad (b). He dicho sin motivo, porque cuando le hay es preciso introducir nuevas voces, y entonces ha de hacerse esto con moderación, y mostrando qué noción es la que se quiere manifestar con la voz nueva. Los preceptos que sobre esto da Horacio en su Arte Poética (c) son admirables. Si una cosa es nueva para las gentes, también lo es la imagen que de ella se forma en la fantasía, y debe serlo la voz con que esta se ha de manifestar. Si la formación de la voz nueva se puede derivar de voces ya conocidas y usadas, será más fácil su inteligencia.

(a) Sueton. In Tiber. cap. 71. tom. I. pág. 596. edic. de Amsterd. de 1736.
(b) Sobre esto es digno de leerse D. Bernardo Alderete en sus Orígenes de la Lengua Castellana, l.I.c.9.y sig.
(C) Desde el verso 46. hasta el 72.

Las voces anticuadas no han de usarse, porque por no valerse de ellas, ya nadie las entiende, y se faltaría a la perspicuidad; mas no se ha de extender esto a las antiguas, de las cuales queda el uso en los mejores Escritores que andan en manos de todos. Por eso las voces que usó SANTA TERESA DE JESÚS, a quien ninguno ha excedido en la perfección de la lengua Española, las que usó Fr. LUIS DE GRANADA, CERVANTES, SAAVEDRA y otros pocos Maestros de nuestro idioma, por antiguas no deben desecharse, antes por el contrario deben retenerse como las más expresivas. La diferencia que hay entre las voces antiguas y anticuadas la hemos puesto en otra parte. Faltan también a la regla universal de bien hablar los que quieren enseñar una lengua desconocida con las mismas palabras de ella, que son las que se van a aprender; porque si todavía se ignora su significado, es explicar una cosa obscura por otra que lo es tanto. Es de admirar que este estilo tan ajeno de la buena razón se mantenga en las Escuelas de Gramática, haciendo que los niños aprendan la lengua Latina con preceptos dados en la misma lengua. Este abuso le impugnó con evidentes pruebas el BROCENSE (a: Franc. Sanch. Brocens. Arte para saber Latín, Oper. tom. I. página 229. edición de Ginebra de 1766.), y de él tomaron el ejemplo los Franceses, Autores de la Gramática de Puerto-Real, para evitarle. Todavía es más intolerable abuso que este el de introducir en el idioma común voces puramente latinas, dándoles distinta significación de la que en si tienen, como si usásemos de la voz invertir, que significa trastornar, trastrocar, queriendo que significase lo contrario, que es aplicar y convertir las cosas a sus fines. También pecan contra la lengua universal los que usan de metáforas sin medida. La noción significada con la voz metafórica siempre es algo distinta de la que corresponde a la realidad de lo que se quiere manifestar, porque la traslación que hace la metáfora por la semejanza, muestra que no es lo mismo lo que ella significa, que lo que se intenta descubrir. Síguese de esto que para explicar con claridad y distinción las nociones mentales, se han de evitar las metáforas, y en su lugar se han de usar las voces, que con propiedad directamente muestran lo que se quiere significar; y solo en falta de estas tienen lugar las metáforas, de las cuales aun en ese caso nos debemos valer con mucha precaución, usando con preferencia de las que tengan algún uso. Los que las usan a menudo, dan a entender que quieren ganar a los oyentes, no enseñarles: los que se satisfacen de ellas, muestran que su entendimiento todo es oídos y imaginación; pues estas dos cosas se llenan con la multitud de símiles metafóricos. Esto mismo que hemos dicho, nos lleva al conocimiento de que debemos usar de metáforas en la manifestación de cosas horrendas y feas, que excitan el ánimo a horror y desabrimiento. Ya hemos mostrado, que junto con nuestras nociones mentales andan siempre inseparables los afectos del ánimo. Las cosas deshonestas, sucias y asquerosas, y todas las que oyéndose ofenden los oídos, y desazonan por lo que tienen de feo y de inhonesto, si se explican con sus términos propios se entienden bien, pero irritan y conmueven mucho; porque junto con la noción que los vocablos representan, se excita en el ánimo el disgusto y aversión molesta, con que se miran tales cosas: por donde es mejor entonces valerse de voces metafóricas, que con rodeos e imágenes más agradables hagan entender lo que se quiere decir, sin agitación ni molestia del que oye. Así que no es aceptable la máxima de algunos, que teniendo a las voces por meros sonidos, incapaces de suyo de ser buenos ni malos, dicen que todos los vocablos de cosas obscenas se pueden permitir en el trato y en los libros.

