domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo VII. De los errores del juicio.

Capítulo VII.

De los errores del juicio.

89 Todos los errores del entendimiento humano, hablando con propiedad, pertenecen solamente al juicio, porque este es el que asiente, o disiente a lo que se le propone. Los sentidos, la imaginación, las inclinaciones, el temperamento, la edad, y otras cosas semejantes no son más que ocasiones, o motivos por los cuales yerra el juicio. Pero se ha de advertir, que hay dos caminos muy comunes, por los cuales se anda hacia el error, es a saber, la preocupación, y la precipitación del juicio, porque cuantas veces cae este en el error, casi siempre sucede, o porque esta preocupado, o porque se precipita. La preocupación es aquella anticipada opinión, y creencia que uno tiene de ciertas cosas, sin haberlas examinado, ni conocido bastantemente para juzgar de ellas. Por ejemplo. Han dicho a un hombre codicioso y crédulo, que es fácil hacer oro del cobre, o del hierro. Por la credulidad fácilmente se convence: por la codicia lo cree con eficacia, porque ya hemos probado, que cualquiera noción si va junta con alguna fuerte inclinación del ánimo, se imprime con mayor fuerza. Si este hombre oye después a otro que prueba con razones concluyentes, que no es posible convertir el cobre, ni el hierro, ni ningún otro metal en oro, lo oye con desconfianza, y las razones evidentes no se proporcionan a su juicio, porque está preocupado, esto es, porque anticipadamente ha creído lo contrario, y esta creencia ha echado raíces en el entendimiento.

90 No intento tratar aquí de toda suerte de preocupaciones, ya porque fuera imposible comprenderlas todas, ya porque muchas han sido explicadas en los capítulos antecedentes: propondré solamente algunas muy notables, que nos hacen caer en muchos errores. Cuando somos niños creemos todo cuanto nos dicen los padres, los Maestros, y nuestros mismos compañeros.
El entendimiento entonces se va llenando de preocupaciones, y si no cuidamos examinarlas, siendo adultos, toda la vida mantenemos el error. El amor que tenemos a la patria, y a los parientes, y amigos nos preocupa fuertemente (a). Las nociones de estas cosas las tenemos continuas, y las impresiones se van haciendo de cada día más profundas; por esto nos hacemos a juzgar conformando nuestros juicios con ellas, y muchas veces son errados. Después cada cual alaba su Patria, y la prefiere a cualquiera otra. Su Patria es la más antigua del mundo, porque ha oído contar a sus paisanos, que se fundó en tal, y tal tiempo muy antiguo, y que se fundó casi por milagro. Esta preocupación arrebata a veces hasta hacer decir a algunos, que nada hay bueno sino en su País; y en los demás todo es malo. Apenas hay Historiador, que en ponderar las antigüedades de los Pueblos no cometa mil absurdos y falsedades, por gobernarse, en lugar de buenos documentos, por una vanísima credulidad y preocupación. Yo oigo con mucha desconfianza a estos preocupados alabadores de sus Patrias. Es noticia harto vulgar, que los Griegos tenían por bárbaros a todos los que no eran Griegos; y habiendo sido los principales establecedores de las Ciencias, no pudieron librarse de tan vana preocupación.

(a) Sunt snim ingeniis nostris semina innata virtutum, quae si adolescere liceret ipsa nos ad beatam vitam natura perduceret; nunc autem simul, atque editi in lucem, & suscepti sumus, in omni continuò pravitate, & in summa opinionum perversitate versamur, ut pene cum lacte nutricis errorem suxisse videamur.
Cum vero parentibus redditi, magistris traditi sumus, tum ita variis imbuimur erroribus, ut vanitati veritas, & opinioni confirmatae natura ipsa cedat. Accedunt etiam Poetae, qui cum magnam speciem doctrinae, sapientiaeque prae se tulerunt, audiuntur, leguntur, ediscuntur, & inbaerescunt penitis in mentibus.
Cum vero accedit eodem quasi maximus quidem magister populus, atque omnis undique ad vitia consentiens multitudo, tum plane inficimur opinionum pravitate, a naturaque ipsa desciscimus. Cicer. Q. Tusc. lib. 3. c. 2.


91 Entre nosotros reinan hoy dos partidos igualmente preocupados. Unos gritan contra nuestra nación en favor de las extrañas, ponderando que en estas florecen mucho las Artes, las Ciencias, la
policía, la ilustración del entendimiento: por donde van con ansia tras de los libros extranjeros todo lo hallan bueno en ellos, los celebran como venidos del Cielo. Otros aborrecen todo lo que viene de afuera, y solo por ser extraño lo desechan. La preocupación es igual en ambos partidos; pero en el número, actividad, y potencia prevalece el primero al segundo. La verdad es, que en todas las Provincias del Mundo hay vulgo, en el cual se comprehenden también muchos entendimientos de escalera arriba (frase con que se explica el P. Feyjoó) (a : Teat. Crit. disc. 10. núm. 15, y 16.), y todas las naciones cultivadas pueden mútuamente ayudarse unas a otras con sus luces, con la consideración que unas exceden en unas cosas y otras en otras, y cada una ha de tomar lo que le falta. Se puede demostrar con libros Españoles existentes, que muchísimas cosas con que hoy lucen las naciones extranjeras en las Artes y Ciencias, las han podido tomar de nosotros. Los excesos y poca solidez de la Filosofía de las Escuelas han sido conocidos y vituperados de los Españoles, antes que de otra nación alguna, porque Luis Vives, Pedro Juan Núñez, Gaspar Cardillo Villalpando, el Maestro Cano, los han descubierto e impugnado mucho antes que Verulamio, Cartesio, y Gasendo. El método de enseñar la lengua Latina de Port-Royal tan celebrado en todas partes, fue mucho antes enseñado con toda claridad, y extensión por Francisco Sánchez de las Brozas. ¿Quién duda que antes de Linacro en Inglaterra, y de Comenio en Francia, echó en España los cimientos de la verdadera lengua Latina el Maestro Antonio de Nebrija? Aún en la Física el famoso sistema del fuego que Boheraave (Boerhaave) ha ilustrado en su Química, está con bastante claridad propuesto, y explicado por nuestro Valles (o Vallés) en su Filosofía Sagrada. El sistema del suco nerveo de los Ingleses tuvo origen en España por Doña Oliva de Sabuco. La inteligencia de las enfermedades intermitentes peligrosas, que han ilustrado Morton en Inglaterra, y Torti en Italia, ha tenido su origen en España por Luis Mercado, Médico de Felipe Segundo, a quien por esto debe el género humano inmortal agradecimiento, pues que con sus luces ha dado la vida a millares de gentes. También ha nacido en España la nueva observación de los pulsos de Solano de Luque, que después han ilustrado algunos Ingleses y Franceses.

(Nota del editor: Además de Miguel Servet y otros que no nombra el autor.)

92 A este modo otras muchas cosas importantes se han tomado de nosotros, como lo haremos patente en otra obra, así como en algunas materias confesamos que nos sirven las luces de los Extranjeros. Este punto le tocó de paso el P. Feyjoó, hablando del amor de la patria y pasión nacional; bien que inclinó más a los extraños que a los nuestros; y aquí, aunque de paso, advertiré que tratando de esto pone estas palabras: "También puede ser que algunos se arrojasen a la muerte, no tanto por el logro de la fama, cuanto por la loca vanidad de verse admirados, y aplaudidos unos pocos instantes de vida: de que nos da Luciano un ilustre ejemplo en la voluntaria muerte del Filósofo Peregrino (a)". Luciano en la muerte del Peregrino que escribió a Cronio Epicurista amigo suyo, tomó el empeño de vituperar a los Christianos de su tiempo, que padecían martirio por defender la Fé de Jesu-Christo; y es conjetura de hombres muy doctos, que el Peregrino de quien habla Luciano fue S. Polycarpo, discípulo de S. Juan Evangelista, cuyo martirio atribuía Luciano a vanidad y a locura. Como quiera que fuese, este escrito de Luciano está lleno de burlas y blasfemias contra el nombre Christiano, digno por eso de igualarse con Filostrato, Celso, Juliano, y otros impugnadores de la Religión Christiana. Si en los puntos históricos, tantos como toca Feyjoó en sus escritos, hubiera consultado los originales, hubiera evitado muchas equivocaciones, que descubren los inteligentes.
(a) Teat. Crit. disc. 10. §. I. n. 3. p. 213. tom. 3.


