Capítulo XI.
De las Voces.
26 Como el hombre no es hecho para vivir solo, sino en sociedad, ha recibido del Autor de la Naturaleza el habla, con la cual se comunican sus pensamientos los que viven juntos. El habla incluye sonido, hecho con el aire que choca en la caña de los pulmones, y se llama voz, y articulación, que es lo que la lengua con sus varios movimientos, tocando el paladar y los dientes, añade al sonido, formando primero letras, después sílabas y últimamente vocablos. Cuan grande haya sido la industria de los antiguos, que fijaron las letras, las unieron para formar ciertas sílabas, y determinaron los vocablos a significar ciertas nociones mentales, de modo que profiriendo un hombre un vocablo se excitase en el que lo oía la misma noción y pensamiento que intentaba manifestar el que hablaba, se deja a la consideración de los que meditando en lo interior de las cosas, alcanzan el valor de ellas. Los demás, como se lo hallan hecho, y no conocen las dificultades que se ofrecieron en la invención, lo miran con indiferencia, y sin el aprecio que merecen descubrimientos tan útiles al género humano. Siendo pues, el fin de la locución el manifestar con las señales exteriores de las voces (así se llaman también las que son articuladas) lo interior de los pensamientos, al modo que debe cuidar cualquiera pensar bien, con orden, con distinción, y sin obscuridad ni confusión en sus nociones, ha de hacer lo mismo en el hablar, procurando usar de vocablos fijos y seguros para manifestar lo que piensa, puesto que el habla no se le ha dado para sí, sino para usarla con los demás; y no es posible que los otros hombres entiendan nuestros pensamientos, si no los explicamos con palabras claras, distintas, y expresivas de las nociones que intentamos descubrir. Siendo este el fin general que los hombres tienen en la locución, si fuera posible, no debiera haber en el Mundo más que una lengua; pues así se cumpliría por todo el género humano el destino de su naturaleza: mas habiéndose separado los hombres y formado varios imperios, y con ellos varias lenguas, ha sido preciso que cada nación estableciese ciertos sonidos articulados, que a su arbitrio significasen las cosas, y sirviesen para entenderse mutuamente los que era preciso que viviesen juntos. De aquí han tomado principio las lenguas provinciales, esto es los idiomas que cada región ha hecho propios, y contienen vocablos que son comunes entre los individuos de una determinada Provincia. Aunque la lengua universal no existe, con todo están en su vigor los fundamentos lógicos de su institución, y estos han de ser transcendentales a todas las lenguas particulares de las Provincias, puesto que todo el Mundo debe gobernarse por la suprema razón, que en esto se descubre por la buena Lógica. Así como la razón recta es la norma de la lengua universal, el arbitrio y uso común que de ella dimana es el maestro y guía de las lenguas particulares; porque si los de una nación están voluntariamente convenidos por un uso continuo a significar una cosa con una voz, los de otra nación lo significan con otra, y en todas esto es arbitrario y hecho por un tácito o expreso convenio de entenderse entre sí con determinadas palabras. La incumbencia de aclarar, purificar, explicar, corregir y, por decirlo de una vez, de mantener y perficionar las lenguas particulares, es de los Gramáticos, cuyo oficio es conocer y explicar el uso común de cada lengua: a la Lógica le pertenece dar reglas sobre la lengua universal, a la cual deben estar subordinadas las particulares. La simplicidad de la naturaleza en las cosas necesarias al género humano hace, que una sola regla sea bastante para entender lo que prescribe la razón sobre la lengua universal, y consiste en usar siempre de vocablos expresivos, que clara y distintamente descubran las nociones mentales que queremos significar. Si los hombres guardasen debidamente esta regla, se evitarían innumerables errores y disputas, que se originan de su inobservancia. Para reducirla a la práctica con acierto, conviene advertir, que la extensión de esta regla general se puede reducir a dos clases de lenguas: a la una pertenecen las lenguas particulares: a la otra el lenguaje de los sabios en el estudio de las Artes y Ciencias. Es fuera del intento de la Lógica tratar por menor de lo que hay que observar en estas lenguas, y pienso hacerlo en otra Obra, donde tiene esto su propio lugar: aquí iré descubriendo solamente los fundamentos tomados de la lengua universal, que han de aplicarse precisamente a qualesquiera lenguas particulares: y siendo los defectos que han de evitarse los que más hacen conocer el verdadero camino que se ha de seguir para el acierto, los iré insinuando con brevedad, dejando para otro tiempo y lugar el tratarlo con extensión.