28 En el lenguaje de las Ciencias se han de guardar todas las reglas que hemos puesto para las lenguas comunes en cuanto conducen a la perspicuidad, y a declarar con las voces las nociones mentales, de modo que se evite toda confusión. Para señalar sus defectos conviene distinguir los vocablos que cada Autor ha querido introducir como suyos propios, y los que son recibidos por el común de los que profesan las Artes. PARACELSO, hombre fantástico, introdujo vocablos no solo desusados, sino incomprehensibles (a).
(a) Ens pagoicum, cagastricum, relolleum, cherionium, trarames, &c. Véase Sennert. de Consens, & Dissens. Chymicor. cum Galenic. cap. 5. tom. I. pagin. 192. edición de Leon de 1656.

Siguió su ejemplo Helmoncio, Escritor extravagante. Caramuel al fin de sus días publicó una Obra intitulada Subtilissimus, que es una nueva Dialéctica Metafísica, en la que pretende aclarar las cosas obscuras de los Metafísicos y Teólogos con nuevos vocablos y participios, como amaveruns, amaveruntis: amaveratus, ti: amavissens, entis: amavissetus, ti, y otros este modo.
Quien conozca a este Escritor vera que el Autor del Anti-Caramuel tiene razón en decir, que Caramuel tuvo ocho grados de ingenio, cinco de eloqüencia, dos de juicio (a: Véase Baillet Fugem. Tom. 2. pág, 579.). Fácil es conocer los términos inventados por Autores para sus usos particulares, los cuales se deben desechar, como que sirven para ellos solos; y su conducta se debe enteramente evitar por opuesta a la buena Lógica.
Cuando las voces son aceptadas del común de los Profesores de las Artes, unas son de retener, otras no. Hace una especie de Pueblo literario el común de los Estudiosos, y tiene su uso formado en ciertos vocablos, los cuales aunque sean bárbaros, son de retener siempre que sean introducidos para la necesaria declaración de los conceptos mentales. Así que en la Filosofía de las Escuelas conviene mantener muchos vocablos particulares, sin los cuales no entenderíamos algunos Escritores de los siglos medios. Sujeto, predicado, cópula, predicables, predicamentos, universales, particulares, singulares: categoremático, que es lo que por si solo significa una cosa: sincategoremático, que solo significa junto con otro, como todo, alguno, &c: categórico que declara la cosa determinada: vago, que significa la incierta, como esencia, verdad, orden &c: sinónimo, que declara la cosa que bajo un mismo concepto conviene a muchos, como hombre a Pedro, Francisco, &c: homónimo, que bajo una significación comprehende cosas diversas como hombre, aplicado al pintado y al vivo: análogo, el que manifiesta muchas cosas con alguna variación, como cabeza, que se atribuye a los animales y a los montes: sanidad, que se aplica al hombre y a la medicina, &c: finito, que significa cosa determinada: infinito, que expresa la cosa sin determinación, y se hace poniendo la partícula negativa non antes del nombre. Estos, y otros muchos vocablos de este género no se pueden ya escusar en el estudio de la Dialéctica, como algunos modernos lo conocen, en especial WOLFIO (a), contra el dictamen de otros, que sin distinción, solo por ser de las Escuelas, los desechan y satirizan sin fundamento.
NOLTENIO (b) ha puesto muy buenas reglas en defensa de los vocablos filosóficos antiguos, y de otras profesiones. Yo quisiera que alguno bien instruido compusiese un Diccionario Filosófico medii aevi, donde al modo del Glosario de Ducange se explicasen todas las voces que se han usado y se mantienen en la Filosofía Escolástica; pues que así se conservaría la memoria de un ramo considerable de la Historia Literaria, y veríamos las que se deben mantener y se pueden desechar.