93 Otra suerte de preocupados perniciosos son los viajeros que andan a correr las Cortes, cuando se restituyen a sus patrias. No vituperamos el que se hagan viajes a Países extraños para instruir el entendimiento, porque sabemos que en todos tiempos se ha usado esto con el fin de ver las varias costumbres, inclinaciones, leyes, policía, gobierno, Ciencias, y Artes de varios Pueblos, para tomar lo útil, y honesto que falta en el propio País, y trasladarlo a él. Debiendo, pues, hacerse estos viajes para mejorarse en el saber, y en las costumbres

el viajero, y a la vuelta ilustrar a su Patria, es cosa clara que para lograr estos fines es menester que el viaje se haga en edad competente con instrucción para conocer lo honesto y útil, y distinguirlo de lo aparente y superfluo: conviene también la sagacidad necesaria para conocer a los hombres, y las varias maneras que estos tienen de engañar a los viandantes. Con estas prevenciones, y con un conocimiento suficiente de las Artes y Ciencias puede hacerse el viaje con provecho, deteniéndose en los lugares, donde pueda instruirse el tiempo necesario para enterarse de las cosas importantes de cada País. Pero como hoy se usa ir aprisa, volver presto, sin estudios, sin lógica, sin la moral, sin filosofía, en edad tierna, poco proporcionada para la instrucción, es ir a embelesar los sentidos, hinchar la imaginación, llenar el ingenio de combinaciones superficiales, y preocupar el juicio con los errores de estas otras potencias.
Así traen a su País la moda, la cortesía afectada, el aire libre, y el ánimo inclinado a vituperar en su propia Patria todo lo que no sea conforme a lo que han visto en la ajena. Dos célebres Escritores (a), el uno Francés, llamado Miguel de Montagna; el otro Inglés, llamado Lock, bien conocidos en el orbe literario, explican muy bien los defectos de estos viajes, y las bagatelas de que vuelven muy satisfechos los viajeros. Para evitar estos inconvenientes aconsejan que estas peregrinaciones se hagan hasta los quince años, con un buen Maestro que dirija al joven viandante, como lo hacía Mentor con Telémaco. A la verdad esta especie de viaje en edad tan tierna podrá servir para instruirse en las lenguas, en lo demás nada.

(a) Montagne Esais. lib. I. capítulo 25.
(b) Lock Educacion des enfans. tom. 2. §. CCXIX. pág. 266. y sig.

94 El P. Legipont, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un itinerario para hacer con utilidad los viajes a Cortes extranjeras. Le ha traducido en Español el Dr. Joaquín Marín, docto Abogado Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar con utilidad; y el que lea la censura que a ella ha puesto el Dr. Agustín Sales, Presbítero en Valencia, no le pesará de su trabajo, por ser digna de leerse, y estar escrita por uno de los eruditos principales de nuestra España. Feyjoó conoció ya algunos defectos de los viandantes de estos tiempos, y los explicó con estas palabras:
"Aún después que el Mundo empezó a peregrinarse con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traído de lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas Ciudades Quinzai y Cambalii: gigantes entre todos los Pueblos del Orbe: el opulentísimo Reyno del Catay al Norte de la China: los Carbunclos de la India: los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y otras cosas de que poco ha nos hemos desengañado (a)"

95 Suele preocuparse el juicio frecuentemente en las cosas de piedad y Religión. Ha creído uno cuando era niño, que el Santuario de su tierra es un seminario de milagros, que un Peregrino formó la Imagen que en él se venera, y que no puede disputársele, o la prerrogativa de tocarse por sí misma la campana, o de aparecer tal día florecillas, u otras cosas maravillosas, con que Dios le distingue entre muchos otros. Algunos dejan correr estas relaciones, porque dicen son piadosas, aunque en parte sean falsas. Mas yo quisiera que se descartaran cuando no están bien averiguadas, porque nuestra santísima Religión es la misma verdad, y no necesita de falsas preocupaciones para autorizar su creencia. De esto hablaremos más adelante. Lo que toca ahora a nuestro propósito es, que estas cosas creídas con anticipación ocasionan después mil guerras, y discordias entre los Escritores, que quieren, o defenderlas, o impugnarlas.

(a) Feyjoó Teat. Crit. tom. 5. disc. I. §. 3. n. 10.

(b) Refert certe in quacumque arte plurimum unum in illa excellentem Auctorem legere, cui potissimum te addicas. Nullus tamen quamlibet eruditus sentiendi tibi, ac dissentiendi Auctor futurus est. Nemo enim fuit omnium, qui non ut homo interdum halucinaretur. Cano de Loc. lib. 10. c. 5.

96 La lectura de algún Autor suele causar fuertes preocupaciones (b). Hay uno que en su juventud ha leído continuamente a Séneca, y después no hay perfección que no halle en este Filósofo, y todos los demás no han hecho cosa notable; ni ya se oirá de su boca otra cosa que lugares de Séneca, máximas morales sueltas y descadenadas. En este asunto tengo por cierta especie de felicidad preocuparse de un Autor bueno, porque aunque no lo sea tan universalmente como le hace creer la preocupación, por lo menos ya en algunas cosas no le ocasiona error. Por esto ha de cuidarse, y es punto esencial de la buena crianza, en no dejar leer a los muchachos sino libros buenos, y que puedan instruir su entendimiento, y perfeccionarles el juicio; y me lastimo de ver, que apenas se les entregan otros libros que los de Novelas, o Comedias, o de Fábulas, con que se habitúan a todo aquello que les hincha la imaginación, y corrompe el juicio. No solamente se preocupan muchos de algún Autor, sino también de la autoridad de ciertas personas. Cree Fabio anticipadamente, que Ariston es un hombre consumado en todas Ciencias, y prescindo ahora si lo cree con justicia, o erradamente. Trátese después cualquiera materia, y Fabio no dice más, sino que ha oído decir a Ariston, que la cosa era de esta manera, y no de otra. Si se le replica diciéndole, que lo examine por sí mismo, y que no se fie de semejante autoridad, se enfurece, y con ademanes mantiene su opinión, porque está enteramente preocupado (a).

97 Pudiera poner muchos ejemplos de esto en el trato civil: de suerte, que si bien lo reparamos, gran parte de los juicios humanos en el comercio de la vida se fundan en preocupación, y no en realidad (b).

(a) Nec vero probare soleo id quod de Pythagoricis accepimus, quos ferunt, si quid affirmarent in disputando, cum ex iis quaereretur quare ita esset, respondere solitos: Ipse dixit. Ipse autem erat Pythagoras, tantum opinio praejudicata poterat, ut etiam sine ratione valeret auctoritas. Cicer. de Nat. Deor. lib. I. cap. 8. pág. 198.
(b) Extant & quidem non pauci, qui Doctorem unum ita prae caeteris diligunt, ejusque dicta adeo religiose, ne dicam superstitiose, amplectuntur, ut non gloriae solum, verum etiam piaculum ducant ab illius verbis, ne latum quidem unguem discedere. Nihil propterea quam Pythagoricum illud: Ipse dixit, frequentius ipsis est... tantum quippe apud eos potest praejudicata quaevis opinio Magistri, in cujus verba jurant, ut non secus ac de Pythagorae discipulis olim praeclare scripserat Tullius, etiam sine ulla prorsus ratione illius quaevis vel minima apud eos valeat auctoritas. Brix. Logic. pág. 164.