27 Faltan a la lengua universal, y por consiguiente a la buena Lógica, los que sin motivo introducen en las lenguas provinciales vocablos de otras lenguas; pues fuera de que no cumplen con el fin de la locución, puesto que los demás no están enterados como ellos de lo que significan, corrompen una de las cosas más preciosas de cada nación, y debieran considerar, que el que entrega su lengua entrega sus pensamientos, y el que domina sobre el idioma, llega también a dominar sobre los entendimientos de los que le usan. Entre los Romanos, que fueron los Maestros de la policía se tuvo gran cuidado en esto para no dejarse dominar de las demás Naciones; y es harto común la noticia, que Tiberio César pidió licencia al Senado para usar de la voz nueva Monopolium (a): tanta era la atención con que mantenían su lenguaje, como que lo consideraban preciso para mantener su autoridad (b). He dicho sin motivo, porque cuando le hay es preciso introducir nuevas voces, y entonces ha de hacerse esto con moderación, y mostrando qué noción es la que se quiere manifestar con la voz nueva. Los preceptos que sobre esto da Horacio en su Arte Poética (c) son admirables. Si una cosa es nueva para las gentes, también lo es la imagen que de ella se forma en la fantasía, y debe serlo la voz con que esta se ha de manifestar. Si la formación de la voz nueva se puede derivar de voces ya conocidas y usadas, será más fácil su inteligencia.
(a)
Sueton. In Tiber. cap. 71. tom. I. pág. 596. edic. de Amsterd. de
1736.
(b) Sobre esto es digno de leerse D. Bernardo Alderete en
sus Orígenes de la Lengua Castellana, l.I.c.9.y sig.
(C) Desde
el verso 46. hasta el 72.
Las voces anticuadas no han de usarse, porque por no valerse de ellas, ya nadie las entiende, y se faltaría a la perspicuidad; mas no se ha de extender esto a las antiguas, de las cuales queda el uso en los mejores Escritores que andan en manos de todos. Por eso las voces que usó SANTA TERESA DE JESÚS, a quien ninguno ha excedido en la perfección de la lengua Española, las que usó Fr. LUIS DE GRANADA, CERVANTES, SAAVEDRA y otros pocos Maestros de nuestro idioma, por antiguas no deben desecharse, antes por el contrario deben retenerse como las más expresivas. La diferencia que hay entre las voces antiguas y anticuadas la hemos puesto en otra parte. Faltan también a la regla universal de bien hablar los que quieren enseñar una lengua desconocida con las mismas palabras de ella, que son las que se van a aprender; porque si todavía se ignora su significado, es explicar una cosa obscura por otra que lo es tanto. Es de admirar que este estilo tan ajeno de la buena razón se mantenga en las Escuelas de Gramática, haciendo que los niños aprendan la lengua Latina con preceptos dados en la misma lengua. Este abuso le impugnó con evidentes pruebas el BROCENSE (a: Franc. Sanch. Brocens. Arte para saber Latín, Oper. tom. I. página 229. edición de Ginebra de 1766.), y de él tomaron el ejemplo los Franceses, Autores de la Gramática de Puerto-Real, para evitarle. Todavía es más intolerable abuso que este el de introducir en el idioma común voces puramente latinas, dándoles distinta significación de la que en si tienen, como si usásemos de la voz invertir, que significa trastornar, trastrocar, queriendo que significase lo contrario, que es aplicar y convertir las cosas a sus fines. También pecan contra la lengua universal los que usan de metáforas sin medida. La noción significada con la voz metafórica siempre es algo distinta de la que corresponde a la realidad de lo que se quiere manifestar, porque la traslación que hace la metáfora por la semejanza, muestra que no es lo mismo lo que ella significa, que lo que se intenta descubrir. Síguese de esto que para explicar con claridad y distinción las nociones mentales, se han de evitar las metáforas, y en su lugar se han de usar las voces, que con propiedad directamente muestran lo que se quiere significar; y solo en falta de estas tienen lugar las metáforas, de las cuales aun en ese caso nos debemos valer con mucha precaución, usando con preferencia de las que tengan algún uso. Los que las usan a menudo, dan a entender que quieren ganar a los oyentes, no enseñarles: los que se satisfacen de ellas, muestran que su entendimiento todo es oídos y imaginación; pues estas dos cosas se llenan con la multitud de símiles metafóricos. Esto mismo que hemos dicho, nos lleva al conocimiento de que debemos usar de metáforas en la manifestación de cosas horrendas y feas, que excitan el ánimo a horror y desabrimiento. Ya hemos mostrado, que junto con nuestras nociones mentales andan siempre inseparables los afectos del ánimo. Las cosas deshonestas, sucias y asquerosas, y todas las que oyéndose ofenden los oídos, y desazonan por lo que tienen de feo y de inhonesto, si se explican con sus términos propios se entienden bien, pero irritan y conmueven mucho; porque junto con la noción que los vocablos representan, se excita en el ánimo el disgusto y aversión molesta, con que se miran tales cosas: por donde es mejor entonces valerse de voces metafóricas, que con rodeos e imágenes más agradables hagan entender lo que se quiere decir, sin agitación ni molestia del que oye. Así que no es aceptable la máxima de algunos, que teniendo a las voces por meros sonidos, incapaces de suyo de ser buenos ni malos, dicen que todos los vocablos de cosas obscenas se pueden permitir en el trato y en los libros.
