domingo, 17 de octubre de 2021

Capítulo XIV. De la Demostración.

Capítulo XIV.

De la Demostración.

44 Cuando las verdades fundamentales, o las máximas que se deducen de ellas, sirven de premisas en un silogismo bien dispuesto, el consiguiente es cierto y evidente, y el tal silogismo se llama demostración; la cual no es otra cosa que un conocimiento cierto y evidente de las cosas, deducido de premisas evidentes y ciertas. Llamamos cierta la verdad de que estamos asegurados, como que no puede faltar: evidencia es el conocimiento que además de ser cierto y seguro, nos muestra la verdad con la claridad misma con que solemos ver las cosas.
Así la certeza como la evidencia se consiguen, o por medio de la observación experimental de los sentidos, o por los principios de la recta razón. Tan cierto y evidente es para mí, que es injusto un agravio que se me hace, lo cual conozco por la razón, como que estoy padeciendo en mi cuerpo cuando tengo un dolor, lo cual alcanzo por los sentidos. Con la misma certeza y evidencia que tengo de que el Sol trae luz y calor, que es verdad sensible, estoy asegurado que el Sol ha recibido estas fuerzas de Dios, lo cual es verdad de razón; porque así como soy llevado a creer que el Sol trae consigo estas cosas, porque por sí mismas nunca subsisten, y en la presencia del Sol nunca faltan, ni más ni menos conozco que el Sol de sí mismo no tiene esta potencia por aquel principio experimental, que ningún ser corpóreo viene de sí mismo, sino de otra causa, y otro de razón natural, que no han de ir estas causas hasta el infinito, sino terminar en un ser que sea el origen y principio de todos los movimientos, y a este ser llamamos Dios. Así que la demostración se ha de componer precisamente de verdades primeras, o de máximas, que tengan necesaria conexión con ellas. Si hacemos patente esta conexión en lo que tratamos, decimos que lo hemos demostrado; si no hemos llegado a eso, hemos de procurarlo, ordenando las verdades (en las Escuelas las llaman pruebas) de silogismo en silogismo, hasta encontrar el enlace de lo que intentamos probar con las verdades fundamentales. En llegando a estas no se ha de pasar más adelante, porque son evidentes por sí mismas, y en viéndolas no hay entendimiento que no quede asegurado y convencido: de modo, que dicen bien los Escolásticos, que no se ha de disputar con los que niegan los principios, y que lo que es por sí mismo claro, no necesita de pruebas. Sea esto dicho de paso contra los Escépticos importunos y tupidos, que no se rinden a la misma evidencia. Lock no estuvo constante tratando de esto. Concede que el conocimiento intuitivo es cierto y evidente, y que con él estamos asegurados de la verdad. Llama intuitivo el conocimiento con que alcanzamos las cosas sin necesitar de otro conocimiento, como son las verdades primitivas, y primeros principios de que hemos hablado. Dice también, que es cierto y evidente, aunque la evidencia no es tan clara, lo que se prueba por necesaria conexión con los conocimientos intuitivos (a). Tratando después de las máximas, que sirven de fundamento a los Filósofos para discurrir con acierto, las cuales son verdades fundamentales, deducidas y conexas con las primitivas, aunque no las tiene por absolutamente inútiles, las rechaza como de poco uso, y en algunos casos como dañosas para alcanzar la evidencia (b). El extremo con que este y otros modernos persiguen las Escuelas, hace que en algunas ocasiones no guarden perfecta consecuencia en la doctrina. Lo cierto es, que unas veces el entendimiento en una cosa remota ve con claridad la conexión que tiene con las verdades primitivas, especialmente si es agudo, sagaz, y habituado a raciocinar, y al punto asiente, o disiente a ella, como que tácitamente, y en un momento descubre todo el enlace de razonamientos con que se llega a los primeros principios: otras veces no ve tan de cerca esta conexión, y entonces conviene pararse,
y ir descubriendo el enlace de las verdades, para quedar asegurado.

(a) Lock Essai de l´entendem. lib. 4. cap. 2.pág. 432. y sig.

(b) Lock lib. 4. cap. 7. §. II. pág. 495. y sig.


45 Resta ahora proponer algunas advertencias para hacer bien las demostraciones. Toda demostración ha de tener por objeto las cosas universales, porque de las singulares no puede haberla. Conócense las singulares con toda evidencia por la aplicación de los sentidos a las cosas, y de la mente a las primeras nociones; pero no se demuestran, ni lo necesitan, porque no es menester otro medio distinto de ellas mismas para alcanzarlas.
La presencia de la luz, lo pesado y liviano, el movimiento, el frío y calor, y otras cosas a este modo con sola la aplicación de los sentidos son evidentes: como lo son también las primeras y simples nociones que tiene el entendimiento, y sirven de
basa, y ocasión al ingenio para formar demostraciones. Es verdad, que los universales se forman de los singulares; pero solo se hace abstrayendo de estos los atributos comunes, los cuales son los que aprovechan para demostrar las cosas. En cada ente singular, además de los predicados comunes, hay una particularidad tan propia suya, que no se halla en otro ninguno aun del mismo género. Los Griegos la llamaron *gr idiosincrasia, de la cual se trata extensamente en la Medicina, y no está sujeta a demostración por ser especial y propia de cada individuo. De esta singularidad nace la distinta cara, genio, y especial temperamento de los hombres; y debe esta conocerse por observación particular, que sólo sirve para aquella determinada cosa donde reside, y no puede demostrarse, porque no hay medio, antecedente, ni principio a que reducirla, por ser única. Debe también la demostración ser de cosas necesarias y perpetuas, porque así será siempre verdadera, puesto que las cosas contingentes y que pasan, por su misma mutación están expuestas a la incertidumbre. Por eso las definiciones y divisiones lógicas bien hechas son los medios más a propósito que hay para las demostraciones; y bien se ve que los predicados esenciales son perpetuos y permanentes, y siempre unos mismos en las cosas, porque ni se engendran de nuevo, ni se acaban: hácense sólo de nuevo, y se destruyen los singulares individuos que los contienen. Para entender esto físicamente puede servir lo que hemos dicho de los elementos, y de las semillas en el discurso sobre el Mecanismo (a : Pág. 74. y sig.). Sirve asimismo para demostrar las cosas el conocimiento de sus causas. Para proceder en esto con acierto, especialmente en el estudio de la naturaleza, cuyas demostraciones casi siempre se hacen por este camino, conviene saber que por causa no entendemos sólo la eficiente, sino también la material, que es el sujeto y basa de que se compone una cosa: la formal, que es el conjunto de caracteres con que se distingue de otras:
la instrumental, que es el medio con que se forma: la final, que es el fin a que se endereza. De todas estas hablaba Virgilio cuando decía: dichoso aquel que puede conocer las causas de las cosas (a), &c; y con razón, porque es sumamente útil conocer y distinguir cada una de las causas propuestas. El no haber cosa ninguna en que no concurran estas causas, es el motivo de ser útiles para las demostraciones, y de ahí ha nacido la máxima fundamental tantas veces inculcada de Wolfio: nada se hace sin razón suficiente (b). Por esto han culpado muchos a Verulamio, que quitó del estudio de la Física las causas finales, dando motivo con esto a introducir el Epicurismo. Siendo, pues, preciso que estas causas estén conexas con las cosas, dimanan de ahí dos suertes de demostraciones: unas prueban las cosas por sus causas, y se llaman à priori: otras descubren las causas por sus efectos, y se llaman à posteriori; y ambas tienen su fuerza en el necesario enlace con que las cosas y sus causas deben estar juntas. En la naturaleza hay ciertas leyes generales, que siempre se guardan: hay otras especiales y propias, que solo en ciertos casos se observan. Las primeras conviene reducirlas a demostraciones por máximas universales, ya se demuestren a priori ya a posteriori. De esta clase son los aforismos de Hipócrates: algunas máximas de la Física, aunque no tantas como se cree: y las leyes generales, que van propuestas al principio de mis
Instituciones Médicas. Para hacer las demostraciones a priori, conviene examinar las causas evidentemente sensibles, notando el modo como concurren en sus efectos.
La vida de los animales no se puede mantener sin la respiración.