Esto mismo es lo que sucede a aquellos, que en las letras no aprecian sino la antigüedad. No dudo que en ella se halla un tesoro muy precioso, y que cualquiera ha de consultar los Autores antiguos para perfeccionar el juicio, y para aprender y enseñar las Ciencias humanas, conformándose con las reglas del buen gusto, pues hubo entre ellos muchos que fueron exactísimos, y tuvieron un juicio muy recto en lo que toca a las Artes y Ciencias profanas; mas esto no es bastante para preocuparse de forma, que no se haya de celebrar sino lo que sea antiguo, porque no se agotó en aquellos siglos la naturaleza, ni se estancaron las buenas Artes, de suerte, que no pueda beberse la doctrina sino en aquellas fuentes. Yo he reparado, que los Romanos veneraron mucho a los Griegos, y se aprovecharon de su doctrina en muchísimas cosas; pero también en otras los dejaron, buscando nuevos caminos para alcanzar la verdad, y alguna vez se gloriaron de ser iguales, o superiores a los Griegos (a).
Galeno en el comento del primer aforismo de Hipócrates dice, que los antiguos hallaron las Ciencias, pero no pudieron perfeccionarlas, y que los que les han sucedido las han aumentado y perfeccionado. Cicerón afirma, que en su tiempo había en Roma Oradores tan grandes, que en nada eran inferiores a los Griegos (b). ¿Pues por qué nosotros hemos de creer, que nada bueno puede hallarse en nuestros días? ¿Y por qué no podremos decir de los Romanos, lo que estos dijeron de los Griegos (c); y de los Griegos, lo que ellos dijeron de otros más antiguos? La razón dicta, que la verdad ha de buscarse en los antiguos y en los modernos, y ha de abrazarse donde quiera que se halle.

(a) Sed meum judicium semper fuit omnia nostros aut invenisse per se sapientius quam Graecos, aut accepta ab illis fecisse meliora. Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 2.

(b) Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 4.
(c) Brutus quidem noster, excellens omni genere laudis, sic Philosophiam Latinis literis persequitur, nihil ut eisdem de rebus a Graecis desideres. Cicer. Acad. q. lib. 2. cap. 9.


98 Los antiguos tienen la ventaja de haber sido los primeros, y por esto los imaginamos como más venerables, porque de ordinario formamos concepto más grande de los hombres famosos cuando están distantes de nosotros, que cuando están a nuestra vista, pues entonces hallamos que son hombres como los demás, y sujetos a las mismas inclinaciones y engaños que nosotros mismos, y por esto solemos apreciar más lo que tenemos distante, que lo que está cercano. Pero si nos libramos de toda preocupación, hallaremos entre los antiguos, hombres de grande ingenio y juicio, de mucha erudición y doctrina, y también entre los modernos; y entre estos hallamos Sofistas, y no faltaron entre aquellos. Esto es lo que dicta la buena Lógica; pero hoy los literatos inclinan a lo moderno con conocida preocupación, la cual hace que se hable de los antiguos con desprecio, sin haberlos leído. El juicio dicta, que tomemos de la antigüedad los fundamentos de las Artes y Ciencias, pues que ellos las establecieron, y procuremos instruirnos en lo que los modernos hayan añadido con solidez a lo que ellos fundaron.

99 La precipitación del juicio se observa frecuentemente en el trato civil, porque es muy común juzgar de las cosas sin haberlas averiguado. Uno disputa y se descompone por defender la Filosofía, que no ha visto. Otro afirma que tal Autor lo dice, sin haberle leído. Cual apenas ha oído una palabrita a otro, ya forma mil juicios. Cual por un acaecimiento imprevisto, forma mil presagios. En efecto los juicios temerarios casi siempre se hacen con precipitación, porque se hacen sin atender las circunstancias necesarias para juzgar; y si bien se repara, en el trato civil se hallará, que son infinitos los juicios precipitados. En los libros son también frecuentísimos, y cada día vemos contender los Autores recíprocamente sobre si es cierta la narración, o falsa la cita, y las más de estas contiendas proceden de la precipitación del juicio. De la misma nacen a veces las alabanzas vanísimas y los vituperios de los Autores; porque toma uno un libro en la mano, y luego que empieza a leerle, encuentra una cosa que no le satisface, y sin pasar más adelante dice, que el libro no vale nada, que es una friolera cuanto el Autor escribe, y otras cosas semejantes. Por el contrario, si halla en el libro un estilo proporcionado a su genio, u otras cosas que a los principios le contentan, dice que el libro es bueno, y es lo mejor que se ha escrito. De este modo se hacen muchas críticas, y las hacen hoy sujetos de buena recomendación; pero fuera fácil mostrar que se hacen con manifiesta precipitación de juicio. A veces la precipitación del juicio es muy peligrosa, porque ocasiona errores enormes. Oímos una palabrita a un hombre que miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y el otro tal vez la ha dicho con sana intención. En el juicio que algunos hacen de los libros sucede lo mismo, porque tal proposición, que por sí sola puede parecer mala, acompañada con toda la serie de principios y razonamientos con que esta conexa, es sanísima.
De otro modo precipitamos el juicio, haciendo de un hecho particular una razón universal. Así vemos que Ariston ha faltado en una cosa, o no se ha desempeñado bien en un asunto, y luego le tenemos por un hombre inútil para todos los negocios.

100 Nunca precipitamos más el juicio, que cuando nos dejamos dominar de alguna pasión, y esto se observa en casi todas las disputas, en que no se tiene por fin el descubrimiento de la verdad, sino la vanagloria. Cuando uno se calienta mucho en una disputa, de ordinario se arrebata, y su imaginación tiene imágenes muy arraigadas de lo que intenta persuadir: de esto se sigue, que no atiende a lo que dice el contrario, y si oye algo, lo acomoda a lo que domina en su fantasía, porque esta no admite sino muy ligeramente las impresiones distintas de aquel objeto que la ocupa. De aquí nace, que muchas veces están disputando dos hombres serios con grande estrépito, y diciendo ambos una misma cosa; y es cierto que luego feneciera la contienda, si no hubiera precipitación de juicio de los contendores (contendientes). De esto tengo yo bastante experiencia, como también de muchas sospechas que resultan después de semejantes disputas, y nacen las más veces de no haber puesto la atención necesaria en lo que se dice, y de juzgar con precipitación. En fin reflecte cada cual un poco, y hallará que muchísimos juicios en el trato civil se hacen por el miedo, odio, amor, esperanza, o según la pasión que reina en el que juzga (a).

(a) Plura enim multo homines judicant odio, aut amore, aut cupiditate, aut iracundia, aut dolore, aut laetitia, aut spe, aut timore, aut errore, aut aliqua permotione mentis, quam veritate, aut praescripto, aut juris norma aliqua, aut judicii formula, aut legibus. Cic. de Orat. lib. 2. p. 370.

101 Resta ahora proponer el remedio para estos males del juicio. Ante todas cosas se ha de tener presente lo que hemos dicho en los capítulos pasados, porque las preocupaciones, y precipitaciones del juicio por la mayor parte proceden de la fuerza de las pasiones, de la imaginación, del ingenio, de los sentidos, y demás cosas que hemos explicado. Además de esto será bien acordarse de lo que ya hemos dicho, es a saber, que el hombre sabe las cosas, o por la ciencia, o por la opinión. No puede el hombre errar cuando tiene evidencia de las cosas que ha de juzgar, con que solamente el juicio ha de tener reglas para no preocuparse en las cosas que se alcanzan por opinión. Para gobernarse en estas con acierto, será importante ver lo que hemos dicho hablando de la extensión de las opiniones; y ahora puede añadirse, que nada es más a propósito para evitar la preocupación, que el saber dudar y suspender el juicio con prudencia (a : Epicharmi illud teneto nervos, atque artus esse sapientiae non temere credere. Ciceron de Petit. Consul.)
Hágome cargo, que no puede el entendimiento mantenerse siempre en la duda, como hacían los Pirrhonistas (
de Pirrho, Pirro); pero a lo menos es argumento de buen juicio saber dudar cuando conviene, y no dar asenso sino a lo que consta por la certeza de los primeros principios.