28
En el lenguaje de las Ciencias se han de guardar todas las reglas que
hemos puesto para las lenguas comunes en cuanto conducen a la
perspicuidad, y a declarar con las voces las nociones mentales, de
modo que se evite toda confusión. Para señalar sus defectos
conviene distinguir los vocablos que cada Autor ha querido introducir
como suyos propios, y los que son recibidos por el común de los que
profesan las Artes. PARACELSO, hombre fantástico, introdujo vocablos
no solo desusados, sino incomprehensibles (a).
(a) Ens pagoicum,
cagastricum, relolleum, cherionium, trarames, &c. Véase Sennert.
de Consens, & Dissens. Chymicor. cum Galenic. cap. 5. tom. I.
pagin. 192. edición de Leon de 1656.
Siguió
su ejemplo Helmoncio, Escritor extravagante. Caramuel al fin de sus
días publicó una Obra intitulada Subtilissimus, que es una nueva
Dialéctica Metafísica, en la que pretende aclarar las cosas
obscuras de los Metafísicos y Teólogos con nuevos vocablos y
participios, como amaveruns, amaveruntis: amaveratus, ti: amavissens,
entis: amavissetus, ti, y otros este modo.
Quien conozca a este
Escritor vera que el Autor del Anti-Caramuel tiene razón en decir,
que Caramuel tuvo ocho grados de ingenio, cinco de eloqüencia, dos
de juicio (a: Véase Baillet Fugem. Tom. 2. pág, 579.). Fácil es
conocer los términos inventados por Autores para sus usos
particulares, los cuales se deben desechar, como que sirven para
ellos solos; y su conducta se debe enteramente evitar por opuesta a
la buena Lógica.
Cuando las voces son aceptadas del común de
los Profesores de las Artes, unas son de retener, otras no. Hace una
especie de Pueblo literario el común de los Estudiosos, y tiene su
uso formado en ciertos vocablos, los cuales aunque sean bárbaros,
son de retener siempre que sean introducidos para la necesaria
declaración de los conceptos mentales. Así que en la Filosofía de
las Escuelas conviene mantener muchos vocablos particulares, sin los
cuales no entenderíamos algunos Escritores de los siglos medios.
Sujeto, predicado, cópula, predicables, predicamentos, universales,
particulares, singulares: categoremático, que es lo que por si solo
significa una cosa: sincategoremático, que solo significa junto con
otro, como todo, alguno, &c: categórico que declara la cosa
determinada: vago, que significa la incierta, como esencia, verdad,
orden &c: sinónimo, que declara la cosa que bajo un mismo
concepto conviene a muchos, como hombre a Pedro, Francisco, &c:
homónimo, que bajo una significación comprehende cosas diversas
como hombre, aplicado al pintado y al vivo: análogo, el que
manifiesta muchas cosas con alguna variación, como cabeza, que se
atribuye a los animales y a los montes: sanidad, que se aplica al
hombre y a la medicina, &c: finito, que significa cosa
determinada: infinito, que expresa la cosa sin determinación, y se
hace poniendo la partícula negativa non antes del nombre.
Estos, y otros muchos vocablos de este género no se pueden ya
escusar en el estudio de la Dialéctica, como algunos modernos lo
conocen, en especial WOLFIO (a), contra el dictamen de otros, que sin distinción, solo por ser de las Escuelas, los desechan y satirizan
sin fundamento.
