domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo VI. De los errores que ocasiona el amor propio.

Capítulo VI.

De los errores que ocasiona el amor propio.

81 Entiendo por amor propio aquella inclinación natural que tenemos a nuestra conservación y nuestro bien. Todo aquello que pensamos ser a propósito para nuestra conservación, y todo lo que nos parece que ha de hacernos bien, lo apetecemos llevados de la naturaleza misma; y hemos de considerar que el amor propio es un adulador que continuamente nos lisonjea y nos engaña. Porque si nosotros regulásemos esta innata inclinación que tenemos hacia nuestro bien y provecho, según las reglas que prescribe el juicio, y le conformásemos con las máximas que enseña la doctrina de Jesu-Christo, no apeteciéramos sino lo que es verdaderamente bueno, y lo que en realidad puede conducir a nuestra conservación; pero el caso es que estudiamos poco para moderarlo, y su desenfrenamiento nos ocasiona mil males. Para describir los malos efectos que causa en las costumbres el desordenado amor propio, es menester recurrir a la Filosofía moral, porque según yo pienso, la inclinación que los hombres tienen a la grandeza, a la independencia, y a los placeres no son más que el amor propio disimulado, o lo que es lo mismo, todas aquellas inclinaciones no son otra cosa, que el apetito que tienen los hombres de su conservación y de su bien, pareciéndoles que le han de saciar con la grandeza, con los placeres, y con la independencia: apetito que si no se regula, como he dicho, ocasiona grandes daños. Mas yo sólo intento aquí descubrir algunos artificios con que el amor propio nos engaña en el ejercicio de las Artes y Ciencias; y si no atendemos con cuidado, nos vuelve necios, haciéndonos creer que somos sabios. Ya hemos mostrado cuantos determinados errores nos ocasionan las pasiones con que acompañamos nuestros conocimientos. A la verdad todos estos nacen del amor propio, que es la fuente de todas las pasiones y apetitos; mas aquí queremos en general mostrar los varios caminos con que este oculto enemigo nos engaña en el ejercicio de las Artes y Ciencias.

82 Si alaban a nuestro contrario en nuestra presencia, allá interiormente lo sentimos, aunque las alabanzas sean justas, porque el amor propio hace mirar aquellas alabanzas como cosa que engrandece al enemigo; y como el engrandecerse el enemigo ha de estorbar nuestra grandeza, o ha de ser motivo de privarnos de algún bien, por esto no gustamos de semejantes alabanzas.
No se forman silogismos para esto, porque basta nuestra inclinación poderosa hacia lo que concebimos como bien; pero si quisiéramos examinarlo un poco, fácil sería reducir a silogismos las razones que nos mueven. Si mi enemigo se engrandece, tiene mayores fuerzas que yo; si tiene mayores fuerzas, me ha de vencer: luego mi enemigo me ha de vencer. Así hace argüir el amor propio, o de esta manera: Yo no quiero a mi enemigo: los demás dicen que él es justo, piadoso y bueno: luego yo no amo a lo que es bueno y justo: luego pierdo de mi estimación para con los demás. O de esta forma: Lo bueno y justo es estimable: luego si los demás tienen a mi enemigo por bueno y justo, le estiman; si le estiman, no me aman, &c. Esto pasa dentro de nosotros a veces sin repararlo, y por eso cuando oímos a alguno que alaba a nuestro contrario, pareciéndonos por las razones propuestas, que cuanto el contrario es más digno de alabanza, tanto menos lo somos nosotros, intentamos con artificio rechazar las alabanzas, o ponerlas en duda, o culparle en otras cosas, que puedan obscurecer las alabanzas, y no sosegamos hasta que estamos satisfechos, que ya los demás nos han creído. Todo esta lo ocasiona el amor propio, haciéndonos creer que quedamos privados de un gran bien, cuando le tiene nuestro contrario, o que el creer los demás que nuestro contrario es bueno y justo, se opone a nuestra utilidad y conservación. De esto nacen tantas injurias y falsedades, que se atribuyen recíprocamente los Escritores, que son de pareceres opuestos. Los hombres muy satíricos de ordinario tienen desordenadísimo amor propio, y continuamente ejercitan la sátira, porque quieren ajar a los demás, y hacerse superiores a todos. Por esta razón han de considerar los que escriben sátiras, que para ser buenas han de hacer impresión en el entendimiento, y no han de herir al corazón, porque como el satirizado tiene también amor propio, se moverá a abatir en el modo que pueda al Autor de la sátira, y estas luchas pocas veces se hermanan bien con la humanidad. Esto no suele suceder así cuando se reprenden defectos en general, porque entonces no se excita el amor propio de ningún particular.

83 El amor propio hace que un hombre se alabe a sí mismo; y el amor propio es la causa por que no podemos sufrir que otro se alabe en nuestra presencia. El que se alaba a sí mismo, se engrandece, porque se propone como sujeto lleno de cosas que dan estimación. Si lo hace delante de otros, se supone poseedor de cosas buenas, que los demás no tienen, o que él las tiene con preeminencia; o a lo menos lo hace para que los demás den el justo valor a su mérito. El amor propio de los demás no consiente esto, y así no pueden tolerar que otro se haga mayor, ni pueden sufrir que otro sea superior en cosas buenas, porque si lo fuera, sería mayor y digno de mayores bienes; y como nunca queremos ser inferiores a los demás, ni sufrimos que otros nos excedan, ni que sean más dignos de los bienes que nosotros, por eso nos parecen mal las alabanzas. Si otro dice estos elogios del mismo sujeto, no solemos sentirlo tanto, y entonces sólo los admitimos, o rechazamos, según la pasión que nos domina; pero si uno

mismo se alaba en nuestra presencia, siempre lo sentimos, porque nunca podemos sufrir que venga alguno, que a nuestra vista quiera hacerse mejor que nosotros. Por esto el alabarse a sí mismo es grandísima necedad, porque como cada uno se estima tanto, creen los demás que se alaba por amor propio, y por la estimación que se tiene, y no con justicia; y como el que se alaba irrita al amor propio de los demás, él mismo hace que los que escuchan las alabanzas, las miren con tedio, como opuestas a su grandeza, y así están menos dispuestos a creerlas. Con que es necio, porque no consigue el fin de la publicación de sus alabanzas, es a saber, que los demás le crean; y lo es también, porque está tan poseído del amor propio, que le hace creer, que es un modelo de perfección, y no le deja conocer su flaqueza. No obstante es cosa comunísima alabarse a sí mismos los Escritores de los libros. Si un Autor ha pensado una cosa nueva, cada instante nos advierte, que esto lo ha inventado él solo, y que hasta entonces nadie lo ha dicho. Es bueno que los lectores conozcan esto; pero parece muy mal que el mismo Autor lo diga. Los títulos, de los libros muestran el amor propio de sus Autores, porque poner títulos grandes, pomposos, magnificos, y llenos de términos ruidosos, prueba que su Autor ha hecho de sí mismo y de sus escritos un concepto grande e hinchado. Por esto alabaré siempre la modestia en los títulos. Las coplas, décimas, sonetos, y otras superfluidades, que vemos al principio de algunos libros, significan dos cosas, es a saber, que hay grande abundancia de malos Poetas, y que el Autor gusta que los ignorantes le alaben, lo cual es efecto de desordenado amor propio. Las aprobaciones comunes son indicio del amor propio de los Escritores, y de sus Aprobantes. El Autor de un libro precisamente ha de conseguir que le alaben sus amigos, si los busca de propósito para este efecto. Los Aprobantes tienen el estilo de quedarse admirados a la primera línea, pasmados a la segunda, y atónitos antes de acabar la cláusula. De suerte, que este es el lenguaje común de los Aprobantes, que sean buenos los libros, que sean malos, y es porque no gobierna al juicio en las alabanzas la justicia, sino el amor propio. Por esto vemos que los Aprobantes no dejan de manifestar su erudición, aunque sea común, y citan Autores raros para hacerse admirar (exceptuando a Casiodoro, que se cita en las aprobaciones por moda y estilo), y todas estas cosas las hace el Aprobante por mostrar su saber, con la ocasión, o pretexto de hacer juicio del escrito.