102 El entendimiento ayudado de las reglas de la Lógica, ha de examinar las cosas, y si las halla conformes a las primeras verdades, o los fundamentos principales de la razón humana, que tantas veces hemos propuesto, entonces se resuelve, y pasa de la duda a la creencia. Pero si en semejantes averiguaciones descubre poca conformidad de las cosas con la razón, y los principios de ella, o disiente, o suspende de nuevo el juicio, hasta que averiguándolo mejor, se le presente claramente la verdad. Por esta razón han de examinarse con cuidado las opiniones que recibimos en la niñez, y muchas otras que se enseñan en las Escuelas, y las que se adquieren en la conversación y trato, y no han de creerse ciegamente, sino sólo después de bien examinadas. Débese aquí advertir, que en las ciencias prácticas basta a veces la verosimilitud, porque en muchísimas cosas si hubiera el entendimiento de hacer exámenes para alcanzar la evidencia, se pasaría la ocasión de obrar, y esta no suele volver siempre que queremos.
De este modo gobernamos la práctica de la Medicina en muchos casos, y lo mismo acontece algunas veces en lo moral.
Mas (pero) aún en tales lances conviene siempre seguir lo que se acerca más a las primeras verdades, porque esto es lo más conforme a la buena razón. Por esto creo yo, que si en las Escuelas se llega a enseñar la buena Lógica, con esto solo se acabarán las ruidosas contiendas sobre el probabilismo, porque conocerán todos, que lo menos racional no debe seguirse a vista de lo más razonable.

103 Para no precipitar el juicio se han de tener presentes las mismas reglas que hemos propuesto para evitar las preocupaciones. Pero en especial conduce poner la atención necesaria en las cosas antes de juzgar, y examinarlas de suerte que no se determine el juicio sino después del examen necesario.
Las cosas suelen combinarse de muchas maneras; y si el entendimiento no atiende a todas las circunstancias, fácilmente caerá en el error, porque sólo juzgará por la vista de una, y debiera hacerlo después de atender a todas.
El examen es también necesario, porque de otra forma lo que es incógnito se tendrá por sabido, lo falso se tendrá como cierto, y lo dudoso como ciertamente verdadero (a).
Esto se hace más comprensible con ejemplos, y lo ilustraremos más en los capítulos siguientes.

(a) Ne incognita pro cognitit habeamus, hisque temere assentiamus. Quod vitium effugere qui volet (omnes autem velle debebunt) adhibebit ad considerandas res, & tempus, & diligentiam. Cicer. de Offic. lib. I. cap. 29.

Capítulo VI. De los errores que ocasiona el amor propio.

Capítulo VI.

De los errores que ocasiona el amor propio.

81 Entiendo por amor propio aquella inclinación natural que tenemos a nuestra conservación y nuestro bien. Todo aquello que pensamos ser a propósito para nuestra conservación, y todo lo que nos parece que ha de hacernos bien, lo apetecemos llevados de la naturaleza misma; y hemos de considerar que el amor propio es un adulador que continuamente nos lisonjea y nos engaña. Porque si nosotros regulásemos esta innata inclinación que tenemos hacia nuestro bien y provecho, según las reglas que prescribe el juicio, y le conformásemos con las máximas que enseña la doctrina de Jesu-Christo, no apeteciéramos sino lo que es verdaderamente bueno, y lo que en realidad puede conducir a nuestra conservación; pero el caso es que estudiamos poco para moderarlo, y su desenfrenamiento nos ocasiona mil males. Para describir los malos efectos que causa en las costumbres el desordenado amor propio, es menester recurrir a la Filosofía moral, porque según yo pienso, la inclinación que los hombres tienen a la grandeza, a la independencia, y a los placeres no son más que el amor propio disimulado, o lo que es lo mismo, todas aquellas inclinaciones no son otra cosa, que el apetito que tienen los hombres de su conservación y de su bien, pareciéndoles que le han de saciar con la grandeza, con los placeres, y con la independencia: apetito que si no se regula, como he dicho, ocasiona grandes daños. Mas yo sólo intento aquí descubrir algunos artificios con que el amor propio nos engaña en el ejercicio de las Artes y Ciencias; y si no atendemos con cuidado, nos vuelve necios, haciéndonos creer que somos sabios. Ya hemos mostrado cuantos determinados errores nos ocasionan las pasiones con que acompañamos nuestros conocimientos. A la verdad todos estos nacen del amor propio, que es la fuente de todas las pasiones y apetitos; mas aquí queremos en general mostrar los varios caminos con que este oculto enemigo nos engaña en el ejercicio de las Artes y Ciencias.

82 Si alaban a nuestro contrario en nuestra presencia, allá interiormente lo sentimos, aunque las alabanzas sean justas, porque el amor propio hace mirar aquellas alabanzas como cosa que engrandece al enemigo; y como el engrandecerse el enemigo ha de estorbar nuestra grandeza, o ha de ser motivo de privarnos de algún bien, por esto no gustamos de semejantes alabanzas.
No se forman silogismos para esto, porque basta nuestra inclinación poderosa hacia lo que concebimos como bien; pero si quisiéramos examinarlo un poco, fácil sería reducir a silogismos las razones que nos mueven. Si mi enemigo se engrandece, tiene mayores fuerzas que yo; si tiene mayores fuerzas, me ha de vencer: luego mi enemigo me ha de vencer. Así hace argüir el amor propio, o de esta manera: Yo no quiero a mi enemigo: los demás dicen que él es justo, piadoso y bueno: luego yo no amo a lo que es bueno y justo: luego pierdo de mi estimación para con los demás. O de esta forma: Lo bueno y justo es estimable: luego si los demás tienen a mi enemigo por bueno y justo, le estiman; si le estiman, no me aman, &c. Esto pasa dentro de nosotros a veces sin repararlo, y por eso cuando oímos a alguno que alaba a nuestro contrario, pareciéndonos por las razones propuestas, que cuanto el contrario es más digno de alabanza, tanto menos lo somos nosotros, intentamos con artificio rechazar las alabanzas, o ponerlas en duda, o culparle en otras cosas, que puedan obscurecer las alabanzas, y no sosegamos hasta que estamos satisfechos, que ya los demás nos han creído. Todo esta lo ocasiona el amor propio, haciéndonos creer que quedamos privados de un gran bien, cuando le tiene nuestro contrario, o que el creer los demás que nuestro contrario es bueno y justo, se opone a nuestra utilidad y conservación. De esto nacen tantas injurias y falsedades, que se atribuyen recíprocamente los Escritores, que son de pareceres opuestos. Los hombres muy satíricos de ordinario tienen desordenadísimo amor propio, y continuamente ejercitan la sátira, porque quieren ajar a los demás, y hacerse superiores a todos. Por esta razón han de considerar los que escriben sátiras, que para ser buenas han de hacer impresión en el entendimiento, y no han de herir al corazón, porque como el satirizado tiene también amor propio, se moverá a abatir en el modo que pueda al Autor de la sátira, y estas luchas pocas veces se hermanan bien con la humanidad. Esto no suele suceder así cuando se reprenden defectos en general, porque entonces no se excita el amor propio de ningún particular.

83 El amor propio hace que un hombre se alabe a sí mismo; y el amor propio es la causa por que no podemos sufrir que otro se alabe en nuestra presencia. El que se alaba a sí mismo, se engrandece, porque se propone como sujeto lleno de cosas que dan estimación. Si lo hace delante de otros, se supone poseedor de cosas buenas, que los demás no tienen, o que él las tiene con preeminencia; o a lo menos lo hace para que los demás den el justo valor a su mérito. El amor propio de los demás no consiente esto, y así no pueden tolerar que otro se haga mayor, ni pueden sufrir que otro sea superior en cosas buenas, porque si lo fuera, sería mayor y digno de mayores bienes; y como nunca queremos ser inferiores a los demás, ni sufrimos que otros nos excedan, ni que sean más dignos de los bienes que nosotros, por eso nos parecen mal las alabanzas. Si otro dice estos elogios del mismo sujeto, no solemos sentirlo tanto, y entonces sólo los admitimos, o rechazamos, según la pasión que nos domina; pero si uno