(a) Virgil. Georgic. lib. 2. vers. 490.

(b) Wolf. Ontolog. Pars I. sec. I. cap. 2. §. 70. pág. 28.

El aire aun del modo que se hace sensible es preciso para respirar: luego el aire es preciso para mantener la vida de los animales. Las dos premisas de esta demostración son evidentes y experimentales. Aquello que estando presente excita los animales y las plantas a la propagación, influye en la generación de estas cosas: el Sol con su presencia excita los animales y las plantas a la propagación: luego el Sol influye en la generación de estas cosas. A este modo pueden formarse muchas demostraciones a priori sobre la necesidad del agua para la vegetación y nutrición, sobre el frío y el calor, sobre las pasiones del ánimo y sus efectos, y, por decirlo de una vez, sobre todas las cosas, cuyas causas se presentan a los sentidos. Lo justo y honesto son verdaderos bienes: todo bien verdadero es digno de ser estimado: luego lo justo y honesto es digno de ser estimado. En esta demostración a priori las premisas son principios de razón natural; y de un modo semejante se puede demostrar la inmaterialidad e inmortalidad del alma: la existencia de Dios como primera causa, y otras cosas de esta clase, como pienso hacerlo en otra parte.

46 Para hacer las demostraciones a posteriori, conviene saber que hay ciertas causas que obran en la naturaleza ocultamente, de modo que en sí mismas no se presentan a nuestros sentidos, y solo llegamos con ellos a percibir sus efectos. El aire en muchas ocasiones influye en los cuerpos sin hacerlo por ninguna cualidad sensible, sino por una oculta fuerza (Hipócrates la llama divina), que sólo nos consta por los efectos que causa. A este modo son ocultas muchas enfermedades internas, las virtudes y modos de obrar de los venenos, y otras muchísimas cosas, de modo que en esta linea en lo físico, debemos confesar, que es más lo que ignoramos que lo que sabemos. Mas los efectos que así vienen de causas ocultas son en dos maneras: unos son totalmente inseparables de su modo de obrar, porque dimanan inmediatamente del poder de la causa, que dejaría de serlo si no los produjese: otros son contingentes, como que para su producción se requieren ciertas circunstancias en el sujeto en que obran, las cuales, por ser varias, hacen diversidad en la producción. A los primeros llamaron los Griegos *gr Epiphenomenos, que quiere decir que se manifiestan juntos con la causa: a los segundos *gr Epigenomenos, que vale tanto como que vienen después. Unos y otros se ven en las enfermedades, en las plantas, y en las más de las producciones de la naturaleza. Con los Epiphenomenos, formando primero historias exactas de ellos, se hacen demostraciones a posteriori, en que se descubre la actividad e influencia de las causas ocultas: con los Epigenomenos bien observados se conoce la vehemencia y éxito, o término de la operación. De ambos me he valido yo en mi Práctica Médica para manifestar las enfermedades por sus síntomas, dando de este modo el conocimiento más fijo que se puede tener en estas cosas. Como el corazón del hombre es oculto, las demostraciones de los Políticos, si es que las hay, pertenecen a esta clase. Los Lógicos dicen, y conviene confesarlo, que las demostraciones a posteriori nunca son tan exactas ni tan fijas como las que se hacen a priori. No pongo ejemplos de esto, porque todos mis escritos Físicos y Médicos están llenos de ellos; o, por decirlo más claro, he procurado que fuesen un ejemplo de estas reglas. Por lo que llevamos propuesto se echa de ver cuánta diligencia, sagacidad, exactitud, y examen se requiere para hacer buenas demostraciones, y cuán distantes de serlo están muchas que se dan por tales en los libros modernos. El Genuense ha llenado de este especioso título casi todos sus argumentos, y bien mirados, apenas llegan muchos de ellos a una fundada probabilidad. Tan lejos están de la demostración. Estos efectos, así necesarios como contingentes, son los signos de sus causas, de modo que los primeros la descubren con seguridad por su necesaria conexión con ella: los otros no la muestran con tanta firmeza. A los primeros llamaron los Griegos *gr techmerion, a los segundos, *gr semeion, y de ambos usó primero con mucho acierto Hipócrates en la Medicina: después hizo Aristóteles mención de ellos en su libro *gr de Interpretatione. Esta advertencia de los signos es de suma consideración, no sólo en las Ciencias, sino en el trato común. Descúbrense con ellos las cosas ocultas, con tal que se distingan los necesarios de los contingentes, y a cada clase se le dé el valor de certeza que le corresponde. Grandes errores se han cometido en las predicciones, adivinaciones, y profecías, por tener por signos fijos del primer orden los que no lo son: todavía se cometen mayores en lo político y en el trato civil, acostumbrándose los hombres con signos ligeros (llámanse sospechas) o muy contingentes, que a lo más hacen conjeturas, a asegurar la intención de los que censuran. La mayor parte de los juicios temerarios nacen de la mala observación y poca diligencia que se tiene en estos signos. Lo que hemos dicho hasta aquí ha de entenderse de los signos naturales, porque las cosas que indican a otras por instituto de los hombres, como los vocablos de las lenguas provinciales, y el ramo sobre la puerta, que en algunos lugares significa el vino para vender, y otras cosas a este modo, fácilmente se entiende lo que significan, si se pone cuidado en el uso que los hombres a su beneplácito les han dado. La doctrina de los signos bien entendida es sólida, y debe ocupar en la Lógica el lugar que los Escolásticos dan a su tratado del Signo, donde no se explica nada útil, y todo se reduce a cuestiones pueriles, que emboban a los niños, y con ellas sin aprender cosa alguna, se hacen tenazmente disputadores, y porfiados.