84 Las satisfacciones impertinentes que dan los Autores en los Prólogos, son efectos del amor propio. El Prólogo se hace para advertir algunas cosas, sin cuyo conocimiento no se penetraría tal vez el designio de la obra; o para dar a los lectores una descripción general de ella, para que se muevan con mayor afición a leerla. Pero no poner en los Prólogos sino escusas, ponderaciones de su trabajo, y dejar a los lectores para que juzguen si ha cumplido, o no con la empresa, son exageraciones que ocasiona el amor propio. ¿Pues qué diremos de los perdones que piden? Pocas veces piden perdón a los lectores por humildad, y casi siempre le piden por amor propio, porque creen con estas prevenciones hallar mejor acogida en ellos. Después nos dicen, que los amigos, o alguna grande persona los ha obligado a imprimir el libro, y no se olvidan de hacer poner en la primera hoja su retrato, para que todos conozcan tan grande Escritor. Cuenta el P. Mallebranche (a : Mallebranch. Recherch. de la verit. tom. I, liv. 2. chap. 6. pág. 417.), que cierto Escritor de grande reputación hizo un libro sobre las ocho primeras proposiciones de Euclides, declarando al principio, que su intención era sólo explicar las definiciones, peticiones, sentencias comunes, y las ocho primeras proposiciones de Euclides, si las fuerzas y la salud se lo permitían; y que al fin del libro dice, que ya con la asistencia de Dios ha cumplido lo que ofreció, y que ha explicado las peticiones y definiciones, y ocho primeras proposiciones de Euclides, y exclama: Pero ya cansado con los años dejo mis tareas; tal vez me sucederán en esto otros de mayor robustez, y de más vivo ingenio.

85 Quién no creyera, que este hombre con tantos aparatos, y deseando salud y fuerzas, había de hallar la cuadratura del círculo, o la duplicación del cubo?
Pues no hizo otra cosa, que explicar las ocho primeras proposiciones de la Geometría de Euclides, con las peticiones y definiciones; lo cual puede aprender cualquiera hombre de mediana capacidad en una hora y sin maestro ninguno, porque son muy fáciles, y no necesitan de explicación. No obstante habla este Autor como si trabajara la cosa de mayor importancia y dificultad, y teme que le han de faltar las fuerzas y deja para sus sucesores lo que él no ha podido ejecutar. Este Autor estaba enamorado de sí mismo, y sus inepcias las proponía como cosas grandes, porque el amor propio le obscurecía al juicio. Y aunque cualquiera conocerá, que detenerse en semejantes ponderaciones es cosa estultísima, no obstante la fuerza con que se aman los Autores hace que en los Prólogos no se lean sino estas excusas, u otras del mismo género (a).
Antes que el P. Mallebranche satirizó estos y otros defectos de los Prólogos, con mucha gracia y agudeza, nuestro Cervantes en el admirable Prólogo de su D. Quixote.


(a) Sed quid ego plura? Nam longiore praefatione, vel excusare, vel commendare ineptias, ineptisimum est. Plin. Jun. lib. 4. epist. 14.

86 Una de las cosas más importantes para adelantar las letras es comentar, explicar, y aclarar los Autores originales fundadores de ellas; de modo, que si los comentos (comentarios) son buenos, dan mucha luz a los que se quieren instruir en las Ciencias. Mas aunque esto sea así, el amor propio ocasiona mil extravíos en los Comentadores. Uno de ellos es la erudición que emplean en explicar un lugar claro y fácil del Autor principal, lo que hacen por mostrar que saben mucho, y por dar a entender que son hombres capaces de comentar, e ilustrar las cosas más difíciles. Si encuentran en Virgilio el nombre de un río nos derrama el Comentador el principio, el fin, y la carrera de aquel río: nos dice cuantas cosas ha hallado en los Autores sobre el asunto; y por decirlo de una vez, hace un comento largo para explicar una palabra fácil de entender; y no hace otra cosa que llenar el cerebro de los lectores de noticias comunes, y tal vez falsas. Si el Poeta nombra a un Filósofo de la Grecia, se le presenta la ocasión oportuna de explicar la vida, los hechos, y sentencias del Filósofo y nos da un compendio de Laercio, de Plutarco, y de todos los antiguos que han tratado del asunto. Así se ve claramente, que esto no lo hacen por esclarecer los Autores, ni por hallar la verdad, sino por adquirir fama de hombres eruditos. Dirá alguno, que los Comentadores no piensan en estas cosas cuando emprenden el comento; pero si me fuera lícito decirlo así, yo diría que el amor propio lo piensa por ellos.
Este es un enemigo que obra secretamente y con grande artificio, y si los Comentadores hacen reflexión conocerán, que no tanto los obliga a hacer los comentos el querer ilustrar a un Autor, como querer acreditarse ellos mismos.

87 El amor propio engaña también a los sabios aparentes, haciéndoles creer que son sabios verdaderos, y que les importa que los demás lo conozcan. Sus artificios se hallan explicados con gracia y agudeza en la Charlatanería de los Eruditos de Menkenio; pero aquí advertiré solamente algunas particularidades para que los conozcan mejor, y los traten según su mérito. Una de las cosas que más comúnmente hacen los falsos sabios es hinchar la cabeza con lugares comunes de Cicerón, de Aristóteles, de Plinio, y de otros Autores recomendables de la antigüedad. Después de esto cuidan mucho en tener en la memoria un catálogo copioso de Autores: y si se hallan en una conversación, vierten noticias comunísimas, y dicen que ya Cicerón lo conoció, que ya se halla en Aristóteles, y luego añaden, que entre los modernos lo trata bien Cartesio, y mejor que todos Newton. Si tienen la desgracia de encontrar con uno, que esté bien fundado en las Ciencias, y haya leído estos Autores, y les replica, mudan de conversación, y así siempre mantienen la fama entre los que no lo entienden. Lo mismo hacen en los libros, citan mil Autores para probar lo que no ignora una vieja. Y una vez vi uno de estos, que en una cláusula de cinco lineas citó a Liebre, y a Burdanio para probar una friolera. Es tanta la inclinación que tienen los poco sabios a citar Autores, y mostrarse eruditos, que uno de ellos en cierta ocasión hablaba de la batalla de Farsalia, que no la había leído sino de paso en alguno de los libros que no tratan de propósito de la historia de Roma, y se le había hinchado la cabeza de manera, que decía: Grande hombre era Farsalia, y Farsalia no fue hombre grande, ni pequeño, sino un campo, o lugar donde se dio la batalla entre César y Pompeyo. Semejantes desórdenes ocasiona el querer parecer sabios; y es cosa certísima, que por lo común es mejor la disposición de entendimiento de los ignorantes, que la de los sabios aparentes, porque estos son incorregibles, y aquellos suelen sujetarse al dictamen de los entendidos.

88 Ninguno ha descubierto mejor las artes, y mañas artificiosas de los falsos sabios que el P. Feyjoó en un discurso, que intitula: Sabiduría aparente (a).
(a) Feyjoó Teatr. Critic, tom. 2. pág. 179. y sig.
Al mismo tiempo ninguno, sin pensar en ello, ha criado más sabios aparentes que este Escritor. Como trata tantos y tan varios asuntos, y los adorna con mucha erudición, estos semisabios vierten sus noticias en las conversaciones, en los escritos, y donde quiera que se les ofrece. El perjuicio que de esto se sigue es, que se creen sabios solo con leer a este Autor. Si los asuntos que trata Feyjoó son científicos (estos en toda la extensión de sus obras son pocos), no se pueden entender sin los fundamentos de las Ciencias a que pertenecen; y no teniéndolos muchos de los que le leen, cuando se les ofrecerá hablar de ellos, lo harán como falsos sabios. Si son asuntos vulgares, que es el instituto de la obra, la materia es de poca consideración, y sólo los adornos la hacen recomendable. Los puntos históricos, filosóficos, y críticos, de que están adornados los discursos, piden verse en las fuentes para usar de ellos con fundamento, ya porque alguna vez no son del todo exactos, ya también porque desquiciados de su lugar y trasladados a otro, no pueden hacer buena composición sino con el orden, método, y fines con que los propusieron sus primitivos Autores. Al fin de su discurso dice el P. Feyjoó, como hemos ya insinuado, y conviene repetirlo:
El Teatro de la vida humana, las Polyanteas (bien pudiera añadirse el infinito número de Diccionarios de que estamos inundados), y otros muchos libros donde la erudición está hacinada, y dispuesta con orden alfabético, o apuntada con copiosos índices, son fuentes públicas, de donde pueden beber, no sólo los hombres, mas también las bestias. El mal uso de las obras de este Escritor puede producir el mismo efecto.