mismo se alaba en nuestra presencia, siempre lo sentimos, porque nunca podemos sufrir que venga alguno, que a nuestra vista quiera hacerse mejor que nosotros. Por esto el alabarse a sí mismo es grandísima necedad, porque como cada uno se estima tanto, creen los demás que se alaba por amor propio, y por la estimación que se tiene, y no con justicia; y como el que se alaba irrita al amor propio de los demás, él mismo hace que los que escuchan las alabanzas, las miren con tedio, como opuestas a su grandeza, y así están menos dispuestos a creerlas. Con que es necio, porque no consigue el fin de la publicación de sus alabanzas, es a saber, que los demás le crean; y lo es también, porque está tan poseído del amor propio, que le hace creer, que es un modelo de perfección, y no le deja conocer su flaqueza. No obstante es cosa comunísima alabarse a sí mismos los Escritores de los libros. Si un Autor ha pensado una cosa nueva, cada instante nos advierte, que esto lo ha inventado él solo, y que hasta entonces nadie lo ha dicho. Es bueno que los lectores conozcan esto; pero parece muy mal que el mismo Autor lo diga. Los títulos, de los libros muestran el amor propio de sus Autores, porque poner títulos grandes, pomposos, magnificos, y llenos de términos ruidosos, prueba que su Autor ha hecho de sí mismo y de sus escritos un concepto grande e hinchado. Por esto alabaré siempre la modestia en los títulos. Las coplas, décimas, sonetos, y otras superfluidades, que vemos al principio de algunos libros, significan dos cosas, es a saber, que hay grande abundancia de malos Poetas, y que el Autor gusta que los ignorantes le alaben, lo cual es efecto de desordenado amor propio. Las aprobaciones comunes son indicio del amor propio de los Escritores, y de sus Aprobantes. El Autor de un libro precisamente ha de conseguir que le alaben sus amigos, si los busca de propósito para este efecto. Los Aprobantes tienen el estilo de quedarse admirados a la primera línea, pasmados a la segunda, y atónitos antes de acabar la cláusula. De suerte, que este es el lenguaje común de los Aprobantes, que sean buenos los libros, que sean malos, y es porque no gobierna al juicio en las alabanzas la justicia, sino el amor propio. Por esto vemos que los Aprobantes no dejan de manifestar su erudición, aunque sea común, y citan Autores raros para hacerse admirar (exceptuando a Casiodoro, que se cita en las aprobaciones por moda y estilo), y todas estas cosas las hace el Aprobante por mostrar su saber, con la ocasión, o pretexto de hacer juicio del escrito.

84 Las satisfacciones impertinentes que dan los Autores en los Prólogos, son efectos del amor propio. El Prólogo se hace para advertir algunas cosas, sin cuyo conocimiento no se penetraría tal vez el designio de la obra; o para dar a los lectores una descripción general de ella, para que se muevan con mayor afición a leerla. Pero no poner en los Prólogos sino escusas, ponderaciones de su trabajo, y dejar a los lectores para que juzguen si ha cumplido, o no con la empresa, son exageraciones que ocasiona el amor propio. ¿Pues qué diremos de los perdones que piden? Pocas veces piden perdón a los lectores por humildad, y casi siempre le piden por amor propio, porque creen con estas prevenciones hallar mejor acogida en ellos. Después nos dicen, que los amigos, o alguna grande persona los ha obligado a imprimir el libro, y no se olvidan de hacer poner en la primera hoja su retrato, para que todos conozcan tan grande Escritor. Cuenta el P. Mallebranche (a : Mallebranch. Recherch. de la verit. tom. I, liv. 2. chap. 6. pág. 417.), que cierto Escritor de grande reputación hizo un libro sobre las ocho primeras proposiciones de Euclides, declarando al principio, que su intención era sólo explicar las definiciones, peticiones, sentencias comunes, y las ocho primeras proposiciones de Euclides, si las fuerzas y la salud se lo permitían; y que al fin del libro dice, que ya con la asistencia de Dios ha cumplido lo que ofreció, y que ha explicado las peticiones y definiciones, y ocho primeras proposiciones de Euclides, y exclama: Pero ya cansado con los años dejo mis tareas; tal vez me sucederán en esto otros de mayor robustez, y de más vivo ingenio.

85 Quién no creyera, que este hombre con tantos aparatos, y deseando salud y fuerzas, había de hallar la cuadratura del círculo, o la duplicación del cubo?
Pues no hizo otra cosa, que explicar las ocho primeras proposiciones de la Geometría de Euclides, con las peticiones y definiciones; lo cual puede aprender cualquiera hombre de mediana capacidad en una hora y sin maestro ninguno, porque son muy fáciles, y no necesitan de explicación. No obstante habla este Autor como si trabajara la cosa de mayor importancia y dificultad, y teme que le han de faltar las fuerzas y deja para sus sucesores lo que él no ha podido ejecutar. Este Autor estaba enamorado de sí mismo, y sus inepcias las proponía como cosas grandes, porque el amor propio le obscurecía al juicio. Y aunque cualquiera conocerá, que detenerse en semejantes ponderaciones es cosa estultísima, no obstante la fuerza con que se aman los Autores hace que en los Prólogos no se lean sino estas excusas, u otras del mismo género (a).
Antes que el P. Mallebranche satirizó estos y otros defectos de los Prólogos, con mucha gracia y agudeza, nuestro Cervantes en el admirable Prólogo de su D. Quixote.


(a) Sed quid ego plura? Nam longiore praefatione, vel excusare, vel commendare ineptias, ineptisimum est. Plin. Jun. lib. 4. epist. 14.

86 Una de las cosas más importantes para adelantar las letras es comentar, explicar, y aclarar los Autores originales fundadores de ellas; de modo, que si los comentos (comentarios) son buenos, dan mucha luz a los que se quieren instruir en las Ciencias. Mas aunque esto sea así, el amor propio ocasiona mil extravíos en los Comentadores. Uno de ellos es la erudición que emplean en explicar un lugar claro y fácil del Autor principal, lo que hacen por mostrar que saben mucho, y por dar a entender que son hombres capaces de comentar, e ilustrar las cosas más difíciles. Si encuentran en Virgilio el nombre de un río nos derrama el Comentador el principio, el fin, y la carrera de aquel río: nos dice cuantas cosas ha hallado en los Autores sobre el asunto; y por decirlo de una vez, hace un comento largo para explicar una palabra fácil de entender; y no hace otra cosa que llenar el cerebro de los lectores de noticias comunes, y tal vez falsas. Si el Poeta nombra a un Filósofo de la Grecia, se le presenta la ocasión oportuna de explicar la vida, los hechos, y sentencias del Filósofo y nos da un compendio de Laercio, de Plutarco, y de todos los antiguos que han tratado del asunto. Así se ve claramente, que esto no lo hacen por esclarecer los Autores, ni por hallar la verdad, sino por adquirir fama de hombres eruditos. Dirá alguno, que los Comentadores no piensan en estas cosas cuando emprenden el comento; pero si me fuera lícito decirlo así, yo diría que el amor propio lo piensa por ellos.
Este es un enemigo que obra secretamente y con grande artificio, y si los Comentadores hacen reflexión conocerán, que no tanto los obliga a hacer los comentos el querer ilustrar a un Autor, como querer acreditarse ellos mismos.

87 El amor propio engaña también a los sabios aparentes, haciéndoles creer que son sabios verdaderos, y que les importa que los demás lo conozcan. Sus artificios se hallan explicados con gracia y agudeza en la Charlatanería de los Eruditos de Menkenio; pero aquí advertiré solamente algunas particularidades para que los conozcan mejor, y los traten según su mérito. Una de las cosas que más comúnmente hacen los falsos sabios es hinchar la cabeza con lugares comunes de Cicerón, de Aristóteles, de Plinio, y de otros Autores recomendables de la antigüedad. Después de esto cuidan mucho en tener en la memoria un catálogo copioso de Autores: y si se hallan en una conversación, vierten noticias comunísimas, y dicen que ya Cicerón lo conoció, que ya se halla en Aristóteles, y luego añaden, que entre los modernos lo trata bien Cartesio, y mejor que todos Newton. Si tienen la desgracia de encontrar con uno, que esté bien fundado en las Ciencias, y haya leído estos Autores, y les replica, mudan de conversación, y así siempre mantienen la fama entre los que no lo entienden. Lo mismo hacen en los libros, citan mil Autores para probar lo que no ignora una vieja. Y una vez vi uno de estos, que en una cláusula de cinco lineas citó a Liebre, y a Burdanio para probar una friolera. Es tanta la inclinación que tienen los poco sabios a citar Autores, y mostrarse eruditos, que uno de ellos en cierta ocasión hablaba de la batalla de Farsalia, que no la había leído sino de paso en alguno de los libros que no tratan de propósito de la historia de Roma, y se le había hinchado la cabeza de manera, que decía: Grande hombre era Farsalia, y Farsalia no fue hombre grande, ni pequeño, sino un campo, o lugar donde se dio la batalla entre César y Pompeyo. Semejantes desórdenes ocasiona el querer parecer sabios; y es cosa certísima, que por lo común es mejor la disposición de entendimiento de los ignorantes, que la de los sabios aparentes, porque estos son incorregibles, y aquellos suelen sujetarse al dictamen de los entendidos.