Capítulo XIII. De la verdad.

Capítulo XIII.

De la verdad.

42 El entendimiento del hombre tiene por objeto, y fin de todas sus obras la verdad, y con ella sosiega, y se satisface, como que es hecho para la verdad eterna, que reside en el Cielo; de quien son chispas las verdades de acá abaxo. Verdad real es el ser de cada cosa, según lo que es, y le corresponde: verdad mental es la conformidad de los actos del entendimiento con la verdad real.
Así que conviene examinar cada cosa, según realmente es en sí misma, y después comprenderla como ella es, para poder decir que se alcanza la verdad. La verdad real es una, porque es el mismo ser de las cosas; la mental es Lógica, Metafísica, &c. según es el objeto de ella, y el fin a que se endereza. Si los actos del entendimiento se conforman con el verdadero ser de los entes en común, la verdad es metafísica: si se conforman con lo justo, pertenece a la Jurisprudencia: si con lo honesto, útil y deleitable, a la Moral: y así de las demás Ciencias. La Lógica no tiene por objeto verdad alguna determinada, sino el examinar, y comprobarlas todas por medio de las nociones exactas, definiciones, divisiones, y silogismos. De aquí es, que la Lógica es transcendental, esto es, abraza todas las Artes científicas, y sirve, y aun es necesaria para todas ellas.
La falsedad solo cabe en las nociones del entendimiento, y por eso solamente es contraria de la verdad mental. Aún en esto conviene distinguir la verdad de la veracidad. Esta es la conformidad de la locución con los pensamientos, y es una gran virtud, de que se trata en la Filosofía Moral: aquella es la conformidad de los pensamientos con las cosas: y es visto que la una puede estar sin la otra de esta manera. Si alguno alcanza la verdad de una cosa, y la dice contra lo que siente, tiene verdad mental, mas no veracidad: si está equivocado creyendo ser verdad lo que piensa, y lo dice como lo siente, tiene veracidad, y no verdad.
En el trato común se explica todo con el nombre de verdad; mas conviene mucho separar estas cosas, porque el que falta a la veracidad voluntariamente, es hombre falso y engañador; el que siendo veraz equivoca las cosas, no es falso ni mentiroso, sino fácil crédulo y poseído del error. Estas cosas son tan claras, que no necesitan de más explicación. Lo que más hace a nuestro asunto, es entender el modo como hemos de portarnos, para que nuestras nociones sean siempre verdaderas. Dos máximas ha de guardar el que quiere conseguirlo. La una es: no dar asenso, o disenso a ninguna proposición, de quien no veamos claramente la conformidad que tiene con las cosas en que consiste la verdad real. Esta regla pertenece al juicio, y no es posible dar un paso seguro en las Ciencias, ni en el trato civil sin observarla. En los capítulos siguientes explicaremos esto con más extensión. La otra máxima es: no asentir, o disentir a las proposiciones por los afectos del ánimo que las acompañan, sino por la mera correspondencia entre la verdad mental y real. El hombre en este mundo, ni estará jamás sin errores, ni sin defectos, porque su naturaleza corrompida le arrastra, y si Dios no nos asistiera, no seríamos otra cosa que depósitos de vicios y falsedades; pero aseguro, que si usamos debidamente de nuestra libertad, observando en nuestra conducta las dos máximas propuestas, ciertamente nos veremos libres de muchos errores y engaños.