Capítulo V. De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

Capítulo V.

De los errores que ocasionan el ingenio y memoria.

72 Ya hemos explicado en el primer libro, que hay en el hombre una potencia de combinar las nociones simples y compuestas, a la cual hemos llamado ingenio, y de quien es propio combinar las cosas de mil maneras diferentes. Ahora mostraremos de cuántas maneras caemos en el error por ser ingeniosos. El ingenio de dos modos suele ocasionar el error, es a saber, o por muy grande, o por pequeño. Cuando el entendimiento percibe las cosas sin penetrar las circunstancias que las acompañan, o sus maneras de ser, o sus propiedades inseparables; o por decirlo en una palabra, no penetra más que la corteza de las cosas, sin alcanzar el fondo, se siguen mil errores y engaños, porque el juicio no puede ser atinado con tan poca noticia como subministra el ingenio; y por eso los que son naturalmente de poca comprensión sin hacer combinaciones copiosas, y los que no aguzan el ingenio, o con la buena crianza, o con el trato civil, o con el ejercicio de las Artes y Ciencias, son rudos y desatinados, porque juzgan de las cosas sin haber penetrado en todos los senos de ellas. Por esto la gente vulgar en sus juicios no suele pasar de la superficie de las cosas. Los grandes ingenios si no los acompaña un buen juicio, suelen caer en errores de mayor consideración que los pequeños. Algunos Herejes han sido muy ingeniosos, pero la falta de juicio los ha hecho errar neciamente. Y de ordinario cuando un hereje tiene ingenio penetrante, es más obstinado, y sus errores son más disimulados, porque el ingenio con la abundancia de combinaciones los encubre, los adorna, y los representa con otros colores que los que les corresponden. Por esta razón tanto mayor ha de ser la cautela con que se han de leer los libros de los Herejes, cuanto estos son más ingeniosos.

73 A veces los errores que ocasiona el ingenio son solamente filosóficos. Cartesio tuvo un ingenio singular, y el juicio no fue igual al ingenio. Cuando dejaba correr libremente el ingenio, solía escribir cosas, que más parecían sueños que realidades, porque era fecundísimo en combinar: tales son muchísimas de las que propone en los principios filosóficos. De Caramuel dice Muratori, que mostró un ingenio grande en las cosas pequeñas, y pequeño en las grandes. Raymundo Lulio tuvo buen ingenio, y muy poco juicio. Su Filosofía no es a propósito sino para ejercitar la charlatanería, y con ella ninguno sabrá más que ciertas razones generales, sin descender jamás al caso particular. Todo su estudio consistía en reducir las cosas, qualesquiera que sean, a lugares comunes, a sujetos y predicados generales, que puedan convenirles, y de este modo habla un Lulista eternamente, y sin hallar fin; pero con una frialdad, y con razones tan vagas, que apenas llegan a la superficie, y a lo más común de las cosas. En efecto un Lulista podrá amplificar un asunto mientras le pareciere; pero después de haber hablado una hora, nada útil ha dicho. Redúcese, pues, a ingenio todo el arte de Lulio; pero el juicio no halla de que poderse aprovechar. Este mismo concepto hacen de Lulio muy grandes Escritores, y en especial Gasendo, y Muratori; pero si a alguno de mis Lectores le parece áspera la censura, ruego que vea las Oras de Lulio, y que medite sobre lo que llevo dicho, que creo se convencerá.
(
Nota del editor: Aconsejo leer Obras rimadas de Ramon Lull, escritas en idioma catalan-provenzal. Textos originales y traducción parcial al castellano por Gerónimo Rosselló, mallorquín, como Raymundo Lulio. Lo he editado, está online en regnemallorca.blogspot.com y chapurriau.blogspot.com)

74 En las escuelas se tratan muchas cuestiones en que se aguza el ingenio, y no se perfecciona el juicio. La gran cuestión de la transcendencia del ente, la del ente de razón, la del objeto o formal de la Lógica, la de la distinción escótica, y otras semejantes, son puramente ingeniosas, interminables y vanísimas. El juicio nada tiene que hacer en ellas, porque no hay esperanza de hallar la verdad, y una vez hallada, aprovecharía muy poco. Yo nunca alabaré que se haga perder el tiempo a la juventud, entreteniéndola en tales averiguaciones, que aunque son ingeniosas, pero son inútiles. Convengo yo en que alguna vez a los jóvenes se han de proponer cuestiones con que ejerciten el ingenio; pero si esto puede hacerse de modo que se
aguce (agudice) el ingenio, y se perfeccione el juicio, será mucho mejor; y no hay duda que puede entretenerse la juventud en algunas disputas en que se consigan ambas cosas. El P. Mabillon fue varón docto y juicioso, y en sus Estudios Monásticos aconseja, que se eviten semejantes cuestiones, porque no solamente son inútiles, sino que obscurecen la verdad.
Y es de notar, que el habituar los jóvenes a estas cuestiones suele ocasionar algún daño: porque los hace demasiadamente especulativos, y a veces tan tercos, que el hábito que contraen en ellas, le conservan en otros asuntos; y como el amor propio no cesa de incitarlos a su elevación, por eso nunca se rinden, antes estas cuestiones especulativas los hacen vanos y porfiados. Además de esto siempre he juzgado que el tiempo es alhaja muy preciosa, y que siendo tanto lo que sólidamente puede aprenderse, es cosa ridícula emplearlo en cosas vanas, en que resplandece el ingenio, y no el provecho (a), ni la enseñanza. Algunos suelen celebrar con alabanzas extraordinarias la carroza de marfil que hizo Mirmecidas con cuatro caballos y el gobernador de ellos, tan pequeña, que la cubrían las alas de una mosca; las hormigas de Calicrates, cuyos miembros no distinguían sino los de perspicacísima vista, y otras cosas maravillosas por su pequeñez (b). Mas yo acostumbro medir las alabanzas de estas cosas por el provecho que puede sacarse de ellas; y así me parece muy fundado en razón lo que dice Eliano hablando de esto, es a saber, que ningún hombre sabio puede alabar tales obras, porque no aprovechan para otra cosa, que para hacer perder vanamente el tiempo (c). Es verdad que en ellas resplandece la destreza, e ingenio del Artífice; pero yo nunca alabo solamente a un hombre por su ingenio, por grande que sea, sino por su juicio.

73 Por lo general ninguno hace mayor ostentación del ingenio, y con menos provecho que los Poetas, en especial los de estos tiempos. Cicerón observó muy bien, que no hay ningún Poeta a quien no parezcan sus poesías mejores que qualesquiera otras; y si hubiera vivido en nuestros tiempos, hubiera confirmado con la experiencia la verdad de su observación. A los Poetas se les debe la gloria de haber sido los primeros que trataron las Ciencias con método. Pero ya en lo antiguo sucedía lo mismo que ahora, pues en aquel tiempo había muy pocos Poetas buenos (d), y muchos malísimos.

(a) Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria. Phedr. lib. 3. fabul. 17.
(b) Feyjoó t. 7. disc. I. p. I. 2. &c.

(Nota del editor. Andrés Piquer no veía la futura utilidad de estas miniaturas, por ejemplo, el microchip, o la nanotecnología, pero intenta desprestigiar a Ramon Lull, que en 1300 ya sabía Medicina, Lógica, y varias Artes.)
(c) Non aliud revera sunt, quam vana temporis jactura. Aelian. lib. I. Var. hist. cap.17.

(d) Vere mihi hoc videor esse dicturus, ex omnibus iis, qui in harum artium studiis liberalissimis sint doctrinisque versati, minimam copiam Poetarum egregiorum extitisse. Cic. de Orat. lib. I. pág. 255.