88 Ninguno ha descubierto mejor las artes, y mañas artificiosas de los falsos sabios que el P. Feyjoó en un discurso, que intitula: Sabiduría aparente (a).
(a) Feyjoó Teatr. Critic, tom. 2. pág. 179. y sig.
Al mismo tiempo ninguno, sin pensar en ello, ha criado más sabios aparentes que este Escritor. Como trata tantos y tan varios asuntos, y los adorna con mucha erudición, estos semisabios vierten sus noticias en las conversaciones, en los escritos, y donde quiera que se les ofrece. El perjuicio que de esto se sigue es, que se creen sabios solo con leer a este Autor. Si los asuntos que trata Feyjoó son científicos (estos en toda la extensión de sus obras son pocos), no se pueden entender sin los fundamentos de las Ciencias a que pertenecen; y no teniéndolos muchos de los que le leen, cuando se les ofrecerá hablar de ellos, lo harán como falsos sabios. Si son asuntos vulgares, que es el instituto de la obra, la materia es de poca consideración, y sólo los adornos la hacen recomendable. Los puntos históricos, filosóficos, y críticos, de que están adornados los discursos, piden verse en las fuentes para usar de ellos con fundamento, ya porque alguna vez no son del todo exactos, ya también porque desquiciados de su lugar y trasladados a otro, no pueden hacer buena composición sino con el orden, método, y fines con que los propusieron sus primitivos Autores. Al fin de su discurso dice el P. Feyjoó, como hemos ya insinuado, y conviene repetirlo:
El Teatro de la vida humana, las Polyanteas (bien pudiera añadirse el infinito número de Diccionarios de que estamos inundados), y otros muchos libros donde la erudición está hacinada, y dispuesta con orden alfabético, o apuntada con copiosos índices, son fuentes públicas, de donde pueden beber, no sólo los hombres, mas también las bestias. El mal uso de las obras de este Escritor puede producir el mismo efecto.

Capítulo V. De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

Capítulo V.

De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

72 Ya hemos explicado en el primer libro, que hay en el hombre una potencia de combinar las nociones simples y compuestas, a la cual hemos llamado ingenio, y de quien es propio combinar las cosas de mil maneras diferentes. Ahora mostraremos de cuántas maneras caemos en el error por ser ingeniosos. El ingenio de dos modos suele ocasionar el error, es a saber, o por muy grande, o por pequeño. Cuando el entendimiento percibe las cosas sin penetrar las circunstancias que las acompañan, o sus maneras de ser, o sus propiedades inseparables; o por decirlo en una palabra, no penetra más que la corteza de las cosas, sin alcanzar el fondo, se siguen mil errores y engaños, porque el juicio no puede ser atinado con tan poca noticia como subministra el ingenio; y por eso los que son naturalmente de poca comprensión sin hacer combinaciones copiosas, y los que no aguzan el ingenio, o con la buena crianza, o con el trato civil, o con el ejercicio de las Artes y Ciencias, son rudos y desatinados, porque juzgan de las cosas sin haber penetrado en todos los senos de ellas. Por esto la gente vulgar en sus juicios no suele pasar de la superficie de las cosas. Los grandes ingenios si no los acompaña un buen juicio, suelen caer en errores de mayor consideración que los pequeños. Algunos Herejes han sido muy ingeniosos, pero la falta de juicio los ha hecho errar neciamente. Y de ordinario cuando un hereje tiene ingenio penetrante, es más obstinado, y sus errores son más disimulados, porque el ingenio con la abundancia de combinaciones los encubre, los adorna, y los representa con otros colores que los que les corresponden. Por esta razón tanto mayor ha de ser la cautela con que se han de leer los libros de los Herejes, cuanto estos son más ingeniosos.

73 A veces los errores que ocasiona el ingenio son solamente filosóficos. Cartesio tuvo un ingenio singular, y el juicio no fue igual al ingenio. Cuando dejaba correr libremente el ingenio, solía escribir cosas, que más parecían sueños que realidades, porque era fecundísimo en combinar: tales son muchísimas de las que propone en los principios filosóficos. De Caramuel dice Muratori, que mostró un ingenio grande en las cosas pequeñas, y pequeño en las grandes. Raymundo Lulio tuvo buen ingenio, y muy poco juicio. Su Filosofía no es a propósito sino para ejercitar la charlatanería, y con ella ninguno sabrá más que ciertas razones generales, sin descender jamás al caso particular. Todo su estudio consistía en reducir las cosas, qualesquiera que sean, a lugares comunes, a sujetos y predicados generales, que puedan convenirles, y de este modo habla un Lulista eternamente, y sin hallar fin; pero con una frialdad, y con razones tan vagas, que apenas llegan a la superficie, y a lo más común de las cosas. En efecto un Lulista podrá amplificar un asunto mientras le pareciere; pero después de haber hablado una hora, nada útil ha dicho. Redúcese, pues, a ingenio todo el arte de Lulio; pero el juicio no halla de que poderse aprovechar. Este mismo concepto hacen de Lulio muy grandes Escritores, y en especial Gasendo, y Muratori; pero si a alguno de mis Lectores le parece áspera la censura, ruego que vea las Oras de Lulio, y que medite sobre lo que llevo dicho, que creo se convencerá.
(
Nota del editor: Aconsejo leer Obras rimadas de Ramon Lull, escritas en idioma catalan-provenzal. Textos originales y traducción parcial al castellano por Gerónimo Rosselló, mallorquín, como Raymundo Lulio. Lo he editado, está online en regnemallorca.blogspot.com y chapurriau.blogspot.com)

74 En las escuelas se tratan muchas cuestiones en que se aguza el ingenio, y no se perfecciona el juicio. La gran cuestión de la transcendencia del ente, la del ente de razón, la del objeto o formal de la Lógica, la de la distinción escótica, y otras semejantes, son puramente ingeniosas, interminables y vanísimas. El juicio nada tiene que hacer en ellas, porque no hay esperanza de hallar la verdad, y una vez hallada, aprovecharía muy poco. Yo nunca alabaré que se haga perder el tiempo a la juventud, entreteniéndola en tales averiguaciones, que aunque son ingeniosas, pero son inútiles. Convengo yo en que alguna vez a los jóvenes se han de proponer cuestiones con que ejerciten el ingenio; pero si esto puede hacerse de modo que se
aguce (agudice) el ingenio, y se perfeccione el juicio, será mucho mejor; y no hay duda que puede entretenerse la juventud en algunas disputas en que se consigan ambas cosas. El P. Mabillon fue varón docto y juicioso, y en sus Estudios Monásticos aconseja, que se eviten semejantes cuestiones, porque no solamente son inútiles, sino que obscurecen la verdad.
Y es de notar, que el habituar los jóvenes a estas cuestiones suele ocasionar algún daño: porque los hace demasiadamente especulativos, y a veces tan tercos, que el hábito que contraen en ellas, le conservan en otros asuntos; y como el amor propio no cesa de incitarlos a su elevación, por eso nunca se rinden, antes estas cuestiones especulativas los hacen vanos y porfiados. Además de esto siempre he juzgado que el tiempo es alhaja muy preciosa, y que siendo tanto lo que sólidamente puede aprenderse, es cosa ridícula emplearlo en cosas vanas, en que resplandece el ingenio, y no el provecho (a), ni la enseñanza. Algunos suelen celebrar con alabanzas extraordinarias la carroza de marfil que hizo Mirmecidas con cuatro caballos y el gobernador de ellos, tan pequeña, que la cubrían las alas de una mosca; las hormigas de Calicrates, cuyos miembros no distinguían sino los de perspicacísima vista, y otras cosas maravillosas por su pequeñez (b). Mas yo acostumbro medir las alabanzas de estas cosas por el provecho que puede sacarse de ellas; y así me parece muy fundado en razón lo que dice Eliano hablando de esto, es a saber, que ningún hombre sabio puede alabar tales obras, porque no aprovechan para otra cosa, que para hacer perder vanamente el tiempo (c). Es verdad que en ellas resplandece la destreza, e ingenio del Artífice; pero yo nunca alabo solamente a un hombre por su ingenio, por grande que sea, sino por su juicio.