43 El modo que ha de tener el hombre para conformar sus pensamientos con las cosas, le hemos manifestado tratando del juicio y de las ideas. Aquí solo propondré cómo concurre la Lógica a la averiguación de la verdad. Para entender la naturaleza y sus obras conviene observar con la recta aplicación de los sentidos las cosas singulares, sus atributos, propiedades, leyes de movimiento, generación, corrupción, mutaciones, periodos, edades, relaciones, modos de obrar y de nacer; esto es, como son causas y efectos, como se juntan unas con otras, y se separan para componer varios todos físicos, &c. En el examen de las cosas inmateriales importa notar los principios de luz natural, las consecuencias que nacen de ellos, las reflexiones mentales, que acompañándolos las ilustran, y el orden, conexión y enlace, que entre sí tienen para sacar de verdad en verdad la manifestación de lo oculto. En ambas clases es preciso reducir a nociones universales los predicados comunes en que se convienen las cosas, y separar los atributos especiales con que se diferencian, formando géneros, especies y diferencias de los que son esenciales, y notando las afecciones que pertenecen a las propiedades y accidentes. Con estas prevenciones se podrán las cosas definir y dividir sin equivocarlas, y se harán, según convenga, inducciones, ejemplos, y silogismos, con que por proposiciones universales y particulares se llegue a descubrir si las cosas están bien, o mal averiguadas, y si están en las clases que les corresponde. Dedúcese de esto, que son dos las maneras de verdades generales: unas consisten en los principios derivados de la observación por los sentidos, y de la recta razón: otras se deducen por legítimas consecuencias de los dichos principios. Las primeras se pueden llamar verdades primitivas, fundamentales, principios de bien juzgar: las otras son secundarias, esto es, nacen de las primeras; y ambas son máximas constantes para proceder con acierto al descubrimiento de otras verdades. Las verdades fundamentales las produce el entendimiento, poniendo en obra su potencia de juzgar: las demás las va descubriendo con el estudio de las Artes y Ciencias. Fácil es reparar, que todas las Artes tienen sus reglas fijas, que les sirven de principios para gobernarse, y debe ser el principal cuidado de los que quieren saber con fundamento el instruirse en las máximas primitivas y originales de cada profesión, como que las verdades que a cada una pertenecen no han de ser sueltas, sino encadenadas con los primeros principios. Este enlace es el que hace la Lógica, procediendo de proposición en proposición, y enlazando con consecuencias seguidas las últimas verdades con las primeras. Es superficial, y poco estable lo que se sabe en cada Arte, profesión, y facultad, si no se entienden bien los principios y fundamentos de ella, porque es vago, e incierto lo que se establece sin verdaderos fundamentos: así que yerran y hacen errar a otros los que con una mala Lógica, aunque sea moderna, con algunas noticias sueltas, sin principios de las Artes, hablan de todo y deciden como si fuesen legítimos poseedores de las Ciencias.

Capítulo XII. Del Raciocinio.

Capítulo XII.

Del Raciocinio.

30 Entre las nociones compuestas la más principal, y a que se enderezan todas las otras es el raciocinio, acto del ingenio y potencia combinatoria, pues en él se juntan muchas proposiciones para formar una con el fin de descubrir las cosas. Ejecútase el raciocinio por inducción, ejemplo, entymema, silogismo. Llámase inducción la manifestación de un universal por la enumeración de todos los particulares. Este cisne es blanco, también lo es este, y así de los demás: luego todo cisne es blanco. Decía Horacio: el que no ha gobernado la nave se abstiene de hacerlo: el que no es Médico no se atreve a dar medicinas, &c. luego los que no son peritos en las cosas no las han de gobernar (c).

(c) Navem agere ignarus navis timet; abrotonum aegro Non audet, nisi qui didicit, dare. Quod medicorum est, Promittunt medici. Tractant fabrilia fabri. Horat. Epist. Lib.2.epist.I.vers.114.
Son innumerables los errores que se cometen en las Ciencias, especialmente en la Física, por el mal uso de las inducciones; pues sin hacer bien la enumeración de los particulares, se sientan máximas universales, que solo son ciertas cuando estas incluyen a aquellos sin faltar ninguno. Un Médico
da una medicina para quitar una enfermedad, la repite otra vez, y logra la curación. Forma por inducción una máxima general falsísima, creyendo que la tal medicina es remedio cierto para semejante dolencia. Así continuando en hacerla común, queda muchas veces burlado. En el trato civil sucede lo mismo. Ven a uno que un día entra en una casa, y lo repite otro día, y sin más examen pronuncian: Fulano va todos los días a tal casa, u hace tal cosa &c. Es menester mucha reserva, gran exactitud, suma diligencia para no engañarse con las inducciones. Esto consiste en que en este raciocinio procede el entendimiento de las partes al todo; y así como para formar el género de las definiciones es necesario saber todos los particulares, que debajo de él se comprehenden, del mismo modo es preciso para hacer una buena inducción: y es de notar, que esta suerte de argumento, si se hace debidamente en las cosas físicas, es de suma importancia para las nociones lógicas universales. Bacon de Verulamio trató de la necesidad y utilidad de las inducciones para la Física en el capítulo segundo del libro quinto De augmentis scientiarum, y lo repitió en los aforismos trece y catorce del primer libro de su Novum organum, alabando en ambas partes la inducción, y vituperando los silogismos; mas siendo cierto, que no hay inducción ninguna que no se pueda reducir a silogismo, se echa de ver que a este insigne Escritor le hizo falta aquí, como en otras muchas cosas, la seria lectura de Aristóteles.