29 Al paso que es preciso mantener algunos términos de las Escuelas, es del caso también suprimir otros. Materialiter y formaliter se pueden dexar, porque además de dárseles varias y difíciles significaciones, son falsos los significados en su origen, pues se toman de la materia y forma en el modo que de ellas hablan los Escolásticos, sobre lo cual apenas han dicho cosa sólida. Los que no son necesarios, y por otro lado son de una barbarie horrible, deben olvidarse del todo, como hecceitas, petreitas, signatè, exercitè, ut quo, ut quod, specificativè, reduplicativè, y otros a este modo. Los que pueden explicarse con voces propias sin mudar el sentido es del caso exterminarlos como à parte rei, distincion formal ex natura rei, &c. Aunque en las lenguas muertas, como es la Latina, no hay licencia de añadir ni mudar vocablos, porque estamos precisados a entenderlos en la significación que les dieron los que usaron de ellas, si queremos alcanzar sus pensamientos; con todo en la Teología y cosas Eclesiásticas deben mantenerse las voces que la Iglesia ha adaptado, aunque no sean puramente latinas, porque lo contrario sería no entender lo que la Iglesia nos propone, siendo así que por mantener la doctrina y disciplina de las mayores ha tenido por preciso conservar los mismos vocablos con que ellos la enseñaron.

(a) Logic. Discurs. prael. §. 147.p.51.
(b) Noltenio Lex. antib. p. 656. y sig.


Así que es nimiedad reprehensible de algunos preciados Gramáticos mudar las voces Angelus en Genius: Eucharistia en sanctissimum frustulum: Spiritus sanctus en aura Zephyri coelestis: Deum immortalem en Deos immortales: Ecclesia en respublica sacra: Apostolos en duodecim viros: Sacramenta en sacra symbola: Excommunicatio en dira proscriptio, &c.
Erasmo en el Diálogo que intitula Ciceronianus satiriza muy bien a estos afectados imitadores de Cicerón; y Noltenio, sin embargo de ser su instituto desterrar las voces bárbaras del idioma Latino, hablando de esto después de haber vituperado esta nimiedad, dice: Retineamus vocabula illa sacra, neque cum profanis illis, nihilque sacri habentibus, gentium à Dei vera cognitione alienarum sacris misceamus & confundamus (a)
Es digno de leerse contra estos Gramáticos Marco Antonio Mureto, que los convence de estultos e impíos por afectación de latinidad, sin embargo de haber sido uno de los mayores promovedores de la pureza del Latín, y haberle hablado con perfección (b). Jacobo Perizonio dice con poca reflexión, que los Teólogos del Concilio de Trento con política no quisieron admitir a los Gramáticos para interpretar las Sagradas Escrituras, porque conocían que estos las habían de explicar de diversa manera de la que ellos querían, puesto que no deseaban alcanzar el verdadero sentido de las palabras, sino el que se acomodaba a sus doctrinas (c).

A Theophrasto, sin embargo de haber merecido por su eloqüencia que le llamasen la Musa ática, le dijo en público una Verdulera, que no sabía hablar. Los Padres del Concilio no se juntaron para cosas gramaticales, sino para establecer y definir la doctrina de la Iglesia. Esta doctrina está en las Santas Escrituras, y en las Tradiciones Apostólicas que han conservado los antiguos Padres. Siguiendo estos caminos segurísimos rechazaron los errores, y dejaron sentada la verdad con los mismos vocablos con que la Iglesia desde su origen los proponía a los Fieles. Para dar esta doctrina nunca se consultaron Gramáticos que la puliesen

(a) Nolt. Lexic. antibarb. Pag, 419. edic. de Lipsia 1744.

(b) Muret. Var. Lec. lib. 15. cap. I. pág. 379. tom. 3. edición de Verona de 1728.