NOLTENIO (b) ha puesto muy buenas reglas en
defensa de los vocablos filosóficos antiguos, y de otras
profesiones. Yo quisiera que alguno bien instruido compusiese un
Diccionario Filosófico
medii aevi, donde al modo del Glosario de Ducange se
explicasen todas las voces que se han usado y se mantienen en la
Filosofía Escolástica; pues que así se conservaría la memoria de
un ramo considerable de la Historia Literaria, y veríamos las que se
deben mantener y se pueden desechar.
29 Al paso que es preciso mantener algunos términos de las Escuelas, es del caso también suprimir otros. Materialiter y formaliter se pueden dexar, porque además de dárseles varias y difíciles significaciones, son falsos los significados en su origen, pues se toman de la materia y forma en el modo que de ellas hablan los Escolásticos, sobre lo cual apenas han dicho cosa sólida. Los que no son necesarios, y por otro lado son de una barbarie horrible, deben olvidarse del todo, como hecceitas, petreitas, signatè, exercitè, ut quo, ut quod, specificativè, reduplicativè, y otros a este modo. Los que pueden explicarse con voces propias sin mudar el sentido es del caso exterminarlos como à parte rei, distincion formal ex natura rei, &c. Aunque en las lenguas muertas, como es la Latina, no hay licencia de añadir ni mudar vocablos, porque estamos precisados a entenderlos en la significación que les dieron los que usaron de ellas, si queremos alcanzar sus pensamientos; con todo en la Teología y cosas Eclesiásticas deben mantenerse las voces que la Iglesia ha adaptado, aunque no sean puramente latinas, porque lo contrario sería no entender lo que la Iglesia nos propone, siendo así que por mantener la doctrina y disciplina de las mayores ha tenido por preciso conservar los mismos vocablos con que ellos la enseñaron.
(a)
Logic. Discurs. prael. §. 147.p.51.
(b) Noltenio Lex. antib. p.
656. y sig.
Así
que es nimiedad reprehensible de algunos preciados Gramáticos
mudar las voces Angelus en Genius: Eucharistia en sanctissimum
frustulum: Spiritus sanctus en aura Zephyri coelestis: Deum
immortalem en Deos immortales: Ecclesia en respublica sacra:
Apostolos en duodecim viros: Sacramenta en sacra symbola:
Excommunicatio en dira proscriptio, &c.
Erasmo en el Diálogo
que intitula Ciceronianus satiriza muy bien a estos afectados
imitadores de Cicerón; y Noltenio, sin embargo de ser su instituto
desterrar las voces bárbaras del idioma Latino, hablando de esto
después de haber vituperado esta nimiedad, dice: Retineamus vocabula
illa sacra, neque cum profanis illis, nihilque sacri habentibus,
gentium à Dei vera cognitione alienarum sacris misceamus &
confundamus (a)
Es digno de leerse contra estos Gramáticos Marco Antonio Mureto, que los convence de estultos e impíos por afectación
de latinidad, sin embargo de haber sido uno de los mayores
promovedores de la pureza del Latín, y haberle hablado con
perfección (b). Jacobo Perizonio dice con poca reflexión, que los
Teólogos del Concilio de Trento con política no quisieron admitir a
los Gramáticos para interpretar las Sagradas Escrituras, porque
conocían que estos las habían de explicar de diversa manera de la
que ellos querían, puesto que no deseaban alcanzar el verdadero
sentido de las palabras, sino el que se acomodaba a sus doctrinas
(c).
A Theophrasto, sin embargo de haber merecido por su
eloqüencia que le llamasen la Musa ática, le dijo en público una
Verdulera, que no sabía hablar. Los Padres del Concilio no se
juntaron para cosas gramaticales, sino para establecer y definir la
doctrina de la Iglesia. Esta doctrina está en las Santas Escrituras,
y en las Tradiciones Apostólicas que han conservado los antiguos
Padres. Siguiendo estos caminos segurísimos rechazaron los errores,
y dejaron sentada la verdad con los mismos vocablos con que la
Iglesia desde su origen los proponía a los Fieles. Para dar esta
doctrina nunca se consultaron Gramáticos que la puliesen
(a) Nolt. Lexic. antibarb. Pag, 419. edic. de Lipsia 1744.
(b) Muret. Var. Lec. lib. 15. cap. I. pág. 379. tom. 3. edición de Verona de 1728.