73 Por lo general ninguno hace mayor ostentación del ingenio, y con menos provecho que los Poetas, en especial los de estos tiempos. Cicerón observó muy bien, que no hay ningún Poeta a quien no parezcan sus poesías mejores que qualesquiera otras; y si hubiera vivido en nuestros tiempos, hubiera confirmado con la experiencia la verdad de su observación. A los Poetas se les debe la gloria de haber sido los primeros que trataron las Ciencias con método. Pero ya en lo antiguo sucedía lo mismo que ahora, pues en aquel tiempo había muy pocos Poetas buenos (d), y muchos malísimos.

(a) Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria. Phedr. lib. 3. fabul. 17.
(b) Feyjoó t. 7. disc. I. p. I. 2. &c.

(Nota del editor. Andrés Piquer no veía la futura utilidad de estas miniaturas, por ejemplo, el microchip, o la nanotecnología, pero intenta desprestigiar a Ramon Lull, que en 1300 ya sabía Medicina, Lógica, y varias Artes.)
(c) Non aliud revera sunt, quam vana temporis jactura. Aelian. lib. I. Var. hist. cap.17.

(d) Vere mihi hoc videor esse dicturus, ex omnibus iis, qui in harum artium studiis liberalissimis sint doctrinisque versati, minimam copiam Poetarum egregiorum extitisse. Cic. de Orat. lib. I. pág. 255.


Piensan algunos, que para ser buen Poeta no es menester más que hacer versos, y darles cadencia; y la mayor parte de los que juzgan, solamente se contentan del sonido y tal cual agudeza de ingenio. Y se ha de tener por cierto, que para ser buen Poeta es menester ser buen Filósofo. No entiendo por Filósofo al que sabe la Filosofía en el modo que se enseña en las Escuelas, sino al que sabe razonar con fundamento en todos los asuntos que pueden tocar a la Filosofía. Así será necesario que el Poeta sepa bien la Filosofía Moral, y sin ella nada puede hacer que sea loable, porque no sabrá excitar los afectos, ni animar las pasiones, que es una de las cosas principales de la Poesía. Muchos de nuestros Poetas, y algunos de los antiguos supieron muy bien excitar al amor profano; pero en esto mostraron su poco juicio, porque nunca puede ser juicioso el Poeta que excite los afectos para seguir el vicio, antes debe ser su instituto animar a la virtud; y no hay que dudar, que si los Poetas supieran hacerlo, tal vez lo conseguirían mejor que algunos Oradores, porque los hombres se inclinan más a lo bueno, si se les propone con deleite, y esto hace la Poesía halagando el oído. Ha de saber el Poeta la Política, la
Económica, (economía) la Historia sagrada y profana. Ha de saber evitar la frialdad en las agudezas: ha de ser entendido en las lenguas: ha de saber las reglas de la Fábula y de la invención. Ha de conocer la fuerza de las Figuras, y en especial de las Traslaciones. Ha de hablar con pureza y sin afectación: y en fin ha de tener presentes las máximas que propone Aristóteles en su Poética, y saber poner en práctica los preceptos que han usado los mejores Poetas. Pero hoy vemos que todo el arte se reduce a equívocos fríos, a frases afectadas, a pensamientos ingeniosos, sin enseñanza ni doctrina; y aún hay Poetas celebrados, que no observan ninguna de las reglas que propone Horacio en su Arte Poética, y no adquieren el nombre sino por la poca advertencia de los que lo juzgan, y porque ellos mismos dicen que son excelentes Poetas (a : Nunc satis est dixisse: Ego mira poemata pango. Hor. Art. Poet. v. 416.). Descendiera en esto más a lo particular, si no temiera conciliarme la enemistad de muchos alabadores de los Poetas recientes.

76 Siendo, pues, cierto, que el juicio ha de gobernar al ingenio para que este aproveche, será necesario saber, que los que profesan las Artes y Ciencias no deben tener otro fin, que aprender, o enseñar la verdad y el bien, y que toda la fuerza del ingenio ha de ponerse en descubrir estas cosas, y esclarecerlas para evitar el error y la ignorancia. Bien puede el ingenio buscar a veces lo deleitable, pero ha de ser con las reglas que prescribe el juicio, y haciéndolo servir solamente para que con mayor facilidad se alcance lo verdadero, y se abrace lo bueno. Según estos principios, han de desecharse todas las obras de ingenio que deleitan y no enseñan, y que ponen toda su fuerza en agudeza superficial, que no dura sino el tiempo que se leen, u oyen (a).

77 La memoria si no está junta con buen juicio es de poca estimación, porque importa poco saber muchas cosas si no se sabe hacer buen uso de ellas. El vulgo esta engañadísimo creyendo que son grandes hombres los que tienen gran memoria: y de ordinario para significar la excelente sabiduría de alguno, dice que tiene una memoria felicísima. A la verdad cuando a un juicio recto se junta una memoria grande, puede ser muy útil, y creo yo que necesita el juicio del socorro de la memoria para valerse de las especies que tiene reservadas; pero no hay que dudar, que por sí sola merece poca estimación. Admirablemente dijo Saavedra en su República literaria: Muchos buscaban el eléboro, y la nacardina para hacerse memoriosos, con evidente peligro del juicio; poco me pareció que tenían los que le aventuraban por la memoria, porque si bien es depósito de las Ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre, si como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse (b).
La memoria deposita las noticias y retiene las imágenes de los objetos; así se hallan en ella todas las cosas indiferentemente, y es necesario el juicio recto para colocarlas en sus lugares. Es la memoria como una feria donde están expuestas mercancías de todos géneros, unas buenas, otras malas; unas enteras, otras podridas; pero el juicio es el comprador, que escoge solamente las que merecen estimación, y hace de ellas el uso que corresponde, y desecha las demás. Es verdad que si no hay abundancia y riqueza, poco tendrá que escoger. Algunos leen buenos libros, estudian mucho, y no pueden hablar cuando se ofrece, porque la memoria no les presenta con prontitud las nociones de las cosas. Estos por lo ordinario se explican mejor por escrito, que de palabra.

(a) Nihil est infelicius, quam in eo in quo minimum proficias, plurimum laborare. Menk. Charl. p. 224.
(b) Rep. Lit. p.3. edic. de Alcalá 1670.

Muchos han inventado diversas Artes para facilitar la memoria, y se aprovechan de ciertas señales, para que excitándose en la fantasía, se renueven los vestigios de otras con quien tienen conexión. Pero la experiencia ha mostrado el poco fruto de semejantes invenciones; y sabemos ciertamente, que nada aumenta tanto la memoria como el estudio continuado; y es natural, porque la continua aplicación a las letras la ejercita, con lo que contrae hábito y facilidad de retener las nociones, que es su propia incumbencia. Lo que algunos dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los Árabes, gente crédula y supersticiosa.
(
Nota del editor: ¿También Avicena - Ibn Siná - era crédulo y supersticioso?)

78 Resta ahora explicar los desórdenes que acompañan a una gran memoria cuando está junta con poco juicio, y mostrar cuán poco estimables son los Autores en quien resplandece solamente aquella potencia. Cleóbulo está continuamente leyendo, en todo el día hace otra cosa, tiene una memoria admirable. ¿Quién no pensará con estas buenas circunstancias, que Cleóbulo ha de dar al público alguna obra estimable? Luego vemos que nos sale con una Floresta, o Jardín, o Ramillete de varias flores, y acercándose, y mirándole de cerca, no hay en su jardín sino adelfa y vedegambre. Hay algunos que no están contentos si no hacen participantes a los demás de lo que ellos saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, o falsas; y si bien se repara, en semejantes libros no hay más que molestas repeticiones de una misma cosa.
Yo confieso, que apenas hay Autor que no se aproveche de lo que otro ha escrito; pero los que son buenos añaden de lo suyo, o a lo menos dan novedad, y método a lo ajeno (a); mas esto no saben hacerlo sino aquellos que a la memoria añaden buen juicio (b).