Piensan algunos, que para ser buen Poeta no es menester más que hacer versos, y darles cadencia; y la mayor parte de los que juzgan, solamente se contentan del sonido y tal cual agudeza de ingenio. Y se ha de tener por cierto, que para ser buen Poeta es menester ser buen Filósofo. No entiendo por Filósofo al que sabe la Filosofía en el modo que se enseña en las Escuelas, sino al que sabe razonar con fundamento en todos los asuntos que pueden tocar a la Filosofía. Así será necesario que el Poeta sepa bien la Filosofía Moral, y sin ella nada puede hacer que sea loable, porque no sabrá excitar los afectos, ni animar las pasiones, que es una de las cosas principales de la Poesía. Muchos de nuestros Poetas, y algunos de los antiguos supieron muy bien excitar al amor profano; pero en esto mostraron su poco juicio, porque nunca puede ser juicioso el Poeta que excite los afectos para seguir el vicio, antes debe ser su instituto animar a la virtud; y no hay que dudar, que si los Poetas supieran hacerlo, tal vez lo conseguirían mejor que algunos Oradores, porque los hombres se inclinan más a lo bueno, si se les propone con deleite, y esto hace la Poesía halagando el oído. Ha de saber el Poeta la Política, la
Económica, (economía) la Historia sagrada y profana. Ha de saber evitar la frialdad en las agudezas: ha de ser entendido en las lenguas: ha de saber las reglas de la Fábula y de la invención. Ha de conocer la fuerza de las Figuras, y en especial de las Traslaciones. Ha de hablar con pureza y sin afectación: y en fin ha de tener presentes las máximas que propone Aristóteles en su Poética, y saber poner en práctica los preceptos que han usado los mejores Poetas. Pero hoy vemos que todo el arte se reduce a equívocos fríos, a frases afectadas, a pensamientos ingeniosos, sin enseñanza ni doctrina; y aún hay Poetas celebrados, que no observan ninguna de las reglas que propone Horacio en su Arte Poética, y no adquieren el nombre sino por la poca advertencia de los que lo juzgan, y porque ellos mismos dicen que son excelentes Poetas (a : Nunc satis est dixisse: Ego mira poemata pango. Hor. Art. Poet. v. 416.). Descendiera en esto más a lo particular, si no temiera conciliarme la enemistad de muchos alabadores de los Poetas recientes.

76 Siendo, pues, cierto, que el juicio ha de gobernar al ingenio para que este aproveche, será necesario saber, que los que profesan las Artes y Ciencias no deben tener otro fin, que aprender, o enseñar la verdad y el bien, y que toda la fuerza del ingenio ha de ponerse en descubrir estas cosas, y esclarecerlas para evitar el error y la ignorancia. Bien puede el ingenio buscar a veces lo deleitable, pero ha de ser con las reglas que prescribe el juicio, y haciéndolo servir solamente para que con mayor facilidad se alcance lo verdadero, y se abrace lo bueno. Según estos principios, han de desecharse todas las obras de ingenio que deleitan y no enseñan, y que ponen toda su fuerza en agudeza superficial, que no dura sino el tiempo que se leen, u oyen (a).

77 La memoria si no está junta con buen juicio es de poca estimación, porque importa poco saber muchas cosas si no se sabe hacer buen uso de ellas. El vulgo esta engañadísimo creyendo que son grandes hombres los que tienen gran memoria: y de ordinario para significar la excelente sabiduría de alguno, dice que tiene una memoria felicísima. A la verdad cuando a un juicio recto se junta una memoria grande, puede ser muy útil, y creo yo que necesita el juicio del socorro de la memoria para valerse de las especies que tiene reservadas; pero no hay que dudar, que por sí sola merece poca estimación. Admirablemente dijo Saavedra en su República literaria: Muchos buscaban el eléboro, y la nacardina para hacerse memoriosos, con evidente peligro del juicio; poco me pareció que tenían los que le aventuraban por la memoria, porque si bien es depósito de las Ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre, si como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse (b).
La memoria deposita las noticias y retiene las imágenes de los objetos; así se hallan en ella todas las cosas indiferentemente, y es necesario el juicio recto para colocarlas en sus lugares. Es la memoria como una feria donde están expuestas mercancías de todos géneros, unas buenas, otras malas; unas enteras, otras podridas; pero el juicio es el comprador, que escoge solamente las que merecen estimación, y hace de ellas el uso que corresponde, y desecha las demás. Es verdad que si no hay abundancia y riqueza, poco tendrá que escoger. Algunos leen buenos libros, estudian mucho, y no pueden hablar cuando se ofrece, porque la memoria no les presenta con prontitud las nociones de las cosas. Estos por lo ordinario se explican mejor por escrito, que de palabra.

(a) Nihil est infelicius, quam in eo in quo minimum proficias, plurimum laborare. Menk. Charl. p. 224.
(b) Rep. Lit. p.3. edic. de Alcalá 1670.

Muchos han inventado diversas Artes para facilitar la memoria, y se aprovechan de ciertas señales, para que excitándose en la fantasía, se renueven los vestigios de otras con quien tienen conexión. Pero la experiencia ha mostrado el poco fruto de semejantes invenciones; y sabemos ciertamente, que nada aumenta tanto la memoria como el estudio continuado; y es natural, porque la continua aplicación a las letras la ejercita, con lo que contrae hábito y facilidad de retener las nociones, que es su propia incumbencia. Lo que algunos dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los Árabes, gente crédula y supersticiosa.
(
Nota del editor: ¿También Avicena - Ibn Siná - era crédulo y supersticioso?)

78 Resta ahora explicar los desórdenes que acompañan a una gran memoria cuando está junta con poco juicio, y mostrar cuán poco estimables son los Autores en quien resplandece solamente aquella potencia. Cleóbulo está continuamente leyendo, en todo el día hace otra cosa, tiene una memoria admirable. ¿Quién no pensará con estas buenas circunstancias, que Cleóbulo ha de dar al público alguna obra estimable? Luego vemos que nos sale con una Floresta, o Jardín, o Ramillete de varias flores, y acercándose, y mirándole de cerca, no hay en su jardín sino adelfa y vedegambre. Hay algunos que no están contentos si no hacen participantes a los demás de lo que ellos saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, o falsas; y si bien se repara, en semejantes libros no hay más que molestas repeticiones de una misma cosa.
Yo confieso, que apenas hay Autor que no se aproveche de lo que otro ha escrito; pero los que son buenos añaden de lo suyo, o a lo menos dan novedad, y método a lo ajeno (a); mas esto no saben hacerlo sino aquellos que a la memoria añaden buen juicio (b).

(a) Res ardua, vetustis novitatem dare, novis auctoritatem, obsoletis nitorem, obscuris lucem, fastiditis, gratiam, dubiis fidem, omnibus vero naturam, & naturae suae omnia. Plin. Hist Nat. lib. I. p. 3. n. 25. tom. I.

(b) Mandare quemquam literis cogitationes suas, qui eas nec disponere, nec illustrare sciat, nec delectatione aliqua allicere lectorem, hominis est intemperanter abutentis, & otio, & literis. Cic. Q.Tusc. lib. I.cap. 5.

Otros quieren parecer sabios, teniendo en la memoria buena copia de Autores, y los nombran y citan para mostrar su estudio. Pero el haber visto muchos libros no hace más sabios a los hombres, sino haberlos leído con método, y tener juicio para conocer y discernir lo bueno que hay en ellos, de lo malo. No saben estos más, que los niños, a quien se hace aprender de memoria una serie de cosas, que la dicen sin saber lo que contiene, ni para qué aprovecha. No hay cosa más fácil que citar una docena de Autores sobre cualquier asunto, porque para esto están a mano las Polianteas, los Diccionarios, las Misceláneas, los Teatros, y otros semejantes libros, en que está hacinada la erudición sin arte, sin método, y sin juicio. Dijo muy bien el P. Feyjoó, que el Teatro de la vida humana, y las Polianteas son fuentes donde pueden beber la erudición, no sólo los racionales, sino las bestias (a : Feyjoó Theat. Crit. disc. 8. §. 7. n. 31. p. 192. tom. 2.).
Bien pudieran entrar en este número muchos Diccionarios y Bibliotecas. Con todo, este es el siglo de los Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la moda, se escriben sin exactitud, y todos sin los principios fundamentales de lo que tratan. Por esto, los que sólo saben por ellos, son entendimientos que se satisfacen de la memoria, sin ejercitar el ingenio ni el juicio; siendo cierto, que semejantes libros sólo pueden aprovechar en tal cual ocasión a los hombres de mucha lectura y de atinado juicio, o para tener a mano una especie, o para volver a la memoria alguna cosa que se había olvidado.