(c) Periz. en la prefac. á la Minerva de Sánchez de la edición de Amsterdam de 1733.
con
sus vocablos y nimiedades, pues los Escritores Sagrados primero, y
después los Padres la propusieron con las voces más sencillas y
acomodadas a la inteligencia de los Fieles. Pusieron el cuidado en
decir las cosas con magestad, simplicidad, y energía; mas no
hicieron caso ninguno de los primores de los Gramáticos; y siendo
así que una doctrina necesaria para la salvación de las gentes, no
debía quedar expuesta a la libre inteligencia de las voces, puso
Dios por fiel intérprete de las Sagradas Letras a su Iglesia, que
siendo columna y firmamento de la verdad, no puede errar en el
sentido que deben tener, y en la significación que se les debe dar.
Así que el Pueblo Christiano en esta parte tiene un uso fijo e
invariable de la lengua Eclesiástica, al cual en buena Lógica debe
estar sujeto, y ni Perizonio, ni todos los Gramáticos del Mundo
pueden alterar sin ofender las reglas que la buena razón dicta sobre
el uso de las lenguas. Debiera Perizonio y, otros tales considerar,
que una cosa son los Dogmas de Fe, y otra las explicaciones de ellos.
Los primeros son inmutables, invariables, y tan fijos, que nada se
puede añadir, ni quitar, comprehendidos enteramente en las Sagradas
Escrituras y en las Tradiciones Apostólicas. Las explicaciones de
los Dogmas varían según los entendimientos los comprehenden. Estas
son muy inciertas y mudables cuando cada uno quiere hacerlas, y así
han nacido innumerables errores. La Iglesia, a quien incumbe sostener
la pureza de la doctrina Dogmática, pone método a las
explicaciones; y siendo preciso para mayor claridad inventar
vocablos, que declaren el nuevo modo de explicación, lo hace, del
mismo modo que lo hacen todos con buena Lógica, cuando se han de
manifestar cosas nuevas. Lo voz Homousios, en Latín
consubstantialis, fue recibida en el primer Concilio Niceno para
rechazar las blasfemias de Arrio. San Hilario en el libro de Synodis
trata de propósito de la introducción de la voz Homousion,
defendiendo a los Padres del Concilio Niceno, y dice: Tertiò etiam
haec causa improbandi homousii commemorata à vobis est, quia in
Synodo, quae apud Nicaeam fuit, coacti patres nostri propter eos qui
creaturam Filium dicebant, nomen homousii indidissent, quod non
recipiendum idcirco sit, quia nusquam scriptum reperiretur. Quod à
vobis dictum satis miror... Malo enim aliquid novum commemorasse,
quàm impiè respuisse... Atque ita non relinquitur vitiosae
intelligentiae quaestio, ubi in vitii damnatione communis assensus
est... Inane enim est, calumniam verbi pertimescere, ubi res ipsa,
cujus verbum est, non habeat difficultatem (a: S. Hilar. De Synod.
Núm. 81. seq. Pág.509. Edición de los PP. De S. Mauro. ). Nuestro
Español Osio se valió con acierto de la voz hypostasis, en latín
persona, para reprimir los errores de Sabelio y sus sectarios.
Sócrates trata de este suceso de Osio con extensión, diciendo los
motivos de admitir la voz hypostasis. Non enim novam quamdam
doctrinam à se primum excogitatam in Ecclesiam invexerunt, sed ea
sanxerunt, quae & ecclesiastica traditio ab initio docuerat, &c
(b : Socrat. Lib.3.Hist.Eclesiast.cap.7.pág.143.edic. De 1700. con
notas de Valesio. Sobre la introducción, y uso de la voz hypostasis
puede verse S. Basilio el Grande epist. 114. t. 3. pág, 322. edición
de París de los PP. de S. Mauro.). Hildeberto en el siglo once
inventó la voz transubstantiatio para explicar la mutación
milagrosa de la sustancia del Pan en Cuerpo de Jesu-Christo en la
Eucaristía (c : Véase el serm. 6. págin. 689. edición de París
de los PP. de S. Mauro.). Después la usó el Concilio quarto
Lateranense, que fue general (d : Concilior. t. 13. pág. 930. edic.