(c) Periz. en la prefac. á la Minerva de Sánchez de la edición de Amsterdam de 1733.


con sus vocablos y nimiedades, pues los Escritores Sagrados primero, y después los Padres la propusieron con las voces más sencillas y acomodadas a la inteligencia de los Fieles. Pusieron el cuidado en decir las cosas con magestad, simplicidad, y energía; mas no hicieron caso ninguno de los primores de los Gramáticos; y siendo así que una doctrina necesaria para la salvación de las gentes, no debía quedar expuesta a la libre inteligencia de las voces, puso Dios por fiel intérprete de las Sagradas Letras a su Iglesia, que siendo columna y firmamento de la verdad, no puede errar en el sentido que deben tener, y en la significación que se les debe dar. Así que el Pueblo Christiano en esta parte tiene un uso fijo e invariable de la lengua Eclesiástica, al cual en buena Lógica debe estar sujeto, y ni Perizonio, ni todos los Gramáticos del Mundo pueden alterar sin ofender las reglas que la buena razón dicta sobre el uso de las lenguas. Debiera Perizonio y, otros tales considerar, que una cosa son los Dogmas de Fe, y otra las explicaciones de ellos. Los primeros son inmutables, invariables, y tan fijos, que nada se puede añadir, ni quitar, comprehendidos enteramente en las Sagradas Escrituras y en las Tradiciones Apostólicas. Las explicaciones de los Dogmas varían según los entendimientos los comprehenden. Estas son muy inciertas y mudables cuando cada uno quiere hacerlas, y así han nacido innumerables errores. La Iglesia, a quien incumbe sostener la pureza de la doctrina Dogmática, pone método a las explicaciones; y siendo preciso para mayor claridad inventar vocablos, que declaren el nuevo modo de explicación, lo hace, del mismo modo que lo hacen todos con buena Lógica, cuando se han de manifestar cosas nuevas. Lo voz Homousios, en Latín consubstantialis, fue recibida en el primer Concilio Niceno para rechazar las blasfemias de Arrio. San Hilario en el libro de Synodis trata de propósito de la introducción de la voz Homousion, defendiendo a los Padres del Concilio Niceno, y dice: Tertiò etiam haec causa improbandi homousii commemorata à vobis est, quia in Synodo, quae apud Nicaeam fuit, coacti patres nostri propter eos qui creaturam Filium dicebant, nomen homousii indidissent, quod non recipiendum idcirco sit, quia nusquam scriptum reperiretur. Quod à vobis dictum satis miror... Malo enim aliquid novum commemorasse, quàm impiè respuisse... Atque ita non relinquitur vitiosae intelligentiae quaestio, ubi in vitii damnatione communis assensus est... Inane enim est, calumniam verbi pertimescere, ubi res ipsa, cujus verbum est, non habeat difficultatem (a: S. Hilar. De Synod. Núm. 81. seq. Pág.509. Edición de los PP. De S. Mauro. ). Nuestro Español Osio se valió con acierto de la voz hypostasis, en latín persona, para reprimir los errores de Sabelio y sus sectarios. Sócrates trata de este suceso de Osio con extensión, diciendo los motivos de admitir la voz hypostasis. Non enim novam quamdam doctrinam à se primum excogitatam in Ecclesiam invexerunt, sed ea sanxerunt, quae & ecclesiastica traditio ab initio docuerat, &c (b : Socrat. Lib.3.Hist.Eclesiast.cap.7.pág.143.edic. De 1700. con notas de Valesio. Sobre la introducción, y uso de la voz hypostasis puede verse S. Basilio el Grande epist. 114. t. 3. pág, 322. edición de París de los PP. de S. Mauro.). Hildeberto en el siglo once inventó la voz transubstantiatio para explicar la mutación milagrosa de la sustancia del Pan en Cuerpo de Jesu-Christo en la Eucaristía (c : Véase el serm. 6. págin. 689. edición de París de los PP. de S. Mauro.). Después la usó el Concilio quarto Lateranense, que fue general (d : Concilior. t. 13. pág. 930. edic. de Coleti de 1730.); y últimamente la confirmó con su autoridad el Concilio de Trento. Nunca con estos vocablos se ha intentado proponer doctrina nueva; antes por el contrario los Dogmas antiguos, mal entendidos por algunos sectarios, se han confirmado haciéndolos más patentes con las voces nuevas, de modo que habiéndolas aceptado toda la Iglesia, han adquirido el uso que se requiere, para que nadie pueda dejar de recibirlas sin faltar a la buena Lógica. No por eso los Teólogos, y Escritores Eclesiásticos tienen licencia para usar de un estilo latino bárbaro, e inculto, porque una cosa es las voces nuevas que adopta la Iglesia en la explicación de las cosas sagradas, y otra muy distinta el idioma Latino con que los Escritores Eclesiásticos han de publicar sus conceptos. En esto deben acomodarse a la legítima lengua Latina, si quieren ser entendidos, y solo por abuso, y falta de cultura pueden hablar un latín, que por extravagante le hacen suyo. ¿Quién puede tolerar el pariformiter, conformiter, dico quod, meo videri, salvo meliori, y otros tales barbarismos introducidos sin necesidad y por ignorancia del latín? La misma Lógica, que dicta no innoven en los vocablos introducidos y usados por la Iglesia, dicta también que en lo demás procuren hablar la lengua Latina como corresponde al carácter de ella. El célebre Lock, después de valerse de la variedad de Comentarios que hay sobre el Viejo y Nuevo Testamento, nacida de las varias maneras con que se toma la significación de los vocablos, concluye diciendo, que siendo los preceptos de la Religión natural claros y proporcionados a la inteligencia del género humano, y las verdades reveladas sujetas a dificultades que vienen de las lenguas, y a la obscuridad que nace de las palabras, sería más provechoso a los hombres aplicarse con más cuidado y exactitud a la observación de las leyes naturales, que al sentido que dan a las verdades reveladas (a : Lock Essai, l. 3. c. 9. p. 397. §.23. ). Si el estudio que puso Lock en examinar las fuerzas del entendimiento humano, lo hubiera puesto igualmente en las Sagradas Escrituras, tengo por cierto, que según era su penetración, no hubiera escrito una cosa tan extravagante como esta. Aunque todo cuanto se contiene en los libros del Viejo y Nuevo Testamento sea infaliblemente verdadero, porque lo ha revelado Dios, con todo hay dos clases de verdades en ellos: unas enseñan a los hombres lo que es necesario saber y creer para salvarse: otras encierran máximas muy doctrinales, ciertas en sí mismas, y a propósito para ilustrar a los hombres, a fin de glorificar a Dios en todas sus obras. Las primeras son fijas, seguras, y de ningún modo expuestas a la duda, ni equivocación, porque no era correspondiente a la infinita bondad de Dios publicar, dejando expuesta al error y a la incertidumbre, la doctrina necesaria para la eterna salud de los hombres. Las otras verdades admiten ciertas exposiciones, bien que sujetas a reglas de razón y de religión, que nadie puede dejar de observar. S. Agustín propuso estas reglas de interpretación de las divinas Escrituras con admirable perfección
(b : S. Aug. l.1.c.18. De Sen. ad Gen.).