79 En la Medicina son infinitos los libros de erudición desaliñada, y sólo a propósito para cargar la memoria. No hay Autor que haya recogido más noticias, ni cite con mayor frecuencia que Etmullero; pero es Escritor de pequeño juicio, porque entre tanta barahúnda de noticias, opiniones, y Autores, de ordinario sigue lo peor. Sus observaciones especiales son vanísimas, y lo he conocido por propia experiencia. Si trata de curar las enfermedades, usa de infinitos medicamentos
Chímicos, con perjudicial ponderación de sus falsas virtudes. Foresto es exacto en sus observaciones, y sus curaciones no son despreciables; pero sus preámbulos largos para cosas pequeñas, y sus repeticiones de cosas que nada importan, hacen enfadosa su lectura. No obstante le tengo por más útil que a Senerto, y puede aprovechar en manos de un Médico juicioso. Juan Doleo hizo una Enciclopedia, en que comprehendió (hizo un compendio, compendió) los pareceres de muchos Autores, especialmente modernos, sobre cada enfermedad, señalando distintamente el dictamen de cada uno. No puede haber cosa más a propósito para facilitar la memoria de los Médicos, ni más propia para corromperles el juicio. Porque este Escritor en el decir es fantástico, lleno de frases poéticas, y rimbombantes. Introduce términos obscurísimos, con gran perjuicio de los lectores, porque ya la Medicina necesitaba de hacerse más comprensible, familiarizando infinito número de voces Griegas, que ni se han hecho Latinas, ni Españolas, lo que ocasiona embarazo y confusión. Y después de todo esto nos viene Doleo con Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos a cada línea, y no significan otra cosa que el cerebro, corazón, estómago, y útero, o los espíritus especiales de estas partes y que sirven para sus funciones. Además de esto no hay en sus curaciones aquel nervio de observación que se halló en los Griegos; ni sus remedios son otra cosa que medicamentos comunes vanamente ponderados. Hoffman es también Autor de varia lección, su juicio mediano; pero su imaginación fecunda, y la memoria grande: su estilo es asiático y poco nervioso, dice y repite las cosas sin medida, y cita más de lo que sabe. No obstante es Autor que puede aprovechar mucho si se sabe hacer buen uso de sus noticias, y se separa de ellas lo sistemático, que se lleva las dos partes de sus obras. Finalmente para hallar locución breve y clara, método, enseñanza, y buen juicio, es necesario leer a Hipócrates, Areteo, Celso, y a sus seguidores Marciano, Dureto, Lomio, y los dos Pisones, y algunos otros de quien hemos hecho crítica en otra parte.

80 No sé si entre los Teólogos y Letrados reina este defecto como entre los Médicos. Sé muy bien que en ambas ciencias hay Profesores de erudición exquisita, y de atinado juicio. Pero como salen a luz tantos tratados de Teología sin añadir novedad ninguna unos a otros, tantos Autores de Poliánteas, de Sermones, de Misceláneas, he sospechado que tal vez se hallarán algunos que no habrán tratado estos asuntos con la perfección necesaria. En efecto Cano, el P. Mabillon y mucho antes Luis Vives, han hallado en algunos Teólogos muchas superfluidades. Tal vez dirá alguno que esto es meter la hoz en mies ajena, pero la Lógica da reglas generales para gobernar al juicio, y es necesaria para dirigirle con rectitud y hacer buen uso de él en todas las ciencias. Por eso un buen Lógico puede conocer los defectos que por falta de cultura, y rectitud de juicio cometen los Autores que tratan la Teología. Lo mismo ha de entenderse de la Jurisprudencia, en cuya ciencia son muchos los Autores que ponen toda su enseñanza en amontonar citas y lugares comunes, y creo yo que no consultan los Autores originales, sino que unos sacan las citas de otros, y estos de otros más antiguos, y todos estos son plagiarios, y compiladores (a). Por lo menos en estas que llaman Alegaciones es cierto, que muchos muestran falta de Lógica y de cultura en el juicio, porque reina en ellas erudición desaliñada y vulgar, y se pone mayor cuidado en amontonar citas, que razones sólidas y concluyentes. Saavedra en la República Literaria, ya se queja del poco juicio de algunos Autores de Jurisprudencia. Acerqueme (me acerqué) a un Censor, dice, y vi que recibía los libros de Jurisprudencia, y que enfadado con tantas cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos exclamaba: ¡O Júpiter!, si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas ejércitos de Godos que remedien esta universal inundación de libros? Y sin abrir algunos cajones los entregaba para que en las Hosterías sirviesen los civiles de encender el fuego, y los criminales de freír pescado y cubrir los lardos (b). Ciceron se quejaba también de la poca cultura de los Juristas de su tiempo (c) y en varias partes los reprehende,

(a) Omnes omnium Jurisconsultorum libros evolvendos sibi putant, totaque citatorum quae vocant plaustra colligunt, quibus suas dissertatiunculas, responsa, decreta, non tam ornant, quam onerant. Menk. Charl. p. 267.
(b) pág. 31.

(c) Sed Jureconsulti, sive erroris objiciendi causa quo plura, & difficiliora scire videantur, sive, quod similius veri est, ignoratione docendi, nam non solam scire aliquid artis est, sed quaedam ars etiam docendi, saepe quod positum est in una cognitione, in infinita dispartiuntur. Cicer. de Leg. 2. cap. 45.

en especial en la Oración que hizo por Murena, digna de ser leída, porque trata este asunto con extensión (a). Ninguna Arte, entiendo yo, necesita más de la buena Lógica que la Jurisprudencia, porque el conocimiento de lo recto y de lo justo pertenece al juicio. Si este no sólo necesita de sus propios principios, sino de otras verdades fundamentales por el encadenamiento que hay entre ellas ¿cómo ha de ser buen Jurisconsulto el que no sea buen Filósofo? No extraño que Genaro, que conocía por dentro lo que anda en esto, haya empleado tan vivas y tan continuas sátiras contra los Letrados.
(a) ltaque si mihi homini vehementer occupato stomachum moveritis, vel triduo me Jurisconsultum esse profitebor. Cic. pro Muraen. c.13. p. 272. t. 5.

Capítulo IV. Continúase la explicación de los errores que la imaginación ocasiona.

Capítulo IV.

Continúase la explicación de los errores que la imaginación ocasiona.

51 Hemos propuesto en el capítulo antecedente algunos errores que ocasiona la imaginación en asuntos de Religión y de piedad; en este manifestaremos los que principalmente ocasiona en el trato civil, y en el ejercicio de las Artes y Ciencias, y para hacerlos más comprensibles, los dividiremos en varias clases, según las varias influencias que suele tener en ellos la fantasía.

52 En primer lugar suelen ocasionar el error las imaginaciones pequeñas: entiendo por pequeñas imaginaciones las que se llenan y satisfacen de cosas de ningún momento, y suelen hacer que el juicio las tenga por grandes, y se ocupe en ellas. Esto suele observarse en los niños y mujeres, y por eso las vemos casi siempre ocupadas en cosas pequeñísimas, mirándolas como grandes, y dignas de su aplicación. La moda, la cortesía, el adorno, y la conversación de estas mismas cosas es el atractivo de su juicio, como en los niños los juegos, las bagatelas, y las diversiones. De ordinario las imaginaciones pequeñas son blandas, esto es, son dispuestas a recibir fácilmente las representaciones: son asimismo acompañadas de afectos de dulzura y de gusto; y siendo poco, o nada instruido el juicio de los niños y de las mujeres, se ocupa todo de los objetos de la fantasía. En vista de esto se ha de procurar, ya con la enseñanza, ya con el ejemplo, el instruir temprano la juventud en máximas fundamentales de la razón, formando su juicio según permite su capacidad. De este modo se ha visto un niño que a la edad de siete años ha defendido públicamente las principales Ciencias con acierto (a), y mujeres que han excedido a los hombres en el juicio. Muchos ejemplos pueden verse de uno, y otro en los Autores, en especial en Plutarco (b), y entre los modernos en Mr. Baillet (c).

(a) Murator. Filosof. Moral. capit. 10.

(b) Plutarc. de Clar. Mulier.
(c) Baillet. Jugemens de Savans, t. 5.