de Coleti de 1730.); y últimamente la confirmó con su autoridad el
Concilio de Trento. Nunca con estos vocablos se ha intentado proponer
doctrina nueva; antes por el contrario los Dogmas antiguos, mal
entendidos por algunos sectarios, se han confirmado haciéndolos más
patentes con las voces nuevas, de modo que habiéndolas aceptado toda
la Iglesia, han adquirido el uso que se requiere, para que nadie
pueda dejar de recibirlas sin faltar a la buena Lógica. No por eso
los Teólogos, y Escritores Eclesiásticos tienen licencia para usar
de un estilo latino bárbaro, e inculto, porque una cosa es las voces
nuevas que adopta la Iglesia en la explicación de las cosas
sagradas, y otra muy distinta el idioma Latino con que los Escritores
Eclesiásticos han de publicar sus conceptos. En esto deben
acomodarse a la legítima lengua Latina, si quieren ser entendidos, y
solo por abuso, y falta de cultura pueden hablar un latín, que por
extravagante le hacen suyo. ¿Quién puede tolerar el pariformiter,
conformiter, dico quod, meo videri, salvo meliori, y otros tales
barbarismos introducidos sin necesidad y por ignorancia del latín?
La misma Lógica, que dicta no innoven en los vocablos introducidos y
usados por la Iglesia, dicta también que en lo demás procuren
hablar la lengua Latina como corresponde al carácter de ella. El
célebre Lock, después de valerse de la variedad de Comentarios que
hay sobre el Viejo y Nuevo Testamento, nacida de las varias maneras
con que se toma la significación de los vocablos, concluye diciendo,
que siendo los preceptos de la Religión natural claros y
proporcionados a la inteligencia del género humano, y las verdades
reveladas sujetas a dificultades que vienen de las lenguas, y a la
obscuridad que nace de las palabras, sería más provechoso a los
hombres aplicarse con más cuidado y exactitud a la observación de
las leyes naturales, que al sentido que dan a las verdades reveladas
(a : Lock Essai, l. 3. c. 9. p. 397. §.23. ). Si el estudio que puso
Lock en examinar las fuerzas del entendimiento humano, lo hubiera
puesto igualmente en las Sagradas Escrituras, tengo por cierto, que
según era su penetración, no hubiera escrito una cosa tan
extravagante como esta. Aunque todo cuanto se contiene en los libros
del Viejo y Nuevo Testamento sea infaliblemente verdadero, porque lo
ha revelado Dios, con todo hay dos clases de verdades en ellos: unas
enseñan a los hombres lo que es necesario saber y creer para
salvarse: otras encierran máximas muy doctrinales, ciertas en sí
mismas, y a propósito para ilustrar a los hombres, a fin de
glorificar a Dios en todas sus obras. Las primeras son fijas,
seguras, y de ningún modo expuestas a la duda, ni equivocación,
porque no era correspondiente a la infinita bondad de Dios publicar,
dejando expuesta al error y a la incertidumbre, la doctrina necesaria
para la eterna salud de los hombres. Las otras verdades admiten
ciertas exposiciones, bien que sujetas a reglas de razón y de
religión, que nadie puede dejar de observar. S. Agustín propuso
estas reglas de interpretación de las divinas Escrituras con
admirable perfección
(b : S. Aug. l.1.c.18. De Sen. ad Gen.).
Si los Expositores, o Comentadores son Católicos, nunca
disienten en la inteligencia de las primeras; si no son Católicos,
es ordinaria la discordia y variación, como todos lo pueden ver en
la estimable obra de Bossuet sobre las Variaciones de las Iglesias
protestantes. En el examen de las otras verdades hay diferencias
de pareceres entre los Comentadores, y no nacen siempre de los
vocablos, sino por lo común del sentido de la sentencia.
Confundiendo Lock estas cosas, o no aclarándolas, da motivo a los
entendimientos flacos a desconfiar de las Santas Escrituras, y
facilita el camino, que antes de él abrieron otros, para hacerse a
su gusto árbitros de la inteligencia de las verdades divinas (a).
Concede Lock, que las verdades reveladas exceden nuestros naturales
conocimientos (b): concede también, que el Viejo y Nuevo Testamento
son revelados, e infalibles por la infalibilidad de Dios (c): pondera
mucho la ignorancia y obscuridad de los hombres: conoce lo poco que
alcanzamos con nuestras propias luces, y los errores en que caemos,
de modo que su tratado del entendimiento fuera de los más a
propósito para convencernos de estas verdades, cuando cada uno, si
es cuerdo, no hallase dentro de sí cada día motivos de conocerlas
(d). Solo desea, que nos conste que en tal, o tal sentido se han
revelado las divinas Escrituras, y que esto se ha de averiguar por la
razón, que llama Religión natural (e).