Si los Expositores, o Comentadores son Católicos, nunca disienten en la inteligencia de las primeras; si no son Católicos, es ordinaria la discordia y variación, como todos lo pueden ver en la estimable obra de Bossuet sobre las Variaciones de las Iglesias protestantes. En el examen de las otras verdades hay diferencias de pareceres entre los Comentadores, y no nacen siempre de los vocablos, sino por lo común del sentido de la sentencia. Confundiendo Lock estas cosas, o no aclarándolas, da motivo a los entendimientos flacos a desconfiar de las Santas Escrituras, y facilita el camino, que antes de él abrieron otros, para hacerse a su gusto árbitros de la inteligencia de las verdades divinas (a). Concede Lock, que las verdades reveladas exceden nuestros naturales conocimientos (b): concede también, que el Viejo y Nuevo Testamento son revelados, e infalibles por la infalibilidad de Dios (c): pondera mucho la ignorancia y obscuridad de los hombres: conoce lo poco que alcanzamos con nuestras propias luces, y los errores en que caemos, de modo que su tratado del entendimiento fuera de los más a propósito para convencernos de estas verdades, cuando cada uno, si es cuerdo, no hallase dentro de sí cada día motivos de conocerlas (d). Solo desea, que nos conste que en tal, o tal sentido se han revelado las divinas Escrituras, y que esto se ha de averiguar por la razón, que llama Religión natural (e).