31 El ejemplo que en las Escuelas llaman paridad, es un raciocinio con que descubrimos una cosa por la similitud de otra: Una piedra, un bronce, con el continuo ludir se amolda y se suaviza: luego un muchacho, por duro y áspero que sea, con la educación y la cultura se amansa y endulza. Este modo de raciocinar es muy expuesto al error, porque con dificultad se encontrarán dos cosas tan del todo semejantes que no se diferencien en algo; por eso en rigor lógico esta suerte de prueba debe examinarse mucho, porque engaña con las apariencias con que dos cosas se semejan, siendo en lo interior distintísimas. Toda la prueba, y convencimiento de las historias se se funda en el ejemplo, pudiendo en nuestros tiempos suceder lo que en los pasados. Así que para usar de este raciocinio con acierto conviene comparar las cosas, mirar en qué se parecen, y en qué disienten, ver los efectos que resultaron, y se pueden esperar de aquello en que se conforman, y no omitir circunstancia ninguna de las que pueden hacer del todo semejantes, o solo en algo parecidos los casos. Por faltar este examen Lógico a los Casuistas, que no usan por lo común de otra prueba que del ejemplo, cometen tantas faltas en la enseñanza de la Moral. Lo mismo sucede a los Políticos, puesto que no hay dos casos del todo semejantes en los sucesos humanos. Lo que conviene, así en la Moral como en la Política, es instruirse bien en las máximas fundamentales de estas Ciencias, y procurar aplicarlas con acierto a los casos particulares, y los ejemplos mirarlos como hechos que ayudan a hacer con firmeza semejante aplicación. Todavía debe aclararse más este importante asunto. Todos los entes tienen predicados comunes y singulares. En los comunes se parecen, y se diferencian en los otros. Cuando en lo físico examinamos las cosas, y vemos en ellas los atributos comunes, las colocamos bajo una clase; y este conocimiento, si se hace con exactitud, nos asegura del ser y propiedades de los entes, y sirve la inteligencia de unos para los demás que gozan iguales atributos. La singularidad que hay en cada cosa no es transcendental a otras, y por eso de los meramente singulares no puede haber ciencia, sino solo observación, esto es, conocimiento que dimana de determinada aplicación de los sentidos. Así que para que la Física y la Historia sean útiles, y den reglas seguras, es menester en su estudio ver atentamente las cosas, notar los atributos comunes y propios de cada una, examinar el origen, progresos y términos que tienen, advertir sus operaciones, sus resultas, sus movimientos, &c. Y cuando dos cosas, aunque en sí mismas singulares, se convienen en todo lo que hemos propuesto, se podrá juzgar de una por la similitud de la otra, y se podrá decir que se gobierna entonces el entendimiento por un conocimiento seguro. Por faltar en los que se llaman Físicos experimentales muchas de estas advertencias, se quejaba el P. Mallebranche del poco mérito de los que suelen hacer, como dicen ellos, experiencias (a). Cuando el hombre averigua así las cosas se vale de las inducciones para colocarlas en las clases generales, y así se dan la mano las nociones del entendimiento, y se ayudan mutuamente cuando se gobiernan con buen orden. Haré esto más patente con ejemplos. En lo físico se observa, que un árbol echa su flor con la venida del Sol, y se le caen las hojas con la ausencia: esto mismo se ve en los demás constantemente, y de estos ejemplos por inducción se concluye, que el Sol influye en la generación y corrupción de los árboles. Se ve, no una vez sola, sino innumerables, que la Luna y los demás Planetas, además de nacer, y ponerse todos los días, caminan por sí de Poniente a Levante, guardando cada uno ciertas reglas: y de la repetición de veces que esto se observa, como que cada vez que se ve es un ejemplo, se concluye que los Planetas ejercitan dos movimientos, uno común de Levante a Poniente, y otro propio de Poniente a Levante. Así decía bien Manilio, que el ejemplo mostró el camino a los hombres para formar las reglas fijas de la Astronomía (b). En lo Moral se ve que Ticio tiene inclinación a la superioridad, también la tienen Ariston, y Eudoxo, y así los demás. Conclúyese de estos ejemplos, que este apetito es general en la naturaleza del hombre. En lo Médico se observa, que el dolor de costado, que uno padeció, traía consigo cinco cosas; es a saber, calentura fuerte, tos, dificultad de respirar, pulso duro, y dolor punzante en algún lado: esto mismo se vio en otro, y constantemente en todos los que fueron molestados de esta dolencia. Conclúyese de estos ejemplos por la inducción, la máxima experimental, que todo dolor de costado ha de llevar precisamente estos males consigo. Si los Médicos observan atentamente, verán que de cada una de las enfermedades podrán formar máximas generales para su conocimiento tan ciertas como esta, puesto que todas tienen caracteres propios tan fijos como el dolor de costado tiene los suyos.

(a) Recherch. de la verit. liv. 2. p. 2. chap. 8. tom. I, pág. 447.
(b) Per varios usus artem experientia fecit, Exemplo monstrante viam. Manil. Astronom. lib. I. v.58. y sig.

Caminando por estas reglas lógicas, y gobernando los antiguos sus nociones por ellas, nos han dejado sentados los principios fundamentales de todas las Artes y Ciencias; pues no son otra cosa que nociones comunes y universales sacadas de ejemplos particulares, y juntas por la inducción para formar máximas adaptables a los singulares de donde proceden.

32 Enthimema es un raciocinio corto de dos solas proposiciones expresas (aunque es fácil reducirlo a tres), entre las cuales la una es antecedente, y la otra se sigue de ella, como el Sol ha salido: luego es de día. Esto es lo que comúnmente se enseña del entimema; bien que otras significaciones le dieron los antiguos, que pueden verse en Facciolato, Escritor pulido y sólido que trató de propósito este asunto (a).


33 Dilema es un raciocinio que en su antecedente tiene dos partes, y con cada una puede incomodar al contrario. Cuenta Aulo Gellio (b), que un joven rico, llamado Evathlo, queriendo tomar lecciones de orar con
Protagoras, le ofreció mucho dinero, y le dio la mitad de lo tratado al empezar la enseñanza, ofreciendo pagar lo restante el día que llegase a defender una causa ante los Jueces, y la ganase. Mas retardando Evathlo la ejecución, Protágoras le movió un pleyto, y habló en su favor a los Jueces con este dilema: “Ya sea que te den, Evathlo, sentencia en favor, ya en contra, me has de pagar la deuda: porque si pierdes el pleyto, la pagarás por la sentencia: si lo ganas, la pagarás por lo tratado; pues has ofrecido pagarme el día que defiendas un pleito y le ganes."
Replicó Evathlo: “Ya, gane yo el pleyto, o le pierda, no he de pagarte: porque si tengo sentencia en favor, quedo exento: si la tengo en contra, no se ha cumplido el pacto de pagarte cuando ganase el pleito." A esta especie de reconvenciones llaman los Griegos Antistrephon, los Latinos reciprocum argumentum: en las Escuelas lo usan mucho, no sólo en los dilemas, sino en otras maneras de raciocinios, y los llaman retortiones del verbo retorqueo.
(a) Facciolat. Acroas. I. p. I. y sig.
(b) Gell. Lib.5.cap.10. Pág. 170.

Engañan mucho esta suerte de argumentos, porque entre los dos extremos del dilema suele haber medios, y tal vez faltan más extremos, o de los señalados no salen en todo rigor las consecuencias que se proponen. Mas pudiéndose reducir los propuestos raciocinios a silogismos, que son la más universal manera de raciocinar, puesto que debajo de sí contienen toda suerte de argumentos, se hará lo dicho más patente con lo que vamos a explicar.