53 No faltan hombres afeminados de imaginación bien pequeña. Algunos usan más adornos que las mujeres, otros continuamente exaltan cosas de poco momento: unos exageran las cosas de ninguna importancia; otros se hacen entrometidos, dando a entender que son grandes hombres, y sólo lo son en frioleras. Cleóbulo se altera de lo que no debe, se admira de bagatelas, y no sabe hablar de otra cosa que de su dolor de cabeza, de lo que ha trabajado, de lo cansado que se halla, y en esto emplea toda una tarde, y tal vez todo el día. Evaristo se halla en una conversación, y no hace otra cosa que ponderar la desigualdad del tiempo, las niñerías de sus hijos y sus gracias: y después, por hacer demostración de su saber, se pone a hablar de los vestidos de los Macedonios, del orden de batalla de las Amazonas; y si se le ocurre, no omite tal cual lugar de Quinto Curcio. Este vicio es el que llaman los Modernos pedantería, que consiste en entretenerse sólo el entendimiento en cosas de ninguna sustancia, más propias de niños que de adultos, proporcionadas a Ia pequeñez de su fantasía, y objetos dignos de su corto juicio. Estos tales no suelen hacer otro daño con estos errores, que causar enfado a todo el mundo, y en especial a los hombres que hacen uso de la razón.

54 Si la pedantería quedase sólo en las conversaciones, fuera tolerable; el caso es que se halla en infinitos libros de todas facultades, y sus Autores nos hacen perder el tiempo y el dinero en inútiles niñerías.

Menkenio desprecia con donayre algunos Gramáticos que disputaron mucho tiempo sobre sola una voz (a : Menken. Charlat. Eruditor. pág. 155), y cerca de nuestros tiempos hemos visto empeñados dos hombres famosos en averiguar si ha de escribirse Virgilio, o Vergilio. ¿Y qué cosa más común y más inútil, que examinar aquello que después de averiguado para nada aprovecha? Todo el año emplea Ariston en averiguar si Cicerón estudiaba sentado, o paseando, si los vestidos que usaba eran varios, o uniformes. Cleóbulo está afanado para saber qué figura tenían las hebillas de los Romanos, y hace un tomo entero para probar que no usaban espuelas, y trata con mucha extensión de los anillos, de los juegos, y otros divertimientos de aquellos tiempos, con tanta satisfacción, que tiene por ignorantes, e irracionales, a los que no emplean, como él, todo el tiempo en inútiles averiguaciones. Pedro Burmano, Bentleio, y otros semejantes son dignos de estimación por el trabajo con que nos dan buenas ediciones de Autores Latinos, y por el zelo con que promueven las letras humanas; pero no son de alabar los cuidados que en sus notas ponen, deteniéndose lo más del tiempo en corregir la palabra del Autor original, gobernados por sus propias reglas, y en impugnar a otros, porque no lo han hecho, sin cuidar de las sentencias, que es el punto principal en que se debieran detener. Han llegado a tal punto estos Correctores (dice Menkenio), que con verdad se puede decir ahora lo que en otro tiempo se dijo de los ejemplares de Homero; es a saber, que se han de tener por mejores y más correctos los Autores que no se han corregido (a : Charlataner. pág, 164.).

55 Alguna vez puede esto ser un poco útil; pero si se considera el estrépito con que algunos han tratado estas materias, bien se podrán comparar a la mosca, que andando sobre la rueda de un carro, decía: ¡Cuánto polvo levanto!
Otros emplean gruesos volúmenes en explicar una sola voz de algún Escritor antiguo. Yo siempre he tenido por hombres de imaginación pequeña a los que se detienen en una palabrilla, en un acento
(tilde), en si se ha de entender esta voz en este, o en otro significado: aunque esto importe poco, y sin llegar a conocer lo útil de las cosas, sólo se contentan de lo superficial. Parécense estos a los cazadores, que no llegando a saber cazar las aves y bestias útiles para el mantenimiento del hombre, se emplean en cazar ratones, o tal vez se hacen cazadores de moscas. Lo mismo debe decirse de aquellos que se tienen por grandes hombres, porque saben hacer un verso, o una redondilla. ¡O! Narciso es mozo de grandes esperanzas, porque hace un Epigrama, y forma versos que es una maravilla. Examinando bien las cosas, se halla que Narciso es hombre de pequeña imaginación y de poco juicio, porque sabe hacer versos que nada más tienen que el sonido, el metro, y la cadencia, cosas propias de la imaginación; pero no incluyen sentencias graves, ni instructivas, en que resplandezca el juicio. ¿De qué puede servir hacer versos con letras forzadas, y anagramas oscurísimos, sino de atraer aquellos que admiran todo lo que no entienden, y celebran lo que no alcanzan (a)? Bien pueden estos compararse a los niños, a quien el color del oropel hace creer que es oro lo que es plomo, y tal vez madera podrida.

56 En segundo lugar coloco yo las imaginaciones hinchadas, y llamo así aquellas que se llenan de muchas imágenes, o ya se adquieran y recojan con la aplicación, o ya naturalmente sea dispuesta la fantasía a formarlas. Es menester confesar, que si a las imaginaciones llenas se junta buen juicio, son muy estimables, y sólo de ellas han de esperarse grandes ventajas en el descubrimiento de la verdad, y en el ejercicio de las Artes, y Ciencias; pero si a una imaginación muy llena, no acompaña un juicio atinado, suele ser causa de muchos errores. ¡O! Fulano es muy lleno!. ¡Qué de noticias tiene! ¡Qué de cosas sabe! De qualquiera asunto que se hable, en todo entiende. Este es el lenguaje del vulgo en la calificación de los sujetos. Si el juicio no coloca en el debido lugar las noticias, si a la muchedumbre de ellas no acompaña un gran discernimiento de lo verdadero y de lo bueno, y un conocimiento de lo útil y superfluo, de lo bello y de lo rústico, nada más serán todas aquellas noticias que un montón de trigo, cebada, heno, paja y polvo, donde hay algo de bueno pero mezclado con muchísimo sucio, malo y abominable. En efecto la llenura de la imaginación es como la del cuerpo, que siendo gobernada por la naturaleza es sana y loable, y en siendo desordenada causa la enfermedad y la cacoquimia.

(a) Omnia enim stolidi magis admirantur, amantque,
Inversis quae sub verbis latinantia cernunt,
Veraque constituunt, quae belle tangere possiunt
Aureis, & lepida quae sunt fucata sonore.
Lucret. de Rer. natur. lib. I. verso 638.

57 Esta enfermedad, o disposición cacoquímica de la imaginación es común en las oraciones y en los escritos. Llena Cleóbulo su cerebro de noticias vulgares, de lugares comunes, porque las Poliantheas son sus delicias, y en los Diccionarios hace su mayor estudio. En un sermón, en la conversación, o Discurso Académico vacía cuanto ha leído en estas fuentes de vulgar erudición y doctrina, y no hay Autor que no cite, ni noticia que no participe a su auditorio.
La desgracia es, que le acompaña poco juicio, y no coloca las cosas en el lugar que les corresponde, ni las aplica en el modo necesario para instruir, ni añade verdad alguna que penetre en el corazón de los oyentes. Los que tienen la imaginación muy llena son intolerables en las conversaciones. Háblese de lo que se quiera, luego salen vertiendo noticias fuera del lugar y tiempo, y estas a veces tan mal digeridas, que no parecen sino un aborto, o una de aquellas insufribles evacuaciones, que por descargarse excita la naturaleza.

58 No es posible tratar aquí individualmente de todos los Escritores, que siendo de imaginación hinchada, muestran tener poco juicio, porque son innumerables, y hoy más que nunca reina la moda de querer los hombres parecer sabios, amontonando citas y noticias, aunque sean inútiles y vulgares. Propondré dos solamente, y así se podrá formar juicio de los demás. En la Medicina está muy celebrado Miguel Etmullero, y no puede negarse que es Autor llenísimo, pero de poco provecho, porque no acompaña gran juicio, ni aun mediano, a tanta baraúnda de cosas vulgares, poco fundadas e inútiles como propone. Este Autor es aquel que estudian muchos que no profesan la Medicina, para hablar de ella en sus discursos, y mostrar que la entienden radicalmente; y a la verdad hallan en él un fondo inagotable de noticias para embelesar a los que se contentan de la abundancia de la imaginación; pero nunca agradarán a los que sólo se gobiernan por el juicio. De este, y de Lucas Tozzi se valió Feyjoó las más veces para escribir de la Medicina. ¡Pero qué Maestros! Así han salido los discursos.
¡O cuántos libros llenan los estantes, sin haber en ellos más que amontonamiento de noticias falsas, vulgares, o inciertas, pero regladas de modo, que puedan hacer impresión en la fantasía!