(a)
Lock Essai.lib.4.cap.17. § 7.pág.580.
(b) Lib.3.cap.9. § 23.
pág. 397.
(c) Lib.4.cap.3.§.22.pág.457.
(d) Es muy digno de
leerse sobre esto el §.2. del cap.14.del lib.4.pág.544, donde
prueba Lock, que la cortedad y obscuridad de conocimientos en esta
vida es para que conozcan los hombres, que son criados para otra más
perfecta.
(e) Lib.3.cap.9.§23.pág.397. Véase también
lib.4.cap.18.desde el §5 en adelante,pág.578.
Pero
si los Comentadores no son buenos, porque tropiezan en la
inteligencia de los vocablos: si la razón de los hombres es corta,
limitada, llena de obscuridad y de tinieblas: si nuestra ignorancia
es suma: si nuestros errores nos tienen engañados: si nuestras luces
en su raíz todas dependen de los sentidos: si nuestras potencias, la
memoria, la fantasía, el juicio nos faltan a cada paso: si las
verdades reveladas son superiores a nuestros conocimientos: si
nuestros afectos y pasiones nos ciegan y desfiguran las cosas, como
Lock lo confiesa todo y lo repite muchas veces en su obra, ¿no fuera
imperfección en Dios haber puesto por intérprete de su soberana
mente en cosas de la salud de los hombres lo más obscuro, incierto,
errable, vago, inconstante y negligente, que es la razón humana y
religión natural? ¿No se ha visto por experiencia, que entregadas
las divinas letras a los que siguen esta máxima, cada uno se ha
tomado la licencia de entenderlas a su modo, por usar cada uno de su
razón de distinta manera? Los Luteranos, primeros establecedores de
esta máxima, las explican de un modo, de otro los Calvinistas. Los
Socinianos, Arminianos, Syncretistas, los Quakers, y otros sectarios
¿no siguen doctrinas opuestas, fundándolas todas en las Sagradas Escrituras, entendidas según su razón, o según su religión
natural? Si las cosas del uso de la vida expuestas a sus sentidos las
yerran cada día los hombres por la flaqueza de su entendimiento,
¿cómo dejarán de caer en grandes errores cuando quieran meterse a
averiguar lo que es muy superior a sus cortas luces? Es preciso,
pues, que Lock conociese, aunque lo había callado, que el intérprete
fiel y seguro de las Santas Escrituras en lo que concierne a la
salvación de los hombres es la Iglesia, puesto que el mismo Dios,
según consta por la revelación, la ha dado para esto el don de la
infalibilidad, y debe todo Christiano, una vez que admita la
revelación de las divinas letras, cautivar su entendimiento en
obsequio de la Fe que la Santa iglesia le propone. Nunca la Iglesia Católica ha pretendido que el hombre no use de la razón para
afirmarse en la creencia de la divina enseñanza, ni ha dicho que se
crean las cosas que son evidentemente opuestas a la recta razón;
intenta solo enseñar, que la razón ha de estar subordinada a la Fe
en las cosas que esta propone superiores a aquella, siendo certísimo
que hay Misterios sagrados que exceden la fuerza de la razón, mas no
la contradicen ni la destruyen. En conclusión los Misterios que nos
propone la Fe Divina, siendo de infalible certeza, no son del orden
natural, como lo confiesa Lock (a : Lib. 4. cap. 18. §. 2 y sig.
pág. 576.),
ni los conocimientos puramente naturales pueden
llegar por sus luces a penetrarlos (b: Ibid. §7 & 8, pág. 580);
por donde es preciso que lo que es de menor luz se subordine a la que
es superior, y con entrambas el entendimiento quede iluminado. Este
punto le he tratado en mi Discurso sobre la aplicación de la
Filosofía a los asuntos de Religión; y viendo que no Lock solo,
sino otros muchos sectarios se recalcan en sus escritos sobre esto,
ponderando demasiadamente el uso de la razón, y religión natural,
quisiera yo que estuviese corriente el libro de Muratori de
ingeniorum moderatione in religionis negotio, donde se trata de
propósito este importante asunto con una doctrina muy sólida, y de
un modo muy a propósito para rechazar a los modernos renovadores de
los errores antiguos en esta materia.
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