34 silogismo es: "una noción mental compuesta de tres proposiciones juntas, de modo que sentadas las dos primeras, la otra aunque contiene cosa distinta se sigue de ellas por necesidad: “Todo viviente es sensitivo: todo hombre es viviente: luego todo hombre es sensitivo. La primera proposición se llama mayor, la segunda menor, y ambas premisas, la tercera consiguiente o conclusión; y la consecuencia que denota la noción con que el entendimiento conoce el enlace y conexión necesaria del consiguiente con las premisas, se significa con la partícula luego. En todo silogismo ha de haber tres términos y no más: es a saber, el extremo menor, que es el sujeto del consiguiente: el extremo mayor, que es el predicado, y el medio, que es por donde se juntan los otros, y este nunca entra en la conclusión; y entre las premisas en rigor es la mayor la que contiene el mayor extremo, aunque en el orden de la colocación esté primero la otra. La vida es un bien: todo bien es apetecible: luego la vida es apetecible. Aquí la mayor es la segunda proposición, porque contiene el mayor extremo, y fácilmente se puede mudar la colocación en esta forma: Todo bien es apetecible: la vida es un bien: luego la vida es apetecible. No siempre se guarda este orden en las disputas de las Escuelas, pero conviene que se entienda para conocer el artificio lógico de los silogismos.

35 Toda la fuerza de los raciocinios silogísticos se toma de dos fuentes: la una es, el decirse o negarse una cosa de todos (en las Escuelas tomándolo de Aristóteles, dici de omni, dici de nullo): la otra, que siendo dos cosas una misma con un tercero, es preciso que sean unas mismas entre sí, y al contrario (Quae sunt eadem uni tertio sunt eadem inter se & vice versa). Como el entendimiento con buena lógica forma el todo universal de que hemos hablado antes, cuando quiere averiguar si una cosa le conviene o no a otra, procura ver si está contenida en la razón general, de modo que el sujeto que hace el menor extremo esté contenido en el extremo mayor, que es el predicado; y así se convence concluyendo, que la cosa es como en el consiguiente del silogismo se propone. Todo hombre es corruptible: Ticio es hombre : luego Ticio es corruptible. Aquí lo corruptible hace un todo lógico, y se prueba que en él se incluye Ticio, porque se ha probado que es hombre y todo hombre es corruptible. La otra fuente de la fuerza de los silogismos se descubre en los de predicado singular: Eudoxo es ingenioso : este hombre es Eudoxo : luego este hombre es ingenioso. Aquí se convence lo ingenioso en este determinado hombre, porque los dos están juntos en un tercero, que es Eudoxo. Tito Livio no es Cicerón: este hombre es Tito Livio: luego este hombre no es Cicerón. Los dos extremos de este determinado hombre y Cicerón no se pueden juntar, porque no se pueden unir con Tito Livio, que es el medio. A la verdad este principio de la fuerza de los silogismos también se extiende al otro que hemos explicado; pero para mayor inteligencia de estas cosas conviene tener presentes los dos.


36 Para el buen manejo de los silogismos ha inventado el Arte las figuras, y los modos. Llámase figura la debida conexión y atadura del medio con los dos extremos. Modo es la proporcionada y recta colocación de las proposiciones. Estas cosas se enseñan difusamente a los muchachos en las Escuelas, y es lo que en ellas se suele tratar en las Súmulas, con más fundamento. Los antiguos. por lo común fueron más prolijos de lo que requería este asunto: los modernos, tomando el extremo contrario, como acostumbran, lo miran todo como inútil. Los que quieren enterarse de la verdad, con todo fundamento, ni se entregarán a tanta delicadeza, como en esto gastan los Escolásticos, ni desechan como vano este artificio Aristotélico. Es cierto que la fuerza de raciocinar reside en la potencia mental combinatoria, y es el raciocinio el acto más noble de ella. Con su ejercicio descubre, averigua, junta, compone, o descompone las cosas entre sí según les corresponde. El Arte siguiendo la naturaleza ha ordenado, dispuesto, y enlazado las nociones de manera, que ha dado pulidez, claridad, orden, y facilidad admirable a la formación de los silogismos, y quien quiera que vea el artificio con que Aristóteles ha dispuesto todas estas cosas, habrá de confesar, si tiene candor, que la obra de este Filósofo es una de las mayores, y más sublimes del entendimiento humano. Dice Lock, extendiéndose (a : Lock Essai Philosoph. del ent. lib. 4. cap. 17. §. 4. y sig. pág. 559.) mucho en esto, y con él otros modernos, que es ocioso, y que no ayuda al entendimiento en el buen modo de pensar, el disponer los argumentos por silogismos, puesto que se hallan muchos que sin ellos raciocinan, y concluyen los asuntos que tratan con claridad y perfección. De aquí deducen, que el método de las Escuelas es importuno, inútil y enfadoso, asegurando que fuera mejor tratar las Ciencias con discursos seguidos, que con disputas Escolásticas. No apruebo yo todo lo que hacen las Escuelas en punto de silogizar, porque veo bien que se cometen excesos dignos de enmendarse. Tampoco alabo los Escritores pesados, que siguiendo este estilo, todo lo reducen a silogismos, porque fatigan el entendimiento, y le indisponen a poner la atención necesaria para enterarse del asunto; pero no tengo por inútil ni vano el Arte de silogizar, y el conocimiento de sus reglas, antes por el contrario en quien le pueda aprender sin gran fatiga le considero útil, y en algunas ocasiones necesario. Mucho antes que Lock y sus precursores trató esto mismo nuestro Sánchez Brocense (b : Organ. Dialect. lib. 3. tom. I. pág. 430. y sig.), y probó con admirables ejemplos de Terencio y otros Escritores de la pura latinidad, cuán agradable y convincente es ocultar el Arte, y mostrar las cosas con silogismos encubiertos, que este mismo Autor desembaraza, para que los Dialécticos los vean con sus modos y figuras. Cierto que sería en las Escuelas muy útil a la juventud, así para mayor perfección en el Latín, como para introducir el buen gusto de la Dialéctica, enseñar el Arte de silogizar del modo que lo hace este sabio y discreto Español, pues ninguno hasta aquí en esta parte lo ha hecho mejor. En los ejercicios de la Retórica del trato civil, de los Tribunales, de la política, se deben usar discursos seguidos, los cuales, aunque en sus pruebas encierran muchos silogismos, pero están encubiertos, y tanto más apreciable es el Arte de las arengas, cuanto es más oculto el artificio de los raciocinios. Mas en las Escuelas, y en los Estudios privados conviene mucho practicar los silogismos, porque con ellos se hacen patentes a un tiempo las pruebas sólidas, y los embrollos: se descubre lo sólido y concluyente, y lo superficial y falso. En la Universidad de Valencia se guarda en esto una costumbre digna de ser recibida de las demás Escuelas. El que arguye pone silogismos hasta que ha manifestado su dificultad, y hecho esto, resume todo su argumento silogístico en un discurso seguido. El que defiende hace lo mismo, porque primero responde a los silogismos según la forma Escolástica, y luego hace una recapitulación de todo el argumento, como una arenga, en la cual satisface a la dificultad que se le ha propuesto. El que esté versado en el Arte de silogizar conoce la utilidad que le resulta, cuando reduce a silogismos un asunto en que le importa averiguar si sus pruebas son conformes con los principios fundamentales del juicio; pues esto de silogismo en silogismo se viene a descubrir con perfección, y por este camino queda el entendimiento asegurado de la verdad. Convencido de esto Leibnitz usó muchas veces del método silogístico para impugnar a los Materialistas, y probar la inmortalidad del alma, para defender la verdad católica del Sacrosanto Misterio de la Trinidad, y para declarar en un Apéndice por varios silogismos los principales puntos que estableció en su discurso seguido de la Theodicea (a).