59 En tercer lugar pueden colocarse las imaginaciones profundas, y llamo así aquellas en que las representaciones se arraigan mucho. De tres maneras se hace profunda la imaginación, o por temperamento, o a fuerza de meditar, o por enfermedad. Los que tienen el temperamento melancólico, de ordinario son de imaginación profunda. La imaginación naturalmente profunda, junta con buen juicio, suele aprovechar mucho, porque suele causar mucha constancia en las cosas que emprende, y esta constancia nace de la duración de las imágenes; por eso los que tienen así la imaginación son tenaces en su propósito, y no dejan la cosa hasta que la apuran del todo. Aquellos que han tenido buen juicio, junto con semejante imaginación, han hecho progresos en las empresas loables y difíciles. Por el contrario, si la imaginación es profunda, y el juicio es corto, se siguen muchos errores, y lo que es peor los acompaña una tenacidad invencible. Suele ser muy común a los que tienen la imaginación profunda, andar pensativos, y no reparar en las cosas triviales, mayormente si ocupan el juicio en cosas de importancia. Ariston va por la calle tan profundo, que no repara en los que encuentra, ni saluda a sus amigos, ni se entretiene con la hermosura de los balcones y ventanas. Crisias lo mira todo, de todo se divierte, ni en una mosca que vaya volando deja de reparar. De estos dos Ariston tiene la imaginación profunda, Crisias pequeña. El hombre mientras está velando, o no duerme, siempre piensa, y siempre se presentan a sus sentidos objetos que los impresionan; pero hay la diferencia, que los objetos de poca substancia no ocupan la imaginación de Ariston, y llenan la de Crisias. Cuando van estos por la calle, los dos piensan, pero se distinguen en que Crisias piensa en las ventanas, en los balcones, en las rejas, y otros objetos que se presentan a sus ojos, y son bastantes para entretener su fantasía. Ariston tiene presentes los mismos objetos; pero como por la rectitud del juicio no le admiran, y por la profundidad de la imaginación tiene presentes dentro de sí otros objetos tal vez más dignos de su aplicación, o a lo menos más profundamente arraigados, por eso piensa más en estos, y apenas se ocupa de aquellos. Bien creo yo que también es menester justa medida en la profundidad de imaginación de Ariston, porque de otra forma se volverá inútil, e intratable, y en esto es menester que el juicio tenga presente ne quid nimis.

60 A fuerza de meditar se hace profunda la imaginación. La razón es, porque meditando mucho, se hace hábito, con el cual se adquiere la fácil repetición de las representaciones. Cartesio tuvo profunda la imaginación, meditó mucho; y si hubiera tenido el juicio tan profundo como la fantasía, hubiera logrado para siempre el renombre de Filósofo. Sucede en esto lo mismo que en el ejercicio del cuerpo, cuyos miembros con el continuo trabajo se habitúan a aquel movimiento en que más se ejercitan.

61 Por enfermedad suele hacerse tan profunda la imaginación, que ocasiona muchísimos errores. Es de advertir, que algunas veces la enfermedad que daña la imaginación, deja al juicio sano, y este corrige los errores y desórdenes de aquella. Otras veces la enfermedad del cerebro daña la imaginación y al juicio, y los que así padecen, yerran neciamente. De uno y otro he visto ejemplares en mi práctica de la Medicina, y de ambas cosas habló muy concertadamente Galeno, y después otros Autores. Aquí se ha de notar, que a veces es tan poderosa la fuerza de la fantasía, que el juicio por más que quiera apartar de ella algunos objetos, no puede conseguirlo, y esto sucede en aquellos que por enfermedad tienen viciada la parte del cerebro donde reside la imaginación. El remedio cierto que hay para no errar en este caso, es despreciar las representaciones de la fantasía, y fortalecer el juicio para que la domine: y sé yo que haciendo buen uso de la razón, y acostumbrándose a vencer y moderar la fuerza de la imaginativa, se consigue el alivio. De esta enfermedad de la imaginación deben tener noticia y procurar conocerla los directores espirituales de las almas, porque de ella nacen casi siempre las conciencias escrupulosas, corrompiendo poco a poco en ellas la imaginación al juicio. Cuando la enfermedad del cerebro de tal suerte vicia la imaginación que comunique el daño al juicio, se sigue la locura, o bien melancólica, o maniática. En estos hay algunos, que sólo deliran sobre una cosa, y están sanos en lo demás. Cual dice que es Rey, cual Papa, cual que es Léon, cual que es hormiga. La impresión de estos objetos ha echado raíces tan hondas en su imaginativa, que es difícil borrarlas, y por la enfermedad no puede el juicio corregir este error. De esto puede el Lector tener larga noticia viendo algunos autores de Medicina, y en especial a Paulo Zaquias en las Cuestiones Médico-Legales.

62 Síguense las imaginaciones contagiosas, y llamo así aquellas, que con facilidad comunican sus impresiones a otras, y las arrastran. De esto hay infinitos ejemplares en el trato civil, y nada es más común que dejarnos llevar los hombres por la fuerza de la imaginación de aquellos con quien más familiarmente tratamos. Es bien sabido que la vista de un objeto asqueroso nos provoca a vomitó, y la tristeza de un amigo nos entristece. Si vis me flere, decía Horacio (a : Horat. Art. Poet. verts. 192.), dolendum est primum ipsi tibi. Estas cosas suceden por contagio de la imaginación, porque la vista de estos objetos excita en nuestra fantasía las mismas impresiones y movimientos que en aquellos donde se hallan, y por eso nos excitan las mismas pasiones.

63 Nada es más común, que imitar nosotros aquellos con quien tenemos familiar comunicación. Si nuestro amigo viste de moda, vestimos nosotros; si habla con algún tonecillo, insensiblemente le vamos adquiriendo; si tiene algún vicioso estribillo, tal vez le tomamos sin poderlo evitar. Esto sucede, porque nos vamos habituando con el trato a aquel modo que observamos continuamente en otro. Por esto es bien buscar para el trato familiar aquellos sujetos en quien resplandezcan las virtudes y el juicio, porque al fin teniendo en nuestras operaciones tanta parte la fantasía, es muy conveniente hacerla a recibir imágenes de lo bueno y razonable.

64 La imaginación de los. hombres de autoridad es muy contagiosa. Ya la grandeza, ya la ostentación, y las dignidades suelen ocupar la fantasía de los súbditos, e inferiores, porque estos consideran en aquellas cosas una suma felicidad. La sujeción en el inferior por otra parte dispone el ánimo a recibir las impresiones del Superior. De aquí nace, que poco a poco se va haciendo la fantasía de los domésticos y sujetando a las mismas maneras de los dueños, y la de estos por cierto modo de contagio arrastra la de aquellos. Por esta razón, es importantísimo, que los que se hallan en grandes dignidades y empleos no ejerciten sino obras de virtud, procurando enseñar a los demás con el ejemplo;

y no hay que dudar que puede ocasionar gran daño en la imaginación de los súbditos el desorden del superior, por el contagio de la imaginación. Esto se ve prácticamente en la crianza de los hijos. En vano serán los castigos, en vano las amenazas, y en vano cualquiera diligencia de los padres, si estos no procuran poner el fundamento de la educación en el buen ejemplo. Los niños no ejercitan otras operaciones que las de los sentidos, e imaginación, y aun cuando ya empiezan a razonar, no tienen otros principios sobre que ejercitar y fundar la razón, que aquellas cosas que se les comunican con el trato, porque vienen al mundo como un lienzo raído, como ya hemos dicho. Como por sí mismos en este estado alcanzan poco, miran a sus padres como únicos Maestros; y como están sujetos a ellos, les sujetan también el entendimiento, porque en esto tiene gran parte la autoridad. Reciben, pues, como regla infalible lo que los padres les dicen, y muchísimo más lo que les ven hacer; porque dice muy bien Horacio, que mayor y más pronta impresión hacen las cosas que se presentan a los ojos, que las que excitan al oído (a). Por otra parte se ha de considerar, que los niños no son capaces de distinguir con toda claridad si lo que los padres les amonestan es bueno, o malo, y así lo siguen ciegamente por la autoridad y respeto con que los miran.

(a) Segnius irritant animos demissa per aures,
Quam quae sunt oculis subjecta fidelibus. Horat. Art. Poet. v. 108.