(a) Res ardua, vetustis novitatem dare, novis auctoritatem, obsoletis nitorem, obscuris lucem, fastiditis, gratiam, dubiis fidem, omnibus vero naturam, & naturae suae omnia. Plin. Hist Nat. lib. I. p. 3. n. 25. tom. I.

(b) Mandare quemquam literis cogitationes suas, qui eas nec disponere, nec illustrare sciat, nec delectatione aliqua allicere lectorem, hominis est intemperanter abutentis, & otio, & literis. Cic. Q.Tusc. lib. I.cap. 5.

Otros quieren parecer sabios, teniendo en la memoria buena copia de Autores, y los nombran y citan para mostrar su estudio. Pero el haber visto muchos libros no hace más sabios a los hombres, sino haberlos leído con método, y tener juicio para conocer y discernir lo bueno que hay en ellos, de lo malo. No saben estos más, que los niños, a quien se hace aprender de memoria una serie de cosas, que la dicen sin saber lo que contiene, ni para qué aprovecha. No hay cosa más fácil que citar una docena de Autores sobre cualquier asunto, porque para esto están a mano las Polianteas, los Diccionarios, las Misceláneas, los Teatros, y otros semejantes libros, en que está hacinada la erudición sin arte, sin método, y sin juicio. Dijo muy bien el P. Feyjoó, que el Teatro de la vida humana, y las Polianteas son fuentes donde pueden beber la erudición, no sólo los racionales, sino las bestias (a : Feyjoó Theat. Crit. disc. 8. §. 7. n. 31. p. 192. tom. 2.).
Bien pudieran entrar en este número muchos Diccionarios y Bibliotecas. Con todo, este es el siglo de los Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la moda, se escriben sin exactitud, y todos sin los principios fundamentales de lo que tratan. Por esto, los que sólo saben por ellos, son entendimientos que se satisfacen de la memoria, sin ejercitar el ingenio ni el juicio; siendo cierto, que semejantes libros sólo pueden aprovechar en tal cual ocasión a los hombres de mucha lectura y de atinado juicio, o para tener a mano una especie, o para volver a la memoria alguna cosa que se había olvidado.

79 En la Medicina son infinitos los libros de erudición desaliñada, y sólo a propósito para cargar la memoria. No hay Autor que haya recogido más noticias, ni cite con mayor frecuencia que Etmullero; pero es Escritor de pequeño juicio, porque entre tanta barahúnda de noticias, opiniones, y Autores, de ordinario sigue lo peor. Sus observaciones especiales son vanísimas, y lo he conocido por propia experiencia. Si trata de curar las enfermedades, usa de infinitos medicamentos
Chímicos, con perjudicial ponderación de sus falsas virtudes. Foresto es exacto en sus observaciones, y sus curaciones no son despreciables; pero sus preámbulos largos para cosas pequeñas, y sus repeticiones de cosas que nada importan, hacen enfadosa su lectura. No obstante le tengo por más útil que a Senerto, y puede aprovechar en manos de un Médico juicioso. Juan Doleo hizo una Enciclopedia, en que comprehendió (hizo un compendio, compendió) los pareceres de muchos Autores, especialmente modernos, sobre cada enfermedad, señalando distintamente el dictamen de cada uno. No puede haber cosa más a propósito para facilitar la memoria de los Médicos, ni más propia para corromperles el juicio. Porque este Escritor en el decir es fantástico, lleno de frases poéticas, y rimbombantes. Introduce términos obscurísimos, con gran perjuicio de los lectores, porque ya la Medicina necesitaba de hacerse más comprensible, familiarizando infinito número de voces Griegas, que ni se han hecho Latinas, ni Españolas, lo que ocasiona embarazo y confusión. Y después de todo esto nos viene Doleo con Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos a cada línea, y no significan otra cosa que el cerebro, corazón, estómago, y útero, o los espíritus especiales de estas partes y que sirven para sus funciones. Además de esto no hay en sus curaciones aquel nervio de observación que se halló en los Griegos; ni sus remedios son otra cosa que medicamentos comunes vanamente ponderados. Hoffman es también Autor de varia lección, su juicio mediano; pero su imaginación fecunda, y la memoria grande: su estilo es asiático y poco nervioso, dice y repite las cosas sin medida, y cita más de lo que sabe. No obstante es Autor que puede aprovechar mucho si se sabe hacer buen uso de sus noticias, y se separa de ellas lo sistemático, que se lleva las dos partes de sus obras. Finalmente para hallar locución breve y clara, método, enseñanza, y buen juicio, es necesario leer a Hipócrates, Areteo, Celso, y a sus seguidores Marciano, Dureto, Lomio, y los dos Pisones, y algunos otros de quien hemos hecho crítica en otra parte.

80 No sé si entre los Teólogos y Letrados reina este defecto como entre los Médicos. Sé muy bien que en ambas ciencias hay Profesores de erudición exquisita, y de atinado juicio. Pero como salen a luz tantos tratados de Teología sin añadir novedad ninguna unos a otros, tantos Autores de Poliánteas, de Sermones, de Misceláneas, he sospechado que tal vez se hallarán algunos que no habrán tratado estos asuntos con la perfección necesaria. En efecto Cano, el P. Mabillon y mucho antes Luis Vives, han hallado en algunos Teólogos muchas superfluidades. Tal vez dirá alguno que esto es meter la hoz en mies ajena, pero la Lógica da reglas generales para gobernar al juicio, y es necesaria para dirigirle con rectitud y hacer buen uso de él en todas las ciencias. Por eso un buen Lógico puede conocer los defectos que por falta de cultura, y rectitud de juicio cometen los Autores que tratan la Teología. Lo mismo ha de entenderse de la Jurisprudencia, en cuya ciencia son muchos los Autores que ponen toda su enseñanza en amontonar citas y lugares comunes, y creo yo que no consultan los Autores originales, sino que unos sacan las citas de otros, y estos de otros más antiguos, y todos estos son plagiarios, y compiladores (a). Por lo menos en estas que llaman Alegaciones es cierto, que muchos muestran falta de Lógica y de cultura en el juicio, porque reina en ellas erudición desaliñada y vulgar, y se pone mayor cuidado en amontonar citas, que razones sólidas y concluyentes. Saavedra en la República Literaria, ya se queja del poco juicio de algunos Autores de Jurisprudencia. Acerqueme (me acerqué) a un Censor, dice, y vi que recibía los libros de Jurisprudencia, y que enfadado con tantas cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos exclamaba: ¡O Júpiter!, si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas ejércitos de Godos que remedien esta universal inundación de libros? Y sin abrir algunos cajones los entregaba para que en las Hosterías sirviesen los civiles de encender el fuego, y los criminales de freír pescado y cubrir los lardos (b). Ciceron se quejaba también de la poca cultura de los Juristas de su tiempo (c) y en varias partes los reprehende,

(a) Omnes omnium Jurisconsultorum libros evolvendos sibi putant, totaque citatorum quae vocant plaustra colligunt, quibus suas dissertatiunculas, responsa, decreta, non tam ornant, quam onerant. Menk. Charl. p. 267.
(b) pág. 31.

(c) Sed Jureconsulti, sive erroris objiciendi causa quo plura, & difficiliora scire videantur, sive, quod similius veri est, ignoratione docendi, nam non solam scire aliquid artis est, sed quaedam ars etiam docendi, saepe quod positum est in una cognitione, in infinita dispartiuntur. Cicer. de Leg. 2. cap. 45.

en especial en la Oración que hizo por Murena, digna de ser leída, porque trata este asunto con extensión (a). Ninguna Arte, entiendo yo, necesita más de la buena Lógica que la Jurisprudencia, porque el conocimiento de lo recto y de lo justo pertenece al juicio. Si este no sólo necesita de sus propios principios, sino de otras verdades fundamentales por el encadenamiento que hay entre ellas ¿cómo ha de ser buen Jurisconsulto el que no sea buen Filósofo? No extraño que Genaro, que conocía por dentro lo que anda en esto, haya empleado tan vivas y tan continuas sátiras contra los Letrados.
(a) ltaque si mihi homini vehementer occupato stomachum moveritis, vel triduo me Jurisconsultum esse profitebor. Cic. pro Muraen. c.13. p. 272. t. 5.