(a) Todas estas piezas dignas de leerse se hallan en el tom. I. de las obras

de Leibnitz pág. 5. 10. y 404. de la edic. de Gineb. de 1768.

Heineccio, después de haber explicado las figuras de los silogismos y sus reglas, dice: "Estas son las reglas especiales, que sin embargo de ser vilipendiadas por los que no aman la más sólida doctrina experimentan cada día ser muy útiles los que desean alcanzar la verdad. ¿Porque cómo averiguará ninguno la verdad si no raciocina? ¿y quién podrá estar seguro de que ha raciocinado bien sin saber las reglas de los buenos raciocinios? Son pues, sólidas estas cosas, como lo son otras muchas que hoy vulgarmente causan disgusto (a)”. Wolfio tiene a los silogismos ordenados, como se usan comúnmente, por útiles para las disputas, y en algunas ocasiones por necesarios (b), impugnando a los modernos que los desprecian (c), y notando a algunos de ellos de no haber entendido sus fundamentos (d). Por comprender yo también que es conveniente en las disputas Escolásticas, y en los usos privados mantener la forma silogística, propondré las reglas ciertas que hay para conocer los que están bien formados, y concluyen por su modo y figura, sin que obste lo que dicen algunos, por no cansarse en estudiar, que los mismos que disputan hacen buenos silogismos sin atender a las reglas, y que, si a cada silogismo se hubiera de poner atención a eso, serían objeto de risa las disputas; porque cuando se forma un hábito (esto no sólo en lo racional sucede, sino también en lo corpóreo) es preciso repetir los actos con advertencia a las reglas para el acierto: formado ya el hábito, se hacen las cosas sin tal advertencia, porque la facilidad que se adquiere con el uso lo suple todo (e).

37 Primera regla: El consiguiente debe estar incluido en una de las premisas, y la otra debe manifestarlo. En este silogismo: Todo hombre es mortal: Ticio es hombre: luego Ticio es mortal, el consiguiente está incluido en la universal: Todo hombre es mortal, y la proposición Ticio es hombre, sirve para hacerlo manifiesto. Esta regla es sin excepción, y la más general y segura para conocer la bondad de los silogismos. Pónela Aristóteles en sus analíticos, y los Escolásticos la explican difusamente de modo, que no hay nada más común en sus Súmulas impresas. Con todo el Autor del Arte de pensar (f) pondera la utilidad y necesidad de esta regla, y habla de ella como que la ha inventado, pues buscando una norma fija para conocer la rectitud de los silogismos sin recurrir a las reducciones de ellos, y poder fácilmente desembarazarse, la propone como que le ha venido al pensamiento (& voici ce qui en est venu dans l´esprit).

(a) Heinec. Elem. Logic, part. I. cap. 2. prop. 82. in not.

(b) Wolf. Logic. part. 2. sect. 4. cap. 4. §. 1094.

(c) Wolf. Logic. part. 2. sect. I. cap. 2. §. 560.
(d) Ibid. part. I. sect. 3. cap. I. §. 353.

(e) Esto conviene advertir para no hacer caso de lo que contra el uso silogístico pronuncia en tono de oráculo y de burla el célebre Vernei o Barbadiño. De re logica, lib. 2. cap. 7. pág. 63.

(f) Part. 3. cap. 10. pág. 308.