65 Por todas estas razones han de cuidar con suma solicitud los padres que quieren educar bien a sus hijos, no hacer delante de ellos cosa que no sea buena y capaz de producir loables impresiones en la imaginación de ellos, y por otra parte han de empezar muy temprano a enseñarles los principios y máximas de la Religión Christiana, junto con lo que pueda, según es su capacidad, ilustrar la razón. Este punto es importantísimo al público, y yerran muchísimos padres en la crianza de los hijos, porque no consideran que su imaginación es contagiosa, y que los hijos la reciben y se forman a su modelo. Plutarco escribió un Tratado de la educación de los hijos, y en nuestros tiempos vemos muchos libros que tratan cristianamente tan importante asunto, y creo yo que el poco fruto que se saca de tales escritos, nace de que los padres no consideran que la principal lección para educar bien sus hijos, consiste en obrar ellos mismos loablemente, en hablar delante de los hijos con modestia, en
mostrarlos con su ejemplo lo que es feo y lo que es abominable, lo que deben seguir y evitar, y de este modo la imaginación de los niños se va llenando de imágenes y de señales, que en llegando al uso de la razón, le sirven de fundamento para razonar con juicio.
Lo mismo que hemos dicho de los padres ha de entenderse de todos los que se hallan alrededor de los niños; y es bien cierto, que los padres que no pondrán cuidado en la familia, y en el buen ejemplo de sus domésticos, nunca lograrán buena crianza en sus hijos.

66 También es contagiosa la imaginación de los Maestros respecto de los discípulos, porque la atención con que estos los miran, y la autoridad que los Maestros tienen sobre ellos, dispone su imaginación a recibir qualesquiera impresiones, y sucede que los discípulos suelen tomar los mismos modelos de los Maestros. Por esta razón es necesario, que los que han de enseñar públicamente sean hombres de buen ejemplo y conocida literatura, porque suelen las letras y costumbres de los Maestros pegarse, digámoslo así, a los discípulos. En efecto lo que hemos dicho de los padres respecto de los hijos, puede decirse de los Maestros respecto de los discípulos, con sola la diferencia, que los niños son más dispuestos a recibir qualesquiera impresiones, que los adultos.

67 Ya se ve que muchos errores nacen de este contagio de la imaginación, y son de mayor, o menor entidad, según su objeto. ¡Cuántos infelizmente han bebido la herejía y la han sostenido hasta la muerte, por habérseles comunicado de los padres, o de los Maestros! No hay más que leer las historias de nuestros tiempos para tener de esto muchos lastimosos ejemplares. Aún en otros asuntos es tan dañoso el contagio de la imaginación, que suele atrasar mucho los buenos progresos de las Artes y Ciencias. Bien ve Ariston que algunas cosas nuevas de la Filosofía son más comprensibles que las que ha aprendido en las Escuelas; pero no se atreve a abandonar las máximas de sus Maestros. O! dice Crisias, yo oí a mi padre, que lo contaba muchas veces, que en casa salía un Duende, y así no hay duda que ha habido Duendes. Cleóbulo dice: Esto es cierto, yo se lo he oído contar muchas veces a mi abuela, y a fé que era una señora bien racional, que una noche voló una bruja, y pasó el mar, y se fue a Nápoles, y luego volvió, &c. A estos tales es difícil desengañarlos, porque se les pegó cuando eran niños la errada imaginación de sus padres, y abuelos.

68 En último lugar coloco yo las imaginaciones apasionadas, y llamo así aquellas que van acompañadas de alguna vehemente, o desordenada pasión. A la verdad nunca imagina el hombre cosa alguna, sin que alguna pasión acompañe sus percepciones, como ya hemos dicho muchas veces; pero suele en algunas ocasiones ser tan vehemente la pasión que acompaña a la fantasía en la percepción de algún objeto, que juntas arrastran al juicio y ocasionan graves errores. A un niño se le amenaza con el Duende, o porque no llore, o por imprudente conducta de los que le educan. Excítasele la pasión del miedo, y se le imprime tan vivamente aquella especie, o imagen, que después nadie es capaz de desengañarle. Si ha de ir de noche a algún lugar, y se le ha dicho que sale una fantasma, cada sombra, cada ruido, cada mata le parece que lo es, y que ha de tragarle, cosa que dura aún en los adultos, si no regulan el juicio, y con él moderan la pasión del miedo: las visiones y apariciones de Almas, de Duendes y Fantasmas no son otra cosa que apariencias de la fantasía alterada con la pasión del miedo, del espanto, u otras pasiones, a quienes se junta las más veces la enfermedad, y siempre la ignorancia. Si semejantes cosas se presentaran por sí solas al alma, no harían grande impresión; pero como van juntas con el miedo, con dificultad se borran; porque se ha de saber, que el miedo no es otra cosa que un movimiento que se excita en el hombre, con el cual se aparta de algún objeto que considera como dañoso, como que puede causarle algún gran mal. A los niños se les hace creer que la fantasma ha de tragarlos, o que ha de hacerles algún otro daño, y por esto en presentándoseles semejante objeto, temen, esto es, se excita un movimiento para apartarle. Todo esto deja raíces y impresiones muy hondas: de suerte que muchas veces suele el juicio dejarse llevar de ellas, y cae en el error.

69 Lo mismo sucede cuando a la fantasía se allega alguna otra pasión. Ama Narciso extraordinariamente a Lucinda, y tiene la imagen de esta tan viva en la imaginación, que en ninguna otra cosa piensa. Como el amor es aquel movimiento con que queremos un objeto, que, o realmente es, o a lo menos nos parece bueno y agradable; por esto no hay perfección, ni bondad que no tenga Lucinda, según el juicio de Narciso. De suerte, que en siendo semejante pasión desordenada, suele pervertir de mil maneras al juicio; y nada es más común en las historias, que ejemplos de hombres perdidos por el amor. Aun el cariño y afición con que tratamos a los hijos, a los amigos y bienhechores, hace tal impresión en nosotros, que de ordinario suele el juicio gobernarse más por la pasión, que por la verdad (a).

70 El deseo de una cosa de tal suerte muda la fantasía, y altera al juicio, que si es muy vehemente nos hace errar. Cuenta Muratori (b), que conoció a un Religioso venerable por su virtud y literatura, el cual deseaba con sumo ardor el Capelo. Este deseo le gastó la fantasía de manera, que ninguna otra cosa imaginaba con mayor vehemencia. La imaginación de este objeto, junta con el deseo de poseerle, de tal modo trastrocaron al juicio, que llegó a creer que era Cardenal, y se enfadaba de que no se le diese el tratamiento correspondiente a esta dignidad. En todo lo demás hablaba racionalmente; pero en esto nunca, ni hubo fuerzas para apartarle de su error. No hay cosa más fácil que conocer lo que puede la fantasía dominada de alguna vehemente pasión, y pudiera poner ejemplos innumerables, discurriendo sobre cada una de las pasiones, porque el teatro del mundo ofrece cada día con abundancia; pero no lo permite la brevedad de este escrito, y con los ejemplos propuestos pueden los lectores atentos conocer semejantes cosas.

(a) Omnes quorum in alterius manu vita posita est saepe illud cogitant, quid possit is, cujus in ditione ac potestate sunt quam quid debeat facere. Cicer pro P. Quinct.
(b) Murat. de la Filos. Mor, c. 6. p. 70

71 Para evitar todos estos errores se ha de saber, que la imaginación solamente los ocasiona, y caemos en ellos, porque libremente dejamos que el juicio se gobierne por la imaginación. De suerte, que cuando decimos en esta obrilla, que la fantasía arrastra, pervierte, corrompe al juicio, entendemos solamente la grande influencia que tiene la imaginativa en nuestras operaciones; bien que siempre suponemos, como varias veces hemos dicho, que el juicio libremente asiente, o disiente a las cosas que se presentan a los sentidos, o se imprimen en la imaginación. Será bien, pues, que cada cual ejercite el juicio, y que se haga a distinguir lo que toca a la fantasía, y lo que pertenece a la razón; y para fortalecer el juicio será conveniente pensar, que nada ha de gobernarle sino lo bueno, lo verdadero, y lo útil, y que moderando las pasiones, y refrenando el vigor de la fantasía, tiene lugar el juicio para examinar mejor las cosas. La Filosofía Moral aprovecha mucho para lo que toca a las pasiones. Quisiera yo que todos tuvieran presente la famosa máxima de Epícteto, célebre Estoico: Sustine, & abstine, es a saber, sufre y abstente. Y por lo que toca a las Artes y Ciencias, quisiera también que se tuvieran presentes los errores que se notan en este breve escrito, para que conociéndolos sea más fácil evitarlos.