(a) Lock Essai.lib.4.cap.17. § 7.pág.580.
(b) Lib.3.cap.9. § 23. pág. 397.
(c) Lib.4.cap.3.§.22.pág.457.
(d) Es muy digno de leerse sobre esto el §.2. del cap.14.del lib.4.pág.544, donde prueba Lock, que la cortedad y obscuridad de conocimientos en esta vida es para que conozcan los hombres, que son criados para otra más perfecta.
(e) Lib.3.cap.9.§23.pág.397. Véase también lib.4.cap.18.desde el §5 en adelante,pág.578.

Pero si los Comentadores no son buenos, porque tropiezan en la inteligencia de los vocablos: si la razón de los hombres es corta, limitada, llena de obscuridad y de tinieblas: si nuestra ignorancia es suma: si nuestros errores nos tienen engañados: si nuestras luces en su raíz todas dependen de los sentidos: si nuestras potencias, la memoria, la fantasía, el juicio nos faltan a cada paso: si las verdades reveladas son superiores a nuestros conocimientos: si nuestros afectos y pasiones nos ciegan y desfiguran las cosas, como Lock lo confiesa todo y lo repite muchas veces en su obra, ¿no fuera imperfección en Dios haber puesto por intérprete de su soberana mente en cosas de la salud de los hombres lo más obscuro, incierto, errable, vago, inconstante y negligente, que es la razón humana y religión natural? ¿No se ha visto por experiencia, que entregadas las divinas letras a los que siguen esta máxima, cada uno se ha tomado la licencia de entenderlas a su modo, por usar cada uno de su razón de distinta manera? Los Luteranos, primeros establecedores de esta máxima, las explican de un modo, de otro los Calvinistas. Los Socinianos, Arminianos, Syncretistas, los Quakers, y otros sectarios ¿no siguen doctrinas opuestas, fundándolas todas en las Sagradas Escrituras, entendidas según su razón, o según su religión natural? Si las cosas del uso de la vida expuestas a sus sentidos las yerran cada día los hombres por la flaqueza de su entendimiento, ¿cómo dejarán de caer en grandes errores cuando quieran meterse a averiguar lo que es muy superior a sus cortas luces? Es preciso, pues, que Lock conociese, aunque lo había callado, que el intérprete fiel y seguro de las Santas Escrituras en lo que concierne a la salvación de los hombres es la Iglesia, puesto que el mismo Dios, según consta por la revelación, la ha dado para esto el don de la infalibilidad, y debe todo Christiano, una vez que admita la revelación de las divinas letras, cautivar su entendimiento en obsequio de la Fe que la Santa iglesia le propone. Nunca la Iglesia Católica ha pretendido que el hombre no use de la razón para afirmarse en la creencia de la divina enseñanza, ni ha dicho que se crean las cosas que son evidentemente opuestas a la recta razón; intenta solo enseñar, que la razón ha de estar subordinada a la Fe en las cosas que esta propone superiores a aquella, siendo certísimo que hay Misterios sagrados que exceden la fuerza de la razón, mas no la contradicen ni la destruyen. En conclusión los Misterios que nos propone la Fe Divina, siendo de infalible certeza, no son del orden natural, como lo confiesa Lock (a : Lib. 4. cap. 18. §. 2 y sig. pág. 576.),
ni los conocimientos puramente naturales pueden llegar por sus luces a penetrarlos (b: Ibid. §7 & 8, pág. 580); por donde es preciso que lo que es de menor luz se subordine a la que es superior, y con entrambas el entendimiento quede iluminado. Este punto le he tratado en mi Discurso sobre la aplicación de la Filosofía a los asuntos de Religión; y viendo que no Lock solo, sino otros muchos sectarios se recalcan en sus escritos sobre esto, ponderando demasiadamente el uso de la razón, y religión natural, quisiera yo que estuviese corriente el libro de Muratori de ingeniorum moderatione in religionis negotio, donde se trata de propósito este importante asunto con una doctrina muy sólida, y de un modo muy a propósito para rechazar a los modernos renovadores de los errores antiguos en esta materia.