38 Regla segunda: De premisas verdaderas precisamente ha de salir consiguiente verdadero, de premisas falsas consiguiente falso. Esta regla consta, porque debiendo el consiguiente estar incluido en las premisas, si estas son verdaderas debe ser verdadero, y si son falsas falso: ni es otra cosa la consecuencia, sino la necesaria conexión con que el consiguiente está embebido en los antecedentes; y no pudiendo una misma proposición ser verdadera y falsa, tampoco podrá ser falso un consiguiente que está comprehendido en premisas verdaderas, y al contrario. Añádese, que dos verdades no pueden ser opuestas, porque una de ellas dejará de serlo por aquel principio de luz natural: cada cosa es, o no es; con que es preciso que lo que es verdad en los antecedentes, lo sea también en el consiguiente legítimamente deducido de ellos. Objétase contra esta regla, que por silogismos bien hechos sale un consiguiente verdadero de premisas falsas, de lo cual trae Aristóteles muchos ejemplos en el libro primero de los Analíticos. Todo animal es piedra, ningún hombre es animal, luego ningún hombre es piedra. Este consiguiente es verdadero, y se deduce de premisas falsas. Se responde, que el consiguiente es verdadero por sí, esto es, por la materia, o asunto de que se compone; mas no por la disposición y forma del silogismo, porque no está incluido en ninguna de las premisas, y así falta el argumento a la primera regla. Múdese el asunto y materia, de necesaria como es en el silogismo propuesto, en otra contingente, y con la misma coordinación no saldrá el consiguiente verdadero, como se ve en este: Todo viviente es vino, todo licor es viviente, luego todo licor es vino. En las Escuelas dicen bien, que del imposible cualquier cosa se deduce; y si se concedieran las premisas, era precisa la consecuencia. Se entenderá esto mejor considerando, que en el silogismo para alcanzar la verdad concurren dos potencias mentales, el ingenio, y el juicio. El ingenio combina las nociones, las descubre, y ordena para deducir una cosa de otra: el juicio conoce y ve si las nociones se conforman o no con las cosas. Cuando un silogismo está bien ordenado según las combinaciones del ingenio, y no es conforme su contenido a lo que requiere el juicio, entonces es una cosa puramente mental, como otras muchas de la potencia combinativa, y puede llamarse ente de razón, esto es, cosa que sólo existe en el entendimiento, según suele fabricarlas esta potencia; pero si al buen orden que el ingenio da a las nociones en el silogismo se añade la confirmación del juicio, en tal caso concluye y deja satisfecho de la verdad al entendimiento. En los dos silogismos propuestos, y otros muchos que se pueden hacer a este modo, las premisas son puramente mentales, y sólo existen en el entendimiento; con que los consiguientes si la materia es necesaria se verificarán por sí mismos; y si es contingente, saldrán tan falsos como los antecedentes. Por eso en las Escuelas se conceden, o niegan las premisas antes de llegar al consiguiente, pues siendo verdaderas, si el silogismo es bueno ha de ser verdadero el consiguiente, y si son falsas falso. Síguese de lo dicho, que no puede tener lugar en los argumentos escolásticos lo que aconseja Feyjoó, de que el respondiente, cuando no está asegurado de la verdad, o falsedad de las proposiciones del arguyente, en lugar de conceder, o negar diga, que duda, pues no está obligado a más por las leyes de la veracidad (a), porque si duda de las proposiciones que le oponen como contrarias, a su thesis, o conclusión deberá también dudar de esta, o a lo menos se entenderá que no está firme en ella, puesto que hay proposiciones que de cerca, o de lejos la destruyen, y dudando de ellas, es preciso que esté dudoso de la conexión, o inconexión que entre sí tienen, y por consiguiente lo esté también de la firmeza de lo que defiende.

(a) Feyjoó Teatr. Critic. tom. 8. disc. I. §. 6. pág, II.

39 Regla tercera: En ningún silogismo ha de haber más que tres términos, porque como se ha de afirmar, o negar la identidad de los extremos por la que tienen con el medio, si los términos son más de tres no vale la prueba, ni puede ya fundarse en el principio: las cosas que son una misma con una tercera son unas mismas entre sí. Gran cuidado se ha de poner en los silogismos de proposiciones exclusivas, de términos compuestos, y otros tales en examinar bien los extremos, y el medio, porque fácilmente son más de tres, y por eso no concluyen. Desembarazándolos conviene ver, si los términos son unos mismos, e invariables con las mismas propiedades, ampliaciones, restricciones &c. porque una variación, que no aparece a primera vista, hace defectuoso el argumento.


40 Regla cuarta: Una de las premisas a lo menos ha de ser universal; porque así se verifica, dici de omni, dici de nullo: y no haciéndolo así, con dos particulares se multiplica el medio, y salen más de tres términos. Trae esto también el inconveniente, que pudiendo ser diverso el medio, no puede hacerse la identidad del sujeto, y predicado del modo que se requiere para probarla por su unión con un tercero. Una substancia es piedra: un animal es substancia: luego un animal es piedra. En este silogismo el medio substancia significa una cosa en la mayor, que es la determinada materia, y otra en la menor, que es la determinada substancia del animal, y por esta variación no concluye. También es defectuoso el silogismo, en cuya conclusión alguno de los términos es más universal que en las premisas, puesto que de particulares no se puede colegir universal. Todo animal es sensitivo: todo animal es substancia: luego toda substancia es sensitiva. La voz substancia en la menor se toma por cosa determinada, y en la conclusión por común a todo lo que es sustancia.

41 Regla quinta: Una de las premisas a lo menos debe ser afirmativa, porque si las dos son negativas, ni unen los extremos con el medio, ni los separan por el medio, sino del medio. Hay algunos silogismos de términos infinitos, que concluyen con dos premisas, al parecer negativas; pero desentrañando las proposiciones se hallará que una de ellas equivale a afirmativa. Ningún animal es piedra: ningún hombre es cosa distinta del animal: luego ningún hombre es piedra. Bien se ve que la menor equivale a esta afirmativa: todo hombre es animal. Otras reglas, como que el medio no ha de entrar en la conclusión; que, si hay particular, o negativa en las premisas, el consiguiente debe serlo; porque como dicen los Escolásticos la conclusión sigue la parte más débil; y otras a este modo son tan llanas, que sin estudio, con un poco de advertencia las conoce cualquiera. Siendo, pues, tan primoroso el artificio de los silogismos, no hay que extrañar, que en tantos y tan diversos como se proponen en las funciones públicas de las Escuelas, haya muchos defectuosos, que no siendo fácil desenvolverlos con el calor de la disputa, sean motivo de embrollos y dificultades, que ofuscan la verdad. Todas estas reglas propuestas y explicadas con admirables ejemplos y advertencias por Aristóteles en el libro primero de los Analíticos las comprendieron prácticamente los Escolásticos en la formación de los silogismos por las voces inventadas de estos versos:

Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton.

Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesomorum.

Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti.

Felapton, Disamis, Datisi, Bocardo, Ferison.

Aunque las palabras son bárbaras, pero son a propósito para el fin a que se enderezan. Cada una de ellas significa un modo de silogismo concluyente, y cada letra vocal una proposición, de manera, que la A denota universal afirmativa, la E universal negativa, la I particular afirmante, la O particular negante. Por ejemplo, en Barbara las tres proposiciones corresponden a la A: con que el silogismo ha de constar de tres universales afirmativas. Todo animal es viviente, todo hombre es animal, luego todo hombre es viviente.
En Celarent ha de ser la mayor universal negativa por la E, la menor universal afirmativa por la A, y la conclusión universal negativa. Ninguna planta es animal, todo árbol es planta, luego ningún árbol es animal. A este modo se forman fácilmente en las demás palabras, y en todas concluyen, porque en todas se encierran las reglas que pertenecen al modo de formar los silogismos.